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La cultura popular y el arte tradicional como forma de lenguaje

Los seres humanos somos seres simbólicos. A través de la adquisición del lenguaje nos

insertamos en la esfera de lo social. En casi todas las culturas humanas, la palabra es el sostén del

lenguaje. Así, comenzamos a compartir la palabra y en ella nos reconocemos, nos identificamos.

Comprendemos que nos sirve, primero, para comunicar necesidades básicas, pero no tardamos

nada en encontrar funciones de otro orden, como el entretenimiento, el ocio, que no es más que

otra forma de identificarse, de crear identidad (ya sea unitaria o fragmentaria). Así, cuando los

abuelos narran cómo un día cualquiera, del año tal, pelearon en el cerro con el diablo y lo

derrotaron, el goce nace de una apropiación que se transformará en un rasgo identitario que

permanecerá, ya sea de forma manifiesta o latente, dándonos un sentido.

Desde los comienzos de la filosofía como estadio epistemológico, se ha puesto en la mira y

se ha reconocido al lenguaje como algo esencial en la confirmación del sujeto. No importa el

paradigma filosófico, el lenguaje tiene su lugar inalterable. Pero no solo la filosofía ha

cuestionado y visibilizado su existencia, otros tipos de conocimientos reconocen su lugar dentro

la vida del ser: la magia, la religión, la ciencia. Asimismo, la vitalidad de este radica en su

carácter mutable. Aunque la mutabilidad sea lenta, existe en distintos niveles. El lenguaje sirve

para la subsistencia física del sujeto, pero también para algo más, la confirmación de su

existencia. Durante los conflictos bélicos de occidente en el siglo XX, la filosofía del lenguaje

buscó llenar el vacío que la guerra había insertado en el ser. Es así que Heidegger plantea el

concepto de dasein, aquel que tiene la capacidad de cuestionar su existencia a través del lenguaje

y confirmar y conformar su identidad por medio de él. En el caso del objeto principal de esta

investigación, no es que se pretenda occidentalizar los procesos culturales hispanoamericanos, en

este caso la música sierreña mexicana como forma de lenguaje y expresión de lo que se denomina

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dasein, sin embargo, estas herramientas teóricas auxilian a comprender su esencia a través del

diálogo cultural, teniendo siempre conciencia de la alteridad. También en la filosofía, la

hermenéutica analógica funciona para los estudios interculturales, pues permite comprender la

diversidad sin tener que dejar de lado lo que de individuales y subjetivos tenemos como cultura: 

la analogía (que está actuante en el seno de la misma frónesis) ayuda a interpretar los fenómenos
culturales y a realizar el diálogo intercultural. Comprende el multiculturalismo y lleva a cabo la
interculturalidad, pues enseña a traducir sin plena adecuación (univocidad), pero también sin
completa inadecuación (equivocidad), sino con la suficiente comprensión como para poder
interactuar con la otra cultura. Eso le da una aplicación interesante en el ámbito de los estudios
culturales (Beuchot, 54)

La lengua, como uno de los lenguajes más importantes de la humanidad, ha servido como pilar

para las diferentes culturas. Los cambios formales son más visibles que algunos otros, por su

carácter de prevalecer a través del tiempo por distintos medios. La palabra ha sido oración,

invocación. La palabra desde un enfoque lacaniano nos inserta en lo simbólico, que tiene una

carga colectiva: unidad entre los sujetos y prisión a esa unidad. Así, la música sierreña a través de

sus narrativas nos dirige a esa identidad colectiva de la que somos parte por medio de la palabra

que la configura. De la imagen de Laurita Garza y Santos Valdés se nos refleja y desprende algo

de lo que somos en conjunto. 

El arte como manifestación cultural es un concepto que augura una problemática a la hora

de su delimitación. Podemos definirlo como la expresión estética de ciertas prácticas del ser

humano. La literatura propiamente es arte, por ejemplo. Sin embargo, nace la pregunta ahora,

¿qué es lo estético? Esta respuesta obedecerá, sin duda, al contexto en el que se conteste. Así,

pensaremos en una estética hegemónica, una occidental, otra tradicional, nuestra propia

concepción de ello y así sucesivamente. Aparecen así conceptos como “lo bello”, “lo feo”, “lo

desautomatizante”, “lo sublime”, et. al. Así la conclusión última y más cierta es que el arte se

transforma, como nosotros y nosotras en el transcurso del tiempo. Sin embargo, en algunas

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ocasiones nos damos cuenta que a veces también algo permanece, o que sentimos que tenemos la

misión de hacer que permanezca. Pensemos en el arte tradicional.

Aurelio González, al hablar sobre el arte tradicional en México, explica que este radica

justamente en la apropiación de una comunidad, para ello explica los procesos de surgimiento de

la manifestación estética. En su caso, más específicamente el arte de la palabra. Una historia nace

porque alguien la crea, un autor o autora. Esta historia logrará estar a la altura o no de su época y

de eso depende su reproducción. Si, por ejemplo, la crítica de su época o de cualquier otra

distinta a la suya la acoge positivamente, podrá incorporarse a un canon. Pero si esta historia no

solo se sostiene en la crítica sino también en la memoria de una comunidad, esta obra pasará a ser

de dominio cultural, en donde se le puede definir como arte popular o arte tradicional. En el arte

popular el autor o autora sigue teniendo un poco de dominio sobre su obra, pero el arte

tradicional se apropia de la obra para la identidad de toda una colectividad. La creación oral es un

ejemplo:

La creación artística o la obra literaria de tradición oral no se pueden concebir como tales en el
momento de su creación, sea quien sea su autor, tal como sucede en otros tipos de creación, sino en
el momento en que, por estar acordes con una estética colectiva, la comunidad las acepta y las hace
vivir a través de todas y cada una de sus distintas objetivaciones o realizaciones individuales, que
son variables, pues se refuncionalizan para expresar la identidad y los valores de esa comunidad en
los distintos momentos de su devenir histórico y así perduran y se convierten en señas de identidad
de la comunidad (González, 12).
Por mencionar un caso, relacionado con el género regional mexicano, pensemos en “La boda del

Huitlacoche” interpretada por Carín León en el 2020, la cual ha tenido una importante

aceptación. La canción tiene como origen la canción homónima de los años 50 del compositor

Miguel Muñoz. Benito Rodríguez la toma como motivo, como antes lo hicieron otros. Aunque en

este caso, los nombres de los compositores permanecen, hay en esta letra jocosa un ansia de arte

tradicional que es probable perdure con los años con variantes y sin ellas como ha sucedido estos

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últimos años: ¿huitlacoche o cuitlacoche?, ¿hongo o ave? Sea uno u otro, una comunidad se

reconoce y adopta esta letra y melodía. En el género regional, ocurre esto en miles de

composiciones.

Pensando en otro ejemplo, las composiciones de Juan Gabriel encarnan el concepto de “arte

popular”, puesto que la autoría que ejerce el divo de Juárez nos hace reconocer su obra y saber

que pertenece a su creación, respetando la letra a través de los años y reconociendo que viene de

esa voz. No pasa lo mismo con otras composiciones en donde las personas no identifican de qué

pluma provienen las palabras de una melodía que todos cantamos y nos apropiamos, como el

ejemplo anterior, en el que con el transcurso de los años se transforma. Retomemos estas palabras

citadas por González de Menéndez Pidal sobre la composición popular y relacionemos el caso de

Juan Gabriel:

Toda obra que tiene méritos especiales para agradar a todos en general, para ser repetida
mucho y perdurar en el gusto público bastante tiempo […] El pueblo escucha o repite estas
poesías sin alterarlas o rehacerlas; tiene conciencia de que son obra ajena, y como ajena hay
que respetarla al repetirla (apud González, 77).
Y, de forma distinta, respecto a la composición tradicional afirma:

que se rehace en cada repetición, que se refunde en cada una de sus variantes, las cuales
viven y se propagan en ondas de carácter colectivo, a través de un grupo humano […] bien
distinta de la otra meramente popular. La esencia de lo tradicional está, pues, más allá de la
mera recepción o aceptación de una poesía por el pueblo […]; está en la reelaboración de la
poesía por medio de las variantes (apud González, 77).

Este concepto del arte tradicional nos hace retomar lo que anteriormente mencionaba: la

importancia y evolución del lenguaje y la lengua. El arte tradicional es la palabra que evoluciona

en pro de la identidad de una comunidad a través de los años y los kilómetros. Así, no resulta

extraño la influencia que tuvieron en Hispanoamérica algunas composiciones de la península

ibérica como canciones, historias, leyendas, etc.

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El arte tradicional también se manifiesta a través de la fiesta y el convivio. La música,

vinculada principalmente con la palabra, sirve como estadio para la configuración de la identidad

de las culturas y del individuo en relación con estas. Así, los cambios formales y de temas dentro

de la música se sostienen en los mismos cambios contextuales (geográficos, económicos,

históricos, sociales). En el caso de América Latina, el sincretismo cultural sirve como estructura

principal para el desarrollo de las diferentes manifestaciones tradicionales de la música. Desde la

resistencia de los pueblos originarios a la pérdida de sus raíces hasta la emulación de tradiciones

completamente europeas.

Pedro Gilberto Pacheco López identifica a la música como fuente de memoria e identidad,

construyendo lo que denomina como lugares musicales. Así, la permanencia de distintos géneros

a lo largo de los años, a pesar de los cambios paradigmáticos, ideológicos y económicos, obedece

a estas dos características: el corrido como medio de expresión ha sido tomado como espacio de

contraconquista.

El arte desde una visión tradicional, se ha estudiado identificando como categoría el espacio

geográfico en el que se desarrolla, así ese punto como referencia permite visualizar procesos de

migración y evolución formal de las distintas manifestaciones a través de cartografías u otras

metodologías. En el caso de México, la música sierreña surge como la identificación de un

género que se desarrolla en estas zonas geográficas del norte de México principalmente,

caracterizada por el uso del requinto, que también se transformará de agrupación en agrupación.

Esta ambivalencia del género, obedece a la cuestión anti descriptivista del signo, siguiendo a

Althusser, en el que la esencia no radica en un significado preestablecido sino en la esencia del

significante y la resignificación de este para la construcción de la identidad. Aunque resulta

antitético relacionar el concepto de anti descriptivismo con el de tradición, para la subsistencia de

esta, es más que necesario, de una forma compleja. Sin esta resignación las tradiciones estarían
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condenadas a una extinción sin tregua. Las narrativas que aparecen para contar los cambios

algunas veces lentos (otras violentos) pero constantes obedecen a la mirada subjetiva, pensando a

esta desde el individuo y la colectividad, así como la relación del individuo dentro de la

colectividad y la colectividad confrontada al individuo. Es así que conflictos, protagonismos y

antagonismos comienzan a aparecer.

El género sierreño, que tiene origen en la sierra del norte de nuestro país como su mismo

nombre lo dice, encarna un espacio propicio para el nacimiento y la refundición del arte

tradicional. Canciones que se transmutan, instrumentos híbridos, de aquí, allá, intercambio

cultural, mestizaje, son solo un poco de lo que coexiste en lo que se conoce como uno de los

subgéneros más importantes de nuestro país. Y al igual que todo fenómeno cultural se enriquece

y se siente amenazado por cambios como la migración, los cambios de paradigmas económicos,

sociales, políticos. Y, sin embargo, sobrevive a través de los años, dando identidad a personas de

distintos tiempos y latitudes.

La música sierreña como parte del arte tradicional

En los últimos años, en México, la música que nace en el norte ha adquirido una popularidad

importante. El concepto del género regional mexicano pasó de denominar todas las expresiones

musicales de las diferentes regiones de nuestro país a solamente aquellas que tienen origen

principalmente en el norte: Sonora, Baja California, Chihuahua, Nuevo León, Coahuila, etc.

Dentro de este género se proliferan los subgéneros como la música norteña, la banda, el sierreño,

etc. En el caso de este último, su nombre cobra significado por las zonas geográficas en el que

aparece, las sierras de los estados de Sinaloa, Chihuahua y Sonora. Definir un subgénero musical

es difícil por la causa que mencionamos antes, forma parte del arte tradicional y por eso mismo es

dinámico, evoluciona. De este modo, la categoría genérica de “regional mexicano” ha permitido

ampliar los límites marcando ciertos rasgos esenciales pero que al mismo tiempo dan cabida a la
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diversidad. Jorge Bernardo Cotero Torrico la define como: “…un complejo de subgéneros

musicales que se caracterizan por sus sonidos, melodías, armonías y sus temáticas, abordadas en

sus letras y de más aspectos performativos (como la vestimenta, coreografías y bailes)” (10). Así,

estos subgéneros, en donde podemos encontrar al sierreño, tienen en común, ya sea en menor o

mayor medida, características que son fáciles de distinguir en la sociedad.

Es incuestionable la influencia del regional mexicano en nuestro país, misma que lo pone

como foco predilecto de la preferencia del público. Basta con citar los espectáculos que se

presentan en los eventos comunitarios de pueblos pequeños, así como de grandes metrópolis: no

faltan los nombres de Los Cadetes de Linares, Carín León, Calibre 50, Grupo Firme, Natanael

Cano, Junior H, por mencionar solo grupos recientes, pero con la conciencia de que mucho antes

de ellos hubo voces que ya colocaban en ese entonces al género dentro del primer lugar de

popularidad.

Dentro del repertorio lírico que disponen estos conjuntos, entran ambas categorías que

veíamos en el apartado anterior: la composición popular y la tradicional. Esta segunda, la vamos

a ver reflejada sobre todo en esas canciones que se nos presentan como covers de melodías que

pertenecen al cancionero popular del siglo XX, o aquellas cuyos compositores se perdieron poco

a poco en el anonimato pero que renacieron en lo que el pueblo les aportaba para enriquecerlas.

Ahora bien, en el siglo XXI, este género musical tiene una influencia que rebasa los términos de

lo tradicional, al grado de entrar en otro nivel, lo que Cotero denomina como industrialización de

la música. Sin embargo, una parte de la esencia que lo categoriza dentro de la tradición se

encarna y no lo abandona pese a que entran otros niveles dentro del juego, como el económico. Y

con esto nace una pregunta que no resulta sencilla de responder: ¿cómo es esto posible? Quizá

una respuesta modesta podría ser la pugna interna del fundamento ontológico del regional

mexicano: dos contrarios coexisten en lo que tiene de cierto, la tradición frente al capitalismo.
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Como vamos a ver más adelante, esta es la cuestión que nos sugiere repensar el tema con

importancia. En el caso del documental La Ciénega: ¿cómo Don Efraín salvaguarda la tradición

de su familia, de su pueblo, de su comunidad a través de la música sierreña?

Aunque es cierto que, por el cambio de paradigma en nuestro contexto, no podemos dejar

de pensar la importancia que tiene la comercialización de la música regional mexicana, tampoco

es conveniente olvidar que esta va más allá de eso, pues ha sido un estadio para que las personas

expresen su sentir relacionado con cada una de las cosas que las conforman, individual y

colectivamente. Por ejemplo, respecto a la comunidad de Nonoava, Chihuahua, Mario Montes

Lara en su tesis busca revalorizar la música que tradicionalmente se ha escrito en esta región de la

sierra de Chihuahua y que él considera como aquella que se ve amenazada por la industria. De

este modo, nos contextualiza sobre la importancia tradicional, al mismo tiempo que hace un

análisis musical minucioso en donde encuentra el valor creativo que la comunidad le aporta.

Cumpliendo así con el objetivo que se propone:

Al estudiar más a fondo la música tradicional, se beneficiarán automáticamente las otras dos
músicas tratadas. La música tradicional, al poder definirse estética y artísticamente, dará
cabida a una revalorización de su música folklórica. Esto pasa porque si se trabaja con la
distinción de lo estéticamente valioso de una música tradicional, por añadidura la música
folklórica irá en busca de esas estéticas representativas. Por otro lado, la música popular, al
conocer y valorar bien su pasado, podrá tener bases sólidas para seguir con su camino de
constante cambio hacia un futuro, pero ahora con fuertes raíces. Esto dará como resultado
una música popular con más valor y representación en la sociedad, quitando tanto etiquetas
generacionales como de clases sociales (50).
Vemos una lucha por la reivindicación de la tradición y de aquellos pueblos que por cuestiones

económicas y políticas hegemónicas corren el riesgo de desaparecer. Pero no solo la industria

musical en un contexto como el nuestro es la causante de los cambios que se presentan en las

comunidades, sino también otros aspectos como la migración, que al mismo tiempo ha dado paso

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a crear a partir de la vivencia del migrante que tiene que dejar su hogar. Así, más que pensar solo

en los antagonismos respecto a los cambios que ha sufrido la música para diversas comunidades,

hay que reflexionar sobre cómo esos factores han orillado a la música regional mexicana a ser lo

que hoy es:

Las ideas de la pureza, de lo auténtico, de la preservación, de la búsqueda de las raíces


musicales primigenias, del análisis estrictamente musical alejado de la problemática histórico
social, que dominaban los estudios, cambiaron hacia una posición que ubicaba a la música
dentro de contextos sociales y culturas específicas. Es decir, este enfoque emergente otorgaba
un peso fundamental a la aceptación de nuevos conceptos sobre las culturas populares y, por
ende, de la música popular como objeto del análisis musical multidimensional (Híjar
Sánchez, 7).
De este modo, la música tradicional de comunidades merece la dignificación y la preservación,

pero también es necesario entender que en otro nicho hay una necesidad de evolución y de

expresión de vivencias que aparecen en contextos diferentes pero que siguen usando para sus

variantes melodías, sonidos, vestimentas, performances, temas de letras, propios de los diferentes

subgéneros del regional mexicano.

Como mencionamos antes, son diversos los elementos que se toman en cuenta a la hora de

pensar en las características que definen el regional mexicano. Entre ellas, el tipo de letras

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