Ninguna señal de pasos humanos acontecía, estiré las piernas en una banca, luego hice una especie de saludo al cielo que aprendí en las clases de yoga que tomaba cerca del Tec de Monterrey. Di un suspiro, creo que empezó a estorbarme la cabeza, parecía que dentro de ella cargaba un costal de piedras, en el pecho probablemente se clavaban cien dagas y puntas de lanza a la vez, el corazón quería escurrirme. Recordé que correr siempre elevaba mis endorfinas y podía sacarme por intervalos de tiempo de cuadros de tristeza a la que recurría para lamentarme todas las nostalgias por aquellas historias que sólo se quedan en el cajón de libretos de mi memoria. Una gota de agua resbaló por mi mejilla. Quise creer que era parte del rocío. El sabor amargo del recuerdo se me fue disolviendo de los labios. Así me pasé toda la madrugada dando vueltas en círculos a una hora en la que no quería que nadie me viera llorar. Estaba poco a poco convirtiéndome en polvo. Mis pedazos estaban ya tan disueltos en la composición química del olvido que sería difícil que alguien los juntase o al menos pudiese reconocerlos. No tengo en los anaqueles de mis historias datos que registren haberme sentido de una manera muy similar a la de aquella madrugada en la que quise tirarme del segundo piso de la casa para ver si con un duro golpe contra el pavimento podrían marcharse todas las punzadas. Regresé a casa un poco más relajado pero aún traía cuchillos en la garganta. Saqué el ordenador y me puse a escribir. Ya saben, escribir sin sentido, sólo para no quedarme con nada aunque todo lo traía muy enterrado pero me agradaba pensar que los sentimientos pueden volverse barquitos de palabras y perderse en un océano sin escalas con destino en el horizonte de la nada. La verdad era que no quería morir realmente sólo me aquejaba un lamento y un deseo porque todo fuera diferente. Yo no sé porque la extrañaba tanto si no tuvimos besos, caricias, al menos una cita decente en la que ella me dejase acompañarla a su casa. Nada de eso. Todo fue un desastre y no creo que de verdad estuviera en mis manos. Querer tener todo bajo control es frustrante y más cuando se trata de emociones que albergan en el puente de nuestra felicidad. Puse una lista en reproducción de música blues. ¿Se dan cuenta que los negros a pesar de ser oprimidos cantan más canciones alegres que los blancos? Eso lo escuché de un comediante y es verdad. Por ejemplo Bob Marley, Stevie Wonder, Ray Charles. Aquellos tipos eran capaces de burlarse de la desgracia. Yo quería ser como ellos cuando era más joven. Entonces dejé que la música me fuera sanando, busqué poesía. Mmmmm al parecer Alejandra Pizarnik me entendía, Walt Withman me hizo pensar un poco más en mí y lo que merezco. Era hora de cambiar el playlist para poner a José Alfredo Jiménez, ese tipo me hace alegrarme con el dolor, he ahí la trascendencia de la obra del artista. Así es esto: húndete, llora, cáete, de ser posible busca un vaso para derramar tus lágrimas sonrientes tras encontrar la colina de las mejillas y déjalas caer hasta el fondo, cuando el vaso se llene sabrás que ha sido suficiente. No podía quedarme en casa porque iba atentar contra mí mismo. Los pensamientos son cabrones y te pueden tentar a ir a verte al espejo y lamentar con toda la furia de la indiferencia el hecho de haber venido al mundo por eso uno cuanto antes se debe abandonar las cuatro paredes, del hogar, la escuela y trabajo para deshacer esas nubes que se van acumulando en el cerebro. Cuando se trata del corazón nada es más importante que el tiempo. Dicen que el tiempo lo cura todo pero hablando del tiempo ¿Alguien sabe de un remedio más efectivo? Porque al parecer este no me está haciendo efecto. Me dieron las diez de la mañana con la tercera taza de café. Las horas pasan muy rápido cuando uno se sienta delante de un monitor a escribir y leer cosas que le interesan. Tomé una ducha y agarré una camisa de rayas. Recordé que con esa camisa conocí a Juan Cirerol en Guadalajara y me tomé unas cervezas con él en el hostal Avant Garden. Guadalajara me trajo el recuerdo de los tamales del templo Expiatorio, el Expiatorio me evocó los fines de semana en Chapultepec, Chapultepec me transportó a la calle López Cotilla, en esa calle se encontraba un bar con vista a la calle y los martes tenían antes de las cinco la cerveza en dos por uno, la primera vez que tomé esa promoción fue a finales de verano con una morena de pechos pequeños y piernas largas que se llamaba Adriana. Ella tenía un gran aprecio hacía mí. Cuando se la presenté a mis amigos de aquella ciudad ella bondadosamente afirmaba ser mi novia. Cogí algunas monedas que tenía junto a mis libros. Todo lo que no me gasté en cerveza el domingo. Miré la camisa y reí. Es curioso todo lo que una prenda puede provocarnos. Le marqué a la Flaca. —¿Aló Flaca? ¿Qué vas a hacer ahorita? —Estoy cruda. —Está bien. Bye.
La Flaca nunca sale cuando anda cruda. Su
vida como futura rockstar le demanda mucho tiempo con gente que no le interesa conocer según ella. La verdad es que parece no importarle el precio de la fama. Ha ido dejando de ser honesta y se ha vuelto un poco más apática a como la encontré cuando regresé de mi viaje de un año por todo el centro y sur de México. A mi llegada nos juntábamos en su casa o en la mía y comprábamos cerveza, encendíamos algunos cigarros, componíamos canciones en mi cuarto, su sala o la cochera. Yo le enseñé a hacer un blog y ella con el paso de los meses sólo venía a verme cuando estaba aburrida ¿Qué clase de amistad es esa? Tomé la ruta 223 y me bajé en Morelos. Sólo hay tiendas en esta calle ¿Hay algún otro buen espectáculo en esta ciudad que no sea ir a comprar? En la Macroplaza el calor se elevó a los treinta grados y los rayos de sol provocaban una curvatura de ansiedad. Me fumé un cigarro y comí una nieve de limón. He visto algunas chicas lindas pasar pero por ahora no puedo hablar como lo que he venido siendo: un malabarista de la palabra, un despertador de sueños, un pegamento para las almas rotas. Ahora el deshecho era yo ¿De verdad alguien querrá juntarme? Estoy algo cansado de repararme. Debo admitir que necesito un poco de ayuda. Una chica frente al Museo de Historia leía un libro sentada en un escalón. ¿Qué clase de chica sale a las tres de la tarde a leer con el calor del norte? La frecuencia de mi curiosidad aumentó al ver su cabello corto y su mochila de colores hippies. —¿Qué hora traes? — Las tres y cuarto. —¿Qué lees? —Un libro sobre autoestopistas. —¿La gente que pide aventón en las carreteras? —Sí. —Ahhh. Como yo. —¿A qué te refieres? —Pues yo también he pedido aventón. Así conocí La Paz, Guanajuato, Querétaro y varios más. — ¿Cómo lo haces? ¿No te da miedo? —¿Miedo de qué? —De que te secuestren o te roben.
Le miré a los ojos que eran pequeños diamantes de
miel. Y le expliqué que uno debe ir a tomar ciertos riesgos. Que los secuestros a los que probablemente se refería solamente existían en su cabeza y que uno a final de cuentas atrae lo que es. Me preguntó sobre qué leía y le dije de todo. Desde los clásicos hasta uno que otros de esas nuevas filosofías de oriente y chamanismo mexicano —¿Qué vas a hacer ahorita? —Pues no tenía nada planeado después de acabar mi helado pero tal vez dar un paseo por la biblioteca que está junto al teatro. —Hay una galería de pintura a unas calles de aquí ¿Qué te parece si tú me enseñas la biblioteca y yo te llevo a la exposición? —Me parece perfecta la idea. Me llamo Damián Achik. —Yo Claudia.
Subimos las escaleras del palacio. Hablamos
de los agujeros negros, la relatividad de Einstein, lo que le sucede a una estrella cuando muere, el hecho de vivir el presente, la meditación, los estados profundos de la conciencia sin ser alterada por drogas. Yo tenía mi credencial de la biblioteca. Claudia parecía una chica interesante por las conclusiones que compartía conmigo. Si le hubiera dicho que saliéramos de nuevo probablemente no se negaría pero para sellar la amistad recién nacida pedí prestado un libro de Borges. Le recomendé leerlo para que entendiera a manera de metáforas la física que en sus cuentos desenvuelve la teoría de los universos paralelos. Acordamos que la siguiente semana nos veríamos para tener de vuelta el libro. Escaleras, jardineras, estatuas de no sé qué héroes, jardineras, calle arriba, puesto de revistas con lustrador de botas, tienda de conveniencia, oficinas de correos; por fin llegamos a la galería. Claudia me pidió acercarme a un cuadro de un una esfera de cristal que tenía pelotas de diversos colores adentro. Para mí aquello era una máquina de bolitas de chicle de esas a las que se les pone un peso y salen por un mini resbaladero. Para ella era el universo. Nunca trato de verme interesante, sé conceptos de física, he leído mucho sobre filosofías orientales y comprendo mejor la psicología de las personas a través de la espiritualidad (Nietzsche se inspiraba en Buda, por ello para conocer mejor hay que ir al origen), también toco dos instrumentos musicales, hablo más de tres idiomas y he andado solo con una mochila por el norte y sur de México. No conozco lo que los hombres de mi edad saben marcados por el capitalismo de la ciudad: cosas de los autos, a quién contrató el equipo de futbol, los chistes virales de un programa de televisión basura, los chismes de un grupo de oficinistas que lo mejor que les puede pasar es el cumpleaños de un compañero para dejar de trabajar media hora. Pero bueno. Trato de mantener todas esas cosas para cultivarme y no para presumir lo que sé. Uno tiene que llegar a sus propias reflexiones a través de los errores. Podemos sonar muy bien citando a muchos autores pero lo que hace trascendentes a nuestras palabras es que estas hayan sido obtenidas a base de la experiencia. No quise filosofar mucho sobre el cuadro. Creo que a estas alturas de nuestra salida improvisada ella pudo notar que no era ningún tonto. La acompañé a tomar la ruta 21. Me apuntó su teléfono y su Facebook en un libro. El camión se venía. Nos dimos un abrazo. Te veré la otra semana le dije cuando lo abordó. Me di la media vuelta y avancé en línea recta para tomar mi ruta. No quería ir a casa así que mejor decidí recorrer las calles del centro. Tomé el metrobus para ir hasta El Barco que es uno de mis bares favoritos. Antes de las seis de la tarde los tarros de cerveza de un litro cuestan treinta pesos. La cantidad de cerveza y el calor son ideales para deshidratarse y llegar al estado de ebriedad un poco más rápido de lo que tardarías si lo hicieras de noche. Pedí oscura. Saqué mi teléfono y agregué a Claudia. Empezó a vibrar. Llegaron un montón de notificaciones. Mejor otro cigarro. Creo que también hoy merezco una pizza con mucho queso parmesano. De nada sirvió el ejercicio de la mañana. Bueno sí; tal vez no me hubiese animado a salir. ¿Qué es esto?...mensaje de Sofía. Usa el código BONITA y te regalamos 20% de descuento en este libro. www.quetzalnoah.com