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IES Nro.1 Dra.

Alicia Moreau de Justo

Profesorado Superior en Historia

Catedra: Historia Argentina II

Profesor/a: Prof. Claudia Freidenraij.

Alumno: Nahuel Nuñez.

Año: 2020

Cuestión social y criminalidad en la Argentina de principios del siglo XX.

Juan Suriano, en su trabajo La cuestión social y el complejo proceso de construcción


inicial sociales en la Argentina moderna, propone una definición, clásica, de la cuestión
social. La cuestión social es la que refiere a una serie de manifestaciones de carácter social,
laboral e ideológico, que son resultado de la urbanización e industrialización que se derivan
de la incorporación de Argentina dentro del mercado mundial durante la segunda mitad del
siglo XIX (Suriano, J. 2001: 124). En la perspectiva de Suriano, el problema obrero se sitúa
en el centro de la cuestión social moderna, la pobreza, la criminalidad, la prostitución, etc.
todos estos temas relacionados con el mundo del trabajo. Sin embargo, el inicio del planteo
de la cuestión social en la Argentina se remonta, dice Suriano, al comienzo de la inserción
del país en el mercado mundial como productora de bienes primarios hacia 1860, y las
primeras preocupaciones se vincularon a la llegada masiva de inmigrantes y la aceleración
de la urbanización (Suriano, J. 2001: 125)

Uno de los problemas centrales, ligado a esta cuestión social, era el de la disciplina de
trabajo. Como afirma Ricardo D. Salvatore, este problema acompaño el surgimiento y la
consolidación de la criminología positivista en Argentina, entre 1890 y 1920 (Salvatore, R.
2010: 1)1 Es en consecuencia, que por medio de su programa de defensa social, los
criminólogos positivistas se orientaron a interpretar e intentar solucionar este problema. Es
por esta razón que, las reformas penales y penitenciarias que estos criminólogos positivistas
llevaron adelante tuvieron esta función: identificar, interpretar y manejar, dentro del

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La numeración corresponde al archivo digital, a falta de la numeración original.
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contexto de las instituciones disciplinarias, el problema de una falta de ética del trabajo en
una gran parte de la población trabajadora inmigrante.

En consecuencia, la mirada de estos positivistas, como afirma Salvatore, se fue


centrando en las relaciones entre el mundo del trabajo y el mundo del delito (Salvatore, R.
2010: 2) Esto, vislumbro, para Salvatore, la fragilidad de la línea que dividía a obreros
honestos de aquellos que eran delincuentes, y esto a su vez revelaba el peligro de los
“anormales o inadaptados sociales” para la reproducción de la clase obrera y de la cultura
del trabajo. Lo interesante del planteo de Salvatore, es que la innovación de estos
positivistas no está asociada a una nueva forma de estigmatización de los inmigrantes,
niños, prostitutas, etc. sino que sometieron los problemas asociados a estos individuos a una
mirada clínica. Para ello, el nuevo saber de estos intelectuales criminológicos se nutrió de
un sistema de prácticas que produjo una nueva geografía social, una tipología del
delincuente, una interpretación de la sociedad en general, y de la clase trabajadora
inmigrante en particular (Salvatore, R. 2010: 2)

Los intelectuales criminológicos de la Argentina buscaron develar los problemas del


orden moderno del país bajo la observación clínica. Esta observación, analítica, que les fue
facilitada por visitas a distintas instituciones disciplinarias fue la que, en perspectiva de
Salvatore, fundó y sostuvo ese poder-saber llamado criminología (Salvatore, R. 2010: 3)
Este saber científico fue crucial para intentar resolver el contraste que existía entre el plan
de reformas que estos intelectuales planeaban, de una naturaleza progresista, con el tinte
conservador del biologismo evolucionista que habían adoptado para promover los ideales
de defensa social y peligrosidad. Esto se debe, dice Salvatore, a la apropiación por parte de
estos intelectuales criminológicos del ideal spenceriano de la “lucha por la vida” para
reemplazar la noción de lucha de clases, y así asignar mayor peso a los factores
individuales en la explicación de los resultados sociales (Salvatore, R. 2010: 3)

Ahora bien, estas reformas progresistas de los intelectuales criminológicos, se


encuentran en realidad en un contexto de convivencia con, como los define Lila M.
Caimari, pantano o zonas grises de atraso. Caimari se plantea una historia de las narrativas
“menos brillantes” por sobre los casos más sobresalientes, y es siguiendo esa perspectiva
que afirma que estas narrativas desalojan de un golpe los términos de ciencia y modernidad,

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para instalar un paisaje grisáceo en el que el cambio se centró solo en algunos puntos
asilados de las instituciones disciplinarias (Caimari, L. 2009: 110) Y es que en muchas
otras instituciones, el pasado penitenciario pre-higienista era todavía la regla. De esta
forma, para Caimari, la mayoría de estas instituciones traicionaban la concepción, para ese
entonces, equivalente a lo moderno y progresista. La razón por la cual los viajeros visitaban
la Penitenciaria Nacional, o era publicada en álbumes fotográficos, era porque se asimilaba
a un escaparate de modernidad punitiva (Caimari, L. 2009: 110) Sin embargo esta
institución solo albergaba al 10% de la población carcelaria, entonces la pregunta que
Caimari se formula es la de ¿Cuál es la realidad del 90% restante de dicha población?
Llegando a la conclusión de que esa realidad era bastante disímil al castigo meticuloso y
científico al que hacían referencia las revistas científicas.

El problema comienza con la lentitud y la complicación procesal de las personas


detenidas, problema que se solucionaría con la sanción del Código de procedimientos, pero
antes de esto se mantenía encerradas a cientos de personas a espera de sentencia, juicios
terminados en absolución, en calidad de encausados, o en penas menores al tiempo
transcurrido en prisión. De esta forma uno puede imaginar condiciones de encierro de
malas a infrahumanas, o como Caimari afirma, testimonios dantescos del descenso al
infierno (Caimari, L. 2009: 116) Todos estos testimonios evidencian, para nuestra autora, el
desinterés estatal en cuanto al destino de la mayoría de los establecimientos que
administraban el castigo. Y es que, por otro lado, los testimonios hablan de grupos de
personas mal alimentadas, durmiendo en el suelo de las celdas, métodos de tortura
“persuasiva” en las celdas de las comisarias para los presos políticos, etc.

Por otro lado, Caimari, plantea la idea de que las prisiones reflejan, de una forma
distorsionada, las ideas sobre las políticas punitivas (Caimari, L. 2009: 124) En ese sentido,
la precariedad de las cárceles podía servir de instrumento para moderar a los partidarios de
las políticas peligrosistas, y la práctica de la prisión política fue muy sostenida durante las
primeras décadas del siglo, como testimonian materiales anarquistas y socialistas. Otro
ejemplo de este tipo de control lo demuestra la utilización, con medios intimidatorios, del
artículo 52 del Código de procedimientos y la amenaza de pasar una reclusión perpetua en
la cárcel de Ushuaia, bajo la pretensión de la defensa de los libres contra los reincidentes

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criminales. Pero, por otro lado, las voces que se levantaron en contra de las penas que
requerían la privación de la libertad provinieron del mismo centro del mundo jurídico
(Caimari, L. 2009: 112) como es el ejemplo de Rodolfo Rivarola en su La justicia en lo
criminal (1899), quien exponía que el problema no era la falta de instituciones carcelarias,
sino el numero absurdo de presos, producto de las legislaciones perversas como la Ley de
Reformas de 1903, que impedía que las penas corporales fueran redimidas con dinero,
imposibilitando que la multa suplantara a la privación de la libertad para penas menores de
dos años (Caimari, L. 2009: 112)

La idea en la evolución de las legislaciones, en cuanto al abanico de penas privativas


de la libertad previstas en el Código de 1887: que establecía las penas del presidio,
penitenciaria, prisión y arresto. Fue rebajada a prisión y reclusión en 1921, bajo la
expectativa de la flexibilización de las penas de acuerdo a los principios individualizadores,
que los positivistas creían serian graduados por los jueces en cada caso particular. Pero más
que contribuir a la diferenciación e individualización del castigo, estas legislaciones y la
falta de instituciones bloqueo todo reflejo de las gradaciones del régimen penal (Caimari, L.
2009: 119) En consecuencia, se puede decir, como afirma Caimari, que las cárceles-
pantano y no las penitenciarías-panóptico, fueron el marco institucional de la privación de
la libertad, sobre todo en la Ciudad de Buenos Aires (Caimari, L. 2009: 116)

Bibliografía

- Caimari, L. (2009) La ciudad y el crimen. Delito y vida cotidiana en Buenos


Aires, 1880-1940. Buenos Aires: Sudamericana.
- Salvatore, R. (2010) Subalternos, derechos y justicia penal. Ensayos sobre
historia social y cultural argentina, 1829-1940. Barcelona: Gedisa. Cap. 5
“Criminología, prisiones y clase trabajadora”
- Suriano, J. (2001) Cuestión social estado e instituciones laborales. “La cuestión
social y el complejo proceso de construcción inicial de las políticas sociales en la
Argentina moderna”. Ciclos hist. Econ. Soc. Vol. 11 Nro. 21.

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