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Olfato y Gusto
en esta era del Covid.
J. Enrique Alvarez Alcántara1
Resumen:
En esta era y hora, desde hace ya dos años, los términos de “anosmia” y
“ageusia” se han vuelto moneda de curso en el lenguaje utilizado en nuestra
vida cotidiana. Antes de la era pandémica tales conceptos eran
prácticamente desconocidos y su uso, en el mejor de los casos, formaba
parte de la trama neurológica, neuropsiquiátrica o neuropsicológica; empero,
todavía más, se hallaban en el lugar de las rarezas clínicas. Hoy, no cabe
duda, son parte de nuestra dinámica cultural y lingüística. Pues bien, este
artículo aborda los orígenes, el desarrollo y la significación que estos
adquieren en nuestra cultura y vida cotidiana.
Abstract:
In this time and hour, for two years now, the terms "anosmia" and "ageusia"
have become currency in the language used in our daily lives. Before the
pandemic time, such concepts were practically unknown and their use, in the
best of cases, was part of the neurological, neuropsychiatric or
neuropsychological plot; but, even more, they were in the place of clinical
oddities. Today, there is no doubt, they are part of our cultural and linguistic
dynamics. Well, this article addresses the origins, development and
significance it acquires in our culture and daily life.
Palabras clave.
Desarrollo.
Anosmia y ageusia son dos términos que antes de la “Era de la peste” —léase
epidemia y pandemia de COVID 19, presente durante ya casi los dos últimos años de
este siglo XXI– inusualmente se utilizaban o se conocían. Sin embargo, la conciencia
universal sobre la existencia de la competencia—no sólo humana— para identificar los
olores y sabores es patrimonio de nuestra cultura y conocimiento ancestrales.
1
Director-fundador del Canal de YouTube: “La Comuna de la Palabra” y director-fundador del Centro
de Estudios e Investigación: “Neuropsicología del Desarrollo”. Mail: jenrique@uaem.mx
La nariz y la lengua —ambas en la cabeza y, particularmente, en el rostro, lo mismo
que los ojos y los oídos— han ocupado su espacio dentro de los intereses no
únicamente intelectuales, sino también dentro de la representación estética, literaria,
cinematográfica y, en sentido amplio, cultural que como comunidad hemos construido a
lo largo de la historia.
Las manos han sido, sin duda, el otro lugar trascendente de interés cultural, estético,
afectivo-emocional y, desde luego, creador de cuanto existe, socioculturalmente
hablando.
Éste “Homúnculo”, ante los ojos de quienes le miramos es una figura deforme que
posee una proporción mayúscula o superlativa de los genitales, los pies, las manos —
particularmente el dedo pulgar—, los ojos, la nariz, los labios y la lengua. Es decir, la
cara y las manos ocupan un espacio enorme dentro de este modelo representacional.
Esto que he descrito sucintamente es bastante conocido; sin embargo, sobre el olfato y
el gusto, cotidianamente, no solemos reparar. Con harta frecuencia damos por obvio su
existencia y consideramos que no son merecedores, ya no digamos de investigación y
estudio científico, sino de cualquier reflexión. Si bien la ceguera y la sordera han sido
objeto de representaciones diversas y son ampliamente conocidas, la anosmia y la
ageusia poco o nada se conocen.
De no ser por el “levantón” que les dio la presencia de la “Era de la peste”, no habría
lugar para hablar de ellas o para escribir este ensayo.
El olfato y el gusto, como dos de los sentidos que nos permiten acceder a dos
modalidades distintas de información exteroceptiva, ocupan en nuestra vida cotidiana
un lugar importante; sin ellos no tendríamos consciencia plena de la existencia de los
olores y los sabores; sin los olores y los sabores nuestra experiencia culinaria,
alimenticia y nutricional quedarían en un lugar plano.
La evolución de nuestra especie, entre otras especies del reino animal, no hubiera
llegado al lugar que ocupamos sin la presencia de estos dos sentidos sub o
infravalorados.
Itero, Wilder Penfield fue el artífice de un modelo representacional que nos enrostró, así
nomás, cara a cara, ante la inevitable resonancia de estos dos sentidos en la
organización del córtex cerebral.
En el corpus de términos que suelen ser utilizados para describir o explicar estos
eventos y su expresión fenomenológica aparecen muy marginalmente y, cuando ello
ocurre, tienen unas cuantas líneas a modo de definición. Empero, nada más.
Tal vez, quizás, la literatura nos ha aportado una aproximación a estas cuestiones casi
subrepticiamente.
Recordemos tan sólo dos obras literarias que abordan los dos extremos del fenómeno
de la olfacción.
Como el mismo Oliver Sacks señala, las “pérdidas” han interesado más. De ahí que los
prefijos “A” o “Dis” aparezcan en la mayoría de los conceptos que refieren trastornos.
Para el caso de los excesos, que también acarrean consecuencia psicológicas y
neuropsicológicas, no hay términos claros. Ya sería un exceso pensar en términos para
el mundo de “los simples”, descrito igualmente por Sacks.
Bluma W. Zeigarnik adiciona otra omisión que se “atendió” con una traslación abusiva
de los modelos diseñados para explicar y comprender las alteraciones observadas en
los adultos hacia las atribuciones de “trastornos” en los recién nacidos y en los
menores. Es decir, que se optó por aplicar el término utilizado para describir lo
observado en los adultos y lisa y llanamente se les adicionó la palabra infantil; de esta
manera se habla de neuropsicología infantil, neuropatología infantil, neuropsiquiatría
infantil, afasia infantil, psicosis infantiles, etcétera.
Esto refleja una idea que omite la noción del desarrollo como diferente a la noción de
trastorno, disolución, desintegración, qué sé yo.
Aquí, enmarcados en este arnés los conceptos de amusia, anosmia o ageusia, fueron
prácticamente imperceptibles.
Segundo, Marta Tafalla, en su interesante libro Nunca sabrás a qué huele Bagdad
(2010), narra, en primera persona, fenomenológicamente, las consecuencias y el
impacto que provocó en ella el hecho de haber nacido sin la competencia olfatoria y,
por ello, vio disminuida su capacidad gustativa. Esto es, el hecho de adolecer de una
anosmia congénita.
Asimismo, bajo otro nivel de exposición, Jonah Lehrer, en el libro Proust y las
neurciencias, una visión única de ocho artistas fundamentales de la modernidad (2010),
presenta a Auguste Escoffier y, a través de él, nos muestra “la esencia del gusto” y del
arte de la cocina.
Parece que toda vez que atravesamos, aún sin concluir la senda, la “Era de la peste”,
tales definiciones muestran su incompletud pues ahora sabemos que la noción de
“daño cerebral” es insuficiente para comprender y explicar tales eventos y que como
síntoma del COVID 19 se aprecia como transitoria. Así que podemos organizar la
anosmia y la ageusia como: congénita, adquirida o postraumática, transitoria o
permanente. Y, todavía más, faltaría considerar la disminución de tales competencias.
Conclusiones:
Hoy por hoy es imprescindible reconocer y asumir que a pesar del carácter
dominante de los sentidos de la visión y audición en la organización del conocimiento
de nuestra realidad exteroceptiva y de la construcción de nuestras competencias
cognoscitivas y afectivo-emocionales, los sentidos del olfato, del gusto y del tacto
también lo son; muchos más para el devenir de nuestra vida emocional y afectiva.