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Investigación desarrollada como trabajo de grado en sociología (Oralidad y género. Relatos de El
Valle, Chocó, Universidad del Valle, 2000). El trabajo de campo se realizó entre septiembre y
diciembre de 1999, participando activamente en eventos, tanto públicos (fiestas, celebraciones,
ceremonias y encuentros cotidianos), como privados (la hora de los alimentos, las reuniones
familiares después de la jornada laboral, las pequeñas discusiones alrededor de una taza de café, etc),
en los que se manifiesta el sentido colectivo del grupo, las relaciones de género y las formas
aceptadas de ser hombre o mujer. Mis observaciones se focalizaron en dos grupos familiares, así
como en la exploración de las imágenes y las representaciones de género en el poblado. Agradezco la
colaboración prestada por todos los habitantes de El Valle.
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semanas participando activamente de una labor casi exclusivamente asignada a la
mujer. La información se recogió de forma discreta: en ningún momento las mujeres
supieron de mis intenciones de investigación en el lugar, pues para ellas se trataba
simplemente de la presencia de un paisa que lavaba su ropa en la quebrada. Esto
facilitaba el acercamiento al grupo de mujeres y alejaba un poco los temores que
conlleva el saberse objeto de estudio, a la vez que permitía tejer unas relaciones
personales menos jerarquizadas y mucho más abiertas.
No obstante, mi condición de varón y extraño al lugar implicaban de por sí
un obstáculo que de alguna forma marcaba limites que deben tenerse en cuenta al
momento del análisis de la información. Pero esta misma condición, a su vez,
aportaba elementos claves en la exploración de dicho espacio: el saberlo foráneo y
con pocos conocidos en el pueblo ponía a las mujeres en una situación particular que
facilitaba la exploración de temas que difícilmente ellas tocarían en presencia de los
hombres del lugar. Inmediatamente después de cada visita a La Batea anotaba en el
diario de campo las observaciones, los eventos y las inquietudes creadas en el lugar.
Así, se fue teniendo una base de datos suficientes para la interpretación y posterior
elaboración de un texto definitivo.
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convierte en un deber ser (Bourdieu, 1985). Es cierto que vivimos en el mundo del
sentido común, como también lo es que estamos equipados con cuerpos específicos
de conocimiento para interpretarlo, lo que en palabras de E. Cassirer corresponde a
la pregnancia simbólica, refiriéndose a la incapacidad que condena al pensamiento
al no poder intuir algo sin dejar de relacionarlo con uno o muchos sentidos. Por
tanto, el pensamiento estará condicionado por un tráfico de símbolos que permiten al
individuo y a los grupos orientarse en un mundo que de otra forma correspondería a
un oscuro laberinto. El lenguaje construye enormes edificios de representación
simbólica que parecen dominar la realidad de la vida cotidiana como gigantescas
presencias de otro mundo (Berger y Luckman, 1978: 59).
Lo que se expresa en el habla deriva de una estructura previa, construida en
forma acumulativa de experiencia y significados, a la que recurrimos cada vez que
nos relacionamos con nuestro entorno. Cuando se hace un enunciado, se hace una
declaración universal de cómo es o cómo funciona el mundo. Esta declaración es
tanto subjetiva, en la medida en que es elaborada por el individuo interiormente,
como objetiva, en el sentido de compartir con otros vastas estructuras mentales. Este
universo simbólico puede ser concebido como la matriz de todos los significados
objetivados socialmente y subjetivamente reales; se aprende como verdad objetiva y
se internaliza como verdad subjetiva. Es este el proceso de cristalización de los
universos simbólicos que proponen algunos teóricos.
El papel del lenguaje en los procesos de socialización y en las dinámicas
socioculturales ocupa singular importancia cuando proyecta a los individuos, a lo
largo de su ciclo de vida, a definir y consolidar su papel en el ámbito social (Juliano,
1992). Los patrones culturales que rigen las conductas y comportamientos se
expresan en los sentidos simbólicos del lenguaje, que a su vez promueven una
identificación con aquellas representaciones compartidas por el grupo. La condición
de género, definida de la manera más simple como la forma aceptada de ser hombre
o mujer en un grupo o sociedad cualquiera, hace parte de la forma objetiva de
nuestra percepción de lo social e involucra una serie de juicios categóricos que le
dan el sentido y la apariencia real. Estos juicios categóricos se manifiestan a título
de intercambios entre los individuos ligados por el lenguaje proponiendo, así, un
deber ser de género.
Nuestra pretensión de certeza apunta a creer que el orden social debe en parte
su permanencia a la imposición de esquemas de clasificación que, junto a las
clasificaciones objetivas, producen una forma de reconocimiento de ese orden y son
elaborados al interior de los grupos conforme a la distribución de los recursos y al
acceso a los mismos por parte de los individuos, en este caso de hombres y mujeres.
El Valle, Chocó
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(Urabá, Zona Centro, San Juan y Subregión del Pacífico), el corregimiento
de El Valle, con su cabecera municipal (Bahía Solano), se encuentra ubicado dentro
de la Subregión del Pacífico que, a su vez, está separada del resto del Departamento
por la Serranía del Baudó. De ésta Subregión hacen parte, además, los municipios de
Juradó, Nuquí, Alto Baudó y Bajo Baudó.
El Valle se encuentra ubicado en la zona centro-norte del litoral chocoano, a
diecisiete kilómetros por vía terrestre de la cabecera municipal, justo en la
desembocadura del río Valle. Es un territorio de selva tropical con lluvias durante la
mayor parte del año ±con precipitaciones de unos 5000 ml. anuales±; esta
característica depende del régimen climático que le impone la cuenca del Pacífico a
todo el Andén y que es más riguroso hacia la parte norte del Litoral. Su superficie
corresponde a tierras bajas y planas que facilitan la formación de grandes
extensiones de playa: de la desembocadura del río Valle hacia el sur se encuentra la
Playa Cuevitas, con una extensión aproximada de 8 kilómetros; hacia el norte está la
Playa de El Almejal, zona exclusivamente hotelera.
J. Aprile-Gniset (1992) distingue tres corrientes históricas de poblamiento de
la zona: una primera aborigen; una segunda, a comienzos del siglo XX, embera-
negra; y una tercera impulsada por el Estado entre los años veinte y cuarenta, por
medio de la llamada Colonia Agrícola de Ciudad Mutis.
Según el censo de Salud de 1999, la población de El Valle asciende a 3097,
teniendo en cuenta a los habitantes del pueblo, del río y de la comunidad embera.
Otro censo de población realizado por la división de Enfermedades Vectoriales del
Chocó, estima su población en 2450 los residentes en el casco urbano. La mayoría
corresponde a habitantes negros y tan sólo un 5% a blancos o mestizos, en su
mayoría provenientes de Antioquia y del Viejo Caldas.
Predomina la economía primaria en la región: son importantes la pesca, el
cultivo de arroz, plátano, coco, borojó y achín. La pesca se realiza de manera
artesanal, básicamente de peces de carne blanca, jaibas y churulejas; junto a unos
pocos cultivos de pancoger, sirven como base de subsistencia de las unidades
domésticas. Se salen de este patrón los comerciantes, hoteleros y maestros.
El mercado está ligado principalmente al municipio de Buenaventura y, en
menor medida, al puerto de Jaqué y a algunas zonas del interior. Por otra parte, el
turismo se constituye en una actividad que podría producir mayores excedentes
financieros a la población, pero que tan sólo ofrece unos pocos puestos laborales
temporales y mal pagos.
La calidad de vida de los habitantes puede tener como mejor expresión el
índice de necesidades básicas insatisfechas: aunque no existe medida precisa para El
Valle, se sitúa en Bahía Solano, la cabecera municipal, alrededor de un 70%. El
pueblo en general presenta precarias condiciones a nivel de servicios básicos. Si
bien la situación educativa en el pueblo presenta índices favorables en cuanto a
planteles y posibilidades de acceso, la infraestructura locativa y de dotación es
deficiente, pues el Municipio carece de recursos financieros para el funcionamiento
de este sector.
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Los espacios femeninos: el caso de La Batea
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Cuando a las mujeres se les indica como su lugar natural el hogar y se les
induce en el aprendizaje de las labores domésticas como su fin, se les trata de excluir
del debate público. Así, las mujeres se ven compelidas por presiones formales e
informales a interiorizar estas pautas y ajustar sus elecciones y conductas a estas
expectativas, que se tiende a considerar que forman parte de su vocación natural.
Pero aún cuando las mujeres aparentan asumir sus responsabilidades bajo el modelo
impuesto o aceptado, de manera subrepticia en ocasiones, o abiertamente en otras, se
establecen canales de comunicación que escapan en alguna medida al control
masculino y que proponen una reelaboración de modelos y una construcción de
redes que intentan afrontar la desvalorización de la mujer como grupo, al igual que a
aumentar los niveles de autoestima, autonomía y solidaridad entre pares (Juliano,
1992: 21-22).
Cuando hablamos de espacios femeninos nos referimos a todos esos lugares
asignados y constituidos para o por las mujeres. Si bien es cierto que el hogar es
considerado el principal lugar de asignación femenina, existen otros espacios que, ya
sea por motivos prácticos o tradicionales, terminan siendo también propios de las
mujeres. Es el caso de La Batea, una quebrada a escasos metros del poblado donde
las mujeres acuden para lavar, ya sea las prendas de su familia o las de otras
personas por encargo. El lavar en quebradas no es un hecho exclusivo de El Valle,
de ahí parte el interés por escudriñar de alguna forma dicho entorno.
El nombre mismo puede dar para un primer intento de análisis, en tanto que
el significado de dicha palabra es posible vincularlo a las formas artesanales de
H[WUDHUHORURGHORVUtRVGHO3DFtILFRHQORTXHVHOODPyHOµPD]DPRUUHR¶0RVTXHUD
HQHOTXHODPXMHUKDMXJDGRXQSDSHOSUHSRQGHUDQWH3RURWUDSDUWHµEDWHD¶
en su acepción más amplia, tiene en América latina el significadR GH µDUWHVD SDUD
ODYDU¶\HOODYDUHVXQDFXHVWLyQTXHVHLQGXFHFRPRSUHGRPLQDQWHPHQWHIHPHQLQD
Estamos hablando entonces de un espacio de connotaciones femeninas tanto en su
entorno simbólico como en la apropiación material. La Batea es sinónimo de
mujeres reunidas ejecutando la labor para la que han sido educadas. Muy pocas son
las mujeres en El Valle que nunca han ido a lavar a ella. La verdad, no supe de
alguna.
Todos los días se ven pasar mujeres con baldes sobre sus cabezas rumbo a la
quebrada. La mayoría de las veces van acompañadas por sus hijas o, las menores,
por sus hermanas o hermanos. El lugar hasta donde deben llegar queda sobre la
carretera que lleva a Bahía Solano, en un sitio donde se cruza con la quebrada,
distante unos quinientos metros de la última vivienda del pueblo y en zona de ladera.
Desde ese lugar se aprecian los techos de las casas del poblado, además de una
perfecta panorámica del río Valle y de la Serranía del Baudó en el horizonte.
La Batea se convirtió, desde mis primeras incursiones en el pueblo, en un
espacio-dilema por resolver. Más aun cuando era consciente de las limitaciones del
estudio etnográfico en el lugar. Mi condición de extraño en el pueblo y
principalmente mi condición de hombre marcaban demasiadas distancias y, de
cualquier forma, los datos allí obtenidos deberían ser evaluados bajo el contexto en que se
lograran.Talvez el resultado de lo que se presentará en las páginas siguientes no sea más que
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las conclusiones extraídas de un pequeño laboratorio o de las vivencias de un paisa
en La Batea. Debo confesar que mis primeras incursiones a la quebrada no colmaron
las expectativas. Poco faltó para que abandonara el intento, pero después de la cuarta
visita empecé a notar cierta distensión entre el grupo de mujeres. Mis visitas se
realizaban generalmente dos veces por semana cuando el tiempo era favorable. En
El Valle, como en casi todo el litoral, las lluvias son generalizadas y en época de
invierno pueden pasar semanas enteras sin que dejen de caer. Las lavanderas
aprovechan los días soleados para asistir en masa a la quebrada e, igualmente, yo
alistaba mis útiles de lavar y salía rumbo a ella. Las primeras ocasiones cuando
pasaba por las calles del pueblo con la tabla de lavar, que se convertía a la vez en
señal inequívoca de mis intenciones, sentía las miradas del pueblo sobre mis
espaldas. Algo así como el loco que camina desnudo por nuestros centros urbanos
bajo la mirada atónita de unos moradores que lo señalan como uno más de los
desadaptados sociales o se ríen de la capacidad de ese individuo para evadir las
normas de comportamiento y para asumir un papel que no es compatible con los
modelos establecidos. En gran parte el recelo venía de los ojos de los hombres. Estos
se mostraban pávidos frente a mi comportamiento. Una vez un hombre, con el cual
tenía cierta confianza, me sugirió que mandara a lavar la ropa con alguna mujer:
Ellas cobran barato, me dijo. Al expresarle el deseo de realizar por mis propios
medios dicha labor, me ofreció a una de sus hijas para realizarla sin ningún costo.
Después de mucho insistir y ante mi negativa, el hombre desistió de su propuesta
pero sin llegar al convencimiento de mi posición: no le dé pena. Yo no espero nada
a cambio por eso, me repetía. De igual forma, no fueron pocas las ocasiones en la
quebrada en que las mujeres se ofrecían voluntariamente a lavar mis prendas. Mi
respuesta siempre fue la misma.
Después de algunas visitas y luego de romper el hielo con algunas de las
lavanderas, las cosas se daban de una manera aparentemente mucho más natural y
espontánea. Aunque sería difícil imaginar lo que conversaban en mi ausencia, cada
vez más mi presencia se manifestaba como natural y las mujeres comenzaban a
comunicarse entre ellas y conmigo de una manera, al parecer, mucho más
espontánea. No cabe duda que si quien escribe estas líneas hubiese sido mujer,
tendría una mayor cantidad y, tal vez, una mejor calidad en las observaciones. No
obstante, mi condición de hombre y extraño a la comunidad me proporcionaba datos
que igualmente no se hubieran dado en otras condiciones. El saberse ajeno al grupo
puede significar un vínculo, extraño por demás, que facilite la conversación sobre
temas que sería difícil tocar frente a otros miembros de la comunidad. De algún
modo se está hablando con o frente a una persona que conoce poco a los habitantes
del pueblo y tiene allí pocos amigos.
Así, en una de mis primeras visitas a la quebrada, mientras lavaba en
compañía de tres mujeres, intenté compartir mi preocupación por la forma en que
me miraba la gente:
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A: No le de pena, que esos ni siquiera son capaces de lavarse un cagado.
B: ¡No señor! Usted les está es dando ejemplo a ellos.
A: Es que ellos creen que tienen es esclavas. ¡No...!
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tapujos; el volumen de las voces es, por lo general, superlativo y animado. Creo que
la mujer negra de El Valle no corresponde a un grupo mudo, castrado en su
verbosidad o inducidas al silencio, diferencia crasa con lo observado entre la mujer
Embera (indígenas que habitan la zona alta del río Valle y sus afluentes y que
mantienen contactos estrechos con El Valle).
Aunque puede asumirse un papel subordinado de la mujer, La Batea, como
espacio de apropiación de las mujeres, genera formas de hacerle frente. A
continuación tenemos la conversación de dos mujeres, una joven (20 años) y otra en
plena madurez (42 años):
A: El día que me meta aunque sea un puño, se las tiene que ver. Porque yo sí
le doy.
B: Es que aVt WLHQH TXH VHU <R Vt OHV GLJR D PLV KLMDV µVL OHV SHJDQ
£SHJXHQ¶
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A: Mi marido me pegaba mucho hasta que hace como cuatro años lo
denuncié cuando me pegó un puño en una teta.
B: ¡Eso como duele!
A: Eso me la puso morada. Entonces lo llevé a la Comisaría y al Juzgado
FRQ HO )LVFDO \ KDVWD SD¶O SXWDV < OH GLMHURQ TXH OD SUy[LPD YH] TXH PH KLFLHUD
aunque [fuera] un moradito, lo iban a condenar. Desde ahí, se emberraca y jode y
corcovea pero no me toca un pelo.
B: Eso a veces no les vale y antes le dan más duro por aventarlos.
A: Es que yo ya le he dicho que el día que me pegue, aunque [sea] su
garrotazo se lo pego.
El recurso legal empieza a tomar forma en la medida en que éste opere de
manera real y se articule en el grupo a partir de su conocimiento, no solamente para
las mujeres sino para toda la comunidad. Muchas mujeres se mantienen reacias a
denunciar los atropellos de los que son víctimas por temor a represalias de sus
cónyuges. Éste temor no es infundado. Son muchas las ocasiones en que esto sucede
como forma de acallar los reclamos femeninos.
Los temas de conversación en La Batea no se reducen a los hombres ni a la
posición como grupo subalterno en búsqueda de reivindicaciones. Como dije, no se
trata de un fortín insurgente ni de un grupo de mujeres con una posición política
decididamente marcada. Se trata de la reconstrucción del mundo individual y
colectivo a partir de la confrontación de imágenes a través del lenguaje y la
convivencia. Igual se puede hablar de la vecina como de la novela que se transmite a
las ocho; se puede ir de temas vacuos a los asuntos de interés nacional o
simplemente se cumplen los oficios en silencio: a menudo todo se circunscribe al
sordo silencio del correr de las aguas y a la fricción de los cepillos sobre las prendas.
Las lavanderas de la quebrada redefinen los modelos de mujer a partir de sus
múltiples experiencias e ideales. La intimidad se hace explícita y se edifica desde lo
colectivo. Las mujeres conversan de la moda, las tallas del calzón, de sus
preferencias sexuales, de sus sueños, de sus hijos y de sus preocupaciones. Son los
hijos una gran preocupación para las madres. Mostraremos algunos ejemplos que
identifican de algún modo las imágenes femeninas con respecto a la reproducción y
a la educación de los hijos. La siguiente conversación se da entre la madre (de 43
años), la hija (14 años) y tres mujeres más:
M adre: Esta muchacha es tan encabildada que no le lava la ropa a su
hermano.
Hija: A Gustavo yo no le lavo la ropa, así esté entre cuatro velas. A mi papá
porque me mantiene.
M ujer A: Es que a ellos [a los hijos] también hay que enseñarlos a lavar sus
chiros.
M adre: Yo no sé, pero ésta muchacha va a sufrir.
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temor que puede sentir la madre al considerar que su hija no desea cumplir
con lo que ella considera sus responsabilidades, lo cual le podría acarrear futuros
problemas. Pero el futuro que ella concibe se limita a las funciones como ama de
casa. Es posible que la madre esperara otra respuesta de las mujeres a las que
comentaba la conducta de su hija. Quizás una reprimenda colectiva o cuando menos
un consejo que intentara disuadirla de su rebeldía. Pero lo que encontró fue apoyo al
comportamiento de la muchacha por parte de la vecina y, además, una puya sobre la
forma en que debe educar a sus hijos varones. Al final, el silencio de la muchacha
tras la última sentencia de su madre pone de manifiesto la contradicción entre su
deber ser y los posibles futuros de su destino.
Algunos estudios han identificado el papel de la mujer del Pacífico como
sinónimo de reproducción y se ha vinculado su estatus a la maternidad (Tenorio
1993: 72). Sin embargo, leamos la conversación de tres mujeres en La Batea: una de
ellas, de 36 años y con seis hijos (A), cuenta su experiencia cuando fue operada por
una brigada de salud, junto con otras 34 mujeres, para que no tuviera más hijos; una
mujer joven con dos hijos (B) y otra mujer (C):
A: /DVPXMHUHVVRPRVEREDV1RVGHMDPRVOOHQDUGHKLMRVSD¶WHQHUQRVDKt
B: Yo por mí hubiera tenido medio. Con estos dos estoy que no puedo.
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Por otra parte, si algunas mujeres se resisten al uso de métodos que eviten la
concepción, esto obedece tanto a un temor ante lo desconocido, producto de una
desinformación, como a la tradicional forma de ver los hijos como a un soporte de la
vejez y como fuerza de trabajo para la familia, además de convertirse en el medio
mediante el cual se alcanzan estados de adultez.
Actualmente, el tener muchos hijos en El Valle significa una carga antes que
una ayuda, dadas las nuevas necesidades creadas al interior de la población, que
conllevan gastos de manutención en el campo de la salud, la educación, el vestuario
y el aseo personal, y otros como el servicio de energía eléctrica. Todos ellos eran
asuntos que antes no preocupaban y para lo cual se requiere hoy de excedentes
monetarios bastante escaso por demás en la zona.
Las contraposiciones culturales se mantienen en constante pugna por la
legitimidad en todos los ámbitos sociales. Así como sucede en La Batea, es de
esperarse también en otros espacios, tengan estos alguna asignación de género
específica o sean compartidos. Los bares, las cantinas, los billares para los hombres,
y el espacio doméstico, la tienda, la quebrada o la Iglesia para las mujeres, se
convierten en lugares donde a partir de la interacción se adecuan conductas y
comportamientos.
Como pudimos observar en las historias de vida recogidas en el trabajo, las
responsabilidades de una madre con su hija no terminan con la educación y la
crianza. Estas se complementan con la vigilancia y control de su sexualidad. Por lo
general, las mujeres con hijas adolescentes se hacen acompañar por ellas a La Batea.
Allí no solamente se encargan de adiestrarlas en un oficio básico, sino que tienen la
oportunidad de mantenerlas bajo constante control. Por ejemplo, cuando la hija de
una de las lavanderas se alejaba por entre la maleza la mamá le da un primer aviso:
M adre: ¡Vení negra!, que lo que vos andás buscando es que te preñen. Vos
sabés cómo está la situación.
Otra mujer: ¿Qué se va a ir a hacer por allá? A buscar lo que no se le ha
perdido.
La madre, al ver que la muchacha no hace caso, le lanza una sentencia y una
orden:
M adre: £1HJUD $FRUGDWH GH 3HGUR $QLPDO ¢6DEpV TXp" $QGDWH SD¶ OD
casa y no me ayudés a lavar. ¡Andate, andate!
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procedencia de la misma. Es posible que se trate de alguna estrategia de las
madres para sembrar el temor en sus hijas, así como puede ser que se trate de alguna
versión masculina para explicar los estados de preñez espontanea, algo así como el
espíritu santo del monte.
Las circunstancias a las que se ven sometidas las adolescentes se ve reflejada
en el siguiente par de observaciones. En la primera, un par de jóvenes (12 y 14 años)
conversan con una mujer:
Otro par de adolescentes (12 y 15 años) hablan en voz baja mientras lavan a
pocos metros de mi posición:
A: Sí. Él vivió allá cuando se junto con la negra María. Ésta que estuvo un
tiempo en Cali donde la hermana del viejo Pacho, el de la tienda... ésta muchacha
María, sobrina de mi compadre Estanislao.
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B: ¡Ah, ya! Yo estaba creyendo que era Roberto. Que también se fue hace un
WLHPSRSD¶&DOL[Nombres modificados]
Consideraciones finales
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la dinámica cultural que opera al interior de un grupo de mujeres lavanderas,
así como la singular importancia del lenguaje en dichos procesos.
Si en primera instancia habíamos definido La Batea como sinónimo de
mujeres reunidas ejecutando la labor para la que han sido educadas, no estábamos
faltando a la verdad. Pero sí nos encontrábamos aún distantes de todo su complejo
significado. Efectivamente, allí se cumple con un oficio tradicionalmente asignado a
la mujer, pero además se presenta como una oportunidad para compartir, en
términos materiales y simbólicos, con otros individuos afines. Las mujeres que lavan
en la quebrada establecen redes solidarias de comunicación no sólo cuando se
comparte un jabón, un balde o cuando se lava la ropa de la vecina enferma, sino
también cuando se reconstruyen las imágenes de ellas como grupo y de su
colectividad.
Además, en La Batea las mujeres tienen la oportunidad de reunirse sin temor
a ser tachadas de corrincheras o desocupadas, como se les designa cuando se
detienen a conversar un momento en alguna esquina. Es pues el lugar perfecto para
cumplir sus obligaciones al tiempo que se hace vida social. Siempre que pregunté
por qué gustaban de ir a lavar a la quebrada, las respuestas estuvieron inclinadas a
apreciaciones lúdicas y de solidaridad: porque me siento acompañada, aquí me
distraigo, se charla mientras uno va lavando o, simplemente, porque se tiene otro
ambiente.
Finalmente, en La Batea se redefinen los modelos socialmente asignados en
lo que corresponde al deber ser de la mujer, se hace una apropiación de las formas
legales que cobijan las relaciones de género a partir de su conocimiento y
divulgación, se estimula la autoestima individual y del grupo, se construye un
espacio y se instituye como propio de la mujer, a la vez que se deposita el germen de
la insubordinación. Todo lo anterior se presenta bajo la forma de un permanente
debate que, sin establecer rupturas, propicia nuevas formas de mirarse y de
reconocerse.
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