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CAPÍTULO I Cuando algo se quiere ir

es porque algo quiere entrar

El parque estaba vacío y el aire fresco.


Ninguna señal de pasos humanos acontecía, estiré
las piernas en una banca, luego hice una especie de
saludo al cielo que aprendí en las clases de yoga que
tomaba cerca del Tec de Monterrey. Di un suspiro,
creo que empezó a estorbarme la cabeza, parecía que
dentro de ella cargaba un costal de piedras, en el
pecho probablemente se clavaban cien dagas y
puntas de lanza a la vez, el corazón quería
escurrirme. Recordé que correr siempre elevaba mis
endorfinas y podía sacarme por intervalos de tiempo
de cuadros de tristeza a la que recurría para
lamentarme todas las nostalgias por aquellas
historias que sólo se quedan en el cajón de libretos
de mi memoria. Una gota de agua resbaló por mi
mejilla. Quise creer que era parte del rocío.
El sabor amargo del recuerdo se me fue
disolviendo de los labios. Así me pasé toda la
madrugada dando vueltas en círculos a una hora en
la que no quería que nadie me viera llorar. Estaba
poco a poco convirtiéndome en polvo. Mis pedazos
estaban ya tan disueltos en la composición química
del olvido que sería difícil que alguien los juntase o
al menos pudiese reconocerlos. No tengo en los
anaqueles de mis historias datos que registren
haberme sentido de una manera muy similar a la de
aquella madrugada en la que quise tirarme
del segundo piso de la casa para ver si con un duro
golpe contra el pavimento podrían marcharse todas
las punzadas. Regresé a casa un poco más relajado
pero aún traía cuchillos en la garganta. Saqué el
ordenador y me puse a escribir. Ya saben, escribir
sin sentido, sólo para no quedarme con nada aunque
todo lo traía muy enterrado pero me agradaba pensar
que los sentimientos pueden volverse barquitos de
palabras y perderse en un océano sin escalas con
destino en el horizonte de la nada. La verdad era que
no quería morir realmente sólo me aquejaba un
lamento y un deseo porque todo fuera diferente. Yo
no sé porque la extrañaba tanto si no tuvimos besos,
caricias, al menos una cita decente en la que ella me
dejase acompañarla a su casa. Nada de eso. Todo fue
un desastre y no creo que de verdad estuviera en mis
manos. Querer tener todo bajo control es frustrante y
más cuando se trata de emociones que albergan en el
puente de nuestra felicidad. Puse una lista en
reproducción de música blues. ¿Se dan cuenta que
los negros a pesar de ser oprimidos cantan más
canciones alegres que los blancos? Eso lo escuché
de un comediante y es verdad. Por ejemplo Bob
Marley, Stevie Wonder, Ray Charles. Aquellos tipos
eran capaces de burlarse de la desgracia. Yo quería
ser como ellos cuando era más joven. Entonces dejé
que la música me fuera sanando, busqué poesía.
Mmmmm al parecer Alejandra Pizarnik me
entendía, Walt Withman me hizo pensar un poco
más en mí y lo que merezco.
Era hora de cambiar el playlist para poner a José
Alfredo Jiménez, ese tipo me hace alegrarme con el
dolor, he ahí la trascendencia de la obra del artista.
Así es esto: húndete, llora, cáete, de ser
posible busca un vaso para derramar tus lágrimas
sonrientes tras encontrar la colina de las mejillas y
déjalas caer hasta el fondo, cuando el vaso se llene
sabrás que ha sido suficiente. No podía quedarme en
casa porque iba atentar contra mí mismo. Los
pensamientos son cabrones y te pueden tentar a ir a
verte al espejo y lamentar con toda la furia de la
indiferencia el hecho de haber venido al mundo por
eso uno cuanto antes se debe abandonar las cuatro
paredes, del hogar, la escuela y trabajo para deshacer
esas nubes que se van acumulando en el cerebro.
Cuando se trata del corazón nada es más importante
que el tiempo. Dicen que el tiempo lo cura todo pero
hablando del tiempo ¿Alguien sabe de un remedio
más efectivo? Porque al parecer este no me está
haciendo efecto. Me dieron las diez de la mañana
con la tercera taza de café. Las horas pasan muy
rápido cuando uno se sienta delante de un monitor a
escribir y leer cosas que le interesan. Tomé una
ducha y agarré una camisa de rayas. Recordé que
con esa camisa conocí a Juan Cirerol en Guadalajara
y me tomé unas cervezas con él en el hostal Avant
Garden. Guadalajara me trajo el recuerdo de los
tamales del templo Expiatorio, el Expiatorio me
evocó los fines de semana en Chapultepec,
Chapultepec me transportó a la calle López Cotilla,
en esa calle se encontraba un bar con vista a
la calle y los martes tenían antes de las cinco la
cerveza en dos por uno, la primera vez que tomé esa
promoción fue a finales de verano con una morena
de pechos pequeños y piernas largas que se llamaba
Adriana. Ella tenía un gran aprecio hacía mí.
Cuando se la presenté a mis amigos de aquella
ciudad ella bondadosamente afirmaba ser mi novia.
Cogí algunas monedas que tenía junto a mis libros.
Todo lo que no me gasté en cerveza el domingo.
Miré la camisa y reí. Es curioso todo lo que una
prenda puede provocarnos. Le marqué a la Flaca.
—¿Aló Flaca? ¿Qué vas a hacer ahorita?
—Estoy cruda.
—Está bien. Bye.

La Flaca nunca sale cuando anda cruda. Su


vida como futura rockstar le demanda mucho tiempo
con gente que no le interesa conocer según ella. La
verdad es que parece no importarle el precio de la
fama. Ha ido dejando de ser honesta y se ha vuelto
un poco más apática a como la encontré cuando
regresé de mi viaje de un año por todo el centro y
sur de México. A mi llegada nos juntábamos en su
casa o en la mía y comprábamos cerveza,
encendíamos algunos cigarros, componíamos
canciones en mi cuarto, su sala o la cochera. Yo le
enseñé a hacer un blog y ella con el paso de los
meses sólo venía a verme cuando estaba aburrida
¿Qué clase de amistad es esa? Tomé la ruta
223 y me bajé en Morelos. Sólo hay tiendas en esta
calle ¿Hay algún otro buen espectáculo en esta
ciudad que no sea ir a comprar? En la Macroplaza el
calor se elevó a los treinta grados y los rayos de sol
provocaban una curvatura de ansiedad. Me fumé un
cigarro y comí una nieve de limón. He visto algunas
chicas lindas pasar pero por ahora no puedo hablar
como lo que he venido siendo: un malabarista de la
palabra, un despertador de sueños, un pegamento
para las almas rotas. Ahora el deshecho era yo ¿De
verdad alguien querrá juntarme? Estoy algo cansado
de repararme. Debo admitir que necesito un poco de
ayuda. Una chica frente al Museo de Historia leía un
libro sentada en un escalón. ¿Qué clase de chica sale
a las tres de la tarde a leer con el calor del norte? La
frecuencia de mi curiosidad aumentó al ver su
cabello corto y su mochila de colores hippies.
—¿Qué hora traes?
— Las tres y cuarto.
—¿Qué lees?
—Un libro sobre autoestopistas.
—¿La gente que pide aventón en las carreteras?
—Sí.
—Ahhh. Como yo.
—¿A qué te refieres?
—Pues yo también he pedido aventón. Así conocí La
Paz, Guanajuato, Querétaro y varios más.
— ¿Cómo lo haces? ¿No te da miedo?
—¿Miedo de qué?
—De que te secuestren o te roben.

Le miré a los ojos que eran pequeños diamantes de


miel. Y le expliqué que uno debe ir a tomar ciertos
riesgos. Que los secuestros a los que probablemente
se refería solamente existían en su cabeza y que uno
a final de cuentas atrae lo que es. Me preguntó sobre
qué leía y le dije de todo. Desde los clásicos hasta
uno que otros de esas nuevas filosofías de oriente y
chamanismo mexicano
—¿Qué vas a hacer ahorita?
—Pues no tenía nada planeado después de acabar
mi helado pero tal vez dar un paseo por la
biblioteca que está junto al teatro.
—Hay una galería de pintura a unas calles de aquí
¿Qué te parece si tú me enseñas la biblioteca y yo te
llevo a la exposición?
—Me parece perfecta la idea. Me llamo Damián
Achik.
—Yo Claudia.

Subimos las escaleras del palacio. Hablamos


de los agujeros negros, la relatividad de Einstein, lo
que le sucede a una estrella cuando muere, el hecho
de vivir el presente, la meditación, los estados
profundos de la conciencia sin ser alterada por
drogas.
Yo tenía mi credencial de la biblioteca.
Claudia parecía una chica interesante por las
conclusiones que compartía conmigo. Si le hubiera
dicho que saliéramos de nuevo probablemente no se
negaría pero para sellar la amistad recién nacida pedí
prestado un libro de Borges. Le recomendé leerlo
para que entendiera a manera de metáforas la física
que en sus cuentos desenvuelve la teoría de los
universos paralelos. Acordamos que la siguiente
semana nos veríamos para tener de vuelta el libro.
Escaleras, jardineras, estatuas de no sé qué héroes,
jardineras, calle arriba, puesto de revistas con
lustrador de botas, tienda de conveniencia, oficinas
de correos; por fin llegamos a la galería. Claudia me
pidió acercarme a un cuadro de un una esfera de
cristal que tenía pelotas de diversos colores adentro.
Para mí aquello era una máquina de bolitas de chicle
de esas a las que se les pone un peso y salen por un
mini resbaladero. Para ella era el universo. Nunca
trato de verme interesante, sé conceptos de física, he
leído mucho sobre filosofías orientales y comprendo
mejor la psicología de las personas a través de la
espiritualidad (Nietzsche se inspiraba en Buda, por
ello para conocer mejor hay que ir al origen),
también toco dos instrumentos musicales, hablo más
de tres idiomas y he andado solo con una mochila
por el norte y sur de México. No conozco lo que los
hombres de mi edad saben marcados por el
capitalismo de la ciudad: cosas de los autos, a quién
contrató el equipo de futbol, los chistes virales de un
programa de televisión basura, los chismes
de un grupo de oficinistas que lo mejor que les
puede pasar es el cumpleaños de un compañero para
dejar de trabajar media hora. Pero bueno. Trato de
mantener todas esas cosas para cultivarme y no para
presumir lo que sé. Uno tiene que llegar a sus
propias reflexiones a través de los errores. Podemos
sonar muy bien citando a muchos autores pero lo
que hace trascendentes a nuestras palabras es que
estas hayan sido obtenidas a base de la experiencia.
No quise filosofar mucho sobre el cuadro. Creo que
a estas alturas de nuestra salida improvisada ella
pudo notar que no era ningún tonto. La acompañé a
tomar la ruta 21. Me apuntó su teléfono y su
Facebook en un libro. El camión se venía. Nos
dimos un abrazo. Te veré la otra semana le dije
cuando lo abordó. Me di la media vuelta y avancé en
línea recta para tomar mi ruta. No quería ir a casa así
que mejor decidí recorrer las calles del centro. Tomé
el metrobus para ir hasta El Barco que es uno de mis
bares favoritos. Antes de las seis de la tarde los
tarros de cerveza de un litro cuestan treinta pesos. La
cantidad de cerveza y el calor son ideales para
deshidratarse y llegar al estado de ebriedad un poco
más rápido de lo que tardarías si lo hicieras de
noche. Pedí oscura. Saqué mi teléfono y agregué a
Claudia. Empezó a vibrar. Llegaron un montón de
notificaciones. Mejor otro cigarro.
Creo que también hoy merezco una pizza
con mucho queso parmesano. De nada sirvió el
ejercicio de la mañana. Bueno sí; tal vez no me
hubiese animado a salir. ¿Qué es esto?...mensaje de
Sofía.
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