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Vigésimo Cuarto Domingo del Tiempo Ordinario

Sean bienvenidos a la Eucaristía de hoy. En este domingo vigésimo cuarto del Tiempo Ordinario,
nuestro Maestro nos pregunta a cada uno de nosotros en la intimidad, quién creemos que es Él y
que creemos sobre Él. Al recitar el Credo profesamos: "Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro
Señor." Afirmamos que conocemos quién es Él, nuestro Señor y Salvador. Pero, ¿le conocemos
realmente? Para conocerlo profundamente no solamente tenemos que escuchar lo que Él dice, sino
conocer cómo vivió y murió, dándose totalmente al Padre y a los hombres. Pero ni eso es
suficiente: debemos seguir sus huellas entregándonos sin reservas ni condiciones a Dios y a los
hermanos. Que la celebración de hoy nos ayude a enfrentarnos con la pregunta que Jesús nos hace
y, sobre todo, a intentar responderla. Se ponen todos de pie para dar inicio a estos sagrados
misterios.

Antífona de Entrada

Señor, da la paz a los que esperan en Ti y deja bien a tus profetas, escucha la súplica de tu siervo y
la de tu pueblo Israel.

Acto Penitencial

Tú que sufriste, sobre todo en la cruz, y nos pides tomar nuestras cruces siguiéndote a Ti.

A Ti que te eliminaron dándote muerte y nos pides que perdamos nuestra vida por Ti.

Tú que resucitaste al tercer día y nos prometes que encontraremos vida contigo.

Se dice Gloria.

Oración Colecta

Oh Dios, creador y dueño de todas las cosas, míranos, y para que sintamos el efecto de tu amor,
concédenos servirte de todo corazón.

Por nuestro Señor Jesucristo.

Primera Lectura

La primera lectura está tomada del tercer “Cántico del Siervo” del libro del profeta Isaías. El
cántico comienza con la descripción de la misión del Siervo: insiste en la fidelidad a la tarea
encomendada a pesar de las dificultades y sufrimientos. Este testimonio es muy anterior a la
venida de Jesús, quien realizará en plenitud lo que aquí se anuncia. Escuchemos con atención.

Lectura del libro del profeta Isaías (50, 5-9)

En aquel entonces, dijo Isaías: “El Señor Dios me ha hecho oír sus palabras y yo no he opuesto
resistencia, ni me he echado para atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban de la barba. No aparté mi
rostro de los insultos y salivazos.

Pero el Señor me ayuda, por eso no quedaré confundido, por eso endureció mi rostro como roca y
sé que no quedaré avergonzado. Cercano está de mí el que me hace justicia, ¿quién luchará contra
mí? ¿Quién es mi adversario? ¿Quién me acusa? Que se me enfrente. El Señor es mi ayuda, ¿quién
se atreverá a condenarme?”

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 114

El salmista, conocedor de las situaciones difíciles, nos lleva a poner nuestra confianza en el auxilio
que viene del Señor. Manifestemos nuestra esperanza en Dios diciendo con el Salmo 114:

Caminaré en la presencia

del Señor.

Amo al Señor porque escucha el clamor de mi plegaria, porque me prestó atención cuando mi voz
lo llamaba.

Redes de angustia y de muerte me alcanzaron y me ahogaban. Entonces rogué al Señor que la vida
me salvara.

El Señor es bueno y justo, nuestro Dios es compasivo. A mí, débil, me salvó y protege a los sencillos.

Mi alma libró de la muerte; del llanto los ojos míos, y ha evitado que mis pies tropiecen por el
camino. Caminaré ante el Señor por la tierra de los vivos.

Segunda Lectura

La carta del apóstol Santiago nos recuerda que la fe del cristiano se manifiesta ante todo en las
obras y, en especial, en el servicio a los hermanos; estas obras son las que manifiestan la calidad
de dicha fe demostrando que la acción y la contemplación no pueden separarse. Escuchemos con
atención.

Lectura de la carta del apóstol Santiago (2, 14-18)

Hermanos míos: ¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no lo demuestra con obras? ¿Acaso
podrá salvarlo esa fe?

Supongamos que algún hermano o hermana carece de ropa y del alimento necesario para el día, y
que uno de ustedes le dice: “Que te vaya bien; abrígate y come”, pero no le da lo necesario para el
cuerpo, ¿de qué le sirve que le digan eso? Así pasa con la fe; si no se traduce en obras, está
completamente muerta.

Quizá alguien podría decir: “Tú tienes fe y yo tengo obras. A ver cómo, sin obras, me demuestras
tu fe; yo, en cambio, con mis obras te demostraré mi fe”.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

Aleluya, aleluya.

Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz del Señor, en la cual el mundo está crucificado para
mí, y yo para el mundo.

Aleluya.

Evangelio

El Evangelio de hoy se enmarca en los inicios del viaje de Jesús a Jerusalén. Aquí se plantea la
pregunta por la identidad de Jesús. Con ella, Jesús quiere llegar a la confesión de Pedro de que Él es
el Mesías, pero tiene que aclararles cuál es su misión y, sobre todo, el modo en el que se llevará a
cabo. Jesús es el Siervo del Señor que tiene que padecer, como ya lo anunciara el profeta Isaías.
Recibimos este Mensaje entonando el canto del Aleluya, de pie.

† Lectura del santo Evangelio según san Marcos (8, 27-35)

Gloria a Ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a los poblados de Cesarea de Filipo. Por el
camino les hizo esta pregunta: “¿Quién dice la gente que soy Yo?” Ellos le contestaron: “Algunos
dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los profetas”.

Entonces Él les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?” Pedro le respondió: “Tú eres el
Mesías”. Y Él les ordenó que no se lo dijeran a nadie.

Luego se puso a explicarles que era necesario que el Hijo del hombre padeciera mucho, que fuera
rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que fuera entregado a la muerte y
resucitara al tercer día.

Todo esto lo dijo con entera claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y trataba de disuadirlo.
Jesús se volvió, y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro con estas palabras: “¡Apártate de Mí,
Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”.

Después llamó a la multitud y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venir conmigo, que
renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la
perderá; pero el que pierda su vida por Mí y por el Evangelio, la salvará”.
Palabra del Señor.

Gloria a Ti, Señor Jesús.

Se dice Credo.

Oración de los Fieles

Invoquemos a Dios que nos ha dado a Cristo su Hijo como Redentor nuestro y digámosle:

Ten piedad y escúchanos.

Ten piedad de tu pueblo, Señor, y escucha sus oraciones que surgen de un corazón que quiere
amarte y servirte. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor.

Oración sobre las Ofrendas

Se propicio a nuestras suplicas, Señor, y recibe con bondad las ofrendas de tus siervos, para que la
oblación que ofrece cada uno en honor de tu nombre sirva para la salvación de todos.

Por Jesucristo nuestro Señor.

Antífona de la Comunión

¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a la sombra de tus alas.

Oración después de la Comunión

La acción de este sacramento, Señor, penetre en nuestro cuerpo y nuestro espíritu, para que sea
su fuerza, no nuestro sentimiento, quien mueva nuestra vida.

Por Jesucristo nuestro Señor.

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