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Hermanas y hermanos:
En este domingo 5º de cuaresma ya estamos próximos a la Semana Santa,
en la que conmemoramos el triunfo definitivo de la vida sobre la muerte. Y esta
vida definitiva tiene un nombre: Jesucristo.
En el pasaje del evangelio que vamos a contemplar se evidencia
precisamente esto: Jesús es el Señor de la Vida.
En esta celebración vamos a experimentar que Dios nos trae la Vida y
hagámoslo con paz y alegría.
Esto dice el Señor: Voy a abrir vuestros sepulcros, pueblo mío, haré que os
levantéis de vuestros sepulcros y os traeré de vuelta a la tierra de Israel.
Entonces, cuando haya abierto las tumbas y os haya hecho levantar, sabréis
que yo soy el Señor. Pondré en vosotros mi Espíritu y viviréis; os estableceré
en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago. -oráculo del
Señor-.
SALMO 129 (128)
Desde lo hondo a ti grito, Señor. Señor, escucha mi voz: estén tus oídos
atentos a la voz de mi súplica. Del Señor viene la misericordia, la redención
copiosa. De ti procede el perdón, y así podemos cambiar de vida. Mi alma
espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor. Aguarde
Israel al Señor, como el centinela, la aurora.
Hermanos: Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero
vosotros ya no estáis sujetos a la carne, sino que vivís en el espíritu, pues el
Espíritu de Dios habita en vosotros. Si alguno no tuviera el Espíritu de Cristo,
éste no le pertenecería. Pero Cristo está en vosotros, y aunque el cuerpo
lleve en sí la muerte a consecuencia del pecado, el espíritu es vida por haber
sido santificado. Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Cristo de entre los
muertos está en vosotros, el mismo que resucitó a Jesús de entre los
muertos dará también vida a los cuerpos mortales por medio de su Espíritu,
que habita en vosotros.
En aquel tiempo, las hermanas mandaron a decir a Jesús: Señor, tu amigo está
enfermo. Al oírlo Jesús, dijo: Esta enfermedad no terminará en muerte, sino que
es para gloria de Dios, y el Hijo del Hombre será glorificado por ella. Jesús quería
mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando se enteró de que
Lázaro estaba enfermo, permaneció aún dos días más en el lugar donde se
encontraba. Sólo después dijo a sus discípulos: Volvamos de nuevo a Judea. Cuando
llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Apenas Marta supo que
Jesús llegaba, salió a su encuentro, mientras María permanecía en casa. Marta dijo a
Jesús: Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero aun así, yo sé
que puedes pedir a Dios cualquier cosa, y Dios te lo concederá. Jesús le dijo: Tu
hermano resucitará. Marta respondió: Ya sé que será resucitado en la resurrección
de los muertos, en el último día. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida. El
que cree en mí, aunque muera, vivirá. El que vive, el que cree en mí, no morirá
para siempre. ¿Crees esto? Ella contestó: Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Jesús muy conmovido preguntó:
¿Dónde lo habéis enterrado? Le contestaron: Señor, ven a ver. Y Jesús lloró.
Los judíos decían: ¡Cómo lo amaba! Pero algunos dijeron: Si pudo abrir los ojos al
ciego, ¿no podía haber hecho algo para que éste no muriera? Jesús, conmovido de
nuevo en su interior, se acercó al sepulcro. Era una cueva cerrada con una piedra.
Jesús ordenó: Quitad la piedra. Marta, hermana del muerto, le dijo: Señor, ya tiene
mal olor, pues lleva cuatro días. Jesús le respondió: ¿No te he dicho que si crees
verás la gloria de Dios? Y quitaron la piedra. Jesús levantó los ojos al cielo y
exclamó: Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sé que siempre me
escuchas; pero lo he dicho por esta gente, para que crean que tú me has enviado.
Al decir esto, gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, sal fuera! Y salió el muerto. Tenía las
manos y los pies atados con vendas y la cabeza cubierta con un velo. Jesús les dijo:
Desatadlo y dejadlo caminar. Muchos judíos que habían ido a casa de María
creyeron en Jesús al ver lo que había hecho.