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Si usted fuera el compañero de trabajo

tóxico, ¿lo sabría?


Lo que pensamos de cómo somos no suele coincidir con la imagen que otros tienen de
nosotros. Es posible que sea usted quien esté causando estragos en su equipo sin darse
cuenta.

Todos tenemos una idea más o menos clara de cómo es un compañero de trabajo tóxico, aunque hay distintos perfiles.
Alguien que prefiere competir a colaborar, intenta imponer sus puntos de vista pero sin que resulte demasiado obvio,
le cuesta trabajar en equipo y no le sienta bien ceder. Pero también puede ser tóxica la actitud opuesta: alguien que
está desganado y hace lo mínimo necesario porque no se interesa por el trabajo ni por sus compañeros o siempre se
retrasa con sus tareas. Estos son los dos extremos de una escala de grises en la que podemos ubicar a cualquier
empleado, dependiendo de su capacidad de estar en armonía con su trabajo y sus colegas. ¿Sabría decir en qué punto
se encuentra usted? Lo más probable es que no acierte.
La mayoría de las veces hay muy poca coincidencia entre cómo nos ven los demás y cómo creemos que somos. Esto
sirve para el ámbito laboral pero también a la hora de valorar nuestras relaciones personales. Hay muchas razones para
esta desconexión, pero, en su mayor parte, tiene que ver con
la percepción subjetiva, según la investigación realizada
hasta el momento. Nosotros analizamos nuestro
comportamiento teniendo en cuenta todos nuestros
pensamientos y emociones, pero quien nos ve desde fuera
solo tiene acceso a una parte minúscula de nuestro universo
interior.
Lo que pensamos de cómo somos no suele coincidir con la
imagen que otros tienen de nosotros. Elisa Sánchez,
psicóloga laboral que también se dedica a la formación, lo
resume con una anécdota: “Hace unos años, daba unos
cursos orientados a cómo relacionarse con personas difíciles.
La mayoría de quienes venían a esos cursos eran,
precisamente, personas que podían etiquetarse como
difíciles”. Aunque, advierte Sánchez, hay que tener cuidado
con las etiquetas (catalogar a alguien como vago puede hacer que acabe siendo el más vago), es cierto que hay
personas que tienen ciertos rasgos de personalidad que hacen que tiendan a comportarse de manera tóxica.
Sin embargo, es posible que los trabajadores que causan estragos en su equipo no sean realmente conscientes de que
son los causantes del mal ambiente: solemos pensar que los tóxicos son otros. Pero no está todo perdido. Hay señales
que pueden ayudarle a identificar si es su actitud la que está contaminando al resto. “La señal más obvia es que es
habitual que tenga conflictos con distintas personas, en varios ámbitos de su vida y situaciones diferentes”, señala
Sánchez. Lo que los conflictos tienen en común es que usted está en ellos. Heidi Grant, psicóloga social que investiga
sobre la motivación, desgrana más señales de alarma, como darse cuenta de que está siendo distante con sus
compañeros, no ser consciente de sus necesidades o pensar que siempre hay que cumplir las normas.

Los indicios que le hacen tóxico

Al conocer a alguien nuevo, sacamos conclusiones casi inmediatas que nos permiten hacernos una idea  de si nos
fiamos o no de esa persona. Aplicado al trabajo, solemos responder a esta pregunta evaluando cómo de cercano parece
el nuevo compañero. “Su calidez, ser amable, atento, empático… estas características se toman como señales de que
esa persona tiene buenas intenciones. Por eso, parecer frío y distante puede, a la larga, hacerle parecer también
tóxico”, según explica Grant.
Además, si habitualmente alguien es atento con quienes tiene al lado y algún día contesta mal o no avisa a un
compañero de una reunión, le dan el beneficio de la duda y es más probable que piensen que ha tenido un mal día o un
descuido. “El problema es que la mayoría, en su afán por demostrar sus habilidades y eficacia, descuida proyectar
calidez”, asegura Grant. “De hecho, es peor que eso: algunas personas minimizan su cercanía para parecer más
competentes”. La falta de empatía es otro de los factores que los compañeros identificados como tóxicos tienen en
común. Esto puede pasar de forma inconsciente: estar demasiado metido en las tareas diarias puede llevarle a
descuidar sus relaciones y hacerle parecer egoísta.
En una investigación publicada por la Universidad de Harvard se encontró un tercer rasgo común que a menudo
comparten los compañeros tóxicos: creer que siempre se deben seguir las normas. Las reglas que rigen cómo deberían
realizarse las tareas a veces se pueden adaptar por un motivo de peso. Sin embargo, las personas inflexibles se aferran
a las reglas y se aseguran de que todos los demás también lo hagan, incluso cuando no tienen sentido o directamente
se oponen a la productividad.

La temida disonancia

Darnos cuenta de que nos comportamos como un compañero tóxico cuando siempre hemos estado convencidos de lo
contrario puede generar algunos problemas añadidos. Por norma general, las personas nos sentimos incómodas cuando
tenemos creencias contradictorias o cuando nuestras ideas no se corresponden con lo que hacemos. Es lo que en
psicología se denomina disonancia cognitiva, definida como “un estado displacentero que se produce cuando se lleva
a cabo una conducta inconsistente con las actitudes formadas”.
Según la teoría de la disonancia cognitiva, las personas que se encuentran en esta situación se ven obligadas a tomar
algún tipo de medida que ayude a resolver la discrepancia entre esas creencias y conductas contradictorias.
Generalmente, modifican la actitud para hacerla congruente con la conducta. Es decir, probablemente justifiquen su
comportamiento evitando pensar en la posibilidad de que una de esas explicaciones es que realmente son compañeros
tóxicos.

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