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Emilio Lledó Memoria de la ética

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Emilio Lledó Memoria de la ética

INDICE

EMILIO LLKDÓ PORTADILLA


IN DICE
DEDICATORIA
PRÓLQGQ
CAPÍTULQ I. EL MUNDQ HQMÉRIco

M E M O RIA DE LA E T I C A I. El maestro de todos los griegos


2. «Somos lo que hacemos»
Una re
flexión sobre los orígenes 3. La escritura del ethos
de la theoría moral en Aristóteles 4. Los héroes hablan
g. «Padre de todas las cosas»
6. Areté y agathón
y. El significado de la admiración
8. La «fama» del héroe
g. La muerte
Io. Elegir la memoria
NOTA BIBLIOGRÁFICA
CAPÍTULO II. ARISTÓTELES Y LA ÉTICA DE LA POLIS
I. El ethos del lenguaje
2.Agathón
3. La negación del «bien en sí»
4. Télos
TAURUS g. Polis
6. Eudairnonía y enérgeia
PENSAMIENTO
7. Areté en el mundo
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8. Paideía g. Libertad y bien


g. El lógos dela areté I4.Dramatis personae
Io. La praxis de la areté NOTA BIBLIOGRÁFICA
II. El «bien aparente» CAPÍTULO IV. HORIZONTES DE LA ETICA
I2. Conocimiento y pasión I. Lenguaje, ética y felicidad
Iy. Téchne,saber y deseo 2. La felicidad de los «guardianes»
I4. Epistémey prudencia 3. La lucha por la ley (Heráclito, fragmento B 44)
Ig. La dificultad de vivir 4. Ética en la época helenística
I6. El lógos de la responsabilidad Procedencia de los textos
Iy. Deliberación NDTA
I8. Proaíresis INDICE DE PASAJES CITADOS
Ig. Philía INDICE DE NOMBRES PROPIOS
20. Hacia la Política INDICE DE MATERIAS
2I. El animal que habla NOTAS
APÉNDICE SOBRE EL AUTOR
CAPÍTULO III. PARA UNA LECTURA DEL TEXTO DE LA CRÉDITOS
É rICA
I. La «escritura» de Aristóteles
2. Las tres «Éticas»
3. El título de las «Éticas»
4. La «naturaleza» del ethos
g. El primer contexto de la ética
6. El reflejo del deber
y. La ruptura de la palabra
8. Intermedio del inmoralista
9. Una ética del lógos
Io. De qué habla la ética de Aristóteles
II. El orden de la vida y el orden del lenguaje
I2. Fundar el bien

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Emilio Lledó Memogia de la ética

A la memoria de mis padres. PRÓLOGO

Fue como ei privilegio de ia mirada. Ei descubri-


miento de que el instinto de protección para el pro-
p io c u erpo, p a r a l a pro p i a v i d a , t e n í a q u e
completarse en el aprendizaje de las formas de rela-
ción hacia los otros. Una superación, en el espacio de
lo colectivo, de los límites marcados por el egoísmo
de la naturaleza. Como el privilegio de la mirada
cuyo sentido consiste en traspasar la frontera de su
s olitaria claridad, ver o t ras cosas fue, en e l f o n d o ,
reconocer que los ojos existen para llenarse de lo que
no son ellos mismos, y que ver es, sustancialmente,
a ceptación e i n c l uso s u m i sión a l a a l t e r i d ad. U n a
a lteridad q ue, si n e m b a rgo, n o n o s t r a n sforma e n
otros sino que nos conforma, más intensamente, con
n osotros m i s m os. Ver, p u es, c om o u n a f o r m a d e
saber. Y saber, como una forma esencial de existir, de
ser. El conocimiento que, interpretando el mundo de
lo real, estructura el espacio ideal, el m i c r ocosmos
que nos constituye, llega a ser, así, un momento fun -
damental de lo humano, del animal que habla.

G Oc lGG 7 d o -I c7G
Emilio Lledó Memoria de la ética

Por eso, el descubrimiento de lo otro, de los otros, el reflejo de sus propios conceptos — «bien», «felici-
necesitó ser dicho: sumirse en un e spacio colectivo, dad», «justicia», etcétera — tuvo lugar en esas páginas
asegurar,con la comunicación, la compañía de aque- que, en la t r adición fi l o sófica, se agruparon bajo el
llos que, en el diálogo, habían de encontrar la con- s orprendente nom bre de «ética». Lo cual n o q u i e r e
f ianza que a l e ntaba e n e l c e n tr o d e l a i n d i v i d u al decir qu e n o s e h u b i ese reflexionado a n tes sobre
soledad. Ver otras cosas sabiéndolas, implicó, ade- semejantes cuestiones. Ya Platón, en algunos de sus
m ás, que en la necesaria transmisión habría de ref l - diálogos, dedicó largas y sutiles páginas a los concep-
ejars ese s aber. U n s a b e r o r g anizador d e la tos fundamentales de lo que habría de llamarse «éti-
experiencia de los ojos, de la experiencia de los oídos ca». Pero fue Aristóteles quien marcó el origen de la
que, con los poemas épicos, escucharon los primeros teoría moral. Fue él quien abordó, plenamente, la
barruntos de algo parecido a aquello que se llamaría construcción de un saber orgánico sobre la desorga-
después «bien», «justicia», «belleza», «amor». nizada y problemática experiencia. Una experiencia
Aristóteles fue el primero que organizó el discurso en la que los hombres comenzaron a sentir la dificul-
moral; el primero que orientó esa mirada donde se tad de coordinar lo s el ementos que constituyen su
reconstruye y plasma el mundo en reflejo. Un reflejo insuperable e «insociable sociabilidad».
que sustentado en el lógos y anudado en la ya larga Privilegio de la mirada, privilegio de la theoría, este
experiencia que condensa y transmite, se hace theo- primer m o m e nto en el qu e c o m i enza a decirse — a
ría. A la esencia misma de esta palabra corresponde e scribirse ya — e l d i s c u rso m o r al , c o n stituye u n a
la visión que manifiesta lo vivido en el esquema de su pieza capital en la lucha por ajustar el duro egoísmo
propia reflexión. Pero no de algo que estuviese fuera en la inevitable y necesaria vertiente de la solidari-
y que, como los ojos de la carne, tuviese que alimen- dad. Una reflexión sobre esos orígenes nos muestra
tarse, para serlo, de las cosas reales. La theoría era un siempre la riqueza de esa originalidad. Y no tanto por
reflejo que se construía en el aire de la mente y qu e una propensión arqueológica, por u n g esto anacró-
se levantaba con el dúctil material de las palabras. nico que solo busca rememorar, inerte, la simple apa-
Por ello, la theoría — lo visto en s uma —, se recons- riencia del pasado. Recobrar el o r i gen es atisbar el
truía abstractamente sin la grávida realidad, e indife- imperio de la necesidad. Hubo que pensar en las
r ente a l a as u n c ió n q u e d e el l a h a b í a n h e c h o a cciones hum anas y e n s u s e n t i do; e n l a s f o r m a s
nuestros ojos. como se expresaba la energía de los hombres entre sí;
La primera vez, pues, que el lenguaje se recreó en en las tensiones que provocaba esa energía, y en los
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impulsos y las razones — y esto era lo esencial — por rumor de polvorientas ideologías.
las que se determinaba. Leer a Aristóteles, pensar la tradición filosófica,
En el horizonte de una necesidad sin apenas tradi- c onstituye un a t a rea m á s s i m pl e e i n m e d i ata q u e
ción especulativa, sin theoría que enseñase el insi- todo ese mortal artilugio, adosado a las laderas de los
nuado p e r fi l de un as n or m a s , l a fu e r z a que textos, y q u e b a j o e l e n t r a m ad o d e c o n f u n d entes
entremezcla el egoísmo y l a c olectividad se hace novedades terminológicas nos hace olvidar lo que,
implacablemente manifiesta. La tradición ética occi- tal vez, el lenguaje originario q u i siera decirnos. No
dental tuvo, después, menos ocasiones de mostrar su ha bastado, pues, que la recepción del legado filosó-
osamenta. Lenguajes sobre lenguajes — atravesados fico haya caído, a veces, en oscuros vericuetos, por
por una compleja historia de poder y de ideologías- donde ya no se ve fluir el río de las palabras y solo se
dejaban ver con difi cu ltad ese instante preciso don- presiente el roce chirriante de sus desviaciones. Una
de, sobre el modelo de la mirada, se hace presente la divertida idea de la modernidad se manifiesta, tam-
theoría — esa mirada interior — y d o n d e el a n g osto bién, en la facilidad con que bajo la apariencia de
impulso de cada vivir se mitiga y sosiega en el espa- estar al día de las cuestiones más urgentes, se puede
cio múltiple de la convivencia. a cabar s u m ergidos e n l a no c h e . U n a n o c h e s i n
Pero sobre el legado aristotélico ha caído además sosiego y reposo, repleta de pesadillas, angustiada de
d e la p e sada t r a d i ción, e m b a lsada e n u n t a j a n t e amenazas y en c u yas ti ni eblas colaboran las pocas
dique terminológico, una serie d e e l aboraciones e speranzas con q ue, a r a tos, nos levantamos al n o
recientes que utilizando, a veces, el nombre de Ari s- menos desolado día.
tóteles y en r elación, precisamente, con la ética, ha Pero la compañía del pasado, en el ancho texto de
vuelto a manejar, en juegos verbales en buena parte las letras, de toda la i n abarcable experiencia con l a
e stériles, conceptos que nada tenían que ver con l a escritura es, siempre, a pesar de tantos pesares, una
matriz en laque fueron concebidos. Y no porque en sólida razón de optimismo. La experiencia escrita y la
estas recientes polémicas resucitase el viejo espíritu presente y vigilante mirada que se tiende sobre todos
c on el q u e , e n e l R e n a cim i ento, se d e n i gró a l o s los signos del tiempo es fuente de energía. Una ener-
s upuestos a r i stotélicos q u e , p o r c i e r t o , t a m p o c o gía constante, superadora d e c u a l q u ier i n t e resado
tenían ya mucho que ver con Aristóteles, sino porque c onformismo qu e se alce sobre la d esarmonía y l a
en esas pretendidas «neoestilizaciones», alienta aho- injusticia, y alentadora de la entusiasta melancolía de
ra, asfixiantemente, un aire acondicionado desde el la que en u n c o n texto concreto habló A r i stóteles, y
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que nos anima a acercarnos de nuevo a él. El acerca- hace posible porque ese tiempo se nos entrega, en
miento lo imponen las perspectivas ganadas por el buena parte, reconstruido en las líneas del texto que
horizonte de una época, donde será precisooír la voz llega hasta nosotros en los mismos instantes en que
del pasado, en el horizonte de una experiencia que les presta luz nuestra mirada. Y ahora sí que es privi-
h ace resonar ese lenguaje antes del ec o d e s u n o l egio ese tiempo o r i g in ario y o r i g i n ador en e l q u e ,
siempre enriquecedora y casi siempre insalvable tra- sobre la visión de la escritura, alzamos la theoría en
dición. Todo lenguaje se mueve en los surcos sobre cuyo opaco fondo — el fondo de lo que somos — se
los que la memoria colectiva distribuye sus mensajes; nos abre, continuamente, la puerta de lo qu e p o d e-
pero la f u e nte d e l a q u e c ad a u n o d e e l l o s b r o t a, mos y queremos o querríamos ser.
a ntes d e s u s p o s t eriores e n cauzamientos, e s e s e La theoría del texto y la apertura que implica hacia
inicio textual en el q u e c r i staliza, en escritura, una otras ideas y otros mundos intelectuales es atisbo de
larga tradición de comportamientos y mensajes. Ese la posibilidad, encuentro con una forma de «objetivi-
singular momento originario lo constituye el texto de dad» construida en la mente, y desde la que la praxis
Aristóteles. Es cierto que no podemos aproximarnos nos proyecta hacia todo lo que aún queda por hacer,
a un lenguaje ajeno y distante, como es el de Aristó- hacia el f u t ur o d e l a m e m o r ia, hacia ese horizonte
teles, sin tener que salvar las barreras de una lengua d onde aparece el estímulo d e l a i n m e nsa y s ó l i d a
— la griega — que no es «nuestra» lengua, y de unos utopía. Una utopía que se levanta sobre todos los len-
contextos culturales e históricos distintos de los nues- guajes que nos hablan, que nos aconsejan y avisan,
tros. Pero esa d i stancia p e r m i te, m u c has veces, la que nos hacen pensar desde la energía emanada de
creación de caminos más directos y menos ruidosos y sus palabras, donde late aún la cálida compañía del
transitados que aquellos por lo s qu e d i scurre parte aliento que las origina, y que fue vida, antes de ser
de la historia contemporánea. relato, hi storia, th eoría. E l a l i e n t o, c u a jado e n u n
Vivir entre los latidos de nuestro tiempo no quiere ethos, que reguló comportamientos, y en el que el
decir que «sepamos» algo de él, ni siquiera que poda- lógos, la reflexión, la comunicación de ese reflejo y, al
mos experimentarlo, aunque restos de ese presente fin, la escritura hizo llegar hasta un, entonces, ignora-
nos informen a su manera, nos acucien y nos sobre- do, imprevisto, futuro; hoy ya nuestro presente.
salten. Recobrar el di álogo con esos textos flotantes La construcción del ethos,de lo que cada individuo
en el mar de la tradición es un ejercicio apasionante v a haciendo e n c o n sonancia co n l o q u e l o s o t r o s
y esencial. La reconstrucción del tiempo histórico se aceptan, imitan, acuerdan, fue transformado en lógos,
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en theoría, con la escritura de Aristóteles. en el espacio, solo parcialmente libre, en el que esas
Desconocemos — más allá de lo qu e sus obras otras vidas se conjugan. Este reflejo manifiesta tam-
expresan — el impulso que le llevó a decir lo que dijo. bién el i m p ulso por a prender el l u gar donde se
En los diálogos platónicos, vemos a distintos perso- encuentran los engarces de esa nueva naturaleza, de
najes apurarse por encontrar respuestas a las incon- esa segunda phjs is, obra exclusiva del homb r e, pero
tables preguntas que rondaban ya por el territorio de que, necesariamente, tiene que incluir los imprescin-
los hechos, y con la pr etensión de ju stificarlos. Una dibles componentes que la primera, originaria, natu-
justificación sostenida por las n u m erosas voces que raleza le otorga. Y de la misma manera como clasificó
suenan en las páginas de esa escritura. El consenso, y describió animales en sus trabajos biológicos, o se
que esas páginas buscan, es algo así como un nuevo enfrentó con los círculos celestes, o quiso saber el ori-
ethos que, más que a justificar hechos, tiende a pro- gen de esa emoción que nos sobrecoge con elarte, o
mover y educar sus intenciones. Pero, en Aristóteles, analizó los principios del decir en su relación con lo
ya no hablan personajes, máscaras de hombres, que dicho, buscó también palabras que manifestasen e
representan los ocultos, previos, consensos del len- hiciesen comunicables las acciones de los hom b res.
guaje. El escritor de Estagira habla solo consigo mis- A ristóteles pretendió, así, encontrar algún p r i n c i p i o
mo; mira los hechos y el engarce de esos hechos, de rector para que el «obrar» pudiera ser tarea común y
esos gestos, con el magma social del que emergen y, solidaria o, al m e nos, para que no i n t er r u m p i ese el
sobre todo, oye la voz que transmite no tanto hechos desarrollo de ese ser que, únicamente, es cuando lo
cuanto hazañas, y descubre que esas hazañas respon- que hace brota de r i n cones en penu m br a sobre los
den a una compleja trama donde se hila la pasión, el q ue, sin e m b a rgo, se l evanta esa cl aridad, qu e s e
deseo, la elección, la libertad posible, la capacidad de suele denominar consciencia,cuyo reflejo nos permite
s er algo m á s q u e n a t u r aleza, el a za r o l a s u e r t e, saber que existimos y que, por ello, hacemos existir.
incluso el destino como ethos interior: ese microcos- En el juego de esos múltiples descubrimientos, su
mos o micromundo que el fragmento de Heráclito descubridor fue no m b r ando y d a ndo un p a pel a lo s
recuerda, como «un daímon, un destino para el hom- personajes de un nuevo drama. Personajes que circu-
bre». laban — como la areté, el «bien» o la «justicia» —, por
Aristóteles refleja en el lenguaje de su «ética» esa los oídos de sus coetáneos. Y al decirlos, al decírselos,
especie de vida interior que, sin embargo, tiene que además de verlos en el espejo de la t eoría, intentó,
exteriorizarse entre otras vidas, y que acaba por serlo sobre todo, comunicarlos y ejemplificar, en la lisa
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construcción de las palabras, los complicados nudos importantes de ese espejo donde, hecho palabra, se
por donde se atascaba la vida real. presentó alhombre como ser que es capaz de crear
El privilegio del o r i gen, en lo s h echos hu m a nos, convivencia, yluchar por descubrir formas de con-
es, al par, el privilegio del sentido: vislumbrar razo- cordia. En algunas páginas ha tenido que modularse
nes y causas con cuyo conocimiento sea posible evi- un mismo tema, aunque espero que, al estar en nive-
t ar que l os com por t a m i e n to s se desl i c e n , les distintos, no parezca una insistencia innecesaria.
c olectivamente, hacia l a d e strucción d e l o s i n d i v i - Tampoco pienso que sea reiterativo hacer sonar en el
duos. No ha cambiado tanto, desde entonces, el ser contexto de la ética de Aristóteles algunos problemas
humano como para que esos momentos primigenios que, en el capítulo prim ero, exponen el ethos del len-
no pudieran colaboraren una forma de saber que no guaje épico y q u e m e h a n p a recido importantes
se sacia solo con aquello que se le da como sabido: como primer balbuceo de la memoria de laareté,de
esa derrama de informaciones y noticias llegadas a la la «excelencia» humana. La ííltima parte de este libro
mente como llega la luz por l a r e ndija de una m a z- recoge cuatro trabajos que señalan hor izontes en el
morra. Una luz que no hace ver sino la oscuridad. desarrollo de la primera theoría sobre el comporta-
El saber por el que el hombre existe es otra forma miento humano.
de saber: Hecho de distancia y reflexión, nos aleja del En un libro en el que se habla del origen de con-
mundo a medida que nos enseña el camino más des- c eptos como j u s t icia, bi en, generosidad, n o p u e d o
pejado para aproximarnos a él. Un saber pleno tam- por m e nos d e se r c o h erente con t a n e s t i m u l antes
b ién de i n t e r rogaciones que l l evan, en s u m i s m a , propuestas e iniciar, con palabras, la práctica de su
aparente, inseguridad, la semilla de su interrogante ejemplar teoría. Sobre todo, cuando el inventor de la
respuesta. Una respuesta que sometida, por cierto, al ética había escrito que no le importaba tanto saber lo
fluir del tiempo, está destinada a ser efímera, como que es la justicia o el bien, sino ser buenos. Quiero,
ese hilo de la memoria que, atravesando los días, les pues, practicar la gratitud con Juan Cruz, mi inolvi-
hace, desde el pasado, enhebrarse, pregunta a pre- dable y excepcional alumno, en los ilusionados, jóve-
gunta, en el futuro. nes, años de mi p r i m era cátedra universitaria en La
He reunido, en las páginas que siguen, algunos Laguna, quien, como editor, ha impulsado y alentado
escritos qu e p r e tenden d i a l ogar co n l a « é t i ca» de la publicación de estas páginas. También mi agrade-
Aristóteles. Lo s d o s c a p í t u lo s c e n t r ales a b o r d an, cimiento para Carmen Aragonés, por el inteligente
desde distinta p erspectiva, los qu e c o n sidero f o cos esmero con que ha cuidado, paso a paso, la edición
Emilio Lledó Memoria de la ética

del libro, y, por supuesto, a María José Hernández CAPÍTULO I


por su extraordinaria y competente ayuda en la orga-
nización y elaboración de los índices.

EL MUND O H O M É R ICO
Emilio Lledó Memopia de la ética

de todas formas, la crítica a Hornero ponía de mani-


fiestoun hecho indudable, que expresaba el mono-
polio intelectual de aquellos poemas. Los pr i m eros
filósofos griegos tuvieron, pues, que enfrentarse a esa
manera de entender el mundo y a los hombres y dio-
ses que lo habitaban.
I. EL MAESTRO DE TODOS LOS GRIEGOS No podría empezarse una historia de las formas de
relacionarse los hombres, en función de palabras
Por lo tanto, Glaucón, cuando encuentres a quie- como el bien, el mal, la justicia, sin una referencia a
nes alaban a Hornero diciendo que este poeta ha esos poemas en los que no solo se descubre una
educado a la Hélade, y que con respecto a la admi- cierta p r e t ensión p e d a gógica, s in o q u e , a d e m á s,
nistración y educación de los asuntos humanos es constituyen el primer documento literario de eso que
digno de que se le tome para estudiar, y que hay se suele denominar la cultura occidental. Este carác-
que disponer toda nuestra vida de acuerdo con lo ter originario del m e n sa'e homérico va unido a u n a
que prescribe dicho poeta, debemos amarlos y primera teoría sobre ei comportamiento colectivo de
s aludarlos c om o l a s m e j o res p e r sonas qu e s e a los hombres, en la que aparecen indicios de aquellos
posible encontrar... (Platón, República, X, 6 o6e- contenidos que, con mayor o m enor propiedad,
6oya). determinarán el espacio de la «moralidad». Pero, al
m ismo tiempo, el sentido del p o ema épico perm i t e
Otros textos de la tradición filosófica y literaria griega descubrir u n s i s t ema d e « v alores» armónicamente
podrían recogerse, como muestra de la i m p o r t ancia sustentado en el mundo histórico hacia el que se diri-
que los poemas homéricos tuvieron en la formación gen los versos del poeta. Este sistema de valores ema-
del hilo ideológico que enhebra esa tradición. Sin n a, directamente, de l a n a r r a ción é p i ca, y e n e l l o
embargo, esa presencia de Hornero en la «mentali- consiste el peculiar interés de su posible mensaje. No
dad» de los griegos fue duramente discutida, no solo h ay, que sepamos, ninguna reflexión p a ralela en l a
por el mismo Platón. Heráclito, que se hace eco de la que ya se hubiesen planteado las razones que susten-
«sabiduría» homérica, recoge, no sin hum or, la anéc- tan la coherencia o el sentido de un comportamiento.
dota de aquellos muchachos que eran capaces de El primer texto, primero en toda una tradición litera-
engañar «al más sabio de los helenos» (frag. 56). Pero ria, emerge solo, aislado en un m u n d o silencioso, en
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el que únicamente los restos de la historia, los desci- 2. «SOMOS LO QUE HACEMOS»
framientos del Lineal B, nos permiten vislumbrar las
formas de vida de los hombres, sus tensiones y aspi- No hay, como es natural, una teoría ética, una doc-
raciones. Y a la soberana soledad de esos textos es a trina q u e , c o n s cientemente, p r e t end a r e fl ex i on ar
lo que hay que atenerse. Precisamente, la ausencia de sobre la conducta de los héroes; pero, precisamente
otros datos literarios que pudiesen ayudar a su inter- por ello, este universo puro, donde los personajes que
p retación hace más enj u n d ioso el c o n t enido d e l o lo habitan manifiestan, nítidamente, lo que Aristóte-
que sedice en el poema. Sin embargo, no deja de ser les habría de llamar enérgeia, energía, es una organi-
sorprendente lafuerza del lenguaje de Hornero, la z ación «práctica», una sociedad dinámica en l a q u e
belleza de sus metáforas, la familiaridad con una len- s e anticipa t a m b ién a q u e ll o q u e f o r m u l ar á l a p r i -
gua que es capaz de hablar d e «sueños de br once» mera teoría ética: «somos lo que hacemos» (Aristóte-
(Ilíada, XI, 24I), por poner un único ejemplo entre les,Ética Nicomáquea [i], II, iro3b 26 y ss.).
centenares que podrían aducirse, o de describir con Este hacer, q ue es la c ondición f u n d a m e ntal q u e
estas palabras el descanso de los amigos de Diome- define el sentido de u n c o m p o r t amiento, constituye
des: «Sus compañeros dormían alrededor de él,con su ontología moral. Pero el hacer no brota como conse-
las cabezas apoyadas en los escudos y las lanzas cla- cuencia de un contraste con normas, mandatos, teo-
vadas por el regatón en tierra; el bronce de las puntas rías que sirviesen para «habilitar» las acciones, para
lucía a lo lejos como un relámpago del padre Zeus» justificarlas y sancionarlas. No hay códigos abstractos
(llíada, X , I5I-I54). Esta inesperada madurez, en u n o instituciones que consoliden o faciliten lo qu e l o s
mundo t o davía sin « l i teratura», nos l l eva a p e n sar h ombres h acen. E l e s p acio s o cial q u e l o s h é r o e s
q ue los p o emas h o m é r icos ha n a l c anzado, con l a habitan, como protagonistas y creadores de esta pri-
escritura, el privilegio de reflejar una larga tradición mera «ética», y lo que en él hacen, es, en realidad, el
(Kirk, I962, 55 y ss.). Y en esta historia aparece el hom- complejo sistema sancionador y proclamador de sus
bre dentro de la naturaleza de la que forma parte y, hazañas. Tal vez solo la muerte, el destino, la fama y
por consiguiente, mostrando en su com p o rtamiento el esfuerzo trazan ciertas fronteras a las que la pasión
la identidad con esa naturaleza que se manifiesta en se somete. Tal vez, también, la m i r ada de los dioses
sus pasiones, en sus deseos, y en sus instintos. refleja, con todas sus contradicciones, un lejano hori-
zonte en el que contrasta lo que los hombres hacen.
El ethos no brota de la reflexión, del pensamiento
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que interpreta la experiencia, sino que se solidifica mente se armonizan sus contradicciones, sino que en
en las obras y en la actividad de los hombres. La red esa lucha, que cada ser se ve obligado a llevar para
que se teje entre los individuos determina los niveles incorporarse a lo c o lectivo, se configura un a n u eva
de lo posible y cerca el espacio de lo necesario. Esa forma, histórica ya, de individualidad.
red amplía el h o r i zonte de las pr o pias necesidades
hacia la posibilidad que trazan las necesidades de los
o tros. Pero estas necesidades emergen del h o m b r e 3. LA ESCRITURA DEL ETHOS
mismo, de su sorprendente y lenta instalación en la
naturaleza que l o l i m i t a y q u e a c aba t r ansformán- No sabríamos nada de ese ethos pasado sin la escritu-
dose en historia, o sea, en posibilidad. Marcado por ra. Podríamos, tal vez, conjeturarlo por restos arqueo-
la urgente e i n evitable condición d e p e r v ivir, cada lógicos, por noticias dispersas, por el esfuerzo de los
individuo tiene que acabar aceptando el juego que le historiadores; pero no bastaría para intuir su génesis,
señala la ex istencia de l o s o t r os. Esta p ervivencia, para vislumbrar su sentido o analizar sus valores. Los
superado ya elnivel de la naturaleza pura y conver- p oemas h o m é r icos p e r m i te n e l c o m i e nz o d e e s a
t ido en n a t u r aleza hu m ana, va e n h ebrando, en s u r econstrucción, y m u e stran e l p r i m e r t e j id o d e u n
dinamismo, en su «energía», la consistencia del ethos. ethos y el material de que ese tejido está hecho. En él
En el espacio de lo natural, la posibilidad que abre la se descubren los proyectos ideales que sobrepasan el
siempre mutable y varia armonía de cada individuo espacio de lapervivencia en la naturaleza, para crear
se consolida en formas que hacen fluir la convivencia una convivencia en la cultura y en el lenguaje que la
de esos seres aislados sobre cauces que sus propias expresa. Pero, además, este primer reflejo, en el qu e
obras y sus com p ortamientos han i d o t r a zando. A se dibujan los perfiles de un a sociedad que, proba-
esos cauces se les llamará ethos, o sea, el resultado de blemente, solo vivió en la escritura, dejó al descu-
obras sancionadas por un cierto valor, una cierta uti- b ierto, a través de la l engua del p o eta, el p u nt o d e
lidad para facilitar la convivencia: «armonía de ten- inserción con la vida en la sumisa aceptación de sus
siones opue s t as», bu s c a n do , conj u n t a m e nte, oyentes. En este mom ento, el po ema es, verdadera-
destensar su oposición. La aceptación d e ese ethos, mente, creación: se integra en la consciencia del indi-
fruto de l o c o l ectivo, conforma, también, la estruc- viduo y m o d i fi ca, corrige y sanciona sus obras. Por
tura de lo individual. El ethosno es solo cauce por ello, los poemas de Hornero, en el casi total silencio
donde fluyen los individuos y por donde más fácil- d e una época de l a h i storia gr iega, hablan u n l e n -
Emilio Lledó Memoria de la ética

guaje distinto de aquel que hablarían aquellos oyen- diferencias de l o s d o s p o e mas ha n s i d o d e s critas
tes sumisos. El poema irrum pe, así, en la historia con repetidas veces y estas diferencias han originado,
la fuerza del mito, de la poesía, de la «otra vida» que sobre un fondo común, dos «éticas» distintas. La ética
los hombres viven cuando quieren arrancar, de la de la Ilíada va surgiendo de la peculiar situación en
clausurada naturaleza, la posibilidad que se abre con que los hombres se encuentran. El pólemos, la guerra,
el sueño y que se proyecta con el deseo. es el horizonte donde se proyecta todo lo que se hace.
La Ilíada y la Odisea,con independencia de los pro- Una guerra abierta,convertida en una segunda natu-
blemas que h a p l a n t eado l a « c uestión h o m é r i ca», raleza. Con excepción de Ulises, a quien veremos en
narran una cierta secuencia cronológica y se desarro- la Odisea haciendo de h u é sped, de m e ndigo, de
llan, fundamentalmente, en dos ámbitos distintos. El amante, los h éroes de la Il í a da son c a si e xclusiva-
mundo de la Ilíada se limita al espacio que separa las m ente com b atientes. No p o d e mo s i m a g i n arlos en
naves de los aqueos y las murallas de Troya. Sobre ocupaciones más pacíficas, aunque las pequeñas bio-
este paisaje se proyecta la sombra del Olim po, y en el grafías con que el poeta cubre, piadosamente, al gue-
aire que respiran los héroes vuelan, con su carga rrero, antes de que las «rodillas pierdan su vigor», nos
mortífera, los dioses. El mundo de la Odisea es incom- dejan entreverun mundo ya lejano, de una perdida y
p arablemente más e x t enso. Ta n e x t enso c o m o plácida felicidad. Ese m u nd o f e li z se refiere, sobre
requieren las condiciones de un viaje y de los dos via- todo, a los padres, o a la esposa, recién casada y sola
jeros que, cada uno por su lado, lo emprenden: Telé- (Ilíada, XI, 22I y s s.); viuda «en el r e c iente tálamo»
m aco y U l i ses. Es cierto qu e u n a b u en a p a rt e d e l (Ilíada, XVII, 36), «a la qu e c o n t i n u am ente d esea»
viaje de Ulises es el relato que este hace, a los feacios, (Odisea, V, 2IO); a la riqueza (Ilíada, XIV, I2I-I25); a la
de las aventuras anteriores a su llegada a la isla, y que patria añorada, Ítaca, «hermosa al atardecer» (Odisea,
se extiende a lo l argo de cuatro cantos. Personaje y IX, 2I); al hijo protegido por el amigo y dueño de un
narrador al mismo tiempo, Ulises articula ya la vida y palacio de «elevado techo» (Ilíada, XIX, 333). «Así dijo
la historia, y en ellas aparecen paisajes diversos, vivi- llorando Aquiles y los caudillos gimieron, porque
dos a través de alguno de sus habitantes. Calipso, Cir- cada uno se acordaba de aquellos a quienes había
ce, Polifemo, las Sirenas, incluso el mundo de los dejado en su respectivo palacio» (Ilíada, XIX, 338-339).
muertos, ofrecerán fugaz cobijo al vi ajero; pero casi
la mitad del poema se desarrolla en la isla de Ítaca,
que señala el objetivo del viaje, su meta postrera. Las 4. Los HÉRQEs HABLAN

2 7 (Ir d ' 1
Emilio Lledó Memoria de la ética

riencia vivida, se recuerda el p a sado y s e a l arga y


L as relaciones de poder, la paz del dom i ni o sin v i o - enriquece el presente. La venerable figura de Alcí-
lencia sobre los hombres y las cosas, han quedado noo, como la de Néstor o Fénix en la ll íada, adquiere
t runcadas. La p l á c id a s o ciedad, q ue, e n p a r t e , s e el poder por la palabra. Con ella el pueblo se siente
refleja al otro lado del poema y su guerra, queda ya protegido y en cuentra en el m i t o o e n l a s h i storias
como un sueño perdido. A este lado los héroes, los que se le tr ansmiten, no solo l a r e construcción d el
áristoi que luchan junto a sus dioses, sus mitos y sus ámbito ideal donde se reconoce, sino las razones que
recuerdos, y que no tienen ya, para intentar la organi- van a justificar el sentido de sus obras. Por ello Uli-
z ación de una vida en com ún , sino el cam ino d e l a ses, invitado por Alcínoo, se convierte, él también, en
cada vez más próxima polis. Para ello poseen algunas narrador de sus propias hazañas. «Hay en ti — dice
i nstituciones, al gunas f o r m a s d e c o n v i v encia. L a Alcínoo — una belleza de palabras y una especie de
llíada y la Odiseaabundan en diálogos. Los héroes sensatez y, como u n a e do, has sabido contarnos lo
discuten, se comunican, hablan consigo mismos (I1ía- que nos has contado» (Odisea, XI, 367-368). «Un hom-
da, XXII, 99 y ss). Las «aladas palabras» (Ilíada, IV, 337) bre es inferior por su aspecto», dice en otro lugar Uli-
que se «escapan del cerco de los dientes» (Ilíada, IV, ses, «pero la divinidad le corona con la hermosura de
3)o; Odisea, III, z3o) son el vínculo imprescindible la palabra y todos miran hacia él complacidos» (Odi-
para que surja, entre ellas, una forma nueva de socie- sea, VII, r 6 9 -i7i). S aber h a b l ar y re a l i z ar g r a n d e s
dad. Mentor a n im a a l o s i t a censes, convocados en hechos es lo que Peleo encargó a Fénix que enseñase
asamblea, para que «cerquen con sus palabras a los a Aquiles (llíada, IX, 443).
pretendientes y no estén sentados pasivamente y en Esta palabra que, unida a las obras, aparece fre-
silencio» (Odisea, II, 239 y ss.). El lenguaje, además de cuentemente en los poemas, descubre la única posi-
las «obras» (Odisea, II, z7z), servirá para modificar la bilidad de romper el oscuro horizonte de la guerra,
conducta de los hombres y para constituir, sobre ella, de salvar la violencia de la naturaleza, por medio de
las nuevas fórmulas de sociabilidad. No es extraño, la mirada y la voz de los hombres. El hablar que fun-
pues, que al comienzo del canto VII de la Odisease dará la vida «racional» habría de convertirse en sus-
cuente que A l c ínoo r e inaba sobre los feacios y «el tento de la polis, de la «Política», del primer proyecto
pueblo lo escuchaba como un d i os» (Odisea, VII, ir). importante para compensar inicialmente, con el len-
El poder de Al cínoo se organiza en torno a su pala- guaje, el egoísmo del individuo, la excluyente autono-
bra. A través de ella se recorre el espacio de la expe- mía del linaje o la tribu. Solo la palabra tenía poder
Emilio Lledó Memoria de la ética

d e comunicar otra cosa que el si m pl e d o m i n i o d e l de lucha que conduce a superarla. Por ello los héroes
cuerpo y la riqueza, de las armas y la violencia: la hablan, se comunican. El lenguaje les pone en los
p alabra se convertía, con l a r e t ó r ica, en a rm a q u e l abios la e speranza de q u e , a l g un a v ez, n o se a l a
podía también equivocarse, oscurecerse, desdoblar- fuerza — reflejo del poder gratuito — la que remedie
s e; pero q u e n o a g o t ab a su s p o s i b i l i dades e n e l la miseria, la rivalidad, el odio. Este lenguaje, tan sin-
monótono ejercicio de la fuerza. Por eso no es contra- gularmente hablado en los poemas, va elaborando
dictorio q ue el d u r o g u e r rero A q u iles, e n u n las posibles respuestas a aquellas tensiones contra-
momento en el que el recuerdo de Patroclo y la pre- dictorias, que buscarán, al fin, u n r e manso en l a
sencia de su m a dre le sumergen en l a «i n t i m i d ad», armonía de la polis.
exclame «Ojalá pereciera la discordia para los hom- Es ciertoque en un mundo que está encadenado a
bres y para los dioses, y con ella el rencor, que hace la escasez y, en mu chos m o m entos, a la m i seria, la
cruel hasta al hombre sensato, cuando más dulce que s uperación n o p u e d e s u s t entarse ú n i c amente e n
la miel se introduce en el pecho y va creciendo como «teorías», o sea, en palabras, sino que parece necesa-
el humo» (llíada, XVIII, soy-IIo). r io prom over un a « p r axis», una actividad r eal q u e
combata y, si es posible, elimine esas condiciones
precarias que rodean la vida. En el libro II de la Repú-
5. «PADRE DE TODAS LAS COSAS» blica, Platón había aludido a este hecho.

Pero en el m u n d o h o m é r ico es, originariamente, la Pues bien, estimo que la Polis nace cuando descu-
guerra la que orienta y determina los hechos de los brimos nuestra indigencia [...]. En tal caso, cuando
hombres. En ella, esos hechos se convierten en haza- un hombre se asocia con otro p o r que le n ecesita
ñas, y esta transformación perm ite adivinar la cohe- [...] como hay necesidad de muchas cosas [...] lle-
rencia que los justifica más allá del paisaje bélico. El g an a c o n gregarse en u n a s ol a m o r ad a m u c h o s
desnudo horizonte en el que unos hombres aparecen hombres para asociarse y auxiliarse, ¹no daremos
c omo enemigos de o t ro s p on e a l d e s cubierto u n a a este alojamiento el n o m br e de Polisf (República,
situación real, enmascarada tantas veces por la cultu- Il, 369b-c).
ra. Precisamente el r econocimiento y l a a c eptación
de esta situación esencial en la v id a h u m a na, el n o Hacia esa constitución «política» es hacia la que hay
enmascaramiento de su existencia, permite otro tipo que tender, para lograr la armonía de esas necesida-
Emilio Lledó Memoria de la ética

des, si es que, efectivamente, los hombres se «conven- obras van a convertirse en hazañas.
c en» de q u e v i v i r e s s i t u a rse a l o t r o l a d o d e l a
v iolencia. En e st o c o n siste, f u n d am entalmente, l a
organización de la sociedad. A ello parecen orien- 6. Arete Y AGATHÓN
tarse también las doctrinas «éticas» que, partiendo
del hecho de la indigencia, han pretendido modelar En los estudios sobre la «ética» de Hornero se ha
al hombre en la conformidad con un destino, al que, insistido sobre el carácter agonal de sus personajes.
por cierto,no se conforman los poderosos. Efectiva- El sistema de valores que le sirve de base está casi
mente, en determinados momentos de la historia, el t otalmente establecido sobre la superioridad de l o s
«poder» haamalgamado su proyecto de dominio con distintos protagonistas del mu nd o épico. Este carác-
teorías que le ayudaban a conseguirlo. Pero esto nos ter competitivo no es, por supuesto, exclusivo de la
c onduce a otro texto de Platón, al co m i enzo de l a s época heroica; pero en los siglos posteriores estará ya
Leyes. Allí se alude a la legislación cretense que siem- socializado, a través de un largo proceso en el que se
pre se ha promulgado «mirando a la guerra». La vida va a constituir la filosofía y el pensamiento político
colectiva está proyectada hacia esa perspectiva «pues de los griegos. Por eso mismo, el interés de este pri-
lo que la mayoría de los hom b res llaman paz no es mer momento literario de nuestra cultura no consis-
más que un nombre y,en realidad, hay por natura- te, solamente, e n s u ca r á c te r « o r i g i n al», e n e l
leza una guerra perpetua y no declarada de cada ciu- d escubrimiento d e r a sgos «pri m i t ivos», sino e n e l
dad contra todas las demás» (Leyes, I, 62>e). Esta tesis hecho de que aquí se hacen patentes las directrices
g eneral que condiciona la v i da, tal como no s n a r r a de una buena parte de la ética posterior.
Platón, no se especifica solo en determin adas situa- El comportamiento individual se socializa a través
c iones colectivas, sino que alcanza el centro m i s m o de un modelo. El carácter preeminente de los héroes
de la i n d i vidualidad. «Todos lo s h o m bres son, que discurren por los poemas les otorga una función
p ública o p r i vadamente, enemigos de t o dos l os p aradigmática. S u co m p o rtamiento n o que d a
d emás, y cada un o t a m b ién en emigo de sí m i s m o » sumido en el angosto espacio de la naturaleza indivi-
(Leyes, I, 626d). Estos son los extremos entre los que dual y de sus limitados logros. Cada hecho tiene una
se tensa el arco del ethos homérico. Pero, precisamen- resonancia qu e p r e cisa d e o t r a s i n d i v i d u alidades.
te, lo que no s p e r m it e adivinarlo es que, entre esa Pero ello implica una forma de cultura donde se dan
indigencia y esa guerra, va a actuar el h é r oe, y sus ya proyectos colectivos en fun ción d e d etermin adas
Emilio Lledó Memolia de la ética

d ecisiones, hábitos o i d e as. E l i n d i v i du o n o e s t á a otro concepto fundamental en la filosofía griega, el


exclusivamente cercado por el i m p erativo de subsis- concepto de av eté. E ste térm i no q u e , a t r a v és d e l
tir, de permanecer en el ser de la naturaleza. Para ello latino virtus, ha adquirido en el vocabulario moderno
bastaría el ínfimo nivel que marca la «lucha por la un sentido absolutamente distinto del d e su o r i gen
vida». Aunque este nivel siga siendo imprescindible y griego, hay que entenderlo en susverdaderos contex-
condicionante en el desarrollo del hombre, las for- tos. Esta operación h er m enéutica no es un a o p era-
mas cult urales ha n e x p r esado, m u c ha s v e ces, su c ión c o m p l i c ada; p e r o el éx i t o de sem e j a n t e
capacidad de progreso, en la medida en que han reconversión semántica nos facilita no solo una refle-
sabido disimular esa lucha. xión libre sobre las palabras clave de la filosofía, sino
Los primeros modelos que presentan los poemas que, al mismo tiempo, libera también la mente de
homéricos permiten entrever el origen de esos térmi- toda una serie de prejuicios que lastran su creativi-
nos fundamentales a t oda ética, como son, «bien», dad.
«mal», « r e sponsabilidad», « o b l i gación», e t c étera. Areté, como es sabido, significa algo así como 'exce-
Estas palabras o sus equivalentes ciñen su significado lencia', capacidad de sobresalir; dones que se poseen
a la situación «polémica» que las produce. El héroe y que conceden al poseedor una cierta preeminencia,
griego es adjetivado, frecuentemente, como agathón, un cierto poder. Esta areté es un atributo fun d a me n-
como «bueno»; pero esta bondad no tiene nada que tal del agathón, que acaba integrándola en sí mismo.
v er con el e n r edo semántico qu e a l o l a r g o d e l o s El agathón se convierte, así, en áristos. En el canto XI
siglos ha llegado hasta nosotros. Como se ha seña- de la Ilíada, Néstor hace un largo relato en el que,
lado (Snell, I955, pp. 223-224), «bueno» en Hornero no entre otras cosas, cuenta a Patroclo su encuentro con
connota nada relacionado con l a i dea convencional Aquiles, en el palacio de su padre, y cómo el anciano
de bueno. Su campo semántico se rellena, más bien, Peleo da a su hijo el consejo de «siempre ser el mejor
de conceptos que expresan utilidad, capacidad de (aristeuein) y estar por encima de los otros» (XI, 784).
hacer algo, algo que «sirve». Pero este servicio implica El verbo ar i s teuein su p o ne y a e s a s d e t e rmi n a das
ya una superación de la u t i l i dad «egoísta». La utili - hazañas conlas que el héroe probará su areté.Esfor-
dad «para sí mismo» no podría apenas concebirse, ni zarse por ser el mejor im p r i m irá en el héroe un dina-
siquiera cuando Aquiles reclama, al comienzo de la mismo, que alcanza su sentido en el espacio bélico
llíada, la parte de botín que Agamenón le niega. Por- en el que t i ene qu e m e d i rse. Pero este esfuerzo no
que esa supuesta bondad que el héroe tiene va unida basta. Las hazañas del guerrero, del hom bre que no
Emilio Lledó Memoria de la ética

tiene otro horizonte que el de contrastarse continua- soledad del cuerpo y de su praxis.
mente consigo mi smo en e l o t r o , n ecesita del o t r o,
enemigo o amigo, el reconocimiento. Su vida queda
proyectada así en un marco social para el que vive y 7. EL SIGNIFICADO DE LA ADMIRACIÓN
al que, en elfondo, sirve. La hazaña nunca es com-
pletamente individual. El individuo humano es tam- El concepto de modelo muestra, entre otras cosas, la
bién, como su misma naturaleza le enseña, indigente. ruptura con l a c o t i d i anidad y l a a p e r t ura h a cia un
Ser el mejor requiere que alguien lo sepa e, incluso, espacio ideal, habitable también por el hombre, sin
q ue lo com u n i q ue. En este m o m e nto es cuando l a necesidad d e q u e s e d e n i d é n t i cas con d iciones a
areté, la excelencia, adquiere su verdadero sentido. aquellas en las que se sitúa el modelo. Porque la soli-
Por ello, el concepto de modelo, de «ejemplo», no es daridad, la comunidad en las ideas, en la fuerza que
un concepto abstracto, no es un a th e oría, s ino q u e emanan las figuras míticas que las expresan, no surge
está encarnada en la vi da, en el ár istos que, al vivir, de la supuesta irrealidad de la situación que el poeta
señala el camino de su areté. describe. Por medio del mito se configura un espacio,
Pero ser áristos es «ser dicho» áristos. Cuando Héc- irreal también c om o e l d e l p o e ma; pero d o n de, en
tor descubre que Deífobo no está a su lado y que Ate- determinadas circunstancias, puede construirse una
nea le ha engañado, acepta, al fin, su destino, «pero f orma d e r e a l i d ad. V i v ir , p o r c o n s i guiente, n o s e
no quisiera morir cobardemente y sin gloria, sino agota en aquellos hechos cotidianos que el público
realizando algo grande, que ll egara a conocimiento del poema experimenta realmente. Vivir es también
de los venideros» (llíada, XXII, 304-305). Ni siquiera una cierta forma de esperanza; pero la esperanza
basta que le reconozcan los troyanos. El héroe nece- v acía, el simple esperar desde lo m i sm o y h a ci a l o
sita al poeta, necesita al lenguaje que llegue más lejos m ismo, es todavía más lento y p l an o qu e el m o n ó -
aún de lo que alcanzan las raudas, efímeras y «aladas tono transcurrir de los días. Con los poemas épicos,
palabras» (Ilíada, IV, 337). Este lenguaje es esencial los griegos empezaron a sentir, al lado de su propio
p ara que se «socialicen» sus obras. En la vida de l a tiempo h u m an o c onfigurado po r l a n e cesidad, otro
l engua, cada c o n sciencia qu e a s um e u n m e n s a j e tiempo, configurado por el destino, por el poder, por
inserta su propia temporalidad, o sea su propia vida, la amistad, por el honor, por el valor, por la pruden-
en la vida del modelo, en aquella forma de su exis- cia, por la generosidad.
tencia por m e di o d e l a q u e se supera la i n evitable La encarnación de estos modelos eran unos seres
Emilio Lledó Memoria de la ética

especiales. Su carácter ambiguo, sujetos a la natura- b ien o p a r a m a l , n u n c a m i r a rán l o s d i o ses. Y si n


leza y a otras fuerzas distintas que los griegos llama- embargo, el consciente sistema que pretende el ale-
ron dioses, aunque les situaba al otro lado de lo que targamiento colectivo, y m aq u ina un a p sicología de
son los hombres, les hacía aproximarse, por medio la alienación, tendría que esperar todavía muchos
de esa misma ambigüedad, a aquellos sentimientos, siglos. A pesar de esa posible «lectura», para la que
emociones, pasiones que el oyente de los poemas, indudablemente pueden encontrarse pruebas, y a
por su propia experiencia, conocía. Las imágenes, los pesar de la extraordinaria elaboración artística de los
s ímbolos, podían n o t e ner o tr a c onsistencia que l a poemas, su mundo ideológico es mucho más espon-
d el lenguaje que los transmite; pero el h il o qu e l o s táneo de lo que un l i gero análisis sociológico puede
ensarta, ensarta también la personalidad del lector o ver en ellos.
del oyente y,de alguna forma, le arranca de los pro-
pios límites y le abre el dominio de la posibilidad.
Por eso el modelo y el héroe que lo expresa son admi- 8. LA «FAMA» DEL HÉROE
rados. La admiración quiere decir que la vida se iden-
t ifica co n e l s u e ño , q u e e l t i e m p o r e a l d e q u i e n Las hazañas de la ll íada y el paisaje en el que se
admira se llena del contenido propuesto por el poeta, desarrollan dejan ver una determinada estructura de
del contenido insinuado en las hazañas. valores. Los héroes luchan, hablan, invocan, matan.
Por supuesto, cabe una interpretación, fácil de jus- La efímera existencia que viven está marcada por un
tificar, sobre todo cuando esa interpretación encuen- esfuerzo continuo. Vivir es combatir. Un esfuerzo casi
tra ejemplos parecidos, a lo largo de la historia, hasta inútil, para un fi n a p arentemente doméstico: vengar
nuestros días. El modelo homérico puede servir para a Menelao, rescatar a Helena. Pero este empeño tri -
el adoctrinamiento ideológico. El pueblo, el demos,ve v ial, para tan feroz contienda, nos permite ver tam -
el poder en la espada de esos héroes que se parecen a bién la p r i m er a d escripción d e l a s m o t i vaciones y
aquellos señores a los que tienen que obedecer. Las valoraciones de la vida, aunque sea desde la atalaya
fuerzas «sobrenaturales» que se c o m p r o m eten c o n de sus altivos protagonistas.
los héroes, que los protegen o abandonan, marcan la El ideal heroico qu e sustenta a lo s com batientes
inseguridad de la existencia, la inut i l i dad de ciertos les hace insistir en el linaje, la nobleza de aquellos a
c ombates, e in i cian, así, la h i storia u n i versal de l a los que se enfrentan. No hay héroes anónimos, muer-
resignación; sobre todo en a q u ellos a los que, para tes anónimas. Los héroes conocen las vidas de sus
Emilio Lledó Memoria de la ética

adversarios, conocen su ri q ueza y sus ascendientes; el tálamo para ir a guerrear contra los aqueos. Tal
se hablan. La muerte del otro revierte «gloriosamen- era el que salió al encuentro de Agamenón Atrida
te» hacia su rival. Idomeneo, caudillo de los creten- [...] para dormir el sueño de bronce, lejos de su
ses, le dice a Meriones que le pregunta por un buen legítima esposa, cuya gratitud no llegó a conocer,
lugar para el combate: «Vayamos por la izquierda del después que tanto le d i era: habíale regalado cien
ejército, para ver si presto damos gloria a alguien, o bueyes y prometido mil cabras y mil ovejas... (Ilía-
alguien nos la d ará a n o sotros» (Ilíada, XIII, 327). Y da, XI, 22I-245 ).
esta gloria es ya, como se indicó, una forma de socia-
lización. Se habla del valor de aquel héroe que ven- Estas breves biografías surgen, pues, en el mom ento
ció a otro, valeroso también. Y esta victoria es más en que el h é roe se enfrenta a su d e stino. Euforbo,
firme y más alta si el otro, el rival, es también «victo- antes de atacar a Menelao le dice: «Ahora pagarás la
r ioso», si p u ed e ser v i c t o r ioso. N o e s u n v e n c i d o muerte de mi hermano de que tanto te jactas. Dejaste
quien sucumbe, sino un p o sible vencedor. La gloria viuda a su m u j e r e n e l r e c iente tálamo; causaste a
del héroevencido no es vencida. Se vence a un hom- nuestros padres llanto y dolor profundo. Yo consegui-
bre; pero la gloria que arrastra en su caída, la areté ría que aquellos infelices dejaran de llorar, si lleván-
que lleva consigo, el linaje que le ata al tiempo pasa- dome tu cabeza y tus armas las pusiera en manos de
do, no perece con él;lo recoge la fama de aquel que mis padres» (Ilíada, XVII, 37-4o). Antes de que caiga
lo ha vencido. En alguno de los combates, antes de la herido por la lanza de Idomeneo, el poeta cuenta que
muerte del guerrero, el poeta recuerda quién era y de Otrioneo había pedido en m a t r i m o ni o a C a sandra,
d ónde venía e l h é r o e h e r ido, como s i e n e s e «la más hermosa de las hijas de Príamo». Y una vez a
momento de la m u e rte se quisieran sintetizar algu- sus pies, Idomeneo, que sabe la historia, se jacta con
nos de los aspectos de su particular areté. una buena dosis de humor negro:

Fue Ifidamante Antenorida valiente y alto de cuer- !Otrioneo! Te ensalzaría sobre todos los mortales si
po... Era todavía niño cuando su abuelo m aterno, cumplieras lo que ofreciste a Príamo Dardánida
Giseo, padre de Teano, la de hermosas mejillas, le cuando te prometió su hija: Traeremos de Argos la
acogió en su casa, y así que hubo llegado a la glo- más bella de las hijas del Átrida y te la daremos
riosa edad juvenil le conservó a su lado, dándole su por mujer [...]. Pero sígueme, y en las naves que
hija en matrimonio. Apenas casado tuvo que dejar atraviesan el p o n t o n o s p o n d r e mo s d e a c u erdo
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sobre el casamiento: que no somos malos suegros el abolengos Cual la generación de las hojas, así la
(Ilíada, XIII, 374-38z). de los hombres. Esparce el viento las hojas por el
suelo, y la selva, reverdeciendo, produce otras al
Estas referencias alas esposas o a los padres (cf.,por llegar la primavera; de igual suerte, una genera-
ejemplo, Ilíada, XIII, i73; XX, 4o7-4ro) anticipan el c ión h u m an a n a c e y o t r a p e r e ce, p ero y a q u e
dolor de Tetis, de Príamo, de Andrómaca, de Hécuba. deseas saberlo, te diré cuál es mi linaje, de muchos
Dolor y gloria, pérdida y logros mezclados. Pero el conocido (Ilíada, VI, r45-I5I).
gesto del h é roe qu e v ence ll eva consigo esa nueva
forma de ambigüedad. Sugloria de vencedor le enri- La fama, por la que tanto se lucha, apenas le sirve
quece también como posible víctima. Instrumento de a l héroe para otra cosa que para vivir en la mem o r i a
cultura, la muerte no h ace otra cosa que ampliar el de los otros. Los hombres son, efectivamente, como
mito, que alimentar la fama. Y precisamente el «ser las hojas de los árboles, y como ellas se suceden las
dicho», el ser convertido en objeto de lenguaje, a tra- generaciones.Pero a través de esa caída continua per-
vés de la admiración que absorbe y l evanta al otro, vive el perfil que el esfuerzo heroico ha sabido mar-
s utiliza su crueldad, en ese botín i d eal, más im p o r - car e n l a col e c t i v i da d a l a qu e per te n e c e.
t ante aún que el d e l a o r i g in aria escasez, y el de l a Precisamente esa gloria ajena, que pasa a manos del
indigencia del cuerpo. Por eso Diomedes se resiste a g uerrero co n s u v i c t o r ia , e n c u entr a s u m á s a l t a
pelear con u n d e sconocido: «Cuál eres tú, guerrero expresión cuando deja también de pertenecerle. Con
valentísimo, de los mortales hombres. Jamás te vi en ello se construye un valor esencial para la propia
las batallas donde los varones adquieren gloria, pero existencia. Este valor s u p era e l i n n a t o e g oísmo, a
a todos los vences en audacia, cuando t e a treves a pesar de la creciente tensión que el héroe mantiene
esperar mi for n ida lanza. Infelices de aquellos cuyos para afirmar su p r o pia personalidad. Porque la afir-
hijos se oponen a mi furor» (Ilíada, VI, rz3-rz7). En la mación de la singular existencia, que constituye un
respuesta de Glauco se inserta el famoso texto en el rasgo fundamental en esta primera y originaria inter-
que el hombre vuelve al nivel de la naturaleza y, en pretación de l a a r i stocracia, va un id a a l a a b soluta
esa semejanza, recupera el sosiego que la cultura le negación, con la muerte.
roba. Respondióle el preclaro hijo de Hipoloco:

¡Magnánimo Tidida! ¹Por qué me interrogas sobre 9. LA MUERTE


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la misma manera que cada herida anuncia la fragili-


La muerte del héroe es otro de los hilos que tejen la dad del cuerpo yenfrenta alhombre con la muerte,
trama del ethos homérico. La Ilíada abunda en esce- c ada hazaña l o e n f r e nta co n e l p o s i bl e ec o d e l a
nas donde los héroes mueren unos a manos de otros. memoria. Solo en l a v i d a y f r e nt e a ese h o r i zonte
Como la fama, la muerte tiene también algo propio. mortal p u ed e e l h é r o e c o m p e nsar l a i n s u p erable
No solo «la m u e rte com o o scura n ub e e n vuelve al limitación con la que nace. Vencer la muerte es, pues,
guerrero» (llíada, XVI, 350), sino que a lo largo de vivir en la mem o r ia. Por eso, el horror que despierta
todo el p o em a h a y u n a s e ri e d e d e scripciones de en el guerrero el ultraje a su cadáver.
h eridas, d e u n ex t r a ñ o r e a l i sm o y , e n al g u n o s L a muerte es u n d a t o d e l a e x p e r i encia qu e e l
momentos, de gran belleza poética. Después de con- héroe homérico descubre en su mundo. La única
tar la historia de Acátoo, de su esposa y su madre, el posibilidad de superarla es lograr que ese hecho indi-
poeta lo enfrenta a la l a nza de I d o m eneo: «El gue- vidual se integre en el espacio colectivo de la fama,
rrero cayó con estrépito, y como la lanza se había cla- de l a m e m o r i a d e l o s h o m b r es. E l i n c o n sciente
vado en e l c o r azón m o v í anla la s p a l p i taciones de impulso que lleva a descubrir ese deseo supone ya el
este» (Ilíada, XIII, 442-444). Aquí el vigor de la imagen comienzo, no de la conform i dad con el destino, sino
salta por encima de cualquier simple forma de realis- de una forma de superarlo: llenar ese destino con el
mo. La lanza que hiere recoge en su asta la vida que singular esfuerzo heroico que, sin embargo, traspasa
desaparece. Hay otros ejemplos en donde las armas la frontera del individuo para convertirse en empeño
reciben el último movim i ento de la vida que se extin- colectivo. Estos héroes afanosos de su honra y capa-
gue (Ilíada, XV I I, 2 97). En o t r o s c a sos el g u e r r e ro ces de dar, continuamente, la vida por e l la, han
mismo habla y analiza su propia herida. Glauco, con abierto el camino — al crear modelos «admirables»-
el brazo atravesado por una flecha de Teucro, se de un sistema de relaciones entre los hombres, en el
queja a Apolo: «Tengo una grave herida, padezco que es posible el esfuerzo, el «idealismo», la generosi-
agudos dolores en el brazo y la sangre no se seca; el dad. Es cierto que este modelo heroico no puede
hombro se entorpece y me es imposible manejar fir- t ener en c u enta las f o r mas d e c o m p o rt ami ento d e
memente la l a nz a n i p e l ear co n l o s e n e m i gos [...] aquellos oyentes de los poemas que no pertenecían,
cúrame, adormece mis dolores» (llíada, XVI, 5I7-525). ni podían p e rtenecer, a la casta de lo s semidioses.
Esta misma consciencia del propio cuerpo hace sur- Pero este horizonte de l a l u c h a « i dealizada», de la
gir también la consciencia de su vulnerabilidad. De « energía» pura, d e l a i n c e sante «agonía», es u n a
Emilio Lledó Memoria de la ética

forma de disolución en lo colectivo, de integración de ante la aparición de su m a dre mu erta, cuenta cómo
la personalidad singular en l a c onsciencia de los «tres veces me acerqué, pues tenía deseos de abrazar-
o tros, por m e di o d e l l e n g u aje en e l q u e v i ve n l a s la, y tres veces voló de mis brazos como una sombra o
h azañas. El instinto egoísta, enemigo de un a m o r a l un sueño». Al extrañarse de ello, la madre le expone
de la solidaridad, se disuelve en ese empeño por vivir
más allá de lo que ciñen los límites de la piel. El gozo lo que está establecido que pase con los mortales
presente, el placer que se enciende en el tiempo del c uando un o m u e re: los n er vios ya n o s u j etan l a
cuerpo, adquiere un a m o d u l a ción « i n t electual» al carne ni l o s h u e sos, que l a f u e rza p o d erosa del
recrear otro tiempo futuro, que se alcanza a través del f uego ardiente los consume, tan p r o nt o c om o e l
lenguaje, aunque su realización solo aliente en la á nimo h a a b a n d o n ado l o s b l a n cos h u esos y e l
esperanza. alma va revoloteando como u n su eño (Odisea,XI,
P recisamente porque e l h o r i z o nte d e l a m u e r t e , 206-222 ).
determinada además por el destino, es insalvable, el
héroe escogerá siempre la vida, con tal de que en ella Esta fuerza que anuda y organiza la vida, expresada
pueda realizar una forma superior que la trascienda en el término thgmós, 'ánimo', es el principio origina-
y logre, en la m emoria, inmortalidad. Por eso la rio, el impulso principal del guerrero. Pero, por ello,
muerte no tiene consuelo. Con ello acaba el reino de aun cuando resida en el cuerpo vivo, tiene que con-
lo humano, el reino de la posibilidad. Cuando Ulises trastarse con lo real, con lo que es objeto de su vigor.
desciende al mundo de los muertos, encuentra allí a Thgrnós y psyché, poderes que habitan en el hombre,
Aquiles, el feroz y altivo guerrero, quien por volver a son los que le abren al mundo y orientan y llenan su
l a tierra p r e feriría «servir e n c asa de u n h o m b r e p ersonalidad. Hay, pues, que aprovechar el t i e m p o
pobre, con apenas hacienda, que ser el soberano de en que se dispone de ellos. «No es posible prender ni
todos los que han m u erto; pero dime, en cambio, si asir el alma humana para que vuelva, una vez ha sal-
mi hijo ha marchado para ser el primero en la gue- vado la barrera de los dientes», dice Aquiles. Esta
rra» (Odisea, XI, 489-49í). En el reino de las sombras inasibilidad del alma, este carácter efímero y fugaz es
ya no cabe la «energía» — ese ejemplar concepto que lo que le mueve a plantear su vida en la íínica alter-
Aristóteles habría de analizar siglos después —, ya no nativa posible.
cabe esa actividad que construye la existencia, ni el
cuerpo que ad m i n i stra la f u e nte de l a v i da. U l i ses, Mi madre la diosa Tetis, de argentados pies, dice
Emilio Lledó Memoria de la ética

c ia qu e n o s e a p u r e a b s o l ut amente e n e l b r e v e I963, y a pesar de que se han publicado trabajos posteriores


tiempo de la vida. Pero llegar a semejante propuesta muy valiosos, los dos volúmenes de esta introducción siguen
siendo el mejor libro de conjunto en castellano. Semejante es
implica, además, todo u n r e p l anteamiento d e el ec-
también la obra de A. J. B. Wace y F. H. Stubbings,
ciones y reelaboraciones intelectuales que practican
A Companion to H o mer, L o n d res, M a c millan, t 9 62. M u y
ya, en su abstracción, el ancestral y cada vez más evo- valioso es también el libro de Joachim Latacz, Homer, der erste
lucionado impulso de la cultura. Esa elección se lleva Dichter des Abendlands, Múnich, Artemis, t989.
a cabo celebrando, por primera vez en lahistoria de Entre las obras más importantes sobre Hornero y la cues-
la tradición literaria, la ceremonia de negarse a sí tión homérica hay que destacar además:
mismo como realidad, para integrarse en el espacio Finley, M. I., The World of Odysseus, Londres, Chatto and
de la idealidad. Y esta negación lleva implícita una Windus, t956; hay trad. cast.: El mundo de Odiseo, México,
a firmación e x t r a ñ amente c o h e r ente: a q u e ll a q u e Fondo de Cultura Económica,t98oz.
Havelock, Eric A., Cultura orale e civiltd della scrittura, Da
sobrepone el modelo a las ventajas que pudiera arre-
Hornero a Platone,Introducción de Bruno Gentili, Bari, Later-
batar el individuo concreto que, de esa forma, inicia
za, ?973. (El original i n glés, publicado en t 963, llevaba el
la inacabable aventura de aproximarse a él. título de Preface to Plato y apareció en Ha rvard University
Press).
Kirk, G. S., The songs of Homer, Cambridge Uni versity
Press, t96z; hay traducción castellana: Los poemas de Hornero,
NOTA BIBLIOGRÁFICA Buenos Aires, Paidós, t985.
Marzullo, B., Il problema homerico, Milán, Riccardo Ricciar-
dí > 1970.
L os poemas homéricos, compuestos al p a recer entre l o s
A. Parry (ed), The Making of Horneric Verse. The Collected
siglos vIII y vII a. C., presentan diversos problemas relaciona-
Papers o
f Milman Parry, Oxford, Clarendon Press, I97I.
dos con el carácter escrito u oral de su composición, con el
Schadewaldt, W., Von Horners Welt und Werk, Stuttgart,
autor o autores que los crearon, con la tradición épica ante-
I965.
rior que pudiera resumirse en ellos. Una excelente introduc-
Una buena obra de divulgación esla de Herbert Bannert,
ción a todas estas cuestiones, así como a la lengua, religión y,
Homer in Selbstzeugnissen und Bilddokumenten, Hamburgo,
en general, a todo el m u n d o h i stórico y c u l t u ral d e este
Rowohlt, I979.
periodo se encuentra en la obra dirigida por Luis Gil y escri-
ta, además, po r F . R o d r í guez A d r ados, M . F e r n á ndez
Galiano, Luis Gil y J. S. Lasso de la Vega, Introducción a Home- Entre las obras históricas que estudian el periodo homé-
ro,Barcelona, Labor, t984. La primera edición apareció en rico hay que mencionar los libros de:
Emilio Lledó Memoria de la ética

que el hado ha dispuesto que mi vida acabe de una precisamente, el privilegio de su singularidad. Desde
de estas dos maneras: Si me quedo a combatir en el momento que tiene lugar esa elección hacia el
torno de la ciudad de Troya, no volveré a la patria, largo territorio d e l o c o l ectivo, comienza el ethos a
pero mi gloria será inmortal; si regreso, perderé la salir del cubículo del cuerpo para entrar en el espa-
í nclita f a ma , p er o s er á l a rg a m i v i d a , p u e s l a cio donde se teje lo social y se i n i cia, realmente, la
m uerte no m e sorprenderá tan p r o n t o (Ilíada, IX, humanización (Havelock, I973, 5I). Vivir en la memo-
4o8-4I6). ria; elegir la m u e rte en e l t i e mp o d e l a n a t u r aleza,
para viviren la esperanza de un lenguaje que habla
de sujetos, vencedores de lo efímero, significa creer
Io. ELEGIR LA MEMoRIA que la existencia, a través de la palabra, llega más allá
de lo que alcanza el tiempo asignado a los hombres,
La posibilidad de elección, por parte de Aquiles, y es más valiosa que la simple singularidad que la
supone ya el ascenso a una determinada perspectiva encarna.
moral. Pero elegir im p l i ca, también, una fisura en el Sin embargo, las razones que hacen posible esa
monolítico muro del destino y en la forma como este e lección son r a zones qu e ha n r o t o e l v í n c ul o q u e
se hace presente al hombre. Si Aquiles elige es por- engarza el «hacer» con los elementales criterios del
q ue encuentra la alternativa desde la que el vivir l e e goísmo, y que en l a d esarmonía, implícita en to d o
ofrece los el ementos suficientes para un a « v alora- acto, entre utilidad y generosidad, entre individuali-
ción». Elegir es valorar; establecer los criterios que dad y solidaridad, el héroe se inclina hacia lo solida-
nos proyectan hacia uno de los posibles caminos de rio, hacia la memoria como forma, paradójicamente
la existencia. Toda elección, para que efectivamente superior, de mismidad. Aquiles no volverá, efectiva-
l o sea, n ecesita l a s u fi c i ente « n eutralidad» e n e l mente, a la p atria; pero su g l o ria será in m o r t al, tal
s ujeto que elige. Esta neutralidad q u i ere decir q u e c omo é l m i s m o v a t i c i na . ¹ E n q u é c o n s i ste, s i n
hay un lugar del sujeto a donde no llega todo el des- embargo esa forma de inmortalidad sin sujeto, ese
t ino; u n r i n c ó n d o n d e q u e d a s i e m pr e a b i e rt a y s upeditar l a p r e sencia de l t i e m p o v i v i do , a u n q u e
expectante la temporalidad. En él se establece que la pueda encarnarse también en el dolor, a la esperanza
vida y, por c o nsiguiente, el i n stinto d e d e f ensa del de que un n o m b r e p u ed a ser recordado) D e sde el
propio yo, el e goísmo implacable, puede quedar momento e n q u e s e e x p r esa semejante d eseo, se
domeñado por una idea a la que el individuo entrega, piensa que es posible construir una forma de existen-
Emilio Lledó Memoria de la ética

Page, D. L., History and the Homeric Iliad, Berkeley, z959. La edición más usual del texto griego es la de D. B. Monro
Webster, T. B. L., From Mycenae to Homer, Londres, Met- y Th. W. Allen, Homeri Opera recognoverunt brevique adnota-
huen, t964. tione critica instruxerunt..., Oxford Classical Texts, vols. I-II:
Ilias; III-IV: Odyssea; V: Parerga, t9oz-t9tz. Hay reediciones
Una breve pero útil introducción es la de Claude Mossé, posteriores.
La Grece archaique d'Homere a Eschyle, VIII -V l s i ecles av.
J.- Hay, por supuesto, otras ediciones del texto griego, algunas
C., París, Éditions du Seuil, t984. de ellas bilingües como las tan conocidas de la Loeb Classi-
cal Library, con traducción inglesa, o de Les Belles Lettres,
Sobre historia económica véanse, por ejemplo: con traducción francesa.
Finley, M. I., The ancient Economy, Londres, Chatto and De las traducciones al castellano destacan, sin duda, las
Windus, t973. clásicas de Luis Segalá Estalella, que han sido editadas repe-
Heichelheim, Fritz M., Storia economica del mondo antico, tidas veces y por distintas editoriales. De la Ilíada hay una
notable traducción de Daniel Ruiz Bueno, en tres volúme-
Introducción de M a rio M a zza, Bari, Laterza, I972. (La pri-
mera edición en inglés es de t958). nes, Madrid, Hernando, I956. Últimamente han aparecido
tres nuevas traducciones al castellano de Antonio López Eire
(Madrid, Cátedra, t989); Cristóbal Rodríguez Alonso (Ma-
Por lo que se refiere a cuestiones éticas, una brillante sín-
drid, Akal, t989) y Emilio Crespo Güemes (Madrid, Gredos,
tesis es el capítulo de J. S. Lasso de la Vega en el libro dirigido
t99o). En excelente edición bilingüe se han publicado los tres
por L. Gil, citado anteriormente. Otros trabajos más amplios
primeros cantos: Hornero, Ilíada, texto, introducción, traduc-
y que estudian distintos aspectos de la ética homérica son:
ción y notas de José García Blanco y Luis M. Macía Aparicio,
Adkins, A. W. H., Mo ral Values and political Behaviour in
Madrid, CSIC, t99t. De la Odiseaes muy valiosa también la
Ancient Greece, Londres, Chatto and Windus, I972.
traducción de José Luis Calvo, Madrid, Editora Nacional,
—, Merit and Responsability. A Study in Greek Values. Oxford,
I983, y la de J. M. Pabón, Madrid, Gredos, «Biblioteca Clásica
Clarendon Press, t96o.
Gredos»,i98z, con Prólogo de M. Fernández Galiano. Alianza
Son excelentes algunos de los capítulos de las conocidas
Editorial ha publicado una preciosa edición, con prólogo y
obras de B. Snell, Die Entdeckung des Geistes. Studien Zur Ents-
traducción excelente de Carlos García Gual e ilustraciones
tehung deseuropeischen Denkens bei den Griechen, Hamburgo,
de John Flaxman, Madrid, zoo5. Al catalán y en verso la tra-
Claassen, t955 (hay traducción castellana), y de H. Fraenkel,
dujo Caries Riba, Barcelona, Alpha, t953. Existe además una
Dichtung und Philosophie des frühen Griechentums, Múnich,
reciente traducción al eusquera de A it a O n aindía, Bilbao,
Beck, t962 (hay traducción castellana).
1985.

Ediciones g traducciones
Emilio Lledó Memoria de la ética

CAPÍTULO II

I. EL ETHOS DEL LENGUAJE

ARI STÓTELES Y LA É T I C A D E L A POLIS La edición crítica de las obras de Aristóteles, que en


la primera mitad del pasado siglo recopiló L Bekker,
recogía, entre otros, siete escritos donde se plantea lo
que el mismo A r i stóteles, al final de la Ética Nicomá-
quea, habría de llamar anthrópeia philosophía, «filoso-
fía de las cosas humanas». Estos escritos son: Etica
Nicomáquea (diez l i b r os), Ma gna M o ralia [2] (dos
libros), Ética Eudemia[3] (siete libros, incluyendo los
libros 4, 5 y 6, que coinciden con los libros 5, 6 y 7 de
la Ética Nicomáquea, y excluyendo las pocas páginas
del libro 8, qu e a l gu nos editores han separado del
libro 7), Sobre virtudes g vicios (opúsculo de tres pági-
nas), Política (ocho libros), Económicos (tres libros, el
tercero de los cuales se ha conservado en su traduc-
ción latina) y Retórica (tres libros). Por último la Cons-
titución de Atenas, publicada en r89I por sir Frederick
G. Kenyon, sobre la base de los fragmentos papiroló-
gicos hallados unos años antes.
Aunque hay problemas de autenticidad con res-
pecto a algunas de estasobras, Magna Moralia, Sobre
virtudes g vicios y Económicos, y aunque también se ha
Emilio Lledó Memoria de la ética

discutido, a partir de la publicación del Aristóteles de cias. Al comienzo de la Metafísica (98ob28-29), Aristó-
W. Jaeger, la cronología e interpretación de algunos t eles afirm a q u e « p o r m e d i o d e l a m em o r i a s e
de los escritos mencionados [4], es tanto el interés del e ngendra l a e x p eriencia en l o s h o m b r es», y e n l a
contenido de este legado aristotélico, que puede con- Ética Nicornáquea (t?4zarg y ss.) se justifica el que los
siderarse como una de las aportaciones fundamenta- jóvenes puedan ser matemáticos pero no pr u d entes,
les de la filosofía griega. porque la prudencia se refiere a las cosas particulares
El interés se debe a que, entre otras cosas, encon- y concretas y brota de la experiencia, cosa que el
tramos en esos escritos la prim era descripción siste- joven no puede tener. «Es la cantidad de tiempo (plet-
mática[5] de una teoría que mira el comportamiento hos) lo que produce la experiencia».
de los hombres en función de su relación con otros No es, pues, el simple «contacto» con el mundo, el
hombres y con l a e structura d e l o q u e , tal v ez, de hecho aislado que los sentidos perciben lo que abre
m anera an acrónica t o d avía, p o d r í amos l l a ma r s u las puertas de nuestra sensibilidad. Para que poda-
intimidad. Sin em b argo, el posible sistematismo de mos, realmente, saber de los objetos, necesitamos ese
esa theoría no se debe a una concepción que preten- fluido que, dentro del hombre, permite articular lo
diese engarzar las ideas en un p r evio andamiaje. El vivido y convertir el «hecho», que cada instante del
m ismo c a rácter d e e s o s e scritos, ta n a l e j ados d e tiempo nos presenta, en un plethos, en un conglome-
aquel escolasticismo posterior que acabó convirtién- rado donde se integra cada «ahora» en una totalidad.
dolos en «Tratados», no ofrecía el más mínimo apoyo A eso es a lo que Aristóteles llama experiencia.
para semejante tergiversación. Pero a pesar de ese Es, efectivamente, la mem oria la qu e p e r m ite esa
formal asistematismo, la filosofía práctica de Aristó- «ampliación» de lo vivido, y es el lenguaje el que des-
teles está atravesada por preocupaciones idénticas a cubre esa honda resonancia de la i n timidad, que
aquellas que se manifiestan en el resto de su obra. En alcanza, en nuestra propia historia, la historia de los
ella se hace lenguaje una mirada que pretende obser- o tros hom b res. El l e n guaje h ace consciente, en l o
var lo real, desde el lugar concreto en que lo real apa- colectivo, las ex periencias d e c ad a i n d i v i d u alidad.
rece. El lenguaje es uno de esos «lugares» en donde la Una fil osofí práctica, una ética[6], tendrá, pues, que
theoría se instala. En él descubrimos interpretaciones partir de esa experiencia, que el lenguaje transmite
del mundo, expresiones del domi ni o sobre los hom- cuando los hombres expresan, en sus acciones, en su
bres, formas de entender los hechos y, sobre todo, ese « praxis», aquellos p r i n c i p io s q u e l o s d e t e r m i n a n ,
hilo que enhebra las sucesivas y aisladas experien- orientan y j u s tifican. In m erso en l a m e m o ri a d e su
Emilio Lledó Memoria de la ética

propia experiencia, inmerso en el lenguaje de la his- Hornero y Hesíodo. Con ellas se intenta «mediar» en
toria, de aquellos que hablaron también sobre el esa oposición, insalvable, como tal oposición, y que
bien o la justicia, Aristóteles plantea una buena parte determina cualquier p o sible discurso ético. Porque,
de los problemas que constituyen su mensaje, en diá- efectivamente,la guerra (pólemos) engendra lo real y
logo con los que le precedieron. No basta solo mirar condiciona su constitución. Hay incluso una enemis-
lo que los hombres hacen; para construir una tad dentro de nosotros mismos (Platón, Leyes, 6z6d),
s upuesta teoría ética, hay qu e a n a l izar t a m b ién e l una lucha entre dos principios que parten la apa-
lenguaje en el que se expresa ese «hacer», y contras- rente unidad del ser humano. El esfuerzo por compa-
tarlo con l o q u e h i c i eron, de ese lenguaje, los qu e g inarlos im pulsará l a t e o ría é t ica d e P l atón y
pensaron antes. Aristóteles. Esa teoría se convertirá en filosofía prác-
Además de esa estructura in tersubjetiva que sos- tica, en reflexión que, arrancando de la experiencia,
tiene la memoria, lo que los hom bres «hacen», aun- pretenderá diseñar modelos que superen la «natural»
que precise «ser dicho» para saberse, se plasma en discordia.
formas que no son exclusivamente lingüísticas. Esas
formas, que dan sentido y coherencia a determinadas
acciones, constituyen el ethos.Ese sentido y coheren- 2. AGATHÓ N
cia no es nunca resultado exclusivo del individuo que
a ctúa como t a l i n d i v i d uo. Un a f o r m a s u p r em a d e No solo Aristóteles, sino el mismo Platón intentaron
egoísmo que, al afirmarse a sí mismo, hiciese desapa- establecer, con los planteamientos que implicaban
recer al otro, es absolutamente imposible. El egoísmo sus concepciones «políticas», los fundamentos de lo
es un principio fundamental de la naturaleza; pero el que, después, habría d e l l a m arse r acionalidad.
ser humano está necesariamente obligado a recono- A mbos partieron d e a n á lisis que obj etivaban en l a
cer, aunque sea despreciándolas, aniquilándolas, uti- palabra «bien», en sus formas de entenderla y de uti-
lizándolas, otras existencias. De esta lucha entre el lizarla, las distintas manifestaciones del ethos. El len-
individuo y el p lasma colectivo en el que está sumi- g uaje ofrecía un a i m p o rtante experiencia en l a
do, surge el complejo organismo en el que se engarza b úsqueda de l a r a c i onalidad «práctica», porque el
l a vida h u m a na. D e l a s t ensiones que m o d u la n e l «bien» servía, hasta c i erto p u n t o , c om o e l e m e n to
carácter de esa lucha, se harán lenguaje las primeras que, al articularse en un discurso coherente, trascen-
« recomendaciones» é t i ca s q u e d es c u b r i m o s e n día el sistema «teórico» que, en otros contextos, orga-
Emilio Lledó Memoria de la ética

nizaba la palabra «verdad». « aristocrática» de l b i e n , f u e pr e c is o a r m a r o t r o


Antes de qu e Platón acentuase, con su «i dea de ensamblaje que sustituyese la autoridad perdida.
bien», la separación entre el mundo real y los objetos Aquí intervino otra forma de aristocracia, la plató-
ideales, los términos «bien», «bueno» (agathón), fun- nica, que intentando superar cualquier perspectiva
cionaron en contextos reales. El «bien» se vivía. No sometida a la su puesta arbitrariedad de los deseos,
hubo, como es natural, un discurso sobre el agathón. estableció l a « i de a d e b i e n » c o m o « m o d e lo». Sin
El bien era algo que tenía que ver con aquel compor- embargo, el alejamiento de las ideas a un cosmos que
tamiento del individuo, que integra la afirmación de estuviese libre de las mutaciones de lo real y de lo
su personalidad en la del grupo humano al que per- humano, y que pudiese servir de posible contraste a
tenece. Por consiguiente, «bien», «bueno» significa- lo que los hombres «hacen», tuvo también en Platón
ron una cierta utilidad para ese grupo[y]. Los hechos d eterminadas contradicciones. Una de ellas, y no l a
d e un i n d i v i du o so n b u e no s p o r qu e r e d u n dan e n m enos im p o r t ante, fu e e l r e c o n ocimiento d e q u e ,
beneficio colectivo. Por ello el «bueno» necesita que efectivamente, aunque haya que superar,en función
los otros «digan» su b o n d ad; n ecesita el r e conoci- de una incesante querencia hacia las ideas, las condi-
miento y la fama. El dinamismo de esa sociedad «pre- ciones reales del cuerpo y de la vida, «¹quién de voso-
platónica» hizo, pues, que el bien se viviese como tros querría vivir poseyendo toda la sabiduría, toda la
elemento productor de existencia, alentador de soli- inteligencia, toda la ciencia y toda la memoria que es
daridad. Pero unido al d o m i nio, a l a ' excelencia' posible tener; pero a condición de no experimentar
(areté) del individuo, esta primera versión de bien n ingún placer, pequeño ni grande, ni ningún dol o r ' »
podía mantener y f o m entar d i ferencias radicales (Platón, Filebo, zrd-e).
entre los grupos que fu eron aglutinando en G r ecia E l p l a nteamiento d e u n b i e n q u e t u v i er a q u e
las primeras estructuras de la sociedad. Uno de los hacerse cargo de las condiciones concretas en las que
planteamientos más interesantes de la sofística fue, se desarrolla la existencia, y que ya tuvieron que ser
precisamente, someter la ideología del bien que el reconocidas por Platón (cf. Filebo, 6rc y ss.), encontró
áristos, la ' a r istocracia', imp o n ía y a d m i n i s t raba, a en Aristóteles un desarrollo que h abría de dar sen-
una crítica en l a q ue, al acentuar el r e l ativismo d e tido a su a n t r op ología ética. Pero, de todas formas,
ciertos valores, quedaba al descubierto su escaso fun- para marcar claramente sus diferencias con el plato-
damento. Al perderse, con este relativismo, el carác- nismo, Aristóteles tuvo que afrontar d ecididamente
ter jerárquico que i n f u n día en l a sociedad la teoría l a discusión con la teoría del bien i d eal. En el l i b r o

GO rl t> 1 rl, A 9
Emilio Lledó Memoria de la ética

primero de la Ét ica Eudemia (I2I7b y ss.) Aristóteles tematiza la experiencia y recoge, a través del lengua-
critica la supuesta concepción platónica del bien. je, los elementos que configuran una teoría. En el
« Así pues, hemos de examinar qué es lo mejor y en exclusivo mundo del conocimiento, que no es funda-
qué sentido se emplea la palabra» (IzrybI-z). El super- mentalmente p r áctico y q u e , p o r c o n siguiente, no
lativo to áriston, «lo mejor», alude a esa concepción tiene que ver, en principio, con el orden de la vida, de
del esfuerzo y la tensión del individuo hacia una las acciones y c o m p o r t am ientos, el i d eal «teórico»
forma superior de comportamiento, que ya habíamos podía configurar determinadas formas de la epistéme,
e ncontrado e n l os poe m a s h o m é r i cos. P er o d e del saber. Pensar no es, necesariamente, intervenir en
acuerdo con la tradición sofístico-platónica, hay que lo real. «Conocer en sí», «ser en sí» pueden, efectiva-
examinar no t anto el com p ortamiento de los áristoi, mente, discurrir a través de un lógos que habla de sí
que refleja la ll íada, cuanto el análisis de las formas mismo, sin compromiso hacia el lado de acá de sus
en las que la experiencia se ha hecho lenguaje. p roposiciones. Pero el «bien en sí», que Platón pr o -
En el uso de las palabras se manifiesta la dóxa, o pugna, no puede establecerse en esa línea que marca
sea la experiencia consolidada y compartida. Saber la frontera en donde se define el conocer por el cono-
lo que dicen los hombres es la condición q ue d eter- cer, o sea, el conocimiento que habría de llamarse
mina a c u alquier f i l o sofí qu e p r etenda hacerse especulativo. El bien ya supone estar del lado de acá
cargo de lo que hacen los hombres. Ya no es una idea del conocimiento. Una «filosofía de las cosas del
que preside, en un horizonte alejado de las opiniones hombre», tal como Ar i stóteles la expresa, implica no
y los d eseos, el d e stino d e l a e x i s tencia h u m a n a . trascender esa «humanidad» en busca de una «nor-
Cualquier proposición que tenga que ver con la pra- matividad» ideal, en t a n t o n o s e h a y a n a n a l izado
xis ha de formularse a partir de la historia de esa pra- todas las condiciones de posibilidad en las que se cir-
xis, d e la m e m o r i a c o l e ctiva q ue s e a s ienta en e l c unscribe l a v i d a d e l os hom b r e s . E st a a c t i t u d
lenguaje. En l a i n m e d i ata t r a dición «fi l osófica» de implica un giro fundamental en la filosofía práctica y,
este lenguaje, hay una expresión que sintetiza toda en general, en toda filosofía. Es cierto que el diálogo
una teoría de «lo mejor» y que representa el confina- platónico parte de algo que será el hilo conductor de
miento de las normas que rigen el obrar de los hom- la ética aristotélica: las op i n i o nes de l o s h o m b r es.
bres, al lejano e i n t angible un iverso de las ideas: el Efectivamente el diálogo y lo que en él se expresa es
«bien en sí». Este ideal manifiesta, indudablemente, una manifestación de a q u ellas «vidas que h a bl an».
una estructura esencial de la mente: aquella que sis- Así aparecen opiniones sobre el amor, la justicia, la
Emilio Lledó Memoria de la ética

muerte, la educación, la organización de la polis, etcé- existencia de una idea, no solamente del bien sino
tera. La creación del escritor presupone una actitud de cualquier otra cosa, es hablar de una manera
en la que se pretende no solo plantear unos proble- abstracta y vacía (logikos kai kenos) [...] en segundo
mas, sino construir un a situación, donde la dóxa se lugar, aun concediendo que existan ideas y, en par-
configura en el lógos de aquellos personajes que la t icular, la idea de bien, quizás esto no ti ene ut i l i -
manifiestan. Los interlocutores no son sino encarna- dad en relación con la vida buena y las acciones (E.
ciones verbales que dicen, desde una supuesta expe- E., I, 8, I2I7bI9-26 ).
r iencia y b i o g r a fía, p a l abras p r o v ocadas p o r u n
«provocador» Sócrates, que representa una determi- El bien no puede plantearse en el único reflejo de
nada y peculiar encarnación del «bien en sí». una « a b stracta y vac í a » e s p e culación. E l b ie n
humano tiene que ser «útil» y esto quiere decir que
tiene que servir n o s o l o e n e l i d eal qu e a r r astra y
3. LA NEGACIÓN DEL «BIEN EN SÍ» m ueve determin ados d eseos. «El d e seo n o p u e d e
s uponerse en cosas que no t i enen v i d a» (E. E., I, 8,
La crítica aristotélica no se plantea ya en los términos I2I8a27-28 ) y, por consiguiente, el movimiento del
de este contraste de opiniones que circulan, entre sí, deseo se realiza, únicamente, a través de esos condi-
sobre el cauce impuesto por el horizonte de un per- cionamientos concretos que constituyen la existencia.
sonaje, Sócrates, que, en cierto sentido, está más allá La crítica a es a a t racción i d eal d e u n s u p u e sto
( «el hombr e m á s j u st o d e s u t i e m p o», C a rta V I I , «bien en sí» se funda, principalmente, en el reconoci-
324e). Aristóteles no deja «aparecer» otra cosa, en el miento de que ese «bien en sí» no tiene otro conte-
cerrado discurso de su propia escritura, sino el filo de nido que e l d e s u m e r a e x presión «lógica». Su
un análisis en el que, en principio, solo se trasluce el materia lingüística no llega más allá de su vacía for-
contenido de su experiencia, sin las mediaciones de mulación. Todas esas múltiples acepciones en las que
posibles dialogantes, amenazados siempre por la pre- se emplea el b i en, tan n u m e r osas por cierto, como
sencia (parousía) de un saber superior, de un bien aquellas en las que se expresa el ser (E. E., I, 8, I2I7-
superior, ante el que todo puede equivocarse. b27), muestran esa imposibilidad de un «bien en sí».
El bien es realidad y vida, y se articula en todas esas
Pero si h e m o s d e h a b l ar, b r evemente, d e e s tas categorías yformas en las que se dice de algo concreto
materias, diremos, en primer lugar, que afirmar la que es un bien. Fuera de este entorno de realidades,

G0 rl, Gi (le GAS


Emilio Lledó Memoria de la ética

las palabras no bastan para configurar algo distinto El concepto de «en sí» arranca al término sobre el
de su propia idealidad e intersubjetividad. El bien, que se aplica de la órbita de la vida. La ontología de
d entro de l l e n g u aje, n o s i g nifica o tr a c osa qu e l a este «en sí» no puede ya identificarse con el orden de
posibilidad de una definición común que sirve para la realidad. Suponiendo que el concepto de eterno
«racionalizar», o sea, para comunicar e intersubjetivi- pudiese definirse como aquello que se repite, sucesi-
zar determinadas reflexiones. Pero el lenguaje natu- vamente, idéntico a sí mismo, esa repetición no inten-
r al deja u n e s p a cio i n d e t erm i n ado y a m b i g u o , a s ifica la cualidad que el «en sí» determina. El mu n d o
donde no llegan los límites de la teoría. Cuando d e lo real está sustentado en e l l a t id o d e «u n s o l o
h ablamos de conceptos que t i enen qu e ve r co n l a día». Es esta inmediatez de cada instante, que palpita
prixis, con la organización de las acciones y de la en las concretas, corporales condiciones de posibili-
vida, el contenido que se da a determinadas palabras dad, la que configura el sentido de la vida. Ser blanco
no puede nunca saturar ese espacio situado siempre m uchos días es y a c on fiar a l a c o n s istencia d e l a
en las afueras del lenguaje. No basta, pues, con aña- memoria la mera perdurabilidad; pero no en el hori-
d ir la expresión «en sí» a cualquier posible térmi n o zonte del «ahora», en donde se mueve siempre la prci-
en el que indicamos un concepto común, un signifi- xis, sino en el amplio espacio en donde el lógos puede
cado comunicable y participable (lógos koinós). Estos constituirse también como experiencia. Solo en ese
posibles artilugios lingüísticos con los que el mismo l enguaje que se t r an smite h a cia el f u t u r o d e c a d a
Aristóteles contribuyó, decisivamente, al d esarrollo individuo, qu e l o « t e m p o r alice» en s u e x c l usiva e
del lenguaje filosófico, no sirven en el ámbito de la intransferible subjetividad, t i ene c a bida e l r e c u r so
prixis. El «en sí», formulado por la tradición platóni- «lógico» del «en sí». No hay hipóstasis que constituye-
ca, tiene que desplazarse en el dominio de lo no real, se, en una metahistoria, los elementos «temporales»
de la no vida, de la no experiencia. Por ello Aristóte- que dan contenido a la verdadera historicidad. Solo
les lo i d entifica con l o « e terno y s e p arado» (E. E., en el lenguaje es posible el arti l ugio term i n o l ógico;
izi8aig). Pero aun aceptando el sentido de estos tér- solo como forma de «hablar» puede utilizarse el «en
minos, ni siquiera pueden añadir nada al orden con- sí». Lo real, hecho del tr anscurrir d e los días en los
creto de la vida. «Lo que es blanco durante días, no es que se va gastando el cuerpo, el deseo, la pasión, no
más blanco que lo qu e l o es u n s olo d ía, de suerte tiene demasiado que ver con el l enguaje que refleja
que el bien no es más bien por ser eterno» (E. E., eso real, aunque la posibilidad de ese reflejo sea
izi8ai4-ig ). aquello que distingue efectivamente la forma de ani-

GC> rl, G 7 rl d 9
Emilio Lledó Memoria de la ética

malidad h u m an a (A r i stóteles, Política, I, 2, i253aio). en la esperanza.


Situar, por consiguiente, un bien más allá de la escala E ste tiempo, qu e s e c o n f i gura c om o u n a « v i d a
c oncreta de los bienes hum anos es perder la ú n i c a entera», no tiene que ver con el «en sí» que pretende
oportunidad que la palabra bien tiene de justificarse: e stablecer un a f o r m a n u ev a d e s u stancialidad. L a
la de su propia y temporal realización. No es contra- « vida entera» circula en los l í m i tes del ti empo y e n
dictorio, con este texto de la E. E., lo que se dice en la ningún momento trasciende el espacio de la aquen-
E. N. a p r o p ósito d el « bien h u m a n o »: «El b i en d e l didad. H e ch a d e c o s a s c o n cretas, d e s i t u a ciones
hombre es una actividad de acuerdo con la virtud, y determinadas, la posible plenitud que señala el con-
si las virtudes son varias, de acuerdo con la mejor y cepto aristotélico de bí os téleios n o i n d i c a n i n g ú n
más perfecta, y además en una vida entera. Porque horizonte modélico al otro lado de esa plenitud. Esa
una golondrina no hace verano, ni un solo día, y así «vida entera» no constituye «en sí» alguno, sino que
tampoco ni u n s ol o dí a n i u n i n s t a nte bastan para es, simplemente, la confirmación, en el tiempo, del
hacer venturoso y feliz» (Io98ar6-zo). Esta repetición carácter inevitablemente efímero de la realidad.
m arca, únicamente, aquella diferencia en qu e es El bien no se forja desde una voluntad que proyec-
posible plantearse el concepto de eternidad «huma- ta, en el vacío del lenguaje, un modelo, vacío también
na». La vida entera o com pl eta (bíos téleios) no tras- e independiente de cada instante de la praxis, de cada
ciende el orden de lo real. Es dentro de la vida, en su elección y de cada posible responsabilidad. La teoría
posible continuidad, donde se configuran la eudaimo- aristotélica del bien, a pesar de las aparentes contra-
nía y la areté. Efectivamente, no puede dejarse al azar, dicciones que en algún mom ento puedan plantearse,
que domina en muchos aspectos la existencia, lo más es un producto de una serie de componentes que,
hermoso de ella, como es la felicidad. Hay que inten- enraizados en la psgché, han de atravesar el mundo
tar construir una forma de continuidad que dé conte- de los otros, y sistematizar, en función de él los pro-
n ido y c o h erencia a l a v i da . La f o rm a s u p r ema d e pios comportamientos.
felicidad y, por consiguiente, de bien es la que per-
mite edificar, sobre el ti empo de cada instante, una
cierta tendencia a s o brepasar su e f í m era c onstitu- 4. TÉLos
ción, y engarzar la problemática plenitud de los días
en la firme congruencia que amalgama el presente Pensar y com u n i car en el l e n guaje las experiencias
hacia el futuro, y sintetiza el «ahora» en la memoria y que sirvan para la vida colectiva requiere una deter-

G3 rl G9 (le d'.)
Emilio Lledó Memoria de la ética

minada metodología. Ello im p l ica el discernimiento A ristóteles recoge, no e s s ol o a q ue l d e sde e l q u e


de un camino que atraviesa la historia desde la que el comenzó a hacer filosofía. Probablemente, se aludía
filósofo habla. El derrotero hacia el que ha de incli- también a ese otro campo de la experiencia en el que
narse la filosofía práctica parece que tiene que ser se expresa la observación del c o m p o r t amiento real
orientado por l o q u e A r i stóteles va a denom i nar el de los hombres, de la defensa de su propia existencia,
«bien del hombre». El comienzo de la Ética Nicomá- y que constituye, en el fondo, su bien esencial.
quea e xpresa una c i e r ta d e c laración de p r i n c i p i o s En este comienzo d e l a é t ic a d e A r i s t óteles hay
frente a lo q ue, posteriormente, habría de l l a m arse otra palabra que condiciona su inicial concepción del
filosofía moral. «Toda modificación de lo real, todo bien, la palabra télos, t rivialmente traducida por 'fi n -
camino que nos conduce y orienta, y lo m i smo todo alida'.
lo que hacemos y elegimos parece que se inclinan
hacia un cierto bien. Por ello se ha dicho, con razón, Si existe, pues, algún sentido (t élos) de n u estros
que el bien es aquello ante lo que nada puede resis- actos que queramos por sí mismo y lo demás por
tirse» (E. N., I, I, I094aI-3). Esta tendencia de la natu- él, y no elegimos todo por otra cosa — porque así
r aleza h u m a n a ti e n e que desa r r o l l arse, p o r se seguiría hasta el infinito, de suerte que el deseo
consiguiente, dentro de los límites humanos. El bien sería vacío y vano —, es evidente que ese sentido y
hacia el que se tiende, y que constituye el punto fun- plenitud será lo bueno y lo más excelente. Y así, el
damental de una teoría del «comportamiento moral», saber esto, ¹no tendrá gran infl u encia sobre nues-
p asa, pues, por l a h i storia concreta de t od o l o q u e tra vida y como arqueros que saben también a
hacemos y elegimos, ya sea en nuestra intim i d ad, ya dónde dirigen sus flechas no dirigiremos las nues-
sea trascendiéndola hacia el mundo. Pero el descu- tras hacia donde debemos) (E. N., I, 2, I094aI8-24).
brimiento de este hecho fu n d am ental es un d e scu-
brimiento del lenguaje y en el lenguaje. Como todo La famosa comparación del arquero y el blanco en
lo que somos y hacemos prolonga y «mejora» ese ser esta pr i m er a p á g in a d e l a E. N . a pa r e ce e n u n
y ese obrar, «se dice con razón» que nada hay que no supuesto contexto «finalista». Hay bienes que elegi-
se incline al bien. En ese «se dice» aparece el primer mos por algo. Este algo constituye el sentido de esa
dato de la experiencia del que Aristóteles parte. Por p rimera elección. Pero elegir i m p l i c a co nocer, y e l
supuesto que es una experiencia que puede proceder conocimiento no es un saber por sí m i smo, sino en
de las enseñanzas de la Academia. Pero el decir que función de nuestra propia vida. Es ella la que deter-
Emilio Lledó Memoria de la ética

mina y or i enta el significado de n uestros actos. Ese p arte f u n d am ental d e e s e r e corr ido, sin o u n e l e -
significado, sin embargo, brota del establecimiento m ento más de él. Lo d e cisivo es la or i entación q u e
de ese objetivo «vital», base y principio de todo senti- perfila el recorrido y l a «energía» que lo constituye.
do. Conocer mejor es influir sobre la vida. Pero el Télos, Teléo, no significan tanto finalidad, cuanto cum-
objetivo no es arbitrario. En e l t e xto d e A r i s tóteles p limiento , p len i t u d , con s u m a c i ón , m adu r e z .
surge un término que, en principio, parece precursor M omentos, pues, que cul m i nan l a t e m p oralidad d e
de la teoría kantiana del deber: «Alcanzar lo que se u na trayectoria, de u n r e c o r r i do, en d o n d e l o m á s
debe alcanzar». Expresiones como «lo que se debe», importante es, precisamente, la coherencia de la pra-
«cómo se d e b e», «cuándo s e d e b e», etcétera, son xis y la enérgeia que dibujan el transcurso de una
familiares en la lengua griega[8]. Hay, pues, un deber, vida. Por eso hay diferencia entre los distintos «fines»,
una conveniencia que ata al individuo a una determi- pues unos son 'energías' (enérgeiai) y otros son 'obras'
nada forma de comportamiento. El espacio hacia el (érga). El «fin» está, por tanto, enraizado en la estruc-
q ue ese deber s e e x t i ende n o p u e d e se r a ú n e s a tura misma de cada existencia, de cada proyecto. Fin
férrea atadura qu e sostiene a l a « b u ena v o l u n t ad» es, pues, sentido y acabamiento, coherencia y pleni-
kantiana. N i l a h i s t o ri a n i l a t r a d i c ió n i n t e l ectual tud.
griega podían escaparse, en el momento en que Aris- P ero nad a p u e d e t e n e r s i g n i fi cado e n l a v id a
tóteles escribe, hacia otro lugar que no fuera la polis. humana, si se desglosa del espacio colectivo en el que
Por eso no es sorprendente que la supuesta «finali- cada individualidad se cobija. Aquel que «no puede
d ad» de ese d eber q u ed e c o n cretada e n a l g o t a n vivir en sociedad o no necesita nada por su propia
«real» como el ámbito colectivo en el que se entreteje suficiencia, no es miembro de la polis, sino una bestia
la polis. La flecha del arquero, en la brillante metáfora o un d i os» (Aristóteles, Política, I, 2, I253a28-29). La
aristotélica, no es el punto que circula en un espacio verdadera «finalidad» de la vida es la polis.
vacío y neutro, hasta clavarse en el lejano blanco. La
flecha es la vida. El recorrido de la flecha traza tam-
bién el sentido de una trayectoria. Su objetivo no es, 5. PoLIs
exclusivamente, atinar e n e l b l a n co , s in o r e c orrer
a certadamente el espacio que los separa. Lo im p o r - No es extraño, por consiguiente, que también en el
tante es la «energía» que lleva la fl echa, la t ensión principio de la E. N., y en el momento mismo en que
que mueve la vida humana. El supuesto télos no es la se está planteando el conocimiento del bien, que ha
Emilio Lledó Memoria de la ética

de influi r e n l a v i d a d e l o s h o m b r es, aparezca lo por consiguiente, nada puede aportar a la felicidad.


colectivo como el sentido más perfecto que puede Pero, al parecer, hay un bien propio del hombre, y ese
alcanzarse en ella.Una determinada forma de saber es el que tiene que ver con la política. Esta perspec-
es la qu e t i en e qu e s i stematizar esta em p resa. De tiva que Aristóteles abre, en el primero y más dete-
estos saberes n ido análisis del o b rar h u m a n o q u e s e h i z o e n e l
mundo griego, concuerda con todos los planteamien-
parecería que ha de ser el más principal y arquitec- tos de su filosofía práctica. Efectivamente, si el hom-
tónico y este es, evidentemente, la política [...]. Y bre es esencial y fundamentalmente un animal que
puesto que la política se sirve de las demás cien- habla y un animal que, por naturaleza, tiene que con-
cias y prescribe qué se debe hacer y qué se debe vivir (Po1ítica, I, 2, r253a2 y ss.), su «bien» especial será
evitar, el fin d e e ll a i n c l u irá los fines de las otras aquel que contribuya a facilitar esa comunicación y a
ciencias, de modo que constituirá el bien del hom- hacer posible esa convivencia.
bre. Pues aunque sea el mismo el bien del indivi- ¹Cómo partir, sin embargo, en busca de esa organi-
duo y el d e l a c i u d ad, es evidente que es mu ch o zación' ¹Qué sistema utilizar para llegar, en lo posi-
más grande y más perfecto alcanzar y salvaguardar ble, a un a c i erta seguridad en e l d e sarrollo d e e se
el de la ciudad; porque procurar el bien de una saber político que acoge todos los otros saberes7 Es
persona es algo deseable, pero es más hermoso y evidente que el bien h u m an o t i ene que investigarse
divino conseguirlo para un pueblo y para ciudades aunque sea de una manera general, porque en un
(E. N., I, 2, I094a26-I094b9). saber tan supeditado a las «condiciones reales» de la
existencia no pu ede pretenderse exactitud m at emá-
Hay distintas clases de bienes. En el libro segundo de tica (E. N., I, 3, I094b20 y ss.). Pero de algún p u n t o
la República de Platón se clasifican según la utilidad habrá que partir para desarrollar una base sobre la
que nos produzcan. Esta utilidad qu eda reducida al que construir l a c i encia suprema de l a p o l í t ica. No
e scueto marco i n d i v i dual. Son, h a sta cierto p u n t o , podrá, por supuesto, pretenderse partir de principios
bienes que se circunscriben al espacio del cuerpo y a bstractos. La naturaleza del asunto no nos perm i t e
del placer (3gyb y ss.). Tan estrecho es este ámbito buscar exactitud, como el matemático busca la suya.
que incluso la j u sticia, que Platón q u i ere situar en H ay que adecuarse a l a m a t e ria m i s ma, obj eto d e
alguna de esas clasificaciones, encuentra la oposición nuestra investigación, y esa m ateria es la v i da. Por
de aquellos que pi ensan que ser ju sto es penoso y, eso, de la experiencia de esa vida, de las opin i ones
Emilio Lledó Memolia de la ética

que se den sobre ella, de los principios que determi- cia en el qu e se lleva a cabo esa defensa. Mientras
n an la n a t u r aleza hu m a na, tenemos qu e sacar l o s más decididamente busquemos la eudaimonía, más
elementos que hay que conjugar en esta problemá- claramente estamos escuchando el dictado de la pro-
tica empresa. Este es el inicial pl anteamiento meto- pia naturaleza. Nadie pretende el sufrimiento y el
dológico de la ética de Aristóteles. dolor, porque am bo s son sí m b o los de d e strucción,
amenazas para la vida.
Pero tampoco podemos quedarnos con el nombre.
6.EUDAIMONÍA Y ENÉRGEIA Hemos de darle un contenido a esa palabra eudaimo-
nía. Y en el m o m e nto en qu e b ajamos del n ivel del
El bien del hombre, que parece ser el supremo objeto lenguaje, comienzan las dificultades. Buscar la felici-
de la política, podría caer también en abstracciones dad, pero, ¹qué clase?; buscar la felicidad, pero, ¹a
parecidas a a q u e llas qu e A r i s t óteles combate «en qué costa?
estos amigos nuestros que han introducido las ideas»
(E. N., I, 6, Io96aI3). Hay, pues, que concretar esa ter- Unos creen que es alguna de las cosas visibles y
minología «general» e investigar en qué p u ede con- manifiestas, como el placer o la riqueza o los hono-
s istir es o q u e l l a m a m o s « b i e n d e l ho m b r e» . S i r es; otros, otra c o sa; m u c has veces in cluso u n a
miramos atentamente, descubrimos que apenas hay misma persona opina cosas distintas: si está enfer-
dificultades para encontrar en qué consiste ese bien ma, piensa que la felicidad es la salud; si es pobre,
que la naturaleza hum ana, como n a t u raleza indivi- l a riqueza; los que ti enen conciencia de su i g n o -
d ual, p ersigue. Casi t o d o e l m u n d o , t a n t o c u l t o s rancia admiran a los que dicen algo grande y que
como incultos, está de acuerdo en el n o m b re: eudai- está por encima de ellos. Pero algunos creen que
monía, 'felicidad'. Tenemos aquí el principio que, al aparte de esa multitud de bi enes, existe otro bien
parecer, nuestra naturaleza persigue. En él debe fun- en sí y que es la causa de que todos aquellos sean
darse toda investigación ética. Reflexionando sobre la bienes (E. N., I, 4, IO95a22-28).
propia experiencia y a d m i t i endo ese nom b re, en el
que la mayoría de los hombres coinciden, descubri- Sumergidos, pues, en la h i storia, la eudaimonía pre-
mos, efectivamente, que por encima de todo, nuestra senta múltiples aspectos. ¹A qué se deben estas dife-
naturaleza nos exige la defensa del propio ser. La rencias? Aristóteles no plantea todavía esa pregunta,
eudaimonía es el juez que dictamina el nivel de efica- pero a lo largo de sus escritos éticos se intentará dar

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Emilio Lledó Memoria de la ética

una respuesta adecuada. Lo que, en principio, es evi- sidad de las apetencias y sus objetos. El «bien» que
dente es esa diversidad. Basta recoger los ejemplos de especifica el vivir y el obrar señala una frontera en la
la tradición, recordar la historia de Sardanápalo, las que la naturaleza humana comienza a despegarse de
ambiciones de los tiranos, el dolor de Príamo, para su contexto animal. Vivir implica realizar las posibili-
descubrir en dó nde ha puesto cada uno su corazón. dades de un organismo en función de su medio «físi-
Porque no es el 1ógos, la reflexión, lo que está en el co» y d e s u p r o p i a e structura «biológica»; pero el
origen de esta diversidad. El hombre no es, en princi- « bien» que se añade a esa vida simboliza toda u n a
pio, una i n t eligencia que reflexiona. La solidaridad serie de componentes que, asumidos por el sujeto,
q ue proclama A r i s t óteles com o b i e n e s e ncial d e l p royectan el vivir, desde el cerrado y limitado mun d o
hombre no es un h e cho desde el que se parte, sino del bíos, al amplio y difuso mundo de la consciencia.
una larga meta a la que se llega después de un arduo V ivir b ie n s i g nifica sentir l a v i d a , d e scubrir e n e l
viaje. Porque estamos hechos de elementos más com- cuerpo y en el fondo de la intimidad los ecos y refle-
plejos de los que vislumbra el lógos. Somos mezcla de jos que despide el e n cuentro d e n u e stra existencia
pasión y deseos, de valor y cobardía, de suerte y mala con el mundo. Este conocimiento del ser que somos
suerte, de compasión y alegría, de apetitos y frustra- supone la afirm ación e i n stalación en l a ex istencia,
ciones. En este conglomerado, que configura nuestra frente a cualquier amenaza y a cualquier miedo de
individualidad, se basan las tensiones que apuntan desaparecer en la 'ignorancia' (ágnoia) o en la des-
hacia tan d i spares objetivos, como aq uellos que se trucción. Pero la defensa de la «subjetividad» como
ocultan bajo el nombre de eudaimonía. bien, o sea como consciencia, como seguridad, como
Todos pretenden, de alguna forma, responder a gozo, compromete al ser humano en la otra perspec-
esas urgencias de la vida, a esas necesidades del tiva que determina el «obrar bi en». Vivir n o es solo
cuerpo y l a ex i s t e ncia. N a d a p u e d e c o n s t r u i r se sentir y p e r c i bi r e l m u n d o , s in o a c t uar, m o di ficar,
negando estos hechos; pero ningún verdadero bien realizar. La existencia humana se determina por esa
del hombre p u ede pr etenderse, si no se analiza de capacidad de tensión, de «energía» que aparece en
acuerdo co n e s t a c o n t r a dictori a d i v e rsidad. P a ra las primeras líneas de la Ética Nicomáquea. Enérgeia
intentar la posible síntesis de tales diferencias, Aris- implica posibilidad y capacidad. En este concepto,
tóteles descubre el fundamento sobre el que se levan- esencial en la filosofía de Aristóteles, se sintetiza toda
tan. El «vivir bien» y el «obrar bien» parecen ser los u na teoría a n t r opológica, qu e s u p on e e l c o n t i n u o
dos principios esenciales donde se sintetiza la diver- trasvase del dinamismo interior hacia el otro lado de
Emilio Lledó Memoria de la ética

la frontera de la consciencia. Pero así como en esas mo, y de l a c onfl u encia en l a a l t eridad. La enérgeia
«actuaciones», que cualifican el bien del obrar o del humana y las obras que la expresan manan de una
vivir según el placer, el poder o el conocimiento, apa- fuente común, que debe brotar de la esencia misma
r ecen los contornos en l o s qu e l a v i d a h u m a n a se de lo hum ano, de aquello que constituye «lo que es
c onfigura, p o d ría p e n sarse, además, qu e es e b i e n propio del hombre».
viviro bien obrar se especifica por una función pro- Sobre la base de la vida, común a las plantas y al
pia del hombre «en cuanto tal». resto de los animales, el érgon del hombre se deter-
mina por e l l ógos. La eudairnonía s e ciñe, pues a l a
Decir que la felicidad es lo mejor parece ser algo «práctica de un ser qu e t i ene lógos. Pero aquel, por
u nánimemente r e c onocido, p e ro , c o n t o d o , e s una parte, obedece a ese lógos y por otra parte lo
deseable exponer aún con más claridad lo que es. posee y piensa (dianooúrnenos)» (E. N., I, 7, I098a3-5).
A caso se conseguiría esto, si se lograra captar l a La posesión del lógos tiene, pues, dos aspectos. Por un
función del hombre (érgon tou anthropou). En lado cada in d ividualidad es parte de esa «razón» o
efecto, como en el caso de un flautista, de un escul- coherencia que, como lenguaje, enhebra a cada ser.
tor y de todo artesano y, en general, de los que rea- En este sentido, somos parte de una intersubjetividad
l izan a l g un a f u n c ió n o a c t i v i da d ( é r gon t i k a i que nos domina y nos limita. Cada hombre nace ya
praxis), parece que lo bueno y el bien están en la alentado en ese lógos y cumple, en su individualidad,
función, así también ocurre, sin d u da, en el caso los principios de un determinado mensaje colectivo.
del hombre si hay alguna función que le sea pro- E sta «propiedad» es, realmente, algo exclusivo d el
pia (E. N., I, 7, I097b23-28). hombre. En ese lógos, en la expresión de esa inmensa
intersubjetividad, se d a n l a s d i s t i n tas v ersiones e
Previa, pues, a cualquier especificación de lo qu e el interpretaciones del b i en. Y e n ese ám b it o q ue, en
hombre hace, habría que investigar en qué consiste todo momento, trasciende los intereses de cada indi-
ese fundamento en el que se sustenta «genéricamen- v idualidad se funda su enraizamiento como an i m al
te» el bien humano. Es cierto que la historia y la cul- social, como ser necesariamente impelido hacia la
tura muestran, en fo r mas concretas de «actuación», alteridad. Pero aquí aparecen, también, sus compro-
la «energía» que recorre el bien vivir y el bien obrar. misos y de aquí arranca su obligación moral, o sea, su
Pero no basta esa especificidad para percibir el sus- responsabilidad colectiva.
tento de la eudaimonía, de la consistencia en sí mis -
Emilio Lledó Memoria de la ética

l a existencia. No conocemos aún l o q u e es el b i e n ,


7.Areté EN EL MUNDO pero intuimos que, sin él, no es posible la vida. Tam-
poco se puede definir, exactamente, lo que es el pla-
La responsabilidad colectiva viene determinada por cer o la felicidad; pero también sabemos que están en
la propia estructura del animal «que tiene palabra». el principio de la existencia, en el origen y afirmación
En esto radica la f u n ción, el érgon del h o m b r e. Ser del ser. Quizá lo único que pueda ir determinando
hombre supone, por t anto, la i n evitable proyección ese indiferenciado h o r i zonte sea la arete. Porque el
c omunicativa, el e s encial e n l ace co n l a a l t e r i d ad érgon d el hombre es una «cierta vida», y la v i d a
constituida como «otro semejante a sí mismo». Pero supone una organización, un sistema de relaciones y
e ste don de l a n a t u r aleza no i m p l ic a má s qu e u n a c ompensaciones. Pero un a v i d a « b u ena» tiene q u e
característica «formal». Com u n i carse es u n e s t ado seguir manteniendo, como vida, el principio de enér-
«neutral», como el ver, el percibir, incluso como lo es geia que, esencialmente, la constituye, y como «bue-
el placer (E. N., X, I, II72b9 y ss. Cf. Alejandro de Afro- n a», tiene qu e d e scubrir o c r e a r e n s í m i s m a u n
disia, Rodier, I99, nota z). Pero en el ethos no basta esa artificio que p e r m it a estructurar, en l o i n d i v i d ual y
supuesta neutralidad. Las acciones hum anas arras- en lo colectivo, esa cualidad que define y especifica el
tran, inevitablemente, una «cualidad» que las especi- c omportamiento h u m a no. L a l e j ana f r o n tera d e l a
f ica en relación co n e l e s pacio colectivo en e l q u e bondad ha quedado señalada así en los confines mis-
t ienen que desarrollarse. De la m i sm a m a n era qu e mos de la intimidad. Es la psgché, el alma, la mente,
no basta que el c i t arista haga sonar su c ítara, sino la «subjetividad» quien levanta, con la arete, el funda-
que la haga sonar bien, «decimos que la función del mento sobre el que se edifica el bien. La arete, como
hombre es una cierta vida, y esta es una actividad del el lógos, se posee. Esta posesión, sin embargo, no se
alma y unas acciones, y la del h o m br e b u eno estas identifica con la vieja ideología aristotélica que impli-
mismas cosas bien y h e r m o samente, y cada un o se caba una cierta y pasiva identificación con el ser que
realiza bien según su propia virtud (areté)» (E. N.,I, 7, se era. La excelencia de los héroes homéricos se «te-
I O98aii-I 6 ) . Aquí
e n c o n tramos u n t é r m i n o f u n d a - nía», como se «tiene» el propio cuerpo. Incorporada
mental, arete. Efectivamente, percibimos los proble- al sistema de dones que el áristos recibía en su naci-
mas que dificultan la inteligencia de lo que es el bien, miento, la ar e te, co mo e l «b i e n e n sí » , q u e d a ba
aunque sabemos que ese horizonte, más o menos cla- r ecluida en el azaroso y clausurado dom i ni o d e l o s
ramente delimitado, es esencial para el desarrollo de privilegiados.

,2 rlc -le
Emilio Lledó Memoria de la ética

A ristóteles t om a p a r t i do , d e c i d i d amente, e n l a embargo, la form u l ación de A r i stóteles está situada


vieja disputa que desde la sofística pretendía clarifi- en un territorio totalmente diverso de aquel en el que
car el problema del aprendizaje de la areté. Así, se mueve el p l a t onismo, au n que, i n d u d ablemente,
recoge algunas de sus orientaciones. Son las condi-
lo que hay qu e aprender antes de que p ueda ciones de posibilidad de la existencia, el espacio con-
hacerse, lo aprendemos haciéndolo; por ej em pl o, creto enelque se configura la vida humana, donde se
nos hacemos constructores construyendo casas, y « realiza» l a b o n d ad . S e m ejante a c u a l q u ie r o t r a
citaristas tocando la cítara. De un modo semejante, forma de actividad que «maneje» la materia como el
practicando la justicia nos hacemos justos; practi- alfarero moldea el barro, la práctica de la justicia se
cando la moderación, moderados y practicando la « hace», también, en l a « m a teria» de l a v i d a , en e l
f ortaleza, fuertes. Esto v i en e c on fi r m ad o p o r l o espacio donde se alza la experiencia, en la relación
que ocurre en las ciudades: los legisladores hacen determinada con los otros hom bres, con los «actos»
buenos a los ciudadanos haciéndoles adquirir cier- de los otros. Esta «aquendidad» de la areté somete el
tos hábitos, y esta es la voluntad de todo legislador; obrar humano a los límites reales en los que se cir-
pero los legisladores que no lo hacen bien yerran, cunscribe la vida. Por ello, Aristóteles habrá de refe-
y en esto se distingue el buen régimen del malo (E. rirse necesariamente a ese territorio concreto donde
N., II, I, II03a32-II03b6 ). tiene lugar el vivir: el territorio de la polis. Es preciso,
por ello, que el legislador configure las instituciones
Esa práctica, capaz de levantar en n o sotros la aveté, que permiten el desarrollo y cultivo de la areté. Por-
descubre elverdadero origen de la «bondad». El «en que la pr a xis de l a j u s t i c ia, como l a d e l a r t e s ano,
sí» del bien ha descendido «del cielo a la tierra». Es requiere, en l a s o ciedad, las condiciones concretas
verdad qu e u n a f á ci l o b j e ción a l t e xt o a r i stotélico que la posibiliten. Esas «energías» necesitan el ade-
podría plantearse, desde supuestas perspectivas pla- cuado espacio para su realización. Y un espacio ade-
t ónicas, aludiendo a l a p o sible contradicción de l a s cuado quiere decir un espacio en el que no se dé,
proposiciones en las que la tesis se formula. Si practi- simplemente, la posibilidad de la prcixis, sino la «bue-
camos la justicia, por ejemplo, es que sabemos ya lo na» posibilidad. «Tocando la cítara se hacen tanto los
que estamos practicando. Hay, pues, un c o n o ci- buenos como los malos citaristas [...]. Si no fuera así,
miento previo a esa praxis; una existencia «ideal» a la no habría necesidad de maestros, ya que todos serían
que dirigimos n u estra m i r ad a e n e s e «hacer». Sin d e nacimiento b u enos o m a l os. Y l o m i sm o o c u r r e
Emilio Lledó Memoria de la ética

con las vi r t u des: es nuestra actuación e n n u e stras sentido[9]. La areté es el instrumento decisivo de esta
t ransacciones con l o s d e m á s h o m b res l o q u e n o s transformación. Sin ella, y sin l a peculiar manera
hace justos o i n j u stos» (E. N., II, r, l l o 3 b8-I5). Estas como se constituye, los escritos éticos de Aristóteles
condiciones de posibilidad, donde hacen aparición la seguirían anclados entre aquellos otros que preten-
sociedad y la h i storia, no solo am p l ían el h o r i zonte dían mostrarnos cómo es el mundo. Pero al enseñar-
de la vida, sino que incluyen en ella una concreta nos también cómo son los hombres y, sobre todo,
forma de temporalidad. Elmaestro que aparece en el cómo actúan, estamos forzados a trascender el domi-
t exto d e A r i s t óteles encarna l a « e x p eriencia» d e l nio de la teoría «pues no investigamos para saber qué
t iempo p a sado. Su m i s m a c o r p o r eidad i n c l uy e e l es la areté, sino para ser buenos, ya que en otro caso
tiempo como memoria, como facilidad que posibilita sería totalmente inútil» (E. N., II, 2, llo3b27-29).
e l progreso del d i scípulo. E n e s a t e m p o ralidad se A pesar de esta declaración de principios, Aristóte-
enhebran los distintos individuos que forman la his- les intenta una aproximación teórica al contenido de
toria, y en ella el aprendizaje marca el camino de una la areté. La simple formu l a ción pragmática que sitúa
fecunda continuidad. El tiempo de cada presente se el bien en la esfera de su realización no impide una
articula así no solo en la sucesiva entrega de una vida descripción que facilite su praxis. El lenguaje que
conectada con o t r a , sin o q u e t a m b i é n l a r e a l i d ad d escribe u n c o m p o r t a m i ento o q u e a n a l i z a u n o s
o bjetiva, las cosas, van ciñéndose al t i e mp o d e l o s hechos supone ya u n a c ercamiento, aunque sea de
hombres y consolidando en él la cultura. «Por consi- una manera esquemática (typo, E. N., I, 2, I094a25), a
g uiente ti ene u n a i m p o r t an cia d e cisiva el q u e y a la realidad descrita. A través del lenguaje, y precisa-
desde jóvenes adquiramos tales o cuales hábitos» (E. mente por su carácter intersubjetivo y, en consecuen-
N., II, I, llo3b24-25). c ia, abstracto, las acciones adquieren u n n i v e l d e
El ethos se forma no solo en la mera repetición, en universalización. Aquí se pone de manifiesto el 1ógos
el azar con el que la vida nos ofrece sus alternativas, q ue abre, en el e n samblaje de experiencias que l o
sino en la actividad organizada y hum anizada por la constituyen, la posibilidad de enriquecer esa expe-
presencia del maestro, que convierte la temporalidad riencia en memoria y de ampliar el hecho individual
en madurez. Habitar en la historia, arrebatar el bien en síntesis colectiva.
al distante universo de las ideas, cuyo ser es única-
mente el ser del lenguaje, significa, además, ponerlo
e n la s m a n o s d e l o s h o m b r e s y de t e r m i n a r s u 8. PAIDEÍA
Emilio Lledó Memoria de la ética

gen de la theoría.
La construcción de la areté en el difuso territorio de P ero en el m u ndo d e l a c u ltura, en el m u n d o
n uestra in t i m i dad e stá si empr e a m e n azada po r e l creado por el ho m b re, el placer y el dolor no expre-
placer y el dolor[ro]. Estos dos principios de la exis- san únicamente las reacciones del cuerpo y los senti-
tencia circunscriben un espacio que coarta, en cierto dos. De lo contrario, no podríamos salir de la misma
sentido, el despliegue de la areté. La areté, en efecto, naturaleza. La vida del h o m br e es, necesariamente,
una tensión por l i b erarse del encierro que el cuerpo
tiene que ver con los placeres y dolores ya que, por como tal cuerpo, o sea como mera animalidad, signi-
causa del placer, hacemos lo malo, y por causa del fica. Au n qu e e sas do s « f u entes d e l a v i d a » s e an
dolor, nos apartamos del bien. De ahí la necesidad i mprescindibles p a r a ma n t enernos u n i d o s a l
de haber sidoeducados de cierto modo ya desde inmenso círculo de la ph js is, el suelo de la c ul t u r a ,
jóvenes, como d i c e P l atón, p ar a c o m p l acerse y e xclusiva creación h u m a na, se ha extendido ya p o r
dolerse como es debido: en esto consiste la verda- un espacio demasiado amplio como para reducirlo a
dera educación (E. N., II, 3, llo4bIQ-I3). las fronteras donde el hombre recibe solo el mensaje
de la naturaleza. El placer y el dolor han matizado y
Por consiguiente, educar implica una mutación en la enriquecido tanto sus significados, que necesitamos
n atural tendencia a considerar el p l a cer y e l d o l o r códigos mucho más complicados que la admirable
como los dos únicos guías posibles en el despliegue pero monótona norma de los sentidos y la carne. Pre-
de la vida. Es cierto que estos dos principios, conduc- cisamente a este origen qu iso volver Epi curo, en el
tores de lanaturaleza, no pueden rechazarse. La larga momento en que la cultura, la política, en una pala-
discusión que, en la Academia y en el Liceo, se lleva a bra, la «ideología» habían enturbiado ya los conteni-
c abo en t o rn o a e s tos conceptos in d ica h asta q u é dos de l a ar e té. Sin e m b a r g o, c u a ndo A r i s t ó teles
punto se tuvo c onsciencia de su i m p o r t an cia. Con piensa su ética, y a pesar de las profundas mutacio-
ello, la filosofía de los griegos puso de manifiesto que nes políticas, al menos por lo que se refiere a la evo-
la especulación sobre la praxis partía de una observa- lución de la teoría, se vive un momento de plenitud.
ción y una experiencia que, transmitida por el len- La tradición sofístico-platónica había planteado una
guaje, brotaba del hombre mismo, de su constitución serie de problemas que, surgidos de la misma matriz
corporal, de la realidad originaria, sin prejuicios que de la historia, impulsaron un m o m e nto ejemplar de
i mpidiesen esa mirada que fue, en pr i n ci pio, el ori - reflexión filosófica, de maduración cultural.
Emilio Lledó Memoria de la ética

La arete e ra una f o r ma d e p e n s ar el p l a c er y e l existencia individual, deje confluir en ellas las tensio-


dolor en el espacio de una naturaleza que se modi- nes reales del tejido colectivo que las ensambla. Ese
fica y enriquece por la paideía. Nacer en la polis es c ontraste ha d e e s tar e n l a n a t u r a leza m i sm a d e l
algo más que nacer en la matriz de la phjs is. Lo her- hombre, como un complemento añadido a ella; pero
moso, lo conveniente y lo agradable, que son objeto i dentificado, h a st a c i e rt o p u n t o , c o n e l pr o c e so
de preferencia, como sus contrarios, lo feo, lo dañino mismo en que esa naturaleza se constituye. Por eso,
y lo penoso son objeto de aversión, marcan ya unas tanto Aristóteles como Platón habrían de in sistir en
determinadas modulaciones a los principios de pla- la educación desde la infancia (paideía). Al desarrollo
cer y dolor. El animal que habla, reacciona ante estí- «innato» de la naturaleza hay que irlo acompañando
mulos más complejos (Política, I, 2, I253aIo-I8) con otro proceso en el que esa naturaleza va prepa-
Pero así como l a n a t u r aleza pu ede co m u n i carse r ándose para ser habitante también del d o m i ni o d e
por medio del placer y el dolor, el hombre no posee la cultura, de la sociedad, de las palabras. Esa «habi-
«naturalmente» un código que le permita orientarse, tación» constituye, precisamente, el ethos. Cuando la
con s e g u r i d ad , e n ese d om i n i o es e n c i alm ente paideía h a p o d i do i n t e r venir en e l d e s arrollo de l a
h umano y q u e A r i s t ó teles d e l i m it a c o n t é r m i n o s naturaleza, el ethos se va adecuando a algo más que
como ju sto e i n j u s to, b ien y m a l . D e s p lazado d el los meros instintos de p ervivencia. En la pa ideía se
seguro per o e s trecho r e c int o d e l a n a t u r a l eza, el integran las experiencias de la comunidad y el poder
hombre tiene que inventar determinados instrumen- del lenguaje para admitir o rechazar aquellos conte-
tos que le conduzcan por el inestable reino que él nidos que, de alguna forma, gravitan sobre los con-
m ismo ha creado. Lo justo y l o i n j u sto, el bien y e l ceptos. Esa inestabilidad y, al m i smo tiempo, esa
mal, han surgido en la historia y en el lenguaje. Con- libertad han de encontrar en la arete el instrumento
d icionan el c o m p o r t amiento, definen y a l i e n tan l a que las consolida y orienta.
vida; pero el fundamento sobre el que se sostiene ese
nuevo territorio carece, a su vez, de algo que lo justifi-
que y confirme. 9. EL LÓGOSDE LA arete
Las palabras qu e h a n p e r m i t i d o e s e d e s plaza-
miento má s a l l á d e l o s c o n fi ne s d e l a n a t u r a leza Después de esto tenemos que considerar más dete-
necesitan una reflexión conti n ua, un c o n t raste que, nidamente qué es la arete. Como es sabido, hay tres
en cada situación histórica, en cada mom ento de l a cosas que pasan en el alma: 'pasiones' (páthe), 'fa-
Emilio Lledó Memoria de la ética

cultades' (dynámeis) y 'hábitos' o modos de ser (hé- matizan nuestra manera de apropiarnos de lo real. A
xeis). La areté tiene que pertenecer a una de ellas. través de ellos significamos ese entramado que se
Entiendo por pasiones: apetencia, ira, miedo, atre- llama vida y coloreamos la monotonía de los instin-
vimiento, e n v i d ia, a l e gría, a m o r , o d i o , d e s eos, tos con aquellos tonos que tiñen nuestra instalación
c elos, compasión y, en general, todo lo qu e va entre las cosas y los hombres. El «estar en el mundo»
acompañado d e p l a ce r y d o l o r . P o r f a c u l t ades se aprecia desde ese dominio en el que se asienta la
aquellas en virtud de las cuales se dice que nos posibilidad. Estas distintas modificaciones liberan al
afectan esas pasiones, por ejemplo, aquello por l o hombre de la uniforme presencia de todo aquello
que somoscapaces de airamos o entristecemos o que podría afectarle en un unívoco engarce con el
compadecernos; y por hábitos aquello en virtud de placer o el dolor.
lo cual nos comportamos bien o m a l r e specto de E n esta gama d e a f e cciones y p o s i b i l i d ades n o
l as pasiones; por ejemplo, respecto de l a ir a n o s entra todavía el bien o el mal. En el nivel del cuerpo,
comportamos mal, si nuestra actitud es desmesu- el placer o e l d o l o r p o d r ía, tal v ez, significar al go
rada o débil, y bi en, si obramos con mesura; y lo parecido a lo que esas dos palabras expresan. Pero un
mismo con las demás (E. N., II, 5, lrogbI9-28). c uerpo e n t r etejido e n u n a r e t í c ul a s o c i al , p e r c i -
biendo el mundo desde el polícromo latido de sus
N o se trata en este m o m e nto d e d e scubrir d e q u é afectos, abierto, en e l l e n g u aje, a l a c o m u n i cación
modo va surgiendo la areté, sino de en qué consiste, qué con otros hombres, se encuentra proyectado hacia un
e s. Esta delimitación d e l o q u e s e «encierra» en l a espacio en el que es preciso construir una forma «in-
palabra tiene lugar en el espacio mismo que deter- tersubjetiva» de placer y dolor. El bien y el mal son,
m ina la lengua. Efectivamente, hemos dado nom b r e tal vez, los re fl ejos colectivos de e sas elementales
a ciertos «movimientos» y «reacciones» que ocurren afecciones que nos hablan, primero, en los confines
en nuestra interioridad. Son respuestas del individuo inmediatos del cuerpo y la individualidad. Traducido
a los estímulos que vienen del mundo de la natura- al lenguaje social y forzados a obrar en este ámbito,
leza o de la sociedad. Son formas de percibir la línea el bien y el mal se refieren a abstracciones que regu-
que demarca cada existencia frente a l a r ealidad lan y sistematizan las formas en que podemos insta-
situada más allá de esa línea. La psgché nombra todo l arnos en lo colectivo, sin desgarrar el tejido qu e l o
ese espacio interior del que somos conscientes. Y esa constituye. Esa instalación es posible porque la «ele-
consciencia se hace expresión bajo los nombres que gimos». En ello estaba, precisamente, lo que diferen-
Emilio Lledó Memoria de la ética

cia a las pasiones de esas formas de poseer el mundo vida. Este individuo a t ravesado por a j enos poderes
que Aristóteles llamará 'hábitos' (héxeis) (llo6~-5) y t enía que aprender a m a n t ener u n e q u i l i b ri o e n t r e
en los que situará la areté. El bien es, por consiguien- ellos. La vida es el resultado de ese equilibrio, y el
te, una creación que, articulada en la areté, despliega «saber» elegir es el ejercicio continuo de esa mesura.
las posibilidades de realización de cada individuo Con su teoría del mesotés,Aristóteles fue consciente
entre las posibilidades de los otros. En este desplie- de esa doble ciudadanía del hombre. Por un lado el
gue la aveté funda su b i e n. Lo f u n d a y l o p r o d u c e . dominio de todo aquello que, con más o menos pre-
Cada historia individual adquiere así un compromiso cisión, se agrupa bajo el nombre de irracional. Por
colectivo,que se va «mejorando» por la corrección de otro lado,ese poder «centrador» del lógos, de la refle-
un lógos justo (orthos lógos) que nos conduce a través xión y la «medida». En la construcción de un ámbito
de las tensiones que residen en esa parte «irracional» colectivo en el que cada individualidad se vea com-
del alma, y a través de la posible desmesura a la que p rometida, no cabe sino establecer el equ i l i b ri o d e
nos amenaza el tráfago del mundo. De ahí que el las tensiones que, sin e m b a rgo, ti enen q u e e x i stir
lógos no pueda ser un producto estático de una lejana para lograrlo.
facultad. El lógos se hace en el ejercicio de su propia La definición de areté va a recoger algunos de estos
justeza y «rectitud», de su p r o pi o e i n c esante dina- componentes. Se trata de sintetizar una fórmula, des-
mismo. pués de los análisis a que la experiencia de la vida
El problema de l a m esura, del término medio nos somete, en la que pueda reflejarse esa experien-
entre extremos, alude a ese carácter «intermediario» cia. El desarrollo de una historia, el lento proceso de
del lógos, a esa situación «intermedia», en la que cada la maduración de aquellos comportamientos que ya
individualidad s e e n c u entra. N i fi n e s e n n o s o t r os se iniciaron en la p r i m era etapa de la existencia, se
mismos, ni receptores pasivos ante la «influencia» de cuajan en un si m pl e di ctamen, en una theoría, «me-
las cosas y e l m u n d o . N i o r i g en , n i d e s t i n atarios dio» también de comunicación. Al reflejarse en el
exclusivos y últ i mos de los mensajes de la realidad. l enguaje procesos que n o so n o r i g i n ariamente l i n -
En este proceso de m e d i ación, el i n d i v i du o t i e n e, g üísticos, comenzamos a d e scubri r q u e t o d o a c t o
necesariamente, que sentirse parte de un complicado individual, t od a e x p e riencia, está, necesariamente,
organismo. La tragedia, incluso la tradición épica «condenada» a reproducirse y t r a n sm it irse. Y esto,
habían mostrado el lugar que ocupaba cada protago- ú nicamente p u ed e t e ne r l u g a r s i a r r a n c amos l a s
nista en la madeja de fuerzas que configuraban la experiencias del exclusivo espacio del cuerpo y las
Emilio Lledó Memoria de la ética

s umergimos en e l m á s e t éreo y, al m i sm o t i e m p o , La definición insiste también en el polémico términ o


más claro universo de la inteligencia y del saber. de mesotés. En este contexto aparece aún más claro
«Es, por tanto, la areté un hábito selectivo que con- a lgo del s i g nificado q u e A r i s t óteles l e o t o r ga. L a
siste en un térm ino m edio relativo a nosotros, deter- experiencia de la hgbvis, del exceso, tal como la tradi-
minado por el lógos y por aquello por lo que decidiría ción literaria y los ejemplos de la historia manifies-
un hombre pr udente» (E. N., II, 6, rro6b35-llo7aI). El t an, sitúan a l a e x i s tencia h u m an a e n l o s l í m i t e s
que la areté sea un hábito, una modificación del ser, próximos a su desaparición. La tensión que imprime
q uiere decir que su or igen se encuentra en u n p r o - el héroe, el personaje trágico, no puede sostenerse en
ceso de asimilación y apropiación. Incorporamos a la una sociedad que se había ido forjando en el ejerci-
n aturaleza «modos de obrar» que h emos adquir i d o cio del diálogo. El pros hemas, la referencia antropo-
en el ejercicio de nuestras posibilidades. En el hecho céntrica ( « u n m e d i o en r el a c i ó n a nos o t r o s»),
de que el mu nd o se presente como posibilidad con- sumerge la ar eté e n el p l a s ma h u m a no c o m ú n. E l
siste el carácter «selectivo» de la areté. Pero elegir no héroe, el ideal que encarnan los personajes trágicos
supone que en t od o m o m e nto t enga que l l evarse a — Orestes, Antígona, Electra —, está situado en u n a
cabo un proceso, y que cada elección sea su propio frontera en la que apenas cabe «mediación». En ella,
origen. Los actos selectivos brotan de u n h á b i to, de la tensión provocada por el caso «singular» arrastra
una facilidad para obrar, en la que se han integrado esa singularidad, a pesar de su posible grandeza, al
ya la experiencia y la m em o r ia. Pero esas elecciones otro lado de la «normalidad», y fuera, por consiguien-
no fluyen del automatismo que la héxis, el hábito de te, de la norm a a l a qu e l o c o lectivo tiene que ade-
obrar, ha im preso en nuestras formas de comporta- cuarse para elaborar el contexto de su supervivencia.
m iento. En t o rn o a l o s m o m e n tos concretos en l o s El ideal del mesotéshace juego con ese hombre inteli-
que hay que elegir, el lógos, el sentido de las eleccio- gente, sensato, el phrónivvtos,expresión de la cordura,
nes y la inteligencia que determina su conveniencia de la aceptación del lógos, del diálogo, de lo «común».
c onstituyen t a m b ié n m o m e n to s e senciales en e s e El phrónimos ejerce su inteligencia limitándose (orí-
estadio de la praxis. seien), o sea, examinando, analizando y mediando en
lo real. Cada uno de sus actos es «responsable». En
ellos resuenan los ecos del espacio «total» en el que
io. LA PRAXISDE LA arete tienen sentido esos actos. De esta m an era, la aveté
tiene que ver con l o s fi n es, o sea, con lo s sentidos
Emilio Lledó Memoria de la ética

totales de la vida. palabras, ha de radicar una d eterminada estructura


«Ahora bien, la areté ¹produce el fin o los medios que se enhebre con ese complejísimo tejido exten-
que conducen a él' N o sotros establecemos que pro- dido a través de la enérgeia, de las érga y, en definitiva,
duce el fin, pues no se trata ni de un silogismo ni de de la vida de los hombres.
u n r a zonamiento, s in o q ue, d e h e cho, d ebe ser «La función del alma es hacer vivir, y esto consiste
tomado como un principio» (E. E., II, II, Izzybz4-zg). en un uso y un estar despierto (pues el sueño es una
Efectivamente, la areté debe «construir» el horizonte especie de inactividad y de reposo); por consiguiente,
último de finalidad. No es una supuesta escala de ya que la 'función' (érgon) del alma y de su areté es,
fines establecidos como horizonte último de referen- necesariamente, una e idéntica, la función de la aveté
cia, sino un origen, una arché. Por eso juzgamos la será una vida buena» (E. E., II, I, Izrgaz4-z7). La aveté
cualidad de un h o m br e por su m a n era de elegir, no presta, pues, «cualidad» al incesante fluir de la vida y
por lo que hace, sino por qué causa lo hace (rzzyb44- la consciencia. Obras y acciones no pu eden regirse,
45). Esa es la razón por la que se alaba o se censura a exclusivamente, por ese primado del tiempo y de la
los hombres. Se consideran sus intenciones, más que vida. En el fondo de la teoría de la areté yace un prin-
sus obras. Por mucho que la enérgeia sea preferible a cipio «interior» a la existencia misma, construido en
la areté — se puede ver alguien forzado a hacer algo cada instante, en c ad a e l ección, en c ad a d e cisión.
malo —, nadie puede obligarnos a «elegir» lo malo. Y Sometido a la «improvisación» de la existencia, ame-
puesto que no es fácil ver l a «cualidad» de la elec- n azado siempre por la f o r t una y el d estino, el hom -
ción, tenemos que juzgar su carácter por los hechos bre tiene que edificar en sí mismo una héxis, una
observados. L a « a ctividad» será, p u es, p r e f erible, memoria levantada sobre la base del ejercicio «recto
pero la «elección» es más laudable (rzz8aI y ss.). Efec- e inteligente», y que comporte una cierta solidez ante
tivamente, la actividad es el origen de la vida. Sin esa el fluir continuo de elecciones y acciones.
enérgeia, nada tendría sentido ni sería posible. Pero la E sta es la teoría, la estructura ideal en l a qu e l o
actividad, las obras, lo qu e l o s h o m b res deciden y real debería encauzarse, sabiendo, tal vez, que nunca
hacen, ha de estar fundado en un principio interior o pocas veces se acerca a nosotros el mu nd o en esa
que «no es fácil de ver» (to me radion einai idein), pero disponibilidad que la teoría sueña. Ni siquiera noso-
que concede a esas obras el último y o r i g inal fu n d a- tros mismos somos capaces de distinguir esos niveles
mento de su bondad. Detrás de ese inacabable uni- d e una c o nsciencia qu e n o s d e scribe y d i b u j a l o s
v erso d e l a a c c i ón , d e t rá s d e l o s h e c h o s y l as pasos de la posible elección. Aristóteles establece, sin
Emilio Lledó Memoria de la ética

e mbargo, el p r i n c i pi o « i d eal» d e q u e t o d o l o q u e
hacemos no será justo ni bueno E l principio d e l a é t ica qu eda, pues, sometido u n a
vez más al principio de la praxis. Es verdad que esos
si el que hace algo no está en cierta disposición al p asos previos de c o n o cimiento y s e g u r i dad e n l a s
hacerlo, es decir, en primer lugar, si sabe lo que acciones implican un cierto predominio del saber, un
hace, luego si lo elige y si lo elige por sí mismo, y, privilegio de la vida i n t electual sobre otros tipos de
en tercer lugar, si lo hace con firmeza e inquebran- v ida; pero e l c a r ácter a n t r o pocéntrico, al q u e t a n
tablemente. Estas condiciones no cuentan para la insistentemente vuelve Aristóteles, descubre el con-
posesión de l a s d e más artes, excepto el c o n o ci- tenido real de todas sus propuestas. El orden del
miento m i s mo ; e n c a m b io , p ar a l a s v i r t u des el conocimiento no b a sta para conducir l a v i da. Cada
conocimiento tiene poco o n i n gún p eso, mientras momento d e e ll a n o s l a nza h a cia u n d e t e r m i n ado
que las demás condiciones no lo t i enen p equeño proyecto, hacia una elección. En medio del mu n do, y
sino total, ya que surgen, precisamente, de realizar a pesar del privilegio de la vida teórica, no podemos
muchas veces actos justos y m o d e rados. Así, las refugiarnos en el recurso supremo de la contempla-
acciones se llaman justas y moderadas cuando son ción. Incluso en este momento final de laÉtica Nico-
tales que un hombre justo y moderado podría rea- máquea, cuando Aris tóteles acaba de mostrar que la
lizarlas, y es justo y moderado no el que las hace, mayor felicidad es la theoría, ha de reconocer quien
sino el qu e las hace como las hacen los ju stos y ha puesto su vida en la teoría,
moderados. Se dice bien, pues, que realizando
acciones justas se hace uno justo y moderado; y sin por ser hombre tendrá necesidad del bienestar
hacerlas, nadie podría llegar a ser bueno. Pero la externo, ya que nuestra naturaleza no se basta a sí
mayoría no practica estas cosas, sino que refugián- misma para la teoría, sino que necesita de la salud
dose en el lógos, creen filosofar y poder llegar así a del cuerpo, del alimento y de los demás cuidados.
s er ho m b re s c a b ales. S e c o m p o r ta n c o m o l o s P ero no s e h a d e p e n s ar, c i ertamente, qu e n o
enfermos que escuchan con atención a lo s m édi - pudiendo alcanzar la felicidad sin los bienes exte-
cos, pero no hacen nada de lo que les prescriben, y riores, el que quiera ser feliz los necesitará en gran
a sí como estos pacientes no sanarán de l c u e r p o número y calidad, pues la autarquía y la praxis no
con tal tratamiento, tampoco aquellos sanarán el requieren superabundancia de ellos, y sin dominar
alma con tal filosofía (E. N., II, 4, llogago-rrogbI8). el mar y la tierra se pueden hacer cosas hermosas
Emilio Lledó Memoria de la ética

[...] tratándose de cuestiones prácticas se juzga por él, como es homogéneo el aire a los pulmones que lo
los hechos y por la vida (E. N., X, 8, l?78b34-rr79aI9). respiran. Cada exhalación es un latido de la vida.
Pero la eudairnonía, como la areté, se extiende incluso
De nuevo, la tensión entre esas dos ciudadanías del a esos puntos muertos en los que apenas somos cons-
hombre, la práctica y la teórica, y de nuevo, esa medi- cientes de que vivimos. Es ella la que une los distin-
cación de la mesura y el equilibrio que sosiega y per- t os m om e n t o s qu e const i t u ye n el ex i st i r .
mite la vida. De todas formas, el modelo práctico es Efectivamente, «obrar bien y vivir bien son lo mi smo
también, a su manera, un modelo teórico, porque esa que ser feliz, y cada uno de estos términos, la vida y
consciencia vigilante, que establece un nuevo tiempo la acción, son un 'uso' (chrexis) y una 'energía' (enér-
a este lado del t i e m po, que acelera la u r gencia del geia)» (E. E., II, r, rzrgbr-3); pero no hay felicidad ni en
curso de lo real, es difícil de mantener. El peligro del un solo día, ni para los niños, ni para ningún d eter-
a dormecimiento, de l a i n c o n sciencia, del r u t i n a r i o minado periodo de la vida. Por eso es exacta la opi-
transcurrir de los días, sumerge la vida en una trivia- nión de Solón, que A r i stóteles recuerda, tomándola
lización próxim a t a m b ién al n i vel d e l a n a t u r aleza. de Herodoto (I, 32-33), de que no se debe llamar feliz
Pero, además, la actitud vigilante de una consciencia a un hombre mientras vive. La felicidad es por consi-
que, en cada momento de su fluir, tuviera que llevar a guiente una t o talidad, como es tam bién un a t o t ali -
cabo esos procesos de reconocimiento, de intenciona- dad la areté.
lidad que requiere la verdadera elección, apenas si es E sa vida entera supone un e j ercicio superior d e l
posible. Tampoco lo r eal ap arece en circunstancias lógos. El sentido de los actos no puede medirse sino
que permitan que, en cada uno de los momentos de en función d e u n c o n t exto t o t al. Por c o nsiguiente,
esa «apariencia», h ayamos d e d e c i di r c u e s t iones aunque la v id a p u e da, en b u en a p a r te, transcurrir
extremas en las que poner a prueba la areté. Por ello, por senderos mon ótonos, y au n qu e cont i n u amente
tal vez sea la bondad de las acciones algo que con- estemos amenazados por la «indiferencia» o triviali-
viene situar en un a héxis, e n aquello q ue se ha i d o zación, la areté «construida» en el alma, la eudaimonía
adquiriendo y que se «tiene», en un pr i n cipio m o t or que se extiende y c o m p l eta en el t i e m po, perm iten
que, como el de la naturaleza, actúa «habitualmente» establecer las bases esenciales para la estabilidad de
desde el fondo mismo de la psgché. En este sentido la la bondad.
felicidad se extiende más allá del principio del pla-
cer. El placer está unido al ti em po, es homogéneo a
Emilio Lledó Memolia de la ética

II. EL «BIEN APARENTE» en los que, tal vez, podría sustentarse el viejo doctri-
narismo de los conceptos inmutables, desprendidos
Areté y eudaimonía son, hasta cierto punto, las estruc- de la consciencia y de la historia.
turas que ofrecen, en la vida, un prin cipio de solidez Por ello es preciso estructurar la «máquina» de la
y continuidad. Porque el bien está esparcido entre las bondad; por eso es preciso una paideía, u na forma -
alternativas y las circunstancias que condicionan l a ción del án im o d esde la i n f ancia, una colaboración
existencia. Vivir en el mundo es estar condenado a su c on aquellos qu e s u p i e ron i n v e ntar, co m u n i car y
e sencial i n estabilidad. Un o d e l o s c o n c eptos m á s hacer viable su bondad. El tiempo de ese deseo que
interesantes de la ética aristotélica es, precisamente, aspira al bien ti ene que encontrar una determin ada
el de «bien aparente» (phainómenon agathón) (E. N., f orma de si n cronía con ese otro t i e mp o e n e l q u e
III, 4, IIIgaI5). Porque si se dice que el objeto de la transcurre la historia de los otros, la relativa historia
voluntad es el bien, cualquiera que ejercite esa volun- «total», única capaz de transferir ese bien, que «apa-
tad tendría, necesariamente, que elegirlo; pero la rece» en el clausurado domi nio de cada consciencia,
experiencia nos enseña que esto no es así, luego no hacia el más amplio espacio de lo social. Previa a esa
hay nada deseable por naturaleza, ni, por consiguien- apariencia, A r i stóteles reclina, en l a « r esponsabili-
te, tampoco puede establecerse un ideal de bien. El dad» de cada hombre, elmodelo de la bondad. Efec-
bien está, pues, sometido a su apariencia, y la apa- t ivamente, es e « b ie n a p a r e nte», e n e l al m a de l
riencia está, a su vez, condicionada a la inteligencia y «bueno», encuentra en ella la conjunción que le per-
la voluntad de aquel ante el que un supuesto bien mite convertirse en modelo. El alma buena es entre-
aparece. Es el hombre quien construye el bien, quien v ista y a en A r i st ó t e le s co m o u n pr i n ci p i o
proyecta su idea. No solo la vida presenta múltiples fundamental de la ética. El hombre bueno convierte
alternativas, entre ellas la de h acernos discurrir si n en bien «que verdaderamente lo es» el posible bien
tomar consciencia de ese discurso, sino que también aparente. Proyectado en el espejo de la propia cons-
en la esencia misma de todo lo que hacemos se ocul- c iencia, la niebla de la «apariencia» se disipa por l a
tan aquellas «apariencias» q ue inventamos para mirada del que ha sabido construir, en sí mismo, ese
obrar. El bien se produce en ese territorio intermedio contraste con el que continuamente se mide la bon-
entre las cosas y la mente. Invento de nuestros deseos dad.
y de nuestra areté, la «apariencia» del bien p o ne d e
manifiesto la fragilidad de todos aquellos principios Lo mismo pasa tratándose de los cuerpos; para los
Emilio Lledó Memoria de la ética

bien constituidos es sano lo qu e v erdaderamente I2. CONOCIMIENTO Y PASIÓN


lo es, pero no así para los enfermizos, y lo mismo
o curre co n l o a m a r go, l o d u l c e , l o c a l i e nte, l o Hay dos especies de virtud: la ética y la dianoética.
pesado y todo lo demás. El bueno, efectivamente, En efecto, alabamos no solo a los justos sino tam-
juzga bien todas las cosas y en todas ellas se le apa- bién a l o s i n t eligentes y s a bios. Pues hemos
rece laverdad. Para cada carácter hay bellezas y s upuesto que l o d i g n o d e a l a b anza es l a v i r t u d
a grados peculiares y, seguramente, en lo que m á s (areté)o la obra (érgon), y estas cosas no son activi-
se distingue el hombre bueno es en ver la verdad dades o energías (enérgeiai), sino fuente de activi-
en todas las cosas, siendo, por decirlo así, el canon dades. Y puesto que las vi r t u des dianoéticas van
y la medida de ellas (E. N., III, 4, III3a25-32). acompañadas de lógos,estas pertenecen a esa parte
que lo tiene (racional); en cambio, las virtudes éti-
No es preciso, en este momento, establecer relaciones cas pertenecen a la parte que no tiene lógos (irra-
c on famosas teorías morales, que vendrían m u c h o s cional), que a pesar de ello, por su naturaleza, es
siglos después, para descubrir l a p o sible «moderni- capaz de seguir a la parte racional. Por cierto que
dad» de esa ética de la temporalidad y de la conscien- no describimos el 'carácter' (ethos) de un hombre
cia y d o nd e ta n c l ar amente se p on e d e m a n i fi esto diciendo que es sabio o hábil, sino que es benévolo
qué es, realmente, lo que su creador entendió por «fi- o atrevido (E. E., II, I, I22084-I3 ).
losofía de las cosas humanas». Porque, efectivamente,
n o s e t r a t a d e r e c o n o cer p r e c u r sores d e o t r o s La virtud ética no se produce en nosotros por natura-
m omentos más maduros en el d e sarrollo d e l a l l a - l eza, sino, como su m i smo n o m br e lo i n d i c a [II], por
mada filosofía moral. Como en t antos otros pasajes, la costumbre; de la m i sma m a n era que las virtu d es
la ética de Aristóteles es aquí también reflejo de un dianoéticas se nutren d e l a e n señanza, de la ex pe-
determinado momento en el despliegue de las ideas riencia y del t i empo. Esas virtudes o excelencias
y de la h i storia, y u n p a r a d i gma qu e s i r ve, en esa sobreañadidas a nuestro ser son obra del tiempo, que
lucha por diluir los viejos mitos de la inmutabilidad ha ido moldeando esos hábitos por medio de los que
y la permanencia, dentro de las modestas pero reales la naturaleza adquiere determinadas cualidades y se
condiciones de la temporalidad. humaniza. A r i s t óteles d e s cribe, m i n u c i osamente,
una serie de virtudes que expresan esa posibilidad de
m odificación d e n u e stra n at uraleza. La «virtu d d e l
Emilio Lledó Memoria de la ética

ethos» se entrelaza así con esas partes irracionales del d esplazan l a s e s t r u cturas p a sionales, t i e ne n q u e
alma que, sin embargo, son capaces de obedecer a la encontrar una medida que oponga, a esa posible infi-
razón. Estos elementos pasionales (páthe) del hombre nitud, el c o n t raste de un a d e t erm i n ada y c o n c reta
hacen que seamos capaces de vivir la realidad desde situación. Esta topología la d espliega, en p r imer
determinados niveles de la afectividad. La areté es, en lugar, el cuerpo, sus propias lim i taciones, su propia
c ierto sentido, l a p o s ibil idad d e d o m e ña r ese d i s- historia. La corporeidad aglutina un peculiar código,
perso tejido de tensiones que configuran el espacio donde la naturaleza se confunde e integra con la his-
d e la psyché. Esta m anera d e e star s i t u ados en e l toria y con el pasado. Pero, además, esta mediación y
mundo supone también el verdadero carácter de eso limitación del cuerpo está ya, de alguna forma, orien-
que se llamará areté. N o podemos construir un m e r o tada por el imperio del saber y de la razón (epistéme
esquema teórico por el qu e r egir n u estras acciones. kai 1ógos). Las pasiones chocan, pues, con esta estruc-
T enemos que contar siempre con e l e n t r am ado d e tura común que el lógos aporta. Con él nos hemos
pasiones y afecciones que condicionan la percepción desplazado ya desde el nivel individual al espacio
de lo real. Pero este estado «salvaje» de nuestra posi- colectivo que habrá de configurarse como polis. La
bilidad humana es, efectivamente, una posibilidad. areté será, así, la piedra fundamental del dominio
Lo real es la naturaleza; pero su desarrollo histórico común de la ciudad, de la sociedad.
ha ido determinando esos espacios de ambigüedad a Las virtudes del ethos c onstituyen form as con l a s
t ravés de los que se proyectan las pasiones y en l o s que, en vistas a un bien, integramos nuestros actos en
que, en el tiempo de cada vida, alcanza a instalarse la un espacio compartido. El ethosbueno se hace, pues,
areté. En la construcción de los hábitos que forja la en esa práctica que nos posibilita la sociedad. Todo el
areté, entra ya un e le mento i n t e lectual y, por c onsi- cuadro de v i r t u des que A r i stóteles expone — valor,
guiente, una perspectiva que es la que perm ite «ha- m agnanimidad, a m a b ilidad, s i n ceridad, p u d o r ,
cerse» con la pasión. Nuestro contacto «pasional» con valentía, dignidad, firmeza, etcétera — solo puede
el mundo tiene que «medirse» en función de un sis- originarse en relación con los otros. Su configuración
tema de relaciones controlado por ese carácter «me- es una configuración social. Son virtudes del indivi-
dial» del ser humano. La pasión como tal es infinit a. duo, actúan desde él y se identifican con él. Pero los
La misma índole que la constituye produciría el des- límites de su ejercicio han sido marcados en el con-
garro del t e j id o s o cial e n e l q u e , p r e cisamente, la traste con lo otro, que se presenta como espacio de la
pasión actúa. Los excesos o defectos, en los que se po1is. Por eso la virtud, la excelencia que nos levanta
Emilio Lledó Memoria de la ética

p or encima d e l a n a t u r aleza, comporta siempre l a i ncluso, de su p r o pi a i n d i v i d u alidad. Es cierto q u e


enérgeia, la actividad. Aunque sean héxis, posesión y esa forma de integración se «cualifica» en cada caso
tenencia, solo aparecen en e l c o n t exto d e a q u ellas por la fuerza de cada arete. Esa proyección de lo indi-
actividades a que nos mueven las determinadas fun- v idual en l o c o l ectivo no se realiza con el a u t o m a-
ciones en que se realiza el vivir. tismo con el que la naturaleza se manifiesta; pero, a
Al lado de estas virtudes que se consolidan en el pesar de ello, es un condicionamiento muy preciso
ethos, y que, por t a n to, son u na e specie de m o r a da q ue n o p u e d e s e pararse, pl enamente, de l á m b i t o
para aposentar los modos de percibir y actuar en el general: el ethos, que le presta su sentido.
mundo de los otros, Aristóteles ha descrito otras for- Lo dianoético, sin embargo, no es objeto de reflejo,
mas de relación que no t i enen que ver con el ethos, sino que es el reflejo mismo. Su relación con los obje-
sino con el pensamiento (diánoia). Su objeto es la rea- tos se lleva a cabo, fundamentalmente, por medio de
lización de la verdad (alétheia). Son, por consiguiente, la afirmación o negación (kataphanai-apophánaí). Por
formas de «conocer» que no i m p l i c an, en p r i n c ipio, eso tiene relación con la verdad. Pero, al mismo tiem-
la tensión concreta que la virtud ética define. Afirmar po, realizar la verdad quiere decir establecer entre el
o negar (kataphánai kai apophánai) son las formas en hombre y el mundo una nueva forma de posibilidad.
que se determinan e sas vi r t u des d i anoéticas. Pero Una posibilidad a cuya esencia corresponde la espera
e stas virtudes expresan t a m b ién u n a d e t e r m i n a d a de ese determinarse, exclusivamente, en el espejo de
proyección del hombre: su relación con la verdad su afirmación o de su negación.
(aletheúei). Con este término la psyché sale, hasta
cierto punto, de la clausura a la que el ethos la había
sometido. Es cierto que esta sumisión «humanizaba» I3. TÉCHNE, SABER Y DESEO
la naturaleza, al prestarle un colorido en el que se
manifiesta y expresa la cultura. En ella el hom bre se El érgon de todo aquello que tiene que ver con lo noé-
refleja a sí mismo, deja constancia de su manera de tico es la verdad. A l a fi r m a r o n e gar se r ealiza un
ser, reduce a símbolos los originarios principios de la determinado proceso de creación. Pero esteproceso
necesidad, el egoísmo, la generosidad. Pero, también, presenta distintos aspectos según sea la arete que en
queda apresado por las cosas mismas, entre ellas su él intervenga. Aristóteles describe, detalladamente,
propio cuerpo, que diluyen sus límites en los esque- estas cinco formas de virtud, que son: téchne, epistéme,
mas de una sustancialidad colectiva que se apodera, phrónesis, sophía, nous.
Emilio Lledó Memoria de la ética

La téchne es una disposición creadora (poietiké), deseo se descubren por su rechazo o aproximación a
acompañada de un lógos o razón verdadera. La pecu- algo (dioxis kai phggé). La órexis se confirma cuando
liaridad de esta forma de producción tiene que ver persigue y consigue lo que desea. Este proceso es un
con la génesis de algo. Por consiguiente, ejercer la componente fundamental de la vida. El mundo exte-
téchne es ver cómo puede producirse aquello que es rior nos arrastra en aquello qu e deseamos. Nuestra
susceptible tanto de ser como de no ser, y cuyo prin- tendencia manifiesta indeterminación y necesidad, y
cipio está en el que lo produce y no en lo producido. la tensión que nos mueve es expresión de un diálogo
La perspectiva noética domina en esta interpretación que compromete, con nosotros mismos, todo aquello
de la posibilidad de crear. La téchne no actúa sino que no somos nosotros. Esta esencial inestabilidad
sobre la ambigüedad, o sea sobre aquello que aún no que el deseo manifiesta descubre, a su vez, el movi-
t iene determinación a l gun a e n r e l ación co n e l s e r miento que imprime en la psgché el conocimiento y
que va allegar a ser.Una vez realizado, podría haber percepción de lo que nos rodea. Ser es desear. Cada
sido de otra manera. Por eso, el arte, la téchne, tiene s upuesto m o m e n t o « o n t o l ó gico» d e l a rea l i d a d
que ver con el azar, con la tache.
El supuesto carácter humana es expresión de la tendencia que lo constitu-
«ético» de esta forma de insertar en lo real una reali- ye. Por ello, la ontología no puede serlo de un ente
dad distinta que no tiene en sí mismo, como la ph jsis, inmóvil. Ser es ser en el tiempo; discurrir, transferir-
la raíz de su concreta entidad, consiste en esa razón se. Y es en el decurso de la temporalidad donde se
verdadera que determina su modo de producción. La clavan, con la órexis, todos aquellos «ahoras» en los
razón verdadera o lógosalethés quiere decir que la que el ser tiende hacia otro y se completa en otro. En
existencia de aquello creado por la téchne entra a for- esta «tendencia» ha de darse una forma de bien. De
mar parte deun esquema general que, en su afirma- lo contrario no existiría el deseo, porque todo lo que
ción, en su nuevo ser, desarrolla una forma de d eseamos lo i n t egramos en u n e s q u em a d e « b o n -
sentido y de racionalidad. dad».
En este primer nivel en el que comienzan a deter- E l deseo, sin embargo, discurre, en el animal q u e
m inarse las virt u des dianoéticas se plantea el p r o - tiene lógos, paralelamente a ese lógos. «Por eso la elec-
blema de en qu é consiste su carácter de «virtud» y ción es o inteligencia deseosa (orektikos nous) o deseo
qué clase de bien es aquel sobre el que esta dianóesis inteligente (órexis dianoetiké), y esta clase de principio
se proyecta. A r i stóteles establece u n p a r a l e lismo es el hombre» (E. N., VI, 2, ll39b4-5). La reflexión y
entre la órexis y la diánoia. El sentido y el «valor» del todos los procesos dianoéticos, como tales procesos,
Emilio Lledó Memoria de la ética

no mueven nada; solo aquel que está orientado fuera Un ú l t im o e s t adio p o d r í a t a m b ié n c o n stituirse,
de sí m i sm o y e s « p r á ctico». La di á noia 'p r á ctica' acentuando en la existencia humana el lado cognos-
domina incluso al entendimiento creador, «y la cosa citivo de su realidad. Al analizar el comportamiento y
hecha (poietón) no es télos absolutamente hablando los «hechos» descubrimos, en ellos, esas posibilida-
— ya que es fin relativo y de algo —, sino la acción des o virtudes que, en prin cipio, no arrastran, como
misma (praktón), porque es el h a c er b i en l a s c osas a rrastra el deseo. Sin embargo, también hay u n a
(eupraxía) lo que es télos y ese télos o fin es el objeto forma de compromiso con un bien,que funciona «de
del deseo» (E. N., VI, 2, II39a35-II39bg). otra manera». Aquí es donde aparecen las llamadas
En ese ser «compuesto» de deseo e inteligencia, se virtudes dianoéticas. Son v i r t u des qu e d e term i n an
hace presente la especificidad de la existencia huma- a cciones, y son p r oclives hacia una cierta fo rm a d e
na. Es difícil encontrar mom entos en que, de alguna ese bien, «que como el ser se dice de muchas mane-
forma, no intervengan ambos componentes. Aristóte- ras».
les, con esta «composición», ha c o m p l i cado, hasta El movimiento del alma está determinado por tres
cierto punto, la «teoría» platónica del bien, del cono- principios: sensación, 'entendimiento' (nous)y 'deseo'
cimiento y d e l a p a r t i cipación o i m i t a ción; pero al (órexis). Ya hemos visto que el d eseo rige una p a rte
establecer esta «composición», no hace sino ser cohe- esencial de ese movimiento. No así la sensación, que
rente con la famosa definición del hom bre como ani- aunque mueve, no mueve «humanamente» porque
mal con lógos (Política, I, 2, I253aIo). Efectivamente, la no es principio de praxis. La praxis requiere un cierto
órexis tiene que ver con la «animalidad», constitutivo saber. Los animales tienen sensación y se rigen por
esencial del hombre. El lógos, por cierto, no especifica ella; pero no tienen praxis; no conocen movimi e ntos
una su p uesta c u a l idad s u p e r io r q u e « s u b l i m ase» o comportamientos en el espacio de la ambigüedad y
todos los principios de la animalidad. El lógosestá la elección. En el otro extremo, el nous puede alcan-
mezclado co n e s e n i ve l « i n f e rior», co n e sas o t r as zar, en una posible liberación de la órexis, la apeten-
manifestaciones de la psgché. Sin embargo, podría cia teórica hacia el bien. Esa teoría, desprendida de la
fomentarse, en el hom bre, esa tendencia que lleva a órexis, pero siguiendo el ineludible y determinante
constituir lo intelectual como un m o m e nto supremo modelo que constituye por esencia al hom b re, tiene
y separado. En este caso el entendimiento rige y con- t ambién su m o m e nt o d e f u g a o a p r o x i m ación. L a
trola lo inferior. Pero ambas partes complementan el fuga es la negación, la aproximación es la afirmación.
ser compuesto y tenso que es el hombre. Estas dos manifestaciones del no us persiguen, a su
Emilio Lledó Memoria de la ética

manera, una especial form a d e b i en . La al étheia, la se orienta «derechamente» hacia sus auténticos fines.
verdad, sería, en el dominio de la contemplación de El lógos que determina la téchneno tiene que ver con
la mirada, del mero reflejo, el equivalente a la «bon- la «rectitud», sino con un sentido más abstracto, más
dad». Ante ella no hay elección. En principio, no ele- teórico y que solo dice relación con la verdad. El acto
gimos conocer, sino que conocemos. Para la elección d e creación está m o t ivado po r u n a i n t e rn a afi r m a -
no solo se necesita el tiempo concreto que nos insta a ción, que i m p r i m e e l d e s arrollo d e u n a o r i e n t ada
un determinado acto, sino que, además, tenemos que enérgeia, contextualizada en obras que afirman, pasi-
dominar t e n d encias, deseos, op i n i o nes qu e e s t án vamente, la activa realidad de su producción. El que
presentes en la deliberación, y que prestan a la elec- algo «llegue aser» es afirmarlo. Precisamente porque
ción su posibilidad y finalidad. Pero en el conoci- n o t i ene, n e cesariamente, qu e s e r , l a a fi r m a c i ó n
miento, en cuanto tal, ni siquiera en ese nivel de la actúa, por así decirlo, con más fuerza. En el campo de
téchne, fu n c io namos c o m o « e l e c tores». La té c hne la génesis, de lo q ue p u e de s er o n o , l a a f ir m a c ión
supone ya u n a e s t r u ctura g eneral, un a hé xis, q u e s uple, con s u « v eracidad», la i n e stabilidad q u e l a
opera sin el concreto y tenso compromiso de «tener ausencia de n ecesidad pr ovoca. Precisamente, por-
que elegir». El ser esto o lo otro, que se ofrece previa- que ante la téchne se desplaza también el azar, su ver-
mente a la téchney a sus productos, implica una d ad consiste, al afirmar esa génesis, en su fi r m a
c ierta l i b e r ta d o in d i f e r encia, q u e c o n s t ituy e s u positiva de realización. Por eso, el arte ama el azar y
c arácter meramente in telectual. Pero su sentido h a el azar al arte (E. N., VI, 4, ii4oarg). El azar expresa la
d e establecerse bajo alguna directriz que lo e n m a r - e sencia misma de l a p o sibil idad, y se m u eve en e l
que en ese compromiso de bien, impulsado por el imperio de la inseguridad. El arte ama el azar, por-
deseo y la vida. La verdad (alétheia) es ese compromi- que este le permite ser. El 'azar' (tache)s imboliza ese
so. La afirmación o negación son el componente «éti- t erritorio d e la pos i b l e e x p e r i encia, d e l p o s i b l e
co», la delimitación de su estructura «aretológica». campo de lo realizable, que el arte, con su afirma-
Para que la téchne entre en el dominio general de la ción, va a convertir en realidad. La misma indiferen-
aretétiene que regirse por un «1ógos verdadero» (lógos cia del azar trae al arte la ind iferencia y neutralidad
alethés). A ristóteles no m e n c i o na e n e s te l u g ar s u de su com p r o m iso creador. Pero, precisamente, en
expresión más usual orthos lógos[ir]. No es un lógos esta ausencia de necesidad se mide la importancia de
«recto», «adecuado», un lógos que tiene una «rectitud» su verdad cuando, al fin,algo se produce, cuando
como la que empapa el territorio del deseo, cuando salta la creación.
Emilio Lledó Memoria de la ética

que ver con estas otras formas de realidades ideales.


El dominio de la génesis, como expresión de aquello
I4. EPISTÉME Y PRUDENCIA que puede ser o no ser, funciona fuera de aquel otro
territorio donde la epistéme actúa. Para alcanzarlo se
Pero en e l d o m i n i o d e l c o n o c i m i ento se d e scubre precisa, efectivamente, de una héxis que ha de salvar
también una parcela en la que se encuentra «aquello la inseguridad del azar que tiñe la existencia, y que
que no puede ser de otra manera». Lavirtud dianoé- p ueda luchar por alcanzar, en ella, una cierta form a
tica que trabaja con ella se llama epistéme.Su objeto de conocimiento adecuado a ese ser intermedio entre
es lo necesario y eterno, y su saber no br ota solo de lo real y lo posible.
una forma de conocimiento que quedaseclausurada Entre las virtudes dianoéticas ocupa un lugar desta-
en su poseedor. Esta areté, o po der, o excelencia, o cado la phrónesis, la prudencia[I']. Cuando Aristóte-
capacidad o, en último término, «virtud» se transmite les la define n o s o f r ece u n c u r i oso p l a n teamiento
y enseña. A través del lógos aprendemos a descubrirla metodológico. «En cuanto a la prudencia podemos
y a gozar dela forma de conocimiento que nos procu- entenderla bien considerando a qué hombres llama-
ra. Pero su necesidad parece que está por encima del mos prudentes» (E. N., VI, 5, II4oaz4-zg). La phrónesis
lógos. En el momento que engarzamos el discurso en no se define entonces explicitándola con una serie de
el que se enseña, la génesis del lógos se encierra en palabras que nos dijesen «nominalmente» lo que es.
una forma superior de necesidad. Esa necesidad, ese Explicitar, con «palabras», el sentido de una palabra
«siempre así» que aprendemos a captar y a s i m i l ar, es un proceso de análisis que, en prin cipio, no tiene
ocurre también porque hemos adquirido una héxis, que ver co n l a e x p e r iencia. An a lizar t é r m i n os, sin
un hábito d e m ostrativo Piéxis apodeiktiké). «Cuando o tro f u n d a m ent o q u e e l l e n g u a je , e n c u entr a s u
alguien t i ene un a c i e rt a ' seguridad' (p isteúe) sobre desarrollo más adecuado en una parte de lo que se
algo y le son conocidos sus principios, es cuando suele llamar el vocabulario teórico. Sus definiciones
sabe, cuando tiene epistéme»(E. N., VI, 3, IIggb33-34). r esponden a u n t i p o d e p l a n t eamiento d i stinto d e l
S in embargo, esta v i r tu d d i a n o ética l o e s p o r q u e saber que Aristóteles pretende establecer en la ética.
otorga una excelencia y una disposición que permite Determinados conceptos abstractos han llegado a la
t ratar co n e s t r u cturas qu e e x i sten t a m b ié n c o m o «teoría» desde la vida, desde los actos concretos que
objetos del conocer. Pero el mundo de la prixis, de la la constituyen; por consiguiente, usarlos solo a través
é tica, del h o m br e c om o ser «compuesto», no t i e n e de las palabras es perder la posibilidad de entender.
Emilio Lledó Memoria de la ética

El lenguaje expresa la vida, constituye y a r t i cula el Modelos construidos por los otros, ideales encarna-
pensamiento y, en estos procesos, alcanza determina- dos en palabras que «hablan» de cómo son los hom-
dos niveles de inteligibilidad; pero hay niveles que, bres, el sueño aristotélico de la experiencia vuelve, de
aludidos en las palabras, solo adquieren sentido nuevo, a encontrarse con la memoria. Porque, efecti-
mirando a aquello que las palabras reflejan. vamente, todo es lenguaje, todo descansa en la inter-
Un caso especial de este tipo de palabras es phróne- pretación, enese phainornénon agathón, en el «bien
sis. De alguna forma, sintetiza algo que tiene que ver aparente», en el espejo de las palabras.
con lo que hacen los hombres y con sus planteamien- La experiencia es, fu n d amentalmente, dóxa, opi-
tos ante el modo de vida que han de llevar. Ya en Pla- nión que se transmite; expresa contenidos que bro-
tón encontramos abundantes pasajes en este sentido t an del t r at o co n e l m u n d o y l o s h o m b r es, y q u e
(Banquete, zoza; Filebo, Iza y ss.; Fedón, 79d; Leyes, I, sobreviven por medio de la lengua. Ni siquiera nues-
63I) y sobre todo en A r i stóteles. Por consiguiente, es tra «visión» presente de los hom b res que «hacen» y
mirando a esos hombres de los que decimos que tie- «actúan» puede absorber otra fo rm a de experiencia
nen phrónesis, cómo podemos saber qué es lo que la que no sea la d e n u e stra pr o pia i n t er pretación. Es
palabra expresa. A r i stóteles es, p u es, consecuente cierto que la m i r ada que observa las «obras» de los
con su tesis de que nos hacemos justos practicando la otros puede quedar prendida en esas obras y justifi-
justicia (E. N., II, I, llogbI; II, 4, llogar8). La suma de car así una f o rm a d e c o n ocimi ento, de experiencia
estos actos es lo que crea el hábito que se llama phró- q ue no sea solo p alabras. Pero esas obras son pr o -
nesis. Aristóteles, en otro contexto (Analíticos post., I3, ducto de una serie de factores que no podemos «ver»
97b y ss.), afirma que aprendemos a saber qué es la y que, en definitiva, acaban sosteniéndose en el len-
magnanimidad observando a los hombres magnáni- guaje. El ethos está hecho de comportamientos, en
mos. En realidad esta experiencia tiene también un donde se expresa el ser y el vivir de los mortales. La
cierto halo teórico. Porque, por ejemplo, en el texto configuración que prestan al discurrir de las genera-
de los Analíticos, se menciona a Alcibíades, a Aquiles, ciones en el tiempo acaba perviviendo sobre los actos
a Áyax, a Sócrates, a Lisandro, a los que Aristóteles, mismos, en el cauce de lo que se dice, de lo que se
sin duda, no pudo «ver» en sus actuaciones. Algunos escribe. Por eso la dóxa es el ethos del lenguaje. En él
de ellos son, incluso, personajes literarios. Su magna- adquiere continuidad y p resencia lo que, de otro
nimidad no es, pues, real, sino que se desplaza ya en modo, apenas podríamos experimentar en el tiempo
el espacio abstracto y teórico también del lenguaje. en el que discurre cada vida. Como el ethossolidifica
Emilio Lledó Memoria de la ética

el gesto, el comportamiento q ue, de o tr a f o r ma, se del destino. Son hombres libres, que desean su liber-
disolvería en el latir de los días, la dóxa, la forma de la tad y, desde ella, parten a « r ealizar» su v i da . Esta
experiencia, solidifica, en sus sintagmas, en la reali- ausencia de la vieja moira se adecua perfectamente
dad que m u estra la voz y l a s l e tras, el i n stantáneo con el ideal democrático que, aunque deteriorado ya
presente en el que el aparecer de las cosas y las accio- en la época de Aristóteles, había ido dibujando la
nes se consume. El ser adquiere así su consistencia Atenas que el meteco de Estagira había vivido.
en el decir. Por eso Aristóteles afirma que llegaremos Aristóteles plantea una serie de problemas en los
a entender lo qu e es l a p r udencia fijándonos en que, al parecer, se contradice la tesis que enuncia la
aquellos a los que llamamos (légomen) 'prudentes'. Y metodología de la «mirada» a las cosas. Efectivamen-
los llamamos pr u d entes, porque así nos «parecen», te, en las mismas páginas donde expone su progra-
porque sabemos ya por l a t r adición, la fama, los ma, comienza un análisis en el que es difícil describir
escritos, que lo son. Este ser está recogido en el decir. la «práctica» de esa mirada a los hom b res llamados
Hemos llegado a llamarles prudentes, porque otros p rudentes. A n o se r q u e esa m i r ada n o b u s qu e l a
han dicho sus actos de prudencia, porque otros han posible experiencia de la vida de los otros, sino una
descrito o i n t er pretado lo qu e h i c i eron. La ética se reflexión sobre el p r o pi o l e n guaje, sobre el «llama-
forja sobre este decir. El modelo vacío del eidos se ha mos» o «decimos», volcado hacia la experiencia de la
convertido en e l c o m p l eto m e canismo del p a r adig- intimidad. «Parece propio de l h o m b r e p r u d e nte el
ma. poder discurrir sobre lo que es bueno y conveniente
Con estos ejemplos donde se alude a la figura del para él mismo, no en un sentido parcial, por ejemplo,
hombre de bien (spoudaios),y se proyecta hacia él el para la salud o la fuerza, sino para vivir bien en toda
sentido de la n o rm a e n e l o b r ar, descendemos una su plenitud» (E. N., VI, 5, ll4oazg-z8).
vez más al dominio h u m a no. Estos hombres, princi- Vivir bien en toda su plenitud es «convivir». Preci-
pio y origen de sus propias acciones, militantes de un samente aquí se descubre el sentido de l o c o lectivo
p royecto d e m o crático q u e , i n c l us o c o n tr a c i e r t as como condición del vivir individual. Para ello, es pre-
ideas de Platón y Aristóteles, configuraban el estilo ciso que elphrónimos, encarnación de la verdadera
ciudadano, no arrastran ya las culpas pasadas — ese sabiduría de la polis, sepa entender que esta es, efecti-
mito de la herencia dolorosa, de los pecados familia- v amente, un e m p eñ o c o lectivo, que l a v i d a e s u n a
res que Platón recoge, como eco de la tragedia, en el construcción y qu e la b o n dad es una parte esencial
Fedro (244d) —, ni están maniatados por ese imperio de ese empeño compartido que es el «vivir bien». El
Emilio Lledó Memoria de la ética

prudente se hace, pues, en esa plasticidad con que se La phrónesis es la verdadera areté intelectual, apta
le presenta la po1is.Ello implica que su mundo es el para crecer y organizarse en la sociedad, porque la
mundo de «lo que puede hacerse» y de «lo que puede epistéme, la ciencia, al ser su objeto lo demostrable y,
ser de otra manera». Esta posibilidad y esta ambigüe- por ello, establecido sobre la necesidad y la universa-
dad definen unespacio en el que elhombre adquiere lidad, escapa al mundo de la posibilidad y la política.
su predominio y su autarquía. El hombre de la prudencia no puede ejercer su muta-
Desde perspectivas distintas a aqu ellas que esti- ble y adaptable saber a aquello que está dominado
mularon el pensamiento de A r i stóteles, podría pen- por lo «siempre así». Porque, además, phrónesis tiene
sarse si, de hecho, el mundo se ofrece hoy como que ver con u n m u n d o i n t e r i or, el d e la pr axis que
p osibilidad. E l c u r s o d e c ad a i n d i v i du o t i en e q u e describe un universo donde se «imagina» y configura
encajarse en el cauce que imponen las instituciones y la vida y cuyas acciones y «movimientos» se despla-
las limitaciones. En la época en que vivieron Platón y zan en un ámbito que la elección propone y la volun-
Aristóteles hubo, por supuesto, limitaciones; pero, a tad determina.
pesar de ello, el pensamiento de los filósofos comen- En el mundo interior surge la deliberación. Ante lo
z ó, precisamente, cuando se en frentaron a l r u m b o contingente y lo que puede ser de otra manera, tiene
m arcado po r l o s s i g los a n t eriores, sometidos a l a que establecerse, en el orden de la psgché, un parale-
sombra del mgthos, de la tiranía, de una concepción lismo que permite la adecuación con aquello que
de la aristocracia que, con independencia de la per- cambia.
sonalidad singular de sus protagonistas, estaba cer-
cada también por u nos poderes que ni controlaban, La prudencia tiene por objeto lo humano, aquello
ni conocían. Las limitaciones que, en la época de sobre lo que puede deliberar; en efecto, afirmamos
Aristóteles, i m p e d ía n u n des a r r o ll o p l e n a m e n te que la operación del prudente consiste sobre todo
democrático — la esclavitud, la situación de la mujer, en deliberar bien, y nadie delibera sobre lo que no
etcétera — estaban, sin e m b argo, destinadas a d es- puede ser de otra manera, ni sobre lo que no tiene
aparecer si la teoría hubiese podido seguir, en otras un fin, y este consiste en un b ien p r áctico. El que
condiciones históricas, el derrotero que le señaló su delibera bien, absolutamente hablando, es el que
creador. No todo el pensamiento posterior, y mu ch o se propone como blanco de sus cálculos la conse-
menos en la é p oca contemporánea, ha estado esti- cución del mayor bien práctico para el hombre.
mulado por parecidos impulsos. T ampoco la prudencia está limitada solo a lo un i -
Emilio Lledó Memolia de la ética

versal, sino que debe conocer también lo p articu- plicado entramado del ethos, d e la tradición. El pro -
lar, porque es práctica y la acción tiene que ver con blema que, en p r incipio, se presenta consiste en
lo particular. Por esta razón, también algunos sin c ompaginar cada vida in d ividual en u n m u n d o q u e
saber, pero con experiencia en otras cosas, son más no deja, para actuar, un lugar tan amplio como la
prácticos que otros que saben; así, no quien sabe deliberación de cada consciencia describe. Pero, ade-
que las carnes ligeras son digestivas y sanas, pero más, las propias condiciones en que, individualmen-
no sabe cuáles son ligeras, producirá la salud, sino te, cada psgché opera — sostenida p o r p a s i o n es,
más bien, el que sepa qué carnes de ave son ligeras deseos, carácter,educación, etcétera — presentan ya,
y sanas. La prudencia es práctica, de modo que se en la aparente movilidad y libertad de la consciencia,
deben poseer ambos conocimientos o preferente- un lastre que introduce, en la supuesta «particulari-
mente el de las cosas particulares. Aunque tal vez, dad», lavoz de «generalidades», que no solo escapan
e n este caso, tendría q u e h a b e r u n s a b e r m á s al control de la voluntad que podría dominarlas, sino
arquitectónico y que las abarcase (E. N., VI, 7, II4I- al de la mente que podría conocerlas.
b8-zz). ¹Puede, realmente, «ser de otra manera» el mundo
que se extiende más allá del reducto de la mentes
El prudente recoge en cualquiera de sus actos la pre- ¹Puede proponerse como objetivo la consecución del
sencia de lo universal y lo particular. Lo universal - mayor bien práctico para el hombre7 ¹Puede cada
en este caso la Política — permite el marco «arquitec- hombre establecer el contenido de su bien' A r i stóte-
tónico» en d o n d e c o l ocar e l b i e n i n d i v i d u al . E sta les alude, con un término, logismós, mezcla de racio-
m ezcla otorga i n t erés e i n c l uso d r a m atismo a s u s n alidad y u t i l i d ad, a ese peculiar n ivel de l a m e n t e
decisiones. El equilibrio que tal tensión provoca per- donde se manifiesta la libertad ante lo «otro». Pero el
mite al hombre ejercitar su areté. La empresa es, por cálculo que p e r m it e sopesar determinados elemen-
supuesto, difícil. En primer lugar, porque esa univer- tos, que configuran y deciden las acciones, se mueve
salidad no es un espacio abstracto y teórico que sir- siempre entre «coacciones» y l i m i t aciones distintas
viese únicamente de referencia. El espacio que da para cada hombre y para cada grupo humano.
sentido y contexto a cada uno de los actos es un espa- El ideal d e r a cionalidad y l i b e rtad sigue, sin
cio habitado por l a h i storia y l a s ociedad. En él embargo, pendiente en l a r e fl ex ió n a r i stotélica. El
actúan la temporalidad concreta,que se encarna en hecho de que pudiera descubrirse y describirse, aun-
los deseos y las acciones de los individuos, y el com- que fuera como un ideal más, marcaba ya la distancia

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Emilio Lledó Memoria de la ética

de un eidos en el que su mero carácter inteligible ape- Estos hombres superiores no p a r ecen p r eocuparse
nas podía aproximarse al mundo real de los hom- del dominio de las cosas humanas. El conocimiento
bres, al mundo de la polis. p ráctico su p on e u n c á l c ul o d e l o in m e d i at o q u e
Una forma suprema de virtud intelectual es la sop- escapa a la mente que «no solo debe conocer lo que
hía, la 'sabiduría'. A pesar de ese carácter superior, se deriva de los p r i n ci pios, sino p oseer, además, la
A ristóteles comienza su a n á l i sis p a r tiendo d e d o s verdad sobre los pr in cipios» (E. N., VI, 7, II4IaI7-I8).
ejemplos concretos, los escultores Fidias y Policleto, Los filósofos-reyes de Platón parecen quedar reclui-
que simbolizan, en la téchne, esa sophía. El nivel más d os, en e sta m o d u l a ción a r i stotélica, a u n « l u g a r
alto que se puede alcanzar, dentro de un a d etermi - celeste», en el que apenas pueden intervenir sobre el
nada form a d e c o n o c i m i ento, es l a s a b i d u r ía. «La mundo. Sin em b argo, Aristóteles tiene que recono-
sabiduría es l a ar e té de u n a té c hne» (E. N., V I , 7 , cer, también, que esta supremacía de la vida contem-
II4IaII ). Pero este nivel puede, por sí mismo, consti- plativa, necesariamente sometida a la s con diciones
tuir una forma superior de saber, de modo que la sop- r eales, ha d e a c o m o darse a o tr o t i p o d e p r i m a c ía
hía será una suma de 'i n teligencia' (nous) y 'ciencia' orientada hacia las «cuestiones prácticas que han de
(epistéme). su superioridad consiste en un cierto des- juzgarse por lo s h e chos y po r l a v i d a , qu e son, en
pego de las cosas humanas y por eso llega a ser inútil ellas, lo principal» (E. N., X, 8, II79aI9).
para ellas. El descubrimiento de esa posibilidad ideal no des-
gaja al hombre de la matriz social en la que está
D e ho m b res c om o A n a x ágoras o T a l e s d i c e l a sumido; únicamente señala el límite superior, difícil-
gente que son sabios, pero no prudentes, porque mente alcanzable, pero que había sido «inventado» y
ve que desconocen su propia conveniencia, y dice continuamente alud id o po r l a t r a d i ción m í t i ca. No
de ellos que saben cosas extraordinarias, admira- buscar los bienes humanos suponía un grado admi-
bles, difíciles y divinas; pero inútiles porque no rable de desprendimiento, una m eta p r o p uesta por
buscan los bienes humanos (anthrópina agathá) (E. algunas ocultas tendencias y deseos del hombre que,
N., VI, 7, II4Ib3-7). tal vez, afloraban en mom entos en que las limitacio-
nes y frustraciones de lo real se hacían más patentes.
Una vez más luchan en A r i stóteles dos corrientes
I5. LA DIFICULTAD DE VIVIR
antagónicas. Por un lado, la aceptación del mundo de
las cosas y de los hombres, por otro lado, esa mirada
Emilio Lledó Memoria de la ética

que describe la «verdad» y que tiene necesariamente n es, no haber nacido. Añádase a esto la vida qu e
que llegar hasta el fondo del «conocimiento de los llevamos siendo todavía niños, pues ninguna per-
principios». Ese conocimiento, en las raíces de lo real, s ona sensata soportaría v o l ver d e n u e v o a e s a
podría llevarle a un momento de duda en la racional e dad. Además, m u c hos acontecimientos qu e n o
construcción de la polis, y en la esperanza de un cul- comportan ni p l acer ni d o l or, y o t ros que contie-
tivo de aquello que desarrolla en el hombre su «bon- nen un placer, pero no noble, son de tal clase que
dad» y solidaridad. Interludio de melancolía que, la no existencia sería mejor que el vivir. En suma,
inequívocamente, había expuesto en los Problemata si alguien reuniera todo lo que hace y experimenta
(30, I, 953aro). Porque la posibilidad, además, de la humanidad en contra de su voluntad, y a esto se
c onocer esa idealidad superior es p equeña y e n e l añadiera un a d u r a ción i n f i n i ta, n o s e e scogería,
caso de que la alcancemos, su conocimiento es muy p or esto, vivir m á s q u e n o v i v i r [...]. Está claro,
imperfecto, aunque ese breve 'percibir' (epháptesthai) p ues, po r t o d a s e s tas c o n sideraciones, qu e l o s
nos dé idéntica satisfacción que la visión fugitiva y hombres, por más que investiguen, no aciertan a
parcial de lo que amamos (cf. De partibus anim., I, 5, ver en qué consiste la felicidad y el bien en la vida
644b3o y ss.). (E. E., I, 5, r2r5br5-r2r6arr).
En la é t ic a n o s e p l a n t ea, d etalladamente, esta
cuestión que aparece en otros contextos (Met., IX, ro, Esta gota de pesimismo, anunciado ya en otros textos
ro5rb23 y ss.; XII, 7, ro72a26 y ss.; XII, 7, I072b2r y ss.). de la literatura griega (Heródoto, I, 3r; VII, 46; Mim-
Sin embargo, en la Ét ica Eudemia encontramos una nermo,frag.2;A drados, Elegíacos g gambógra fos arcai-
interpretación «histórica» de esta limitación. cos, I, 2r9; Sófocles, Ed. en Col., r225 y ss.), añade, sin
embargo, un elemento de realidad a la descripción
Cuál de las cosas que hay en la vida es preferible, y del obrar hum ano y de sus estímulos y lim i t aciones.
cuál, una vez conseguida, podría satisfacer el apeti- Por supuesto que la respuesta de Anaxágoras, que el
to. En efecto, hay muchas circunstancias a causa de mismo A r i stóteles nos ofrece — hay que escoger la
las cuales los hombres rechazan el vivir, como, por vida «para conocer el cielo y el orden de todo el uni-
ejemplo, las enfermedades, los sufrimientos exce- verso» (E. E., I, 5, r2r6ar4) —, no es suficiente. Aunque
sivos, las tempestades; de suerte que es evidente se trate de justificar la existencia desde tan elevados
que si, desde el principio, se nos diera la elección, principios, ese ascenso «teórico» deja otras mu chas
hubiera sido preferible, al menos por estas razo- cuestiones sin responder.
Emilio Lledó Memoria de la ética

Sorprende,sin embargo, que al hombre de la phró- q ue está ya sumergida en el m u n d o , y a t enta a l a s


nesis por excelencia, al político, se le exija, de pronto, condiciones de posibilidad que en él se ofrecen.
que alcance, como el filósofo de Platón, formas supe-
riores de conocimiento que, al parecer, están más allá
de la praxis inmediata. «La mayoría de los políticos I6. EL LÓGOS DE LA RESPONSABILIDAD
no merecen verdaderamente ser ll am ados así, pues
no son políticos en verdad, ya que político es el hom- Para establecer la responsabilidad m o r al, es preciso
bre que elige las bellas acciones por e l las m i smas, definir lo voluntario y lo involuntario, porque si el
mientras que la mayor parte de los hombres abrazan individuo no es prin cipio de sus actos no cabe ética
esta vida por di n ero y p r ovecho» (E. E., I, 5, I2I6a24- alguna. La delimitación de este «origen» es difícil de
28). señalar. Nadie puede establecer un p r i n c i pio i n con-
El sentido de este texto hace suponer que Aristóte- taminado, libre, desde el que la plena disponibilidad
les supera el plano de la phrónesispara llegar a la sop- se determina de pronto, en la plena responsabilidad.
h ía. Esas realidades que se aceptan po r s í m i s m a s Pero, ¹qué es responsabilidad' Vivir es actuar. Solo el
implican que el prudente sobrevuela el mero cálculo, sueño y quizá la ignorancia nos liberan de ese com-
el «realismo» de la utilidad. Parece, pues, que esa «be- promiso ineludible que ata nuestros actos. Cada paso
l leza y b o n da d e n s í », t i ra, n e cesariamente, de l a del individuo po r e l t e r r i t o ri o del et hos resuena en
voluntad. A no ser que, más allá de esa conveniencia todo el tejido que lo constituye. Nada puede, por con-
y utilidad que el phrónimos calcula, exista una íntima siguiente, hacerse que no circule en la en m arañada
disposición, una areté proclive a descubrir el en sí,por red del tejido social. Pero, naturalmente, estas afirma-
encima de los intereses concretos del en mí: «efectiva- ciones funcionan en un á m b it o i d eal. Parecería que,
mente somos justos, valientes y todo lo demás desde realmente, solo podrían aplicarse a aquellos que, al
que nacemos; pero no o b stante buscamos algo dis- o brar, tienen m a yo r p o s i b i l i dad d e i n fl u e n c ia. L a
tinto de esto como b o n dad su prema, y p o seer esas esfera de irradiación podría quedar reducida a la
disposiciones de otra manera» (E. N., VI, I3, II44b5-8). esfera del poder. Es este quien posee la mayor capaci-
Pero con independencia de ese residuo aristocrático, dad determinante para que el individuo sienta su ser
unido a la vieja tradición de la areté homérica, el bien como posibilidad o como i r realidad. En este contex-
supremo y la modificación de las cualidades natura- to, se hace presente el carácter esencial de la política.
les se hacen en f u n ción d e u n e s fuerzo y un a ar eté Nada puede escaparse ya a ella, porque nada puede
Emilio Lledó Memoria de la ética

existir q ue,
a firmativa o n e g a t ivamente, n o e s t é
conectado con ella. La ética no es parte de la política P arece qu e so n i n v o l u n t arias l a s c o sas qu e s e
porque sea parte de un t od o qu e l a c o m p r ende. Es hacen po r f u e r z a o p o r i g n o r a n cia. E s f o r zoso
parte de la política porque el individuo está condicio- aquello cuyo pr i n cipio vi ene de fuera, y es de tal
nado, en su ser, por el ser colectivo que l a p o l í t ica índole que en él no ti ene parte alguna el agente o
organiza. ¹Dónde queda, entonces, el lugar para que e l paciente. Por ejemplo, si un o es llevado por el
c ada existencia engarce sus deseos desde el p u n t o viento, o por hom b res que nos tienen en su poder
original en que «individualmente» surgen' Quizás el (E. N., III, rro9b35-a 3).
sueño filosófico de un a l i b e r tad p ersonal se di sipe
ante las condiciones concretas en las que el ser indi- La violencia que se pudiera ejercer sobre cada indivi-
vidual tiene que desarrollarse. Una mera teoría de la duo permite, sin embargo, descubrir un lugar de su
voluntad se esfuma entre los desgarrones de la histo- intimidad que se resiste a esa fuerza exterior que le
ria y la cultura. La definición de voluntario e involun- arrastra. Aristóteles describe con m i n u c i osidad ese
tario (ekoúsion-akoúsion)surge, pues, entrelazada con espacio, y lo enfrenta a las diversas condiciones que
las limitaciones de la naturaleza y de la hi storia. La al cercarle le permiten hacerse presente. La volunta-
misma palabra ekoúsion tiene que ver con una raíz r iedad im p l i ca, pues, el descubrimi ento d e t od o e l
indoeuropea que significa lo que se hace con gusto, complejo de motivaciones que siempre la acompaña.
fácilmente, fluidamente, sin violencia. Textos homé- «No estaría mal, por tanto, determinar cuáles y cuán-
ricos confirman este significado (llíada, IV, 43; VI, 523; tas son, quién hace y qué, y acerca de qué y en qué, a
VII, I97; X, 372; Odisea, IV, 372). Ese supuesto carácter veces también, con qué, por ejemplo, con qué instru-
«original» del deseo está acompañado de la posibili- mento y en vista de qué, por ejemplo, de la salvación,
dad o imposibilidad de realizarlo. Es natural, ade- y cómo, por ejemplo, serena o violentamente» (E. N.,
m ás, q u e l a vol u n t a r i eda d a p a r eciese u n i d a a III, r, rrrra4-6). El principio de los actos no parece, en
aquellas condiciones en que, por la facilidad o difi- ningún m o m ento, «originalmente» voluntario, o sea,
cultad real, el ser humano experimenta un ámbito de originalmente incontaminado y liberado del mundo
disponibilidad en su vida, no solo en el breve espacio en el que ese principio actúa. Por ello, el conocimien-
del thgmós, sino en el complejo territorio de las cosas to, o sea, la «reflexión» sobre ese principio es lo que
que le cercaban y de los otros hom bres con los que engendra la v o l u n t ariedad. El espacio del saber se
tenía que contar. ciñe sobre esa voluntariedad que impulsa el movi-
Emilio Lledó Memoria de la ética

miento. «El h o m b r e e s p r i n c i pi o d e m o v i m i e n t o, ciertas razones (lógoi) son más fuertes que nosotros»
pues la praxis es movimiento» (E. E., II, 6, Izzzbz8-30). (E. E., II, I225a30-33).
El saber y su contrario, la ignorancia, son el fu n d a- El carácter «original» y de «principio» queda, esen-
mento sobre el qu e se alza la praxis. Pero saber es, cialmente, alterado. Hay algo, pues, en el nacimiento
t ambién, u n f e n ómeno c omplejo. D e l a m i s m a de la voluntariedad que también puede ejercer vio-
manera que los actos tienen qu e ser posibles en el lencia sobre nosotros y ya no solo en el orden de la
mundo real, el conocimiento tiene que serlo también pasión y del deseo, sino en el orden del conocimiento
en el mundo ideal. Sin embargo, no basta con defen- y de la teoría. Pero si hay pensamientos y hay pasio-
der la primacía de la vida teórica, que señala el espa- nes que no dependen de nosotros, ¹de quién depen-
cio en e l q u e s i t ua r l o s « a ctos d e c o n o cim i ento». den' Parece establecerse en la afirmación aristotélica
También estos se hallan condicionados por determi- una posible dualidad entre lo que, de un modo muy
naciones parecidas a aquellas que lastran el despla- general, podríamos llamar lo «racional» y ese «noso-
zamiento del hombre, creador del ethos, en el mundo tros» sometido. El nosotros es, pues, una estructura
de las cosas y d e l o s o t ro s h o m b r es. Precisamente «alterada». Sus límites no encierran esos «principios»
aquí es donde se hace posible un mayor grado de vio- más fuertes y situados, al parecer, fuera de la «mismi-
lencia. La fuerza que se ejerce sobre el cuerpo, para dad». Sin embargo, esos lógoi están en nosotros aun-
impedirle el cumplimiento de su voluntariedad, se que no no s c onstituyan. Están en n o s otros porque
ejerce también y de manera más sutil para impedirle dominan nuestra consciencia; pero no nos constitu-
su racionalidad. yen porque alteran con su imperio la independencia
Cuando no se percibe la disponibilidad de ese de nuestra constitución. Somos, pues, independien-
espacio en el qu e se engendra la consciencia, se tes de algo cuya ííltima raíz no parece estar en noso-
esfuma el conocimiento y, por c o n siguiente, la res- tros. Están sin estar, o me jor d i c h o, están sin ser. El
ponsabilidad. Aristóteles no desarrolla, como es lógi- principio ontológico que define la sustancia humana
co, una teoría de la alienación; pero la insistencia en (E. E., II, 6, IzzzbI6-t7) engendra algo semejante a sí
el problema de la ignorancia presta una extraordina- mismo; pero esas fuerzas no son producidas por la
ria actualidad a sus análisis. «Ciertos pensamientos y naturaleza individual, porque si lo fu eran no ejerce-
ciertas pasiones no dependen de nosotros, ni la praxis rían sobre ella domi nio alguno, especialmente en lo
de acuerdo con estos pensamientos y razonamientos que constituye lo humano: la praxis (uzzbzo). Esa
(diánoia kai logismós), sino que, como dice Filolao, « actuación i n m a n e nte», qu e e x p r esa u n i n m e n s o
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campo de posibilidad, describe una parte esencial de s iguiente, la fr o ntera qu e se va ensanchando en e l


cada ser. Pero su dinamismo no obedece a los impul- curso de la vida. Precisamente en este espacio colin-
sos de lo n a t ural, de l o q u e e s solo semejante a sí dante con otros lógoi — t ener lógos es lo mis mo q u e
mismo y se reproduce como sí mismo. El ser de la convivir — (Política, I, 2, I253aI y ss.), se da también esa
praxis e s, f u n d a m e ntalmente, a l t e ridad, p e ro u n a fuerza que transforma el 1ógos propio y que ya no
alteridad poseída. No es «semejante», pero se identi- depende de él. Este «logos más fuerte» es siempre el
fica con lo semejante y es producida por ello. lógos colectivo, en donde se asientan las razones de
L a alteridad qu e r o m p e e l d i s cur ri r n a t u ral y e l los otros, constituyendo la racionalidad común y per-
natural desarrollo tiene lugar en el hombre, mitiendo l a o r g a nización d e l a po l is. P ero en e s t e
espacio en e l q u e c a d a l ógos se encuentra, pu ede
pues mientras que en el caso de los demás anima- tener lugar también la p reeminencia de algunos.
les lo forzado es simple, como ocurre con los obje- P ara alim entar e st a p r e e m i n encia s e n e c esita u n
t os inanimados (pues no t i e nen u n a r a zón y u n poder que aniquile el espacio que, como tal lógos,
deseo que se op ongan, sino qu e v i ven según sus debe ocupar el otro, o bien le impida desarrollarse. Si
deseos), en el hombre, en cambio, ambos se hallan el lógos, la racionalidad, es una em p resa individual,
p resentes y a una cierta edad, a la cual atribui m o s bastaría con impedir su evolución para que el tiempo
el poder de obrar (pues nosotros no aplicamos este que la phjs is necesita para crear su lógos se convir-
término — praxis — al niño ni tampoco al animal, tiera en un tiempo m u e rto, en una degeneración. Lo
sino solo al hombre que obra utilizando el lógos) más grave es que el lógos pierde, así, su carácter de
(E. E., II, 8, I224a25-30). intermediario, de método para vivir, de compañía en
l as decisiones, de j u i ci o y c r í t i ca, d e e v o l u ción y
Este territorio in termedio entre la naturaleza y la superación. Una praxis sin lógos, sin principio rector,
praxis, lo ocupa el lógos, que, aunque nos pertenece es imposible. Su imposibilidad se manifiesta en una
por naturaleza, está presente en nosotros solo «si el e specie de ceguera, en l a que el principio del
d esarrollo se h a p e r m i t id o y n o s e h a i m p e d i d o » egoísmo hace regresar al ho m bre al p r i n c i pio siem-
(I225b3I-33). El lógos, cuya posibilidad está ya en la pre amenazante, porque nunca insuperable, de su
ph jsis, tiene, pues, que irse creando en el tiempo que animalidad. En este caso, la naturaleza pierde ya su
el hombre necesita para ser. inocencia, su inmutable discurrir, para convertirse en
Lógos es resultado de un proceso y ocupa, por con- naturaleza degradada. Su degradación viene, precisa-

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mente, de todos aquellos residuos que un lógos «im- l os héroes deliberan. E l c r i t e ri o i n d i v i d ua l q u e d a


pedido» arrastra y que, paradójicamente, acaban por diluido en un criterio colectivo que el 1ógos expresa.
acomodarse solo a lo «natural». El 1ógos, el lenguaje, ofrece a los deliberantes unas
L a voluntariedad e s f r u t o d e l c o n o c i m i ento. E l ciertas razones que, en principio, serán asumidas por
conocimiento, a su vez, se libera y fecunda en el lógos los distintos participantes de la asamblea. El criterio
común y compartido, y el ethosadquiere, así, un prin- común se im p o ne, pues, sobre el deseo, porque los
cipio que lo orienta, lo justifica y rige. deseos no pu eden, como t a les deseos, «manifestar-
se». El deseo queda encerrado en la mera tensión de
un impulso que solo cada cuerpo individual «siente».
I7. DELIBERACIÓN Pero el lógos,incapaz de reproducir realmente ese
i mpulso, tiene qu e l e vantarse por e n c im a d e c a d a
En el proceso que intenta reconstruir los elementos particularidad y alcanzar un nivel radicalmente dis-
que integran la responsabilidad moral, la delibera- tinto, y en el que pueden confluir otros hombres.
ción procede también de u n l ógos que amplía el La deliberación se abre, también, a un dominio
alcance de la naturaleza. El campo de la deliberación intermedio entre la posibilidad que somos y la reali-
es un discurso interior qu e p r esenta, bajo di stintas dad que buscamos. Esta realidad representa el fin
formas, lo real. que se persigue, pero deliberamos sobre los medios
El modelo de ese discurso fue la manifestación de (E. E., II, Io, Izz6bIo), porque los fines se establecen
opiniones diversas, de deseos e intenciones que los en un h o r i z onte d e r e alidad qu e h a y q u e a c eptar,
héroes o los dioses homéricos pusieron en práctica. mientras que los medios ofrecen alternativas que hay
Deliberar consistió, originariamente, en la necesidad que analizar. ¹Qué significan, entonces, los medios'
de analizar las distintas alternativas posibles que se Aristóteles ejemplifica esta aparente oposición. «En
p resentaban ante lo s p r o b l emas p l anteados por l a efecto el médico no delibera sobre si curará, ni el ora-
«realidad» (Ilíada, I, 53I; II, 53; II, I94; Odisea, V, 3 y ss.; dor sobre si persuadirá, ni el político sobre si legis-
XVI, 243 y ss.). lará bien, ni nin guno de los demás sobre su fin, sino
Pero fue el supuesto hecho objetivo lo que obliga a que, dando por sentado elfi
n, considera el modo y
considerarlo, y a actuar en función no de un estímulo los medios de alcanzarlo» (E. N., III, 3, IIub I z -I6). La
inmediato, sino de un control que enfría la urgencia salud y la persuasión están en los medios sobre los
de la vida en el reflejo del pensamiento. Los dioses o que se delibera. Los supuestos fines no constituyen
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un horizonte estático que alcanzamos por el camino eso, la génesis de aquello que depende de nosotros es
de los medios, como si estos fueran meros indicado- el objeto de la deliberación. Al d el iberar generamos
res, formas vacías, cuya ún ica m i s ión e s señalar y proyectos, creamos realidad. Hay cosas que están «al
posibilitar, indiferentemente, el logro del fin. Es el alcance de nuestra mano». El mundo se ofrece como
medio mismo el que «crea» el fin. Es el tratamiento una aproximación y u n s e n t ido. El h o m br e n o so lo
del enfermo lo que origina su salud. Evidentemente, t oma los «frutos» de ese m u n do, sino q u e , con s u
la salud, d e sde u n a e x c l usiva p e rspectiva t eórica, m ediación, e n gendra s u s f r u t o s y c o n d i c i on a s u
podría ser algo parecido a eso que se llama «fines». desarrollo.
Pero ese estadio final no es sino el resultado real del El descubrimiento de estas peculiares característi-
real manejo d e l o s «m edios». La salud e s el t r a t a- cas del obrar humano hace que la filosofía posaristo-
miento y lo que con él se consigue. Por eso no se deli- t élica tenga que enfrentarse a todo lo que i m p id e l a
bera sobre los fines (E. N., rrr2b33). Los fines no son libertad de ese obrar. El «poder» es, precisamente, el
objeto de deliberación porque, como tales fines, son enemigo de la posibilidad. Un m u ndo construido
«irreales». No se alcanzan de un salto, sin pasar por sobre las ideas que «gobiernan» puede, por diversas
los medios que son, hasta cierto punto, la orientación causas, oponerse a esa «apertura» qu e A r i s tóteles,
y la creación del fin. Esta es la razón por la que solo por primera vez, tematiza.
deliberamos sobre lo que «parece posible» (E. N., rrr2- «Llamo, sin embargo, deliberado al deseo cuyo
b26). «En efecto, sobre lo que puede ser o no ser, pero principio y causa es la deliberación, y uno desea por
cuya génesis no depende de nosotros, nadie intenta haber deliberado» (E. E., II, ro, r226brg-2i). El deseo
deliberar» (E. E., II, to, r226a23-25). que brota de la naturaleza misma, del carácter pecu-
La posibilidad de obrar, de llevar a cabo algo real, liar del animal humano, se modifica, orienta y crece
solo se presenta en el concreto horizonte del tiempo en esa elaboración a la que le somete el deliberar. Lo
humano. Esta temporalidad se extiende a través del importante, sin embargo, no es el hecho de ese «en-
«manejo» de esos medios con los que descubrimos la friamiento» y «participación» con que el lógos afloja
inmediatez de las cosas y el m u n do. El fi n es, pues, la ineludible tensión del cuerpo, sino el qu e ese
resultado, efecto; su consecución únicamente se pro- hecho sea, originariamente, posible y que la capaci-
d uce en e l t r a n scurso d e u n « t i e m po » d o nd e l a s dad de mirar, de intuir y entender no haya desapare-
obras, las acciones, o sea, las distintas expresiones del cido de la psgché. Porque, como anteriormente se ha
medio, de la mediación, han ido p r o d u ciéndolo. Por señalado, hay manifestaciones de la sociedad y de la
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e lección transforma ese «estar» en «ser». El m u n d o la diagonal es inconmensurable» (E. E., II, I, r226aI-6).
de la elección es nuestro mundo; su posibilidad es Lo elegible está en nuestro poder. La construcción de
nuestra realidad. Deseamos ser felices porque la feli- nuestra preferencia nos deja, en cierto sentido, solos
cidad, o sea, el orden de la naturaleza, nos desea a c on nosotros mi smos. Au n qu e l a d e l i b eración t r a e
nosotros; pero el largo recorrido que llega a esa posi- e cos de su an t i guo sentido asambleario, donde l a s
ble armonía natural se lleva a cabo a través de unos voces de una comunidad de héroes o dioses expre-
caminos trazados por l a d e l i b eración y l a e l ección, s aba las t ensiones d e l a v i d a y l o s d e s eos, y l a s
«órganos» que aparecen en la psgché para hacer juego domesticaba con el lógos, la elección recuerda ya el
con la capacidad de «salir» en otra dirección que la «diálogo del alma consigo misma» (Platón, Sofista,
que marca la monótona puerta del deseo. Estas posi- 26ge; Teeteto, i8ge y ss.).
bilidades en las que, por ejemplo, la felicidad se «me- La psgché recoge, en sí misma, las alternativas y
diatiza» p r estan a l a v i d a s u dr a m a t i sm o y su enfrentamientos de una polifonía en la que hablan la
diversidad. Ser feliz dice la naturaleza; pero cómo', experiencia, la educación, la areté, las opiniones. El
dice el ho m b re. La respuesta a este interrogante se ejemplo de la vida colectiva se traspasa así, como
llama, precisamente, elegir, o sea preferir. Por eso la modelo valioso, a la vida individual. Pero ese diálogo
elección no estampoco dóxa, porque la dóxa coagula es ya más que una mera dianóesis, simple ejercicio de
c iertos conocimientos o n o s t r a n s m it e f o r m a s d e la inteligencia. La deliberación que pr epara la elec-
saber que no podemos elegir. Solo puede ser dóxa en ción arrastra consigo una totalidad que la preferencia
cuanto tenemos que conocer algo que, tal vez, nos va a p o ne r d e m a n i fi esto. Porque, en l a e l e cción,
transmita, en parte, esa dóxa para llevar a cabo nues- interviene también el deseo — el deseo deliberado —,
tra preferencia. Pero esta se construye con materiales y, en ella, se pone en juego algo más que la coheren-
más activos que los pasivos conglomerados de la opi- cia de las ideas y las conclusiones a las que llega la
nión. La insistencia en la autonomía de la conscien- mente. Elige el lógos y la órexis, la mente y el cuerpo,
cia de l h o m b r e q u e e l i g e h a c e q u e A r i s t ó t eles la inteligencia y l a p a sión. Todo, sin e m b argo, está
rechace el complejo mundo de la dóxa. «Es evidente teñido de esa deliberación donde la identidad del
que la elección no es opinión (dóxa) ni, sencillamen- individuo se s um e e n o t r a s i d e n t idades, y e l ig e o
te, algo que uno piensa, pues lo elegible es algo que debe elegir a través de caminos que ha allanado, en
está en nuestro poder, pero tenemos muchas opinio- cierto sentido, la colectividad, la solidaridad, la anti-
nes que no dependen de nosotros,por ejemplo, que gua asamblea, cada vez más amplia, donde las razo-
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nes se encuentran. e ncontrarse en e l a f e cto. El s u el o s o bre e l q u e s e


había levantado aquella democracia estaba forjado
por una idea de la verdad, alétheia, que obligaba a los
I9. PHILÍA hombres a coincidir en algo que podía trascender el
corto alcance de sus intereses, y por un s entimie nto
Entre las páginas clásicas de la ética de Aristóteles de 'solidaridad' (philía), que les llevaba a encontrarse
destacan los largos capítulos dedicados a la amistad. en el otro, para seguir aceptándose y queriéndose, de
Tal vez sea esta descripción de la capacidad humana una nueva manera, a sí mismos.
para sentir y asimilarse al prójimo la parte más sor- El reencuentro co n e l o t r o s u p on e e l r e c o n oci-
prendente de la ya sorprendente obra aristotélica. No miento de una semejanza. Por eso, la amistad engen-
hay en toda la literatura griega, ni siquiera en Platón, dra la justicia. Nadie puede, así, desear mal alguno
un análisis más m i n u c ioso ni m á s r i co. El q u e , en para su semejante, o sea para aquel que es «otro sí
Aristóteles, tenga l u ga r e st a a p a sionada re fl exión mismo». «Por consiguiente, la j u sticia y l a a m i s t ad
manifiesta una constante de la vida griega. El senti- son lo mismo o casi lo mismo. Además de esto consi-
miento d e a m i stad i n u n d a l o s p o e mas h o m é r icos, deramos que el amigo es uno de los mayores bienes y
irrumpe en la lírica y en el teatro, y se discute y ana- q ue la carencia de amistades, la soledad, es lo m á s
liza en los diálogos de Platón. Parece como si en el terrible, porque toda la vida y el trato voluntario con
horizonte de las relaciones hum anas, que se había los demás tienen lugar con los amigos» (E. E., VII, I,
sostenido sobre los vínculos de la sangre, de la fami- I234b32-I235ai). Establecida esta tesis, hay que anali-
lia y de la tribu, hubiese aparecido otra nueva forma zar a qué se debe la inclinación de los individuos que
de mirarse los hombres, de entenderse y asociarse. les lleva a desear, como un bien, la compañía de los
Esta nueva vinculación ib a a d esarrollarse con el otros. Efectivamente, quizá sea consecuencia de esa
surgimiento de la democracia y llegaría a convertirse semejanza que ya estaba en la tradición literaria, y
en su elemento aglutinador, solidario, frente a la sole- cuyos ejemplos recoge Aristóteles. Pero la misma tra-
dad del t i r an o o d e l o l i g a rca. Cu ando A r i s t óteles dición presenta otros casos en los que no se busca lo
redacta sus reflexiones sobre la amistad recoge, como semejante, sino lo opuesto como «la tierra ama la llu-
ú ltimo t e stim o ni o d e u n e s p í r it u d e m o c r ático e n via» (E. E., r235ar6). Aristóteles parte, pues, de estas
extinción, la memoria de aquella aventura en la que opiniones hechas palabras, que, com o v i m o s , son
d urante s i g lo s l o s h o m b r e s h a b ía n a p r e n d id o a una forma fundamental en la que se nos ofrece la
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e xperiencia. Pero no b a stan; aunque esta m e m o r i a mas de philía, b ajo l as q ue se v i s lumb ra u n c i e r t o


haga presente dos modos posibles de vinculación: contenido. Utilidad, placer y excelencia (areté), pre-
aquel que promueve la afirmación del propio yo por sentan una gradación en esta diversa apariencia que
la repetición en el otro, y el que presenta la alteridad oculta una forma especial de atadura afectiva. Estos
como com p ensación de aquello que todavía no tres aspectos rellenan el hueco de la soledad indivi-
somos. Hay otra forma de experiencia todavía «más dual. En la juventud, que la naturaleza expresa ple-
cerca de los fenómenos, de los hechos observados» namente, la seguridad de códigos como el placer
(E. E., ?zaga)r), y que pone la amistad en relación con confirma nuestro propio ser y la «exactitud» de nues-
la bondad o con la utilidad o con lo que agrada. Son tro cuerpo. Am a m os, así, lo qu e no s h ace asegurar
tantas las opiniones que, como en la definición de esas percepciones. En una época en la que el tiempo
areté, h ay q u e c o n d u c ir e s a u t i l i d ad o a g r a do a l late más firmemente, el placer hace sentir ese latido
«hombre bueno y sabio; para quien lo agradable es lo que busca la satisfacción en sus propios límites y que
que está de acuerdo con su modo de ser, y esto es lo se hace pleno en el sentimiento de su particular afir-
bueno y lo bello» (E. E.,VII, z, Iz36ag-7). La «medida» mación. Entonces, amamos al otro porque hace que
del hombre bueno es también la medida de la amis- nos sintamos a n o s otros m i s m os, en e l e n c u entro
tad. Su bondad se expresa en esa capacidad para sen- c oncreto de un a t e m p o r alidad corp oral; pero am a -
t ir l o o t r o c o m o b u e n o , c om o a g r adable y ú t i l , y mos, también, el amor del otro, porque, más allá de
también como medida de sí mismo. Este criterio perso- nuestra propia frontera, comprobamos nuestros lími-
nal, qu e f u n d a u n a f o r m a d e a m i s t a d s u p e r i or, tes en ese amor. Un amor, hasta cierto punto, genero-
expresa un ideal que aún no ha sido determinado en s o, que n o b u s c a p o seer o tr a c osa qu e l a s i m p l e
sus fundamentos. Sin embargo, esa bondad del «posesión»; la del cuerpo y la del amor.
bueno es percibida por cualquiera que tenga sensibi- E sta fo rm a e x c elsa d e v i n c u l a ción s u p on e u n
lidad para esas cualidades que, como el bien mi smo, encuentro con el propio ser, a través de otras existen-
se diversifican. «Amamos a unos por sus cualidades y cias que proyectan, sobre nosotros mismos, tensiones
virtud, a otros porque es útil y nos sirve, a otros por- que superan y enriquecen la esencial y original sole-
que es agradable y nos causa placer. Un hombre llega dad. Aristóteles describe este proceso como un acto
a ser amigo cuando, siendo amado, ama a su vez,y de percepción de la vida.
e sta correspondencia n o e s capa a n i n g un o d e l o s
dos» (E. E., VII, z, izp6arz-rp). Aparecen aquí tres for- Percibir que sentimos o pensamos es percibir qu e
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somos, puesto que ser es percibir y p ensar, y si el cuenta de que ve, y el que oye de que oye y el que
darse uno cuenta de que vive es agradable por sí anda de que anda, y en todas las otras actividades
mismo (porque la vida es buena por naturaleza, y hay algo que percibe que estamos actuando y se da
el darse cuenta de que uno ti ene en sí un b ien es cuenta, cuando sentimos, de que estamos sintiendo,
agradable) y si la vida es deseable y sobre todo y cuando pensamos de que estamos pensando...» (E.
para los buenos, porque el ser es para ellos bueno N., IX, 9, 117oazg-33). Por encima de las condiciones
y agradable [...] y si el hombre bueno tiene para reales en que la vida se despliega «sintiéndola y pen-
con el amigo la misma disposición que para con- sándola», hay una capacidad que nos levanta sobre el
sigo mismo (porque el amigo es otro yo), lo mismo nivel en donde se perciben esos momentos elementa-
que el propio ser es apetecible para cada uno, así les y esenciales. El ser no es solo sentir o pensar, sino
lo será también el del amigo, o poco más o menos. sentir el sentimiento, pensar el p ensamiento. El ser
El ser es apetecible por la consciencia que uno es, pues, superar la saturación que lleva consigo el
tiene de su propio bien, y tal consciencia es agra- pensamiento que se realiza con lo pensado. Pero esto
dable por sí misma; luego es preciso tener cons- es ya trascender las limitaciones que imponen los
ciencia también de que el am igo es, y esto puede o bjetos, y llegar a un d o m i n i o e n el qu e el h o m b r e
producirse en la convivencia y en el intercambio alcanza su propia libertad. Eso le permite contem-
d e palabras y p e n s amientos, po r qu e as í p o d r í a plarse y elegirse, observarse y superarse. La dualidad
definirse la convivencia humana, y no, como la del que se manifiesta en la propia consciencia permite a
ganado, por elhecho de pacer en el mismo lugar Aristóteles modificar el viejo aserto de Protágoras, «el
(E. N., IX, 9, lljo a 34-II70bI4. Cf. E. E., VII, Iz, rz44- hombre es la medida de todas las cosas». Pero, ¹qué
bzg y ss). hombre; el que piensa o el que piensa al que piensa7
¹Es la medida de las cosas también la medida de sí
En esta percepción de la propia vida radica uno de mismol El hom bre se constituye, así, en el corrector y
los fundamentos de la philía. El largo desarrollo que creador o inventor de su propia medida.
Aristóteles hace de la amistad, por los caminos de la En esta valoración de la mismidad, se manifiesta la
benevolencia, de la concordia, de la prosperidad y el valoración d e l a « alteridad». La r i q u eza de ese ser
infortunio, de la igualdad y la política, desemboca en que se quiere a sí mismo y se conoce a sí mismo se
estas líneas en las que se descubre el esencial desdo- supera con el descubrimiento de otras «mismidades»
blamiento y «reflexión» del ser. «Si el qu e ve se da a las que también se puede querer. El gozo de la exis-
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tencia, en este reflejo en el que se manifiesta su gran- Ver objetivada en el amigo la bondad, por la percep-
deza y su belleza, se amplía hasta las fronteras donde ción y pensamiento del propio ser, implica la ruptura
ser es, sobre todo, convivir. «Es claro que la vida con- de un ethos que se configure bajo la i m p e r i osa fór-
siste en percibir y conocer, y que convivir es percibir mula del egoísmo. El bien al que todos aspiran es,
juntos y conocer juntos» (E. E., VII, I2, I244b24-26). pues, un bien que se mide por la personal aspiración.
El pensamiento que se piensa llega, pues, a otra La felicidad es algo que pretende cada individuo, y
forma de reflexión ayudado por el p e nsamiento del cada individuo realiza esa felicidad con su interpreta-
a migo. La vinculación afectiva identifica a lo q u e ción del bien. La areté significa una organización de
estaba separado, pero, al mismo ti em po, esa separa- la psgché para que nos facilite distinguir el bien y
ción es capaz de una objetividad nueva, en la que conseguirlo. Pero la philía es también una areté. A tra-
otro podría p ensamos y amarnos, c omo un o s e vés de ella, el bien individual se amplía, consolida y
piensa y ama a sí mismo. «Nadie querría poseer todas confirma. El bien qu e descubrimos en el otro es un
las cosas a condición de estar solo; el hom bre es, en bien que rompe la medida de la particular perspec-
e fecto, un a n i m a l s o c ial y n a t u r a l m e nte f o r m a d o tiva con que cada existencia buscaría su felicidad. El
para la convivencia» (E. N., IX, 9, n69br7-I9). La sole- modelo al que aspira el hombre que posee areté tiene
dad de la consciencia encuentra, en esta necesidad que cobijarse muchas veces en l a c o nsciencia que,
de compañía, justificación d e es e o r i g i n ario s enti- con su pr a x i s, l o en c a r n a. E s ta c o n s c iencia, s i n
miento de solidaridad que, igual que el egoísmo, e mbargo, puede obnubilarse en la br uma de u n a
arranca también de lanaturaleza. Pero, además, supuesta felicidad solitaria, o un modelo de bien abs-
tracto que solo existe si se convierte en la energía de
es más fácil contemplar a nuestros prójimos que a un sujeto que lo v iva. Se necesita, pues, la amistad.
nosotros mismos, y sus acciones que las propias, y Con ella somos capaces de contemplar no el bien de
las acciones de los hombres buenos cuando estos las palabras, de los objetos que pretendemos, el bien
son amigos suyos, son gratas a los buenos [...]. El de los deseos, sino el bien que realiza un semejante y
hombre dichoso necesitará de tales amigos, ya que que, al enlazarlo con la amistad, lo hacemos fluir en
quiere contemplar acciones buenas y que le perte- un espacio colectivo y concreto donde los hombres,
necen, y tales son las acciones del hombre bueno sorprendentemente, alcanzan una forma de bien que
amigo suyo (E. N., IX, 9, ll69b33-II7oa4). ya no tiende solo a lo «otro» que apetecemos y segui-
mos, sino a «otro ser» que es bien por él mi smo, que
Emilio Lledó Memoria de la ética

es como nosotros, y que nos acompaña. la escasez, las tensiones de lo r eal acaban por d e s-
Este sentimiento de solidaridad no impide a Aris- truir cu alquier t ip o d e r e l aciones que n o t e nga en
tóteles que, a propósito de la am istad política, esta- cuenta esa limitación y que no esté ya preparada para
b lezca los distintos planos donde lo «ético» y l o combatirla. La mirada de Aristóteles analiza, una vez
«legal» funcionan, y a l u d a a l a p o s i bl e c o r r u p ción más, la situación real en la que la philía y la areté se
con que la convivencia en la polis amenaza a la vincu- encuentran. Los mejores momentos en esta cartogra-
lación afectiva. fía de la ciudad ideal no le ofuscan. Percibe, también,
que bajo la aspiración hacia un b ie n qu e e m p u jase
La amistad política mira al acuerdo y a la cosa, más allá de las condiciones reales en que todo bien
mientras que la ética considera la i n t ención; por se presenta, el peso de la sociedad menesterosa dete-
ello es más justa, es una justicia amistosa. La causa riora todo pensamiento superior. La belleza y la bon-
del conflicto está en qu e l a a m i stad ética es más dad d e scrit a s o l o s o n pos i b l es, t a l v e z , e n l a
noble, pero la amistad útil, más necesaria. Los abundancia, o sea, en una vida que no p er m ita aso-
hombres empiezan como amigos éticos, o sea ami- mar el fantasma de la in d igencia. Nadie puede sen-
gos por la virtud, pero cuando se llega a chocar tirse vivir si la vida no le permite despegarse, por la
con algún interés privado, se ve que eran diferen- miseria, de percibir su propia e insuperada indigen-
tes. Pues es en la abundancia donde la mayoría cia. Nadie puede amar a otro, si está obligado todavía
persigue lo que es bello y, por eso, también la a defender du r am ente su p r o pi o c u erpo, su p r o p i o
amistad más bella (E. E.,VII, Io, I243a3I-I243b2). ser.

E l pr i n c i pi o d e l e g o í smo d e struye l a a m i s t ad. E l


egoísmo aparece cuando se hace evidente aquella 20. HA C IA LA POLÍTICA
indigencia y escasez que está en el origen de la orga-
n ización social y qu e Platón había descrito en l a Como Platón, Aristóteles busca también la organiza-
República. « Pues bien, la ciudad nace, en mi opi n i ó n , ción de la convivencia humana. Esta organización es
por darse la circunstancia de que ninguno de noso- la única forma de compensar las contradicciones que
tros se basta a sí mismo, sino que necesita de muchas lleva consigo la necesidad de vivir, de aprender, de
cosas. ¹O crees otra la razón por la que se fundan las gozar, de amar. Ninguno de estos posibles modos de
ciudades» (II, 369b). Efectivamente, en esa ciudad de relación con los otros y con uno m i smo pu ede reali-
Emilio Lledó Memoria de la ética

z arse sin estructuras superiores que determinen l o s Vivir es, por tanto, el despliegue en el tiempo de todo
c auces de estos modos de relación. Porque como l a lo que la naturaleza hace surgir. Pero ese despliegue
Ética, la Política, en su primera página, afirma que los está fijado ya en el código que orienta la evolución de
hombres buscan siempre lo que les parece bueno. cada ser. Unida todavía a los primeros pasos de esa
Pero inmediatamente se nos dice también que el bien evolución, la v i d a h u m a n a c o n sistió, fu n d amental-
principal es la polis, la comunidad política. Prixis, mente, en defenderse como vida, en permanecer en
bien y polis son los tres elementos que hay que conju- el ser. Pero en l a po l is no b a s ta aceptar el e s cueto
g ar para que p u eda realizarse el b ien d e l h o m b r e . código del desarrollo natural. El bien a qu e aspiran
Porque no basta con establecer un bien alejado de lo los seres es un bien atado a las concretas condiciones
que los hombres «hacen». El bien tiene que surgir de en que se expresa una vida humana, y lo humano
esas obras que solo adquieren sentido en el espacio i ncluye un e l e m ento n u evo en e l v i v ir , qu e r o m p e
colectivo creado, precisamente, por esa praxis. incluso los límites «naturales» y es capaz de variar los
Pero cómo llegar, de una m a n era m etódicamente códigos originarios. La n a t u r aleza d e l a s c o sas es
correcta, a coordinar esas tres perspectivas y organi- aquello a lo que llegan como fin de su génesis.Efecti-
zar la convivencia. Aristóteles piensa que sería ade- vamente, el cumpl i m i ento de ese curso temporal, de
cuado examinar lo s elementos más simples que esa génesis, supone que el proceso no ha sido interfe-
integran esas estructuras generales. «Porque obser- rido y que el desarrollo se ha logrado. En este senti-
vando las cosas desde su origen se obtendrá, en esta do, esa plenitud es el fin, el télos. En el ser humano,
cuestión como en las demás, la visión más clara» (Po- sin embargo, el bien que especifica el vivir se define
lítica, I, z, izgzaz4-z6). La casa, la familia, la aldea, se como autarquía, que no consiste en un a suficiencia
integran desde sus propias necesidades en una nueva con uno mismo, con el ser que vive una vida solitaria,
forma de comunidad, que es la polis. Pero así como sino también en r elación con los padres, hijos y
las primeras formas de organización tuvieron com o mujer y, en general con los amigos y conciudadanos,
meta el ayudarse para hacer frente a las necesidades puesto que el hombre es por naturaleza un ser social
de la vida, la polis tiene un objetivo superior. No se [politikós] [...]. Consideramos, pues, autárquico o sufi-
trata ya solo de vivir, sino de «vivir bien» (eu zen). El ciente lo que hace por sí solo a la vida digna de ser
v ivir está u n id o a l a m i s m a n a t u r aleza. Su p r o p i a vivida y libre de toda necesidad y pensamos que esto
estructura y las primeras formas de organización van es la eudaimonía (E. N., I, 7, I097b9-I6).
encaminadas a conseguir el desarrollo de la vida.
Emilio Lledó Memoria de la ética

La necesidad y la in digencia amenazan la vida. Si la contrario, el silencio, la incomunicación, la violencia.


autarquía como felicidad es una forma de plenitud, A pesar de la tradición literaria y la evolución real de
hay que tender, entre esos extremos, un puente que la historia griega, la guerra se entendió siempre como
permita superar esa amenaza y l o grar ese objetivo. una actividad que rompía la esperanza en niveles
Antes de analizar los medios de esa construcción en superiores de desarrollo. Precisamente el lógos y el
la que el hombre modifica y condiciona su propio d iálogo habían surgido como una forma de comun i -
vivir, Aristóteles nos da ya, al comienzo de la Política, cación frente al silencio de la fuerza.
dos indicaciones capitales sobre el ser humano, por-
que las características de su naturaleza determinan El que no puede vivir en sociedad o no necesita
ya el contenido de su desarrollo y los límites de su nada por su propia suficiencia, no es miembro de
autarquía. la ciudad, sino una bestia o un dios. Es natural en
Dos rasgos esenciales del hombre lo distinguen de todos la tendencia a un a c o m u n i dad t al , p ero el
los otros animales. El ser humano necesita de la polis primero que la estableció fue causa de los mayores
para cumplir el d estino de su p r o pia naturaleza. La bienes; porque así como el h o m br e perfecto es el
evolución natural i n c luye, paradójicamente, un el e- mejor de los animales, apartado de la ley y de la
mento cultural. Porque las fo r mas de o r ganización justicia es el peor de todos: la peor injusticia es la
humana, anteriores a la polis, no llegan a la autarquía que tiene armas (Política, I, 2, I253a27-34).
y a la felicidad. Vivir h u m a n amente es siempre vivir
bien, y ese bien es algo que se aparta de los derrote- La necesidad de convivencia a la qu e el h o m b r e se
ros naturales, trazados por n o r m a s i n d ependientes somete, para su propia realización, nos lleva al otro
del ser que lo asume. En este sentido la v id a es ya componente de lo hum ano, el lenguaje. La naturale-
constitución, elaboración del ser que la vive. La inso- z a, que nada hace inútilm ente, ha dotado al hom b r e
c iabilidad c a racterizaría a u n a e x i s tencia i n f r a h u - de la posibilidad de desarrollo en su ser social. Sin el
mana o sobrehumana. «Sin tribu, sin ley y sin hogar», lenguaje la sociabilidad sería imposible. No habría
dice Hornero en la cita de Aristóteles, «debe vivir el aproximación ni acuerdo; no habría ciudad. La histo-
que ama las horrendas guerras» (Política, I, 2, I253a5). ria misma de la po1is nos muestra que esta no fue solo
La guerra se enfrenta a lo que constituye las formas una forma «espacial» de organización, una realidad
supremas de sociabilidad. La ley, el hogar, son fruto física que establecía los límites entre los que se hace
del diálogo, de la tolerancia. La guerra supone, por el la vida. Polis significa, también, un sistema de comu-
Emilio Lledó Memoria de la ética

nicación. Por encima de la ciudad real que los hom- que tiene palabra (lógos). La voz es signo de dolor y
bres viven, hay otra ciudad «ideal», una ciudad de de placer, y por eso la ti enen t am b ién lo s demás
palabras, con las que se tejen los verdaderos hilos de animales, pues su naturaleza llega hasta tener sen-
la convivencia. sación de dolor y de placer y significársela unos a
otros; pero la palabra es para manifestar lo conve-
niente y lo dañoso, lo justo y lo injusto, y es exclu-
2I. EL ANIMAL QUE HABLA sivo del hombre el tener él solo el sentido del bien
y del mal, de lo justo y de lo in j u sto, etcétera, y la
La comunicación que se establece entre los hombres comunidad de estas cosas es lo que constituye la
marca ya, a través del lenguaje, el «territorio» de la casa y la ciudad (Política, I, 2, I2ggaII-I7).
polis. Porque mientras solo fue la vida lo que la natu-
raleza mandaba preservar, las necesidades de la exis- L os «valores» a q u e A r i s t óteles se refiere e n e s t e
tencia pudieron remediarse en el silencio. El cuerpo famoso texto, el bien y el mal, lo justo y lo injusto,
era el único indicador de lo necesario y el único espa- son, entre otros, los hilos que enhebran y constituyen
cio concreto del vivir; pero la presencia de otros hom- lo social. Estos valores se «dicen» en el lógos. Hablar
bres originó un nuevo dominio. En él tiene lugar ya de ellos es vincular el comportamiento práctico a las
un primer «indicio» hacia el otro, una «señal de dolor supuestas directrices marcadas por u n « cielo ideal»
y de placer». Dolor y placer son expresiones elemen- que lo ordena y sistematiza. Pero el bien o la justicia,
tales de la corporeidad. El «sonido», la voz del dolor, por ejemplo, son c o n strucciones colectivas; formas
habla solo al tiempo concreto del cuerpo y de la car- de convivencia, orientaciones hacia la pr axis. Decir
ne, y se consume y a p aga en su m i sm a ex p resión. es, pues, construir; referir en la consciencia colectiva
Pero hay otra «voz» que rompe el estrecho círculo de l os «sentidos» qu e p u e d e n c o n s t it u i rl a c o m o t a l
un tiempo q ue, únicamente, se hace presente entre colectividad.
los vericuetos de la corporeidad. Es la voz del lógos. Los valores que dan contenido al lógos son mani-
festaciones de perspectivas que, en ningún mom ento,
La razón por la cual el hombre es, más que la abeja pueden ser exclusivamente individuales. La partici-
o cualquier otro animal gregario, un animal social pación y 'comunicación' (koinonía) de estos conteni-
es evidente: la naturaleza, como solemos decir, no dos supone, pues, la confirmación del carácter social,
hace nada en vano, y el hombre es el único animal compartido, solidario, común y homogéneo de lo que
Emilio Lledó Memoria de la ética

se denomina justo o bueno. En la praxis y en las obras


se configura y refleja el complejo de interpretaciones La idea de un i dad qu e aquí u t i l iza A r i stóteles hace
y determinaciones del lenguaje. Pero de la misma diluir el individuo en el sistema colectivo de cuya
manera como el lenguaje habla en el do m i ni o de l a m ultiplicidad se en r i q uece. Efectivamente, el h o m -
intersubjetividad y trasciende, con ello, las fronteras bre, que como sujeto individual presenta una radical
en las que cada individualidad se encierra, las obras clausura, como parte de un e n t r amado social, nece-
son producto también de una cierta interobjetividad sita de los otros. Su posible autarquía como individuo
en la que cada hecho emerge de sus condiciones de es una autarquía inevitablemente mediatizada por su
posibilidad. Estas condiciones se crean por las pre- «naturaleza» colectiva. Analógicamente, pues, la ciu-
siones colectivas, y en el entramado que los «otros», dad unitaria que parecería más «autárquica», pierde,
voluntaria o involuntariamente, delimitan. en esa clausura, su autarquía. Si el bien de cada cosa
La polis sirve de ámbito en el que cada comporta- l a conserva, es, precisamente, la d i versidad l o q u e
miento se inserta; pero, además, las distintas acciones otorga la máxima autosuficiencia.
individuales qu e h a n i d o c o n s t i t uyendo e l e t h o s
encuentran su verdadera realización en esa organiza- La casa es más autárquica que el individuo, y la
ción colectiva de cada individualidad, que acaba flu- c iudad m á s q u e l a c a s a ; y s o l o h a b r á c i u d a d
yendo en el cauce de lo «político». c uando resulte autárquica y suficiente la comun i -
E ste lenguaje que se diversifica en l a vo z qu e l o d ad num érica. Por t anto, si es p r eferible l o m á s
habla manifiesta el entramado ideal de la polis como autárquico, también debe preferirse lo menos a lo
«multiplicidad». Aristóteles se opone, por ello, a la más unitario (Política, II, 2, I26ibio-ig).
ciudad unitaria que Sócrates defiende en la República.
Esta defensa de la «diversidad» imp l i ca, por c o n si-
Es evidente que si la ciudad es cada vez más unita- guiente, para conseguir la i m p r escindible autarquía,
ria, dejará de ser ciudad, pues la ciudad es por su una determinada forma de organización que «sinteti-
naturaleza una multiplicidad y al hacerse más una, ce» la supuesta o r eal o p o sición e n tr e a u tarquía y
se convertirá deciudad en casa y de casa en hom- diversidad. Incidentalmente aparece, en estos pasajes
bre, ya que podemos decir que la casa es más uni- de la Política, un problema funda mental de la teoría
taria que la ciudad y el in d ividuo más que la casa que sustenta a esta obra y que había recorrido buena
(Política, II, 2, I26IaI6-2O). p arte de las páginas de Platón. ¹Cómo coordinar lo s
Emilio Lledó Memoria de la ética

intereses del animal «individual» que tiene lógos, que capaz de organizar lo colectivo y armonizar las inevi-
vive en el m u n d o d e l a e scasez y la p r i vación, que tables contradicciones y tensiones de lo individual.
necesita de otros, pero qu e h a d e se r a u t árquico y Aristóteles se ve obligado a reflexionar sobre los dis-
defender su ser, con ese im p u lso que, de m ú l t i p l es tintos tipos de organización, o sea, sobre las distintas
formas, le lleva a convivir, a utilizar, amar, odiar, per- formas de gobierno que han existido en la realidad y
cibir al otro) Las respuestas a estos interrogantes se d e los qu e t i en e n o t i c ia. Pero l a s f o r m a s e n q u e
dan, frecuentemente, desde n i veles o ntológicos, muchos de estos regímenes podrían encuadrarse -
desde «teorías» que explican d i v ersos estratos que democracia, oligarquía, aristocracia, república, tira-
constituyen e l s e r h u m a n o , d e sde p l a n teamientos nía — están sometidas a u n i n t e nso desgaste, a un
que marcan, con la paideía, la posibilidad de compen- dinamismo continuo en lucha por el régimen mejor.
sar las innumerables divergencias. Sin embargo, en A lgunas de l a s p á g inas en d o n d e s e d e scriben l a
su polémica con l a Re pública platónica, Ar i s tóteles estructura e i ne s t a b i l i da d d e es t o s r e g í m e n es,
hace surgir el pr oblema de esa alternativa desde un r ecuerda la im p l acable dialéctica a la que ya en l o s
planteamiento radicalmente político: libros VIII y IX d e la República los había sometido
P latón. Porque ese régimen m e jo r e stá sujeto a l a
Si los que trabajan las tierras no son sus dueños, la continua invasión de un a i n d i v i du alidad que, como
cuestión puede ser distinta y más fácil; pero si la la del tirano, se afirma a sí misma en la negación de
cultivan para sí mismos, la cuestión de la p r o pie- los demás. No es posible, pues, buscar esa organiza-
dad puede traer consigo más dificultades, pues al ción de la colectividad si no se analizan los elementos
no ser todos iguales en los beneficios y en el traba- q ue forman e l t e j id o qu e c o n stituye la v id a d e l o s
jo, necesariamente surgirán reclamaciones contra h ombres como animales obligados a convivir y a
los que o b t i enen m u c h o s b e neficios y t r a b ajan construir su propia convivencia, y a entenderse en el
poco, por parte de los que reciben menos y traba- lógos.
jan más. En general, la convivencia y la comunidad « El que e studia l o s r e g ímenes p o l íticos, qu é e s
son difíciles en t o d a s l a s c o sas h u m a n as, p ero cada uno y c u áles son sus atributos, debe tratar en
sobre todo en estas (Política, II, 5, I263a9-I7). primer término qué es la ciudad» (Política, III, I, I274-
b32-34). En ella tiene que ser posible esa mezcla de
Desde esta base natural, tendrá ya qu e e m erger l a autarquía y solidaridad en cuya armonía se produce
comunidad política que, por medio de la justicia, sea la «vida mejor». Precisamente, desde la actividad de
Emilio Lledó Memoria de la ética

los que componen la polis, desde sus ciudadanos, es niño, quedó alcuidado de un pariente, Proxeno de Atarneo.
de donde hay que partir. «Llamamos, en efecto, ciu- Su padre, Nicómaco, fue médico de Amintas III, abuelo de
Alejandro. Su madre, natural de Calcis, en la isla de Eubea,
dadano al que tiene derecho a participar en la fun-
pertenecía a una familia que había tomado parte en la colo-
ción deliberativa o judicial de la ciudad, y llamamos
nización de Estagira. A los diecisiete años, Aristóteles mar-
ciudad, para decirlo en pocas palabras, a una muche- chó a Atenas, donde habría de permanecer veinte años como
dumbre de tales ciudadanos capaz de vivir en autar- alumno de la Academia platónica. En la obra de Aristóteles,
quía» (Política, III, r, Iz7gb?7-zI). Deliberar y juzgar no hay abundantes testimonios sobre la medicina, que había
s e refieren solamente al espacio p ú b l ico en d o n d e sido el ámbito familiar en el que se había educado, y sobre la
tales funciones se ejercen. La deliberación y la capa- Academia, que marcó el desarrollo intelectual de su adoles-
cidad crítica, o sea la capacidad de ser autárquico en cencia y juventud. Entre las anécdotas que se refieren a esta
é poca de fo rmación destaca aquel «mote» que Platón l e
su juicio, de llenar el propio ser «natural» de posibili-
daba, el anagnóstes,el lector, cosa que, en c ierto sentido,
dad y libertad, constituyen las bases sobre las que se
debía ser inusual ya que la enseñanza «se oía» más que «se
asienta la po1is. Esta es una larga tarea, a la q ue s e
leía». Es precisamente en este tiempo cuando, por la paula-
dedicó, con continuado empeño, Aristóteles. Con ello tina imposición de la escritura y de sus productos, la palabra
no hacía sino mantenerse en los problemas que ya empezó a transitar, con los grámmata, del oído a la vista, y a
h abía planteado Platón e i n t e n ta r a v anzar e n s u s asegurarse ya el saber en la «experiencia» intersubjetiva que
soluciones. Y en esta reflexión libre del hombre por sostenían los escritos. A la muerte de Platón, en el año 347,
construir su propio destino se anudaban la ética y la abandonó Atenas. No hay razones claras para esta marcha, y
los investigadores, desde Jaeger a D ü r in g o C h r o ust, han
política: la edificación del ser individual en el ámbito
hecho diversas conjeturas. Invitado por Hermias, el tirano de
del bien de la polis.
Atarneo, cuñado de Proxeno, su tutor, pasó Aristóteles tres
años en los que, probablemente, conoció a Pythia, hija adop-
tiva de Hermias con la que después se casó. En estos tres
años, pasados entre A t arneo y A s s os, A r i stóteles estuvo
APÉNDICE rodeado de a m i gos y d i s cípulos. Precisamente en A s sos
encontró a quien iba a ser su más fiel discípulo, Teofrasto de
Aristóteles había nacido el año 384 a. C. en Estagira (actual- Eresos. A la muerte de Pythia, que según una tradición era la
mente Stavro), un pequeño lugar en la costa de la península madre de Nicómaco, se unió Aristóteles a Herpilis, al parecer
calcídica. La ciudad, en la que se hablaba un dialecto jonio, una esclava natural de Estagira, y a la que también se atri-
había sido colonizada por los griegos. Huérfano desde muy buye la maternidad de Nicómaco.
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En el año 3q5 se traslada Aristóteles a M i t i lene, donde C APÍTULO I I I


comenzó una fecunda colaboración intelectual con Teofras-
to. Dos años después, a instancia de Filipo de M acedonia,
Aristóteles marcha a Mieza, donde se encargará de la educa-
c ión de l j o ven A l e j andro. A u n qu e p r o nt o e m p ezaría l a
leyenda de la influencia de las dos geniales personalidades,
no pueden confirmarse los datos que tal leyenda ofrece. El
hecho de que los pr imeros historiadores de Alejandro no
mencionan a su educador indica hasta qué punto Aristóteles
era aún desconocido. Nos quedan, sin embargo, dos testimo-
P ARA UN A L E C T UR A D E L T E XT O D E L A
nios (Düring, rg66, tz) de Eratóstenes y Plutarco, según los
cuales Aristóteles había aconsejado a Alejandro «tratar a los ETICA
griegos como su jefe y a los bárbaros como su dueño, preocu-
pándose de aquellos como si fueran amigos y parientes, y de
estos como de criaturas a los que solo hay que proporcionar
el alimento» (cf. también Aristóteles, Política, I, t, u5zb5-9). Es
probable que, en esta época, entablase amistad con Antípa-
ter, que durante las conquistas de Alejandro quedaría de
regente en Macedonia. Después de la muerte de Filipo, en el
año 336, y de la proclamación de Alejandro como rey, Aristó-
teles vuelve a Atenas y comienza su enseñanza en el Liceo.
Esta larga y fructífera estancia solo se verá definitivamente
interrumpida en el año 323 cuando muere Alejandro. En una
carta que nos transmite la Vita Marciana, dirigida a Antípater
(Düring, rg5y, to5), se queja de que como extranjero ya no
podrá encontrar paz en Atenas. A fines deese mismo año
marchó a la isla de Eubea, a Calcis, donde su madre tenía
una casa y donde muere en octubre del 322 a laedad de
sesenta y tres años.

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n ológica, y fun d i d o en l a esc r i t u r a d e aq u e l


intérprete que lo afirma al incorporárselo, pero que
lo niega al hacerlo pervivir en un cerrado, coherente,
incluso poderoso, organismo, capaz de disolver la
historia real de la que, en todo momento, se alimentó
ese lenguaje.
I. LA «ESCRITURA» DE ARISTÓTELES A pesar de las precisiones y críticas que, en más de
c incuenta años, se han h e cho a l a o b r a d e W e r n er
Los escritos de Aristóteles han sido, a lo largo de los Jaeger y, sobre todo, a su li br o sobre A r i stóteles[I4],
s iglos, una pieza esencial para la h i storia de la cu l - fue este gran investigador quien, de una manera ori-
tura e u r o p ea. S i n el l o s no pu e d e n e n t e n d erse ginal y b r i l l a nte, comenzó a desarticular el a n acró-
muchas de las ideas que constituyen el entramado de nico e d i fici o c o n struido s o b r e lo qu e , con
esa cultura. Y, sin embargo, esta obra tan viva y dura- e xtraordinaria i m p r o p i edad, se h a d e n o m i n ad o e l
dera ha estado sometida a un proceso de esclerotiza- «sistema» aristotélico. Los trabajos de Jaeger mostra-
ción y m o m i fi c ación. Esa in cesante presencia y, al r on que los escritos que se han t r a n smitido con e l
mismo tiempo, ese extraño proceso constituyen un o nombre de Ar i stóteles estaban enraizados en la his-
de los más apasionantes problemas en el mi sterioso toria viva de su creador y habían experimentado dis-
destino de la «escritura». tintas i n fl e x i o nes, s e gú n l o s di s t i n t o s i n t e r eses
Indudablemente toda obra intelectual puede que- intelectuales que fueron orientando sus investigacio-
dar aplastada por l a p r esión qu e sobre ella ejercen nes[i)].
otros lenguajes que la describen o c o m entan; pero, Esta lectura «genética» no era resultado de compli-
en Aristóteles, este aplastamiento ha tenido peculia- cados procesos metodológicos, sino de haber apli-
res características. Sus palabras se han incorporado, cado a la interpretación de la obra de Aristóteles una
frecuentemente, al discurso de sus intérpretes, y han serie de elementales principios, con los que se disol-
formado con ellosuna amalgama en la que adqui- vía esa pesada costra que, sin criterio alguno, había
rían inesperadas, anacrónicas y sorprendentes reso- ido depositando la tradición. Era además evidente
nancias. Es un f e n ó m eno i n t eresante, quizás único que un pensamiento que, como el de A r i stóteles, no
en la historia de la fi l o sofía, el que presenta el len- estaba lastrado por ninguna herencia libresca y que
guaje aristotélico, endurecido ya en una forma termi- se había despertado a la v id a i n t electual oyendo las

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palabras de Platón e i n t e ntando ex perim entar, por ciones y dificultades; pero el ritmo de su lenguaje, la
ejemplo, cómo se reproducen los pájaros, cómo fun- cuidada elaboración de los conceptos, indicaban la
ciona el aparato digestivo de los cefalópodos, o cuál voluntad de no i r m á s allá de lo qu e alcanzaba una
es la estructura del cordón umbilical de los mamífe- mirada, una visión empírica que se planteó, por
ros, fuera mucho más libre y creador que lo que, a lo ejemplo, en los escritos biológicos, decir lo real, nom-
largo de los siglos, iba a establecerse. Para probar esta brar la naturaleza. Y, sin embargo, esa misma termi-
diversidad en l a o b r a a r i stotélica, J aeger, como e s nología era el resultado de un controlado proceso de
sabido, tuvo que mostrar que la estructura de los tra- creación, en el que el lenguaje era analizado y obser-
t ados era s ol o a p a r ente y q u e c o n s t i tuían, e n s u vado con el mismo rigor con el que se analizaban y se
mayoría, un ensamblaje de escritos de distintas épo- nombraban los distintos niveles de la ph jsis. Precisa-
cas, en el que se articulaban la vida misma de la refle- mente es este uno de los problemas más interesantes
xión, sus errores y aciertos. A pesar, sin embargo, de que plantea la obra de Aristóteles. Porque «mientras
la forma de estos escritos, tan distinta de los diálogos Platón, por lo general, más que palabras, crea signiPca-
platónicos, había en ellos un estilo peculiar, un aire dos, en Aristóteles encontramos creaciones de signifi-
de familia que los identificaba en el mi smo espíritu. cado (Bedeutungsneuschopfungen) y c reac i o nes
En ese espíritu en el qu e A r i stóteles se nos aparece t erminológicas, creaciones d e p a l a b ras e n c u a n t o
c omo «el p r i m e r p e n sador qu e s e f o r jó, al m i s m o tales (Wortschopfungen)» [ry].
tiempo que su f i l o sofí, un concepto de su propia El carácter peculiar de los neologismos aristotéli-
posición en la historia; con ello, fue el creador de un cos presta a su lenguaje una viveza y frescura que no
nuevo género deconciencia fi
losófica más responsa- logran agostar los descuidos estilísticos, ni la seque-
b le e ínt i m am ente com plejo. Fue el i n v entor d e l a dad aparente de muchas de sus expresiones. Precisa-
i dea de desarrollo intelectual en el t i empo, y v i o mente esto da a toda su obra, en absoluta oposición a
incluso en su propia obra el resultado de una evolu- lo que después se ha hecho con ella, ese peral inaca-
c ión exclusivamente dependiente d e s u p r o p i a bado y esa continuada insatisfacción que se percibe
ley» [r6]. en tantas páginas y que late en la mayoría de sus
Una de las causas que hicieron posible la construc- planteamientos. Por ello, el saber má s exacto tenía
ción del dogmatismo aristotélico fue la dureza de su que ser un saber no definitivamente logrado, sino un
estilo y su rigor terminológico. Lo cual no quiere «saber detrás del que se va», una «ciencia buscada»
decir que no hubiese, en algún mo m ento, contradic- (Metafísica, I, 983azI), que consiste tanto en los siem-
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pre sectoriales aspectos a los que se llega, como en la «actividad», la «energía» (enérgeia) de los hombres,
continuada tensión que provoca el camino que hay sus tensiones, concordias y oposiciones. Pero mien-
que seguir para alcanzar la meta del conocimiento. tras en Platón se dialoga sobre el joven ti m ó c rata, o
Con extraodinaria claridad aparecen estos proble- sobre el hombre justo o sobre la prudencia, Aristóte-
mas en aquellos libros de A r i stóteles en los que se les desarraiga sus palabras de la vida, del diálogo en
p lantea e l s e n t i d o y l a est r u c t ur a d e l « h a c e r » el que tales palabras emergen, condicionadas por el
humano, de la «filosofía de las cosas humanas» (anth- tiempo concreto en que una concreta voz dialogante
ró peia philosophía, E. N.,r?8Ibig). Es esta la primera vez las pronuncia, para hacer con ellas una experiencia
que se hace una detallada descripción de los meca- nueva, para buscarles un espacio teórico alejado ya
nismos que articulan la praxis y que condicionan los de las inmediatas instancias del tiempo y d e l a voz.
c omportamientos. Es c i erto q u e P l a tó n h a b í a i n i - Al estar p r i vada l a e scritura d e A r i s t óteles de e sa
ciado algunos de estos análisis, pero con A r i stóteles matriz en l a q u e , com o e n l o s d i á l ogos platónicos,
la capacidad de precisar, con la terminología, los dis- unos interlocutores hablan y vi v en su l e n g uaje, sus
tintos niveles que constituyen el acto vo l u n t ario, la análisis tienen que ser más precisos y su contenido
amistad y el amor, la deliberación y la pasión, el más abstracto. A través del diálogo hemos llegado,
conocimiento teórico y el práctico, la magnanimid ad pues, a la literatura PlosóPca, a la escritura que no se
y la justicia ha plasmado algunas de las páginas más expresa en un poema o en apotégmata, sino en «pe-
jugosas, no solo de su obra, sino de toda la historia de queños tratados» (pragmateiai) que, sin embargo, son
la ética. algo más que meros hgpomnémata, que «recordato-
E stos análisis se enfrentan, además, con u n p r o - rios» para avivar el pensamiento[t8]. En ellos el len-
blema nuevo. Se trata de describir situaciones que no g uaje n o s o l o p r o v oc a l a r e fl e x ió n p e r s o nal, e l
caen ya en el territorio objetivo de la ph jsis, sino que camino del pensamiento que cada uno,como en el
emergen de un dominio subjetivo o, al menos, de una d iálogo, tiene qu e r e correr d espertado po r e l estí-
objetividad muy distinta de los fenómenos del mundo mulo de una determinada palabra, sino que la escri-
exterior. El lenguaje es, en principio, el único sus- tura de estos «tratados» se despliega ya por sí misma,
t ento de esos análisis, al constituirse en r ecinto d e analiza, describe y argumenta. El lenguaje filosófico
experiencias acumuladas en la historia, y conform a- comienza así a adquirir objetividad y espesor. Proba-
d as a lo l a rgo d e su d e sarrollo. El l e n guaje, y u n a blemente la ékdosis, la publicación de esos escritos, se
mirada que ha visto los impulsos que determinan la d ebía a circunstancias muy d i versas, en las que n o

I 7 7 rl,
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cultura que, estimulando el deseo, ciegan, al par, la principio, como el deseo. «Es evidente que no es un
capacidad de deliberación y de pensamiento. Es posi- deseo, pues sería volición, apetito o impulso [...]. Así
ble que una deliberación ideal, producida en el espa- pues, lo elegible es necesariamente algo que depende
cio aséptico de u n a r e flexión sobre fi nes, sobre de nosotros» (E. E., II, I o, I 2 25 b25-38). La elección
abstracciones, no sea nunca posible por m u cho qu e, implica deliberación, y esto supera ya el plano exclu-
como m o d elo, expresase una f o r m a e f e ctivamente sivo de la t ensión co n qu e l a n a t u r aleza somete al
paradigmática y ejemplar. La deliberación real está vivir. Paralelo a este deseo, en el qu e l a n a t u r aleza
siempre entorpecida por el supuesto predominio del impone su norma al hombre, aparece un dominio
deseo, «de aquí que mu chos consideran como invo- nuevo, mezcla también de tendencias y percepciones,
luntario t a nt o a l a m o r c o m o a a l g u n o s d e seos e de conocimiento y p l acer; pero que se configura
i mpulsos n a t u r ales, p o r q u e s o n pod e r o so s p o r como algo más allá del impulso originario de la natu-
encima de la naturaleza» (E. E., II, 8, i225azo-23), o por raleza, aunque esta no pueda nunca abandonarlo. La
la ignorancia provocada, o por el miedo, o la 'incultu- elección entra dentro de laverdadera configuración
ra' (apaideusía). Pero, de todas formas, la deliberación de lo humano. El sistema de fines — en algunos casos
es una lucha, una tensión tan fi rm e como el deseo y — es el sistema fundado en las estructuras elementa-
que, frente a este, abre un territorio más amplio qu e les de nuestra existencia y esos fines no los elegimos,
aquel que consume la temporalidad inmediata del nos eligen ellos. En el mom ento en que la existencia
cuerpo y de la vida. nos alienta, estamos sometidos a sus propias condi-
ciones de posibilidad. «Nadie elige estar sano, sino
pasear o estar sentado para estar sano, y nadie elige
i8. Proaíresis ser feliz,sino ganar dinero o arriesgarse para ser feliz
[...]. Pero, evidentemente, lo que uno desea es, en
D eliberar c o n stituye u n e s t a di o p r e vi o a n u e s t r a especial, el fin, y pensamos que debemos estar sanos
inmersión en las decisiones y en las obras. La teoría y felices» (E. E., II, to, i226ay-r7).
q ue Aristóteles expone requiere un m o m e nt o fi n a l Es cierto que lo que deseamos es el fin. El fin está,
en el que la deliberación desaparece para dejar paso efectivamente, predeterminado por la phjsis, y por
a la elección. Vivir no es solo pensar, deliberar, sino ello es hacia él, hacia el que la órexis tiende. Laórexis,
elegir, preferir, y esto es «el principio de la praxis» (E. el deseo, es expresión d e esa m i sm a n a t u r aleza, y
E., X, ir, izzyb33). Pero la elección no es únicamente hace juego con ella porque «estamos» en ella. Pero la
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dejaron de i n t ervenir a l g u nos d e l o s d i scípulos de parece que, como corresponde a aquellas discipli-
Aristóteles; pero, de todas formas, en las posibles nas que están en sus comienzos, este método está
i nterpolaciones min u ciosamente estudiadas por l o s en el lugar adecuado al lado de los otros estudios
filólogos, esos problemáticos retoques no hacían más que se han desarrollado a partir de la transmisión
que testimoniar el diálogo real de los peripatéticos, el (de otros anteriores), no os quedará, a todos voso-
inicio de una larga conversación, como es siempre la tros que h abéis seguido las l ecciones, otra tarea
de un lenguaje que se hace presente en la historia. que la d e t e ner c o m p r ensión co n su s l a gunas y
La materia de estos tratados, la form a d e exposi- mucho reconocimiento para con sus hallazgos (Ref.
ción acusaba ya ese planteamiento renovador. Al no sofísticasI84br y ss., traducción de M. Candel).
desarrollarse reflejada en el prisma de posibles inter-
l ocutores, como o c u rr e e n P l a t ón , l a e s cr it ur a d e Los escritos de A r i stóteles no surgían, pues, de un
Aristóteles tenía que suplir el indudable enriqueci- proyecto unitario de publicación, que, en principio
miento que para el lógos supone su condición de diá- pudiese traspasar los muros del Liceo. «Puede asegu-
logo, de palabra qu e d i scurre a t r avés de d i stintas rarse que Aristóteles no expuso los temas filosóficos
mentes. Lo s t r a t a do s d e A r i s t ó t eles s i g nificaron, teniendo ante sus ojos un par de notas sueltas... sino
pues, la creación de la prosa científica, de una prosa que elaboraba un manuscrito que leía a su concu-
no dialogada ya, pero siempre abierta, como un torso rrencia, de la misma manera que el joven Fedro lee a
inacabado, para ser i n t erferida po r e l p e n samiento S ócrates el d i s c urso d e L i s i as... Esta l e ctur a a n t e
de cada posible lector, de cada dialogante que encon- alguien c o n stituía e l ac t o e d i t orial»[I9]. Pero ello
t rase, en e l e s pacio abstracto d e l a e s critura, u n a implicaba que ese escrito, salido muchas veces de la
forma de recuperar elespacio y el contexto concreto experiencia, la conversación y la reflexión, y que tuvo
de la historia en el que ese lenguaje se formulaba. su precursor en los diálogos de Platón, estaba tam-
bién, como el diálogo, sometido a un proceso dialéc-
S obre l a s c u e s t i ones d e r e t ó r i c a e x i s t ían y a tico, inmerso en ese carácter oral al qu e A r i stóteles
muchos y antiguos escritos, mientras que sobre el mismo hace alusión frec
uentemente[aro].
Nada más
razonar no teníamos absolutamente nada anterior lejos, pues, de lo que hoy llamaríamos un libro, nada
que citar, sino que hemos debido afanamos más lejos del carácter dogmático con que la filosofía
empleando mu cho ti empo en i n vestigar con gran tradicional iba a investir a los escritos del Filósofo;
esfuerzo, y si, después de contemplar l a c osa, os esos escritos que, a pesar de la d ur a corteza de sus

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proposiciones, estaban abiertos a una comunidad de sente de un encuentro en una sucesión de reflexiones
oyentes y amigos que los iban a incorporar a su pro- colectivas, o sea de un pensamiento que el lógos com-
p ia conversación i n t erior, a l a r e fl exión v iv a d e s u partido distribuye entre los dialogantes unificándose
propio pensamiento. o dividiéndose a través de cada mente, de cada perso-
Esta forma de publicidad de la escritura aristotéli- nalidad, de cada historia.
ca, supeditada al trabajo del Liceo, representa un El lenguaje de la pragmateía surge de un nuevo sis-
paso fundamental en el desarrollo de la investigación tema de referencias. Más solitario que el diálogo, el
y de la comunicación intelectual. La pragmateía, o sea lógos de la pragmateía necesita un s u s tento d is tinto
el escrito en el que se expresa una determinada expe- para su publicidad. El lógos del diálogo descansa en
riencia teórica, es el resultado de un t r abajo (pónos), el espesor de su propia retórica, en la densidad o suti-
de un «diálogo de la psyché consigo misma» (Sogsta, leza que va adquiriendo, a medida que progresa en la
z63e). Pero el paso que implica ya la redacción de una voz de sus interlocutores. El lógos de la pragrnateía,
pragrnateía c o m p o r ta u n a nu e v a r e l a c ión c o n el pensado o, al menos, escrito para el público restrin-
tiempo y con el saber. No hay datos suficientes para g ido d e a q u e l lo s o y entes de l L i c eo, en cuentra s u
determinar cómo debió de ser la comunicación inte- publicidad en la ékdosis, en la lectura ante esos oyen-
lectual de Platón con sus discípulos en la Academia. tes que lo asimilarán, en otro ti empo más lento que
Nos quedan solo los diálogos. En ellos el conoci- aquel que implica la inmediata temporalidad del diá-
m iento es, sobre todo, un p r o ceso articulado en e l logo. La lectura, ante el silencio de aquellos «oyentes»
lenguaje vivo del«otro». Saber es saber pensar en el del Liceo, no necesitaba el sustento «retórico», litera-
lenguaje y mostrar, entre otras cosas, su insuperable rio, del d i á l ogo q u e t e n í a q u e « d e f enderse» solo,
ambigüedad. Porque en el momento en que esa fuera ya de los muros de la escuela, y argumentarse
ambigüedad s e v e n ce, l a e s t r u ctur a c o m u n i cativa d esde la p r o p i a f u e rz a d e s u c o n s t r u cción c o m o
cambia de nivel. El «oyente» no está allí, para enri- «obra». La pragmateía, leída ya, significaba un hito
q uecer, con su s i n t e rvenciones, los c o ntenidos d e que, acogido por el discípulo, iba a acrecentarse en
unas palabras o las perspectivas en las que situar un una discusión «entre escolares», entre componentes
problema, como es el caso del diálogo. En la pragma- de un grupo humano para el que el maestro es el ini-
teía, en esa forma de escritura cuyo ejemplo podría ciador de una «investigación», el sugeridor de un pro-
ser la obra de Aristóteles, ya no se trata de «mirar» el y ecto teórico q u e é l a r g u m e nt a y r e f u e rza e n e l
lenguaje, de «teorizar» sobre él, de desgranar el pre- «monólogo d e l e s c r i to», d e f endid o y su s t e n tado,

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como había anunciado el Fedro platónico, en su pro- Burnet[26], Joachim[27], D i r l meier[28], Gauthier-
pia epistéme:«Tenemos que mirar a un lógos genuino Jolif[2g]. Dirlmeier ha completado su comentario a la
hermano del otroy de qué manera se desarrolla y E. N. con dos eruditos y minuciosos comentarios a la
cuánto mejor ymás poderoso crece. — ¹Qué 1ógos es E. E.[3o] y a M. M.[gI].
ese y cómo dices que se engendra7 — Es aquel que se Uno de los problemas con los que se ha enfrentado
escribe con ciencia — meta epistémes — en la mente la investigación ha sido el de justificar el hecho de
del que aprende y es capaz de defenderse a sí mis- estas distintas versiones y analizar sus influencias.
mo» (Fedro, 276a). No podemos entrar en una exposición detallada de
estas cuestiones e indicaremos únicamente algunos
datos relativos a ellas[32].
2. LAS TRES «ETICAS» El hecho, sin embargo, de que, después de tan agu-
das polémicas sobre las Éticas, donde el saber filoló-
Entre los escritos de Aristóteles ninguno ha merecido gico ha a lcanzado extraordinaria sutileza, pueda
el honor de ser elaborado tres veces y de que, en con- reabrirse de nuevo la discusión indica, entre otras
secuencia, tengamos de la ética tres versiones dife- cosas, la viveza y el interés de las cuestiones aborda-
rentes. Tampoco creo que haya en la historia de la das[33]. No deja, con todo, de ser sorprendente el que
filosofia un caso semejante. Aun en el supuesto de filólogos como Von Arnim, Jaeger, Düring, Kapp[34],
que los Magna Moralia[2I], o laÉtica Eudemia no fue- etcétera,no lleguen a ponerse de acuerdo, sobre todo
ran auténticas[22], las tres variaciones sobre el tema cuando, por lo que respecta a M. M., las característi-
son un hecho único en la historia del aristotelismo cas de estilo y contenido son tan marcadas, que, para
antiguo. Esta excepcionalidad no solo se refiere a la bastantes estudiosos[3g], no solo el estilo, sino los
obra en sí misma, sino que también es excepcional el contenidos de M. M. son ya muy diferentes de lo que
interés despertado entre sus lectores e intérpretes. se supone que constituye las tesis fundamentales de
Efectivamente, la ética de Aristóteles, concretamente la moral aristotélica.
laÉtica Nicomáquea, es la obra filosófica de la antigüe- Según Düring, es Dirlmeier quien, con sus tres
dad mejor y más detenidamente estudiada. Dejando monumentales comentarios a las Éticas, ha dicho,
a un lado las numerosas investigaciones y monogra- hasta el momento, la última palabra sobre el pro-
f ias, disponemos, ya e n é p oca m oderna, de l o s blema de la autenticidad y m u t uas relaciones de
comentarios de Ramsauer[23], Grant[24], Stewart[2g], estas tres obras[36]. Los M. M. serían, pues, el resu-

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men de unas clases compuestas por el mismo Aristó- tentaba en hechos que enraizan con algunos de los
teles en la primera época de la Academia, destinado rasgos esenciales de la cultura griega.
a oyentes juveniles. La tesis hoy más aceptada es la Indudablemente esos rasgos esenciales tenían que
de que las tres versiones aristotélicas de la ética son, ver con el peculiar carácter de la escritura aristotélica
en el fondo, resultado de las elaboraciones sucesivas a que, anteriormente, se ha hecho alusión. Pero con
que, probablemente ante sus oyentes, hizo Aristóte- independencia de esas determinaciones generales
les. del destino común que, con respecto a su obra, com-
Sin embargo, a pesar del interés que para la erudi- partieron t a n tos autores de l a a n t i g üedad, las t r es
ción y e l c o n o cim iento p r eciso del p asado p u d i era versiones de la ética de Aristóteles no dejan de acen-
tener el llegar hasta el final en este tipo de investiga- tuar, en sus corsi e recorsi, l a intensidad con q ue s e
ciones, lo realmente importante de ellas es que se ha planteó el problema de la anthropíne philosophía. Aris-
ganado una perspectiva nueva en el estudio de la his- tóteles que, sobre todo co n el Pr o tréptico[38], había
toria de l a fi l o sofía. Por ello, podría ser hoy i r r e l e- iniciado una importante reflexión sobre el sentido de
vante el seguir afinando los métodos filológicos para la felicidad, de la sabiduría y del o brar h umano,
a lcanzar d etermin adas conclusiones respecto a la poniendo en conexión el pensamiento y las acciones,
prioridad o posterioridad de las obras del Corpus «porque amando la vida aman también el pensar y el
Aristotelicum[37]. Sin embargo, la nueva perspectiva, conocer» (Protréptico, ed. Düring, B 73), llega, con los
que, con este tipo de trabajos se ha ganado, confirma, análisis de sus Éticas, al punto m ás e levado que
una vez más, que la obra de Aristóteles no puede, en alcanzó la fi l o sofía antigua, en el d esarrollo d e esa
ningún m o m e nto, significar un c o n glomerado siste- aporía que hoy sigue siendo una de las que más
mático de respuestas, sino una sucesión de pregun- fuerza i m p r i m e n a l o s p l a n t e amientos fi l o sóficos:
t as, de planteamientos y, por su p uesto, también d e ¹qué relaciones pueden establecerse entre el pensa-
soluciones, supeditadas siempre a l a e l aboración miento y el obrar de los hombres, entre las ideas y los
posterior, a la crítica, a la revisión del mismo autor o, hechos'
incluso, de algunos de sus discípulos. Precisamente el En relación con las tres versiones de la ética [39],
que durante muchos años, la interpretación «genéti- una tesis general establecida y argumentada por los
ca» del pensamiento de A r i stóteles, tal como Jaeger trabajos de Kapp[4o], Jaeger[4t] y Walzer[42] es la
lo expresó, pudiera significar una f o rm a o r i g inal de que defiende la secuencia de las tres versiones en un
plantearse la «desmitificación» de sus escritos, se sus- paulatino alejamiento de los planteamientos platóni-
Emilio Lledó Memoria de la ética

cos. Así pues, la E. E. sería la más antigua de las tres, en duda acerca de la p o sición d e l a Ét i ca Eudemia,
y la que más se aproximaba a un Aristóteles sumido mas ahora que hemos fijado los dos puntos extremos
en el mundo ideal de la Academia. Los M. M. serían, del desarrollo de A r i stóteles, el Protréptico y la Ética
por el contrario, la obra más alejada del pensamiento Nicomáquea, cuya autenticidad es indudable, fácil es
platónico y, por consiguiente, reelaboración posterior ver que la versión Eudemia cae, no a continuación de
de un peripatético que conservaba, en su redacción, esta línea, sino dentro de ella. Es laÉt ica original, si
puntos centrales de las otras obras. W. Jaeger preten- cabe emplear esta expresión para designar la forma
de, incluso, que la E. E. está, en buena parte, condi- más antigua de una ética aristotélica independiente,
cionada p o r e l Prot r é ptico: « Con ay u d a d e l os que data del periodo posterior a la ruptura con la
fragmentos del Pr otréptico [ ...] es posible t r a zar u n metafísica de Platón» [44].
cuadro del desarrollo de la ética de Aristóteles en tres Estas palabras resumen el método jaegeriano en
etapas claramente distintas: el periodo platónico pos- f unción d e l a c r o n o l o gía é t ica. Por s u p u esto q u e
terior al Protréptico,el platonismo reformado de la E. investigaciones posteriores han rechazado esta orde-
E., y el aristotelismo posterior de la E. N. Para noso- nación de Jaeger, no solo por lo que se refiere al lugar
tros, será el punto más importante de la investigación de la E. E., sino al análisis de los mismos contenidos
la cuestión de cuál de las dos éticas debe considerarse d e las tres versiones de l a é t i ca, qu e s egún o t r o s
como el p r o d u cto i n m e d iato d e l o s p r o b l emas del investigadores no representan ninguna variación sus-
Protréptico y si es posible demostrar la existencia, en t ancial en r e l ación co n u n p o s i bl e d e sarrollo c r e -
general, de un progreso continuo»[43]. En las páginas ciente de determinadas tesis aristotélicas.
siguientes a esta cita, Jaeger pretende fundar su cro- Argumentando que M. M . es un t exto original de
nología con argumentos que analizan las variaciones Aristóteles, y que no se puede sostener la cronología
temáticas de conceptos como eudaimonía, phrónesis, d e Jaeger, afi rm a D i r l m e ie r q u e « Aristóteles h a
philía, etcétera, y en las modulaciones que experi- manejado, en distintas épocas, con un fo ndo comú n
mentan planteamientos tan interesantes como el de de aporías y problemas siempre presentes a la con-
las «tres formas de vida», la del político, la del filóso- ciencia filosófica, el mismo tema con mayor o menor
fo, la del gozador. «La serie Filebo, Protréptico, Ética d etalle»[qg]. Dü r i ng, r esumiendo l a s t e sis d e D i r l -
Eudemia, Ética Nicomáquea p one de m a n i f ie sto u n a m eier, escribe: «La extraordinaria aportación de l o s
irrefutable lógica histórica. Ningún m i e m br o p u e de tres comentarios de Dirlm eier a la ética consiste en la
cambiarse por otro. Anteriorm ente era posible estar cuidadosa elaboración y atenta discusión de los pasa-
Emilio Lledó Memoria de la ética

sino, sobre todo, por el c arácter de las «publicacio- 4. LA «NATURALEZA» DEL ETHOS
nes» aristotélicas que, al menos las que han llegado
h asta nosotros, nos p e r m i ten d e scubrir l a e x t r a ñ a La ética de Aristóteles es el primer análisis de lo que,
relación, vista desde criterios actuales, que los escri- de una manera muy general, podríamos denomin ar
tores griegos d e l a é p o c a p l a t ó n ica o a r i s t otélica e structura d e l c o m p o r t a m i ent o h u m a n o . C o n e l
tenían con sus propios escritos[>z]. Los nombres pro- mismo cuidado y o r i g i n alidad co n q u e a n a l iza, en
pios que, adjetivamente, aparecen en lo s t í t u los de sus investigaciones sobre los an im ales, la organiza-
las dos Éticas podrían muy bien deberse, en el caso c ión y f u n c i on amiento d e l a v i da, m ir a t a m b ién a l
de Nicómaco, por ejemplo, aque fue este el corrector hombre como productor de «actos» que no se solidifi-
y editor del escrito de su padre. Lo que no puede sos- can y «realizan», como los de la téchne, en algo objeti-
tenerse es que f u era el m i sm o N i c ó m aco su a u t or, v o, en « c osas». La d i fi c u l ta d d e e s to s a n á l isis e s
como, con un argumento insostenible, parece afirmar e vidente, po r qu e s u s e n t id o y j u s t i fi cación n o s e
Cicerón[>3]. Para Düring[54], la E. N., que es una obra miden ya por algo tan masivo y real como el arco, el
de la última época de Aristóteles, fue dada a conocer ánfora o lanave. No solo hay que descubrir la pecu-
después de su mu erte, y po d ría haber recibido este liaridad de estos «actos» que, la mayoría de las veces,
título en memoria del joven Nicómaco. Más difícil de n o trascienden del m u n d o d e l a m e n te, del m u n d o
explicar es el sentido del nombre Eudemo en la E. E., de las intenciones y de las representaciones, sino que
que por razones más complejas ha sido considerada, hay que en contrar u n c o n t r aste qu e lo s j u s tifiqu e,
frecuentemente, como una obra no original de Aristó- una instancia que los valore. La originalidad de Aris-
teles. De todas formas, la suposición más aceptada es tóteles consiste, precisamente, en haber sabido des-
que, por el estilo mismo de la obra, no podría atri- c ribir t odo e l c o m plejo m ecanismo qu e r i g e e l
buirse a Eudemo de Rodas, sino que constituye una s ilencioso transcurrir d e n u e stra in t i m i dad y haber
colección d e e scritos f r agmentarios d e A r i s t óteles, descubierto la materia real, las pasiones, deseos, deli-
d ados a c o n ocer p o r E u d e m o d e R o d a s o , c o m o b eraciones que or i entan n u estro «estar en el m u n -
indica un escoliasta del libro I de la Metafísica, escrita d o». Pero, a d e más, A r i s tóteles p e r cib e q u e ,
p or u n d i s c ípulo, d e n o m b r e P asicles, sobrino d e precisamente por ello, ese «estar en el mundo» es un
Eudemo [55]. estar condicionado, y que esas condiciones de posibi-
lidad están teñidas de los estímulos de cada presente
concreto, y de la tradición histórica en que ese pre-
Emilio Lledó Memoria de la ética

sente se enhebra. colectivo.


Sin embargo, la o riginalidad de A r i stóteles, al Pero, así como en el individuo la naturaleza fun-
construir el m e canismo que ar ticula y h ace fu n cio- ciona sobre el elemental y neutro principio del egoís-
nar sus análisis, se alimenta de un lenguaje que vie- mo, de la protección y defensa del «propio ser», y
n e, en gran p a r te, con dicionado t a m b ién p o r u n a c omo t a l o r g a n i sm o i n d i v i d ua l n o ne c e sita s i n o
tradición desde la que los griegos respondieron a seguir el dictado de esa inequívoca naturaleza, desde
a quellas preguntas que f o r m u l aban, má s o m e n o s el momento en qu e ese individuo se presenta en el
conscientemente, sobre el sentido de la vida humana, ámbito colectivo, se d eteriora la ne u tralidad de l
sobre el bien y el m al , sobre el destino y la j u sticia, « egoísmo nat ural». L a e sencial a u t osuficiencia d e l
sobre el valor o sobre la amistad. Eran formas de mecanismo de la naturaleza individual se complica
aceptar que la naturaleza humana no se rige, única- extraordinariamente en el espacio social. Ya son múl-
mente, por el i n exorable din ami smo de esa natura- tiples egoísmos los que l uchan p or e s tablecer sus
leza que esencialmente somos, sin o q u e , a d e m ás, dominios, por prevalecer y mandar. En el inicio de la
i nciden en e ll a o t ras «valoraciones» surgidas en e l c ultura g r i ega, había v a ticinado H e r áclito q u e « l a
aire más sutil de la cultura y de las formas con que se guerra es el padre de todas las cosas, el rey de todo».
manifiesta la vida colectiva. Esta situación bélica no p r o cede solo del r econoci-
El «estar en el mundo» supuso, pues, el «estar bien miento teórico de la inevitable dialéctica que da mar-
en el mundo», o sea, trascender el puro «estar» de la cha y sentido a l a n a t u r aleza y a l a s o ciedad, sino
naturaleza hacia un «estar» edificado ya sobre otros q ue, al jerarquizarse desde la derrota o la victoria -
fundamentos que aquellos que esa naturaleza ofre- imprescindibles acompañantes d e l a g u e r ra —, se
cía. Pero ese «bienestar» no tenía, en pri n cipio, nin - establece un nuevo principio donde la estructura de
guna relación con lo q ue, posteriormente, e incluso la sociedad permite, en su trama, la preeminencia y
en el mismo Aristóteles, va a significar algo de lo que p rivilegio d e u n o s e g oísmos sobre t o dos, y l a
acabaría llamándose, con mayor o menor propiedad, d esigualdad del «estar en e l m u n d o ». Por e l lo, l o s
«bien moral». El bienestar solo im p l i caba la necesi- griegos soñaron muchas veces el sueño de una socie-
dad, en una serie de formas de la vida inevitable- dad de laabundancia en la que, como habría de defi-
mente solidarias o inevitablemente cohesionadas, de nir Platón (República,369b), no fuera la escasez la que
proyectar comportamientos que configurasen los dis- determinarse las variaciones de la historia.
tintos n i v e le s s u s tentadores d e l fun c i o n a m i ento Los comportamientos hu m a nos estuvieron, pues,
Emilio Lledó Memoria de la ética

condicionados por un a d eterm in ada form a de estar En los poemas homéricos encontramos una prim era
en el mundo, y los primeros lenguajes que manifesta- configuración del comportamiento hu m a no. En este
ron esa forma dejaron traslucir las diversas presiones comportamiento i m p e r a n l o s p r i n c i p io s d e un a
en las que la guerra de egoísmosse declara sobre el sociedad dominada por la tensión bélica, y los héroes
duro campo de batalla de la escasez y la privación. que en ella destacan van marcados por los imp ulsos
Los primeros mensajes éticos hicieron patente las for- que promueve y nutre esa sociedad agonal[56]. No
mas de justificación de ese dominio imprescindible aparecen, como i d eas determinantes, las de bien o
para asegurar un «estar en el m u n d o». Más que una mal para enmarcar ciertos hechos, sino que es el gue-
ética del «bien-ser», que describiese metafísicamente rrero, el in d ivi duo concreto y e n c o n cretas circuns-
l a teoría del b i e n y e l m a l a b s t ractos, y po r t a n t o tancias, quien crea con sus hazañas el contenido de
inexistentes, la ética griega comenzó m a n i festando su moralidad, o sea de su com p o rtamiento frente a
una jerarquía de actos y valores, a través de la que se los otros, de su posible ser social.
vislumbra la lucha por el «bienestar», por el asegurar, Este hecho m arca, de fo rm a i n d eleble, cualquier
e n condiciones adversas, la defensa del y o y d e l a doctrina ética. Dentro de la cápsula teórica que sinte-
vida. Por c onsiguiente, el c o m p o r t am iento ét ico se tiza y jerarquiza los niveles del obrar humano en abs-
traduce en un l enguaje en el que no se habla a un a t racto, se esconden s i e m pr e l o s c o n t en idos d e l a
s upuesta esencia del h o m b re, sino a l o s m o d o s d e historia real sobre la que se levantan los comporta-
engarce de una individualidad con las formas históri- mientos y, por supuesto, más o menos disimulada-
cas y sociales en los que esa individualidad se afirma. mente, el egoísmo individual o colectivo que subyace
Nada más lejos, pues, de una teoría ética que solo se a la mayoría de las decisiones y empresas. Por ello, el
alimenta de ideas y que, en consecuencia, solo se t ipo ideal del g u e r rero h o m é r ico, aquel qu e m e j o r
dirige a la mente. Para llegar a la ética del «bien-ser», encarna el agathón y la areté, es el que posee las con-
se necesita un cierto optimi smo ontológico, y una ya diciones (virtudes) necesarias para destacar en el
larga tradición capaz de enmascarar en las palabras combate. La moral está, pues, pendiente de la espada
el orden de los deseos. del señor y, de alguna forma, el «bien» es el poder.
Con todas las m atizaciones que lo s m i s mos textos
homéricos nos ofrezcan[57], el esquema fundamental
5. EL PRIMER coNTExTQ DE LA ÉTIcA s e mantiene: la adecuación del g u e rrero al m u n d o
histórico concreto en el que se desarrollan sus haza-
Emilio Lledó Memoria de la ética

ñas. El discurso ideológico que decía lo que es «ser efímera temporalidad inmediata que desgrana, latido
bueno» tenía qu e v e r c o n a q u e ll a c l ase social, si a latido, el tiempo real de la hazaña. En el tejido lite-
podemos ya hablar así, que define los valores con los rario esos hechos alcanzan ya una configuración abs-
que domina, y ensalza los hechos que le llevan a ese tracta que, enganchada en el l e nguaje, supera el
dominio. presente y salva, en esa superación, la caduca imagen
Pero, con independencia de la descripción de los del instante que solo aparece a los sentidos. Para ello,
hechos, y de los distintos contenidos que los constitu- no solo se necesita la fijación del lenguaje en la escri-
yen, aparece, en la estructura de esas descripciones, tura, sino que ya, en la transmisión oral y efímera
e l esquema qu e p er fila l o s r a sgos esenciales de l o t ambién de esos poemas, se va articulando un s u b -
moral. Por primera vez el lenguaje sintetiza mensajes suelo co m u n i cativo, un a r e t í c ula te óvica qu e c r e a
que trascienden el i n m e d iato uso ut i l i t ario sobre el sociedad e incita comportamientos. La aparición, en
que, en principio, se articuló la comunicación huma- los poemas homéricos, del hombre hablado y, en un
na, y propone el modelo de un c o m p o r t amiento. Se estadio posterior, del hombre escrito supone la proyec-
nos habla de hechos que solo viven en el discurso ción de un modelo, la propuesta de una idealización,
q ue los refleja, d e n e cesidades qu e s ol o e m p u j a n la oferta de un acatamiento que constituyen los ele-
desde la sutil trama de las palabras, y que están, por mentos coaguladores del magma social. Porque los
consiguiente, desalojadas de la vida. Lo que se dice en hechos qu e e sos m o d e los si ntetizan n e cesitan ser
los poemas homéricos no se agota en su m ero ser- comunicados. Las hazañas de los héroes homéricos
dicho. La comunicación de e sos mensajes establece son famosas. Tienen sentido porque son conocidas,
las bases de una interacción social, de un dinamismo porque se transmiten y se admiran. Y en esa transmi-
colectivo construido sobre dos estructuras: el modelo sión, precisamente, se enhebra uno de los hilos fun-
y su mímesis. Se dice, en los poemas homéricos, cómo damentales en el tejido social. Las hazañas del héroe
obran esos héroes, y el obrar de Aquiles o Ulises está n o tendrían sentido si n o h u b i ese alguien qu e l a s
propuesto ante unos ojos que, en el paisaje ideal del escucha y las recibe. Las empresas del héroe solitario,
mito y a pesar de la i m p o sibilidad de alcanzar esos s in pueblo y si n p o etas, acaban en el l í m it e m i s m o
m odelos, insinuará en la conciencia una sutil fo r m a q ue señala el esfuerzo concreto, y se agotan en e l
de sumisión y a c a t amiento. Lo s h e c hos g u erreros momento de su propia realización. La fama es, pues,
trascienden, en el poema, en el canto, en la posterior condición para que el modelo perdure, ypara que la
fijación literaria, la atadura al tiempo de la vida, a la tensión social que ese modelo, aunque sea inim i t a-
Emilio Lledó Memolia de la ética

ble, produce, sintetice las aspiraciones de una socie- de los hechos, las limitaciones y miserias de la corpo-
dad. El lenguaje que expresa la fama del héroe, al ser reidad desaparezcan. Flotando en el espacio ideoló-
p úblico, arrastra en e ll a l o s c o m p r o m i sos de u n a s gico donde el poema épico se desplaza, la teoría del
acciones con las que, de alguna manera, se solidariza héroe propone el modelo de la primera antropología,
el oyente. de la primera teología, de la primera ética. Pero todo
Pero ese lenguaje es, verdaderamente, el lenguaje funciona como un mecanismo perfecto que cons-
de la fama. No hay en él j u stificación alguna de las truye una f o rm a d e s o l i d aridad má s p o d erosa aún
acciones, ni argumentación que pretenda apoyar el que la de la naturaleza, que la del suelo y la patria.
esfuerzo del héroe. El lenguaje muestra y ensalza. La
misma autoridad del héroe ensalzado, la fuerza con
que el mito lo ilustra, otorga una situación de privile- 6. EL REFLEJO DEL DEBER
gio que induce a la sumisión. El primer estadio de la
ética griega se desarrolló en un lenguaje que expresa En el inicio de la ética griega vemos, pues, perfilarse
los inequívocos rasgos de la sociedad aristocrática. un rasgo esencial de toda ética: su carácter social. El
Para que surgiese la argum entación, se n ecesitaría héroe griego necesita, para serlo, el reconocimiento.
una nueva forma de sociedad en la que el lógos anali- Esta ética externa que emerge de la situación histórica
zase, dialogase y fundamentase, y en la que la preten- en la que el individuo se destaca, muestra la proyec-
d ida i g u aldad d e m o crática n o p e r m i t i ese y a q u e ción intersubjetiva de las empresas individuales. Pero
nadie se a l zase con l a p r e e m i n encia de l d i s c urso la intersubjetividad requerida para el reconocimiento
ideológico. s igue apoyando un p r i n cipio f u ndamental d e l a
Modelo y fama son los elementos formales de la sociedad aristocrática: la autoridad y la sumisión. Por
ética griega. Ambos pertenecen a la esencia de un a un lado, están los héroes y sus hazañas. El poema los
sociedad aristocrática que reflejará en el lenguaje sus proyecta a un espacio ideal, que el lenguaje nutre, y
p ropias aspiraciones y p o n d rá, co n e l l o , d e m a n i - desde ese espacio se derrama hasta la sensibilidad
fiesto el sentido en el que el lenguaje asume e idea- del oyente, del espectador, de una mente silenciosa y
liza los contenidos de lo real. Pero, al mismo tiempo, sumisa que absorbe y, de alguna forma, interioriza lo
esa ética expresa una primera sublimación de la exis- que se cuenta. En el espejo del poema épico, solo los
tencia. La guerra, la violencia, el esfuerzo y la muerte h éroes actúan, l u c h an , v i v en , m u e r en . S ol o e l l o s
necesitan ser elevados a un nivel en el que la dureza representan determinadas concepciones del valor, de
Emilio Lledó Memoria de la ética

la justicia, de la bondad, que, a su manera, también p or donde se d esplaza la p r i m er a é t ica. Porque l a


s imbolizan l o s d i o s es. Per o e s to s s o n , c o m o e l vida, y el código biológico que señala los primeros
modesto campesino griego que escuchase el poema, valores y que, indudablemente, constituyó la primera
espectadores. Espectadores, que, sin embargo, actúan referencia para saber lo que es o no es bueno, se esfu-
al ritmo que im p r i men las hazañas. Hay dos niveles man ante el pasivo espectador que, fuera del poema,
en esta ética de la contemplación que el poema des- admira y aprende. Y el héroe no le ofrece solo su
cribe. La masa del poema tiene dos componentes, el amor a la vida, sino su ansia de fama.
Más allá de la
mundo de los dioses y el mundo de los héroes. El de philautía, del «amor a sí mismo», que analizará Aris-
los dioses representa, en principio, el de un especta- tóteles (E. N., X, 8, íí68a y ss.), la lección ética del
dor activo que en la cima de su suprema visión y de esfuerzo heroico rompe con la l i m i t ación del pr opio
su supremo poder deja que el héroe se mueva hasta cuerpo, para llenar de un nuevo contenido ese autós.
acoplarlo, definitivamente, a un designio. El cerco Ni la muerte ni la vida significan ya nada, si no se da
que estrecha el movi m i ento del h éroe deja entrever un contenido especial a lo que llena esa vida. La ética
que no podrá ganar la última batalla. Su indepen- del honor y dela fama, el afán de quedar bien en la
dencia desaparece ante la mirada divina que solo le boca de hombres y mujeres (Odisea,XXI, 323) sublima
permite la lucha y el esfuerzo. Un combate continuo las hazañas individuales. Pero esta sublimación tiene
de liberación que, sin embargo, induce a una cierta sentido, porque el pasivo espectador las acepta, y
forma de rebeldía imposible, que se manifiesta en reconoce como suyas, al interiorizarlas y transmitir -
determinadas ocasiones y que hará exclamar a Aqui- las. El autós del poema no es, por consiguiente, el
les los famosos versos en los que prefiere ser un autós de la vida, sino el autós de la areté, de la «exce-
modesto labrador y servir a un pobre hombre, que lencia» humana, de la superación, de las hazañas y
reinar sobre todos los muertos (Odisea, XI, 489). las obras, del dinamismo y la posibilidad, de la sumi-
Pero elhéroe está también cercado por otra mirada sión impuesta por la inmovilidad del destino y l a
y, en cierto sentido, por otro designio. El espectador, rebeldía inventada por l a o r i g i n alidad d e cada i n s-
el oyente pasivo que escucha recitar el poema, traza tante.
la otra línea ante la que el héroe se configura. Esos La diferencia que, sin embargo, se establece entre
protagonistas que aman la vida, la vida de los hom - esta areté y la que después irá configurándose hasta
bres y que, sin embargo, la sacrifi
can en cada llegar a Platón y a A r i stóteles, señala dos concepcio-
momento, están indicando, a su m anera, los límites nes opuestas de l a é t i ca. La ar e té h o m é rica no s e
Emilio Lledó Memoria de la ética

adquiere. Se es ár i s tos. Para q ue l a ar e té p u d i e r a deber.


«aprenderse», habría que pasar todavía por la expe- Sostenido, tal vez, por el instinto de defender y
r iencia d e l a s o f i stica. E l h é r o e d e l p o e m a é p i c o asegurar la propia vida, el «exceso», la hybris marca
arrastra, en sus hazañas, el cerrado bloque de la «ex- ceñudamente las hazañas heroicas. No basta con cal-
celencia» que, como el destino que le asignaron, tam- mar naturalmente los instintos, hay también que apa-
b ién l e cor r e s p ond e e x c l u sivamente. E n est o , ciguar los deseos. La hybris que tantas veces atenaza a
precisamente, se asemeja a pesar de la distancia, a los los héroes de Hornero presenta, sin embargo, el ros-
dioses. Ellos también son. Cada uno expresa un men- t ro in m o d erado de l i m p u l s o i n saciable. Sin l í m i t e
saje cerrado, un pequeño bloque de discurso mítico previsto, sin saturación de las tensiones, la hgbris
que ciñe su ser. También, en el espacio previo a la salta más allá del espacio real, al espacio infinito en
configuración mítica, tuvieron esos dioses que inven- d onde s e e s f u ma n l o s o b j e to s y l o s l o g r os, q u e
tar sus hazañas, que luchar y actuar antes de que el podrían sosegar la desmesura de la invención y de la
destino del mito, en el que, por cierto, quedan versio- creación. Un deseo sin mu nd o y sin h i storia se con-
nes de sus hechos, los asimilase. sume en sí mismo, al no chocar ya con ninguna reali-
La areté heroica se mantiene alejada de toda posi- dad qu e l o c o n t r o le . E l de b er ap a r ece e n t o n ces,
bilidad. Surgida para la admiración, el espejo del tímidamente, como una frontera formal que desgaste
mito refleja solamente el ámbito del deseo. Un deseo y pula la m a t eria i n d i stinta del d eseo, y pu eda ali-
que libera al héroe de la limitación y la miseria y le mentar sus apetencias.
hace funcionar, sobre la vida, en el espacio teórico de Al comienzo de la introducción a su comentario de
la contemplación. Pero en él, el contemplador pasivo la E. N. cita Dirlmeier[>8] un texto del canto XXIV de
se contempla a sí m i s mo, descubre sus gestos y su la Ilíada que, según él, constituye uno de l os d oc u-
dependencia a las ideas que sueña, a los proyectos mentos más antiguos de la ética europea. Aquiles
que imagina. Este mundo i n t erm edio, entre los dio- arrastra elcadáver de Héctor, el protegido de Apolo,
ses implacables y los héroes que sufren, dibuja ya el en torno a la tumba de Patroclo, ante la impasibilidad
territorio colectivo de la ética. Fruto de un a tensión de los dioses. Entonces, del lado de lo s i n m o r t ales,
entre la conciencia individual, empobrecida por el como si se quebrase la línea que separa a los que
c otidiano desgaste, y los deseos, alimentados por l a «siempre son» de a q u ellos qu e t i e nen qu e «actuar
diaria frustración, va apareciendo, al otro lado de la para ser», y como si la voz que habla no surgiese de la
carne y el t i e m po, el p a isaje todavía im p r eciso del boca del dios, reprocha Apolo:
Emilio Lledó Memoria de la ética

superior estadio de evolución, camino no solo de una


Sois, oh dioses, crueles y maléficos. Héctor os ha ética social, sino de una ética de la intimidad, que
hecho siempre sacrificios y ahora le dejáis yacer p retenderá establecer en el h o m b r e m i sm o y e n s u
sin atreveros a rescatar su cadáver... Por el contra- conciencia el a r g u m ento y m o t o r d e s u s o b r as. El
rio, dioses, favorecéis al pernicioso Aquiles, que no extremo opuesto de este arco que se comienza a ten-
tiene sentido alguno para la equidad y que es duro, sar con los poemas homéricos será la ética de los
áspero y salvaje como un león que, dejándose lle- estoicos y epicúreos.
var por su gran fuerza y espíritu soberbio, se enca-
mina a los rebaños de los hombres para aderezarse
un festín. De i g ual m od o p e r dió A q u i les la «pie- 7. LA RUPTURA DE LA PALABRA
dad» (éleos) y también el «pudor» (aidos). Eso no es
humano. Porque las Parcas dieron a lo s h o m b r es Del mundo h om érico parten algunos conceptos fun-
un corazón paciente. Mas Aquiles, después de que damentales que configurarán la ética griega. Los tér-
quitó a Héctor la dulce vida, ata el cadáver al carro minos agathón, kalós, arete, dikaiosg ne, aischrón, hósios,
y lo arrastra alrededor de su compañero querido. Y díke, thémis, élenchos, etcétera, seguirán marcando, en
e sto no e s b e l l o n i e s b u e n o . T e n d r íamos q u e distintos contextos y con d i stintas matizaciones, los
h acerle sentir n u e stra cólera, pues, en s u f u r i a , linderos que, en principio, aceptarán Platón y Aristó-
profana incluso a la insensible tierra (versos 33-54). teles. La poesía lírica, la tragedia, los historiadores,
reflejarán también, en el tejido li n güístico que se ha
Este texto, según D i r l m e ier, podría traducirse, frase i do tupiendo desde Hornero, las tensiones de l a
por frase, en el lenguaje de Aristóteles. Aquiles se sociedad y del individuo dentro de ella.
deja llevar por la hg bris y no o b ra « como debe». El Pero es la sofística quien marca un giro importante
deber es, en este caso, «obrar con mesura», «dominar e n esta historia del c o m p o r t amiento h u m a no, y d e
el ánimo». Efectivamente, como o b serva D i r l m e ier, los principios que lo rigen y orientan. A pesar del
en las palabras de Apolo surge la idea de una norma, enriquecimiento que la teoría moral experimenta en
de un principio interior que dicta equilibrio y justi- los siglos anteriores a la época de los sofistas, no se
cia. Esta norma t r aspasa los confines mi smos de l a produce hasta ellos un cam bio r adical. Este cambio
ideología homérica, de la ideología del poder, de la está, como es evidente, condicionado por los cambios
ética del bíos y de la fuerza, para entrar en un nuevo y mismos de la sociedad. La aparición del demos como
Emilio Lledó Memoria de la ética

fuerza transformadora de las relaciones sociales, el griega: el arte de construir un hom b r e.


derecho a la ley (isonomía) que no controla ya la arbi- Con estos presupuestos aparece en la sofística y en
trariedad del anax (señorgjefe), el derecho a opinar, a el espacio de la democracia, al lado del aprendizaje
romper la im p o sición del discurso preeminente con de la areté, de la superación humana, el motor que
el poder de la palabra liberada de sumisión (isegoría), hace posible e s a s u p e ración. L a pa i d eía so f ística
impulsado todo ello por el escepticismo ante el len- imprime a los griegos el dinamismo adecuado a una
guaje, son algunas de las características que configu- sociedad que aspira a ser democrática, y que dispone
ran lademocracia griega. de los instrumentos para serlo. Desde el momento en
Estos rasgos definen, además, la nueva ética de la que la ideología de la tradición, que los conceptos
polis. Lugar de encuentro para el individuo, retícula transmitidos pueden no ser aceptados, la soledad de
ideal que tensa los distintos egoísmos en busca de la la conciencia se hace más aguda; pero también la
armoníay de un proyecto de organización colectiva, esperanza de una compañía se hace más real.
la polis representa el espacio en el que volver a plan- Los primeros diálogos platónicos expresan clara-
tearse una nueva forma d e h a zaña in d ividual, m u y mente en qué consistió esa pérdida del respeto al len-
lejos ya del espejo homérico. Como resultado de la guaje, esa analítica de sentidos. El discurso mítico se
convivencia real en l a p o l i s, surgirá l a c o nvivencia quiebra, como se quiebra el terso espejo del poema
ideal en la Política, en el arte de organizar esa convi- donde nadie habla del lenguaje, a pesar de los múlti-
vencia y de engarzarla en lasideas que, verdadera- ples discursos[59]. Toda palabra puede ser analizada,
mente, la hacen posible. La solidaridad entre el héroe toda respuesta ironizada. La fórmula, el instrumento
y su pueblo estuvo condicionada, como hemos visto, de este análisis aparece también en lo s d i álogos de
por la sumisión. Pero, en el espacio de la polis, no se Platón. El tí estin, el «qué es» que se clava en un con-
da ya el espejo lejano en el que solo se vislumbra el cepto, pone en él un a in seguridad. De ella parte un
personaje que está detrás de él. La polis no es ya el ulterior preguntar en busca de otra forma de asenti-
espejo ideal y distante, no se funda en una «areté» que miento que no consista en la inercia y en la autoridad
se es, sino en una «arete» que se consigue,que se cons- de la tradición. Consecuencia de este incesante diá-
truye. Liberado del discurso del poder, de la autorita- logo con el lenguaje mismo, los viejos conceptos éti-
r ia p r e e m i n e n ci a d el di sc u r s o ide o l ó g ico , e l cos empiezan tam b ién a p e r de r s u p o d er. La dí ke,
ciudadano, el polítes se enfrentará ante una de las menos solemne que thémis, menos divina, pero que,
más apasionantes aventuras que nos legó la cultu r a a l significar fi r m eza y e x actitud, conserva un r i g o r
Emilio Lledó Memoria de la ética

indiscutible, es enfrentada al nómos, a esa seguridad miento del ei dos f ue, sin d u d a , el r e s ultado de u n
cambiante y por la que hay que luchar. Ya Heráclito, empeño por encontrar, en el destruido lenguaje, el
en el fragmento 44,había destacado el carácter pecu- punto de apoyo para saltar a una serie de segurida-
liar de un principio de firmeza que, sin embargo, se des intelectuales, más allá de la arbitrariedad y ambi-
apoya en el esfuerzo por conquistarlo: «Es necesario güedad de las palabras.
que el demos luche por su nómos como por sus mura- Pero la destrucción del modelo no es bastante para
llas». Es precisamente el pueblo, el demos, la nueva la ciudad histórica, para la ciudad levantada sobre el
clase que emerge en la historia griega, quien debe principio de la libertad, y también sobre la escasez y
asumir la diaria conquista del nómos.Ya no es ese rey la violencia. Es preciso otro engranaje social que no
que todo l o d o m i n a , según t r ansmite el f r a gmento sea el de la admiración y, sobre todo, el del acata-
I69 de Píndaro, sino que es una fuerza que crece, pre- miento. El ap rendizaje, la t eoría de l a pa i deía, será,
cisamente, en la libertad, como recuerda el texto de efectivamente, el mo tor qu e p e r m it a dar a l a socie-
Heródoto (VII, ro4): «sois libres; pero no lo sois com- dad su imprescindible dinamismo. La naturaleza del
pletamente porque tenéis un d u eñ o qu e es vuestro h ombre es capaz de sustentarlo en el m u n d o d e l a
nómos, vuestra ley». En ese espacio de libertad, la fir- otra naturaleza; pero no en el mundo de la cultura, en
meza del nómos queda relativizada a los impulsos de el mundo de la sociedad y de la historia, en el mundo
l a sociedad, y al adecuado acoplamiento a la am b i - de las significaciones. Son n e cesarios otros i n stru-
güedad e inestabilidad de la historia. mentos i n t electuales q ue, a l m i s m o t i e m p o , s ean
Frente al ideal homérico de modelo y admiración o también capaces de modificarla psgché, y perfilar,
sumisión surge, en la época de los sofistas, una más desde ella, el terr itorio d e u n a n u eva antropología.
amplia perspectiva. El diálogo con las palabras, la crí- Aparece, pues, en la intimidad del hombre un espa-
tica a los conceptos de la tradición, hace resquebra- cio que no lo llena la phjsis, un amplio dominio de
jarse el modelo h eroico. El supuesto relativismo de posibilidad que hay que roturar, abonar y construir.
los sofistas será, pues, la consecuencia de la destruc- El térm ino el euthería « libertad» encuentra a q uí s u
ción de ese universo mítico que las palabras conser- adecuado contexto. Probablemente se deba a la sofís-
van. Sometido el lenguaje a la inestabilidad de la tica el descubrimiento de esa maleabilidad de la psg-
existencia, era lógico que Sócrates y Platón p r eten- ché, sin la que no p uede entenderse la paideía. El
diesen encontrar, en los conceptos, una nueva forma verbo einai, reflejo impasible de una realidad y de
de seguridad. El mundo ideal platónico, el descubri- una sociedad en incesante cambio, no puede expre-
Emilio Lledó Memoria de la ética

sar sino una utopía ontológica. Hay que situar, para Sobre todo, aquellos términos que, al expresar com-
completarlo, el término gígnesthai como más exacta p ortamientos colectivos sancionados por el t i e m p o ,
definición del flujo de las cosas y, sobre todo, del fluir llevan consigo el cumplimiento de unos gestos morales
de la «mismidad» (autós) y de la consciencia. Lo que desplazados ya de la originaria costumbre que los pro-
se presenta, tal vez, como una imperfección, como un v ocó. Pero también, la t er m i n o l ogía ética se ha i d o
estado de i n d i gencia es, sin e m b a rgo, el e l em ento imponiendo en un espacio social, donde la aristocra-
fundamental de la cultura. Praxis y poíesisserán las cia delimitaba su concepción del hombre y de l as
palabras que expresan algunos matices esenciales de relaciones humanas. Por ello, la democracia griega se
esa nueva forma de estar en el m u n do, de esa rela- ve obligada a un radical proceso de revisión y, lo que
c ión con el entorno de lo real y con el fondo m i sm o es más complicado, a un i m p r escindible proceso de
del autós. reconstrucción.
El ser del hombre está, en consecuencia, más pró- Díke, arete, agathós, kalós se enfrentarán, pues a un
ximo a es e p r oceso continuado d e c o n strucción y uso democrático. Este uso planteará otros interrogantes
destrucción que, hasta cierto punto, gígnesthai expre- que la s o ciedad a r i stocrática n o h a b í a p l a n t eado.
sa. Por ello,precisamente, puede educarse, o sea, ¹Cómo surge la «justicia», la dikaiosgne~¹Es mejor
puede admitir que con la posibilidad de un autós padecer injusticia o cometerla? ¹Cómo hay que vivir?
eleútheros, de una individualidad li b r e, se alcance la ¹Se puede aprender a ser bueno( ¹En q ué c onsiste la
realidad de un a «h u m anización» de un a estructura eudaimoníaP ¹Qué es gozar? ¹Es posible querer gozar(
superior, más diversa y rica que la que el m o n óton o ¹Cuál es el fundamento sobre el que se apoya la phi-
ritmo de la naturaleza nos permite. Poner en marcha lía~ ¹Se puede edificar una polis justa? ¹Es el inmora-
este proceso es necesario, porque ya no se vive en el lismo una forma superior de comportamiento social' ?
mundo de la naturaleza. El ser humano se ha des- ¹Son las l eyes invención p ar a l o s d é b i l es? Estas y
prendido de esa originaria m atriz y se ha i n stalado otras interrogaciones impulsaron la reflexión episte-
en el territorio de la cultura, fruto de la escasez, de la mológica y, sobre todo, la reflexión ética.
historia y de la inteligencia obligada ya al cambio, a
la adaptación y, sobre todo, a la creación.
En este largo proceso, que culmina en la sofística, 8. INTERMEDIO DEL INMORALISTA
las palabras, en su análisis, pueden dejar al descu-
bierto l a v a c i edad d e m u c h o s d e s u s c o n t enidos. El hecho d e q u e p u d i e ran h a cerse esas preguntas
Emilio Lledó Memoria de la ética

p onía d e m a n i fi esto e l c o n t e n id o d e e s e m a g m a que se ejemplifica en la m u e rte de Sócrates, es evi-


social que había emergido con la democracia. Por dente que la justicia no puede convertirse en la fór-
ello, el extraordinario interés del pensamiento moral m ula qu e ex p resa la su pr ema n egación. Si, po r el
de Platón y Ar i stóteles. Los elementos que organiza- contrario, el hombre tiene la felicidad como objeto
ron sus planteamientos y sus respuestas emergieron de sus esfuerzos, habrá de rechazar todo aquello que
de esa sociedad en ebullición. Aunque aceptaran, impida la esperanza de esa felicidad. La justicia,
como era lógico, el lenguaje de la tradición y aunque muchas veces acatada contra elpropio querer, parece
su pensamiento se moviese en los confines que esa contravenir el o r de n d e l a n a t u r aleza e, in cluso, el
tradición h a bía d e l i m i t ado, l o a p asionante d e e sta orden mismo de la voluntad. ¹ Qué ataduras nos man-
primera teoría ética en la historia de la cultura occi- tienen, entonces, en la moralidad, en el acatamiento
dental se debe, precisamente, a que se perciben los a la ley que expresa otra voluntad que la nuestras Si
problemas reales de la historia y de la sociedad, en el no sabemos encontrarlas, la vida del i n j u sto, expre-
esquema teórico con qu e los dos filósofos la engar- sión de su fuerza, de su independencia ante la ley, de
zan. Por ejemplo, el t em a de l i n m o ralismo que la coherente espontaneidad d e s u s i n s t i n tos, será
encontramos, en distintas versiones, en la República o siempre mejor que la del justo.
en el Gorgias, expresa inequívocamente el mo m e n t o El inmoralista encarna la forma de la aristocracia
de soledad del individuo en una pólis, en construc- sin lo áriston. Al asegurar a toda costa lo que consi-
ción o en derribo pero inestable y, en consecuencia, dera su felicidad rompe la igualdad del nómosy, con
posible. La fuerza de la naturaleza se impone, enton- ello, la pretensión de situar fuera del propio egoísmo
ces, ante las alambicadas discusiones sobre el justo y la sanción de la moralidad. Sin embargo, la violenta
su justicia. El pensamiento puede perder su principio preeminencia con que se levanta frente al otro es dis-
de realidad cuando el lenguaje que lo constituye solo tinta también de la que representa la época aristocrá-
habla de sí mismo, cuando se convierte en una theoría, tica. La teoría del in m o r alismo surge, sobre todo, en
en una mirada que se olvida del sustento «vital» en el boca de algunos personajes de los diálogos platóni-
que se encarna. La naturaleza se hace notar con sus cos: Polo, T r a s ímaco, C a l i c les. E s to s p e r s onajes
instintos. Para saber, pues, qué es lojusto no hay más d efienden, e n d i s t i n to s n i v eles d e r a d i c alidad, su
que aprender d e e ste i m p erativo d e l a n a t u r aleza, apartamiento de las pobres morales establecidas, que
q ue nos dicta el apetito de p l acer y l a v o l u n tad d e solo sirven para traer frustración y negación a quie-
poder. Si ser justo implica ese sacrificio de sí mismo, n es las cumplen. Pero, de todas formas, tienen qu e
Emilio Lledó Memoria de la ética

expresar como Calicles las razones de su in m o r a lis- había narrado, es el mejor ejemplo de la amenaza del
mo, las razones de su sinrazón. Aunque Trasímaco en inmoralismo [6o].
la República (I, 344d y ss.) insinúe que la conducta del ¹ Cómo salvar e ste p e l i gr o c o n t i nu o q u e p u e d e
hombre superior no precisa justificación, esta misma hacer imposible una moralidad, que pretenda fun-
tesis implica ya u n a t o m a d e c o n c i encia absoluta- darse en algo más firme que el utilitario compromi so
m ente distinta d e l a b r i l l a nte i n c onsciencia de l o s de no dañar para no ser dañados La lucha contra el
héroes míticos. inmoralista tiene qu e f u n d arse en argum entos qu e
L a teoría del i n m o r a lismo significó t a m b ién u n a establezcan un principio de racionalidad, cuya nega-
llamada de atención ante la hipocresía que aparece ción haga inviable la vida social mi sma. Sumergido,
en la cerrada defensa del nómos y del éthos. Porque, entonces, el individuo en el exclusivo espacio de su
efectivamente, la ley p u ed e t r aer i n j u sticias que, a egoísmo, apenas si puede ya levantar la tesis inmora-
v eces, tiene que padecer el más j u sto. La visión d e lista. Para ello, precisaría alguna forma de sociedad,
una sociedad falseada, en donde sea posible esta en la que el inm o r alismo pu diera ponerse en prácti-
afrenta a la individualidad, en nombre de una teoría c a. Pero una cadena de i n m o r a listas corta el t ej i d o
general e inconcreta, deja espacio a la presencia del social al filo de cada egoísmo y niega, con la contun-
inmoralista. dente afirmación de su exclusiva identidad, de su
L as r azones d e l in m o r a l i st a p r e t enden , p u e s , exclusivo provecho y superioridad, el in erte plasma
alcanzar no solo la doblez de ese juego en el que la social que, sin embargo, necesita para existir.
j usticia se v u elve contra e l j u s to, sin o t a m b ié n l a La teoría moral de Platón y A r i stóteles va a inten-
esencia misma de la voluntad que quiere el mal d el tar, desde dos perspectivas diferentes, superar tam -
otro con tal de que obtenga de ese mal algún bien. bién el r i gor d e esta aporía, enraizada en el centro
Una v o l u n tad d e r r a m ada e n e l e s p a ci o h i s t ó r i co mismo de la consciencia individual. Pero Aristóteles,
donde tantas voluntades persiguen su b ien se con- sobre todo, llevará a cabo esta superación, partiendo
centra en sí m i s ma, ar ranca su p r o pi o y e x c l u sivo de un principio nuevo en la historia de la ética griega:
beneficio y oculta su interés en la esperanza de que el análisis del acto moral, de la decisión moral misma.
no haya sido vista como causante del desgarro insoli- Este análisis no se realiza solo en el lenguaje de la
dario. moralidad. Aristóteles efectúa, además, un detenido
El mito d e G i ges que G l aucón r e cuerda (Platón, escrutinio en la estructura de la conciencia histórica,
República, II, 359c y ss.) y que ya Heródoto (I, 8-i5) de un lógosque no funciona solo como simple racio-
Emilio Lledó Memoria de la ética

j es paralelos de estas obras, destacando al m i s m o (anthropíne philosophía), una filosofía que, aunque no
tiempo sus contenidos particulares. Las tres Eticas fuera normativa, describía el comportamiento de los
tienen una estructura común [...] y sobre las cuestio- hombres, le prestaban u n c i e rto d r a m atismo. Si es
nes fundamentales se nos ofrecen parecidas respues- más difícil vivir que pensar, esa urgencia de la vida, al
tas [...]. Ninguna d e l a s t r es Ét icas r epresenta un a ser analizada, pretendía escapar a la ambigüedad. De
célula originaria de la que, en un proceso orgánico, ahí, pues, que algunas de las supuestas o reales con-
se hubiesen desarrollado las otras» [46]. tradicciones de las Éticas planteasen agudos proble-
En realidad, las opiniones de Dirlmeier ya habían mas no solo de cronología sino de autenticidad [)o].
sido sustentadas, con diversas matizaciones, no solo
por Von Arnim[47]. Recientemente, han adquirido
un renovado interés, sobre todo por lo s estudios de 3. EL TÍTULO DE LAS «ETICAS»
Anthony Kenny[48]. Kenny, partiendo de análisis
estilométricos y termin ológicos, pretende dar a E. E. N o hay, entre las obras de A r i stóteles, ninguna qu e
la importancia que, hasta ahora, ha tenido E. N., sos- h aya llegado hasta n osotros adjetivada d e una
teniendo, en consecuencia que E. E. es algo así como manera tan peculiar como las Eticas, y por supuesto,
la Ética original o, al menos, la obra en la que mejor como he indicado anteriormente, ninguna que en su
se resume e l p e n samiento é t ic o d e A r i s t óteles. A mismo título i m p l i case una trivial pero extraña con-
pesar de la erudición con que Kenny ha fundado sus tradicción: el hecho de que el más breve de los tres
trabajos, la investigación posterior tendrá qu e estu- tratados se llamase, precisamente, Gran Ética. En las
diar detenidamente sus argumentos, y p r obable- discusiones sobre la autenticidad de la E. N. o la E. E.
mente darán lugar a p o l émicas parecidas a las que, surgió la duda de si, efectivamente, eran Nicómaco o
en torno a estos problemas, surgieron a principios de Eudemo de Rodas o,tal vez, Eudemo de Chipre, el
siglo [4g]. contemporáneo de Teofrasto, a quienes había que
La cuestión, pues, de la cronología aristotélica ha atribuir s u a u t o r ía. Lo q u e p a r ece evidente es, sin
tenido una particular virulencia en los escritos éticos, embargo, que ninguna de las dos obras fueron escri-
tal vez porque, debido a las diferentes versiones, esos tos dedicados a Nicómaco o Eudemo, respectivamen-
problemas cronológicos se agudizaban más qu e en te; no sol o p o r qu e e l c o n c epto d e d e d i catoria, tal
las restantes obras, y porque, además, el peculiar como hace suponer la equívoca traducción del título,
carácter d e u n a « fi l o sofía d e l a s c o sas h u m a n as» era absolutamente ajeno a la época de Aristóteles [5I ],
Emilio Lledó Memolia de la ética

nalidad, sino qu e e stá atravesado de i m p u l sos, de ca. En este sentido, a pesar de la tesis, generalmente
pasiones y deseos. aceptada, del carácter descriptivo de su ética, carente
del páthos platónico, la marca antropológica que Aris-
tóteles imprime en ella la sitúa en un plano muy dis-
9. UNA ÉTICA DEL LÓGOS tinto del que implica una simple descripción de los
phainórnena. Es cierto que, como ha observado Guth-
El ideal aristocrático, entendido como u n h o r i z onte rie[62], «al leer l a é t i ca, se t i en e m u c has veces la
en el que situar la admiración del espectador pasivo impresión de que se nos habla más bien de lexicogra-
d e las hazañas heroicas, se oculta en el f o nd o de l a fía griega que de filosofia moral». Sin embargo, este
ética de Platón. Tal vez, por ello, la ciencia platónica hecho representa algo de extraordinaria novedad en
«culmina en u n s aber sobre un b ie n su praterrestre, la filosofia griega y en la filosofía aristotélica. En un
hacia el que el hombre, desde lo más profundo de su nivel distinto de los Analgtiká, Aristóteles toma el len-
ser, está proyectado...»[6I]. Ese bien puede alcanzarse g uaje como objeto de su investigación. Si el hom b r e
en un largo proceso de transformación de la psgché. es un «animal que tiene lógos», y es la filosofia prácti-
En esto se apartaría Platón de una teoría aristocráti- ca, la filosofía del hombre, el objeto de su investiga-
ca, en la que el espectador pasivo del poema homé- ción[63], el lenguaje de ese hombre será un elemento
rico solo puede entregar a sus héroes la admiración y fundamental en esta búsqueda.
la sumisión. A pesar de la división que tiene lugar Estos términos que Aristóteles analiza y que cons-
entre los c i u d adanos d e l a Re pública pl a tónica, al tituyen los puntos de inflexión en su teoría ética son,
menos alguno de ellos puede ser educado para ese pues, la referencia más inmediata a los posibles pro-
proceso de aproximación o semejanza al bien. blemas que plantea el descubrimiento de la práxis.
Pero en Aristóteles el planteamiento, sobre todo en Por ello, «Aristóteles no pretende saber cómo puede
la filosofia pr áctica, es fu n d am entalmente d i stinto. pensarse un « b ien e n s í » si n c o n t r adicciones, sino
No es preciso establecer una m e t afísica del b ien y cómo el pensamiento puede ayudar a ser bueno. Por
u na d e t e r m i n ad a e s c ala d e c o n o c i m i e nt o h a s t a eso, no persigue un bien absoluto, ni una ontología o
alcanzarlo, sino que se trata de analizar una serie de metafísica de la moralidad, sino una filosofía práctica
hechos que nos lleven a plantear, desde ese análisis, que tienda, efectivamente, al cu m p l i m i ento d e esta
los problemas de un bien humano, cuyas estructuras praxis, moral»[64]. Pero, en el descubrimiento de esta
trazará esa anthropíne philosophía que Aristóteles bus- praxis, Aristóteles interroga al l ógos que constituye,

217 rl
Emilio Lledó Memoria de la ética

c omo él ya lo había definido, la esencia del hom b r e todos aquellos niveles que, en el e n t r amado social,
(Política, I, 2, I253aIo). El análisis de ese pensamiento, van creando la cultura, o sea, la vida específicamente
de ese lógos que expresa las tensiones de aquel que lo humana. En el sutil aire de la phoné sernantike, de un
utiliza es, por consiguiente, previo a cualquier posi- sonido que ti ene significación y q u e a r t i cula, inter-
ble especulación, que levantase una teoría de la sus- subjetivamente, las d i stintas i ndividualidades, se
tancia social sin tener en cu enta la extraña materia construye, pues, la ciudad, la convivencia y la justicia.
que la conforma. En una moderna teoría de las necesidades, los nive-
La sociedad, pues, y en este caso la polis, está inte- les de la economía, de la organización material de lo
grada por zoa, « seres vivientes» a los q ue, com o a real, de la distribución de los bienes, parecería bastar
todos los otros, mueven i m p l acables instintos. Pero para el buen engranaje social. Sin embargo, nada de
este animal, que «sustancialmente» es idéntico a los esto superaría el plano de la vida, de la elemental ani-
r estantes an im ales, apenas s i p o d r í a f o r m a r u n a malidad. El bien entra en otro espacio, para llegar a
sociedad que superase el nivel de los instintos y la ser un bien humano, un bien del «animal que habla».
supervivencia. Es cierto que la solidaridad del grupo S i la abstracta retícula d e c o m u n i cación qu e e s el
humano debió surgir al impulso mismo de la vida, lógos no se convierte en el promotor, explicador, justi-
pero f icador del v i v ir, desaparece la cu l t u ra, la h u m a n i -
dad, por muy complejo que pueda llegar a ser el
la comunidad perfecta de varias aldeas es la polis, organismo material de lo social, el universo de la téc-
la ciudad [...] que fue haciéndose por las necesida- nica.
des de la vida; pero que ahora ya existe para vivir Esta red intersubjetiva que el l enguaje constituye
bien (eu zen) (Política, I, 2, I252b28-30). no es solo e l m o t o r d e t o d a s la s o t ras estructuras
s ociales, sino que, en su h i storia, va plasmando l a s
Este «vivir bien» significa ya el salto cualitativo que experiencias de la vida en el nivel en el que, precisa-
diferencia al hom bre del anim al. Porque el bien que mente, se convierte en vida hum ana, en vida de cul-
determina la vida se engarza con el otro término que, t ura, en v i d a s u p e r io r a l a q u e , a p e sar d e t o d o ,
en este comienzo d e l a Po lítica, d efine al h o m b r e : condiciona el fundamental sustrato de la naturaleza.
«animal que habla», «animal que tiene lógos». El nivel En este descubrimiento radica una de las aportacio-
de la «animalidad» (zoon) se corresponde con el «vi- nes de Aristóteles y una de sus novedades. Cualquier
vir» (zen). Pero el lógos tiene que ver con el bien, con r eflexión s o br e l a é t i c a t i en e q u e a p o y arse e n e l
Emilio Lledó Memoria de la ética

carácter in t ersubjetivo y « r e l ativo» de l a s u s tancia dio entre el espejo «aristocrático» de las grandes pala-
social. Aunque el ethos ha solidificado las formas del bras evocadoras de la pulida superficie del mito, y el
comportamiento hum ano y ha creado, sobre el nivel latido de la ph jsis, en la que el hombre se hornogeiniza
de los instintos y de la vida animal, una superestruc- con los otros animales. Ese nivel intermedio es preci-
tura que constituye el plasma en el que esta vida se samente el 1ógos. En su ambigüedad y polimorfismo
desarrolla, su sustancia está hecha, esencialmente, de está la posibilidad y, en consecuencia, la vida.
engarces lingüísticos, de gestos verbales, de tensiones La ruptura que del «bien ideado» por Platón hace
semánticas, que r o m pe n o a m e n a zan l a s o l i dez y Aristóteles se basa en las distintas formas en que ese
monotonía de la animalidad. Es cierto, también, que supuesto bien abstracto se origina. «Como el ser, el
el éthos se configura en objetos, en técnicas, en cosas. bien se dice de muchas maneras» (E. N., I, 6, io96az3-
Sin embargo, nada de ello sería posible sin la previa 24). Pero decirse de «muchas maneras» significa que
comunicación, sin e l c a r ácter de si g nos o de u s os, es en el lenguaje donde nace y se articula ese bien.
cuyos fundamentales sentidos se basan, principal- Bien es, en principio, «decir el bien». Y ese bien que
mente, en un j u ego de significaciones aprendido en «se dice» es, esencialmente, el mismo que constituye
el lenguaje. el «bien del vivir», el bien que modifica la vida ani-
Los grandes conceptos abstractos, «bien», «justi- mal, para convertirla en vida hu m ana, o sea en vida
cia», «ser», «belleza», etcétera, no pu eden constituir colectiva, en vida po1ítica.
los reductos explicativos del comportamiento social, Al originarse en el espacio del lenguaje, el bien se
l os elementos qu e i n t e gran l a s « r elaciones» de l a reduce a sus formas de expresión en los contextos en
polis. Como las cosas y los gestos que constituyen el que se manifiesta. Hay, sin embargo, una jerarquiza-
ethos, e sos conceptos empiezan a i n s talarse en u n a ción de bienes que se percibe ya en el análisis de los
vida genérica, en una forma irreal de objetividad que, contextos que los «dicen». sin embargo, la crítica que
al hacerlos pervivir como símbolos, los arrancan de Aristóteles hace de la m e n guada estructura ontoló-
la matriz m i sm a d e l a s s i gnificaciones. Ar i stóteles gica del «bien ideal» acentíía una vez más la perspec-
afirma, pues, el carácter relativo del bien, cuando se tiva «empírica» que, con todas las matizaciones que
e nfrenta co n « a q u ellos a m i go s n u e stros qu e h a n pudieran hacerse, recorre su filosofía. Porque, efecti-
introducido las ideas» (E. N., I, 6, io96ai3). Esta radi- vamente, «por ser eterno [el bien] no sería más bien,
cal oposición al platonismo imprime a toda su ética pues un blanco que dura mucho tiempo no lo es más
un movimiento que arranca ya de ese nivel interme- que el que dura un solo día» (E. N., I, 6, io96b3-4).
Emilio Lledó Memoria de la ética

La duración no im p r i me, pues, más realidad onto- que, además, es ese lenguaje efímero el que nos lleva
lógica en las cosas. El ser no es más ser por su capaci- a descubrir las verdaderas condiciones de posibilidad
dad d e p e r s istir e n p r o p o s i ciones q u e p a r e zcan de la existencia humana. Ni siquiera en los mom en-
desprenderse del urgente contexto de la realidad que t os más «contemplativos», en l o s q u e s e h a c e l a
las provoca. Nada escapa a la temporalidad, cauce y defensa de la vida teórica y del ideal del sabio, puede
sustento de todo lo real. El posible resguardo del efí- Aristóteles desprenderse de la atadura a la temporali-
m ero tiempo e n e l q u e l a e x i stencia i n d i v i dual se dad y a la realidad.
consume es el lenguaje, que conserva, en sus engar-
ces intersubjetivos, la posibilidad de superar los lími- Sin embargo, siendo hum ano, el hom bre contem-
tes de cada subjetividad que lo utiliza. Durar mucho p lativo n ecesitará de l b i e n estar externo, y a q u e
no es, pues, durar más. La repetición no aum enta la nuestra naturaleza no se basta a sí misma para la
entidad sustancial de lo real, que nunca podrá levan- contemplación, sino que necesita de la salud cor-
tarse sobre la cadena del ti em po. La ú n ica posibili- poral, del alimento y de los demás cuidados (E. N.,
dad de cambio es el progreso, el desarrollo creciente X, 8, ll78b34-36).
de la vida; pero esto no implica la construcción de un
ente que, «fuera del t i em po», se liberase de la des- Este hecho, de aparente trivialidad, introduce en las
trucción, inevitablemente i m p l í cita en l a d i a l éctica ideas y en las «grandes palabras» un sedimento «na-
del cambio. tural» del que también el conocimiento se nutre. Esta
La crítica al lenguaje, iniciada ya por lo s sofistas, sumisión a l o r e al, qu e a l canza los vericuetos más
adquiere en Aristóteles una nueva fuerza, no susten- complicados de la pura «teoría», constituye el anclaje
tada únicamente en la revisión de conceptos que, en que da corporeidad al saber. Sobre todo en el domi-
el «espacio de la intersubjetividad», habían encon- nio de aquella forma de conocimiento que tiene que
trado un a c i e rt a f o r m a d e « e t ern idad». L a c r í t i ca ver con las acciones, con la proyección del pensa-
sofística intentaba mostrar cómo el «uso» de esos tér- miento en el espacio de la cult ura y de l a sociedad,
minos había desgastado su significación, y cómo pre- en una palabra con la ética. Porque el fin de la polí-
cisamente ese uso, capaz de superar lo s n iveles de tica y de la ética, que es parte de ella, «no es el cono-
concretas temporalidades, no solo no les había dado cimiento (gnosis) sino la acción (praxis)» (E. N., I, 3,
más contenido, sino que, incluso, les había despro- Iogga6). Esta praxis es la que da dimensión y conte-
visto de él. Pero la novedad de Aristóteles consiste en nido al l enguaje, y a l o q u e e l l e n guaje representa.

'22 (Ir
Emilio Lledó Memoria de la ética

Porque, desde el f o nd o d e l a r e a l i d ad, lo s co noci- conoce, y de estas cosas es un b uen j u ez; pues, en
mientos de las «ideas en sí», sin la génesis que las ha cada materia, juzga bien el instruido en ella, y de una
constituido y de la que nunca pueden desprenderse, manera absoluta, el instruido en todo. Así, cuando se
se convierten en un conocimiento de simples esque- trata de la política, el joven no es un discípulo apro-
mas teóricos, desplazados a los espacios más desha- piado, ya que no tiene experiencia de las acciones de
bitados del lenguaje. «Y, ciertamente, no es razonable la vida, y los razonamientos parten de ellas y versan
q ue todos los técnicos desconozcan una ay uda t a n sobre ellas; además, siendo d ó ci l a s u s p a s i ones,
importante y ni siquiera la busquen. Además, no es aprenderá en vano y sin provecho, puesto que el fin
fácilver qué provecho sacarán para su arte el tejedor de la política no es el conocimiento sino la acción»
o el carpintero de conocer el "bien en sí", o cómo (E. N., I, 3, IO95aI-7).
podría ser mejor médico o mejor general el que haya La indisoluble unión entre el h o m bre y sus obras
contemplado esta idea. Es evidente que el médico no aparece claramente en l a i n t e r pretación aristotélica
considera así la salud, sino l a salud del h o m b re, o, de la praxis. Al mismo tiempo, descubrimos aquí una
más bien aún, la de este hombre, ya que cura a cada forma característica de la epistemología aristotélica.
individuo» (E. N., I, 6, Io97a5-I5). Conocemos obrando, actuando.
Pero, a su vez, la praxis que constituye el objeto que
p rimordialmente va a m a n i p u la r l a r e fl ex ió n é t i c a En cambio adquirimos las virtudes como resultado
presenta un c o m p o n ente qu e l a d i s t ingue d e c u al - de actividades anteriores. Y este es el caso de las
quier forma de irrupción en el mundo real. La praxis demás artes, pues lo que hay que hacer después de
es fundamentalmente conducta, o sea modificación haber aprendido, lo a p r endemos haciéndolo. Así
de la individualidad en el contexto de la comunidad. nos hacemos constructores construyendo casas, y
Y esa conducta lleva consigo un lógos que la orienta y citaristas tocando la cítara. De un modo semejante,
perfecciona. Un lógos que no procede de una simple practicando la justicia nos hacemos justos, practi-
contemplación de verdades «más allá del tiempo, y al cando la moderación, moderados, y practicando la
otro lado del mundo». La aquendidad de la praxis se virilidad, viriles. Esto viene confirmado por lo que
pone de manifiesto en que solo se alimenta de expe- ocurre en las ciudades: los legisladores hacen bue-
r iencia. El roce con las cosas y con el m u n d o e n r i - nos a los ciudadanos haciéndoles adquirir ci ertos
quece el contenido d e n u e stros actos y d e n u e stro hábitos, y wsta es la voluntad de t odo l egislador;
pensamiento. «Cada uno juzga bien aquello que pero los legisladores que no lo hacen bien yerran,
Emilio Lledó Memoria de la ética

y con esto se distingue el buen régimen del m a l o IO. DE QUÉ HABLA LA ÉTICA DE ARISTÓTELES
(E. N., II, I, ll03a30-II03b6).
Una de las paradojas de la filosofía aristotélica nos
En las obras que tienen que ver con l a t r ansforma- permite adentrarnos en las características peculiares
ción de la materia, la utilidad, ha sido, en principio, de su filosofí. Algunos de los dominios que Aristóte-
el criterio orientador; pero en aquellas construccio- les abrió a la reflexión fi l o sófica fueron, como t ales
nes más sutiles que tienen que ver con la areté, con la dominios, fruto del azar. Por ejemplo, el «inventor»
superación de nuestra propia naturaleza en el espa- de la lógica no conoció este nombre, ni bautizó con él
cio de la polis, ¹qué principios regirán' ¹En qué fun- a sus investigaciones sobre el lenguaje. La metafísica,
d ar las obras de un a i n d ividualidad que h a d e como es sabido, fue un nombre casual con el que,
proyectarse en l a c o munidad' L a p r egunta ética s iglos después de A r i s t óteles, se denom in ó a u n a
vuelve a plantearse en aquellos niveles que no había serie de tratados de diverso contenido, que no esta-
aceptado el inmoralista. Pero, en lugar de dar el salto ban coleccionados bajo nombre genérico alguno. Y la
al otro lado de la polis, hacia la insolidaridad, Aristó- misma palabra «ética»(ethiké) es desconocida para
teles comienza su investigación interrogando al len- Aristóteles. «Solo en los M. M. (siglo II a. C.) habla de
guaje que, también una f o rma de pr axis, h a i d o legein hgper ethikón (cf. Analíticos Post., I, 33, 89b9; Polí-
absorbiendo en su «hacer» con lo real, las experien- tica, II, 2, I26Ia3I )»[65]. Por ello, es interesante descu-
cias y la sabiduría de ese hacer. b rir, en esta serie de investigaciones que forman l a
Antes de entrar en el an álisis de estos problemas é tica, los temas que f u eron o b j eto d e s u r e fl exión .
conviene, sin e m b a rgo, recoger el argumentod
e la P odemos, así, o r g anizar e l p o s i bl e e s q u em a q u e
é tica aristotélica, por ver el t e r r i t orio qu e r o t ur ó l a mueve su pensamiento y ver también sobre cuáles de
mente del filósofo cuando, por prim era vez en la his- esos temas fijó, preferentemente, su atención. Con-
toria del p ensamiento occidental, se estableció un a servo, en la síntesis que sigue, el tono de la exposición
disciplina que, a partir de él, habría de ser una pieza aristotélica.
clave en el desarrollo de la filosofía. Por ser la exposi-
ción más detallada, seguiré, en l í n eas generales, el I . Es evidente qu e t o d o l o q u e e l h o m b r e h a c e
argumento de los diez de libros de E. N. tiende hacia un bien. Esta tesis general, con diversas
matizaciones, se especifica como «bien político», por-
que si es importante buscar el bien del individuo

l 'G rl d 'J 227 (Ir


Emilio Lledó Memoria de la ética

mucho más grande y perfecto es alcanzar el bien de a lgunas f o r m a s d e v id a , o sea l as for m a s d e


la ciudad. La ética, por consiguiente, es una forma de felicidad[66]. Porque, efectivamente, podrían distin-
política. Sin em b argo, conviene precisar el carácter g uirse tres formas distintas de vida, en f u n c ión d e l
poco exacto de la política, al ser un conocimiento que objeto sobre el que, primordialmente, se proyectan:
se alcanza con la experiencia y con la vida. Por eso, el una «vida que secentra en el goce y provecho del ins-
joven no es discípulo apropiado para la política, ya tante», una «vida política» y una «vida teórica (o con-
que no t i en e ex periencia. Siendo, pues, la p o l í tica templativa)». Parece que es la tercera forma de vida la
fruto de esa experiencia tendrá que actuar tam bi én que mejor llena la actividad humana, pero la «exami-
en ella, puesto que su fin no es el conocimiento, sino naremos más adelante» en el libro X. Al lado de esta
la «acción», la praxis. Ese bien hacia el que todos aspi- división de la eudaimonía, en función de las proyec-
ran es la eudairnonía, la «felicidad». Vivir bien y obrar ciones que cada «vida» hace sobre ella, hay también
bien es lo mismo que ser feliz. Sin embargo, la pala- un problema interesante, al descubrir que, contra lo
bra «felicidad» también se dice de muchas maneras, que puedan o p i nar l o s «platónicos» no p arece que
y los hombres discrepan sobre su contenido. Habría exista un « b i en» en g e n eral, sino q u e , «la p a l abra
aquí que hacer un pequeño paréntesis metodológico 'bien' se emplea en tantos sentidos como la palabra
p ara resolver una cuestión tan i m p o r t ante como l a 'ser'», es decir, de muchas maneras. El bien aparece
que plantea el sentido y sustancia de la vida humana. en ámbitos mucho más modestos, y engarzados a la
Se debe empezar, pues, en u n t e m a c om o e ste del cadena de objetivos que la praxis humana nos descu-
bien y la felicidad, por las cosas más simples, como bre. En este punto habría de hacerse, una vez más, la
sería, en el caso del bien p o l ítico, partir d e las cos- pregunta de qué es el bi en, «porque parece ser dis-
tumbres que constituyen la trama de la vida, orienta- tinto en cada praxis y en cada téchne». De todas for-
d ora, en el fo n do, de la p o l ítica. Esto nos permi t i r á m as, da l a i m p r e sión d e q u e t o d o s lo s b i e nes l o s
descubrir «el q u é», y s i e stá suficientemente claro, escogemos con vistas a esa actividad placentera que
nos libraría de tener que investigar «el porqué». llamamos eudaimonía. Pero, de nuevo, habría que pre-
Volviendo a recoger la propuesta inicial, esa felici- guntarse por lo que es la eudaimonía. Sin embargo, la
dad, a laque todos tienden, parece que debe enfocar- p regunta no p u ed e r esponderse si se h ace de u n a
se, necesariamente, «desde el tipo de hom bre que se manera tan general, y no se ha i nvestigado antes la
es», si aceptamos esa preeminencia del «qué». No se «función del hombre» (érgon anthropou),porque
puede hablar de vida en general si no se especifican podría ocurrir q u e , h a biendo f u n c i ones propias de
Emilio Lledó Memoria de la ética

tal hombre, funciones del carpintero, y del zapatero y de la vida tiene que ver con su actividad (enérgeia) y
del escultor, por ejemplo, no hubiese «ninguna fun- no con lo que se tenga. Ni siquiera los hábitos (héxeis)
ción propia del hombre» como tal hombre. Es cierto pueden bastamos, si no sabemos cómo practicarlos.
que hay funciones en el hombre, funciones del ojo y El placer, en estos casos, no es algo añadido, sino que
d e la m an o y d e l p i e , p er o a lgo e q u ivalente en e l la actividad, de acuerdo con esa excelencia que se
hombre, loque el hombre hace, ¹será solo la suma de expresa en obras y palabras, es de por sí gratificante.
estas pequeñas funciones', ¹habrá una función del Pero ya que la areté y el bien tienen que ver con la
hombre como tal ho m b re, con independencia de las vida práctica y la experiencia, en este caso, también
f unciones parciales que l o c o n stituyen' N o s q u e d a tiene que ver con ella, no podemos desoír la voz de
una especie de quehacer práctico, de actividad propia esa experiencia, que nos dice que el no ser mal naci-
del hombre que habla, que tiene 1ógos. En consecuen- do, ni repulsivo y tener buenos hijos y buenos amigos
cia, «la función pr opia del h o m br e será una energía no es mala cosa para la vida feliz.
(enérgeia) de su psyché de acuerdo con el lógos», con Tal vez habría que plantearse, en consecuencia, si
su manera de ser y de expresarse y, así, «decimos que eso que se ll ama eudairnonía s e adquiere, o, por e l
la función del hombre es una cierta vida, y esta es una contrario ca e s o br e n o s otros c om o u n « d e s t i no»,
actividad de la psyché y de una praxis razonables (con como un «azar». Esto nos llevaría por unos caminos
sentido y fundamento)», propia de un hombre dili- que no son propios de la ética. Lo que sí puede soste-
gente que obrase «de acuerdo con una areté»,con una nerse es que esa vida p l en a d e l a eudaimonía es el
excelencia que le es propia. resultado constante de un cierto «aprendizaje» (mát-
Hay unos bienes que tienen que ver con n u estro heis) o «ejercicio» (áskesis) con vistas a una cierta «ex-
ser interior, con n u estra m e nte y n u e stra psyché, y celencia» o « p e r fección» (a reté). « Porque s ería u n
p arece ser que este mu nd o i n t e r ior e s má s i m p o r - gran error dejar a la fortuna las cosas más grandes y
tante que el mundo de nuestro cuerpo como natura- hermosas». Porque, además, nadie es feliz «siempre»,
l eza. Es esta un a v i ej a o p i n i ón . E n l a « i n t i m i d a d » y por ello no debemos permitir qu e la «fortuna» sea
deben residir t a m b ién a q u ellas formas en q u e e sa un elemento que represente un papel esencial en la
« intimidad» se m a ni fiesta com o l a p r u d e n cia o l a felicidad. El ho m bre verdaderamente superior ti ene
sabiduría; pero hay bastantes que opinan que la pros- que buscar su felicidad, por encima de lo s cambios
peridad exterior también es importante para eso que posibles de la fortuna. La felicidad es, por supuesto,
se llama una vida buena. De todas formas, la bondad algo digno de alabarse,y con ello parece que entra en
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el dominio de las cosas que «hacen sociedad». das en la «experiencia» y en el «tiempo». A pesar de
Un importante paso en busca del sentido de la feli- ello, la «areté ética» no es algo natural, porque la «na-
cidad, de la plenitud de la vida, del equilibrio social t uraleza» no se m o d i fica co n l a c o stum b re, con e l
es haber llegado a descubrir que ese nombre de éthos. De todas formas, la «areté ética», que tiene que
eudaimonía, y ese estado de plenitud que parece defi- ver con l a v i d a y l a e x p e r i encia, se i n c r ementará
nir, tiene que ver con una energía del espíritu, de la viviendo y experimentando. Esto no deja de ser una
psyché, según una areté perfecta, y que, por consi- dificultad, a la hora de estudiar nuestros «comporta-
guiente, tendremos que p ensar en qu e esa areté es mientos». Sin embargo, aunque no lleguemos a con-
téleia o«acabada». Su acabamiento tendrá que darse clusiones muy científicas, ya que este mundo tan rico
en el am p li o m a rco d e la po lis y, por c o n s iguiente, se escapa a la definición científica por su m i sma
nuestra investigación «pertenece a l a p o l í t ica». Por riqueza, conviene que no perdamos de vistael hecho
ello, si la eudaimonía es una enérgeia de la psgché, el de que «investigamos no para saber qué es la 'areté'
político tendrá que entender algo de esto. Y tendrá sino para ser buenos». En otro caso, sería totalmente
que entender, no solo de esa parte de nuestra perso- iníítil saber qué es el bien, y no saber cómo practicarlo.
nalidad que obedece al lógos; porque hay en nosotros Como estamos en la vida, debemos tener en cuenta
tendencias que no tienen que regirse por él, como lo que vivir es una función de equilibrio, de «mediación
vegetativo. y mesura» (mesotés). Este equilibrio hay que estable-
Los deseosy los apetitos pueden también obedecer a cerlo entre dos orillas, la del «placer» y la del «dolor».
ese lógos, pero no necesariamente. Todo esto nos lle- Y a se ha d i ch o q u e « p r acticando l a j u s t i cia n o s
va, de alguna forma, a dividir esas excelencias huma- hacemos justos», aunque esto parezca una contradic-
nas que llamamos areté, en «éticas» y «dianoéticas». ción. En esta práctica de la areté, hay, sin embargo,
Unas tienen que ver con nuestra manera de obrar, de una serie de requisitos que la hacen fecunda y que se
estar en elmundo g en la sociedad y otras con nuestra refieren alconocimiento que tengamos de lo que hace-
manera de entender y de reflexionar. mos, depor qué lohemos elegido, g de si esresultado de
una disposición permanente. El que no entra en la prác-
I l. Las capacidades que tienen que ver con el tica y, «refugiándose en el lógos», cree filosofar, se
entender a r r a n can d e l a « e n s eñanza»(má thesis), equivoca. Se parecería aaquel enfermo que, oyendo
m ientras que las éticas emergen de u n f o n d o m á s l o que el m é d ico l e d i ce, n u nca l o h a ce. Com o e l
complejo que ll amaríamos las «costumbres», funda- hombre no es un puro espíritu, tendremos que consi-
Emilio Lledó Memoria de la ética

derar a la areté dentro de esas corrientes que tensan voluntariedad, que nos lleva a hacer posible una elec-
el mundo interior del hombre y que se manifiestan ción, hay que distinguirla de lo que puede confun-
en su relación con todo lo que le rodea. Estas grandes dirse con ella. Una vez que hayamos precisado todos
corrientes que nos atraviesan son de tres clases: «pa- los matices que hacen posible la voluntariedad, ten-
siones» (páthe), «facultades» o «capacidades» (dgná- dremos qu e p r o f u n d i zar e n q u é e s l a « e l e cción»
meis) «modos de s er» o « h á bitos» (héxeis). La areté (proaíresis), ya que puede estar condicionada y orien-
tiene que ver con la héxis. Entonces, no solo nos pre- tada por el «apetito» o el «deseo». Pero ese condicio-
guntaremos qué es la héxis, sino, además, qué cuali- namiento se evita con un i n st r u m ento decisivo para
dades posee esa héxis, y en qué relación está con la la elección como es la «deliberación» (boúleusis). Por
areté y con el «medio» (méson), y el «equilibrio» que estar en el m u n d o , por estar rodeado de cosas que
constituye la areté. De todo ello saldrá una definición pueden ser y pueden no ser, por el h o rizonte de
de areté. Sin embargo, lo i m p o r t a nte no es l l e gar a ambigüedad y posibilidad que cerca la vida, no hay
esta definición, sino preguntarnos cómo se aplica, más remedio que deliberar, determinarnos y, en con-
cómo sepone en práctica, g si,al anamos algo
defi
nirla,g secuencia, elegir.
para practicarla. P or c o n s iguiente, t e n d r e mos q u e Ahora bien, esta «elección» tiene que hacerse con
e scarbar e n e l l e n g u a je, p o r v e r s i , a l n o m b r a r vistas a un bien. Sin embargo, los «bienes», desgracia-
muchas de las capacidades que desconocemos, o al d amente, pueden ser «aparentes». No solo p o r q u e
esforzarnos po r e st a b ú s q u eda v e r bal l l e g amos a nos engañamos a nosotros mismos, sino porque ese
saber de qué forma actuamos sobre las cosas y sobre amplio horizonte de posibilidades que el mundo nos
las otras personas. Hay que estudiar, también, cómo presenta nos confunde y ciega. En este punto, surge
s e aplica esa doctrina de l « t é r m in o m e d i o», de l a el problema del «mal», que radica en el hecho de
«mediación» y el «equilibrio». que, en principio, todos aspiran a lo que «les parece
bueno», pero no está en su mano ese «parecer», y, «se-
III. Si estamos, pues, en medio del mundo y hemos gún como cada uno es,así le parece el f in ».T al vez, p ara
d e saber encontrar u n e q u i l i b r io, ese encuentro n o precisar un p oco esta visión general, tengamos que
puede realizarse según los requisitos necesarios si no analizar lo que se oculta detrás de las palabras que se
sabemos elegir, si no sabemos qué fuerzas nos impi- refieren a alguna concreta areté, como el «valor» (an-
den una posible «elección volu ntaria», o sea, saber dreía), y lo q ue t i e ne q ue v er c on e l l o, lo « temible»
«cómo», «por qué» y «qué» tenemos que elegir. La (phoberón), la «moderación» (sophrosgne) que parece
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ser un «término medio», un equilibrio entre placeres. miden ya q ue h a y d i s c repancias en su r a s ero, que
También t e n d r e mo s q u e co n s i d erar e l «d e s e o» unos, los demócratas, lo ponen en l a «l ibertad», los
(epithymía), y la «intemperancia» (akolasía). oligarcas en la «riqueza» o en la «nobleza» y los aris-
tócratas en la areté. Lo justo es, además, lo «propor-
IV. Habrá que hablar, además, de alguna otra areté c ional», y lo des p r o p o rcionado l o i nj u s t o . H a y ,
como la «generosidad» o «liberalidad» (eleutheriótes
), además, otra form a d e j u s ticia, la «correctiva», que
que parece ser también un «m edio» entre los extre- será un término medio entre la pérdida y la ganancia.
mos diversos de la r i q u eza, y l a d i s t inguiremos de Un elemento importante, que materializa una form a
una serie de términos que se sitúan en un campo sig- de la pr axis ju s ta, es la « m o n e da» (nómisrna), gran
nificativo cercano a ella. La «magnificencia» (megalo- mediadora «que t od o l o m i d e » e « i guala las cosas
pré peia) y l a «magnanimidad» (megalopsgchía) haciéndolas conmensurables».
t ambién deben ser o b j eto d e a n á lisis. Así como l a En relación con la i n j u sticia, se puede plantear el
«amabilidad», el trato con los otros, la «veracidad», el problema de las diferencias entre «obrar injustamen-
« humor», la «gracia» y otras que «carecen de n o m - te» y «ser injusto». Todo ello nos lleva a estudiar en
bre» (anonyma), aunque sabemos cómo se llaman los qué consiste la «justicia política», y si hay diferencia
extremos de las que son medios. entre las posibles formas que adopte, como la «natu-
ral» y la «legal». Pero ninguna de estas distinciones,
V. La «justicia» (dikaiosgne) merece un tratamiento ni otras que podrían establecerse, tendrían sentido si
especial, y hay que investigar qué clase de praxis es la no volvemos a plantear, en este contexto, la «volunta-
suya, entre qué extremos «media» (tinon méson) y de riedad» e «involuntariedad» de los actos, porque, en
qué diversas maneras «se dice» tanto la justicia como esta alternativa, podría preguntarse si «es posible ser
la «inj usticia». Las relaciones de la justicia con las «le- víctima de una injusticia voluntariamente, o, por el con-
yes» es un importante problema. La excelencia de la trario, esto es siempre involuntario, como el cometer
justicia, y p o r l a q u e t a n t o s o b resale, se debe, en la injusticia es siempre voluntario».
buena parte, a que es algo perfecto, y esta perfección C on estas c u estiones, se a socian u n a s e r i e d e
se percibe en que «el que la posee» la proyecta más temas que tienen que ver con los distintos sentidos de
hacia «el otro» que hacia «sí mismo». La «justicia dis- las palabras. Relacionada con la justicia está la «equi-
tributiva» tiene, sin duda, que ver, con determinados dad» (epieikeía), que sirve para rectificar o ablandar la
méritos, si bien el problema consiste en saber cómo se ley, si fuera necesario. De la vieja polémica, que tiene
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ya un detallado análisis en Platón, se puede afirmar men político» no sería posible.


que es mucho peor cometer injusticia que padecerla. O tro concepto d e e st e « m apa» i n t electual e s l a
«buena deliberación» (euboulía). No está claro «si es
VI. Hemos de examinar en qué consiste esa «recta c iencia, opini ón, b ue n t i n o o a l g u n a c osa d e o t r o
razón» (orthos lógos) que nos debe guiar en nuestras género».
decisiones y, para ello, será útil también analizar las Un término im p o r t ante en el mundo intelectual es
partes de la psgché: la «racional» y la «irracional». La el de «entendimiento» (sgnesis), que hay que d is tin-
r acional ti ene, a s u v ez, do s aspectos: uno q u e s e guir del de «comprensión», «juicio» (gnome), que es
orienta hacia aquellos objetos cuyos principios no algo así como un «discernimiento recto de lo equitati-
pueden ser d e o t r a m a n e ra, y a l q u e l l a m a r em os vo>>.
«científico» (epistemonikón), y otro, que tiene que ver Además de establecer el territorio sobre el que
con los que sí pueden ser de otra manera, y que lla- cada uno de estos términos se desplace, cabe pregun-
maremos «razonador» (logistikón). tarse también si es de alguna «utilidad» toda esta dis-
Hay, en la psgché, tres cosas que dominan nuestra persión t e r m i n o l ógica y s i , e f ectivamente, agudiza
praxis y nuestra relación con la «verdad» (alétheia): la nuestra capacidad de conocer. De todas formas, estos
«sensación» (aísthesis), la «inteligencia» (nous) y el análisis nos ayudan a ejercitarnos en la búsqueda de
«deseo»(ó rexis). la sabiduría que es, en elfondo, unaforma defelicidad.
El principio de la praxis es la «elección» (proaíresis)
y el de la elección el «deseo» (órexis) y el lógoscon vis- VII. Podríamos ahora entrar en un campo más pro-
tas a un fin. Como la verdad puede alcanzarse desde pio de lo que ll am aríamos «vida moral» y que tiene
distintos presupuestos, analicemos aquellos dones o que ver con la areté y con sus defectos, que constitu-
capacidades que expresan esos puntos de partida, y yen el «vicio». La «brutalidad» y l a « i n continencia»
que son el «arte» (téchne), la «ciencia» (epistéme), la son también d e f o r m aciones de l a m o r a l i d ad. Este
«prudencia» (phrónesis), la «sabiduría» (sophía) y la problema d e l a « i n c o n t inencia» (akráteia) y d e l a
«inteligencia» (nous). «continencia» (enkráteia), sobre lo que hay muchas
Por cierto que la prudencia es una especie de saber opiniones, nos lleva de lleno a estudiar la naturaleza
político, porque, aunque parezca referirse, más bien, del «placer» (hedone), c ontraste fun d a me ntal en e l
a las cosas que tienen que ver con un o m i s mo, sin análisis de los niveles que estructuran la «vida indivi-
embargo, sin «administración doméstica» y sin «régi- dual».
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puede estar en continua «actividad consigo mismo»,


VIII. En el m arco de la vida m o r al, que tiene que «pero en compañía de otros y en relación con otros es
establecer vínculos con el prójimo, la «amistad» (phi- mucho más fácil». Si necesitamos de los amigos, más
lía) ocupa un lugar excepcional. En ella hay que exa- en la prosperidad que en el infortunio, o si hemos de
minar qué es lo que funda la «relación amistosa», y si tener pocos o muchos, y de qué tipo tiene que ser la
es el «placer» o la «utilidad» o la «bondad» lo que en convivencia, son cuestiones que sirven para determi-
la amistad se persigue, y si es un «estado», una «acti- nar la estructura misma de la relación amistosa.
vidad», una «afección». Como la amistad imp l ica, en
principio, a dos individuos, hay que precisar cómo X. Un buen fi n al, en un a d i scusión sobre las «ac-
tienen que ser los implicados en la «relación amisto- ciones» de los seres humanos, en relación con las for-
sa», e incluso qué grado de i n tensidad será más mas de «bien» y de «justicia», puede ser una reflexión
importante y mejor. Es tan amplio el campo de la phi- sobre el «placer» (hedone)y sobre la «vida feliz» (eu-
lía, que llega a asentarse en la misma estructura de la daimonía). En cuanto al placer, hay que analizar las
polis y, por ello, entra en conexión con la «justicia». opiniones de Eudoxo, que establecía el placer como
el bien supremo; y, además, si es la hedoneun «proce-
I X. Para llegar al «goce de l a a m i stad», hay q u e so» (génesis), si es una «energía» (enérgeia), y si es
superar una serie de dificultades que brotan de la esencial para la vida. Por último, hay que abordar la
estructura d e l a s r e l aciones h u m a nas, in t erferidas naturaleza de la «felicidad» (eudaimonía), y si la «vida
por la complicada «retícula social» en la que el indivi- teórica» puede ser una forma suprema de ella.
duo se desplaza. La importancia de la amistad es tal, E n una reflexión sobre la ética quedan, en últi m o
que no solo sirve para entender nuestro «sentimiento t érmino, muchos cabos sueltos, por e j emplo, l a
hacia los otros», sino también nuestra «relación afec- importancia que el Estado puede tener en la «educa-
tiva con nosotros mismos». En consecuencia, se plan- ción» para hacer posible esa lenta transformación de
tea la cuestión de si es justificable el «amor pr o pi o» nuestra individualidad, que la hace apta para sentirse
(philautía), que puede llegar al extremo de olvidarse propicia a desarrollarse en la arete. Porque es difícil
a bsolutamente d e l o s d e m á s . E n e s t e c a so, y s i encontrar, desde joven, la verdadera dirección en el
d emostramos qu e e l h o m b r e f e l i z n e cesita d e l o s camino de la arete. De todas formas, el estudio de la
amigos, ese «egoísmo» de la philautía no solo traería ética nos lleva hacia la política. Así alcanzamos una
infelicidad, sino también «inactividad», ya que no se completa praxis que c o m p e nsará las generalidades
Emilio Lledó Memoria de la ética

que hayan tenido que tratarse, aunque bien es verdad d e autorreferencias, el l e n g u aje fi l o sófico p r o d u ce
que, cuando se plantea aquello que atañe a las cosas sus organismos que enganchan con l a v i da, p or
prácticas, el fi n n o e s h a b e r las considerado t o das, medio de todos aquellos posibles lectores que estu-
sino, más bien, «hacerlas». No basta con «saber de la dian, analizan, aceptan o rechazan el aire ideológico
areté». De lo que se trata es de que «lleguemos a ser que sopla sobre toda filosofía.
buenos». Pero hay otramanera de que el lenguaje fi
losófico
exprese un nivel distinto de aquel que, como sustan-
cia ideal que solo habla de sí misma, le es propio. La
II. EL ORDEN DE LA VIDA Y EL ORDEN DEL LENGUAJE ética parece ser la «disciplina» filosófica — si es que
tiene sentido h a blar d e t a l e s d i sciplinas — que
Por un lado, el orden de la vida: todo aquello que se engarza sus proposiciones en un sistema de referen-
concentra en el cuerpo; por otro lado, elorden del cias que la trascienden. La «metaética» se entremez-
lenguaje, que, sustancia del pensamiento, manifiesta c la conti n u amente co n l a « é t i ca». E l s i s t em a d e
también el orden de la vida. El espacio literario llena proposiciones que solo hablan de ellas mismas se
ya, en el tiempo mediato de la historia, el hueco de lo confunde con otras que describen, o pretenden des-
real, el hueco de los cuerpos. Resto de la vida, el cribir, hechos que parecen estar situados en la socie-
escrito seacerca hasta nosotros para «recordarse» y dad y en l a v i d a . Se refieren a c o m p o r t am ientos y
recobrarse en la m e nte de cada lector. Detrás de él acciones, más que a sustancias ideales. Sin embargo,
v islumbramos la tensión, la lu cha, el amor y l a v i o - esos «hechos», que laética describe, expresan proce-
lencia, la guerra y la paz, y sobre todo, las ideas, ese sos, relaciones, que no pueden señalarse como el len-
invento platónico con el que el lenguaje es capaz de guaje señala el mu ndo con aquellas palabras que se
expresar distintas formas de dominio. refieren inmediatamente a él. Pero, de todas formas,
Los escritos filosóficos añaden, a las perspectivas las palabras que h a b lan d e e sos comportamientos,
f ormales que toda obra literaria comporta, un h o r i - acciones, o p r o cesos mentales tienen u n c o n t r aste
z onte especial. «Lo qu e d i ce» se r eabsorbe en « l o «relativamente» inmediato en las «alteraciones» que,
dicho», y el «qué», indispensable condición de posi- en el mundo y, sobre todo, en la vida de los otros,
bilidad en t o d o d e cir, se tr ansmuta d e p e r spectiva pueden provocar. Es un lenguaje que no intenta aca-
formal qu e l l eva a «otro l u gar», en sustancia ideal, barse en la referencia interna de sus propias exigen-
que solo se refiere a sí misma. Dentro de ese sistema cias lógicas, y qu e t a m p oco es, fund amentalmente,
Emilio Lledó Memoria de la ética

n ormativo, ni p r escribe o p r o h í be. Em erge de u n a además, que, anteellos,no podemos proceder como
experiencia subjetiva, que ha fermentado el uso de ante un «libro», ante una obra surgida ya en épocas
e se lenguaje y e l c o n t r aste d e su s sentidos, en e l donde el «uso» de la escritura hubiese incorporado y
reposo de la vida y el tiempo. familiarizado al l e ctor con u n a l i t u r gia concreta de
Quizá el ejemplo de A r i stóteles pueda servir para gestos intelectuales, de hábitos de publicación y lec-
explicitar esta teoría. Anteriormente se ha aludido a tura, en los que el lenguaje difumina, oculta e, inclu-
la importancia que la sofística tuvo para el descubri- s o, enmascara el proceso de la creación y l a m i s m a
miento de ese ámbito d e e x p eriencia, como es «lo sustancia histórica de sus palabras.
q ue los h o m b res h a b l an». El l e n g u aje n o e s s o l o Los escritos de Aristóteles poseen, pues, una situa-
f luido semántico qu e t r a n sporta l a m e n t e a l l u g a r ción de privilegio en esta historia de la comunicación
referido en las palabras. Ese fluido semántico puede intelectual, en este empeño por «constituir la memo-
r eposarse en el m o m ento en qu e u n i n t e r l ocutor l o ria». Son los primeros documentos, dentro de nuestra
d etiene en e l r e m a nso d e l a p r e g u nta. C om o u n a tradición cultural, que reflejan claramente el proceso
moviola ideal, el discurso retrocede en busca del sen- que va, desde el diálogo entre los hombres, desde las
t ido sobre el que se ha deslizado. Este sería un p r i - diversas formas de comunicación oral que sedesgra-
mer paso, en ese largo proceso que va a conducir n an e n e l « t i e m p o i n m e d i ato» d e l a v i d a , e n e l
hasta la escritura científica, o sea hasta esa forma de «tiempo presente», hasta el «tiempo m e d iato» de la
reflexión sobre el mundo y las cosas que solo puede memoria, donde ya no sehabla a alguien que com-
comunicarse por medio del l enguaje. No se trata ya parte, como oyente, la temporalidad misma en la que
de cantar y describir en los poemas hazañas o deseos. hablamos. Será «otro tiempo», el que recogerá, por
Se trata de pensar sobre las palabras y descubrir, en medio de la escritura, el «reflejo» de nuestras expe-
ellas, como hará Aristóteles en los Analíticos, no solo riencias y n u estros pensamientos. Estos escritos no
sus formas de conexión, sino también, como hará en fueron, por razones obvias,algo que se pareciera a lo
su ética, los distintos planos de la realidad, de las que hoy llamamos un «libro». Y precisamente por
relaciones humanas, de la psyché, que se «sustancian» ello, la m ateria l i n g üística que lo s constituye ti ene
en esas palabras, y que ellas mismas ayudan a descu- que ser tratada por otros procedimientos que la usual
brir y entender. Pero estos pasos en el lenguaje escri- lectura. Ese tratamiento consiste, fundamentalmente,
to, cuya prim era m a n i festación i m p o r t ante, para la en adaptar n u e stra sensibilidad a o t r a s c ategorías
filosofía, fueron los Diálogos platónicos, significan, menos esquemáticas y formales que las que tendría-
Emilio Lledó Memoria de la ética

m os que emplear en un m o m e nt o en el qu e el l e n - que se presentan como in decisiones, ambigüedades,


guaje, al mismo tiempo que nos comunica, como el o simples y directas interrogaciones. «Se puede susci-
l ibro, unas in f o r m aciones, nos deja ver t a m b ién l a tar una duda acerca de lodicho» (I096b8). «Pero, qui-
forma como un pensamiento y una «intención» inte- zás, alguien podría pensar...» (io96bgg). «Qué nos
lectual se constituyen y se crean. impide, pues, llamar f e liz al q u e a c túa d e a cuerdo
L a azarosa historia d e e sos escritos que, po r s u con la areté perfecta...7 ¹O hay que añadir que ha de
misma estructura, no p o d ían t ener l a «coherencia» continuar viviendo de esta manera y acabar su vid a
de un diálogo, es también resultado de su misma de modo análogo' ?»(Iioiai4).
«producción». Aunque p u ede apreciarse en ellos el E ncontramos, p u es, d o s p e r s pectivas qu e b i e n
ritmo de la prosa científica, Aristóteles tiene presente podrían, en el diálogo, ser especificaciones de una
la enseñanza en la Academia, sus prácticas docentes tesis discutida por dos interlocutores distintos.
en el Liceo y, sobre todo, los «diálogos escritos» de
Platón. Pero lo qu e A r i stóteles proyecta comunicar, Quizá deberíamos establecer una distinción entre
con independencia de la obra perdida, de los diálo- tales a r g u m e ntaciones, y det e r m i n a r e n qu é
gos, esuna mezcla de recordatorio para la reflexión, y medida y en qué sentido cada uno de ellos es ver-
de un a « i n t ención d i a l ogante» con u n o s p o s i b l es d adero. Pero si l l egamos a c o m p r ender c óm o e s
i nterlocutores que no consumirán, con él, el m i sm o empleado en cada argumentación el amor a sí mis-
presente. Por ello, el lenguaje de sus obras posee un mo, quizá se aclare la cuestión (II68bI2-I5).
«espesor» peculiar. Conserva la materia compacta de
una comunicación viva e i n m e d iata, incluso se pre- No basta, pues, l a m a r ch a m i sm a d e l a p r o sa, el
gunta y responde como si un in terlocutor ausente se monólogo que la constituye, sino que ese lenguaje,
doblase en la mente misma del filósofo. Sus palabras que ha ido naciendo en la experiencia democrática,
rezuman, a veces, una cierta ambigüedad e im p reci- arrastra todavía las múltiples presencias de dialogan-
sión, como si estuvieran esperando la pregunta socrá- tes anónimos, las d u das surgidas en c ad a h i s toria
tica, el tí estin. individual, en cada biografía. Esperemos, pues, la
En la E. N. no es difícil buscar algunos ejemplos, al i nterrupción del i n t erlocutor q ue, de alguna fo r m a ,
azar, de esta estructura característica de la prosa aris- Aristóteles «tiene presente», y cuya pregunta aparece
totélica. Son frecuentes las preguntas, como eco de en el aglomerado de sus palabras:
ese interlocutor ausente, que surgen en el discurso, y
Emilio Lledó Memoria de la ética

Los que usan el término como un reproche llaman existiendo el conocimiento...» (l?45bzz-23). «Los iró-
a mantes de s í m i s m o s a l o s q u e p a r t i c i pan e n nicos, que minimizan sus méritos, tienen evidente-
r iquezas, honores y p l a c eres corporales en u n a mente un c a r ácter má s agradable...» y «niegan...
medida mayor dela que les corresponde en rique- [poseer] las cualidades más reputadas, como hacía
zas...» (Il68br5-I6). «Los que objetan que no es un Sócrates (llz7bz4-26).
bien aquello a lo que todos tienden...» (II7zb36-37).
«Parece, pues, que e l m a l o n o e s t á d i s p uesto a A veces, también s u rgen p e r sonajes genéricos: «el
amar ni siquiera a sí mismo» (ir66b24-25), y en este q ue ama l a v e r dad y l a d i c e c u a nd o d a l o m i s m o
«parece» emerge, efectivamente, la voz de determi- decirla o no, la dirá aún más cuando no da lo mismo»
nados contrincantes. «Así también p arece... (ri64- (llzjb4-5). Incluso son la s p alabras mismas las qu e
bg). nos hablan: «La magnanimidad, como su nombre
t ambién p a r ece i n d i car, t i en e p o r o b j e t o g r a n d es
Aquí nos ahorra A r i stóteles las concretas preguntas cosas» (Irzga 34-35). Aquí descubrimos esa peculiar
de un G l aucón, un A d i m a n to, o u n C á r m i d es: «La relación, esa densidad del l e n guaje a qu e a n terior-
mayoría de l o s h o m bres [...] parecen preferir...» mente se ha hecho referencia.
(ll59arg), «... se llaman entre sí amigos los compañe- Un ejemplo, entre m u c h os, de este antropomor -
ros de navegación...» (rr5gbz7). No necesitamos que fismo semántico, lo encontramos en los «análisis» ter-
a parezca nadie c oncreto e n r e p r esentación d e e s a minológicos. «La mansedumbre es un término medio
mayoría de los ho m b res, ni n i n gú n «compañero de respecto de la ira; pero, como el medio mismo carece
navegación», ni ninguno de aquellos que «recíproca- de nombre (anónymon), y casi lo m i s mo o c u r re con
mente se aman» (1156ag), ni representante alguno de los extremos, aplicamos la mansedumbvea ese medio
aquellos que «opinan que ningún placer es un bien» (méson), aunque se i n clina h acia el d e f ecto, que
(ll52b8). A veces, la presencia del diálogo platónico se carece también de n o m b re» (llz5bz6-29). Aristóteles
hace más perceptible: intenta trazar realmente un «campo semántico» en el
que definir los límites de un término, de pvaótes.El
S e podría preguntar cóm o u n h o m b r e qu e t i e n e lenguaje, desde su p r o pio e spesor y e s t ructura,
recto juicio puede ser incontinente. Algunos dicen a dquiere el a d e cuado p r o t agonismo. Ya n o h a b l a
que esto es i m p o sible si s e t i en e c o n ocim iento: Aristóteles, ni s i q u i era u n i n t e r l o cutor d i s i m u l ado,
pues, como sócrates pensaba, sería absurdo, que, sino que el m i sm o l e n guaje, la historia de las pala-
Emilio Lledó Memoria de la ética

bras, se levanta sobre el d i s curso aristotélico p a r a pues, en que esa experiencia logrará, al fin, su bau-
situarse en él. Hay un campo anónimo, ese méson tismo verbal en un nombre que la levante, desde el
cuya mediación n o h a d e t er m i n ado el l e n guaje en tiempo in m ediato de la m i r ada y de los sentidos, al
función de los términos que lo circundan. De ellos tiempo mediato y abstracto de la palabra. Por ello,
conocemos un extremo, la «ira» (orge), pero no el otro. también «las acciones (prágmata) se llaman (légetai)
Entonces, Aristóteles percibe en pr aótes la «voz» de j ustas y moderadas cuando son tales que un hom b r e
esta misma palabra, la carga semántica en la que ella justo y moderado podría realizarlas» (llogbg-7). El
m isma m u e stra s u p r o c l i v i dad h a c i a e l e x t r e m o orden de la vida, detrás del orden del lenguaje.
ausente y que carece también de nombre. Un lengua- A pesar de las contradicciones que el lenguaje
je, pues, que habla desde sí mismo y para sí mismo, expresa al despegarse de la realidad, o a pesar de las
que se convierte en i n t e r l ocutor v iv o d e l d i s c urso ambigüedades que tal lenguaje, surgido de la vida,
aristotélico y qu e va señalando, en su desarrollo, la manifieste en su uso, es en el análisis de este lenguaje
experiencia del pensamiento y la densidad del len- e n su pr ox i m i dad a l o r e al, o sea éticamente y n o
guaje que articula la forma y la materia de sí mismo. metaéticamente, do nd e s e e n c u entra e l v e r d adero
En algunos casos la vida no ha sido cubierta aún discurso. No i m p o r t an, p u es, las i m p r ecisiones. Ya
por el lenguaje, e irrumpe en el discurso a través de sabemos que todo lenguaje que habla de pasiones y
sus propios personajes: acciones tiene necesariamente que parecerse a aque-
llas cosas de las que habla (ll65au-I3). Precisamente
Al que da a quienes no debe o no da por n o b leza porque la vida es ambigua, y el azar la ciñe, no pode-
sino por alguna otra causa, no se le llamará liberal mos pedirle una precisión que la convertiría en «au-
(eleuthérios), sino de alguna otra ma nera (Iuo a 2 6- tomática» (autómaton) [67] y emp o b r ecería, p o r
>o). c onsiguiente, sus p o sibilidades. El l e n g u aje h a d e
amoldarse a esa realidad que tiene, por supuesto, que
Existe, pues, la vida, la relación humana que surge definir y p r ecisar; pero también tiene que dejar que
entre individuos y qu e e l l e n g uaje presenta descri- esa múltiple posibilidad de lo real alcance múltiple y
biendo un d e t erm i n ado com p o r t amiento — «al que v ariadamente su ex p resión. Ya sabemos que n o e s
da a quienes no debe» —. Es posible pues la relación, fácil delimitar exactamente esta clase de cuestiones
sin nombre aún, que ha surgido de la theoría, de la (iI64b27-28). Por eso, al comienzo de E. N., Aristóteles
m irada sobre l a e x p e r iencia. H a br á u n m o m e n t o , afirma que:
Emilio Lledó Memoria de la ética

E l l enguaje d e l a é t i c a p r e senta, ad emás, u n a


hablando [...] de tales cosas [...] hemos de conten- estructura que no es fácil encontrar en otra forma de
tarnos con mostrar la verdad de un m od o t osco y saber. Porque el lenguaje que, por ejemplo, describe
esquemático [...] evidentemente, tan absurdo sería la naturaleza, refleja una realidad que, como tal reali-
aceptar que u n m a t e m ático em p l eara la p e r sua- dad, le preexiste. La «materia» de la naturaleza está
sión como e x i gi r d e u n r e t ó r ico d e m o straciones ahí para ser descrita. Su entidad y estructura es inde-
(I o 94bI9-27). p endiente e, incluso, indiferente al l e n guaje que l o
expresa. Pero el mundo de las «relaciones», el mundo
P or tanto, no hay qu e «buscar del m i sm o m o d o e l «social» que indudablemente puede, como integrado
r igor e n t o d a s l a s c u estiones, sino, e n c a d a u n a , e n la n a t u r aleza, preexistir a s u e x p r esión y a s u
según la materia que subyazga a ellas (kata ten hgpo- comunicación, es, en cuanto mundo humano, una
keiménen hylen)» (Io98a27-29). materia que empieza a funcionar como mu ndo al ser
Estamos, pues, muy lejos del mundo del lenguaje y «dicha». Las relaciones, los vínculos sociales, adquie-
de la ontología platónica. Esta inmersión en lo real ren, muchas veces, sustancialidad y c o nsistencia en
expresa el estilo intelectual de Aristóteles y, al mismo el lenguaje que los describe y los comunica. Porque
tiempo, nos abre un horizonte nuevo, el horizonte de la presencia masiva de la naturaleza, aunque desco-
l a ciencia y d e l s aber sobre las cosas y el m u n d o . nozcamos su funcionamiento, aparece ya ante nues-
Incluso en la ética, donde la realidad no está tan tra sensibilidad; pero la presencia de la cultura se
cerca como lo está en las «investigaciones sobre los a poya e n l a in t e r p r etación d e l l e n g u aj e q u e l a
animales», Aristóteles no d ud a en e stablecer méto- inventa y trasmite, de la historia que la cuenta y que,
dos parecidos, aun sabiendo, efectivamente, que esa al contarla, la asimila, modifica y recrea. Solo a través
realidad social es más inasible y misteriosa que el del lenguaje podemos plantearnos el sentido del
mundo de la naturaleza. Este sentido de la observa- bien y del mal, porque aunque sean cuerpos los que
ción que, en el caso de la ética tendrá que arrancar, «actúan», su a c t u ación, c o m o a c t u a ción « m o r al»,
necesariamente, del lenguaje, se ha de p r oyectar, a camina por el «discurso» de las palabras, fuera ya del
pesar de esas dificultades, hacia el territorio de la orden de las cosas y los cuerpos. La ética es precisa-
experiencia de d o nd e e m a na, casi exclusivamente, m ente l enguaje, au n qu e d e t rás d e é l e s p eren l a s
todo conocimiento y hacia el que toda praxis se diri- obras y la materia humana su confirm ación o su ani-
ge. quilación.
Emilio Lledó Memoria de la ética

El vocabulario ético ha sido, a lo largo de la histo- Si en l a a c t u alidad estableciéramos u n c a t álogo


ria de la f i l osofí, una especie de retícula en cuyas cultural, fruto de la experiencia y la observación, de
c asillas se clasificaba y justificaba el hacer del ho m - los hechos que verdaderamente mueven y ar ti culan
bre. Los conceptos que integran esa retícula se han las relaciones sociales, podría percibirse que nada
ido confundiendo, al ir l a pr i x i s mo d if icando, en el tienen que ver con esas grandes palabras, caparazo-
tejido moral, los imp u lsos reales que ciñen las pala- nes ya sin sustancia, que solo se utilizan para imposi-
bras. Muchos «comportamientos» que podían expli- bilitar la vi sión y a p r eciación de l o r e al. Por eso, la
citarse y «sustanciarse» por un térm in o concreto del reflexión sobre la ética de Aristóteles presenta, entre
lenguaje moral perdían su posibilidad de comunica- otras cosas, ese extraordinario p r iv ilegio li n güístico,
ción y claridad, ante la im p osibilidad de dar cuenta al ser la p r i m er a estructuración d e l a t e r m i n o l ogía
de la múltiple circunstancia que circunda la vida de del obrar h u m ano y el p r i m e r reflejo teórico de ese
los hombres. Tal vez por ello y porque las palabras obrar [68].
« duran más», en el o r g anismo i n t ersubjetivo d e l a
cultura, que las obras y los cuerpos que las represen-
tan y encarnan, puede el lenguaje convertirse en un I2. FUNDAR EL BIEN
espejo inerte, capaz de reflejar gestos y circunstan-
cias que no son las que ante él se sitúan. Las termino- Los numerosos análisis verbales que hallamos en la
logías gastadas, las «grandes palabras» de la tradición ética de Aristóteles muestran una intención metodo-
metafísica y m o r al, pueden estar ya situadas en un l ógica. Efectivamente, ¹desde d ó nd e c o n strui r u n a
universo inconsistente, sin significación alguna, sos- teoría del obrar humanos, ¹cómo aplicar a las accio-
tenidas solo por una voluntad ideológica. Para nada n es del h o m b r e e l c a l i fi cativo d e b u e n o o m a l o s
sirve, entonces, una teoría que «habla del o b r ar», y ¹Dónde encontrar el contraste ante el que pueda cali-
que, al describir confusa y opacamente ese obrar, brarse el valor de nuestros actos) La experiencia nos
i mpida u n a p o s i b l e u t i l i z ación n o r m a t iv a o , a l brinda el material para intentar responder a esas pre-
menos, una posible clarificación de las ideas, para guntas. Y la e x p eriencia se no s o f rece, sobre todo,
hacer, con ellas, más inteligentes y eficaces los com- como lenguaje, pero este lenguaje no surge solo del
portamientos. Una p a l abra con fusa y e sclerotizada reflejo «teórico» de los comportamientos, sino que en
en la ética es algo más negativo que un error ontoló- él se perciben algunas de las tensiones que interfie-
glco. ren el p o s i ble u so, exclusivamente i n t electual, d el
Emilio Lledó Memoria de la ética

l ógos, de la i n t eligencia. En l a e x p eriencia del l e n - s obre todo, de su e d u cación. Esta in cidencia de l o


g uaje m i s mo , c a p t amos e l u t ó p i c o i d e a l d e u n a individual en lo colectivo, de la praxis en la theoría, es
mente «absolutamente racional» que pensase desde posible por la riqueza y, en consecuencia, ambigüe-
presupuestos en los que no interviniese otra facultad dad semántica del lenguaje ético y, sobre todo, por la
que la «razón pura». En una teoría del obrar humano, posibilidad que ofrece ese código intersubjetivo de
inciden una serie de factores que, tal vez, resten lim- ser asumido, desde la «impureza de la razón», en la
pidez a la«pureza de la razón»; pero que, sin embar- órbita d e su s i n t ereses y su s d e seos. El d e scubri-
go, presentan el i n e x cusable p r i n c i pi o d e r e a l i d ad miento de este hecho es una de las grandes aporta-
para que esa teoría pueda tener la f u n d am entación ciones de la ética aristotélica. La soñada neutralidad
que requiere toda propuesta de analizar el comporta- de una ética racional se hace inalcanzable, y los pre-
miento moral. supuestos, exclusivamente teóricos, imposibles. Sin
Conectadas con las formas de vida, las formas del embargo, esta complejidad de motivaciones presta a
lenguaje son, pues, el suelo sobre el que la «experien- la ética un interés extraordinario, porque en ella apa-
c ia» ética se hace patente. «Toda ética se funda n o rece una clavefundamental para mostrar la vaciedad
solo en presupuestos teóricos, sino en presupuestos de una forma de saber «neutro», que feliz y necesa-
p rácticos»[69]. El l e n guaje, sin e m b a rgo, n o e s u n riamente, acaba enraizando en la praxis. Por ello, los
simple presupuesto práctico. El posible condiciona- esfuerzos que, a pesar de las dificultades, se hacen
miento que el lenguaje presenta, en una teoría ética, para conseguir, en e l d o m i n i o d e l a pr a x is m o r a l ,
e s teórico también. Su p o der i n t ersubjetivo es u n a unos fundamentos racionales, o sea intersubjetivos, y
prueba de esa «teoría» que el lenguaje comporta. Y un acuerdo en determinados principios, prestan a la
teoría quiere decir, en este caso, la presencia de un reflexión una i m p o r t ante experiencia. El alcance de
código común en el qu e pu eden entenderse los dis- una filosofía práctica que pretenda, efectivamente,
tintos usuarios de ese código. Pero, precisamente, el fundar las relaciones que convierten al ind ividuo en
a specto «práctico» de esa teoría surge por el f o n d o ciudadano, no puede dejarde lado el hecho de que
real, por la carga semántica que ese código arrastra. todo «acuerdo r a cional», en é t i ca, se convierte en
Cada individualidad, cada consciencia — si podemos «concordia».
utilizar ya este término — «toma posesión» del código La E. N. está construida sobre tres núcleos funda-
t eórico, de l a s p a l abras d e u n l e n g u aje, d esde l a mentales que, en cierto sentido, expresan ese fondo
exclusiva perspectiva de su b i o grafía personal y, sobre el que parece querer levantarse la «teoría»
Emilio Lledó Memoria de la ética

moral. El primero de ellos se centra en el libro I, en el comienzo de la ética,como programa, va a ir emer-


que, tal vez, se ofrezca, con más claridad, lo que en giendo, paulatinamente, en contextos y en funciones
principio llamaríamos una «perspectiva moral». Esta concretas a lo largo de las páginas de Aristóteles. El
p erspectiva implica que l a i d e a d e h o m bre q u e bien no es objeto separado, una idea sostenida por la
parece dominar en otros libros, la idea de un «hom - reflexión y creada, en consecuencia, por ella. El bien
b re perfecto», que cum pl a «perfectamente» su fu n - surge, en este discurso aristotélico que, indudable-
ción de hombre, adquiere un tinte moral. El segundo mente, fue originado por su conocimiento de la filo-
núcleo gira en torno a una teoría de las perfecciones, sofía de Platón y por las concretas circunstancias de
de las capacidades por las que el hombre alcanza un la política griega, como resultado del «vivir», del «ha-
nivel distinto del que, en principio, le señala su natu- cer», del «pensar». Traduciendo el sentido, más que
raleza animal. A l l a d o d e e s tas «perfecciones», se las palabras, de este arranque de la ética podríamos
levantan también las amenazas de posibles «imper- decir:
fecciones», surgidas por la p r esencia del «egoísmo»,
alimentado por los instintos con los que la naturaleza Todo lo que hace el hombre cuando modifica e
ha marcado y defendido la permanencia en elser de instrumentaliza lo r e al (téchne), y toda búsqueda
cada individualidad. El placer y el dolor son los dos que emprenda (méthodos)y, de la misma manera,
o puestos contrastes a través de los que el i n d i v i d u o cualquier cosa que hace (prDxis) o que elige (proaí-
percibe los niveles de su instalación positiva o nega- resis) aspira a un bien (ío94aí-z).
tiva en la realidad. Un t e rcer n ú cleo lo c onstituyen
los dos libros que Aristóteles dedica al análisis de la L as posibles formas de entrar en contacto el hombr e
amistad, forma suprema de excelencia hum ana, con con el mundo de sus pensamientos, y con la realidad
la que conecta una determinada interpretación de la que le circunda y a la que maneja y modifica, son el
felicidad y de la vida intelectual. s uelo sobre el q u e s e l evanta esa atracción qu e e l
El comienzo de la Etica Nicomáquea expone un pro- bien parece ejercer sobre él. Pero el bien es una pala-
yecto metodológico y, al m i smo ti empo, presenta bra que posee un determinado contenido, y que no
también algunos de los conceptos claves de su inves- brota de la contemplación teórica, sino de la historia
tigación. Las primeras líneas nos abren ya un domi- individual de cada hombre. En el centro de su activi-
nio del pensamiento humano orientado por una idea dad, en cualquier proyecto emprendido, surge un
fundamental: el bien. Pero este bien que aparece, al sentido que se integra, como sustancia, en esa activi-
Emilio Lledó Memoria de la ética

d ad y en ese proyecto. Pero si el b i e n r e side en l a d ad so n m a n i f e staciones d e e s a « a d ecuación a l


misma orientación y estructura de sus obras, si está mundo real que le rodea». Este significado esencial
inserto en la cadena de la vida, ese bien quedará con- estará presente después de un largo recorrido, cuyas
dicionado a las formas que esa vida adquiera. Es evi- etapas no es ahora el momento de detallar, en la filo-
d ente que esa in serción de l b i e n e n l a v i d a d e l a sofía práctica de Aristóteles.
«naturaleza» tiene una señal característica que con- E n Aristóteles, el bien c o n serva la estructura d e
s iste en «p erdurar» en l a e x i s tencia. Pero e l b i e n ese engarce con l a c i r c unstancia y co n l a h i s t o r i a.
humano, aunque conserve el enraizamiento im p res- Pero el horizonte se ha ampliado extraordinariamen-
cindible en esa naturaleza que, sustancialmente, lo te. Laadecuación a una forma de sociedad como era,
constituye, presenta sobre esa estructura sustancial en principio, la aristocrática que Hornero refleja, no
múltiples variantes. La historia de sus significaciones permite ya la escueta simplicidad de un b ien que se
muestra ya, por un l ado, el imprescindible funda- expresa, monótonamente, en el estadio elemental de
mento natural que, en su forma extrema de egoísmo, la lucha, del nacimiento noble, de la capacidad para
indica la firmeza de su instalación en la naturaleza, y, superar dificultades. Ese bien está, en cierto sentido,
por otro lado, las distintas manifestaciones bajo las hecho. Solo basta, para cump l i r lo, el realizar deter-
que el bien se expresa, «variando», en la cultura, su m inadas acciones, en f u n c i ó n d e e s e c o n c r eto y
fundamento natural. c errado esquema s o cial d e l q u e f o r m a m o s p a r t e .
Por ello, agathón significará, en los primeros textos Pero el bien qu e a r r astra al h o m b r e a r i stotélico se
homéricos, algo así como «bien nacido», «bravo», «va- enfrenta, previamente, a esos cuatro sustantivos con
liente», «habilidoso», etcétera; no t i e ne, po r c o n si- que abre laÉtica Nicomáquea: téchne, méthodos, praxis,
g uiente, e l s e n t i d o «moral» que va a adquirir proaíresis.
posteriormente. La mayoría de estos significados, no La téchne es una forma concreta de «realización»
son sino variación «cultural» de ese «bien de la natu- de la praxis, una solidificación del dinamismo que la
raleza». La cultura, sin embargo, modifica el origina- praxis comporta, y que se plasma en las obras de la
rio sentido. El agathón del personaje homérico, se mente y, sobre todo, de las manos. El méthodos es una
mide en función de su capacidad de dominar y ven- perspectiva su bjetiva, u n t é r m i n o e m i n e n t emente
cer su circunstancia, de sobresalir en ella, de «especi- filosófico y qu e P latón (Fedro, zyoc; SoPsta, 2I8d)
ficar su ser», en la «forma» más adecuada que la incorporará al vocabulario científico. La praxis seña-
c ircunstancia concreta le exige. El valor o l a h a b i l i - la, a su vez, toda esa serie de relaciones que, en el

lGO (I
Emilio Lledó Memoria de la ética

mundo objetivo, imprimen la actividad hum ana. Los san que su objeto es el bi en, y o t ros que es el bi en
textos homéricos nos hablan d e l a pr a xis como aparente (phainó menon)» (III3aI4-I5).
«transacción», «negocio», «bue n r e s u l t ad o d e u n El hecho de que ese agathón no se presente en el
empeño». La proaíresis se refiere al mundo de la inti- horizonte ideal de un saber demostrable (Io94b24 y
midad, a un mundo dentro del sujeto, que pesa y cal- s s.), sino como «aspecto» condicionado a m ú l t i p l e s
cula su decisión práctica. Sometido a la influencia de instancias, hace radicar la ética fuera de un p o sible
todas las posibilidades que estos cuatro términos pre- dominio de «valores» inmutables, o de palabras cuya
sentan, elbien aparece ya identificado con un «hom- máscara no permitiese ver las intenciones, los inter-
b re e n e l mu n d o», q u e t i e n e q u e e l e gi r s u eses y deseos de quien la pronuncia. Pero, en este
conveniencia. «Se ha dicho, por ello, con razón que el momento, la ética está ya fuera también del ethos, y se
bien es aquello hacia lo que todas las cosas tienden» orienta hacia un territorio nuevo en el que la delibe-
(Io94»-3) [7o]. ración, la elección, las pasiones, el deseo, la actividad,
los fines, la voluntad acotan el espacio humano, el
discutible y «aparente» espacio de la libertad.
I3. LIBERTAD Y BIEN El que esta «apariencia» del bien pueda hacerse
presente, está condicionado a esa diferencia de fines
El problema de este agathón hacia el que todos tien- (télos). Phainómenon y télos están, en muchos momen-
d en va a p r esentar, consecuentemente con t od a l a t os, un i d os. L a a p a r i en cia, e l « f e n ó m eno», e s e l
estructura de la ética aristotélica, la perspectiva histó- momento de síntesis entre los sentidos y una posible
rica de su «bondad». En la República (VI, 5o5d5 y ss.), realidad. El ser de ese fenómeno es su «forma de ser
Platón había indicado que «con respecto a lo justo y a percibido», y en esa forma i n t ervienen una serie de
lo bello muchos optan por las apariencias, en cambio factores del lado del sujeto y de las concretas circuns-
con respecto a lo bueno nadie le basta poseer lo que tancias de su percepción. El bien queda ya despren-
parezca serio (dokounta) sino que buscan lo que es (ta d ido d e c u a l q u ie r h o r i z o nt e m í t ic o o i d e a l , p a r a
ónta zetousin), desdeñando las apariencias». En rela- derramarse por la red intersubjetiva del lenguaje y de
ción con esto, y en u n p a saje del l i bro II I d o n d e se la individualidad. A eso colabora, en el texto de Aris-
habla de la «elección» y de la determinación de la tóteles, el térm ino té los. La tra ducción de té los por
voluntad, Aristóteles escribe que «la voluntad (boú- «fin» no dej a de com por t a r un a ci er ta
leusis) tiene por objeto un fin (télos),pero unos pien- impropiedad [7r].

l G2 rl d'J
Emilio Lledó Memoria de la ética

En la perspectiva de esos distintos bienes, los fines 5-6). La actividad no p u ede mantenerse en la exclu-
n o son entidades objetivas, situadas ante el i n d i v i - siva esfera de su energía, y como el movimiento de la
u
duo, para que este, vistas las cualidades que esos nes le naturaleza produce sus frutos y cuaja en determin a-
presentan, d etermine su d e c isión. El f in e s , p or a s í d as realidades, así e l d i n a m i sm o d e l s u j et o q u e
decirlo, un «constructo». No es una realidad, sino una aspira al bien produce sus propias obras.
realización [72]. El bien es, pues, aspiración y p r o d u c to. Pero su
Dos verbos configuran sobre el m i smo campo estructura o n t o lógica se d i spersa entre t o do s esos
semántico el sentido de télos. Téllo significa algo así fines, actividades y praxis que se levantan de la situa-
como «cumplir, hacer nacer» o «salir, levantarse un ción histórica en l a qu e e l s u jeto está instalado.
astro»; teléo significa «terminarse, cumplirse, ejecutar, Frente al bien ideal, especulado en la m ente y alen-
ejercer» [73]. tado por la tradición, por el éthos, por los hábitos
E sta diversidad de fi n e s p a rece provenir d e q u e colectivos, por el lenguaje épico, etcétera, el bien de
unos son «energías» (enérgeiai) y otros son los resulta- Aristóteles surge como una em presa humana, como
dos de esas energías, las «obras» (érga) (I094a4-5) [74]. una tarea que hay que realizar, desde aquellos presu-
El que, en este contexto, surjan los términos enérgeia puestos que sus análisis van a intentar delimitar.
yérga se relaciona con el sentido de télos al que se ha Es interesante observar cómo, en e stas pr i m eras
hecho alusión. Efectivamente, los «fines» son activi- líneas de E. N., se diversifican esas posibilidades de
dades, «energías»; pero las energías tienen su origen sentidos y o b j e tivos (téle) conforme l a s energías se
en el sujeto mismo en el que tales energías se produ- especifican como praxis,como téchne,como epistérne
cen. La tendencia al bien queda, por consiguiente, (I094a7-8). Cada una de estas técnicas o saberes con-
supeditada a esos fines que, al par, son y radican en centran su «energía» en un té los determinado. Pero
sus propias energías. El bien con que se abre laÉtica ese télos prolifera, como bien, al constituirse en resul-
Nicomáquea es, pues, un b i e n c o n s truido, educado, tado de determinadas acciones alentadas por proyec-
formado en la misma «consciencia» de un sujeto real, t os y m e t a s q u e s e en r a i za n e n el e c c i ones y
que, por s u p u esto, p u ede l l e gar a o b j e t ivarse, de decisiones.
alguna manera, en sus propias érga. Por eso, sigue el «Si, pues, de los actos (prakton) hay algún fin (télos)
texto: «en los casos en los que hay algunos fines (téle) que queramos por sí mismo, y las demás cosas por
aparte de las acciones (práxeis), las obras son natural- causa de él, y lo qu e elegimos no está determinado
mente preferibles a las actividades (enérgeiai)» (I094a por otra cosa — pues así el proceso seguiría hasta el
Emilio Lledó Memoria de la ética

infinito (á peiron),de suerte que el deseo (órexis) sería en la m i sm a t r a ducción u sual del ár i ston. Efectiva-
v acío y v a no —, es e v i d ente qu e e st e fi n s e r í a l o mente, en ese contexto, áriston s e suele traducir por
bueno (agathón) y lo mejor (áviston).¹No es verdad, bien supremo[76], lo que, indudablemente, se presta
entonces, que su conocimiento (gnosis autou) tendrá a algunos equívocos, por ejemplo, a una platoniza-
un gran peso en nuestra vida y q ue, como arqueros ción del bien, e incluso a una consideración teológica
que apuntan a un b l anco, alcanzaríamos mejor el del mismo. Pero resulta que, unas líneas después, se
que debemos alcanzar7» (I094aI8-24). va a definir ese «bien-mejor» como la «política» que
Nuestros actos conllevan una especie de sentido o es capaz de englobar y dar sentido a los distintos bie-
fin. Nada puede quedar en el vacío de su propia acti- nes menores.
vidad. Esos actos configuran, por c o n siguiente, sus Pero hay un bien que queremos por sí mismo. Este
objetivos, su télos, que no es independiente de lo que objetivo pr i n cipal y fi n a l l o e s p o r q u e p r esenta el
los produce, sino que está engarzado en ello. No hay, momento fundante de la actividad humana. Sin él,
pues, un horizonte de fines y hom b res que, movidos los actos individuales, incluso sus productos, sus érga,
por predeterminados mecanismos, los persigan, sino desaparecerían al carecer de un h o r i zonte que pres-
q ue el su p uesto fi n e s a lg o i n t r í n seco a l a m i s m a tase su c o n sistencia y p r o y ección a l a s d e s oladas
estructura de las acciones. Esa estructura está, a su cosas. El télos, querido por sí mismo, centra también
vez condicionada por todo el conglomerado histórico nuestro «deseo» (órexis) para evitar la proyección al
que subyace a E. N. y por el lenguaje que lo expresa. «infinito» (á peiron) [77]. Cuando, efectivamente, la
L a teleología ar istotélica es, po r c o n s iguiente, u n voluntad se dirige hacia ese bien o ese télos, todas las
concepto que espera una profunda revisión, ya que, o bras h u m a nas e n t ra n e n l a p e r s p ectiva d e u n a
de entenderlo en e l sentido «finalista», produce un s ubordinación. Esta su puesta j erarquía n o e s o t r a
horizonte de objetivos inmóviles, de planos ideales cosa que la necesidad de una fu n d amentación en el
que se desplazan ante los ojos pasivos. Afirmar, por orden del mundo histórico, en el mundo de un nuevo
consiguiente, como pretende Düring, que «la teleolo- éthos fruto de la polis, de las relaciones que en ella se
gía en Aristóteles representa el mi smo p apel que l a establecen y de los pl anteamientos «empíricos» con
teoría de las ideas para Platón»[75], hace pensar que los que Aristóteles va a sembrar su filosofía.
e ste concepto necesita, como otros muchos de la f i l - La tensión del que apunta a un blanco, del arquero
osofí griega, de un nuevo o, al menos, renovado plan- que sabe dónde envíala fl
echa, repercute en la vida.
teamiento. Todo ello se pone también de m anifiesto El conocimiento (g nosis autou) que n o s e p r o y e cta
Emilio Lledó Memoria de la ética

inútilmente en el in fi n it o d e un a p o sible cadena de ciudades (E. N., I, 2, I094a24-I094bIQ ).


bienes parciales y sin contexto, tiene «un gran peso
en la v i d a». Un s aber, pues, práctico, una fi l o sofía El concepto de tgpos, al principio del texto, marca
práctica cuya esencia es conocer el límite de sentido u na l i m i t a ción e n e l dom i n i o g n o s eológico. N o
y finalidad d e c u alquier p r o p uesta teórica. Ello d a puede conocerse con detalle todo este amplio campo
fuerzas para la vida, o sea, inserta en el ámbito gene- que Aristóteles intenta roturar. Tgpos significa ya, en
ral del desarrollo h u m an o l a esencial pero l i m i t ada e l momento e n q u e A r i s t óteles lo e m p l ea, u n d i s -
empresa del saber. curso que solo puede formularse en sus «rasgos esen-
c iales» [78]. El gr a d o de pre c i sión que, por
Si esto es así, debemos intentar determinar a gran- consiguiente, podamos alcanzar tiene que ver con la
des rasgos (tgpoi), al menos, cuál es este bien y a materia sobre la que trata (hgpokeiménen hglen) (I094-
cuál de las ciencias o facultades pertenece. Parece- bI2). Del texto anteriormente citado, y tan interesante
ría que ha de ser la suprema y directiva en grado por diversos conceptos, quiero destacar únicamente
s umo. Esta es, m a ni fiestamente, l a p o l í t i ca. E n dos aspectos. En primer lugar, el hecho de que Ari s-
efecto, ella es la que regula qué ciencias son nece- tóteles acepte la p o l í t ica com o s aber d o m i n a nte y
sarias en las ciudades y cuáles ha de aprender cada organizador, porque se sirve de las otras ciencias y
uno y hasta qué extremo. Vemos, además, que las legisla sobre «qué se debe hacer y de qué hay que
facultades más estimadas le están subordinadas, huir». La praxis individual queda así supeditada a un
como l a e s t r ategia, l a e c o n o m ía, l a r e t ó r i ca. Y orden más amplio, el bien de la ciudad. Se concreta
puesto que la política se sirve de las demás cien- a quí toda una l arga experiencia política que cul m i -
cias y prescribe además qué se debe hacer y qué se nará en la democracia ateniense. El bien de la ciudad
debe evitar, el fin d e e ll a i n c l u irá los fi nes de las que había tenido, en la República de Platón, uno de
demás ciencias, de modo que constituirá el bien s us primeros defensores, encuentra, en e l t e xt o d e
del hombre. Pues aunque sea el mismo el bien del Aristóteles, su formulación más clara y en un contex-
individuo y el d e l a ciudad, es evidente que es to, además, donde la ética empieza a funcionar en el
mucho más grande y más perfecto alcanzar y sal- espacio que l e d a s entido y d o nd e e l i n d ividuo
vaguardar el de la ciudad; porque procurar el bien adquiere su más amplia resonancia. Una órexis, pues,
de una persona es algo deseable, pero es más her- que no cae en la «vana y estéril» repetición infini t a.
m oso y divino conseguirlo para un p u e blo y p a r a La política salva la soledad del in d ivi duo, la sole-
Emilio Lledó Memolia de la ética

dad de un a é t ica q ue, contradictoriamente i n c l u so i4. DRAMATIS PERSONAE


con su misma etim ología, fuera aposento y m o r a d a
de una consciencia que solo se habita a sí misma. La Como anteriormente se ha indicado, el texto aristoté-
diferencia, sin embargo, con el viejo sentido del ethos, lico, al menos el que ha llegado hasta nosotros, pre-
suelo colectivo de la cultura y orientador de compor- senta u n a in n e g a bl e o r i g i n a l i da d f r e n t e a sus
t amientos, consiste en el h e ch o d e q u e l a é t ica d e p recursores. Pero no s ol o p o r l o q u e r e specta a l a
Aristóteles exige el replanteamiento total de una teo- estructura de su prosa, sino también en cuanto a los
ría del bien y la justicia en el marco de las relaciones «personajes» que van a intervenir en ella. En la época
humanas, y en la reflexión sobre la propia conciencia presocrática aún desfilan, por los restos de sus escri-
individual, que deja ver, a través del lenguaje que la tos, o por las referencias posteriores, términos míti -
constituye, la estructura d e l o s e l e m entos q ue, en cos o, al m e n os, palabras que funcionan como
ella, produce la praxis. p ersonaje de u n c i el o t e ó r ico d i stante y, en b u e n a
parte, inasequible. El «ser», la «verdad», lo «indeter-
minado», el «fuego», el «amor», el «odio», la «mente»
representan su papel, rodeándose de un lenguaje que
les salva de proyectarse en un horizonte significativo
que ponga en crisis su poder de alusión. La redondez
del «ser» de Parménides, su clausura y perfección, ha
contagiado a esta terminología que rueda poderosa,
pero grandilocuente, por el primer escenario de la
filosofia. Algo hierático conserva aún este lenguaje
que, como el de la tragedia, va a manifestarse a través
de una máscara sin gesticulaciones, a pesar de que en
el rostro que la ll eva aliente la pasión, la contradic-
ción y la vida que el prósopon, «la máscara», unifica.
La sofística sirvió para desenmascarar estos rostros
y descubrir en ellos la ambigüedad, la arbitrariedad
y, en defini tiva, l a e x i s tencia. T od o e s e u n i v erso
jugoso y contradictorio que la sofística despierta, se

270 (I 271 rl
Emilio Lledó Memoria de la ética

mueve en Platón, y las palabras empiezan a abando- ción» (kakopátheia), «insensibilidad» (anaisthesía), son
nar el lugar de un discurso preeminente y hierático, algunas de las palabras que forman el mosaico por el
a unque, frecuentemente, estén c o n t r oladas po r l a q ue Aristóteles va a h a cer resbalar su t e o ría d e l a
sabia ignorancia del «hombre más justo de su tiem - bondad y la felicidad, de la vida práctica y la vida
po» (Platón, Carta VII, 324e). intelectual.
La prosa de Aristóteles, en la ética, va a traer una L os análisis d e A r i s t ó teles n o s e m u e v en , s i n
manera nueva de mirar las palabras. Bien es verdad embargo, en un a m er a d escripción m e t alingüística,
que los sofistas habían iniciado una «revolución lin- en la que los términos se definiesen con otros térmi-
güística» en su forma de analizar el lenguaje; pero los nos. Aunque el «m edio» (méson), c omo terri torio a l
t érminos «análisis» y «analítico» son térm i nos em i - q ue se circunscribe su f a m osa teoría del «térm i n o
nentemente aristotélicos, que responden a un a acti- medio», sirva para establecer las tensiones que confi-
tud intelectual y metodológica, donde las palabras de guran la retícula que establece el sentido de las pala-
su tiempo, los conceptos usuales van a ser «experi- bras analizadas, detrás de cada una de ellas alientan
mentados» como protagonistas en el escenario de la los comportamientos que han constituido sus signifi-
filosofía. cados. Es, pues, la vida social, las situaciones concre-
El núcleo central de la Ética Nicomáqueay de la tas de un cuerpo hu m a no, en el m u nd o h i stórico, al
Eudemia l o c o n stituyen el e s tablecimiento de u n o s que se enlaza por la estructura misma de todo lo que
campos semánticos que van a a r t i c u lar l os d esplaza- vive en ese cuerpo, lo que ofrece el material de su éti-
mientos y establecer la situación de los términos que ca. Entre múltiples, solo un par de ejemplos: en un
expresan la sensibilidad ética y dianoética. «Felicidad» apartado del libro II I d o nd e se describe el valor y la
(eudaimonía),«elección» (proaíresis), «obsequiosidad» valentía se dice: «De los qu e se exceden, el qu e se
(aréskeia), «avaricia» (aneleuthería), «indignación» (né- excede por falta de temor carece de nombre (anony-
mesis), «valentía» (andreía), «sensatez» (sophrosgne), mos) — ya hemos dicho antes que muchos de estos
«prodigalidad» (asotía),«fanfarronería» (aladsoneía), modos de ser no tienen nombre — ; pero sería un loco
«justicia» (dikaiosg ne), «simpleza» (euétheia),«mez- o un insensible si no tem i era nada, ni terremoto, ni
quindad» (mikroprépeia), «firmeza» (kartería), «pudor» las olas, como se dice de los celtas. El que se excede
(aidos), «veracidad» (alétheia), «dignidad» (sernnótes), en audacia respecto de las cosas temibles es temera-
«prudencia» (phrónesis), «mansedumbre» (praótes), rio (thrasgs). Este parece ser también un j a c tancioso
«temeridad» (thrasgtes), «adulación» (kolakeía), «aflic- con apariencia de v a l or; al m e n o s q u i ere m a n i fes-

' 72 ( I d 'J
Emilio Lledó Memoria de la ética

tarse como un valiente frente a lo temible, y por tanto deseos, compromisos, imágenes, se empieza a desha-
le imita en lo que puede. Por eso la mayoría son unos cer el viejo ethos,aquella estructura que ha ido levan-
cobardes jactanciosos, pues despliegan temeridad en tándose durante siglos, y que constituye el ideal en el
tales situaciones, pero n o s o p o rtan la s cosas temi- que se ha reflejado la historia de un grupo humano y
bles» (III5b25-34 ). En el libro IV, hablando de la prodi- de su lengua.
g alidad y l a a v aricia, en u n a p a rtado l l eno d e Por ello, la ética de Ar i stóteles se detiene en esos
sutilezas psicológicas y semánticas, dice Aristóteles: e studios «term i n ológicos». Ha y q u e c o n s t r ui r u n
suelo desde el que hablar. Un suelo de palabras que,
Los que reciben nombres tales como tacaño, mez- arrancando de laobservación, de la mirada, puede ir
quino, ruin, todos se quedan cortos en el dar, pero reflejando una teoría en la que descubrir los resulta-
n o codician lo ajeno ni q u i eren tom arlo: uno p o r dos del obrar hum ano. La ética tradicional no permi -
cierta especie de honradez y por precaución de lo tía esta mirada. El suelo de la ética se movía con un
que es indigno... otros se abstienen de lo ajeno por p ausado mecanismo h o m o geneizador en e l q u e s e
t emor, pensando que no es fácil que uno t om e l o plasmaban ideales y sueños de los hombres engran-
de los otros sin que los otros tomen lo de uno; pre- decidos por el mito. Pero la ética de Aristóteles cons-
fieren, pues, ni dar ni tomar (II2Ib23-30 ). truye el nuevo suelo de un ethosdesmitificado, donde
se habla de pequeñas pasiones también, de mínimos,
Con los nombres, el ethos va emergiendo, lentamente, m ediocres intereses y, por s u p u esto, de m o m e n t o s
del entramado de la vida. Y ese ethos se solidifica por supremos de la i n t eligencia y el d eseo. La aparente
una repetición de actos a los que mueven las pasio- trivialidad de algunas de sus descripciones, tantas
nes históricas, las reflexiones, los i n t ereses que se veces mal entendida, expresa no solo la r u p t ura del
articulan y pugnan en lo colectivo. Pero no sabríamos viejo ethos, sino la idea fundamental de que es el
hablar de ello, no sabríamos pensarlo, ni entenderlo, hacer del hombre, en todos los aspectos posibles, en
si esos comportamientos que son vida y em p u jan l a todas sus concreciones posibles, quien constituye la
vida no fuesen dejando en ella sus palabras. Porque única materia que la ética maneja.
existir solo existe un cuerpo que, en principio, quiere L a ética d e A r i s t óteles n o p r e t ende, po r c o n s i -
mantenerse en la existencia empujando por el pode- guiente, especular un a t e o rí a d e ese hacer, cuanto
roso empeño de los instintos. Pero desde el momento describir lo que la observación del lenguaje y de la
en que a p arecen en l a é t i c a t o do s esos i m p u l sos, vida le presenta. De ahí también la peculiar «estruc-
Emilio Lledó MemoIia de la ética

tura lingüística» en la que nos habla. Parece como si de los límites de un th eorein, a sfixiado en su p r o p i a
en ella, Aristóteles fuera consciente de algo que han apraxía. La simple comunicación no añade nada a los
olvidado un a b u en a p a rte de la s fi l o sofías morales objetos reales, impasibles ante todo decir sobre ellos,
contemporáneas. Efectivamente, el d i scurso qu e se si no cuaja, a su vez, en gestos prácticos, en institucio-
funda en una terminología y que, sobre ella, necesita nes y normas que modifican las relaciones humanas
construir otra — una especie de metaterminología- y posibilitan sus obras.
para referirse a la pr i m era, acaba vallando sus pro- El contenido histórico de lo real humano es, preci-
pias posibilidades y perdiendo de vista la filosofía samente, lo que presta a la inteligencia, a la mente, su
práctica, la fil
osofía
del hombre que Ari s tóteles insis- ineludible comp r o m iso. Una l arga tradición m e n t a-
tente y repetidamente busca. Por eso, su lenguaje es lista que tuvo sus orígenes en los griegos ha olvidado
u n lenguaje comp r om etido, o sea u n l e n g u aje n o - algo que, sin embargo, también se originó con ellos:
enmascarado en las palabras redondas y sin contor- la no existencia de una mente que piense desglosada
nos de la tradición. de su cuerpo, de su historia y de su época. La mente,
E fectivamente, el pensamiento qu e n o s ale de l a o todo a q u e ll o q u e e n c i erra ese t é r m i no , a u n q u e
m ente mi sma qu e l o p r o d uc e acaba m arcando l o s p udiera f u n c i o na r e n c i e r t o s á m b i to s c o m o u n a
límites de una cerrada subjetividad. El lenguaje, por razón «pura» sometida solo a «leyes racionales» que,
el hecho de serlo, puede establecer una posible en muchos casos, se han denomin ado científicas es,
salida al q u e b rar l a c l a u sura d e c ad a c o n sciencia la mayoría de las veces, un producto histórico, o sea
i ndividual e i r r u m p i r , i n t e r subjetivamente, e n l o s un producto corporal que arranca ya de la propia
otros individuos; pero de todas formas esta intersub- naturaleza q ue organiza y c o n t rola ese cuerpo.
jetivización puede, a su vez, cerrarse en un bloque, Somos, pues, un organismo natural qu e «piensa», y
individualizado también a su m a n era, e incapaz de e se pensamiento es t a m b ién d e seo, pasión y t o d o
ninguna modificación que se extienda más allá del aquello que presiona sobre el cuerpo, sobre el hom-
espacio de la simple consciencia. Una intersubjetivi- bre, impri m i éndole con esas «presiones» el sello de
dad que no toque la realidad se convierte, a su vez, en lo real, a lo que en ningún momento podría escapar.
a lgo abstracto e i d e al . E n c o n s ecuencia, l a m e r a Pero esta realidad que acosa al hombre está consti-
comunicación por el l e n guaje de las distintas cons- tuida por lo que, en primer lugar, nos llega de ese
ciencias que, hasta cierto punto, pudieran «entender- m ismo c u e rp o c o m o o r g a n ización d e i n s t i n to s y
se» en esos actos comunicativos no alcanzan más allá pasiones; y, además, de la génesis de ese cuerpo, de la

'7(> (I 277 (I
Emilio Lledó MemoIia de la ética

matriz de la lengua con la que se ha encontrado y de En las primeras páginas de la Ética Nicomáquea
las otras instituciones, familia, educación, etcétera, a parece ya la síntesis del vivir b ien y e l o b r a r b i e n
que, en todo m o m ento, han cercado su desarrollo y que señalan el marco general en el que dibujar al
evolución como simple naturaleza. «hombre excelente» (E. N., I, 4, IO95aI4 ss.; véase tam-
De entre las palabras que sobresalen en las páginas bién E. E., I, 2, I2I4a9 y ss.). Este vivir y obrar bien se
d e la ética, hay al gunas que r e presentan u n p a p e l concretan en las tres formas de vida que A r i stóteles
d estacado y que, en cierto sentido, sirven como h i l o e studia. Tres formas de v i d a q u e s e c entran e n l a
para engarzar su teoría. Como actores principales del «vida del cuerpo» (bíos apolaustikós), en la «vida con
drama ético voy a referirme, concisamente, aalguna los otros» (líos politikós), en la «vida con las ideas, con
de ellas. las palabras, con la mente» (híos theoretikós) (E. N.,
I095bI7-I9 ). Estas tres formas de vida tienen relación
a) Eudaimonía con los tres ámbitos en los que se desarrolla la exis-
La traducción de eudaimonía por «felicidad» es una tencia humana. La posible felicidad de la vida del
limitación del d o m i ni o más am p lio qu e abarca. Los cuerpo es fundamento y sustento de las estructuras
t estimonios más antiguos indican qu e este térmi n o originarias de la realidad humana. Sin la defensa de
quiere d e ci r « p r o speridad», «posesión d e b i e n e s» esta realidad no es posible levantar sobre ella aque-
(Heródoto, I, Igg), aunque hay textos en que, unido a llos otros territorios que albergan la cultura y la hi s-
ólbios (Hesíodo, Op. 826; Teognis, IoIg), parece impli- toria. El problema radica, sin embargo, en el hecho
car un estado de paz, de serenidad interior. De todas de que la experiencia muestra que estas formas de
formas, algo de su propia etimología perdurará en vida se oponen, e incluso se destruyen mutu amente.
este concepto.Tener un buen «demonio», buena for- Por razones que ahora no es el momento de determi-
tuna, buena suerte, es algo que parece venir de unos nar, la historia de la felicidad, al menos en el desarro-
poderes que se escapan a nuestra voluntad y a nues- llo de la teoría m o ral, ha establecido m u chas veces
tros deseos. Por ello, ser theophilessupone una gracia enconadas tesis para fundar l a p r eeminencia de
en la que se conjugan ajenos designios y una cierta alguna de estas vidas sobre las otras. Precisamente
predisposición de la psyché[79]. Pero no hay todavía, por ello han surgido problemas y aporías morales
ni siquiera en Platón, una reflexión amplia sobre la que han l l evado c onsigo d u ro s en f rentamientos, y
eudaimonía que conecte aquellos miembros que arti- que han provocado ásperas dificultades en la organi-
culan una teoría del obrar humano [8o]. zación social. La filosofía de Epicuro, en su defensa
Emilio Lledó Memolia de la ética

del cuerpo y de l gozo, representaría la acentuación d ad con l a b u e n a s u erte, m i e n tras qu e o t ro s l a


de un problema ante la hipocresía teórica de las que, identifican con la virtud (areté) (E. N.,I, 8, I099a3I-
por defender el predominio de las ideas o mejor de I099b8) [8I].
las ideologías, predicaban, para otros, la condena del
cuerpo que ellos, sin embargo, cínicamente e insoli- La vida política aporta también a la eudaimonía un
dariamente privilegiaban. componente esencial. Con él se destruye aquella teo-
P ero la t e o rí a d e l a f e l i c i da d n o p e r m i t e e s o s ría del destino, en el que este aparece como don gra-
enfrentamientos, aunque, evidentemente, surgieran t uito, concedido a aq u ellos que adecuaron su v i d a ,
en cada individuo los inevitables acentos y preferen- más o menos aparentemente, al dictado de la ideolo-
cias en relación con el predominio práctico de una de gía propuesta po r d i s t i n tos p o d eres. «En la é p o ca
esas vidas. La vida del cuerpo, cuya caricatura podría homérica, la m o ral n o e s a u t ón oma, sino qu e e stá
ser el hedonismo sin sustancia, ya ocupa el corres- incorporada a r epresentaciones religiosas» [82]. Pero
pondiente lugar en la ética de Aristóteles. cuando la eudaimonía surge como consecuencia de la
actividad política, desciende «del cielo a la tierra». La
Es evidente que la felicidad necesita también de eudaimonía se convierte, entonces, en un a e m p r esa
los bienes exteriores [...] pues es imposible o no es colectiva, en algo que se construye desde la harmonía
fácil hacer el bien cuando no se cuenta con recur- ciudadana y que excluye los deseos del individuo
s os. Muchas cosas, en efecto, se hacen por m e d i o limitado al territorio exclusivo de su corporeidad. La
de los amigos o de la riqueza o el poder político, vida que mide su bienestarcerrado en el goce que no
como si se tratase de instrumentos; pero la caren- irradia más allá de su propia saturación, no alcanza
cia de algunas cosas, como la nobleza de linaje, el privilegio de la lucha por la solidaridad que es, en
buenos hijos y belleza, empañan la dicha; pues el fondo, la mayor y m á s exigente empresa política.
uno que fuera de semblante feísimo o mal nacido Esta apertura del cuerpo qu e encuentra otros cuer-
o solo y sin hijos, no podría ser feliz del todo, y pos transfiere la idea de felicidad, de la órbita de la
quizá menos aún aquel cuyos hijos o amigos fue- suerte, la resignación y el destino, a la de la realiza-
r an c o m p l etamente m a l o s , o , s i e n d o b u e n o s , ción, la dialéctica, la creación, dentro de las condicio-
hubiesen muerto. Entonces como hemos dicho, la nes de posibilidad de los hombres que luchan por
felicidad parece necesitar también de tal prosperi- entender el mu nd o de la naturaleza, y por construir
dad, y por esta razón algunos identifican la felici- el mundo de la sociedad.
Emilio Lledó MemoIia de la ética

Por ello,
Y si esto es así, resulta que el bien del h o m bre es
es absurdo hacer del hombre dichoso un solitario, una actividad del alma de acuerdo con la virtud
porque nadie, poseyendo todas las cosas, preferiría (areté), y si las virtudes son varias, de acuerdo con
vivir solo, ya que el hombre es un ser social y dis- la mejor y más perfecta, y además en una vida
p uesto por la n at uraleza a vivir con o t r o s [...]. En entera (en bíoi teleíoi). Porque una golondrina no
efecto hemos dicho al principio que la felicidad es h ace verano, ni u n s ol o d ía, y así tampoco ni u n
una cierta actividad (eudairnonía enérgeia tis estín), y solo día ni un instante bastan para hacer venturoso
la actividad, evidentemente, es algo que se produ- y feliz (E. N., I, 7, Io98aI6-2I).
ce, y no algo como un a p osesión. Y si el ser feliz
radica en vivir y actuar, y la actividad del hombre Como ha señalado Dirlmeier[83] la expresión téleios
bueno es por sí misma buena y agradable — como surge como rechazo de todo aquello que no ha
hemos dicho al principio — y lo que es nuestro es logrado alcanzar su télos. «Nada incompleto (a-teles)
también agradable, y somos capaces de percibir a es feliz, al no ser un todo» (E. E., II, I, I2I9b7). En E. N.
nuestros prójimos más que a nosotros mismos... (E. (I, Io, IIooaIo ss.) plantea Aristóteles, con el ejemplo
N., IX > 9) II 69bI7-33). de Solón, el problema de la felicidad del hombre que
no es tal felicidad, si no se puede alcanzar a ver el fin
Esta actividad que define a la eudairnonía rompe la (télos horan). Pero, independientemente de esta idea
pasividad del éthos, la mo n o tonía de l os c omp o r ta- «cronológica» de la felicidad que apuesta por la cohe-
mientos que estereotipa el poder, o los múltiples veri- rencia de un p r o ceso en l a h i storia i n d i vi du al, esta
cuetos por los que la violencia se enmascara. Pero la obsesión aristotélica por la continuidad y la totalidad
enérgeia que construye la felicidad necesita manifes- indica, entre otras cosas, una teoría de la temporali-
tarla con «acciones llenas de sentido» (praxis meta dad inserta en la historia y en el entramado de la
lógou). La praxis con lógos no señala solo la salida del ambigüedad e, incluso, del azar que cercan a la exis-
mero h o r i zonte d e l a n a t u r aleza, sino q u e i n s erta tencia. Estar dispuesto a responder adecuadamente a
cualquier teoría de la acción hum ana en la esfera de ese rostro mu l t i f o rm e e i m p r evisto de la v id a signi-
la intersubjetividad, de l l ógos qu e es, c onstitutiva- fica que, por parte del individuo, es preciso levantar
mente, un don m ú l t i p le, compartido, y en in cesante defensas que no sean ni azarosas ni ambiguas. Esto
desarrollo. es, precisamente, lo que quiere decir areté. El virtuo-
Emilio Lledó Memoria de la ética

sismo de cada biografía radica en ese «modo de ser sea en el espacio colectivo que le corresponde, pero
selectivo que consiste en un término medio relativo a interpretado no c om o r e siduo d e l a v i o l encia, sino
nosotros, determinado por el lógos y por aquello por como quehacer de armonía y solidaridad [84].
lo que d ecidiría el h o m b r e p r u d e nte» (E. N., I I , 6 , La terceraforma de vida, la vida teórica, ocupa un
íro6b35). desarrollo importante en el libro X. En una jerarquía
El hábito o m o d o d e ser (h éxis) e s fru to d e u n a de valores en función de l a f elicidad, parece que
temporalidad qu e se d esgrana, no e n e l « i n stante» aquella forma de vida que cultive lo m ejor qu e h ay
que abre y clausura un tiempo sin discurso, sino en el en el hombre será la mejor vida y la más feliz (X, 7,
t ranscurrir d e o t r a f o r m a d e t e m p o r alidad qu e s e íí77aíz-r3). Sin embargo, a pesar de las bellas páginas
hace en el vario tejido que la praxis urde. Al enlazarse que Aristóteles dedica a explicar las excelencias de la
con la temporalidad, la praxis se convierte en empre- vida teórica, a pesar de la insistencia de la autarquía
s a, en proyecto, en creación. Frente al h acer de l o s del sabio, se percibe ese ensamblaje necesario, en el
dioses y héroes, la praxis del hombre comienza a ser que «las tres formas de vida» constituyen el sustento
un símbolo de su autonomía. Pero esta praxis necesita imprescindible para la «filosofía del hombre» (X, 9,
las múltiples alternativas del mundo y del tiempo, íí8íbíg ). El sentimiento de solidaridad surge, incluso,
necesita posibilidad y libertad. Para ello, la eudaimo- en aquellos momentos en que se destaca la indepen-
nía, la «felicidad», y todo lo que parece encerrarse en dencia de la vida teórica. Quizá el sabio se entregue
este nombre, se engasta en un p r o ceso que arranca mejor a la contemplación, si tiene quienes se entre-
del presente para gestarse, del pasado para enrique- guen con él a la misma actividad (X, 9, ííyya34).
cerse y del futuro para realizarse.Se ha roto, así, la
intemporalidad del mito, la pesada e inmóvil presen- Pero el hombre contemplativo no ti ene necesidad
cia del ethos «siempre idéntico a sí mis mo». Al con- de nada de ello al m e no s para su actividad, y se
vertirse, pues, la r ealidad h umana en pr a xis, se podría decir que incluso estas cosas son un obs-
proyecta la vida hacia la voluntad, hacia el lógos y, por táculo para la contemplación; pero en cuanto que es
supuesto, hacia las condiciones reales e n las q ue l a hombre g vive con muchos otros,elige actuar de
existencia se despliega. Ellas son las que prestan el acuerdo con la vir t ud, y, por consiguiente, necesi-
único marco adecuado a la felicidad, a una felicidad tará de tales cosas para vivir como h o m br e (X, 9,
histórica que se resiste a ser solo un nombre sagrado, iry8bz-g).
para derramar el ethosen el espacio de la política, o
Emilio Lledó Memoria de la ética

Como síntesis de estas tres formas de vida no sería c olectiva. Precisamente po r e s ta s d i fi c u l t ades q u e
aventurado suponer que la teoría de la phrónesis,de presentaba la consecución de un bien humano, la
l a «prudencia», va a d e s e m p eñar u n i m p o r t a n t e teoría de la felicidad deja ver en la lógica de la mora-
papel en una inteligencia que tiene que ver con todas lidad todo su dramatismo. Adkins[87] ha señalado,
e sas limitaciones e i n s eguridades co n l a s q u e e l por consiguiente, con razón, que la «Etica Nicomáquea
mundo aparece al i n d i v i duo. La ph rónesis, según la es un manual de eudaimonía».
definición estoica, era una «ciencia de los bienes y los
males, así como de la s cosas indiferentes»[8 >]. Este b) In medio virtus
sentido de un saber que entiende de unos objetos tan La expresión latina in m edio virtus ha tri vializado
peculiares como los bi enes y lo s m a les no está tan aquella teoría aristotélica que constituye una de l as
definido en Aristóteles, cuya fórmula no iba a encon- piezas fundamentales de la ética. En la E. N. aparece
trar la m i sm a f o r t un a qu e l a estoica[86 ]. La defini- el término mesotésjunto a s jmmetra en el libro I I. El
ción aristotélica recoge algunos elementos claves de contexto se refiere al exceso o el defecto de comida y
su terminología: bebida que arruinarían la salud; pero A r istóteles
aplica este ejemplo a la templanza y a la fortaleza.
La prudencia, entonces, por necesidad es un modo
de ser (héxis) racional (meta lógou),verdadero (alet- El que h uy e d e t od o y t i e n e m i ed o y n o r e s iste
hés) y práctico (praktiké), en relación con los bienes nada, se vuelve cobarde; el que no teme absoluta-
humanos (anthrópina agathá) (E. N., VI, 5, II4obzo- mente a nada y se lanza a todos los peligros, teme-
zz). r ario; asimismo, el q u e d i s fruta d e t o dos l o s
placeres y no se abstiene de ninguno, se hace licen-
Los bienes humanos aparecían, pues, en un universo cioso, y el qu e lo s evita t o dos como lo s r ú sticos,
en el que no se ofrecen ya para ser gozados, sino que una persona insensible. Así pues, la moderación y
s on fruto d e u n a c o n strucción, en e l c e n tr o d e l a la virilidad se destruyen por el exceso y por el
«personalidad», que asume un largo ejercicio (héxis), d efecto, pero se conservan por el t é r m in o m e d i o
que facilita la vinculación con el mundo de los otros (mesotés) (E. N., II, Z, riO4aZZ-Zg).
(praxis) y que dice relación a unos principios de inter-
subjetividad (lógos) y cordura. De estos principios Los orígenes inmediatos de la doctrina de la mesotés,
emana una f o r m a d e v e r dad t e m p o r al, h i stórica y que Dirlmeier sitúa en Platón[88], tienen una larga
Emilio Lledó Memoria de la ética

tradición en la cultura griega. Sin que Hornero utilice primero por Platón y luego por Aristóteles, ocupa un
el término mesotés,que es típico de Platón y Aristóte- l ugar bastante in significante. A l m i s m o t i e m po , es
les, ni siquiera méson, el sentido de la mesura aparece aquí donde el concepto de medida activa,que regula
ya en la Odisea(XV, 7I) «quien recibe a un huésped y el comportamiento del individuo, se desarrolla de la
lo ama en exceso,o en exceso lo aborrece, es algo irri- m anera más absoluta. En e f ecto, este concepto d e
tante. Todo es mejor si es m o d erado (aísima)». Esta medida se origina en la igualdad relativa de las rique-
expresión aí sima s e e n c u e ntra e n c o n t e x tos q u e , zas y en la rígida vida comun it aria [...]. El individuo
como el aristotélico, tienen que ver con el exceso en tenía que a c tuar d e n tr o d e e st a é t ica, a s aber, de
la bebida o la comida (Odisea, XXI, 294). Ese equili- acuerdo con las necesidades e im p erativos morales
brio necesario para el cuerpo es lógico que pudiera generales de la comunidad [...]. Mantener la medida
fácilmente ejemplificarse con la medicina. La armo- en todo significaba, pues, atenerse a la moral social
n ía de aquellos elementos que intervienen en l a en el marco de la propia particularidad»[89].
s alud es, precisamente, resultado d e ese equil i b r i o E ste marco sirve a H e l l e r p a r a f u n d a m entar s u
entre el exceso y el defecto. El cuerpo humano, una interpretación. El trabajo, en una sociedad en la que
vez más, servía de contraste y canon para, desde él, la téchne representa un papel importante, será una de
ampliar a otras esferas que expresasen también, en el las claves de este concepto dinámico y social de rneso-
equilibrio, su virtud. Los ámbitos entre los que pode- tés. «El que el concepto aristotélico de mesotés surja
mos encontrar ejemplos de esta teoría del medio son: del trabajo se explica por el hecho de que el Estagiri-
la posesión de bienes y su consumo; el mundo social ta, a diferencia de sus predecesores, se remitía al pro-
y moral; el arte como belleza y el trabajo. Apoyán- ceso del trabajo mismo y no a su comienzo o a su fin.
d ose en estos puntos, Agnes H e ller h a h e ch o u n a En dicho proceso, el objetivo fijado y la simple mate-
interpretación en la que se opone, acertadamente, a r ia de que se parte (por consiguiente, la form a y l a
los que entienden la me sotésa ristotélica como u n a materia) representan dos puntos finales, pero el pro-
aurea mediocritas. Este carácter intermedio del indivi- ceso mismo constituye la transformación de la mate-
duo en un a sociedad que, en ci erto sentido, repre- ria en forma, es la realización del fin (del producto
senta lo u n i versal, presta a l a t e o ría d e A r i s tóteles laboral). Pues bien, este proceso por lo que afecta a la
una fecunda significación. «La categoría jónica de la materia y a la forma es, en realidad, un medio, no en
templanza no había jugado nunca un papel primario el sentido geométrico del término sino en un sentido
en Atenas. En el cuadro de las virtudes, establecido e volutivo. Es m e di o p o r qu e c o n stituye un a m e d i a -
Emilio Lledó Memoria de la ética

ción» [9o]. v eces llamamos al i n t e r m e dio a m b i c ioso y o t r a s


Una aportación esencial del méson no fue solo este veces hombre sin ambición, y unas veces elogia-
c arácter de «m ediación» que c ada i n d i v i du o i n t r o - mos al ambicioso y otras al hom bre sin am b i ción
duce en la masa social y en lo s extremos abstractos (E. N., II, 7, iio7b2I-II08a).
que puede humanizar y «mediar», sino también que
supo expresar en la masa de 1a lengua la viva realidad Pero, además de la teoría del lenguaje que subyace a
semántica que l a c o mpone. Un a t isbo de campo estos análisis, el mésos de Aristóteles intercala en la
semántico aparece, frecuentemente, en sus descripcio- historia el punto de inserción de una in d ividualidad
nes y en su empeño por descubrir la sustancia de la que da forma, con sus propios límites, al espacio de
lengua que se desplaza ante aquella óptica que sabe, la sociedad. Porque n o h a y u n « m e d io » objetivo e
verdaderamente, «practicar» el theorein. indiferente. La mediación individual es lo que presta
la materia adecuada, y esa mediación se reviste, en
E n relación a l h o n o r y a l d e s h o no r e l t é r m i n o cada momento, de todos aquellos vectores que dise-
medio es la magnanimidad; al exceso se le llama ñan y orientan el comportamiento de cada individuo
v anidad, y a l d e f ecto p u silanim i d ad. Y así com o en la estructura social.
dijimos que la liberalidad guarda relación con la
esplendidez, de la que se distinguía por referirse a Llamo el medio de una cosa al que dista lo mismo
cantidades pequeñas, así también se relaciona con de ambos extremos, y este es uno y el mismo para
la magnanimidad, ya que esta se refiere a grandes todos; y en relación con nosotros, al que ni excede
honores, mientras aquella se refiere a los peque- n i se queda corto, y este no es ni uno ni el m i sm o
ñ os; es posible, en efecto, desear honor c om o e s para todos. Por ejemplo, si diez es mucho y dos es
debido, más de lo debido o menos, y el que se p oco, se toma el seis como m e dio en c u anto a l a
excede en sus deseos es llamado ambicioso, el que cosa, pues excede y es excedido en una cantidad
se queda corto, hombre sin ambición (aphilótimos), igual, y en esto consiste el medio según la propor-
y el medio (mésos)carece de nombre (anongmos); ción aritmética. Pero el m edio r elativo a nosotros
sus disposiciones tampoco tienen nombre, excepto no ha de tomarse de la misma manera, pues si para
la del ambicioso que que es llamada ambición. Es uno es mucho comer d iez m i nas de al im entos, y
por eso por lo que los extremos pretenden obtener poco comer dos, el entrenador no p r escribirá seis
el término i n t erm edio, y n o sotros, también, un as minas, pues probablemente esa cantidad será
Emilio Lledó Memoria de la ética

mucho o poco para el que ha de tomarla: para asumir, hasta cierto punto, una naturaleza individua-
Milón, poco; para el que se inicia en los ejercicios lizada ya por esa peculiar forma de «mediación».
corporales, mucho. Así pues, todo conocedor evita Pero esta respuesta a l o s e stímu los d eterm i n ados,
el exceso y el defecto, y busca el término medio y con los que el mundo de los otros se presenta a cada
lo prefiere; pero no el t é r m in o m e di o d e l a cosa, consciencia,no puede quedar abandonada al escueto
sino el relativo a nosotros (E. N., II, 6, llo6a29-llo6- mecanismo de la pasión y del d eseo. No pueden
by). negarse, porque pertenecen a la estructura misma de
la naturaleza humana; pero pueden modificarse, y en
Estas líneas siguen a aquellas en las que Ar i stóteles esa modificación entran la areté, la paideía y la polis.
nos dice que todo lo que pasa en la pstíché son pasio- Ellas ajustan las posibles disarmonías con que cada
nes (páthe), facultades (dynámeis) y modos de ser (hé- individuo, como tal individuo, responde a los estímu-
xeis) (E. N., II, g, irogbzo-27), añadiendo que aquellos los de su mundo.
poderes excelentes que se llaman virtudes (aretaí) no
son ni facultades ni pasiones, sino «modos de ser». Algunos creen que los hom b res llegan a ser bue-
Algo, pues, que se adquiere y se construye en la psy- nos por naturaleza, otros por el hábito, otros por la
ché en condiciones siempre concretas, en medio de la enseñanza [...]. En general, la pasión parece ceder
realidad histórica, de la polis, y de las formas en que no al argumento sino a la fuerza [...]. Pero es difícil
se organiza. encontrar desde joven la d i r ección recta hacia la
Estos «habitantes» de l a p sgché, que A r i s t óteles virtud, si uno no se ha educado bajo tales leyes [...].
describe en la s dos Éticas, estos «intermediarios» y Por esta razón, la educación y l a s costumbres de
asimiladores de su p r o pi o m u n d o , desempeñan u n los jóvenes deben ser reguladas por las leyes, pues
papel «central» en su fi l o sofía práctica. A t r avés de cuando son habituales no se hacen penosas (E. N.,
ellos hay también un a especie de giro copernicano X, 9, ll79b20-35).
(pros hemas) que posibilita la Paideíay la polis. Porque
el sueño de un individuo «racional» no es, en absolu- P ero esta educación n o e s f u n d a m entalmente u n a
to, factible si no se cambian aquellas condiciones de educación para la teoría, sino para la praxis, y «para
la historia que continu amente están alim entando a la praxis e s de e xt raordinaria i m p o r t a ncia eso q u e
esas pasiones y deseos. El tono «afectivo» que presta Aristóteles llama ethos. Q uien no sabe dom i nar su s
esos hilos que tensan y modifican la psgché permite afectos, no es capaz de escuchar al lógos»[9I]. El ethos
Emilio Lledó Memoria de la ética

constituye el suelo sobre el que, irremediablemente, sino que, al mi smo t i em po, se percibía la necesidad
tiene que alzarse un nuevo ethos, aquel que se cons- de conocer, lo más detenidamente posible, el meca-
truye con ese lógos al que se oye no en la abstracción nismo que alimenta ese conglomerado de elementos
de una idea sino en la presencia de otro que lo utiliza que constituyen, para la filosofía posterior, el término
y que, así, se convierte en diálogo. «consciencia».
El lógos constituye, pues, la forma suprema de «me- Sin embargo, en la ética aristotélica no se pretende
diación». Su misma estructura in t ersubjetiva que el llegar a una pureza e independencia de esa autono-
diálogo expresa sirve, además, para ir creando ese ele- mía. No basta, pues, con proclamar el deseo del lógos,
m ento i m p r escindible d e l a c o m u n i c ación q u e s e porque ese lógos deseado está, precisamente, deter-
denomina «racionalidad». Y la racionalidad es «me- minado por la fu erza de ese deseo, por los imp ulsos
dio». La suma de consciencias que integran una comu- que nos llevan a él, y, tal vez, por el rechazo que
nidad v i ve n en ese med i o , q ue ti e n d e a pudiera surgir, cu ando l a s e x igencias de ese lógos
homogeneizar los excesos y defectos de cada indivi- contradijesen el deseo que hacia él nos arrastra. Ese
dualidad, de cada egoísmo, en la aceptación de lo mundo de la intimidad que crea la responsabilidad y
otro, que llega por la función im p r e scindible de toda libertad del h o m br e es infi n i t am ente más complejo
comunidad fundada en ellógos. que el de la naturaleza, porque en él no solo se hace
El lenguaje de la ética de Aristóteles es también el presente la m i sm a n a t uraleza, que le constituye en
« medio» donde el l ej ano extremo de l t i e mp o e n e l todos sus niveles, sino el espacio de la cultura que
que llega hasta nosotros se acomoda y armoniza con enriquece y complica su nunca inocente «estar en el
el otro lenguaje que aprendemos a pensar, y en el otro mundo».
diálogo que comienza a filtrarse en la mente de cada
posible lector. En cambio, las acciones, de acuerdo con las virtu-
des, no están hechas justa o sobriamente si ellas
c) Elegir en el mundo mismas son de cierta m anera, sino si t a m b ién el
Aristóteles es el primer filósofo que intentó anali- que las hace está en cierta disposición de hacerlas,
z ar la estructura de eso que después habría de l l a - es decir, en primer lugar, si sabe lo que hace; luego,
m arse el «acto moral». Al asumir e n e l f o n d o d e l a si las elige y las elige por ellas mismas (dia auta); y,
intimidad el m e c anismo d e l a d e cisión, no s ol o se e n tercer lugar, si las hace con fi r m eza e i n q u e -
descubría su esencial autonomía, su radical soledad, brantablemente (E. N., II, 4, rioga27-32).
Emilio Lledó Memoria de la ética

En el libro III de E. N. plantea Aristóteles el problema Deliberamos, entonces, sobre lo que está en nues-
de la responsabilidad moral. En el mecanismo de las tro poder y es realizable [...]. En efecto, se conside-
decisiones, en do nd e el q u e a c túa t i ene qu e saber r an como causas la naturaleza, la necesidad y el
qué es lo que mueve a determinarse, la vieja teoría de azar, la inteligencia y todo lo qu e depende del
la areté contemplada e inm ó v il no p u e de ya susten- hombre. Y t o dos los h o m b res deliberan sobre lo
tarse. La areté, aunque adquiera la consistencia que la que ellos mismos pueden hacer (E. N., III, 3, III2830-
héxis «solidificación del t i e m p o» le conceda, es algo 3C).
vivo, supeditado a los actos concretos que la promue-
ven, en concretas condiciones de espacio y tiempo, y Pero entre el a zar y l a n e c esidad, A r i stóteles des-
desde un cuerpo concreto. Pero si el mundo y la hi s- pliega todo el universo de la praxis, de aquello posi-
toria son, en buena parte, «azar» (tache),l
a libertad es ble y realizable, que se alcanzará con la construcción
la única estructura fundamental de la psgché,que de la areté.
puede hacerjuego con ese azar,o dicho menos mítica- En esta deliberación, ante u n m u n d o a b i e rto, la
mente, con esa posibilidad. Lo posible en la objetivi- elección (p roaíresis) es ya u na d e t e rmi n a ción. Pero
dad es, pues, paralelo a la libertad en la subjetividad. esta capacidad de determinarse y elegir supone que
Este paralelismo entre el mundo y la mente se mani- estos objetivos que se eligen entran en el h o r i zonte
fiesta a través de la boúleusis, de la deliberación. La de aquella filosofía humana en la que toda teoría se
boúleusis, término técnico de Aristóteles y que apa- sustenta.
rece también en Platón, viene de una larga tradición
c uyos pr i m eros t estimonios s e e n c u entran e n l o s Y como el objeto de la elección es algo que está en
poemas hom éricos[92]. Pero A r i stóteles l o e l eva a nuestro poder y es deliberadamente deseado, la
una categoría en l a q u e c o n fl u yen t o d o s a q u ellos elección será también un deseo deliberado (bouleu-
c omponentes que dan realidad al h o m br e y d r a m a- tike órexis) de cosas a nuestro alcance; porque,
tismo a sus decisiones. Aristóteles, sin embargo, esta- cuando decidimos después de deliberar, deseamos
blece las fronteras mundanas, el exceso y el defecto, a de acuerdo con la deliberación (E. N., III, 3, III3a9-
los que no tiene sentido llegar con nuestra delibera- I2 ).
ción. Efectivamente no se delibera ni sobre el azar ni
sobre la necesidad. Órexis (deseo), boúleusis (deliberación) y pr oaíresis
Emilio Lledó Memoria de la ética

(elección) marcan los hi tos de un p r o ceso creciente tidas exclusivamente al m o n ó t ono c lan f a m i l i ar. La
en el que, desde la corporeidad y sus concretos con- tendencia hacia el otro es una constante literaria que,
dicionamientos, se llega al conocimiento y a la sabi- indudablemente, respondía a un hecho social. En la
duría. P e r o es t a ll e g a d a es t á con t i n u a m e nte misma Academia platónica, Aristóteles había experi-
interferida por el tapiz de tensiones, instintos, pasio- mentado esa vinculación al otro, obsesiva también en
nes, que construyen la historia y que solo la filosofía la obra de Platón y cuyo ejemplo más claro es la con-
humana y la política pueden intentar superar. tinua apología de Sócrates.
¹En qué sentido puede ser importante para una
d) El horizonte de la amistad teoría del bien y la felicidad el análisis de este hecho
«La amistad tiene un lugar im p o rtante en la histo- espontáneo de la afectividad7 Tal vez, si la ética tiene
ria de las ideas morales. Es anterior a la justicia. Los q ue expresar l a a r m o n í a d e n u e s tra r e l ación c o n
p ueblos y los individuos practicaron el amor m u c h o nosotros mismos y con lo s demás, este hecho de l a
tiempo antes de conocer el derecho. En el origen de naturaleza humana que establece lazos afectivos entre
la sociedad, la amistad existe sin la justicia, incluso le los individuos que participan de ella pueda servir de
impide nacer,y cuando ha nacido entra en lucha con modelo. Aristóteles, en sus análisis, intenta descubrir
ella. Así, de una manera indirecta y a la fuerza, pre- los motivos, las formas, los aspectos que presenta la
para el advenimiento de la justicia. La justicia es, en a mistad. Recientemente se ha escrito que no p u e d e
efecto, la amistad generalizada» [93]. entenderse la filosofía moral de Aristóteles si no se
El texto d e D u g a s d e staca un a d e l a s g r a n d es entiende su teoría de la philía[94]. Efectivamente, la
líneas que atraviesan la vida de los griegos y su modo amistad prueba la necesidad de salir más allá de la
de entender las relaciones con los otros. Por eso, no esfera individual y tejer, con la philía, los núcleos
hay que extrañarse de que Aristóteles, en E. N. y en E. esenciales de la retícula social. De la mi sma manera
E., dedicase tres libros a un minucioso y agudo análi- que el lenguaje es el «medio» en el que las distintas
sis de la relación amistosa. Los primeros testimonios racionalidades se encuentran y se complementan, la
de la literatura griega ya muestran, de formas diver- amistad es también el punto de unión de las distintas
s as, esa relación qu e p r esta al e n cuentro e n tre l o s afectividades que desbordan los límites de la indivi-
hombres un colorido especial. Ni los héroes griegos dualidad.
pueden pasear solos por los escenarios de sus haza- Pocas veces, en la obra de Aristóteles, descubrimos
ñas, ni las relaciones humanas pueden quedar some- esa especie de entusiasmo con que comienza el libro
Emilio Lledó Memoria de la ética

VIII de E. N. Parece un panegírico de los dones y gra- De ahí también que surja la dificultad de si acaso
cias de la amistad. Al final del segundo párrafo se los amigos no desean a sus amigos los mayores bie-
hace de la amistad la mejor alabanza posible al mos- n es, por e j e m p lo , q u e s ea n d i o ses, puesto q u e
trarnos que, efectivamente, es el modelo supremo en entonces ya no serán amigos suyos, ni siquiera, por
el que podría mirarse la polis. tanto, un bien p ara ellos, pues los amigos son un
bien. Si, pues, se dice, con razón, que el amigo
Cuando los hombres son amigos, ninguna necesi- desea el bien d e l a m i g o p o r c a usa de este, este
dad hay d e j u s t i cia, p ero, au n s i e nd o j u s t os, sí deberá permanecer tal cual es; [su amigo] deseará
necesitan de la amistad, y parece que son los justos los mayoresbienes para élmientras siga siendo hom-
los que son más capaces de amistad (E. N., VIII, t, bre (E. N., VIII, 7, ll59a5-II).
rr55az5-z8).
E ste amor que quiere por causa de lo querido romp e
La mayoría de los temas que la fi losofía posterior a las estructuras del egoísmo, de la utilidad que ha sido
Aristóteles va a estudiar cuando i n t enta reflexionar un primer estadio de la amistad, para empezar a tra-
sobre el amor y la amistad han sido analizados o des- zar los senderos que llegan a la construcción de la
critos en estas páginas esenciales de la cultura griega. justicia en la po1is. El otvo se convierte en un alter ego
En ellas descubrimos el territorio h u m a no, desfigu- en el qu e se h o m o geiniza e i d e n tifica l a a l t eridad.
rado tantas veces por l o s e stereotipos h u m a n i stas, Querer el bien del otro es, al mismo tiempo, una
s obre el qu e se asienta bu ena p a rte d e l a o b r a d e manera superior de quererse a sí mismo. Por eso, el
Aristóteles. De sus múltiples temas voy a mencionar otro no puede desaparecer del horizonte humano. No
únicamente dos. Uno de ellos se plantea en función puede convertirse en dios, o sea no puede perder la
de la «igualdad» que parece ser condición de que los posibilidad de lo humano. La conversión en dioses
hombres descubran su afecto.Si hay gran diferencia no es solo un resto mitológico que aparezca, de pron-
entre la fortuna, el estado social y la educación, difí- to, en el texto de A r i stóteles. Esta deificación puede
cilmente podrá surgir la am istad. Pero de todas for- tener lugar con todas las transformaciones y aliena-
mas, aun en estos casos extremos, la philía es capaz ciones que la vida, o la sociedad, provoquen en el
de vencer todos los obstáculos. Solo hay, al parecer, hombre. Todo aquel que en el espacio social esclero-
un caso insalvable. tiza su imagen en la máscara del poder, de la riqueza,
de la miseria intelectual, apunta a estas lejanías de la
Emilio Lledó Memoria de la ética

deificación que A r i stóteles simboliza. Aquí ya no es una extraordinaria sutileza. Es el hombre, su sensibi-
posible la amistad. No se quiere a un hombre. El lidad, sus ojos los que miran y descubren lo real.
hombre se ha perdido en las imágenes, y ha dejado Vivimos en u n m u n d o d e « i m ágenes». No sabemos
de «ser él mismo», esa mismidad con la que se identi- « cómo son» las cosas; solo sabemos «cómo no s l a s
fica el yo. Esa identificación substancia al sujeto real y presentan» y bajo qué concretas condiciones surgen
hace posible la afirmación de que un momento supe- ante nuestra vista; pero resulta que «para los amantes
rior de l a a m i stad es aquel qu e j u stifica la tesis de el ver es lo má s p recioso, y, por ello, prefieren este
que es mejor amar que ser amado. sentido [de la vista] a todos los demás» (E. N., IX, I2,
Esta distancia y ex t r añeza que la deigcación pro- IIyIb3O-3I ).
duce se agudiza en otro momento de este análisis del Pero la sensibilidad se educa, la philía es una arete,
sentimiento amoroso. ¹Por qué queremos a alguien' u na capacidad s u p erior q u e , p r e cisamente, al s e r
¹Hay en la persona querida algo «querible» (philetón) energía que se hace a sí misma (Ix, 7, II68ag) se quiere a
de suyos ¹Qué es lo que provoca y cultiva el senti- sí misma y, en consecuencia, tiene que querer su pro-
m iento d e a m i stad7 Porque, efectivamente, solo l o pio bien.
«amable» es amado. «Ahora bien, ¹aman los hombres
lo bueno o lo que es bueno para ellos'» (E. N., VIII, 2, La existencia es para todos objeto de predilección
IIggb2I-22 ). Ya anteriormente había planteado Aristó- y de am or, y e x i stimos por n u e stra actividad (es
teles, a propósito de la voluntad, que esta puede que- decir, por vivir y actuar). Y así el creador empe-
rer no aquello qu e es «bien en sí», sino lo que se le ñado en su actividad es, en cierto sentido, su obra,
aparece como bien (phainórnenon agathón) (E. N., III, 4, y por eso la ama porque ama el ser (E. N., IX, 7,
III3aI5 ). De una manera absoluta, se puede afirmar II68a6-9).
que el objeto de la voluntad es el bien, como propon-
dría el platonismo. Pero esta forma de bien no basta. La desproporción del amor y de la amistad sumerge al
Nadie desea ese bien que no puede ser querido por- individuo en el opaco silencio de sus propios límites,
que no se le conoce. No hay, pues, nada deseable por en la i n s alvable c l ausura d e s u so l e dad. L a
naturaleza, sino que «para cada uno es deseable lo antiphílesis, la «reciprocidad en la amistad», es la fór-
que le aparece como tal» (E. N., III, 4, III3a 23). Esto mula que expresa la solidaridad, la r u p t ur a d e e se
diluye la amistad o el deseo en la arbitrariedad. Sin silencio d e in d i v i duos s i n « a l t eridad» y sin
embargo, la antropología aristotélica alcanza aquí h istoria[g>]. Porque al q u e rer a l otro en sí m i smo,
Emilio Lledó Memoria de la ética

estamos despertando aquel sentimiento de «recipro- ducción italiana, puesta al día, de La filosofia dei Greci nel suo
cidad» que va constituyendo la estructura de la socie- svilupo storico, II, VI, 3, de Zeller-Mondolfo, reseñada en la
nota I9 de este capítulo.
dad, que se hace justa porque se hace armónica, al
c onstruirse sobre u n s u el o h u m a n o e n e l q u e s e
quiere al otro como fi n e n s í m i s mo, según el vi ejo z. Recopilaciones de artículos
Hay también valiosas recopilaciones de artículos apareci-
s ueño kantiano. En ese amor se levanta también l a
dos en publicaciones periódicas, como las de R. Bambrough,
reciprocidad afectiva, que arranca al sujeto de la sole-
Neiv Essays on Plato and Aristote, Londres, Routledge and
dad y le identifica y asume en lo colectivo. Kegan Paul, I965; J. J. Walsh y H. H. Shapiro, Aristotle's Ethics:
Issues and Interpretations, Belmond, I967; J. M. E. Moravcsik,
Aristotle. A Collection of Critical Essays, Nueva York, Doubleday
Anchor Books, I967, Londres, I968; F. P. Hager, Ethik und Poli-
NOTA BIBLIOGRÁFICA tik des Aristoteles, Darmstadt, W. B. G. I972; J. Barnes, M. Scho-
field y R. Sorabji, Articles on Aristotle, 4 vols., Londres, I975 (los
artículos sobre ética y política se encuentran en el vol. Il);
i. Repertorios bibl
iográficos Paul Moraux, Frühschriften des Aristoteles, Darmstadt, W. B. G.
Entre la s r e copilaciones bi b liográficas má s c o m p letas
sobre la ética de Aristóteles se encuentra la obra de W. Totok, I975, y A. O. Rorty, Essays on Aristotle's Ethics, Berkeley, Uni-
versity of California Press, I98o.
Handbuch der Geschichte der Philosophie, I: Altertum, con la
colaboración de H.Schroder, Francfort del Meno, V. Kloster-
mann, I964, que comprende la bibliografía desde I92o hasta 3.Edicionesy comentarios
I963, continuando la casi exhaustiva del famoso Grundriss der A las ediciones y comentarios de E. N., E. E. y M. M. que se
Geschichte der Philosophie, de F. Ueberweg, cuyo primer volu- han indicado en la nota 23 hay que añadir la obra, todavía
men a cargo de K . Praechter, I926, está siendo reeditado muy útil, de A. Th. H. Fritzsche, Ethica Eudemia, texto, traduc-
ahora por otros autores en la editorial B. Schawe de Basilea. ción latina y comentarios, Ratisbona, I85I. Falta, sin embar-
Bibliografía muy extensa, en la que se recogen también go, una nueva revisión del t exto griego de la E. N ., cuya
estudios del siglo pasado, se encuentra en las traducciones y edición más manejable y cuidada sigue siendo la de I. Bywa-
comentarios a las tresÉticas, de F. Dirlmeier, ya citadas en las ter, en los Oxford Classical Texts, publicada en I894. Es signi-
notas a este capítulo. Hasta finales de lo s a ños sesenta, ficativo, por ello, que la mejor edición crítica de la E. E. haya
alcanza la bibliografía de la segunda edición de R. A. Gaut- sido, hasta fecha reciente, la de F. Susemihl, publicada en
hier y J. Y. Jolif, Aristote, LÉthique a Nicomaque, Introduction, Leipzig en I884. En I99I se publica la edición crítica de R. R.
traduction et commentaire, 4 vols., Lovaina, 1970. También es Walzer y J. M. Mingay, Aristotelis Ethica Eudemia, Oxford Clas-
excelente la bibliografía comentada de A. Plebe, en su tra- sical Texts. Aunque sin el texto griego, puede casi conside-
Emilio Lledó Memoria de la ética

r arse «crítica» la excelente traducción d e l a E . E . d e J. por María Araujo y Julián Marías, introducción y notas de
Solomon en The Complete Works of Aristotle, ed de J. Barnes, Julián Marías, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, I959
Princenton University Press, t984, vol. Il, pp. r9z3-t98t. Bue- (hay ediciones posteriores).
nas ediciones del texto griego, aunque sin interés para la crí- Aristóteles, Ética Nicomáquea, Ética Eudemia, introducción
tica textual, son la s d e l a E. N . (H . R a c kham), E. E. ( H . de Emilio Lledó Íñigo, traducción y notas de Julio Pallí
Rackham) y M. M. (G. C. Armstrong), en la Loeb Classical Bonet, Madrid, Gredos, t985.
Library. También el texto griego de E. N. se encuentra en la Aristóteles, La Política, edición preparada por Carlos Gar-
edición de M. Araujo y J. Marías, editado en el Instituto de cía Gual y Aurelio Pérez Jiménez, Madrid, Editora Nacional,
Estudios Políticos de Madrid en r959, y reeditado posterior- t98t.
mente. De las ediciones comentadas de la Política indicaré la Aristóteles, La Política, introducción y traducción de J. Pallí
ya clásica de W. L. Newman, The Politics of Aristotle, 4 vols. Bonet, Barcelona, Bruguera, I974.
Oxford, Clarendon Press, t887-I902 (reeditada en I973) y la de Aristóteles, Obras, traducción del griego, estudio prelimi-
E. Schütrumpf, Aristoteles, Politik, z vols., Darmstadt, W. B. G., nar, preámbulo y notas por Francisco de P. Samaranch,
I99I, en curso de publicación. Madrid, Aguilar, t98z.
Hay ediciones comentadas de algunos li bros de E. N . , Aristóteles, Política, introducción, traducción y n o t as de
como las d e L . H . G . G r e enwood,Aristotle: Nicomachean Manuela García Valdés, Madrid, Gredos, r988.
Ethics, Book six. Text, essags, notes and translation, Cambridge,
I9o9 (reeditado en I973); G. Rodier,Éthique a Nicomaque, libre 5. Ética griega
X, texto griego con i n t r oducción y n o t as, París, ?879. Esa Entre las obras generales sobre ética griega es aún valiosa
introducción, una de las mejores a la moral de Aristóteles, se la de L. Schmidt, Die Ethik der alten Griechen, z vols., Berlín,
ha vuelto a publicar en G. Rodier, Études de philosophie grec- t88z. También, M. Wundt, Geschichte der griechischen Ethik, 2
que, París, Vrin, t98t, pp. t77-zt7. Los textos sobre hedone,en E. vols., Leipzig, t9o8 y t9rt; E. Howald, «Ethik des Altertums»,
N., los ha anotado A. J. Festugiere, Aristote. Le plaisir (Éthique en el Handbuch der Philosophie, editado por A. Baeumler y M.
a Nicomaque VII, n-z4 y X, r-5), París, Vrin, r936. Schroeter, Múnich, R. Oldenbourg, I926; E. Schwarz, Ethik
der Griechen, e ditado por W . R i c h ter, Stuttgart, t95i. Una
4. Traducciones modernas al castellano de la Ética g la breve y clara introducción es la de P. M. Huby, Greek Ethics,
Política Londres, Macmillan, t969.
Aristóteles, Política, edición bilingüe y traducción de Julián
M arías y M a r í a A r a u jo, i n t r oducción y n o t a s d e Julián 6. Moral de Aristóteles
Marías, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, I95I (hay edi- Concretamente sobre l a m o r a l d e A r i s t óteles, pueden
ciones posteriores). todavía utilizarse con provecho los libros de L. Ollé-Laprune,
Aristóteles, Ética a Nicómaco, edición bilingüe y traducción Essai sur la morale dAristote, París, Eugene Bolin, ?88t; y M.
Emilio Lledó Memoria de la ética

Wittmann, Die Ethik desAristoteles in ihrer systematischen Ein- pichelli, 1965.


heit und ihrer geschichtlichen Stellung untersucht, Ratisbona,
1920.
7. Algunas monografías
Otros trabajos importantes son los de C. Librizzi, La morale Entre las investigaciones que tratan de aspectos importan-
di Aristotele, Padua, 196o; W. F. R. Hardie, Aristotle's Ethical tes de la ética de Aristóteles hay que reseñar: J. Léonard, Le
Theory, Oxford, Clarendon Press, 1968; R. A. Gauthier, La bonheur chez Aristote, Bruselas, Académie, 1948; G. Lieberg,
morale dAristote, París, P. U. F., 1973; A. Kenny, The Aristotelian Die Lehre von der Lust in den Ethiken des Aristoteles, Múnich,
Ethics, Oxford, Duckworth, 1978; y A. Heller, Aristóteles y el Beck, 1958; J. C. B. Gosling, Pleasure and Desire, Oxford, Cla-
mundo antiguo, Barcelona, Península, 1983. J. D. Monan, Moral rendon Press, 1969. Aunque no estudia este problema única-
Knotvledge and its Metodology in Aristotle, Oxford, Clarendon mente en Aristóteles, es muy interesante por el material que
Press, 1968. A. von Fragstein, Studien zur Ethik des Aristoteles, aporta el libro de J. C. B. Gosling y C. C. W. Taylor, The Greeks
Amsterdam, B. R. Grüner, 1974. J. Montoya y J. Conill, Aristó- on Pleasure, Oxford, Clarendon Press, 1984.
teles, sabiduría y felicidad, Madrid, Cincel, 1985. M. Nussbaum, Temas centrales de la ética como philanthropía, aidós, agat-
The fragility of goodness, Luck and Ethics in Greek tragedy and hón, etcétera, concisamente y con gran erudición, estudia R.
phílosophy, Cambridge University Press, 1986. Carlos Thie- Stark, Arístotelesstudíen, Philologische Untersuchungen zur Ent-
baut, Cabe Aristóteles, Madrid, Visor, 1988. Antoni Domenech, tvicklung der aristotelischen Ethik, Múnich, Beck, 1954 («Zete-
De la ética a la política, Barcelona, Crítica, 1989. mata», 8).
Problemas técnicos de las relaciones entre E. N. y E. E. los Una monografía ejemplar es lade P. Aubenque, La pru-
plantea el importante estudio de E. Kapp, Das Verhaltnis der dence chez Aristote, París, P. U. F., 1963. Importantes son los
eudemischen zur nicomachischen Ethik, Friburgo de B., 1912. libros de J. D. Monan, Moral Knotvledge and its Methodology in
C. J. Rowe, The Eudemian and Nichomachean Ethics, A Study in Aristotle, Oxford, Clarendon Press, 1968; J. R. Moncho Pas-
The Development of Aristotle's Thought, Cambridge, Philologi- cual, La unidad de la vida moral según Aristóteles,Valencia, 1972;
cal Society, 1971. La bibliografía sobre la polémica suscitada H. G. Gadamer, Die Idee des Guten ztvíschen Plato und Aristote-
tras la publicación del A r i stóteles de Jaeger puede encon- les, Heidelberg, Carl Winter, 1978; A. Kenny, Aristotle's Theory
trarse en el comentario de F. Dirlmeier a E. N., pp. 258-263. La of Will, Londres, Duckworth, 1979.
obra que la inicia es la comunicación presentada a la Acade- Sobre el problema de la vida teórica versan los estudios de
mia de Ciencias de Viena por A. von Arnim, Die drei aristote- A. Grilli, Il problema della Vita contemplativa nel mondo greco
lischen E t hiken, V i e n a , « S i t z ungsberichte d e r W ien e r romano, Milán-Roma, 1953; y R. Joly, Le theme philosophíque des
Akademie, 202»,1924. Sobre esta obra, véase la reseña de E. genres de vie dans lAntiquité classique, Bruselas, 1956 (cf. la
Kapp, en Gnomon 3 (1927), recogida ahora en E. Kapp, Ausge- reseña de W. Spoerri, en Gn omon, 3o [1958], 186-192). Un
tvahlte Schriften, Berlín, de Gruyter, 1968, pp. 188-214. Véase, ejemplo de erudición y agudeza es el discurso de F. Boll, Vita
también, P. L. Donini, Letica dei Magna Moralia, Turín, Giap- contemplativa, Heidelberg, Winter, 1922.También es excelente
Emilio Lledó Memoria de la ética

el trabajo de W. Jaeger, «Sobre el origen y evolución del ideal Wood, E. M., y N. Wood, Class Ideoloíagand Ancient Political
filosófico de la vida» (traducción castellana), publicado en Theory. Socrates, Plato and Aristotle in Social Context, Oxford,
I928,y recogido como apéndice a la traducción de José Gaos, Blackwell, I978.
Aristóteles. Bases para la historia de su desarrollo intelectual,
México, F.C. E.,I946, pp. 467-5I5.
Una buena antología de textos es la de J. L. Ackrill, Aris-
totle's Ethics, Londres, Faber and Faber, 1973.

8. Política
El comentario más reciente a la «política» de Aristóteles es
el de Eckart Schütrumpf, Aristoteles Politik, mencionado en el
apartado 3 de esta nota bibliográfica.
Otros trabajos sobre la política:
Barker, E., The Political Thought of Plato and Aristotle, Lon-
dres, Methuen, I9o6.
Defourny, M., Aristote. Étude sur la Politique, París, Beau-
chesne, I932.
Heller, A., Aristóteles g el mundo antiguo, Barcelona, Penín-
sula, I983.
Laurenti, R., Genesi e formazione della politica di Aristotele,
Padua, Cedam, I965.
Mulgan, R. G., Aristotle's political Theorg. An introduction for
students of political Theorg, Oxford, Clarendon Press, I977.
Sainte Croix, G. E. M. de, The Class Struggle in the Ancient
Greek World, Londres, Duckworth, I98I. (Edición castellana
en la Editorial Crítica de Barcelona).
Sinclair, T. A., Histoire de la pensée politique grecque, París,
Payot, I953.
VV. AA., La politique dAristote, Vandoeuvres, Ginebra, «En-
tretiens Fondation Hardt, XI», I965.
Wilamowitz Moellendorf, U. von, Aristoteles und Athen, 2
vols., Berlín, Weidmann, I893.
Emilio Lledó Memoria de la ética

CAPÍTULO IV

I. LENGUAJE, ÉTICA Y FELICIDAD

HO RIZONTES DE LA ETICA I. En los últimos tiempos ha surgido en los ambientes


filosóficos una preocupación por l a «filosofía prácti-
ca». Monografías, artículos en revistas más o menos
especializadas, congresos y reuniones dan prueba de
este inusitado y , h a sta c i erto p u n t o , s o r p r endente
interés. A tal extremo ha llegado esta obsesión por la
«practicidad» de la filosofia que, en ámbitos absoluta-
mente alejados de ella, la vieja «reina del saber» ha
dilatado, por supuesto sin pretenderlo, los dominios
de su praxis. Así, no es extraño oír a nuestros políti-
cos o leer en los periódicos expresiones como «la filo-
sofía de los cosméticos tal como l a concibe nuestro
d epartamento d e c o m p r as...», «la f i l o s ofí q u e p r e -
s ide la o p e r ación r e t o r no...», «la fi l o sofía p ar a u n
mayor rendimi ento de mis jugadores...», «la f i l o s ofí
de las Cajas deAhorro...»,etcétera.
En el mundo de la utilidad y del consumo, esta
facilidad con que la distante filosofía ha conseguido
un pequeño espacio de trivialidad y se ha hecho,
hasta cierto punto, salonfD'hig, podría tranquilizar, tal
vez, a más de un c u l t ivador de ta n a b stracto saber,
Emilio Lledó Memoria de la ética

que aún no se hubiera consolado de las burlas de la d el conocimiento, e n e l s e n t i d o d e l s a b er, e n e l


muchacha tracia. En el Teeteto(r74a) cuenta Platón la último horizonte que cobija los productos de la men-
anécdota de «una bella y graciosa muchacha tracia te.
que se reía de Tales de Mileto porque mientras obser- Es cierto qu e c o n tr a l o q u e u n a l a r g a t r a dición
vaba las estrellas y miraba hacia arriba se cayó en un haya podido monopolizar en el término Filosofía: un
pozo; ávido por ver las cosas del cielo, le pasaban saber de entidades abstractas, de conceptos en buena
desapercibidas las que tenía a su alrededor». parte alejados de la realidad y de la historia, filosofar
Sin embargo, ya en la misma tradición griega hay ha brotado siempre de una necesidad por entender el
otro curioso testimonio s o bre el m i s m o p e r sonaje. mundo y por j u stificar nuestra forma de in stalación
Esta vez nos lo refiere Aristóteles (Política, I, II, I259 a9 entre las cosas, entre los hom b res y, también, entre
y ss.). las palabras. Pensar el ser, la sustancia, la estructura
del mundo y del lenguaje que lo expresa es, obvia-
Pues se dice que cuando por su pobreza le repro- mente una tarea humana, una función de los hom-
chaban que la filosofía era inútil, dándose cuenta, b res, como t a m b ién l o e s c o nvertir a e sos m i sm o s
por el estudio de los astros, de que iba a haber una seres humanos en obj eto de an álisis, de interpreta-
gran cosecha de aceitunas, se procuró un poco de ción. Y es el h o m bre mismo, unos determinados
dinero, cuando aún era invierno, y tomó, mediante hombres los que, además de vivir, han intentado pen-
f ianza, todos lo s m o l i no s d e a c eite d e M i l e t o y sar la vida, que es, también otra forma de vivir.
Quíos, arrendándolos a bajo precio, pues no había Por s u p u e sto, e s t a l l a m é m o sl a m o d a de l a
competencia. Cuando llegó el momento y todos, a moderna «filosofía práctica» viene condicionada por
la vez, buscaban los molinos, los alquiló como que- d eterminados pl anteamientos — no sé s i l l a m a r l o s
r ía, juntando m u ch o d i n e ro, para demostrar q u é ideológicos — que la sustancia histórica de n u estro
fácil resulta a los filósofos enriquecerse cuando tiempo, sus necesidades y logros, sus desconciertos y
quieren hacerlo. frustraciones, deben de haber puesto en el t i n glado
de las representaciones sociales. No puedo entrar en
Las dos historias, en tan tempranos tiempos, con su una descripción de estas peripecias de las modas cul-
radical oposición mantenida en distintas modulacio- t urales, pero sí al u d i ré, escuetamente, a alguna d e
nes hasta nuestros días, muestran, con su ap arente sus más recientes manifestaciones.
simplicidad, un hecho fundamental en el desarrollo Desde principios de siglo, como es sabido, se ha
Emilio Lledó Memoria de la ética

pretendido que la filosofía adquiriese carta de ciuda- nuestro tiempo, la fi losofía, si es que todavía queda
danía ante el desarrollo admirable de la ciencia y de plaza para esta palabra en nuestros mercadillos cul-
l a técnica, arrimándose al saber científico y m i m e t i - t urales, sigue s i n t i endo, y c o n m u c h í s im o m a y o r
zándose con él (Círculo de Viena, Filosofía de la m otivo, el mismo malestar al que, en contexto infini -
Ciencia, Popper, etcétera), o bien dedicándose a una tamente más inocente, aludía la m u c h acha tracia o
compleja terapia, en el centro mismo del lenguaje, las aceitunas de Tales el milesio.
para ver los excesos de sinsentidos que había ido acu- ¹ Será t a m b ié n u n a n u e v a m o d a c u l t u r al , u n a
mulando la tradición metafísica a lo l argo de los busca de marco para el pensamiento filosófico esta,
siglos (Filosofía analítica, Wittgenstein, Russell, etcé- al parecer, insistencia de algunos filósofos por encon-
tera), o jugando el juego de las estructuras que per- trar en la fil
osofíap ráctica el t e r r i t o rio a d e cuado y
mitiesen remediar el empalago del humanismo, o los fecundo para la filosofía
redobles de cualquier forma de historicismo o de «es-
piritismo» absoluto (Lévi-Strauss, Althusser incluso). z. Los comienzos de lo que suele llamarse tradi-
Claro está que en años todavía más recientes y, tal vez c ión filosófica occidental están marcados por un ti p o
como reacción a esos intentos de descubrir lo que la de planteamientos y preocupaciones de los que, en
filosofía pudiera tener de strenge Wissenscha
ft, se ha mi opinión, no se ha despertado suficiente eco entre
recurrido a Ni etzsche y a otros parecidos para mos- los historiadores. Quizá el hecho de que toda historia
trar los posibles excesos de tan artificiosas y oportu- además de resucitar el pasado lo entierra haya sido
nistas formas de «racionalidad». Y ahora se empieza demasiado patente en aquellos lenguajes posteriores
a predicar otra vez la vuelta a Heidegger, a la destruc- que nos han devuelto, en palabras, la palabra origi-
ción de la historia del ser, a la deconstrucción del len- nal de la filosofía. Creo que una de las enfermedades,
guaje; y hasta, en los albores de eso que se llama o se no sé si infantiles o seniles, de la historia del pensa-
llamaba con un n o m b re, a mi j u i c io, absolutamente miento ha dado l u gar a qu e ese pensamiento fu era
vacío, posmodernidad, un o d e l o s m á s d e s piertos « planchado», aplastado, satinado, po r u n a e s curr i -
representantes de la filosofía italiana puso en circula- diza capa terminológica, apagando así los latidos de
c ión un a e x p r esión fi l o sófica qu e g ozó d e a m p l i o lo que fue, en sus momentos fundamentales, expre-
consenso en los medios publicitarios: el pensiero debo- sión de l a v i d a , d e l a s n e cesidades intelectuales y
le. Todo este trasiego de métodos y perspectivas nos reales de los hombres, de su instalación concreta en
l leva a p e nsar q ue , e n l a a c e leración h i stórica d e e l mundo social y, por qu é no, en el m u n d o i n d i v i -
Emilio Lledó Memoria de la ética

dual. forma de tiranía. A partir de él, se iba a buscar en la


Un ejemplo claro y que, por supuesto, no quisiera autarquía de la po1isla construcción de una autarquía
t rivializar l o c o n s t i t uy e p r e cisamente l o que los i nterior, d e u n a e s t r u c t uración d e l h o m b r e , c u y o
manuales de historia de la filosofía griega suelen lla- motor iba a ser todo aquello que significaba la pala-
mar los «filósofos presocráticos», y Aristóteles, tal vez bra arete. Aristóteles y también Platón, cada uno a su
con mayor objetividad, llamaba «los primeros que manera, se empeñarían en analizar aquellos elemen-
filosofaron» (Metafísica, A3, 983b6). Estos primeros tos que pudieran servir para construir una po1isjusta,
intelectuales, o sophoi — la palabra filósofo no existía una sociedad de hombres que aprendieran a «convi-
aún —, no fueron elucubradores de supuestos princi- vir» (suzen).Esto era, por supuesto, una filosofía esen-
pios metafísicos, a pesar de las intensas intuiciones cialmente anthrópeia, humana, frente a u na p o s ible
del ser, que Parménides nos versificó en su famoso filosofía teórica, una filosofía del nous, de la inteligen-
poema. Esos primeros intelectuales fueron los ideó- cia, que por tratar de objetos ideales se aproximaba,
logos de unas determinadas formas de saber verda- p or su u n i v ersalidad y n e cesidad, a l o d i v i no, a l o
deramente útiles a aquella sociedad que comenzó a inmutable, a los «dioses que siempre son».
organizarse e n l a s c o s tas d e A s i a M e n o r . T a l e s, Este carácter de universalidad, como es sabido, ha
A naximandro, A n a x ím enes, los t res g r andes m i l e - sustentado y hecho progresar a esa nueva forma de
sios, enseñaron a v a d e a r r í o s , f e d erar c i u d a des, saber q u e , d e s cubierta t a m b ié n p o r l o s g r i e g os,
medir distancias, observar astros, predecir eclipses o e ncontraría en l a c u l t ur a occidental el c a mp o a d e-
suponer que la tierra flotaba sobre el agua como un cuado para su im p r esionante desarrollo: la Ciencia.
leño. Aunque los hombres que la han desarrollado hayan
Es cierto también que cuando siglos después Aris- sido seres históricos, sometidos a la temporalidad y a
tóteles, al final de la Ética Nicomáquea (X, 9, ll8Ibrg), la particularidad, parece ser que los productos de la
se refería a una anthrópeia philosophía, una «filosofía Ciencia fundaban, precisamente, su progreso en un
d e las cosas humanas», no apu ntaba a lo s m i s m o s posible carácter de perennidad que, hasta cierto pun-
objetivos que estos pioneros de la filosofía. Sus inter- to, los liberaba de la mutación y del tiempo. Curiosa
eses se habían d i r i gido y a a o t ro s t erritorios clara- paradoja que permitía «progresar» en lo eterno, en lo
mente r o t u r ados p o r l o s s o fi stas, po r S ó c r ates y «eidético», en lo «siempre idéntico a sí mismo» y que,
P latón, y que habían de determinar un n u evo dom i - en cambio, aquello que más podía estar unido al pro-
nio, arrancando al m i to, a la violencia o a cualquier greso, aquello que constituía la historia, era, precisa-
Emilio Lledó Memoria de la ética

m ente, lo que m ás som e t i d o es t a b a a la metafísicas, que tan duramente habrían de ser com-
temporalidad, a la ambigüedad, a la inestabilidad. batidas por los filósofos de la cientificidad, fueron
E stas características form ales qu e a d o r n aban l a d isipadas alejándolas a u n u n i v e rso p o ético, a u n
epistérne, tal como habían sido expuestas por Aristó- escenario retórico de juegos de lenguaje, donde, en el
teles (Ana1íticos, II, 33, 88bgo y ss.), fueron creando un mejor de los casos, tal vez pudiera ilum i n arse algún
ámbito peculiar que, posteriormente, habría de cons- olvidado rincón de nuestra sensibilidad. Y aquellas
tituir todo aquello que, de una manera muy am p l i a, otras formas de saber que habían ocupado antes los
h a venido a d e n o m i n arse ciencia. El m u n d o i d e a l ilimitados territorios filosóficos fueron, paulatina-
m arcó decididamente el mu nd o h i stórico: el mu n d o mente, parceladas de manera nueva e independiza-
en el que transcurre la vida de los hom b res, la vida das de la vieja filosofía. Así surgió la Psicología, la
del cuerpo y los sentidos, la vida de la felicidad o el Lógica, la Epistemología, etcétera. Esta remodelación
i nfortunio. S i n e m b a r go , l a po s i b i l i da d d e e s t a h a motivado replanteamientos radicales de la f i l o s -
influencia tuvo siempre lugar cuando las ideas que ofí — de lo que quedaba aún de la filosofía — y, por
constituyen los sistemas conceptuales, y las estructu- ejemplo, en nuestro siglo, ha aparecido bajo diversos
ras formales del saber científico, se hacen materia, se nombres que, de alguna forma, expresaban con ellos
«tecnifican». El m u n d o « i deal» empieza entonces a algo de lo que pretendían del saber filosófico que
vivir una forma de existencia histórica. Al materiali- renovaban. Fenomenología, existencialismo, histori-
zarse queda sometido al tiempo, a desgastarse con los cismo, estructuralismo, hermenéutica, etcétera, han
hombres, a envejecer en su p r opio progreso. Por ido señalando sucesivas perspectivas de este empeño.
supuesto, e l f o r m a l i sm o c i e n tífico, l a s « t e o r ías»,
siguieron, hasta cierto punto, incorruptas en el espa- 3. En la misma filosofía griega se roturó también
cio ideal; pero con su engarce en lo real pusieron de un territorio que, sin embargo, no pudo ser usurpado
manifiesto qu e s u m u n d o e r a , e n e f e cto, n u estro por las llamadas ciencias particulares. Este territorio
mundo, y que la propia coherencia con que su len- habría de determinar un a f o rm a de saber cuya pro-
guaje opera,la capacidad deductiva que se encierra blematicidad venía precisamente de que era la praxis,
en sus teoremas, corre paralelamente a esa natura- la inmediata conexión con la vida y las obras de los
leza que de tan diversas formas regula y descubre. hombres, con sus elecciones e intenciones, con algo
El mundo de los sistemas conceptuales filosóficos tan efímero como sus actos, la materia, por así decir-
tuvo otro destino radicalmente diferente. Sus nubes lo, de ese saber.
Emilio Lledó Memoria de la ética

Aristóteles, que escribiría la o br a f u n d acional de i mplica la existencia colectiva, lo que Kant con u n a
esta supuesta ciencia cuyo nombre no llegó a descu- certera expresión había denominado la «insociable
brir y q ue, posteriormente, habría de ll am arse «éti- sociabilidad» (ungesellige Geselligkeit), consiste, funda-
ca», planteó con enorme precisión la ambigüedad de mentalmente, en esa creación continua, en esa deter-
e ste inmenso ámbito de conocimiento. En el li bro I I minación a que nos fuerza la ambigüedad de la
de laÉtica Nicomáquea escribe: existencia. Las ideas, que pretenden dar estructura de
organismo a la desmembrada variedad de lo colecti-
Por tanto, puesto que la presente investigación no vo, tienen que consolidarse en hechos y en palabras,
es teórica com o l a s o t r a s — pues n o b u s c amos y los hechos y las palabras establecen relaciones de
saber qué es la areté, la virtud, sino que lo que pre- conocimiento, de poder, de sumisión, de atracción y
tendemos es ser buenos, ya que, en otro caso, sería repulsión. No hay un a at mósfera neutra y p r edeter-
t otalmente in útil — h e mos de considerar l o r e l a- minada qu e p e r m it a a l e n t r a m ado so cial d e sarro-
tivo a la praxis (E. N., II, z, llogbz6-28). llarse como se desarrolla y despliega la naturaleza. El
e stablecimiento d e ese continuum, qu e se l l am a l o
Desde el momento en que se acepta que vivir es convi- social, se hace desde presupuestos en los que cada
vir y que, por consiguiente, el hombre es un animal hombre admite e i n corpora en sí m i sm o un a ci erta
político, o sea, que su ser es ser colectivo, esa tesis, apa- forma de compromiso.
rentemente elemental, tiene que desarrollarse en el Pero esto qu i ere d ecir, entre o t ras cosas, que el
contexto real d e l a v i d a . Pero, en ese m o m e nto, la individuo, el ser individual, pone a disposición del
theoría pierde su carácter «ideal» para sumirse en lo otro parte de sí mismo. Comprometersees aquí hacer
«real». Esta inmersión en la vida toma, de pronto, la perder, en la tensión de lo colectivo, una parte de la
forma de un compromiso.Nada fluye en el espacio de p ropia i n d i v i du alidad. Esa p a rcial e n t rega d e u n o
la convivencia con la precisión que, en pr i n cipio, se mismo n o es, sin e m b a rgo, un a p r i vación. Precisa-
despliega nuestro ser « n a tural», n u estra «animali- mente ese compromiso es el que transforma el movi-
dad». Lo «político», o sea, lo colectivo, lo múlt i ple, lo miento del individuo, en el seno de la naturaleza, en
social, que configuran también la esencia del ser creación dentro del do m i ni o de la cul t u ra, o sea, en
humano, presenta más problemas, o, al menos, más ethos. Ya no pretendemos entender el mu n do, descu-
complicados que los que presenta el simple sustento brir do m i n ios inexplorados que la i n t eligencia deli-
de nuestra corporeidad. Por ello el co mpromiso que mita y nombra. Hay otra forma de conocimiento que

, 22 rlr d ' J
Emilio Lledó Memoria de la ética

quiere saber para vivir; que necesariamente tiene que político — en el sentido aristotélico — de ese obrar.
articular el conocimiento y la experiencia en función Para ello es preciso cualijcar nuestra praxis, o sea,
de otras directrices que aquellas que orientaban un t odo e s e d i n a m i sm o i n t e r io r q u e co n s t i t uy e e l
saber teórico. Y así como el saber está, en principio, supuesto recinto de nuestra personalidad. Las obras
condicionado por su propio objeto y por las formula- son producto de esa cualijicación. Pero sería también
ciones que permiten conocerlo y expresarlo, el cono- posible que, sin necesidad de comportamientos que
cimiento d e l eth o s es t á co m p r o m e t i do co n la manifiesten el resultado «objetivo» de nuestras inten-
búsqueda de un saber que se «somete» al «bien». No ciones, el carácter ético de l h o m b r e a d q u i r i ese su
hay teoría ética que n o e sté ya d e l i m i t ada po r e se sentido y su plenitud en el clausurado espacio de su
concepto, por esa palabra. Sin embargo, estando tan mente, de su psyché. A esto, probablemente, es a lo
seguros de su necesidad, no p o d emos estarlo tanto que Kant se referíacuando hablaba del carácter fun-
de su contenido, de su sentido. El hecho de que sea damental de la «buena voluntad» (der gute Wille) en
i ndiscutible su n ecesidad tiene, hasta cierto p u n t o , la construcción de una razón práctica.
que encontrar explicación en aquellos fundamentos P ero ¹c óm o s e f o r m a , c ó m o a d q u i er e s e n t i d o
sobre los que se enraíza la naturaleza. El bien es pervi- moral, en una determinada e inequívoca relación con
vir. El ser, como h a bía expresado Spinoza, tiende a el bien, el silencioso y opaco mundo de la conscien-
permanecer en el ser, a seguir siendo sí mismo, y cada cia? ¹Cómo se percibe esa positiva relación en el
individuo lo pone de manifiesto, de alguna forma, dominio de l a i n t i m i d ad, do nde ú n i camente puede
con ese sentimiento que A r i stóteles llamó ph ilautía, resonar el l enguaje del o tr o y d o n d e n o sotros mi s-
el amor, la am istad consigo mi smo (cf. E. N., XI, 8 , mos nos constituimos como lenguaje?
ir68a y ss.). En realidad, el término philautía no está En un famoso texto del Sogsta platónico se des-
documentado en Aristóteles, que usa el adjetivo phi- cribe el pensamiento como «un di álogo, sin voz, del
lautós (cf. también Sófocles, E R., 309). jEn qué puede alma consigo misma» (263e). Pero ¹cómo puede dialo-
consistir, sin embargo, esta peculiar relación con uno gar una mismidad? La mismidad de la psgché es un
mismo? lógos, n o un d i á l o go. Lo q ue s o m os no e s t a n to l a
estructura f i sica qu e c om o c u e rp o n o s c o n stituye,
4. Nuestro comportamiento se enraíza en lo r e al. cuanto ese mensaje que el hombre ha ido forjándose
Obrar es proyectar intenciones en un mun do o bjetivo. en sí mismo, que acabará constituyendo su carácter,
Pero eso no basta para fijar el carácter ético, moral, s u ser, y q u e , e fectivamente, como m e n saje es u n
Emilio Lledó Memoria de la ética

lógos, o sea, una forma de decir, u na forma de ma ni- tros. En la estructura física que nos constituye como
festación, de expresión... Pero el m o n o l ítico conglo- organismo, como cuerpo, la única característica que
merado de ese lógos,o sea, de esa forma de ser, se nos pertenece como seres hum anos y qu e i n d ica y
hace lenguaje que crea una peculiar estructura onto- define nuestra esencia, nuestro ser, es tener lógos, y
lógica: somos no solo lo que hacemos,sino originaria- precisamente ese lógos que se tiene es un estar, un
mente l o q u e de c imos. Ese ser no p o d r í a h a c e rse estado. «Tener lógos» significa, entre otras cosas, algo
presente como un decir, si no cupiese la posibilidad más que la mera posibilidad de hablar, de comunicar
de alterarese decir,o sea, de decir otra cosa que el ser. una forma de ser a otros seres.Tener es, además y
La vieja teoría de la mentira que recorre la fi l osofí principalmente, una f o rm a d e po sesión, y esa pose-
griega y que tan agudamente será analizada por sus s ión es n u estra su prema su stancialidad; p er o u n a
filósofos es buen ejemplo de esa posibilidad de alte- sustancialidad siempre «posible», siempre abierta y,
rar el ser del lógos. por tanto,en incesante proceso de creación.
Fueron los sofistas los que, de una m an era ejem-
plar, señalaron esa alteración del ser. La tradicional crí- 5. Nacidos en el mundo de las significaciones, cre-
tica que Platón h ace de estos prim eros educadores cidos en un lenguaje — Muttersprache — que nos vin-
consiste, precisamente, en la posibilidad de cambiar el c ula, por esa maternidad, a l a r aíz misma de l o
ser, de hacer que una cosa solo sea su apariencia. humano, la historia de cada vida individual es la his-
Pero, independientemente de este aparecer, la reali- toria de su vinculación con esa matriz ideal desde la
dad podría quedar reducida a su pura manifestación. que, como la matriz materna, nos desarrollamos. Esa
Todo ser es, en este caso, una «realización», un ens forma de vinculación es, de hecho, nuestra forma de
histórico, un ü v . E ste carácter de ente quiere decir individuación. Variando una vieja tesis de la Escolás-
que está siendo, que su ser es un estar, y que estar no es tica que pretende remontarse a Aristóteles (Metafísi-
la estructura ideal sustentada en un posible cielo teó- ca, X, 9, I 058a37 y ss.; XII, 8, t o 74a34 y ss.) podría
rico, inalterable y total. El estar no es meramente la afirmarse que n o e s la ma t eria signata quantitate el
i ndicación t o p o l ógica qu e d e l i m i t a u n e n t e o u n verdadero principio de individuación, sino la materia
objeto en un lugar (tópos)concreto del espacio, sino signata qualitate (cf. E. E., I, p, tzi5arz-zo). No quantum,
en el inestable circuito del tiempo. pues, sino quale. Y esta qualitas procede de una larga
El lógos que somos es, por consiguiente, un estar en aventura con el aj eno y n u n c a t otalmente accesible
el lógos, o mejor dicho, es el lógos el que está en noso- lógos, en el que nacemos y del que nos apropiamos
Emilio Lledó Memolia de la ética

cuando lo hablamos. intención qu e em erge del f o nd o d o nd e ese lógos se


La ya clásica distinción de Saussure entre 1angey constituye y consolida.
parole adquiere aquí una variante ética. Porque el Ese tiempo que articula el lógos y que expresa su
acto de habla no es solo la concreta y puntual utiliza- f orma d e a d ecuación co n l o s s i g nificados, con l o s
ción de una lengua en el momento temporal y espa- objetos, no procede de un autom atismo inerte en el
cial en el que un posible hablante la utiliza. El habla, q ue el l enguaje fu era solo el p u e nte q ue, según l a
que actualiza la estructura ideal de la lengua, es un expresión de Nietzsche, uniese a «seres eternamente
habla que dice y en el decir señala, construye, mani- separados». Tampoco es, como afirma H eidegger, «la
fiesta, elige. Y este multiforme decir, atado a la tempo- casa del ser». Siguiendo el mismo juego metafórico,
ralidad inmediata en la que cada vida está instalada, el lenguaje no parece ser casa, lugar estable, con lími-
m uestra su constitutivo carácter histórico, su am b i - tes claramente definidos en el espacio. Ni siquiera es
gua estructura, necesitada, por e l lo, d e d e t erm i n a- el ser, q u i e n, h i p o t é ticamente, ha bi ta e s os m u r o s ,
ción y de sustentación. sino el h o m b r e . El ser es u n c o n c e pto d e m a siado
El 1ógos es, pues, objeto de utilización. Tal vez sea v acío como p a r a q u e p u e d a t e ne r s e ntid o si n l a s
esta la causa por la q ue, no sin un a c i erta exagera- cosas que son, s in l os h o m b r es que e xisten, sin l a s
ción, Wittgenstein había afirmado que el significado instituciones que los amoldan.
d e un t é r m in o e s su u s o e n e l l e n g u aje. Con e l l o , Este hombre histórico y concreto está, sin embar-
posiblemente, se refería no tanto al l e n guaje, como go, referido continuamente a un ámbito casi infinito,
contexto sintagmático y paradigmático de una propo- en donde se establecen las im precisas fronteras del
sición, y que este contexto fuese el principal anim a- lenguaje. La metáfora de la «casa del ser» no in d i ca
dor de su sentido, sino que el usuario, en este caso el sino la posibilidad de que, en la absoluta indetermi-
hablante, incidía en la lengua con el peso de su ethos, nación que el ser, así domiciliado, expresa, el len-
su «manera de ser», de su mensaje, o sea, de su «par- guaje pueda, en cada caso y en cada in stante de la
ticular» lógos. Aquí empieza la estructura dialógica de t emporalidad, «cualificarlo» o «determinarlo» en l a
ese lógos y su relación con la verdad o la falsedad. La s íntesis real de lo m u n d a no, de lo t e m p oral y d e l o
instalación en un l e n guaje solo se realiza en el acto histórico.
m ismo de asumirlo y u t i l i z arlo en c ada un a d e l a s P or consiguiente, la s s u p u estas paredes d e e s a
proposiciones que la phoné semantiké, el aire semánti- supuesta casa que el ser habita no e stán levantadas
co, transmite y alienta. La verdad es aquí un acto, una en la inalterable consistencia del espacio. Es una casa
Emilio Lledó Memolia de la ética

en perpetua construcción, un a t i e nd a d e c a m p añ a trucción». No es posible un bien absoluto, desligado


que abrimos en el lugar de la comunicación, en el del mundo, y fuente de atracción para una conscien-
instante concreto en que usamos las palabras y que c ia solitaria. Ese bien m í stico está ausente de t o d a
hablamos; una casa abierta en el tiempo. posible ampliación hacia el bien colectivo en el que
Esta posibilidad de «uso» que «realiza» la necesi- cada individuo se ve obligado a desplazarse. La ética
dad del cuerpo y de la vida, la urgencia o estímulo de es parte de la política; el bien del individuo es esla-
la historia, apunta «externamente» a l a c o m u n i c a- bón de una cadena imprescindible,
c ión; pero a n t eriorm ente m e h a b í a r e f er id o a u n
h echo característico de n u estra consciencia y en e l pues aunque el bien del individuo y el de la polis
que se dibuja un espacio interior, un reducto que por s ean el m i sm o e s evidente qu e será m u ch o m á s
su misma estructura permite que en él se levante eso grande y más perfecto alcanzar y preservar el de la
que ha venido en llamarse ethos, ética, o, si se quiere, ciudad, porque ciertamente ya es apetecible procu-
«filosofía práctica». rarlo para uno solo, pero es más hermoso y divino
para un pueblo y para las ciudades (E. N., I, 2, I094-
6. En este punto descubrimos la necesidad de acla- by-ro).
rarnos la estructura de ese ethos. En la doble perspec-
tiva de la philautía — la amistad hacia sí mismo — y Pero precisamente porque ese bien es una construc-
del pó lemos —la discordia — como habitante también ción, hay que conocerlo. El bien es, pues, objeto de la
por e l e g o ísmo d e n u e s tr a i n t i m i d ad , a p arece el inteligencia, del no us. «Y así ¹no t e n d rá su c o n o c i-
impulso que determina la «f i l o s ofí práctica». m iento gran in fl u e n cia sobre n u estra vida, y c o m o
En las primeras páginas de la Ética Nicomáquea arqueros que tienden a un b l a n co, no alcanzaremos
Aristóteles nos abre a ese dominio en el que va a sus- mejor el nuestros» (E. N., I, 2, to94a22-23). Un conocer
t entarse el c o m p o r t am iento m o r al . « T od o l o q u e que es, además, vivir, y un vivir que es esencialmente
hacemos al manipular lo real — téchne —,toda orien- convivir.
tación — méthodos — y todo el dinamismo de nuestro N o basta, sin e m b argo, proclamar este p r i n c i p i o
ser — praxis — parecen tender a algún bien, por esto q ue determina la p o sible «construcción» de la v i d a
se ha dicho, con razón, que el bien es aquello a lo que personal, que como tal v id a consiste, según el texto
todas las cosas tienden» (E. N., I, r, io94ar-g). de la Política afirma, en eu zen, «vivir bien» (I, 2, i252-
Pero este bien al que todos tienden es una «cons- b)o). V i v ir c o n e l b i e n e s d e s c ubrir l a o r i g i n a r i a
Emilio Lledó Memoria de la ética

estructura de ese bien y hacerlo participar de la nece- solo el sentido (aísthesis)del bien y del mal, de lo
saria «convivencia». justo y de lo injusto. Y la comunidad de estas cosas
En la misma Política y antes de que empiece la edi- es lo que hace la casa y la ciudad (I, 2, I253aI4-I8).
ficación del bien colectivo, del bien que se articula en
la praxis, Aristóteles deja levantar, a través del lógos, El bien y el mal, lo justo y lo injusto, se levantan,
del lenguaje, de un principio de conocimiento que es pues, como una aísthesis,como una sensación. Aquí
principio de socialización, el sentimiento del bien. Ese y a no se trata de la posible metáfora de un «mu n d o
b ien que todos persiguen, como no s m u estra en l a interior». El b ie n a p arece en lo s m i s mos u m b r al es
Ética Nicomáquea, es aquí, en la Política, un bien cuya del deseo, del apetito, de l a n e cesidad. Nuestro
persecución no es un proceso que nos lleve más allá cuerpo es, com o c u e rp o h u m a n o , p u r a « exteriori-
de nosotros mismos, sino más acá. El bien se percibe dad». Es naturaleza idéntica e identificada con todo
en la relación con uno mismo, en la philautía. aquello que nos rodea y que, sin embargo, el impera-
tivo de comunicación convierte en historia, convierte
El ho m br e b u en o [ . ..] está d e a c u e rd o c o n sigo en polis. El sentido del bien y del mal, aprendido en
m ismo y d e se a l a s m i s m a s c o sas co n t o d a s u el amplio cauce del lenguaje, comienza ya a dibujar
psgché, y quiere ciertamente el bien para sí y lo que otra perspectiva que lo convierte en intimidad.
se le muestra como tal, y lo pone en práctica (pues Porque el texto aristotélico parece establecer una
es propio del bueno ejercitar el bien), y lo hace por diferencia entre la comun icación del bien — el lógos
causa de sí mismo [pues lo hace por causa de su — y ese otro nivel en el que la naturaleza — la aísthe-
mente (dianoetikou charin), que es aquello en que sis — percibe el bien o el mal antes de comunicarlo,
parece estribar el ser de cada uno] y quiere vivir y de participarse en él.
preservarse él mi smo, y sobre todo aquella parte El proyecto práctico se configura, pues, en ese
suya con la cual piensa (E. N., IX, 4, II66ar2-r8). silencio donde se establece la dualidad esencial en la
que la psgché se habla a sí misma (aute pros eauten)
Pero en la Política se añade: (Platón, Teeteto,r8ge). Dos posibles estructuras de la
subjetividad: la una consiste en expresar ese bien, en
E l lógos es para manifestar lo conveniente y l o transmitir, a través del lenguaje, una semántica que
dañoso, lo j u sto y l o i n j u s to, y e s e x clusivo d el coincida con la semántica de los otros, una forma de
hombre, frente a los demás anim ales, el tener él comunicación que establezca vínculos de solidaridad
Emilio Lledó Memoria de la ética

intersubjetiva en la común y p articipada inteligencia conocimiento y, e n c i e rt o s entido, l a c o m p a ñía, l a


d e determinados c o n ceptos. L a i n s t alación e n e l dualidad reconocida y aceptada. El pensamiento es
mundo hum ano i m p l ica ese fluir de formas expresi- diálogo, pero lo es con un solo personaje sin voz que
v as, de e s quemas i n t electuales qu e a t r aviesan e l tiene que encontrar en sí mismo su propia alteridad, el
e spacio de cada i n d i v i du o y l o s i t ú a n e n e s e o t r o contenido y e l p e r sonaje de su « m u da» comu n ica-
ámbito en donde la comunicación, el lógos, se hace ción, de su «silencioso» lógos. Porque la t r adicional
vehículo de lo colectivo, de la coincidencia en el bien interpretación monológica del pensamiento no basta
o en el mal, en la justicia o en la injusticia. para explicarlo y, mucho m enos, para justificarlo. El
Pero el dinamismo que arranca esa intersubjetivi- argumento de ese diálogo es el bien. Ese bien «dialo-
dad constituye otra estructura que está inserta en un gado» inicia ya en los niveles mismos de la conscien-
supuesto fondo de la consciencia. Comunicarse con cia una superación de ese necesario pero aislado
los otros, decir el bien, apenas tiene sentido ni funda- principio on tológico de la «permanencia en el ser».
m ento si, p r eviamente, no h a h a b i d o u n l u g a r d e El ser del diálogo consigo mismo se engarza, por
silencio donde la voz (phoné) se hace mente (nous) medio del lenguaje, con otro bien que ya no es solo
que no precisa aún comunicarse con nadie, pero sí aquel bien que presenta su más indeterminado e
tiene que hablar consigo misma. imperfecto rostro: el egoísmo ontológico. El bien del
Por ello, este diálogo que únicamente ocurre en el diálogo con los otros es el bien «buscado» que, sobre
silencio de la consciencia es un diálogo sin voz (aneu la base del ethos, reflexiona, discute, lucha por el esta-
phones).La phoné es el gesto etéreo que nos enlaza blecimiento de otra forma de bien que, superando el
con lo otro, y ese gesto se matiza y llena de contenido t erreno d e l a o r i g i n a ri a o n t o l o gía d e l i n d i v i d u o ,
e n el espacio d e l o c o l e ctivo, en e l s i stema d e l o alcanza el problemático pero creativo territorio de la
social. Cualquier voz que emitimos recoge su articu- solidaridad.
l ación semántica del contexto de la v id a y d e l c o n -
texto del saber. Se da en espacios determinados, en 7. En la experiencia de ese bien hay otra manifesta-
ámbitos concretos, que convierten en «semántico» el ción como ser determinado ya humanamente.
aire neutro de esa voz.
El diálogo de la psyché consigo misma necesita, Volviendo a nuestro tema, puesto que todo conoci-
también, de u n a p e c u liar f o r m a d e s e m ántica. No miento (gnosis) y toda elección (proaíresis)tienden
p recisamente en e l a i r e , e n l a v o z q u e a r t i c ul a e l a algún bien, digamos cuál es aquel a que la polí-
Emilio Lledó Memoria de la ética

tica aspira y cuál es el supremo de todos los bienes zante miseria. Ser feliz es tener, tener más, porque ser
que puede realizarse. Casi todo el mundo está de es, en el fondo, carecer. Hay, pues, que asegurar, en el
acuerdo en cuanto a su nombre, pues tanto la mul- t iempo de la escasez y la privación, el futuro al q u e
titud como los cultos dicen que es la felicidad y nos proyecta el deseo. Rodeados de bienes materia-
a dmiten que vivir b ien y o b ra r b ie n es lo m i s m o les, de seguridad en la existencia, los mortales com-
que ser feliz. Pero acerca de qué es la felicidad pensan co n e se te ner l a a m e n a za c o n t i n ua d e l a
dudan y no l o ex plican del m i smo m od o el v u l go privación.
que los sabios (E. N., I, 4, I094aI4-22).
Sea, pues, la felicidad un bien vivir con areté, una
Ese bien se percibe como eudaimonía, como felicidad. autarquía de la vida, o la vida más agradable con
Pero el término, tan trivializado a lo largo de la histo- seguridad (aspháleia), o la prosperidad de cosas y
ria, tiene en los orígenes de nuestra cultura unas con- c uerpos, con p o der d e g u a rdarlos y d i s p oner d e
notaciones q ue, tal v ez, p o drían s ervirnos p a r a ellos, pues una de estas cosas, o varias, casi todos
entender ese sentimiento y para entrever los elemen- están de acuerdo en que es la felicidad. Y si tal cosa
tos que lo constituyen. es la felicidad, es preciso que de ella sean parte la
Porque la palabra griega que lo expresa — eudairno- nobleza, los muchos amigos, los amigos buenos, la
nía — arrastra en su propia semántica no tanto la his- riqueza, los hijos buenos, los muchos hijos, la
toria de un sentimiento, de una «sensación» del bien buena vejez y , a d e m ás, la s v i r t u de s c o r p orales
íntimo, de un vagaroso bienestar, en el que la cons- como la salud, la belleza, el vigor, la estatura, la
ciencia experimenta una cierta conform i dad consigo f uerza para la l u c ha, la f ama, el h o n or, la b u en a
mismo, sino algo mucho más complejo. suerte, la areté... (Retórica, I, 5, I36obI4-23).
L os prim eros textos en l o s q u e e n c o n tramos l a
palabra eudairnonía se refieren a aquello que nos da el Ese buen daímon (eu daímon), ajeno y arbitrario, que
daímon: a la fortuna que sobreviene al individuo, per- pone en la rueda del destino la gracia o la desgracia,
dido en el mundo de la escasez y de la miseria. El y que otorga caprichosamente sus bienes, se opone,
dorado sueño de la abundancia sin fisuras solo perte- en la experiencia de los griegos, a esa otra forma de
nece al mundo del mito. Vivir es carecer, estar priva- bien que se enraíza con la vida, al eu zen (E. E., I, i,
d o. La experiencia nos m u estra l a f r a gilidad d e l a ui4ar5-i6).
vida cuando está sometida al bien escaso, a la amena- Y así como la bondad, el eu, que viene del otro lado
Emilio Lledó Memoria de la ética

de nuestro thymós, de nuestro nous, nos facilita ese Pues si el bien vivir d epende de cosas que proce-
d estino m í t i co, h e r oico, m a r cado p o r l a s u p r e m a den de la suerte o de la naturaleza (tachekai phj-
riqueza o el supremo poder, el eu, la bondad o el bien sis), escaparía a la esperanza de muchos — pues no
del vivir, entra ya en una esfera más concreta: en la les es accesible el esfuerzo, ni depende de ellos, ni
de las realizaciones políticas. Es cierto que aquí tam- de su propio trabajo —, pero si consiste en tal cua-
b ién impera la i n estabilidad, pero ya no es la de l a lidad personal y en la praxis idónea, el bien podrá
t jebe, la del azar y el daímon. Es otra forma de inesta- ser más común, porque será posible a un mayor
bilidad humana que se abre en el espacio de lo «posi- número de gentes participar en él; más divino, por-
ble». Desde el momento en el que el hombre elige y que la felicidad será accesible para aquellos que
en el que el derecho a la palabra (isegoría) y a la ley d ispongan el lo s m i s mo s y s u s a c ciones d e u n a
(isonornía) le abren el m u n d o h i s t ó rico su ser es ya cierta cualidad (E. E.,IzIgaIz-zo).
energía(enérgeia),o sea, capacidad de transformarse
en obras, de «realizar». El mundo h u m an o se engar- Lo divino aparece aquí, efectivamente, no tanto como
a
za, entonces, con la posibilidad; la t che se convierte «divinidad» cuanto como «cualidad», porque los dio-
en oportunidad, en kairós. ses son «cualidad», son «seres algo», son plenitud en
Para ello se requiere una arete que no sea un sim- su determinada, concreta y peculiar cualidad.
ple saber teórico, una epistéme, sino una phrónesisque Esa dimensión t e m p o ral h ac e qu e e l da í mon s e
se acopla a la contingencia y ambigüedad del mundo. transforme ya en ethos,tal como había predicho el
Porque así como la sabiduría (sophía) y la ciencia fragmento de Heráclito (Diels, B, II9). La felicidad no
(epistéme)se refieren a «lo eterno y lo que siempre es proviene ya de ese daímon exterior y caprichoso, sino
idéntico a sí mismo», la prudencia, la sabiduría prácti- q ue entra, así, en el m i sm o ser del h o m b r e b ajo l a
ca, tiene que ver con la vida, con las cosas que son y forma de ethos, de espacio interior surgido en el curso
no son, que están en perpetuo cambio (ta en metabole d e la h i storia, en l a e x p e riencia del m u n d o , e n l a
onta, M. M., I, 34, II97b8). elección y la arete, en la posibilidad de una democra-
«Esto introduce en la economía de la moral aristo- cia que transfigura el ser en m u nd o y l o l i b era de la
télica la dimensión de la temporalidad [...] la moral tiranía que fomenta la imposibilidad. La psgché es
aristotélica nos invita a realizar nuestra excelencia en entonces habitáculo de la eudaimonía (como había
este mundo que dura y cambia en el tiempo»[96]. expresado D e m ó c r it o e n o t r o f r a g m e nt o f a m o so)
(Diels, B, I7I).
Emilio Lledó Memoria de la ética

T al vez no sea posible desglosar ese «bien en l a


8. Pero anteriormente me había referido a esa «do- mismidad» del «bien en la alteridad». En este punto
blez» de la psgché, a esa capacidad de hablarse a sí podría pl antearse de n u evo l a d o b l e z de l p ólemos,
mismo y de encontrar, en esa mismidad, la alteridad, aquel qu e d e s cubrir á P l atón a l c o m i e nz o d e L a s
la expansión que abre la philía. Y, sin embargo, ¹qué Leyes. Un «bien en s í» no c onstruido p or l a c o i n c i-
quiere decir ese «bueno por sí m i smo» que aparece dencia de todos los deseos, de todas las buenas inten-
también al comienzo de laÉ t i ca Nicomáqueaf Porque ciones y alejado en e l m u n d o d e l « l enguaje no
si la felicidad apunta a ese inicial criterio del propio compartido», de los conceptos hipostasiados e ideo-
ser que tiene qu e d escubrir e n l a e s tructura d e su logizados, podría dar lugar al imperio de la injusticia
intimidad, de su silencioso diálogo consigo mismo, el disimulada, del engaño. Una mismidad más allá de su
criterio de su propio bien, ¹dónde se funda ese «bien construcción es una mismidad que puede fingirse
en sí» cuyo carácter abstracto e «in h u m a no» había c on el deseo alimentado desde la insolidaridad y l a
criticado Aristóteles en otros pasajes' diferencia, e instalado en el cr eciente sistema de la
La mismidad de ese «bien por sí mismo» implica la mentira, del pseudos.
aceptación de una bondad que no puede entenderse Precisamente en el espacio real donde el individuo
sino com o e s pacio d e c o i n c i d encia i n t ersubjetiva, se humaniza, en la po1is, el fingimiento político con el
como espacio social. Por consiguiente, la estructura que el lenguaje enmascara el deseo tal vez llegue a
del sí mismo saca a cada voluntad del cerco de su pro- fingir o r e alizar, en este fingi m i ento, la sólida m á s-
pio y exclusivo deseo, de la clausura de su «egoísta» cara de un poder que solo se reconoce a sí mismo. El
felicidad. El lenguaje en el qu e las formas de ese sí lenguaje ya no es, entonces, el instrumento de comu-
mismo se expresan perm it e el aborar lo s n i v eles de nicación, sino un tercer mun do, no tan simple como
coincidencia d e ca d a sub j e t i v i dad . P o r q u e un el de Popper y contra el que difícilmente puede valer
supuesto «bien en sí mismo» que no fuera dialogable, ya la lucha por un «bien en sí», único, homogéneo y
que no se pudiera construir en el di álogo de la polis, u
sin doblez, si ese ngido bien en sí se reviste, en la vida
en el espacio colectivo donde cada uno es también el moderna, de todos los «en sí» del poder.
otro, convertiría su mismidad, o sea, su posibilidad de La eudaimonía presenta, sin embargo, una continua
superar el ámbito de la eudaimonía privada, en algo posibilidad de contraste. El en sí de la eudamonía es,
trascendente, donde no llega el hombre ni alcanza el en su plenitud, un en mí; un fir me c ontraste en cuya
deseo. certeza se construye la vida individual, la inequívoca
Emilio Lledó Memolia de la ética

seguridad de la afirmación del existir. Esa mismidad mos conocernos nos vemos en un amigo (M. M., II,
de la eudaimonía, distinta de la del «bien en sí», rea- I5, I2I3a20-24 ).
liza el mundo y la v ida total del animal p o l ítico, del
animal que habla y que ha encontrado en el concreto Y el amigo reproduce no solo n u estra im agen, sino
espacio de su cuerpo el p r i me r el emento de la afir- nuestro sonido. Sonido que habla a nuestra habla y
mación y la felicidad. que encuentra ese lógos, donde se forja, con el otro, la
E ste sentimiento q u e A r i s t óteles ll amó, e n o t r o compartida ética de la felicidad.
contexto, philautós (Política, II, 5, I263b2; Cf. también
E. N., I X, 4, II66a y ss.) es, efectivamente, una forma
de amor a s í m i s mo, en c u ya i n t i m i d ad y e n c u y o 2. LA FELICIDAD DE LOS «GUARDIANES»
afecto (philía) está la mismidad del otro. Por eso es la
philía lo más necesario para la vida (E. N., VIII, I , I. Un p r o b l em a esencial en l a fi l o s ofia p r áctica de
II55a4) . El j u e g o d e l m u n d o c o m i e nz a co n e s t a s Platón y Aristóteles es la organización de la felicidad.
representaciones, con este bien, «construido» (phai- Ser feliz no es experimentar los efectos de una ade-
nómenon agathón). Instalados en esta forma de bien, cuada instalación en el mundo y en el propio cuerpo,
c ada proyección i n d i v i dual, cada a m i stad co n u n o sino luchar por construir una posible forma de «con-
mismo, necesita de otras proyecciones que levantan vivencia» en el espacio colectivo, en la polis. La felici-
d ialécticamente, o s e a , d i a l ó gicamente, a l a n i m a l d ad n o c o n s i ste t a nt o e n l a pe r c e p ción d e u n a
solitario que solo puede expresar con su voz el dolor subjetividad satisfecha, cuanto en l a c r eación de
hacia un animal humano que habla del bien, y lo determinadas condiciones que «políticamente» per-
construye. miten esa satisfacción. Pero este estadio superior en
P ara esta c o n strucción s u r gi ó e l l ó g os, y p a r a una teoría de la felicidad tuvo que recorrer antes un
encontrar con q u ién c o m p arti rl o d e d icó A r i stóteles largo camino marcado por las señales de una evi-
en su Ética la descripción más lúcida que la filosofia dente injusticia hóivím. Efectivamente, ser feliz fue en
ha hecho del fenómeno de la amistad. los comienzos de la cultura griega y de acuerdo con
lo que nos enseña la etim o l ogía de eu5aípuv t e n er
Nosotros no p o d emos contemplarnos a n o sotros puestos en nosotros los ojos de una cierta divinidad,
mismos a partir d e n o sotros mi smos, y así como de un benefactor que nos concede favores, que nos
vemos en el espejo nuestro rostro, cuando quere- protege y orienta. En un mundo de indigencia y esca-
Emilio Lledó Memoria de la ética

sez, ser feliz significó «tener más» que otros; asegurar, la miseria (República, II, 369b). La euómtpovícI, «cons-
en la abundancia de bienes, la inseguridad de un truida» por a l g u nos h o m b r es, seguía privilegiando,
futuro que siempre tenía que configurarse en el hori- como es lógico, a sus «constructores». Y las explica-
zonte de la miseria y de la dificultad de vivir. ciones de ese privilegio se discutieron en los escritos
Un pueblo que como el griego había de dar tan de Platón y Ari stóteles. Los argumentos de su justifi-
extraordinaria im p o rtancia a los ojos, a la mir ada, a cación, además del reconocimiento de esa, al parecer,
l a «teoría» que, como e s sabido, es un a f o r m a d e insalvable hów ín, constituyeron tam b ién u n r a d i cal
mirar, tuvo que ver la arbitraria distribución de los intento de superación.
e scasos bienes y, en c o n secuencia, tuvo qu e p l a n -
tearse también la inevitable pregunta ¹por qué esas 2. Entre los mú l t i p les problemas que se debaten,
d iferencias en l a d i s t r i b u ción d e b i e n es' ¹ Po r q u é en la República de Platón encontramos uno que pre-
unos tan poderosos y otros tan desvalidos' senta una perspectiva nueva en la teoría de la felici-
La primera respuesta fue una forma de resigna- dad. Un primer esbozo del problema aparece ya en el
ción. Un ónípuv caprichoso otorgaba sus dones a diálogo con Trasímaco. sócrates afirma que «resulta
algunos ho m b res, a a l g u nos p r e d ilectos. Pero esta evidente que ningún arte ni gobierno dispone lo pro-
primera visión de la desigualdad y de la injusticia, vechoso para sí m i s mo , sin o q u e , c om o v e n í amos
que encontraron distintas formas de justificación, no diciendo, l o d i s p one y o r d e n a p a r a e l g o b e r n ado,
f ue bastante para aceptar, sin m ás, una f ó r m ul a d e mirando al bien de este, que es el más débil, no al del
conformidad con el destino. Las distintas etapas por más fuerte» (República, I, 346e). Esta tesis obliga a
las que atravesó la h i storia g r i ega se construyeron plantear la esencial contradicción entre el inevitable
s obre u n p r i n c i p io , m á s o m e n o s c o n sciente, d e egoísmo d e l a n a t u r aleza que, n e cesariamente, se
inconformidad. Si n e m b a r go, a l s e c u l arizarse ese manifiesta e n c a d a i n d i v i d u alidad, y l a s u p u e sta
óaípuv, al evolucionar en la lucha por una cultura g enerosidad que implica la adecuación a l a v i d a
democrática el contenido y el significado de la felici- colectiva. Efectivamente, si todos los h o m b res aspi-
dad, y hacerse el hombre, hasta cierto punto, respon- ran al bien, si ese bien toma la forma de euóatpovía
sable de su sentido y de su «construcción», volvió a (Aristóteles, Ética Nicomáquea, I, Io94aI-z y I095bI8-I9)
plantearse, aunque en otros términos, el problema de en la que sustancialmente se instala la propia indivi-
la injusticia y la desigualdad. dualidad, ¹qué felicidad y qué bien puede encontrar
El mundo seguía siendo el mu nd o de la escasez y aquel cuyo destino es disolverse en el destino y felici-
Emilio Lledó Memoria de la ética

dad de los d emás, para qu e esta pu eda realizarse? conspirando y s i e nd o o b j et o d e c o n s p iraciones,


Porque la aceptación de esa filantrópica tarea confir- temiendo, en fin,mucho más y con más frecuencia
maría, en cierto sentido, la tesis de Trasímaco de que a los enemigos de dentro que a los de fuera; y así
es preferible la vida del injusto a la del justo (Repúbli- correrán en derechura al abismo, tanto ellos como
cü, I, 347e). Si la justicia es esa entrega al bien del otro la ciudad (4I7a-b).
entonces la justicia es una forma de infelicidad.
En distintos momentos de la discusión a lo l a r go E l rem edi o c o n tr a l a a m e n a zante m i s eria e n u n
de toda la República s e mod u l a rá esta aporía, y s e m undo e n e l q u e n o p u e d e r e a l izarse el s o ñ a d o
intentarán diversas formas de mediación. En el libro paraíso de la abundancia no es, sin embargo, la pose-
III nos expone Platón un m ito que habla de la mate- sión, el tener más que los otros. «Tener más» no es
ria de la que están hechos aquellos a quienes los dio- «ser más», como haría suponer una elemental inter-
ses destinaron a m a n dar en la s ciudades. Es oro el pretación de la euóatpovím, de aquel estado de bi e-
metal de que están compuestos los encargados de la nestar qu e p r o p i c ios dé mones n os o t o r g aron. E s a
custodia de la ciudad y de l b ie n d e sus ciudadanos satisfacción individual no llega jamás a cumplirse en
(4rga). ¹Qué necesidad de recompensa?, ¹qué otro oro la polis donde, natural y necesariamente, el hombre
habría de necesitar si es ya de oro su alma, y ese oro está impelido a tejer su vida en la vida de los otros.
es de mayores quilates que aquel otro terrenal «que La posesión es por consiguiente principio de destruc-
tantos crímenes ha provocado»? (4I6e). Por eso, ción. La imagen histórica de la abundancia, tal como
aparece en la figura de esos injustos y felices tiranos
serán ellos los únicos ciudadanos a quienes no esté que Trasímaco ensalza (República, I, 344b y ss.), es
permitido m a n ejar n i t o car el o r o n i l a p l a ta, n i precisamente la contraposición a la supuesta infelici-
entren bajo el t e cho qu e c u br a estos metales, ni dad del rey filósofo que Platón sueña.
llevarlos sobre sí, ni beber en recipiente fabricado Esos guardianes infelices — en una teoría que sus-
con ellos. Si así proceden, se salvarán ellos y salva- tituye al ser por el tener — que cambiarían su propio
rán a la ciudad; pero si adquieren tierras propias, tener por la felicidad colectiva se enfrentan a la ima -
casas y di n ero, se convertirán d e g u a r d ianes en gen histórica del tirano. El guardián justo,
a dministradores y l a b r i egos, y d e a m i gos de su s
conciudadanos en odiosos déspotas. Pasarán su s iendo l a c i u da d v e r d aderamente suya, n o g o z a
vida entera a b o r reciendo y s i e n d o a b o r r ecidos, bien alguno de ella, como otros que adquieren
Emilio Lledó Memoria de la ética

campos y se construyen casas bellas y espaciosas t arse esta teoría en otra cosa que en el r eino de l o s
(República,IV, 4I9a). buenos deseos, y en una tesis que sostiene que para
q ue sean f e l i ces las p a r tes n ecesariamente h a d e
Pero si la felicidad consiste en la posesión de «oro y serlo antes el todo.
plata y todo aquello que han de tener los que han de
ser felices» (4I9a) ¹qué n u eva i dea d e f e l i cidad 3 . En el l i br o V p a r ece surgir u n t e m a c uyo m á s
irrumpe en la teoría platónica para contrarrestar a la completo desarrollo tendrá lugar en el libro VII, en la
e xperiencia, a l a h i s t o ri a y a l a s a b i d u rí a q u e s e interpretación del mito de la caverna. La teoría de la
encierra en la dóxa, en las simples opiniones de los «totalidad», que simboliza la del supuesto «comunis-
mortales' mo» platónico, se enfrenta a aquella según la cual la
La primera respuesta importante que se da a tan incisión de lo «mío» en el tejido de lo social (464c)
singular contradicción afirma que los guardianes no desgarra su trama, y acaba destrozando la consisten-
pueden privilegiarse, como los tiranos o los oligarcas, cia misma de cada uno de los hilos que la constitu-
de su dominio sobre la ciudad. Ese dominio no p er - y en. Lo q u e r e a l m ente e s p r o p i edad e x clusiva d e
mite la preeminencia de un individuo o una clase. La cada hombre es su propio cuerpo (464d). Todo lo
ciudad es totalidad y es en vistas a esa totalidad como demás resulta d e a b s tracciones o i n t e r p r etaciones
tienen que «armonizarse» las partes. «Formamos la que necesitan la salud y l a c o n sistencia de ese otro
ciudad feliz, en nuestra opinión, no ya estableciendo c uerpo de l í m i tes más im p r ecisos, pero no po r e l l o
diferencias y otorgando la dicha en ella solo a unos menos firmes, que es el cuerpo colectivo, la natura-
cuantos, sino dándola a la ci u dad entera» (4zoc). El leza social, la polis. Y ese gran cuerpo está sustentado
guardián, pues, h a d e s e r e l p e r f ecto o perario e n guardianes abstractos también, el « t em or» y e l
(úptcrvop 5qptoupyóq) de la completa felicidad de la «respeto>>, 6éop Te KQl ( xl.5(dp (465b), que de alguna
polis. forma habrán de encarnar los guardianes concretos.
A pesar de l c a r ácter ej e m p la r d e e s e g u a r d i án E sos dos térm i nos de l v i ej o v o cabulario é t ico h a n
filantrópico, y de las brillantes páginas que Platón nacido en un dominio más fundamental aún que
dedica a describir la belleza y justicia de esa ciudad, a quel otro que, con el egoísmo, encarna la p r i m e r a
«completamente» feliz p o r qu e t o do s lo s el ementos v oz de un a n a t u r aleza que c l am a e n s u i n d i v i d u o
q ue la c o n stituyen a l c anzan l a f e l i c i dad q u e p o r solitario e i n e r m e . E l « t e m or » y e l « r e speto» han
naturaleza les corresponde (42Ic), no parece susten- nacido en un posible mundo ideal que, sin embargo,
Emilio Lledó Memolia de la ética

emana directamente de esa otra naturaleza, más pró- mando como si fuera algún gran bien. Mas la ver-
xima ya al hombre, a lo que será la vida humana y a dad es, creo yo, lo siguiente: la ciudad en que estén
la cultura en la que la vida se manifiesta. Ese imperio menos ansiosos de ser gobernantes quienes hayan
del «temor» y e l « r e speto», verdaderos guardianes de serlo, esa ha de ser forzosamente la que viva
ideales de l a p olis, y n a cidos de e l la, requieren mejor y con menos disensiones que ninguna (gzoc-
muchas veces ser encarnados en el otro guardián, en d).
el filósofo rey que los representa. Pero este guardián
real que asume el conocimiento de esos dos guardia- La riqueza del oro con la que se atesora seguridad en
n es ideales podría sentir l a t e n t ación d e v i vi r s o l o el mundo d e l a escasez se transforma aquí en a l go
p ara p e nsarlos, p ar a c o n o cerlos e , i n c l u so, p a r a cuya abundancia abre la puerta de un espacio, más
decirlos. El intuir la inmensa belleza y verdad de esos amplio e intenso, de felicidad: «una vida buena y
principios que atraviesan la v id a h u m an a es resul- llena de inteligencia» (nyn8q v+t. epcppuv). Bondad e
tado de ese compromiso que adquiere el prisionero inteligencia, que constituyen la esencia del verdadero
liberado de l a c averna. «¹No l e s p e r j u d icaremos y guardián, frente a aquellos
haremos que vivan peor'» (VII, grgd) obligándoles a
que se reintegren a la caverna. mendigos y hambrientos de bienes personales que
En la educación del guardián ya se han incluido van a la política creyendo que es de ahí de donde
elementos en los que se descubre el necesario cultivo han de sacar las riquezas (gata).
de lo c olectivo. «A v o sotros os h e mo s engendrado
nosotros para vosotros mismos y para el resto de la Esa torpeza engendra «una guerra doméstica e intes-
ciudad» (gzob). El descubrimiento de esa mismidad tina que los pierde tanto a ellos como al resto de la
tiene lugar, precisamente, en el dominio de las ideas, ciudad». El filósofo verdadero desprecia los cargos
en el reino de esa luz, con cuyo recuerdo podrá ilumi- políticos (52tb) y, precisamente, por ello y porque no
nar el filósofo, a su vuelta, la oscuridad de la caverna. los busca como «amante del poder» (epnorjq rou
npyetv) al ser amante de la sabiduría que es, en el
Y así, la ciudad nuestra y vuestra vivirá la luz del día fondo, «aquello por lo qu e mejor se rige la polis»
y no e n tr e s u eños, como v i ven a h or a l a m a y o r (52Ib), habrá de alcanzar los principios por los que,
p arte de ellas, por o br a d e q u i e nes luchan u n o s efectivamente, se llegue a esa mejor gobernación.
c on ot ros po r v a n a s s o m b ras o s e d i s p u ta n e l Ese imperio de lo ideal es el que rige, además, en
Emilio Lledó Memoria de la ética

el alma del filósofo, y cuya ausencia aniquila la apa- nos (E. N., VI, 7, II4Ib3-8).
rente felicidad del tirano (IX, 577a y ss.). Por eso, en el
o rden de la f elicidad, es el régimen t i r ánico el m á s Con esta expresión, n v 0prénrva n y rr0n, A r i stóteles
infeliz. En el orden de la psgché el tirano se halla tam- establece un nuevo suelo en el que construir la polis
bién en el nivel inferior, en aquel que confunde el justa. La filosofía de las «cosas humanas» (uv0púnera
bien c on las c osas cuya posesión no t r a s ciende los qrAoaocpía) con cuya búsqueda se cierra la filosofía
límites del cuerpo, y que necesita, además, oponerse Ética Nicomáquea (X, 9, II8IbI5) implica un n u e vo
a otros para poseer. planteamiento de la felicidad de los guardianes. Aris-
«El hombre más dichoso (eúóarpovécrTnToq) es el tóteles se había referido, en la Política, a la vieja apo-
mejor (rrprmop) y más justo (óLKRLOT(xTog) (58oc). Este ría platónica, y discutido una buena parte de los
hombre capaz de mandar ( Paca.A.t.KóTaToq), manda planteamientos de Platón.
también sobre sí mismo (PaorAeúuv @uTou), y en este «Aun suprimiendo la felicidad de los guardianes
imperio se liberan las ataduras que sujetan a los afirma [Sócrates] que el legislador debe hacer feliz a
deseos exclusivos del pr opio c u erpo y d e l e goísmo, la ciudad entera; pero es imposible la felicidad de
para abrirse una senda nueva en la que se tropiezan toda si no la ti enen la m ayoría, o todas sus partes o
formas superiores de felicidad, que solo la sabiduría algunos. Pues el ser feliz no es como el ser par: esto
alcanza y que en la polis se realiza. ú ltimo p u ede suceder al t o do, sin sucederle a n i n -
guna de sus partes, pero con la felicidad es imposi-
4 . Todos estos problemas, que se pl antean en l a ble. Y si lo s gu ardianes no son f e l ices, ¹quiénes lo
República, debieron conducir a Aristóteles a estable- son7» (Política, II, 5, Iz64bI5-z3).
cer la distinción entre «sabiduría» (aocpín) y «pruden- En Aristóteles lucharán por conjugarse la eva' pyeror
cia» (cppóvqcrrq). de la vida teorética con la reflexión sobre un h e cho
que determina las condiciones concretas de una feli-
Por eso de Anaxágoras, de Tales y de los hombres cidad de la que el guardián, el filósofo, no puede
como ellos, dice la gente que son sabios, no pru- prescindir y qu e ex presó con un v e rbo qu e aparece
dentes, porque ve que desconocen su propia con- una única vez en toda su obra y, tal vez, en toda la
veniencia y d i c e n d e e l l o s q u e s a ben c osas literatura griega, crv0puneúecr0nr, ser h o m b re, «ser
extraordinarias, admirables, difíciles y d i v i nas, siendo hombre» (E. N., X, 8, II78b7).
pero inútiles, porque no buscan los bienes huma- Por ello se necesitan algunos bienes exteriores. En
Emilio Lledó Memoria de la ética

ese canto a la vida teórica que constituye buena parte d ría que reconocer el i n superable compr om iso qu e
del libro décimo de la Ética Nicomáquea,y precisa- implicaba el peso de ese verbo con que, ejemplar-
mente en el punto donde más alto suena la alabanza mente, quiso expresar las condiciones inevitables de
del sabio, Aristóteles tiene que reconocer que ese ser la temporalidad y de la historia, ria, hv0pconeúeo0at.
no puede elegir la vida de los otros. Pero aunque roce Ser fiel a esas condiciones de posibilidad iba a mar-
e n algún m o m e nto f o r mas de vida superior, y aun - car los senderos más fecundos de su filosofía.
que nos inclinemos por la superioridad de la vida
intelectual,
3. LA LUCHA POR LA LEY (HERÁCLITO) FRAGMENTO B 44 )
por ser hombre, el hom bre teórico tendrá necesi-
dad de bienestar externo, ya que n u estra natura- I. La bibliografía de Heráclito publicada por E. N.
leza no se basta a sí misma para la teoría, sino que Roussos[97] muestra claramente el continuo i n t erés
necesita de la salud del cuerpo, del alimento y de despertado por el filósofo de Éfeso. Desde que en
los demás cuidados. Pero no se ha de pensar, cier- I499 A. Manu t ius, en sus Epistolae Grecae, hizo refe-
tamente, que, no pudiendo alcanzar la beatitud sin rencia a las cartas seudoheraclíteas y H. Stephanus
l os bienes exteriores, el qu e q u i er a ser f e li z l o s en su Poesis philosophica de I573 publica la primera
necesitará en gran número y calidad, pues la autar- colección de fragmentos, se han sucedido las investi-
quía y la praxis no requieren superabundancia de gaciones sobre Heráclito. Ya en épocas recientes ha
ellos, y sin dominar el mar y la tierra se puede ejer- habido años en que han aparecido más de cuarenta
citar una actividad noble (E. N., X, 9, I I 78b34- trabajos sobre cuestiones textuales o de i n t e r preta-
II79ag). ción semántica, según no s i n f o rm a l a m e n c i onada
bibliografía. Sorprende, sin embargo, que en esta
El pensamiento, en cuanto tal, podía soñar el sueño abundancia de estudios haya fragmentos que apenas
de esa «energía» que se ama a sí mi sma porque esa han merecido el interés de los investigadores. Sobre
mismidad es su mismo amor y su m i sma verdad. Si todo si algunos de ellos son importantes para enten-
«al ser vivo se le quita la acción y aún más la produc- der el mu nd o t eórico de los «primeros que filosofa-
ción no le queda sino la teoría» (II78bzo-zz); pero la ron».
filosofía de Aristóteles que tan in t ensamente habría Los fragmentos de Heráclito arrancan de diversas
de establecer los largos límites de la vida teórica ten- experiencias que alim entan su co ntenido. Es ya un
Emilio Lledó Memoria de la ética

tópico de la reciente historiografía filosófica el refe- otros lenguajes sin contexto vivo, un rostro enigmáti-
rirse a este hecho. Al analizar, pues, los restos de la co, como e l d e e s a n a t u r aleza qu e a m a o c u l t arse
obra de Heráclito descubrimos los temas que organi- (Fragmento B I23).
zan su mensaje. Es cierto que debido precisamente a P ero ese ocultamiento o b edece, sobre todo, a l a
este carácter fragmentario n o p o d e mos determin ar distancia hermenéutica, y prueba, una vez más, que
con claridad cuál es el sentido total que enhebra y da un lenguaje solo se clarifica en el espacio en el que
coherencia a sus palabras[98]. De todas formas Herá- realmente resuena. Llegados a n u estro p r esente, el
clito deja en estos fragmentos algunas marcas claras lenguaje de los filósofos griegos adquiere un especial
para reconstruir sus preocupaciones teóricas: el cam- relieve. Sabemos que hablan desde presupuestos dis-
bio, el lógos como coherencia y comunicación, las tintos a los nuestros y que se dirigen a hombres que
contradicciones, la crítica a sus contemporáneos, la habitan un m u n d o e n e l q u e n o c a ben lo s o b j etos
función de los sentidos en el proceso del conocimien- reales o ideales que constituyen el nuestro; pero hay
to, la m i r ada sobre un l e n guaje en c uya estructura un tono característico en este mensaje lejano. La voz
descubre el cambio mismo de las cosas, etcétera. que los transmite insiste, constantemente, en estable-
Estos temas y la forma en que los expresa revelan cer un vínculo de solidaridad entre los componentes
datos importantes para analizar perspectivas y reso- de la comunidad de la que el individuo filósofo es
nancias en el quehacer filosófico que entonces se ini- parte, esarealidad es, de alguna forma, homogénea
c ia. Ad emás d e l o s c o n t e n i dos c o n cretos, d e l o s con la nuestra, con todo tipo de realidad humana por
h echos t e óricos a q u e e s t o s f r a g m entos a l u d e n , muy alejada que parezca en eltiempo.
domina en ellos un tono pedagógico, antes incluso de
que la paideía llegase a constituirse en el eje sobre el 2 . Entre l o s f r a g m entos d e H e r á c l it o o c u p a e l
que va a d eslizarse la posibilidad de l a p r i m era número B 44 — en la ordenación de Diels — un lugar
democracia. peculiar. Esta peculiaridad consiste en su olvido. Si
Cuando examin amos estos escritos, sumidos en se repasan lo s e s t u d ios m á s i m p o r t a ntes, apenas
una niebla de más de veinticinco siglos de distancia, encontramos referencias que no sean menciones oca-
no deja, pues, de ser problemático el descifrar el uni- sionales q u e pasan d e l a r g o p o r e l te x t o d e
verso total de sus referencias. Leídos desde un p r e- Heráclito [99].
sente, sin recuerdo de esa inmersión en una historia E l fragmento ha l l egado a nosotros transmitido p o r
tan lejana, la «filosofía» de H e r áclito o f r ece, como Diógenes Laercio (IX, 2), y dice así:
Emilio Lledó Memoria de la ética

determinación lingüística de un complicado proceso


pageoBat ypj ~ov 6qpov u~ep roG UópoU oKMG7TEp antropomórfico, en el qu e se pretende reflejar el
TEL)(eog d inamismo i n t e r i or, e l p r o c eso í n t im o e n e l q u e ,
«Es necesario que el pueblo luche por su ley como d esde Hornero, se h a d e scubierto cóm o e l s e r
por su muralla» humano no solo es un conocedor del mundo exterior a
través de los sentidos, sino que, además, proyecta en
Los problemas textuales que presenta se refieren a s u interioridad un a f u e rza centrífuga, que i r r u m p e
una variante: óKuonep en l u g ar de ó K up un kp q u e en las cosas que le circundan, y en los otros hombres.
dan BPF y aceptan Schleiermacher,Bywater y H. S. E xiste, pues, una f o rm a m e t afórica de l u ch a e n e l
Long, y a una posible reiteración equívoca: detrás de comienzo de la filosofia griega; pero pnyea0m. signifi-
u~kp <ye> ~OG vópou aparece un&p ~OG ywopévou c ará, sobre t o do, e l e s f u erzo qu e s e r e a liza c o m o
según BPF[roo]. Es muy posible que esta expresión, parte de un grupo bélico, como elemento de una
por la semejanza literal con uzkp voG vópou, sea un comunidad guerrera[?Oz].
error mecánico del copista. La guerra griega pasa por do s m o m e n tos fu n d a-
P ero las dificultades del texto n o r a d i can en s u s mentales. El pri m ero ti ene que ver con u n c o m b ate
variantes textuales, sino en el contenido de sus pala- singular y e j emplar, en e l q u e , e n p r i n cipio, se
bras. Impulsados por un yp q qu e enfatiza la necesi- enfrentan dos individuos superiores, que luchan por
dad racional de lo que va a decirse[sor], el fragmento la supervivencia. Es la guerra que ofrece la posibili-
d e H e r áclito s e a r t i c ul a s o b r e c u a t r o t é r m i n o s : dad de un mayor dominio, de una mayor riqueza.
pmyeo8mt — 6qpoq — vópoq — reTgoq. In tentemos Vencer es, pues, adquirir un a preeminencia sobre el
reconstruir b r evemente e l h o r i z onte d e a l u sividad otro y afirmar la propia individualidad sobre la nega-
sobre el que estas cuatro palabras se proyectan. ción y eliminación del vencido. Aunque en la guerra
homérica pueda repartirse un botín, los héroes de
a) Mhyeo0nu solo en otro fragmento y en un con- Hornero combaten, sobretodo, por lafama y por la
t exto diferente encontramos este verbo. En el f r a g - memoria. El que las hazañas del héroe puedan ser
mento B 85 payecr8ai está relacionado con Bupóq. No dichas, puedan ser «generalizadas» en el recuerdo de
es, pues, una lucha real, sino una lucha conceptual. los oyentes, ofrece ya una compensación teórica, una
Porque la realidad de Bupóq es recompensa en tiempo, más sustanciosa que el domi-
term
unainológica: nio sobre lascosas. Esta forma de guerra aristocrática
Emilio Lledó Memoria de la ética

expresa el lema del verso homérico: tiente: la lanza no arrojadiza, el escudo, la coraza de
placas de bronce que protegía el pecho, llevaba con-
(xLkv GPLGTEUFLv K(xL UlTELPO/ov EPPev(xLGÜ.úov. sigo el combate «en formación», la lucha «en compa-
(Ilíada, VI, zo8). ñía», diluida e n l a e f í m er a i n d i vidualidad del
«Siempre ser el mejor y ser superior a los otros» combatiente; pero sostenida en el firm e ensamblado
de la colectividad.
Es cierto qu e e stos h éroes «literarios» encarnan
«modelos» ideales de vida y d e c o m p o r t amiento, y b) Aqpoq: Esta palabra que va a construir el núcleo
q ue las g u e r ras d e l o s p e q u e ños r e yezuelos q u e de una nueva forma política, superadora de la posi-
poblaban el suelo griego en torno al siglo v@t a. C. ble violencia y arbitrariedad del poder ún i co, o con-
eran fundamentalmente guerras «materiales»; pero, c entrado e n u n o s p o c o s , s i g nifica e n l o s t e x t o s
de todas f o r m as, eran c o m b a tes a r i stocráticos en homéricos distrito (Il., Véalo; XVI, 437) y, en conse-
d onde npLcrreúeLv implicaba u n m o d o s u p e r io r y cuencia, el habitante de ese distrito (Il., III, go).
selecto de individualidad. Con los cambios sociales Hay otros dos términos que encierran parecida sig-
de los dos siglos inmediatos a la democracia atenien- nificación, A.nóq (muchedumbre, pueblo) y aoxU (vi-
se, la forma de la guerra cambia radicalmente. Ya no l la, en d o n d e v i v e e l A.nóq); pero n o v a n a t e n e r
se trata d e p e q u eñas escaramuzas encabezadas o importancia política; responden a una concepción ya
concretadas por un nombre individual, por un nvn ( a rcaica. El Anóq es esa masa humana regida por u n
para quien será toda la victoria. La guerra ha pasado a nvn(. Agamenón será, en este sentido, «conductor de
la lanza inmóvil y al escudo compartido del hoplita. pueblos». Pero el óqpoq no es en p r i n c i pio «objeto»
Es el principio de la guerra democrática[rog] en la de conducción. Surgido com o e structura t er r i t orial
que no es un individuo, sino un gr upo h u m ano soli- distinta, el ó q poq sí v a a t e n e r u n a e x t r aordinaria
dario — el demos — quien lucha contra otro pueblo, importancia pol ítica. Su configuración semántica y
por ejemplo el persa. El viejo caballero aristocrático topológica se unirá al otro gran término de la sociolo-
y a nada p u ed e h a cer c o n tr a l a « g r an» gu erra d e l gía griega: polis. Por ello verbos como óqpeúco, «hacer
« gran» rey, contra e l c o m b at e c o l ectivo qu e p i d e , público», «confiscar», implican ya el c arácter colec-
entre otras cosas, una n u eva f o rm a d e s o l i d aridad tivo «popular» y, por consiguiente, solidario del «po-
que, bélicamente, representa el guerrero «proletario», der», de la posesión. La comunidad amorfa de A.txóq,
el hoplita. El mismo armamento del nuevo comba- que necesita ineludiblemente el jefe que le dé sen-
Emilio Lledó Memoria de la ética

tido (cf. por ejemplo Ilíada, VII, 306; XVII, 226) está lo comp onen. D e a q u í s u r g e el ti r a n o, c o mo j e f e
semántica y sociológicamente muy lejos del óqpoq. popular que, representando en un principio al demos,
En torno al palacio del «señor» ha surgido una pobla- d esarticulará lo s cu adros sociales que h a b ían s i d o
ción flotante que determina y ciñe el espacio «políti- impuestos por la aristocracia[ro4]. Pero más impor-
co» del évn (. El óí)pou hvt)p se opone al PmcriAeúq, al tante aún qu e este jefe personal es otra nueva abs-
é(opone hvjp (Il., II, I98; Hesíodo, Opera 26I;Heródo- tracción que tam b ién encontramos en el f r agmento
to, V, 66). de Heráclito.
Es muy posible que el habitante de este territorio
«proletario» que sirve al señor, cultivándole el cam- c) Nópoq: Relacionado con un verbo, vépu, que
po, haciéndole lanzas, espadas, ánforas, arados, se significa «dar a u n r e b a ñ o u n l u g a r p a r a p a star».
sintiera innecesario para el cada vez más anacrónico Nómos va a significar «lugar de pastoreo» (Ilíada, II,
nvn(, que apenas consume ya los p roductos del 479; Odisea, IX, 2r7). En Hesíodo (Op. 256), encontra-
demos. Los cambios sociales han separado los dos ele- mos uno de los más interesantes t exto
s[tome].
mentos óqpoq y Avn(, que tensaban una peculiar Pero vópoq tiene también otra acepción: lo que es
forma de sociedad. Pero el excedente de producción usual, y no solo en los hombres. También los anima-
del demos que el señor no puede ya consumir se cons- les tienen su vópoq, su orden (Hesíodo, Op. 388); una
tituye en la verdadera riqueza de los habitantes de la especie de ensamblaje que une y armoniza a distin-
parcela concedida por el poder, que ahora comien- tos individuos, parece significarse en estos primeros
zan a gozar de su verdadera independencia. textos[ro6]. Hay, pues, en esta palabra, la idea de una
Las n u evas f o r m a s d e r e l a c i ones c o m e r ciales, estructura subyacente, que organiza lo real y que ha
impulsadas entre otras cosas por nu evas formas de estado presente en su origen[ro7]. En consecuencia el
solidaridad, alteran a su vez las relaciones sociales. vópoq puede ser óeovtórqq, como nos narra Heródoto
L a invención de la m o n eda que per m ite un a f o r m a en el episodio de Demarato[io8] e incluso rúpavvoq
a bstracta de cambio contribuye, como el alfabeto - (dv Tcov (xvOpúncov[to9]. Según lo q u e H e r ódoto
otra forma de abstracción y «circulación» del pensa- c uenta en el t e xto c i t ado, los griegos no son t o t a l -
miento —, a abrir u n c a m in o qu e l l evará a la nueva mente li bres. Por en cim a d e u n a l i b e r tad está ese
configuración del poder del demos, a la democracia. imperio supremo del vópoq, que los rige, y que con-
Pero este demos, desligado ya de su vasallaje, necesita v ierte el azar y l a a r b i t r ariedad en c onstancia, y l a
construir nuevas relaciones entre los individuos que hgbris en sophrosg ne,en equilibrio y moderación.
Emilio Lledó Memoria de la ética

aunque ofrece su interpretación como simple hipóte-


d) Tetgoq: Desde Hornero ya encontramos la pala- sis, parece que Heráclito hace, una vez más, profe-
bra en la literatura griega, con el sentido de muralla, s ión d e ar i s t o c ratism o f r e n t e a la i ncip i e n t e
defensa de piedra que rodea una parte habitada. De d emocracia[r?z]. Ante la posible ügptq de oi noU o í
los múltiples textos que pueden aducirse brotan dos (cf. fragmentos B z9, B Izr y B Irga) Heráclito opone la
componentes fundamentales para este concepto: estabilidad del nómos (cf. también fragmento B 49).
La lucha del pueblo por la ley podría interpretarse,
I .— La muralla es protección, no para un i n d i v i - así, como una l l a m ada a l a d e fensa de la i d eología
duo sino para un espacio común. tradicional.
z.— La muralla ha sido construida por los hom- E l reciente l i br o d e K a h n [ I I3] c o m e nt a e l f r a g -
bres, es obra humana, y, en consecuencia, ha sur- mento en relación con el B 33 en el que se dice: vópoq
gido de las necesidades planteadas por la defensa vmt PouAq net8eaHmt évóq, «Nómos es obedecer el con-
de la vida colectiva. sejo de uno».
Sin embargo Kahn establece una posible relación
3. ¹Cómo se articulan estos términos en la semán- e ntre el f o nd o i d e ológico de estos fragmentos y e l
tica de Heráclito7 ¹A qué se refieren estas palabras análisis que, un siglo antes, hace Solón a la crisis
e ngarzadas en su v i sión del h o m b r e y d e l m u n d o ) p olítica de Atenas[II4], insistiendo en el p apel de l a
Una primera traducción del f r agmento dice: «El ley como medida y equilibrio entre partes desiguales,
demos tiene que l u c har po r e l nó m os,c omo p or l a entre ricos y pobres, entre exceso y necesidad.
muralla». Las palabras claves de la interpretación del El problema que subyace al breve comentario de
fragmento son á q poq y v ó p oq. M a r covich[I?o] sos- Kahn es si efectivamente Heráclito sostiene aquí el
tiene que esta supuesta alabanza al nómos es típica de principio monárquico e incluso tiránico que se rela-
la época (fragmento ll4) [rir]. Esta misma idea repro- ciona, de alguna forma, con ese «plan divino», pre-
duce el conocido fragmento I69 de Píndaro,anterior- visto en e l p r o emio d e l a ll í a da, y t í p i co de l a
mente mencionado. Según Marcovich, de la misma ideología predemocrática.
m anera qu e h a y q u e d e f e n de r l a s m u r a l la s d e l La relación con un a estructura singular, con algo
enemigo exterior,
hay que defender de un enemigo «Uno», que sintetiza y armoniza la presión de la ley,
interior l a m u r a ll a qu e es t am b ién el nó mos. En el está olvidada en lo s f r agmentos, como señala el
contexto en el que M arcovich encaja el fragmento y, mismo Kahn[?rg]. Sin embargo, la interpretación de
Emilio Lledó Memoria de la ética

las palabras de H e ráclito p r esenta otras cuestiones d emocracia del siglo V, u n i n t e nt o d e o r g anizar l a
que no han sido recogidas por las investigaciones convivencia con otros elementos que no sean la vio-
más recientes [It6]. Las dificultades que se plantean lencia y el engaño. El fragmento B ll 4 a p o rta datos
pueden resumirse en los siguientes puntos: interesantes en este sentido:
I. ) ¹De qué tipo de lucha se habla en el fragmen-
to) z.') ¹Contra quién es la lucha) 3.') ¹Quién es el ( Uv vóLd AEyovTLxqíayUPí ( Eoe« ) í P ¹ TL d ~UVLd
sujeto, el demos que ha de luchar7 4. ) ¹Es también el 7HXVTLdv,
demos que tiene que luchar por el nómos,el que ha QK(d01TEP vóP(d 1TóALQK(xl1TQAU LGQUP(dTEP(dg
luchado por las murallas' 5. ) ¹Cuál es el contenido «Para hablar con sentido hay que apoyarse en lo
del nó mosa Común, como en laley la Ciudad y aún con más
fuerza»
4. Las colonias griegas de Asia Menor y, entre ellas,
Éfeso, la patria de Heráclito, viven una época de cam- Kurt von Fritz[?ry], en su importante estudio sobre
bios sociales y continuas guerras. La estructuración nous, ha destacado el papel de este concepto entre los
posible de una comunidad está sustentada en la gue- otros términos que tienen que ver con l a esfera del
rra, en la discordia. No existe aún la alternativa del conocimiento. El no us e s t a m b i én u n p a s o i m p o r -
diálogo, de comunicación intelectual para establecer tante en el camino d e l a l u ch a por l a estructura de
las bases de la solidaridad y l a c o nvivencia. Solo el una comunidad, que pretenda salir de los moldes
poder, el dominio, la violencia puede provocar la autoritarios de la tiranía ideológica y de un lenguaje
concordia o, al menos, el sometimiento del silencio. que imponga la versión de una sociedad sustentada
La sociedad predemocrática no tiene otra posibilidad en la violencia. El nous del fragmento B ii4 no es ya la
de apaciguamiento que la fuerza. Hay dos niveles en hipótesis sacralizada — como podría pensarse de
los que se sitúa la estructuración social: la guerra y el A naxágoras — [lI8]. E l fr ag m e n t o de H er á c l i t o
discurso ideológico que, encubierto frecuentemente expresa un vouq, unido a XEyLd,y, por consiguiente,
e n los mi tos, homogeneiza y somete la m e nte y e l en camino de una participación y de una referencia a
c uerpo. Por ello l a d i scordia y l a g u e r ra, como n o s n iveles, en l o s q u e e l p e n s amiento s e a r t i c ul a e n
recuerdan los fragmentos B 8, B 53, B 8o y B ll4, son capas creadoras de nuevas formas de convivencia.
imprescindibles y do m i n adores. Pero hay ya, con el Hablar, comunicarse ( uv vócd, es establecer en l a s
comienzo de unasociedad nueva de la que brotará la r elaciones un v í n culo d i stinto al d e l a f u e r za, y u n
Emilio Lledó Memoria de la ética

consorcio más estimulador qu e l a sofocante atmós- vóu, que expresa los intereses de la comunid ad. En
fera de la ideología. e sta dirección parece orientarse la l u cha po r el
El fundamento de esta inteligencia entre los hom- nómos, a la que se refiere Heráclito[I20 ].
bres es la búsqueda de algo común que permite apo- La lucha por la ley supone un enemigo interior, lo
yar (togupí(eaHut) la nueva organización social, de la mismo que la m u r a lla nos defiende de un e n e m i go
misma manera que la polis se apoya en la ley. Sin el exterior. ¹Pero quién es este enemigo que se opone al
lenguaje como medio de entrelazar las opiniones de establecimiento de la l eyó Las posibles hipótesis de
los hombres y constituir así lo «social» y la ci u d ad, que el enemigo es el pueblo que rompe la tradición
que se hace comunidad con la ley, no será posible el aristocrática, o el tirano que qu iebra, con la arbitra-
salto posterior que la filosofía griega va a dar, camino riedad y con la hgbris, la necesaria armonía de la ciu-
de la polis democrática, a través de los sofistas. En dad, o la i n c i p iente actitud d e m o crática, no bastan
este fragmento B II4, el nómos parece ser algo estable- para explicar el f r a gmento. Hay en l a s p alabras de
cido; una base para que la polis e xista. La ley a que H eráclito, a p e sar d e s u a r i s tocratismo, u n n u e v o
alude Heráclito en e ste f r agmento se co nvierte en espíritu que ha recogido con acierto M. Gigante[I2I ],
condición previa a la constitución de la ciudad. Pero al destacar el hecho de que tanto en el fragmento B
la ley del fragmento B 44 es una ley amenazada. Hay, 44, como en el B 33, el término nómos,tiene un signifi-
pues, que luchar por ella. O tal vez es una ley que cado claramente político de «ley de la ciudad», y por
tiene aún qu e f o rj arse, que aceptarse, y la l u cha es consiguiente opuesta a la hybris individual.
una forma p ara su constitución. No es di fícil i n t er - Mal podría el pueblo luchar por la ley, si no impli-
pretar esta lucha, según suele hacerse [IIi], como una case esta lucha el establecimiento de unos principios
defensa aristocrática contra las nuevas clases, contra que protejan contra la tradicional y antigua opresión.
el pueblo. La tesis de Heráclito iría en consonancia El demos construye la le y e n es a l u c ha, p o r que su
con la sacralización de la ley del fragmento I69 de defensa es la armonía de la solidaridad [I22].
Píndaro. Sin embargo esta lucha puede ser también La protección que la ley ofrece está subordinada a
la que i m p ide l a a r b itrariedad de l a hy b ris de l una especie de reflexión sobre el interés que tiene la
PmcrtAeúq. Al situar Heráclito el proceso «legal» de la vida colectiva. Solo el demos llega a constituirse como
ciudad como un a l u cha y a p esar de que nórnos sea tal, si hay una estructura que, compensando los inter-
obedecer auno (f
ragmento 33) se obedece como boulé, eses de la hgbris, o rganice al i n d i v i d uo en c o m u n i -
como deliberación, como resultado de un hablar (uv dad. El que el pueblo luche por la ley es el primer

V>9 >le 1n„


Emilio Lledó Memoria de la ética

paso que loconduce de A.ctóq a óqpoq, de muchedum- espacio de la identidad y de la vida; para los de fuera
b re sometida a p u e bl o q u e s e d e sembaraza de l a encarna el objeto que señala la diferencia y que, por
jerarquía del po tcriAzúq,y q u e a l c a nza, con l a consiguiente, ha de ser demolido, allanado, asimila-
íoqyopím, la posibilidad de alzarse a la racionalidad y do.
al diálogo, imprescindible en una sociedad abierta. La muralla de la ciudad no solo ha sido construida
Ahora bien, ¹quién organiza la lucha7 ¹Cómo tiene en el espacio, sino que exige y reclama una continua
que luchar el pueblos La comparación con la muralla reconstrucción en el tiempo. Cada batalla, cada acto de
nos ofrece la adecuada estrategia. La muralla de la d efensa dibuja una m u r alla ideal que confirma y d a
ciudad ha sido también construida por el demos. Su sentido a las piedras reales que la sostienen. Para que
estructura no circunda y protege el palacio del señor se dé, sin embargo, esta voluntad solidaria que actua-
exclusivamente, sino que configura y guarda un espa- liza la previsible frontera de los enemigos, es preciso
cio común, un ámbito de convivencia apoyado en que exista otra muralla interior, que articula los inter-
c ostumbres, p r o y ectos, p r o b l e ma s a n á l o gos. L a eses de los individuos y que los homogeneiza en
muralla ha sido r esultado de u n m e canismo de «cuerpo social». Esta muralla es la ley. El descubri-
defensa en función d e l a c o m u n i d ad. Cada enclave miento de esta necesidad «necesaria» es una de l as
humano tenía que situarse siempre frente a un posi- grandes a p o r taciones a l a cu l t u r a g r i e g a e n e l
ble agresor. La mur alla es la constitución pasiva de periodo p r esocrático. Frente a l a p o s i bl e c r eación
u na siempre posible enemistad contra e l g r u p o individual del nómos, que podría ser impuesto por la
humano que ella cobija y salvaguarda. La parte inte- fuerza del tirano[I23], el verdadero nómos brotará del
rior de la muralla es la afirmación de una conviven- consenso que convierte a la suma de i n d i v i d uos en
cia, de una identificación o analogía de intereses, de demos, y a su dinamismo colectivo en un conglome-
una callada consciencia de fraternidad. La parte exte- r ado teórico — la l ey — qu e i m p r i m e e n l a m a s a
r ior es la in m ediata negación de lo o t ro: el fil o q u e social el inconfundible sello de lo verdaderamente
separa lo propio de l o ajeno. Por ello, cuando la humano. Aquí reside la lucha del demos. La busca del
pasiva presencia de la m u r a lla es objeto del ataque c onsenso, de la voluntad colectiva, provoca un i r r e -
exterior, adquiere una inesperada actividad. Necesita versible desarrollo en d i rección a la democracia, a la
ser defendida; necesitaser convertida en un cuerpo fuerza del demos, que se constituye, precisamente,
vivo por la presión de los combatientes que a sus pies como forma nueva de poder por medio de laley.
luchan. Para los d e d e n t ro, l a m u r a ll a p r esenta el Pero la ley no es una estructura pasiva. Su conte-
Emilio Lledó Memolia de la ética

nido es la historia, o sea la masa de intereses que se ha de ofrecer asus conciudadanos el fi lósofo de Éfe-
aglutinan en cada época y que, depurados de la tem- so. La razón aducida para esta negativa es el destierro
poralidad in m ediata, del tiempo anecdótico, se abs- de Hermodoro, y la razón del destierro es, además, la
traen en f o r mas teóricas que reflejan, sin em b argo, excelencia del mismo Hermodoro por su riqueza y, al
las tensiones y o r i e ntaciones de l o c o l ectivo. Pero, parecer también, por su areté (fragmento B Izr). Pero
cuando esa colectividad obedece exclusivamente al e ste problema concreto se plantea en u n n i vel d i s -
mandato o a la violencia del «señor», el contenido del tinto al de su propia contradicción. El fragmento B 44
nómos no es reflejo de la colectividad sino de la indi- de Heráclito establece un principio importante en el
vidualidad del «poder». curso de la propia historia griega: aquel que marca la
Heráclito rechaza, cuando se lo piden sus compa- relación entre la comunidad de los ciudadanos y la
triotas, «el dar leyes a la ciudad, porque ya una mala muralla teórica que ellos mismos tienen que ayudar
constitución política se ha apoderado de ella»[Iz4]. a sostener para hacer fructífera y solidaria la convi-
Se supone que este rechazo se debe a la expulsión de vencia.
su amigo Hermodoro por los efesios, según narra, en L a referencia a l a m u r a lla es e l s í mbolo q u e
el mismo p a saje, D i ógenes Laercio. Las causas de expresa cómo, sin la defensa del hombre, sin la histo-
esta expulsión, si la tradición que recoge la carta III ria viva que conecta su temporalidad con la inmóvil
de la colección seudoheraclítea es fiel, parece ser el soledad de la piedra, toda la mu r alla está necesaria-
significado político de la amistad de Hermodoro y m ente c o n d enada a c o n v e r t irse e n r u i n a . D e l a
D arío. En un a é p oca en q u e s e p r e paraba la g r an misma manera que la ley — bien sea la ley de la tradi-
lucha de las ciudades jonias contra los persas[t25]. ción o la ley dada por el tirano, por Solón o por Herá-
¹Qué muralla y qué ley podría significar Heráclitof clito — está también condenada, sin la d efensa y la
¹La ley de Hermodoro, amigo de Darío)[iz6] ¹Las vida del pueblo que la asume o la cambia, a conver-
posibles leyes «federales» que había deseado Tales de tirse en un b l o q u e m u e rt o qu e acaba sofocando al
Mileto (Heródoto, I, I zo), para unir en una fuerza individuo con la excusa de que protege a la comuni-
común a todas las ciudades jonias7 dad.
E s un p r o b l em a i n t e resante e l a n á l i sis d e e s t e La ley se carga de un c ontenido colectivo que
nómos que tiene que defender el demos. Las referen- supera ya las vicisitudes de unas relaciones entre los
cias históricas no explican suficientemente la contra- hombres, sometidos a la violencia y a la sumisión. La
dicción entre el fragmento de Heráclito y esta ley que ley tiene, pues, que ser construida como la muralla y

72 (I 2 7 ; (I ( A (J
Emilio Lledó MemoIia de la ética

defendida, o sea vivida. Nadie puede liberarla de la da su decisivo paso es cuando el objetivo de la lucha
destrucción si no es el pueblo. Sin embargo no basta se convierte en algo abstracto y propio como la ley.
e l deseo o e l i m p e r ativo d e H e r áclito. Para qu e el Aunque el nórnos pueda ser controlado por el tirano,
demos luche por su ley, tiene que darse unas condicio- había llegado a constituirse en patrimonio de todos:
nes que solo con la democracia alcanzarán su pleni- riqueza solidaria y c o m p a r t i da. L a l e y c o n servará,
tud. Para que el demos sea consciente de su misión y pues, un c i e rt o c a rácter n e u t r al. Su p o s i bl e c a rga
de su compromiso con lo colectivo, ha de aprender a ideológica no eliminará nunca la tendencia al equili-
liberarse, en su intimidad, de la atadura ideológica brio, a la armonía, a la igualdad.
que el lenguaje le impone. La paideía, como la liber- En la historia política posterior, surgirán otros tér-
tad interior, será la im prescindible compañera de la minos para mover al pueblo hacia luchas en las que
democracia. no se defendía la muralla de todos, sino el poderoso
El término paideía entrará en el vocabulario griego cercado de unos pocos. Esos términos no en cierran
con la d e m ocracia. No h ay, al p a r ecer, testimonios y a la aspiración hacia aquello que da cohesión a l a
anteriores al siglo V a. C., aunque la fu n ción educa- comunidad. Términos abstractos también; pero más
tiva se ejerciera ya en la época homérica. Pero la fun- irreales que el nó m os m o v erán l a s g u e r r as de l o s
ción pedagógica, la paideía como descubrimiento de hombres. La semántica de estas palabras envilecidas
que hay algo interior, que puede construirse dentro por los i n t ereses que las m a n i p u lan n o s e m p u j ará
de nosotros en la adolescencia, igual que se constru- siempre a pensar que «no habrá paz entre las ciuda-
yen y forman nuestros músculos, es algo que surgirá d es hasta que gobiernen lo s fi l ó sofos», como d i r í a
con la sofística. Platón o, mejor, hasta que el pueblo solo tenga una
El fragmento de H eráclito tiene unas resonancias lucha exclusiva: la lucha por la ley.
que trascienden la simple interpretación clausurada
en el esquema de una defensa del ethos tradicional.
Los térm i no s q u e c o n s tituyen e st e r e sto s u p ervi- 4. ETICA EN LA ÉPOCA HELENÍSTICA
viente de un contexto perdido llevan, a través de sus
resonancias históricas, más allá del ceñido límite de I. «Es necesario no fingir que filosofamos, sino filoso-
su historia anecdótica. Ya era un paso importante que far realmente: no n ecesitamos, en efecto, aparentar
el objetivo de la lucha fuese la muralla de todos; pero que estamos sanos, sino estarlo de verdad», dice la
en lo que realmente el pensamiento predemocrático máxima 54 de Epicuro, recogida en el Gn omologiurn
Emilio Lledó Memoria de la ética

Vaticanum. E ste consejo po d r ía c o nstituir u n b u e n d a sentido: su conexión con l a n a t u r aleza y con l a


lema para salir relativamente airoso en un a exposi- historia.
ción de l a fi l o sofía en l a é p oca h el enística. Es tan A lgo d e e sto p u ed e a p l i carse a l o q u e E p i c u r o
extenso el territorio y tan intensa la amenaza de reco- aconseja en el mencionado fragmento. El fingimiento
rrerlo haciendo estación en los conocidos tópicos del filosófico puede tener diversas interpretaciones; pero
e scepticismo, epicureísmo, estoicismo qu e c ab e e l una de ellas se refiere a un hecho que ha constituido,
p eligro de ese fi n g i m i ento fi l o sófico, frente a l q u e durante siglos, un quehacer habitual en la interpreta-
Epicuro nos previene. ción del pasado: olvidar que los lenguajes que de él
No es fácil determinar qu é q u i ere decir la o p osi- nos llegan son el reflejo de la vida histórica total. Hay
ción entre un pensar ficticio y un pensamiento verda- razones para ju stificar este olv i do. El p e n samiento
dero, ¹pero por qué no empezar a practicar esta filosófico, reposado en los libros que nos lo transmi-
máxima en un m o d esto empeño de releer los textos ten, alcanza un nivel de comun icación lo suficiente-
de los fi l ó sofos del h e l e nismo' T a l v e z e l o f u s ca- m ente « e s p ecializado» y técni c o com o p ar a
miento al que Epicuro se refiere tenga su origen en constituir, de por sí, un mundo al lado del mundo, un
un peligro insistente a lo l a rgo de t oda la t r adición u niverso i n d ependiente, en granado e n l a s r u edas
filosófica y, por supuesto, de la tradición que llega al académicas y desglosado del tiempo y de la sociedad.
mismo Epicuro. Por supuesto, este nivel de interpretación es siempre
Situado entre la teoría y la praxis, instalado entre importante para leer el discurso horizontal de la cul-
la cultura y la naturaleza, el hombre puede perder su tura, para entender l a p e c u l i aridad d e su s s i gnos;
condición de mediador, e inclinarse, exclusivamente, pero un lenguaje se sustenta también en la verticali-
hacia uno d e l o s l a do s d e e sta c r u cial a l t ernativa. dad de su semántica, en el conglomerado de alusio-
Diluirse en la inconsistente fluidez de la acción; aco- n es, reacciones, e stímulo s d e l ho m b r e h i s t ó r i co
modar exclusivamente su naturaleza a la naturaleza, concreto que lo produce. Antes de estar en las pági-
o sea, conjugar con los esquemas de la pervivencia, nas de un libro, por ejemplo, el producto de la cul-
de la alienada realidad, el sistema de sus deseos; o t ura h a e s tado si em pr e e n l a p e r s onalidad d e s u
por el contrario, discurrir a través de la teoría, a tra- creador, y este, a su vez, ha tenido su ineludible
vés de la galaxia de la c u l t ur a como po r u n e s pejo forma de presencia en lasociedad de cuyo lenguaje
distante e inerte, en el que las cosas no pesan, y en el se nutre, y con cuyas tensiones, contenidos y proble-
que los conceptos pueden perder el vínculo que les mas se constituye.
Emilio Lledó Memoria de la ética

La interpretación de las corrientes filosóficas que ción de un espectáculo en el que han desaparecido
fluyen por el helenismo ha sido objeto, sobre todo las verdaderas instancias teóricas, los planteamientos
desde finales del siglo pasado, de importantes investi- reales que son, en definitiva, quienes otorgan sentido
gaciones. Usener[I2y], Von Arnim[I28], Pohlenz[I2g], al pensar. Convertida en cultura, la obra del pensa-
Brochard[I3o], Bai l e y [ I 3I] , Vogl i a n o [I32], miento puede articularse en un largo sintagma termi-
Bignone[I33], Philippson[I34], Regenbogen[i35], Sch- nológico, en el que se olvide el paradigma único que
mid[I36], Arrigheti[I37], Steckel[I38], Diano[I39], Con- puede conjugar el discurso de la razón: a saber, la
che[I4o], Bollack[I4I], Jufresa[I42], García Gual y felicidad y, por consiguiente, la vida.
Acosta [I43], han c o l aborado co n s u s e d i ciones, Por eso hay que huir de toda educación. No por-
comentarios e investigaciones a reconstruir el len- que no sea deseable una paideía como forma de pro-
guaje perdido de estos filósofos; pero, al mismo tiem- greso, como elaboración de una ideología liberadora,
po, a establecer los códigos, el metalenguaje en cuyo sino porque en esa educación, se nos puede transmi-
horizonte divisarlos. Este metalenguaje, esta herme- tir la filosofia y la cultura como una masa de conteni-
néutica del discurso, es la forma misma en la que se d os endurecidos, a r ticulados e n s u pro p i a y
desenvuelve la cultura, aunque es también la capa particular sintaxis y de espaldas al cauce semántico
que las presiones ideológicas tienden sobre la instan- que la origina. Un lenguaje, pues, instalado en el
taneidad de la naturaleza y de la misma historia. plasma social que el poder distribuye y controla. La
Hay otro fragmento epicúreo que quisiera además filosofia del helenismo, los nombres que configuran
proponer como guía de estas páginas. Es el I63 de este periodo llegan también hasta nosotros, arras-
Usener y dice: «Huye, afortunado, con velas desple- trando esa ganga que la historia ha conglomerado en
gadas de toda forma de paideía».Los dos pasajes sus rótulos — epicureísmo, estoicismo — y, en ellos,
mencionados son, en cierta forma, complementarios. una largacadena de rechazos, de incomprensiones y,
El primero advierte de un peligro: la posibilidad de en el mejor de los casos, de erudiciones. Pero ¹qué
que esa actividad humana que se denomina filosofia significa7 ¹A q u é e s tímulos responden? Dónde
se convierta en algo falso, en una máscara que nos encontrar las claves para abrir sus perdidas experien-
presta la cara del filosofar, que nos proyecta el gesto cias7
filosófico; pero sin vida y sin sustancia. La historiografia de la filosofía helenística es el
La tradición filosófica, el lenguaje de los filósofos esfuerzo por recuperar los restos de un naufragio cul-
puede enredarse en un fingimiento, en la representa- tural, por reconstruir los eslabones que engarcen la

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Emilio Lledó Memoria de la ética

incompleta y equívoca memoria. Como es sabido, múltiples crisis y herederas de una poderosa cultural
para la extraordinaria influencia del estoicismo, por ¹Cabría aplicar, como clave metodológica, el hecho
ejemplo — casi seis siglos de duración —, no queda, de que sean estas filosofías helenísticas las que hoy
proporcionalmente,una herencia que pueda, por sí despierten un inusitado interés' No es fácil la res-
misma, justificar esta influencia. Es probable que puesta; pero precisamente porque una de sus dificul-
durante la época helenística y el apogeo de Roma t ades consiste en l a i m p o sibilidad m a terial d e
hubiese más obras de Epicuro o Crisipo que los esca- exponer, en estas páginas, un cuadro tan complicado
sos fragmentos y referencias que han llegado hasta y extenso, me siento libre para intentar un b reve
nosotros. Las mismas vicisitudes de la escuela epicú- ensayo de interpretación.
rea, según deducimos de los también parcos testimo- Epicuro vuelve; incluso los estoicos[r44] y hasta,
nios de F i l odemo, Hermarco, Colotes, Polistrato, me temo, los escépticos. Con posterioridad a la publi-
permiten suponer una ardua polémica contra la tra- cación de las Actes du VIII Congres de lAssociation Gui-
dición filosófica más o menos inmediata, contra Par- llaume Budé, en rg69, donde se reúnen los trabajos del
ménides, H e r á clito, Em p é d ocles, e l mi sm o congreso que tuvo lugar el año anterior y que estuvo
Demócrito y, sobre todo, Platón. Todos estos signos casi en su totalidad dedicado a Epicuro, han apare-
de vitalidad hacen pensar en que el epicureísmo no cido una serie de obras que son síntoma de este reno-
solo pretendió ofrecer un determinado sistema con- vado interés. Así l a s d e P a squali[i45], Rist[r46],
ceptual para organizar la vida real, sino que, además, Delorme[I47], Müller[r48], Lemke[I49], Pesce[igo],
intentó incidir también en la vida de las ideas, en la Markovits [?gr], Rodis-Le
wis
[raíz], Innocenti[rgg],
cultura y en ese proceso ideológico en el que las F allot[I54], La u r e n ti[I55], Lon g [ I56], Isn a r d i -
ideas se convierten en instrumento de la violencia Parente[rgy], García Gual[rg8], Lledó[rgg]. Alguno de
social. estos estudios son monograflas escritas con el rigor y
Con distinta fortuna, tanto el epicureísmo como el erudición con que la filología clásica alemana sigue
estoicismo pretendieron acomodar sus engranajes p roduciendo, i m p l acable y m on ó t onamente, l a
teóricos al desarrollo de la historia y, como todo fenó- mayoría de sus investigaciones. Otros, sin embargo
meno auténtico que la expresa, alimentaron su men- también valiosos por sus informaciones y análisis,
saje con las más características inquietudes de su transmiten un cierto aire renovador.
tiempo. En este punto cabe plantearse otro interro- La abundante bibliografía sobre Platón y Aristóte-
gante. ¹Cómo entender estas filosofias nacidas de les no ofrece un fenómeno de simpatía como el que

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Emilio Lledó Memolia de la ética

rodea a estos filósofos, cuya obra perdida por el azar formas de vida que empiezan a encarnarse en la
o el destino, comparada con las compactas construc- sociedad y a independizarse de sus mismos creado-
ciones del Corpus Platonicum o A r i stotelicum, ape- res. La pequeña y l i m i t ada polis intelectual de cada
n as s i con s t i t uy e un end e b l e y d ete r i o r a d o uno de estos filósofos se disgrega, como la polis real,
andamiaj e. en el extenso territorio de las nuevas conquistas, y en
Y sin embargo, a pesar de esta ausencia de escritos el difuminado espacio de las conciencias.
que nos perm i t iesen dialogar largamente con estas Este es el hecho sociológico; el dato que, como
lejanas voces, el interés por los filósofos del hele- punto de partida configura una filosofía que, en prin-
nismo ha crecido en proporción directa a su silencio. cipio, tiene que servir para la vida y como tal se acep-
Parece como si la cultura filosófica que durante siglos ta. Al menos esto es lo que la tr adición nos enseña.
y hasta hoy ha estado rindiendo tributo de sumisión, Pero hay, además, otro dato que constituye una carac-
en diversas formas, a Platón y A r i stóteles, creadores t erística esencial d e l a fi l o s ofía h e l enística: de su s
de la filosofía ateniense, y orientadores y organizado- fundadores no nos ha quedado más que un puñado
res de toda la filosofía posterior, hubiese querido de fr ag m e n t os , r est o s de obr as qu e
compensar una milenaria injusticia. desaparecieron [r6o].
Lo cual no quiere decir nada contra la indiscutible Ambos hechos, la popularidad y expansión del
riqueza y f e cund idad de l p e n samiento p l a tónico o epicureísmo y estoicismo por un lado, y la escasez de
a ristotélico; per o t a nt o e l e s t o i cismo c o m o , s o b r e testimonios escritos por otro, tal vez tengan un punto
todo, el epicureísmo, comenzaban a dar una versión de conexión. Porque, en principio, parece contradic-
más ágil de esta pregunta que hoy, quizá más que torio que la gran difusión de estas doctrinas no haya
nunca, acucia al pensamiento filosófico e in tranqui- implicado una mayor conservación de la obra escrita.
liza a sus cultivadores. ¹Para qué filósofos Pero esto es un indicio importante para su interpreta-
ción. Es posible que este naufragio cultural tenga
2. La filosofía helenística se delimita fundamental- causas muy concretas y que el rechazo ideológico, la
mente sobre el territorio del epicureísmo, del estoi- enemistad de otras escuelas, el enfrentamiento inevi-
c ismo y d e l e s cepticismo. A p e sa r d e l a s i n g u l a r table con el poder, hiciesen que el epicureísmo, por
personalidad de algunos de sus creadores, como Epi- ejemplo, no encontrase cauces cómodos para discu-
curo, hay algo en e stas filosofías que las convierte rrir como escritura. Porque el escrito es memoria. La
rápidamente en do ctrina, en s istema de v a l o res, en temporalidad i n m e d i ata d e l a v i d a , l a e x p e ri encia
Emilio Lledó Memoria de la ética

ceñida a los muros del jardín, al latido de la presencia sus descubrimientos, por la f u erza y sim p l i cidad de
física del maestro, no es tan peligrosa o amenazadora estas realidades descubiertas.
c omo esos mensajes que aglutinan el t i e mp o e n t r e La interpretación de la fi l o sofía helenística, como
sus líneas, que lo convierten en temporalidad media- la presocrática, nos plantea problemas parecidos: el
ta, en intersubjetividad y, por c o nsiguiente, alargan sustento fundamental de cualquier interpretación, el
hacia el futuro, o sea, hacia la continuidad, las verda- lenguaje, por el estado fragmentario de las fuentes,
deras y firmes experiencias del presente. Un pensa- apenas si constituye un elemento pr i m o r d i al. Como
miento cuyo más insistente proyecto era, al parecer, el arqueólogo recoge los restos de un ánfora, o una
la felicidad y la liberación no precisaba de excesivos estatua, el historiador de este discurso entrecortado
sustentos teóricos, de apoyos escritos para perdurar y tiene que completar el sentido desde las leves insi-
crecer. A p e sar d e q u e E p i c ur o c o n stituyó, según n uaciones de u n a s p a l abras si n s i n t axis, d e u n o s
c onsta, un o r g a nismo t e ó r ico b i e n e n s a m b l ado y cuantos términos sin apenas contexto.
completo, en donde tenían lugar la física, la teoría del Por ello, el paisaje ante el que se desplazan los per-
conocimiento, la psicología, etcétera, fue en la praxis, files de la filosofia helenística es un complemento
e n la realización, afirmación y justificación del hom - importante para su significación y su l ectura. Sobre
bre como totalidad y, por consiguiente, como natura- todo si, siguiendo el consejo epicúreo, «filosofamos
leza, donde iba a ofrecer su aportación más original y realmente», o sea volvemos a mirar la realidad en el
duradera. Para ello no se necesitaban sutiles precisio- horizonte de nuestra propia instalación en ella, y a
nes terminológicas, ni complicadas discusiones sobre los demás hom b res como f o r ma s de conciencia en
la primacía de la justicia o el bien, bastaban unas los que fuera viable el diálogo y la solidaridad.
cuantas «palabras verdaderas», un par de sencillos y Cada momento presente es algo así como la posibi-
decididos gestos que señalasen inequívocamente lidad de lo real, la abertura que nos proyecta hacia
hacia un camino que ya había sido recorrido en parte los dos niveles consecutivos y opuestos de la tempo-
por Platón,y que venía atravesando, desde Hornero, ralidad: el pasado y el futuro. La instantaneidad de
toda la cultura griega: ¹Cómo vivir7 (Gorgias,492d). los presentes que son realmente nuestra vida queda
Aun en el caso de que Epicuro hubiese construido así encajada en una línea de consistencia, en un cris-
su teoría del placer, de la amistad, de la libertad, en t al e n e l qu e r e c o ge r l a il u m i n a c ió n d e ca d a
s ólidos tr atados, es t a m b ié n m u y p o s i bl e q u e s e momento y v e r l o p r o y ectado, contrastado, endure-
hubiese olvidado el entramado lógico que sostenía cido en el espejo de la memoria. No existiría la vida,
Emilio Lledó Memolia de la ética

ni la conciencia, ni el pensamiento, sin ese continuo tura en el qu e aparece; pero fu n d amentalmente un


contraste entre la realidad de la inmediata temporali- escrito como la Metafísica, los Analíticos, el De Anima,
d ad de cada instante, fluyendo casi al m i sm o r i t m o de Aristóteles; o los Teeteto, Fedón o, Sojsta platónicos
con que la naturaleza que somoshace latir el corazón, sintetizan y, al mismo tiempo, muestran una serie de
y la temporalidad mediada por el pasado en el cauce contenidos cuya compacta estructura constituye, en
constante de la historia, de la memoria colectiva, o de su propio lenguaje y en los distintos ámbitos termi-
lo que se ha dado en llamar cultura, o sea lenguaje. nológicos que lo integran, lo que podríamos denomi-
Pero todo ello i n cide en n u estro presente. Somos nar un producto teórico independiente. El medio en
nosotros en determinados ahoras de nuestro desarro- el que ese producto teórico vive y que exclusivamente
llo como naturaleza los que en ella vamos conocien- lo sustenta es el lenguaje; pero un lenguaje que pre-
do, integrando, asimilando, los niveles de la cultura, tende indicar con su propio discurso una cierta clau-
que son en definitiva, los niveles de la historia. Y la s ura, un t e r r i t o rio d e cididamente demarcado en e l
historia nos l l ega plena de ecos, de contenidos, de que los elementos, los signos que lo integran, circu-
e xperiencias qu e s e a l a rgan h a sta n o sotros d e l a lan por é l t e j i e nd o u n c a m p o s e m ántico au tosufi-
mano de unos textos, en los que también se ilumin a- ciente y complejo. 2. ) Hay otro tipo de texto que no
ron lo s i n s t antes concretos d e u n a c o n c i encia, al presenta ese compacto juego interno de significados.
ritmo de su intransferible, privada y exclusiva tempo- Más fácil, por ello, de entender, su característica fun-
ralidad. damental no consiste en esa clausura semántica, en
El texto surgido, pues, de ese latido de la inmedia- su carácter de producto teórico independiente, en la
tez temporal, respondiendo a determinadas constela- complejidad de sus elementos que pueden ocultar el
ciones conceptuales presentes en su p r esente, llega código que los explica. Son textos abiertos alusivos,
hasta nosotros en ese medio insensible y teórico que descarnados, triviales. Apenas tienen entidad textual
hemos dado en llamar tradición. y , en consecuencia, su di fi cu l tad d e i n t e lección n o
Pero un texto escrito, al menos un texto filosófico, reside en el cerrado universo de sus referencias inter-
presenta en principio dos características principales. nas.
i.') Lo s e l ementos qu e c o n stituyen e l t e xt o t i e n en La mayoría de los textos de la filosofía helenística
u na densidad ta l q u e r e q u i ere d escubrir e n é l e l son de estas características. Tal vez la i m agen sería
código que lo enhebra y que lo explicita. Este código distinta si de Epicuro, de Posidonio o de Carneades
puede tener conexiones con el sistema total de la cul- nos hubieran quedado algo más que restos. Pero de
Emilio Lledó Memoria de la ética

todas formas el tono es muy d i stinto. Hay li b ros no en la clausura del discurso que los engarza. No son
fragmentarios de Plutarco, de Séneca o de Cicerón en signos para cuya significación sea preciso iluminar
los que comprobamos que ya no es posible el apasio- todo el posible entramado de i n d i caciones intratex-
nante entramado intelectual de Platón o A r i stóteles. tuales.
Podríamos atribuir este supuesto descenso teórico a Pero precisamente porque el lenguaje de Epicuro,
una menor calidad filosófica; pero esta afirmación no por ejemplo, carece de esa densidad textual, la fábula
solo no resuelve sino que ni siquiera plantea correc- de sus alusiones está siempre fuera del texto mismo.
tamente el problema. El que un lenguaje filosófico Al tener que recurrir a una atmósfera no textual, a un
presente las características del lenguaje que encon- horizonte exterior de alusividad, el texto se aligera, la
tramos en los filósofos del helenismo indica, entre temporalidad mediata que lo condiciona está conti-
otras cosas, que la comun idad de lectores u oyentes nuamente dejando e n t rever esa o tr a t e m p o r alidad
es distinta y distintas, por tanto, sus exigencias. inmediata, el latido del presente que aparece en cada
No hay página de Epicuro que pueda medirseen imposibilidad de clausura. El texto de Epicuro es un
intensidad textual a la de Platón o Aristóteles. Compa- texto abierto. Ante él se ofrece, fundamentalmente, el
rados con e l l as, sus m áx i mas p arecen consejos de paisaje del lenguaje natural y, a través de él, fluye con
buen sentido, exhortaciones piadosas, jaculatorias de más facilidad el t i empo, el t i empo i n mediato, el
buenos deseos. Incluso las tres cartas que nos con- tiempo de una historia no mediada aún por coágulos
servó Diógenes Laercio, quizá debido a su carácter terminológicos, y por la densa retícula de un len-
epistolar,carecen de ese complicado entramado de guaje autosuficiente y autoalusivo.
códigos, señales, referencias internas que encontra- Creo que bastan algunas máximas de Epicuro para
mos en Aristóteles, Spinoza, Kant, Hegel, etcétera. Y ejemplificar lo que quiso decir:
sin embargo, también está aquí la filosofia, con la
m isma i n t ensidad y l a m i s m a l i b e r tad — como l o Con amor a l a verdadera filosofía se desvanece
está, por ejemplo, en los aforismos de Nietzsche —. cualquier d eseo desordenado y p e n oso ( U sener,
¹Cuál es l a e structura t extual d e e stos escritos?, ese)
¹qué planos lo integran'? La semántica sobre la que
descansan no es un a s emántica autosuficiente. Los Todo está fuera del texto. Su dificultad no radica en
signos que establecen sus relaciones y afinidades no que el texto en sí no se entienda, en que no esté claro
son signos internos que vivan su propia significación el sistema intevno d e sus referencias. Dice tanto q ue
Emilio Lledó Memoria de la ética

a penas dic e n a d a . P o r qu e a n t e s t e n d r í amos q u e autor, nutren su texto de presencia, y no permiten el


saber qué es la verdadera fil
osofía;d
ónde radica el des- encapsulamiento en la propia teoría. Entenderlos no
ordende losdeseos;por qué se opone filosofía a deseo, es explicitar el código interno que interrelaciona los
etcétera. Pero el nivel más i n m e diato de i n t erpreta- signos de un mensaje, sino ver el grado de autentici-
ción no presenta dificultad alguna: su lectura alude, dad con que se expresa una clave histórica que, por
en un pr i mer p l ano, a una exhortación en la que se serlo, está al otro lado de la expresión misma.
p retende in sinuar qu e e l e p i c u r eísmo es u n b u e n Esta proyección de significados al horizonte de la
remedio para controlar los deseos. h istoria s u p on e o t r o t i p o d e h e r m e n é u t ic a m á s
difusa y, por consiguiente, más difícil. La lectura de
Débil es la naturaleza para el mal, pero no para el un texto es más complicada cuanto más sencilla es su
bien: en los placeres, en efecto, se conserva; en los estructura interna y la semántica de la que parte; por-
dolores, al contrario, se destruye (G. V. 37). que esta sencillez difumina el horizonte individual o
El más grande fruto de la autosuficiencia es la colectivo al que el texto alude. Sin la clausura de sus
libertad (G. V. 77). signos independientes, l a a u r eola s emántica se
De los bienes que la sabiduría ofrece para la feli- pierde en el amplio campo de las referencias genera-
cidad de la vida entera, el mayor con m u cho es la les.
adquisición de la amistad (M. C. XXVII). Pero si no está en el e n t r amado m i sm o del t exto
cuya complicadaorganización ha hecho que se hable
El mismo comi enzo de la «carta a M e n eceo» es un de «profundidad» filosófica,
como tópico — equívoco,
buen testimonio de esta peculiar forma de expresión: por cierto — del lenguaje de los filósofos, ¹dónde está
la filosofía en lo s textos de l a fi l o sofía helenística),
Nadie por ser joven dude en filosofar, ni por ser ¹en qué consiste su novedad), ¹dónde radica su origi-
viejo de filosofar se hastíe. Pues nadie es joven o n alidad fil osóf i c
viejo para la salud de su alma (Diog. L. X., ras).
3. Uno de los temas centrales de la filosofía hele-
E l lenguaje de estos textos se proyecta fuera de sí nística podría expresarse en los siguientes términos:
mismo. Habla a un posible oyente propicio o adverso; ¹cómo ser bueno en u n m u n d o m a los, o m ejor,
pero asimilable po r l a si m p átheia.Toca p r o b le mas ¹ cómo c onseguir l a f e l i c i d ad, e l e q u i l i b ri o e n u n
q ue, situados en e l m i s m o h o r i z onte h i stórico d e l mundo provocador de la inestabilidad7
Emilio Lledó Memoria de la ética

a penas dic e n a d a . P o r qu e a n t e s t e n d r í amos q u e autor, nutren su texto de presencia, y no permiten el


saber qué es la verdadera fil
osofía;d
ónde radica el des- encapsulamiento en la propia teoría. Entenderlos no
ordende losdeseos;por qué se opone filosofía a deseo, es explicitar el código interno que interrelaciona los
etcétera. Pero el nivel más i n m e diato de i n t erpreta- signos de un mensaje, sino ver el grado de autentici-
ción no presenta dificultad alguna: su lectura alude, dad con que se expresa una clave histórica que, por
en un pr i mer p l ano, a una exhortación en la que se serlo, está al otro lado de la expresión misma.
p retende in sinuar qu e e l e p i c u r eísmo es u n b u e n Esta proyección de significados al horizonte de la
remedio para controlar los deseos. h istoria s u p on e o t r o t i p o d e h e r m e n é u t ic a m á s
difusa y, por consiguiente, más difícil. La lectura de
Débil es la naturaleza para el mal, pero no para el un texto es más complicada cuanto más sencilla es su
bien: en los placeres, en efecto, se conserva; en los estructura interna y la semántica de la que parte; por-
dolores, al contrario, se destruye (G. V. 37). que esta sencillez difumina el horizonte individual o
El más grande fruto de la autosuficiencia es la colectivo al que el texto alude. Sin la clausura de sus
libertad (G. V. 77). signos independientes, l a a u r eola s emántica se
De los bienes que la sabiduría ofrece para la feli- pierde en el amplio campo de las referencias genera-
cidad de la vida entera, el mayor con m u cho es la les.
adquisición de la amistad (M. C. XXVII). Pero si no está en el e n t r amado m i sm o del t exto
cuya complicadaorganización ha hecho que se hable
El mismo comi enzo de la «carta a M e n eceo» es un de «profundidad» filosófica,
como tópico — equívoco,
buen testimonio de esta peculiar forma de expresión: por cierto — del lenguaje de los filósofos, ¹dónde está
la filosofía en lo s textos de l a fi l o sofía helenística),
Nadie por ser joven dude en filosofar, ni por ser ¹en qué consiste su novedad), ¹dónde radica su origi-
viejo de filosofar se hastíe. Pues nadie es joven o n alidad fil osóf i c
viejo para la salud de su alma (Diog. L. X., ras).
3. Uno de los temas centrales de la filosofía hele-
E l lenguaje de estos textos se proyecta fuera de sí nística podría expresarse en los siguientes términos:
mismo. Habla a un posible oyente propicio o adverso; ¹cómo ser bueno en u n m u n d o m a los, o m ejor,
pero asimilable po r l a si m p átheia.Toca p r o b le mas ¹ cómo c onseguir l a f e l i c i d ad, e l e q u i l i b ri o e n u n
q ue, situados en e l m i s m o h o r i z onte h i stórico d e l mundo provocador de la inestabilidad7
Emilio Lledó Memoria de la ética

Las filosofías de P l atón y A r i s t ó teles se h a b ían solidaridad y, en consecuencia, las relaciones políti-
planteado también problemas semejantes. La inme- cas, se establecieron en u n u n i v erso alterado. Para
diata respuesta a esos interrogantes consistía en hacer destacar la s d i f e rencias d e l a fi l o s o fía h e l enística
bueno al mundo. Este deseo solo podía realizarse frente al pensamiento de Platón o A r i stóteles, se ha
h aciendo b u en o a q u e ll o q u e e s n a t u r a l m ente e l insistido en ese m arco h i stórico, en el q u e l a po lis,
mundo humano: lapolis.Un mundo bueno es, pues, como habitación colectiva y como sistema de referen-
equivalente a un a po lis j usta. La t e oría del b i en s e cias sociales, ha perdido interés y vigencia. La polis,
hace práctica en la justicia. Toda especulación ética no solo ha entrado en un i m p arable proceso de des-
ha de darse en el espacio condicionante de la polis. mantelamiento real, sino que se ha visto enfrentada a
Al lado de esta construcción i n t electual que p r e- formas de vida que i m p l i caban también su desinte-
t endía establecer, en solidaridad, los m o t ivos de l a gración ideal. Las conquistas de Alejandro significa-
convivencia y las razones por las que lo social o polí- ron, como e s s a b ido, el m o t o r q u e i m p u l s ó e stos
t ico se vinculaba con l o p e r sonal, la fi l o sofía de l a cambios. El proceso de economización del mundo
época clásica dedicó sus esfuerzos a un problema, en por los cada vez más estrechos vínculos comerciales;
p rincipio, exclusivamente i n t e lectual: e l p r o b l e m a el empobrecimiento del pueblo que origina un prole-
d el conocimiento. En él se t r ataba también d e u n a tariado fluctuante; los ejércitos de soldados mercena-
forma de solidaridad que vinculaba no a los hombres rios; los problemas de la redistribución del suelo la
entre sí, sino a los hombres con la naturaleza. nueva organización del poder, etcétera, marcan, entre
¹ Qué r elación p u ed e e s tablecerse entre l o q u e otros, los caracteres del espacio histórico de la nueva
sabemos de las cosas y del mundo, y lo que son las época. Es también tradicional el situar los comienzos
cosas y el mundos ¹Cómo construir una epistémefija, d el epicureísmo, estoicismo y e scepticismo en f u n -
en el universo de la dóxa mutable7 Las respuestas fue- ción de un sistema de relaciones que conectaba esta
ron diversas; pero el lazo común que las identificaba, situación histórica real, con los productos ideales que
al menos en el p l atonismo y el a r i stotelismo, era la forman estas filosofías.
posibilidad de un c o n ocimiento que, efectivamente, La historiografía filosófica tradicional, que no se
hermanase la exterioridad con la interioridad. ha preocupado excesivamente en vin cular el p ensa-
En la filosofía helenística estos problemas se plan- miento a su c o n d i ción d e p o s ibil idad h i stórica, ha
tearon sobre otros presupuestos y sus soluciones fue- h echo, sin e m b a rgo, un a i m p o r t a nte excepción a l
ron, por ello, distintas. El problema ético, los lazos de buscar las conexiones entre la filosofía helenística y
Emilio Lledó Memoria de la ética

las circunstancias en las que se desarrolla. ley supone un ideal acomodado a principios raciona-
E sta situación p o n e t a m b i é n d e m a n i fi e sto l a les, a criterios objetivos de valoración sustentados en
i mportancia que ad q uiere el n u evo p ú b l ico qu e se una aspiración a la alétheia, a la verdad, cuyo ser con-
interesa por la fil osofí. Aunque no es desdeñable el siste, precisamente, en poder ser compartida y acep-
trabajo que tanto Epicuro como los estoicos dedica- tada.
ron a la filosofía, como epistemología o como teoría Pero los principios de la aceptación van a tener en
de la naturaleza, fueron principalmente sus doctrinas la filosofía helenística otros apoyos. Precisamente por
morales las que adquirieron una popularidad que no la radical soledad en que las empresas colectivas
habrían po d id o i m a g inar Pl atón y A r i s t óteles para s umieron a lo s i n t electuales, el centro d e l a n u e v a
sus propias éticas. Aquí sí que debieron influir las filosofia va a ser el análisis de la soledad, la reflexión
necesidades del renovado paisaje histórico y los cam- sobre los criterios que, a una conciencia desdichada,
bios realizados. Efectivamente, una sociedad erradi- le pueden servir para encontrar otra vez justificación
cada de sus habituales lugares, e impulsada fuera de y compañía. Separado de la n a t uraleza y de l a c i u -
los muros reales e ideales de la polis, tenía necesaria- dad, el hombre ya no es medida de las cosas como el
mente que inventar formas mentales, sustentos ideo- d icho d e P r o t ágoras, sino d e s í m i s m o . P ar a s e r
lógicos, aliento moral. medida de las cosas se precisaba una actitud opti-
Este es el horizonte de explicación en el que el len- m ista y c r e adora e n l a q u e l a i n t e r p r etación d e l
guaje de los historiadores encapsula la temporalidad mundo era, en el fondo, el resultado de su acepta-
vivida por unos hombres bajo la fórmula de Helenis- ción.
mo. Esta fórmula surge a su vez de la lectura de unos El tema de la soledad de la consciencia ya había
documentos históricos, de otros lenguajes que deter- estado presente en la cultura griega de la época clási-
minan los pu n tos de in fl exión d e esa temporalidad ca. El pueblo del diálogo, del ágora y de la democra-
configurada. Co n l a i n t e r p r etación d e e so s d a tos, c ia, expresa en l a t r a gedia e l r e c onocimiento m á s
podemos reconstruir los motivos y una b u ena parte duro para sus héroes: el momento de la soledad, de la
de los contenidos filosóficos de esta época. r uptura d e l a c o m u n i cación. D e scolgado de l m i t o
En ella destaca la nueva situación de los ámbitos que lo había amparado y enfrentado con su propia
c olectivos. Los intelectuales de este tiempo n o p r o - desgracia, la tragedia se convierte así en un a t eoría
yectan ya una convivencia después de largas disen- del abandono. Pero, al mismo tiempo, el héroe trá-
siones sobre la teoría de la justicia. El ámbito de la gico es teatro, centro de las miradas, objeto de aten-
Emilio Lledó Memoria de la ética

c ión. Su p r o b l em a e j e m p la r e s a s u m id o p o r u n a tas, pero ¹cómo se construyeron?


colectividad que le contempla y que le acompaña. Una radical modificación en la sociedad y en el
El espectador de la tragedia descubre también una individuo estructuraron los niveles donde habrían de
forma de anagnórisisque le reincorpora, desde la fundarse esas respuestas:
compasión por la desdicha contemplada, a la solida-
ria comunidad de los contempladores. Pero la sole- El abandono del ideal de la polis.
dad de la filosofía helenística no es el resultado de un z. El abandono del consuelo mítico.
héroe desmitificado, o de un espectador que contem- El abandono de la fi l o sofía entendida como
pla, asombrado y libre, la tragedia. conocimiento seguro y como paideía.
Situado en la encrucijada de un ti empo inestable,
el intelectual pretende responder a los interrogantes El abandono de la polis, que tiene lugar en el epi-
q ue entonces, como h oy, se pl anteaban. Tal vez l a cureísmo, intensifica la identificación con la subjeti-
inseguridad de la vida provocó una mayor radicali- vidad y c o n l a in d i v i dualidad. Su s e m p r esas
dad en las preguntas fundamentales: colectivas no pueden tener ya la forma que sus teóri-
cos — Platón y Aristóteles — habían previsto. No pue-
¹Cómo vivir? den constituir ya una comunidad de gentes (koinonía)
¹Qué buscar? ni una independencia colectiva (autárkeia); ni una
¹Qué conseguir? situación abstracta de dependencia y d e c o m u n i ca-
ción (isonomía); ni un sistema armónico de relaciones
Fue un planteamiento precursor de aquel otro que (politeía).
aparecía al final de la Crítica de la razón pura. Pero mientras los epicúreos acentúan la vertiente
de la subjetividad y la naturaleza personal, el estoi-
¹Qué puedo saber? cismo destacará esa identificación con el u n iverso y
¹Qué debo hacer? sus leyes y, en un dom i ni o más hum ano, con la idea
¹Qué puedo esperar? del universo como polis. Pero el cosmopolitismo era
ya una metáfora. Como anhelo de identificación con
La amistad, el placer, la tranquilidad, el distancia- un mundo p r ogresivamente conquistado la idea era
m iento, el compromiso con la subjetividad y con l a e xtraordinariamente i n n o vadora; pero c om o s u b l i -
naturaleza corporal, fueron las respuestas inmedia- mación de u n i d e a l q u e e stablecía la con f or m i d ad
Emilio Lledó Memoria de la ética

con un d estino supremo e i n m u t a b le, con u n l ógos a utoridad a b soluta; p er o e r a é l q u i e n l a h a b í a


i ndependiente a n u estros deseos, podía servir p a r a hecho. Le correspondía a él en la asamblea del
una escisión radical entre los sueños y la realidad, y p ueblo, cuando se pr o p onía un a l ey, el t o ma r l a
para un in solidario apartamiento de la h i storia. Sin palabra para admitirla o rechazarla; e incluso si no
embargo la idea de una Cosmopolis,regida por el se atrevía a hablar tenía, sin embargo, el derecho
lógos, era una aspiración enraizada en dos principios de voto. De esta forma, bajo el régimen de la ley, el
esenciales del estoicismo: la identificación lógica (ló- ciudadano era libre.Pero ahora la ley dependía del
gos) con la naturaleza y una cierta identificación y que gobernase en Atenas... Mientras que los solda-
apropiación de uno mi smo tal como se expresa en la d os ocupasen sus colinas, no se podía hablar d e
teoría de la oikeíosis (familiaridad). l ibertad. Era n e cesario b u scar en s í m i s m o u n a
Cuando Epicuro afirma que «tenemos que liberar- libertad interior que franquease a los hombres: la
n os de la cárcel de lo s i n t ereses cotidianos y d e l a vida adespotos, «sin dueño». En esta palabra se cen-
política» (G. V. 58), está acentuando el otro extremo tra una de las ideas típicas de la nueva sabiduría (J.
del cosmopolitismo estoico. La política aparece como A. Festugiere, Epicure et ses dieux, París, P. U. F.,
la organización de la vulgaridad, como la conjuga- I9682, p. IX).
ción de intereses que impiden el encuentro con aque-
llo que esencialmente somos. Pero no basta con apartarse del imposible ideal de la
L a morada verdadera es la n a t u r aleza de l a q u e polis. En cada uno de nosotros se ha establecido una
s omos parte. No es posible el reencuentro con n i n - polis interior, férrea y amurallada. Adespotos, el no
guna forma política que antes no se haya puesto en tener ya señor, no es solo la palabra que señala una
clarosobre el complejo organismo de donde arranca, situación objetiva de la nueva sociedad, sino la metá-
y haya descubierto las estructuras mismas de la cor- fora que alude a uno de los problemas fundamenta-
poreidad. les de la filosofía de todos los tiempos.
El ideal de la polis no es tal ideal, porque la reali- ¹Cómo se forma nuestra mentalidad7 ¹De qué está
dad de la polis tampoco lo es: hecha esa c i u da d i n t e r io r q u e o r g a n iza n u e stros
a ctos, que i n t e r preta n u estras percepciones y q u e
El hombre había sido casi exclusivamente ciuda- modifica nuestra misma vidas Somos ciudadanos del
d ano y, e n t a n t o q u e c i u d a d ano, n o t e n í a o t r o m undo; p er o a r r a stramos d e n tr o d e n o s o t ro s u n
maestro que la ley. Esta ley se le imponía con una orden mucho más imperioso de ciudadanía. Vivimos
Emilio Lledó MemoIia de la ética

en el Cosmos; pero somos esencialmente m i c rocos- hecho característico de la inteligencia humana presta
mos[i6i]. Alentamos dentro d e n o sotros un sistema a la semántica de Epicuro su extraordinario realismo
de valores, de predisposiciones, de contenidos. y novedad.
La imagen estoica del m i c r ocosmos, e in cluso l a De ahí viene también su rechazo de la filosofia tra-
idea que llega hasta el Renacimiento de un a f u erza dicional y de toda forma de paideía. No es posible el
q ue arm oniza e l u n i v erso co n e l h o m b r e , e s u n a pensamiento verdadero si antes no h e mos l i b erado
sublimación de un proceso mucho más humano. La n uestra intim i dad de esos fantasmas que la contur -
sympátheía, que une la inteligencia con el Cosmos ban y cuyo funcionamiento desorientan.
está interferida po r e l v e r d adero m i c rocosmos, por Liberar a los hombres de esos incómodos habitan-
un mundo interior que puede desfigurar y alterar esa tes de la ciudad interior podía constituir una exhorta-
i dílica relación entre nuestra luz interior y l a d e l o s c ión co n t i n u ada q u e e n g a rza l o s s i g ni ficantes d e
astros. Lo que realmente encierra nuestra intim i d ad Epicuro con las necesidades de los hombres. Fruto de
es el complejo entramado de pulsiones, imágenes, e sta liberación sería ese estado neutro de l a i m p e r -
i deas, que n o r e fl ejan o b j etiva y p a cíficamente u n turbabilidad, de la at araxía. Pero no b a sta con esta
supuesto macrocosmos supremo e i n a l t erable, sino a ctitud i m p e r t u r b able. L o q u e s e d e n o m in a a l m a
que perfilan ese demonio interior que llamamos per- humana es una construcción, una obra que se alza
sonalidad. En el m u ndo de l a subjetividad flotan desde nuestro ineludible fondo natural. Con inde-
i mágenes turbadoras. Aquellos restos de equ i l i b r i o pendencia de todas las doctrinas heredadas, de todos
alteran sustancialmente nuestra imagen del mundo y los acosos culturales que, por medio del lenguaje,
desgarran nuestra razón en retazos incoherentes, que n os llegan, hay qu e p l a n tearse la j u stificación y el
proyectan sobre las cosas la perspectiva de un enfo- sentido de la vida.
que que las desfigura. Antes, pues, de contestar a esas preguntas sobre
El hombre está hecho de este material confuso, lle- ¹cómo vivir7, ¹qué buscar7, ¹qué conseguir7, la con-
gado a él, p r ecisamente, a tr avés de la pa ideía, del c iencia liberada tiene que apoyarse en un p r i n c i p i o
dominio de las ideologías, de haber nacido en un que le permita planteárselas. Las filosofias helenísti-
mundo de significaciones administradas y sanciona- cas destacaron la i m p o r t ancia de la n a t u r aleza que
das por el poder. Esta es la realidad original desde la radicalmente somos. No es posible la teoría que olvide
que levantar cu alquier fi l o sofía, cualquier m e n saje este elemental e imprescindible prin cipio de conoci-
de progreso y liberación. El descubrimiento de este miento. Pero mientras los estoicos, por ejemplo, ven
Emilio Lledó Memoria de la ética

el acuerdo co n l a n a t u r aleza, como m a c r ocosmos, s ensación, nos m a r qu e l a p a ut a d e v e r acidad y e l


recogido por una lógica providente que le hace asu- ritmo de nuestra independencia. ¹Qué buscar): la
mir la realidad, distanciándose de ella, el filósofo epi- h edone, el placer, el gozo, la afirmación de la sensibi-
c úreo i n s i st e e n l a mí ni m a nat u r a 1eza de su lidad en los niveles de la armonía del cuerpo. Este es
corporeidad, contrastada por aquello que le da vida y el criterio de verdad por el que la corporeidad se rige.
que convierte a su cuerpo en cuerpo hum ano: la sen- En un mu nd o ensordecido por los constructores del
sación. Este simple criterio de verdad es el modelo de dolor, el m ensaje de esta filosofía irr u mp e t a m b i én
todo progreso en el conocimiento. Frente a la natura- c on extraordinaria fuerza. Hemos olvidado y f a l -
leza-cosmos de los estoicos, la na turaleza-bíos de los seado ese modesto, inmediato y propio criterio de la
epicúreos. Pero entonces hay que hacer frente al des- h edone por las represiones de una sociedad cuyo
orden interior, a la enfermedad y al dolor. Ya no es el confusionismo de intereses ha tejido sobre la natura-
enemigo la polis, el desconcierto y el desorden de la leza una capa de incomprensión, de contradicciones
vida común, la ausencia de ideales solidarios, la y de oscuridad.
desesperanza. El enemigo puede ser el propio cuer- La defensa delgozo era la defensa de la vida, y
po, la desarmonía de los deseos, el implacable impe- también la defensa de la disciplina moral que podía
rio de la enfermedad y de la muerte. Son importantes controlar los niveles de ese contraste con el cuerpo,
los ecos que este cambio de perspectiva despierta en en función de ese otro gran descubrimiento de la teo-
la filosofía de nuestro tiempo, como lo son t am b i én ría de las necesidades.Solo es necesario y humano lo
las perspectivas de la teoría del lógosde los estoicos, que no consume y aniquila a quien consume. En esta
de su idea de la corporeidad, de su armonía natural teoría ética del epicureísmo desciende realmente la
con las cosas, tal como pronosticaba la doctrina de la filosofía a la tierra. Sócrates la había hecho descen-
oikeíosis. der; pero había situado el nivel de descenso en el
La ataraxía, la apatheia, se convierten así en autár- orden especulativo, en el o r den de l l e n guaje, en el
keia, en la que dominan no los intereses del ciuda- orden de las ideas ensambladas por la solidaridad de
dano, o sea de un hombre engarzado en un sistema la polis y de la c onvivencia en el nó mos. El nivel de
de contradicciones que le destruyen, sino los i n t er- Epicuro es más «material» y, al par, más inm ediato.
eses de la naturaleza, del sabio convertido en átorno, Pocas veces se ha hecho en la cultura antigua y, por
en individuo libre y sin temores. Pero si es autárkeia, supuesto, en la cultura posterior, un reconocimiento
t iene que e n contrarse otro p r i n c i pi o q u e , sobre l a tan simple y decidido de que vivir es descubrir y

102 (Ir - 'l 0, (I c -l 9


Emilio Lledó Memoria de la ética

organizar el«más acá»; pero el «más acá» como cuer- vas de las sociedades sin libertad; una sensibilidad
po, como naturaleza de la que brotan nuestros deseos receptiva de formas y modos de realidad que hasta
y esperanzas, nuestra ambigua historia de razón y sin ahora solo han sido p r oyectados por l a i m a g in a-
razón, desuerte y desgracia, de alegría y de dolor. ción estética. Porque las necesidades estéticas tie-
L as ideas p u eden r e gi r l a v i d a y a l i m e n ta r e l n en su pr opio conte n i d o soci a l : son
desarrollo humano; pero las ideas no pueden ir con- requerimientos del o r ganismo h u m a no, m e nte y
tra lacercana e incontaminada verdad de la natura- cuerpo, que solicitan un a d i m e n sión d e satisfac-
leza como c u e rp o y d e l h o m b r e c o m o e s t r u ctura ción que solo puede crearse en la lucha contra
teórica y práctica, construida sobre las bases de esa a quellas instituciones que, por su m i sm o f u n c i o -
corporeidad: namiento, niegan y violan esas exigencias (H. Mar-
cuse, An E s s ay o n Li b e r ation, Ha r m o n d s worth
La fuente de todo bien está en el cuerpo que es la Penguin Books, I972, p. 35).
norma, la regla y el orden de la naturaleza (Usener
roo), Es lógico, pues, que en este mundo de individuos vol-
cados hacia su propia intimidad, con la sensibilidad
porque afinada hacia elrumor de la condición carnal de la
existencia hum ana — en savki einai dei to agathon-
el signo de la libertad alcanzada es no estar aver- (Usener 4o8), hubiese que buscar un vínculo que
gonzados de nosotros mismos (Nietzsche, La gaya i ntegrase tan to s á t o mo s s o c iales, cuy a u n i ó n n o
ciencia, III, 275). estaba escrita en la ley de la naturaleza. Este vínculo
q ue en el estoicismo consiste también en una arm o -
En nuestros días los olvidados filósofos de la «nueva n ía con la naturaleza que se transforma en conformi -
sensibilidad» han modulado en otros tonos los sones dad consigo mismo, según la doctrina de la oikeiísis,
epicúreos: es en el epicureísmo la amistad.
Si la polis no une ya en tareas comunes, y la amis-
Un universo de relaciones humanas que ya no esté tad no puede ser política, la relación entre los hom -
mediatizado por el mercado, que ya no se base en b res brotará d e u n a f u e nt e ta n i n m e d i ata p ar a e l
l a explicación co m p etitiva o e l t e r r or, exige u n a cuerpo como la sensación. La amistad es la clave de
sensibilidad liberada de las satisfacciones represi- una nueva organización de la sociedad representada
Emilio Lledó Memoria de la ética

en esa imagen de la philia que vida. La felicidad por la abstención era un paso meto-
dológico importante, que nos inclina más que al dog-
danza en torno ala tierra y como un heraldo anun- m atismo d e l o s h e c hos y l a s i d e as, a l a c o n t i n u a
cia a todos nosotros que despertamos para la felici- libertad en la que la existencia se sustenta. Porque el
dad (G. V. 52). mundo está ll eno d e i n seguridades, de di ferencias.
Adela ta phainómena. La apariencia y lo oculto; lo sen-
A mistad y f e l i cidad. Uni r a m b o s conceptos en u n a sible y lo invisible, la sensación y el átomo. Las dos
a rmonía qu e o f r eciese el t e r r i t o ri o q u e h a b r í a d e caras de la realidad que, una vez más, nos proyectan
ocupar un hombre nuevo. hacia las eternas preguntas de la filosofía que brotan
No es extraño que el tema de la identidad consigo de esa originaria estructura del h o m b re, ciudadano
mismo por medio de la hedone o de la oikeíosis,de la de dos mun dos, y m e d i ador contradictorio entre el
felicidad y de la serenidad, tuviese en el helenismo discurso de la razón y el discurso de la naturaleza.
una versión intelectual. Nada puede afirm arse dog- ¹Cómo pasar, pues, de la apariencia a los signifi c -
máticamente. La mente del hom bre es ambigua y en ados ¹Qué tipo de relación puede establecerse entre
e llo consiste su riqueza. Su territorio n o es el de l a una serie d e e n u n c iados y u n a s e ri e d e o b j e tos y
realidad, sino el de la posibilidad. Ser humano es sucesos descritos por e l l os' L a fi l o s ofia h e l enística
aceptar en c ad a c o n o cimiento e l i n q u i e t ante estí- resolvió parte de la aporía, quedándose del lado de la
mulo de la duda. El escepticismo fue la variante epis- inseguridad, del antidogmatismo y, en consecuencia,
temológica de la f il oso f i a h el e n í s tica . Una de la creatividad.
epistemología del descontento, que colaboró a diluir Una vi eja h i s toria d e l a h i s t o ri a d e l a fi l o s o f ía
aquellos c o n g l o m erados i d e o l ó gicos e n qu e se cuenta sin cesar el mismo cuento: la decadencia del
habían convertido el platonismo y el aristotelismo en pensamiento g r i ego co n l a d e c adencia d e l a po l is.
manos de escolarcas sin talento. Pero esta crítica iba Este burdo filosofema no dice más que un tópico
unida también al obsesivo problema de la felicidad. fácil en una historia de ideas sin tiempo, de informa-
Ser feliz es una cierta forma de negación, de resisten- ciones sin contexto. La filosofía helenística supuso un
cia al compromiso, y por consiguiente de libertad. Lo paso adelante en la reflexión crítica sobre el hombr e
cual no supone un idealismo de la neutralidad eter- y la condición hum ana. Por eso es un paso más en el
na, del infi n ito resbalar por lo s in evitables compro- c amino de Platón y A r i s t óteles. Frente al m o m e n t o
m isos con que nos cerca el despliegue mismo de l a d e plenitud d e u n a m i r a d a s o bre e l l e n g u aje y l a
Emilio Lledó Memoria de la ética

naturaleza, el momento de plenitud tam b ién de un a do, sino en el que se esperpentizan los mensajes y en
crítica al peso ideológico y terminológico con que se los que se aniquila la libertad interior de saber pensar.
había cargado la atmósfera de la historia. Entonces, ¹No suena, pues, vivo el consejo epicúreo de la tera-
como ahora, empezaba a no verse el mundo, oculto pia de nuestro yo, de la l i m p i eza de nuestras defor-
por los discursos que nos lo describen. maciones?
Solo la ideología del poder intentó reprimir, en S olo los amigos se entienden. En el m u n d o d e l a
aquellas sociedades en busca de su polis teórica, la e nemistad de esos mensajes que lo s señores de l a
fi l osofí del «más acá», la reflexión sobre las condi- palabra nos administran, ¹no es la amistad la entrega
ciones del presente. La atención al cuerpo, al placer, a hacia una lucha que evite esta continua y sanciona-
la sensibilidad era una llamada al encuentro con uno dora teoría de la enemistad que nos acosa?
mismo y un ataque a cualquier ideología que preten- En un mundo en el que la f i l osofí se congela en
diese encubrir el ham bre y la m i seria con el engaño t erminologías para p i t agóricos i n i ciados, qu e s o l o
de la esperanza insaturable. Porque no hay otra espe- miran las formas de la realidad y no el contenido
ranza que la de la felicidad, la que ciñe los proyectos creador y m o d u l ador de esas formas, ¹no era el ata-
de la mente y los sueños del deseo en esa delicada que al dogmatismo, al mito de que solo unos pocos
c iudadela de l a c o r p o reidad. Pero el c u e rp o n o e s tienen la verdad, la m ejor esperanza para el pensa-
solo el o b j eto p r i m er o d e n u e stra existencia física, miento y la vida?
sino de nuestra esencia mental. La unión con la razón colectiva, con un universo de
En una sociedad como la nuestra que ataca, con la diálogo y comunicación, con la posibilidad total de
agresión a la naturaleza, los principios más elemen- entendimiento ¹no apuntaba hacia un largo ideal de
tales de la corporeidad y con la polución ideológica, solidaridad? Y, por último, la negación de la cultura y
con la información de la violencia y la hipocresía de de su vehículo la paideía ¹no era la afirmación de que
l os intereses la e structura d e l a i n t i m i d ad , n o e s la educación es el instrumento más poderoso para la
e xtraño qu e si nt amos pr óx im o e l p e n samiento d e l felicidad y e l p r o g r eso, y e l m á s f u n e sto c u a n d o,
helenismo. como hoy, puede convertirse en l a c a r icatura de sí
La mente está llena de f alsedades y m i serias. La mismo?
libertad interior, coaccionada por los dueños de las
palabras. El l e n guaje n o e s l i b re, l a c o m u n i cación
humana no es ese medio en el que se refleja el mun-
Emilio Lledó Memoria de la ética

No~A

En el Índice de nombres propios se incluyen solo los


PROCEDENCIA DE LOS TEXTOS
que aparecen en el t e xto y n o l o s q u e ú n i c amente
están recogidos en las notas bibliográficas.
Los dos primeros capítulos se publicaron en la Histo-
ria de laÉtica, vol. I, que dirigió Victoria Camps, y que
apareció en I987 (Editorial Crítica, Barcelona). El
capítulo tercero constituye la Introducción a las «éti-
cas» (E. N. y E. E.) que en traducción de J. Palli Bonet
publicó en r985 la Editorial Gredos de Madrid.
El cuarto capítulo com prende los tr abajos: «Len-
guaje, ética y felicidad» publicado en Sistema, N I o g ,
IggI; «La felicidad de los guardianes», publicado en
Estudios Clásicos, N r o o , I g g t; «La luc ha p or l a l e y »
publicado en Athlon, Satura Grammatica, en honor de
Francisco R. A d r ados, M a d r id , G r edos, I987 y, por
último, «Ética en la época helenística» se publicó con
el título «Filosofía en época helenística» en las Actas
del VI Congreso Español de Estudios Clásicos, Madrid,
Gredos, I983.
El autor agradece a la Editorial Crítica, a Sistema,
a la Sociedad Española de Estudios Clásicos y a l a
Editorial Gredos las facilidades para pu b l icar estos
estudios.
Emilio Lledó Memoria de la ética

I, z, rzr4a9 y ss.
I, 3, I2I5ar2-20
I, 5, I2I5br5-I2r6arr
I, 5, rzr6ar4
I, 5, rzr6a24-28
I NDICE D E PASAJES CITAD O S I, 8> I2I7br9-26
I> 8, I2I7b27
I, 8, rzr8a27-28
I, 32-33
I, I2I4a33-b35
Aristóteles: I, rzr5br-6
Analíticos posteriores Il, I, r2I9a24-27
r3, 97b y ss. Il> I> r2I9br-3
33, 89b9 Il> I> Izr9b7
33, 88b3o y ss. Il > I> r220a4-I3
Il, I, r226ar-6
Categorías Il, 6, r222br6-r7
7a5 Il> 6> I222b20
Il> 6> I222b28-30
De partibus animalium Il, 8, I224a25-30
I,5,644b3oyss. Il, 8, rrz5azo-z3
Il, ro, rr25b25-38
Ética Eudemia Il, Io, r226a7-r7
Izr5ar2-20 Il, ro, rzz6az3-25
rzr7b y ss. Il, Io, I226bro-rr5
Izr7br-2 Il, Io, I226br9-2I
rzr8ar3 Il, II, I227b24-25
rzr8ar4-r5 Il, II, I227b44-45
rzz5b3r-33 Il, II, I228ar y ss.
rz35ar6 ll, r225a30-33
I235a3I VII, I, I234b32-I235ar
I, I, r2I4ar5-r6 VII, 2, I236a5-7
Emilio Lledó Memoria de la ética

VII, 2, I2368I2-I5 II271324-26


VII, Io, I24383I-I243t)2 II428I3 y ss.
VII ) I2, I2 44424-26 II45422-23
VII, I2, I244425 y SS. II5zb8
X, II, I227433 II5689
II598I3
Ética Nicomáquea II59bz7
I ll38-I4-I5 II64bg
I0948I-2 II64b27-28
I09482-3 II658Iz-Ig
I09484-5 II66bz4-25
Io94aI8-z4 II68bIz-I5
I0944I2 II68bI5-I6
I09413I9-27 II69b8
IO95bI7-I9 II721336-37
Io96b8 II781320-22
I096bg5 II8IbI5
I098aI6-20 I, I, I0948I-3, 266
I098a27-29 I, 2, I094aI8-z4
IIoIaI4 I, 2, I094822-23
IIogaI4-I8 I, z, Io94az4yss.
IIo5b5-7 I, 2, I094824-I094t) IO
II0684-5 I, 2, I094a25
IIo8aI5-I7 I, 2, I094826-I09449
III21326 I, 2, I09447-Io
I I I2433 I, 2, I2538I4-I8
I I I51325-34 I, 3, I0941320 y SS.
II20a26-30 I, 3, I0958I-7
I I2I423-30 I, 3, I09586
II23834-35 I, 4, I094aI4-22
I I25426-29 I, 4, IO95RI4 y SS.
II27b4-5 I, 4, I095822-28
Emilio Lledó Memoria de la ética

I, 6, r096ag, r80 III, i, niza4-6


I, 6, I096R23-24 III, 3, llIza30-34
I, 6, I096b3-4 III, 3, llIzbI2-? 6
I, 6, r097R5-r5 III,3, llI3R9-Iz
I, 7, I097b9-I6 III, 4, llI3RI5, 243
I> 7, I097b23-28 III, 4, llI3R23
I, 7, r098R3-5 III, 4, l lI3R25-32
I, 7, I098air-r6 III, ll 0 9b35-R 3
I, 7, I098at6-2I VI, 2, ll39R35-ll39b4
I, 8, I099R3I-I099b8 VI, 2, II39b4-5
I, io, irooaio y ss. VI, 3> ll39b33-34
I, I094RI-2 VI, 4, u40ai9
I, i095bi8-r9 VI, 5, lr40R24-25
Il, i, ri03R30-rt03b6 VI, 5, ir40az5-28
Il, I, ll03R32-ll03b6 VI, 5, II40bzo-22
Il, t, n03br VI, 7, ii4rair
Il, I, ll03b8-t5 VI, 7, ll4IRI7-r8
Il, I, II03b24-25 VI, 7, ii4rb3-7
Il> I> II03b32 VI, 7, ii4rb3-8
Il, 2, II03b26-28 VI, 7, tI4Ib8-22
Il> 2, ll03b27-29 VI, I3, ll44b5-8
Il, 2, ll04azz-25 VIII, t, il55R25-28
Il, 3, ll04bIO-13 VIII, i, ri55R4
Il, 4, ii05ai8 VIII, z, ir55bzr-zz
II, 4,Il05a27-32 VIII, 7, ll59R5-II
Il, 4, ll05R30-ll05b?8 VIII, n55bz8
Il, 5, r?05bI9-28 VIII, lr56RS
Il, 5, rr05bzo-27 IX,4, ii66ay ss.
Il, 6, ii06R29-ll06b7 IX, 4, rr66arz-r8
Il, 6, ti06b35 IX, 7, ir68R5
Il, 6, l l06b35-lloja I IX, 7, n68R6-9
I l, 7, lloj b z I - l l 0 8 a IX, 9, II69bI7-I9
Emilio Lledó Memoria de la ética

IX, 9, II69bI7-33 I, 983azI


IX> 9) II69b33-II70R4 IX, ro, i05tbz3 y ss.
IX, 9, ll70R25-33 X, 9, I058R37 y ss.
IX, 9, ll70R34-II70bI4 XII, 7, I072R26 y ss.
IX, Iz, II7Ib30-3I XII, 7, 1072bzI y SS.
X, I, ll72b9 y SS. XII, 8, I074R34 y SS.
X, 7, ll77RI2-I3
X, 8, ll68a y ss. política
X, 8, ll78b34-36 I, I ) I2 52b5-9
X, 8, ll78b34-ll79RI9 I, 2, I252R24-26
X, 8, ll78b7 I> 2, I252b28-30
X, 8, ll79RI9 I ) 2) I2 52b30
X, 9, ri77R34 I, 2, I253RI y ss.
X, 9, n78bz-5 I, z, n53az y ss.
X, 9, ll78b34-ll79R5 I, 2, I253RIO, 95, I78
79b20-35
X ) 9) ll I, 2, I253RIO-r8
X, 9, n8tbr5 I, 2, I253RII-I7
X, 13, llozaI4-I6 I, 2, I253RI4-I8:
XI, 8, ii68a y ss. I, 2, I253R5
I, 2, I253R27-34
Física I, 2, I253R28-29
Il, i97R8 y ss. I, rr, u59R9 y ss.
VII, 2, 252b Il, 2, I26IRI6-20
Il, z, rz6ta3i, r85
Magna Moralia Il, 2, I26Ibto-t5
ri8iaz4 Il, 5, rz63R9-r7
I, 34, ri97b8 Il, 5, I263bz
Il, I5,?2I3azo-24 Il, 5, I264bI5-23
III ) I) I2 74b32-34

Metafísica III, I,?275bI7-2I

980b28-29 VI, t3r7b6


A3, 983b6 VI, I322bI3
Emilio Lledó Memoria de la ética

Gnomologium Vaticanum 7p
Problemata
3o, I, 953aIo Máximas Capitales XXVII:
Usener 4oo
Refutaciones so
físticas Usener 4o8
I84bI y ss. Usener 457

Retórica Esquilo:
I, 5, I36obI4-23 Euménides 448
I, 5, I36ob4-1362bI47
Herá cli to:
Topica Diels, B 8
I, I, Io5aI9 Diels, B 29
VIII, 2, I57a29 Diels, B 32
Diels, B 33
Cleantes: Diels, B 33
Verso 2 (Von Arnim, I, I2I, 35) Diels, B 44
Verso 25 (Von Arnim, I, Izz, zo) Diels, B 44
Verso 39 (Von Arnim, I, I23, 5) Diels, B 44
Diels, B 44
Diels, B 49
Demó crito:
Diels, B 53
Diels, B, I7I
Diels, B 56
Diels, B 8o
Diógenes Laercio:
Diels, B 85
IX, z Diels, B II3
X ) 122
Diels, B II4
Diels, B II9
Epicuro: Diels, B IzI
Gnomologium Vaticanum 3p Diels, B Iz3
Gnomologium Vaticanum 52 Diels, B I25a
Gnomologium Vaticanurn 54
Emilio Lledó Memoria de la ética

Heródoto: VI, 523


I,g3 VII, I97
I ) 170 VII, 3o6
III, 38 IX
V,66 IX, 443
VII> IO4> 290 X
X, 37z
Hesíodo: XI, zzt y ss., 38
Teogonía 66 XI, 24r
Opera 256 XI, 784
Opera 26I XIII, t73
Opera 388 XIII, 327
Opera 826 XIII
Fragmento 22I XIII
XIV
Hornero: XVI, 35o
llíada XVI, 437
XVI
I> 53I
XVII, 36
Il, 53
Il > I94 XVII, 37-4o
XVII, zz6
Il, t98
XVII ) 2 97
Il, 436
XVIII
Il, 479
III, 5o XIX, 333
XIX
IV, 43
XX
IV, 337, 35
XXII, 99 y ss.
IV, 35o
V, 7ro XXII
VI XXIV, 33-54
VI
VI, zo8 Odisea
VI, 5zz Il, 239 y ss.
Emilio Lledó Memoria de la ética

Il, z7z I89d


III, z3o 202a
IV, 372 zo5a6
V,3yss.
V, 2Io Carta VII
VII, Io-II 324e
VII, II
VII Fedón
VII 58e
IX, zI 79d
IX, zI7
XI
Fedro
XI
244d
XI, 489
27oc
XI
276a
XIV, 344
XV, 7I
Filebo
XVI, 243 y ss.
Iza y ss.
XX,5 y ss.
zod8-9
XXI, 294
2Id-e
XXI, 323
6Ic y ss.

Jenofonte:
Gorgias
Mem., I,4,4
47oe
492d
Píndaro:
498e8-9
Fragmento II4
5zzb
Fragmento I69, 295
Pítica z, 86
Letles
626d
Platón:
I, 625e
Banquete
I, 626d
Emilio Lledó Memoria de la ética

I, 63I VII, 52oc-d


I, 636d VII, 52Ia
VII, g2Ib
Lisis IX, 576c
2I2C IX, 577a y ss.
2I9c IX,58oc
X, 6o6e-6o7a
Protá goras
337d Softsta
2I8d

República 263e

I, 344b y ss.
I, 344d y ss. Teeteto
I, 346e I74a
I, 347e I89e
Il, 357b y ss. I89e y ss.
Il> 369b
Il, 369b-c Timeo
III, 4Iga 68e
III, 4I6e
III, 4I7a Sófocles:
IV, 4I9a E. R., 3o9
IV, 42oc
IV, 42Ic Solón:
IV, 438a3 Fragmento 3
V, 464c
V, 464d
Teognis:
V, 46gb
IOI3
VI, gogag
VI, gogdg y ss.
Tucídides:
VII, gI9d
III, I7
VII, g2ob
Emilio Lledó Memoria de la ética

Atenea
Aubenque, P.
Axelos, K.
Áyax

INDICE D E N O M B RES PROPIOS Bailey, C.


Barker, E.
Bekker, I.
Bengtson, H.
Berti, E.
Academia platónica
Bignone, E.
Acosta Méndez, E.
Bollack, J.
Adkins, Arthur W. H.
Bonitz, H.
Adrados, F. R.
Bowra, M.
Arrigheti, G.
Brochard, V.
Agamenón
Burnet, J.
Alcibíade s
Bywater, I.
Alcínoo
Alejandro
Caliclés
Alejandro de Afrodisia
Calipso
Amintas III
Calogero, G.
Anaxág
oras Calvo Martínez, T.
Anaximandro
Candel, M.
Anaxímenes
Cármides
Andrews, A.
Casandra
Andrómaca
Chroust, A. H.
Angeli, Arma
Cicerón
Antifón
Circe
Antípater
Círculo de Viena
Apolo
Aquiles Classen, C. J.
Colotes
Arnim, H. von
Conche, M.
Ast, Fr.
Emilio Lledó Memoria de la ética

Cooper, J. M. Filipo de Macedonia


Crisipo Filodemo
Fraisse, J. C.
Darío Frankel, H.
Deífobo Frisk, H.
Delorme, J. Fritz, K. von
Demócrito
Detienne, M. Gadamer, H. G.
Diano, C., Gaos, J.
Diels, H. García Calvo, A.
Diógenes Laercio García Gual, C.
Diomedes García Quintela, M.
Dirlmeier, F. Gauthier-Jolif
Donini, P. L. Gigante, M.
Dugas, L. Giges
Düring, L Gil, Luis
Giseo
Edel, A. Glaucón
Epicuro Graeser, A.
Eratóstenes Grant, A.
Esquilo Grayeff F.
Eudemo de Chipre Guthrie, W. K. C.
Eudemo de Rodas
Eudoxo de Cnido Hager, F. P.
Euforbo Harder, R.
Hardie, W. F. R.
Fallot, J. Havelock, E. A.
Fénix Héctor
Ferguson, J. Hécuba
Fernández Galiano,M. Hegel
Festugiere, J. A. Heidegger, M.
Fidias Heinimann, F.
Emilio Lledó Memoria de la ética

Helena
Heller, A. Lacy, Ph. H. de
Heráclito Lasso de la Vega, J. S.
Hermarco Laurenti, D.
Hermodoro Lemke, D.
Heródoto Lisandro
Herpilis Loenen, D.
Hesíodo Long, A. A.
Hipoloco Long, H. S.
Hoffe, O. Longo Auricchio, F.
Hornero
Mansion A.
Idomeneo Manutius A.
Ifid a mant Marcovich, M.
Indelli, G. Marcuse, H.
Innocenti, P. Marg, W.
Isnardi-Parente, M. Markovits, F.
Ítaca Menelao
Mentor
Jaeger, W. Meriones
Jenofonte Meyer, E.
Joachim, M. M. Milón
Jonas, L. Mingay, J. M.
Jufresa, M. Mondolfo, R.
Moraux, P.
Kahn, C. A. Moreau, J.
Kant Mossé, C.
Kapp, E. Moulines, C. U.
Kenny, A. Moya, A. P.
Kenyon, F. G. Müller, G.
Kirk, G. S.
Krüger, G. Néstor
Emilio Lledó Memoria de la ética

Neubecker, A. J. Ramsauer
Nicómaco Reinhardt, K.
Nietzsche Rist, J. M.
Nuyens, F. Robinson, R.
Rodier, G.
Oksenberg-Rorty, A. Rodis-Lewis, G.
Otrioneo Rodríguez Adrados, F. (ver
Adrados)
Palli Bonet, J. Roussos, E. N.
Parménides Rufener, R.
Pasicles Russell, B.
Pasquali, A.
Patro clo Sardanápalo
Peleo Saussure, F.
Pesce, D. Schleiermacher, Fr.
Philippson, R. Schmid, W.
Píndaro Sichirollo, L.
Platón Sinclair, T. A.
Plebe, A. Sirenas
Plutarco Snell, B.
Pohlenz, M. Snodgrass, A. M.
Policleto Sócrates
Polifemo Sófocles
Polistrato Solón
Polo Spinoza
Popper, K. Steckel, H.
Príamo Stephanus, H.
Price, A. W. Stewart, J. A.
Proxeno de Atarneo Susemihl, Fr.
Puente Ojea, G.
Pythia Tales
Taran, L.
Emilio Lledó MemoIia de la ética

Teano Yvars, J. F.
Telémaco
Teofrasto de Eresos Zeller, E.
Tepedino Guerra, A. Zeus
Tetis
Teucro
Theiler, W.
Thomson, J. A. K.
Tras ímaco
Trümpy, H.
Tucídides
Tugendhat, E.

Ulises
Untersteiner, M.
Usener, H.

Venturi Ferriolo, M.
Vernant, J. P.
Vidal-Naquet, P.
Vives, J.
Voelke, A. J.
Vogliano, A.
Vollgraff, W.

Walzer, R. R.
Wieland, W.
Wilamowitz-Moellendorf, U. von
Wismann, H.
Wittgenstein, L.
Wotke, K.
Emilio Lledó Memoria de la ética

aísthesis (ver sensación)


akolasía (ver intemperancia)
akrá teia (ver incontinencia)
aladsoneía (ver fanfarronería)
alegría
INDICE D E M A T E R I AS alétheia (ver verdad)
alienación
alma
alter ego
alteridad
abstracción amante
abundancia del poder
acción amar
acciones ambición
actividad ambigüedad
activo semántica
actos
amigo
de conocimiento amigos éticos
selectivos amistad
actuación consigo mismo
actuar ética
adikía (ver injusticia) hacia sí mismo
admiración superior
afección útil
afectividad amor
afecto propio
afectos anagnó risis
afirmación anagnóstes(ver lector)
agathón (ver bondad) anaisthesía
ágnoia (ver ignorancia) ánax
ahora andreía (ver valentía)
aidos (ver pudor) aneleuthería (ver avaricia)
aischrón (ver feo)
Emilio Lledó MemoIia de la ética

animal, aristocrático
político áristoi
que habla áriston
que tiene lógos áristos
social armonía
animalidad arte
anthró peia philosophía (ver fi losofia) artificio
anthropina aghó thá (ver bien es humanos) artilugio terminológico
anti phileo áskésis (ver ejercicio)
anti phílesis asotía (ver prodigalidad)
apaideusía asphá leía(ver seguridad)
apariencia ataraxía
del bien atracción
apatheia audacia
á peiron (ver infinito) autárkeia
apetecible autarquía
apetencia autómaton
apetito autonomía
apetitos autoridad
aphíló timos (ver ambición) autó s
aporía autós eleú theros(ver individualidad libre)
apotégmata autosuficiencia
apraxía (ver inactividad) avaricia
aprender azar
aprendizaje
aquendidad belleza
arché bello
aréskeia (ver obsequiosidad) benevolencia
arete (ver virtud) benévolo
aristeuein bien
aristocracia absoluto
aristócratas aparente

4 4 () (I( 4 ' ) 441 (I


Emilio Lledó MemoIia de la ética

de la ciudad ciencias
del individuo cientificidad
del vivir científico
«dialogado» ciudad
en sí de palabras
hacia el que se tiende interior
humano unitaria
ideal ciudadano
moral cobardía
platonización del código
político colectividad
por sí mismo colectivo
supremo compasión
bienes comportamiento
humanos compromiso
bienestar colectivo
bíos(ver vida) comunicación
bíos apolaustikós (ver vida) humana
bíos politikós(ver vida) intelectual
bíos téleios (ver vida) comunicarse
bíos theoretikós (ver vida) comunidad
bondad concepto
boú leusis (ver deliberación) consciencia
bouleutike órexis (ver deseo deliberado) colectiva
buen daímon condiciones de posibilidad
buena voluntad conocer
conocimiento
carácter, de los principios
carne consenso
casa consumo
chrexis (ver uso) contemplación
ciencia contemplador pasivo

142 ar 4I4 ', clc -I 9,,


Emilio Lledó MemoIia de la ética

contextos democrático
culturales démones
c ontinen ci a demos
conveniente des doblamiento
conversación deseo
interior deliberado
convivencia deshonor
convivir designio
coraje desigualdad
corazón destino
corporeidad día
costumbre dialéctica
cotidianidad dialéctico
creación diálogo
creaciones de palabras dianó esis
creaciones terminológicas dianoética
creatividad dianoéticos
criterio diá noia (ver pensamiento)
cualidad dignidad
cuerpo dikaiosgne (ver justicia)
cultura dinamismo
interior
daímon dinero
deber dioxis
decir dtscurso
decisión ideológico
deificación interior
deliberación mítico
ideal moral
deliberar dispersión terminológica
democracia disposición
demócratas distancia

1 44 (I( 4 ' ) 4(4 (I c -I 9,,


Emilio Lledó MemoIia de la ética

distanciamiento enérgeia (ver energía)


doble ciudadanía enérgeiai (ver energías)
doblez energés (ver activo)
dokounta energía
dolor que se hace a sí misma
dominar energías
dominio energós
dóxa (ver opinión) engaño
dualidad enkrá teia (ver continencia)
dueños de las palabras entelécheia
duración entender
dynámeis (ver facultad) entendimiento
envidia
educación epieikeía(ver equidad)
educar epistéme (ver ciencia)
efímero epistemología
egoísmo epistemonikón (ver científico)
egoísta epithymía (ver deseo)
eidos equidad
einai érga (ver obras)
ejercicio érgon anthropou(ver hombre, función del)
ékdosis(ver publicación) escasez
ekoú sion-a koú sion (ver voluntario-involuntario) esclerotización
elección escritos
electores escritura
elegir aristotélica
élenchos esfuerzo
éleos (ver piedad) espacio
eleuthería (ver libertad) abstracto de la escritura
eleuthérios (ver liberal) colectivo
eleutherió tes(ver liberalidad) de la intersubjetividad
emoción de lo colectivo

4 4 (g (I( 4 ' ) - l4 ( (I( 4 9 3


Emilio Lledó Memoria de la ética

de lo natural de la intimidad
de lo social del «bien-ser»
ideal del bíos
literario del honor
público externa
social social
teórico eu zen (ver vivir)
espectador euboulía (ver deliberación)
activo eudairnonía (ver felicidad)
especulación euétheia (ver simpleza)
espejo exactitud
de la memoria excelencia
de la teoría existencia
del mito existencialismo
esperanza existir
espontaneidad experiencia
estar exterioridad
estar en el mundo
estímulo facultad
e structur a fama
del comportamiento familiaridad
intersubjetiva fanfarronería
subyacente felicidad
textual feliz
e structur a l i sm o fenómeno
estructuras feo
sociales filosofía
eternidad práctica
ethos (ver carácter), filósofos-reyes
ethous (ver costumbre) fin
ética finalidad
de la contemplación firmeza
Emilio Lledó MemoIia de la ética

formas de gobierno selectivo


fortuna hablar
fragilidad hacer
fraternidad hambre
fuente hambrientos de bienes personales
fuerza harmonía
fundamentación hazañas
futuro hecho
hedone (ver placer)
generación hermoso
generosidad héroe
génesis (ver proceso) trágico
génesis héxeis (ver hábitos)
gestos héxis
morales héxis apodeiktiké (ver hábito)
gígnesthai hipocresía
gnome historia
gnosis (ver conocimiento) historicismo
gnosis autou historiografia
golondrina hombre
gozar bueno
gozo contemplativo
gracia de bien
grammata escrito
gratitud función del
guardián hablado
fil a ntró pic prudente
guerra honor
guerrero hoplita
horizonte
hábito de posibilidades
demostrativo de realidad
Emilio Lledó MemoIia de la ética

estático inactividad
exterior de alusividad inclinación
mítico incontinencia
hósios independencia
humanismo indiferencia
humanización indigencia
humano indignación
humor individual
hybris individualidad
hy pokeimenen hylen libre
hy pomné mata (ver recordatorios) individuo
inercia
ideal inestabilidad
aristocrático infelicidad
idealidad infinito
idealismo infinitud
ideas infortunio
idéntico a sí mismo injusticia
identidad injusto
identificación inmediatez
ideología inmoralismo
del poder inmoralista
liberadora inmortalidad
ignorancia innato
igualdad inseguridad
imágenes insociable sociabilidad
imitación instinto
imperio intelectuales
de la inseguridad inteligencia
de la necesidad intemperancia
del destino intemporalidad
imperturbabilidad intención
Emilio Lledó Memoria de la ética

intensidad textual latir de los días


interacción social lector
intereses lectura «genética»
interpretación lengua
intersubjetividad lenguaje
intersubjetivo crítica al
inutilidad de la ética
invisible de la fama
involuntariedad deconstrucción del
involuntario escrito
ira filosófico
irónicos originario
irracional ley
isegoría, leyes
isonornía racionales
liberación
joven timócrata liberal
jóvenes liberalidad
libertad
juicio
justeza interior
justicia posible
amistosa libro
justo limitaciones
juventud límites
listeza

kairós lógica
kakopatheia lógos
kalós estar en el
kartería tener
lógos alethés
koinonía
kolakeía lógos koinós
lucha
Emilio Lledó Memoria de la ética

méthodos
maduración metis (ver listeza)
madurez método
maestro métodos filológicos
magnanimidad mezquindad
magnificencia microcosmos
mal micromundo
mala suerte miedo
malo mikropré peia (ver mezquindad)
mano mímesis
mansedumbre mirada
materia mirar
máthesis (ver aprendizaje) miseria
matriz mismidad
mecanismo mito
mediación modelo
medida moderación
medio modificación
megalopré peia (ver magnificencia) moira
megalopsychía(ver magnanimidad) moneda,
melancolía moral
memoria moralidad
hilo de la motivaciones
ménos (ver fuerza, coraje) muerte
mensaje múltiples egoísmos
mentalidad mundo
mente de las significaciones
méson (ver medio) histórico,
mesotés(ver mesura, mediación) ideal,
mesura interior
metaética muralla
metaterminología Muttersprache
Emilio Lledó MemoIia de la ética

mythos ontología,
opinión
naturaleza optimismo,
imperativo de la ontológico
naturaleza-bios orektikos nous
naturaleza-cosmos ó rexis (ver deseo)
necesario ó rexis dianoetiké
necesidad organismo
negación orge(ver ira)
némesis (ver indignación) origen
nobleza originalidad
nó misma(verm oneda) orthos ló gos
nómos oyente
normas
normatividad paideía
nous (ver inteligencia) sofistica
palabra
objetividad paradigma
objetivo parole
vital parousía (ver presencia)
objeto participación
obligación, pasado
obrar pasión
bien pasional
humano pasividad
obras pasivo espectador
obsequiosidad pá the(ver pasión)
oikeíosis pá thos
ojos paz
ólbios pedagógico
oligarca pensamiento
oligarquía pensar
Emilio Lledó MemoIia de la ética

pensiero debole poderosos,


pequeños tratados poemas
percibir poesía
perfección poíesis
personalidad poietiké
persuasión poietó n
pervivencia pó lemos (ver guerra)
pervivir po lis
phainó mena politeía
phainómenon política
phainómenon agathón(ver bien político
aparente) pónos
philautía (ver amor propio) posibilidad
philautós posible
philetó n(ver querible) posmodernidad
philía (ver amistad) práctica
phoberó n(ver temible) practicidad
phoné semantiké práctico
phoné prágmata
phrén (ver corazón) pragmateía
phrónesis (ver prudencia) pragmateiai (ver pequ eños tratados)
phrónimos praktiké (ver práctico)
phygé praktón
phy'sis praó tes(ver mansedum bre)
piedad práxeis
placer praxis
plenitud praxis
pobreza predominio
poder preferible
de la palabra prejuicios
del lenguaje presencia
gratuito presente
Emilio Lledó MemoIia de la ética

presiones racional
principio racionalidad
de realidad racionalizar
del egoísmo razón
ideal colectiva
incontaminado impureza de la
ontológico pura
privación r azonami e n t o
privilegio real
del origen realidad
del sentido ontológica
lingüístico rebeldía
proaíresis (ver elección) receptores pasivos
proceso recordatorios
prodigalidad recuerdos
progreso rechazo
prosperidad reflejo
protección reflexión
proyectos filosófica
ideales reflexionar
prudencia régimen
prudente resignación
pseudos respeto
psgché responsabilidad
publicación riqueza
publicidad rivalidad
pudor> ruptura
pueblo
pusilanimidad saber
por sí mismo
querible sabiduría
práctica

1G2 (Ir - 'IG : >le I no


Emilio Lledó MemoIia de la ética

sabio socialización
salvación sociedad
satisfacción aristocrática
saturación menesterosa
seguridad predemocrática
semejanza sofística
sensación soledad
sensatez solidaridad
sensibilidad intersubjetiva
sensible solidario
sentido solitario
de la felicidad sophía(ver sabiduría)
de la vida sophoi (ver intelectuales)
del bien sophrosgne (ver moderación)
sentimiento spoudaios(ver hombre de bien)
sentir stethos
subjetividad
ser del hombre
sueno
dicho suerte
que somos sujeto
significados sumisión
signo superación
silencio sustancia
símbolos ideal
simpá theia social
simpleza sustancialidad
singularidad symmetra
sistema sgnesis (ver entendimiento)
de valores
situación técnica
sociabilidad téchne (ver arte)
social tejido
Emilio Lledó Memo) ia de la ética

colectivo theoría (ver teoría)


lingüístico thrasgtes (ver temeridad)
literario thymós (ver deseo)
moral tiempo
social inmediato
téleios mediato
teléo originario
teleología solidificación del
télos (ver fin) tiranía
temeridad tirano
temible tolerancia
temor tradición
templanza tragedia
temporalidad tranquilidad
inmediata trivialidad
mediata t jebe
tensión
teoría unidad
de la felicidad universal
de las necesidades universalidad
de las perfecciones uso
del bien útil
del inmoralismo utilidad
moral utilizar
teórico utopía
teorizar
término medio valentía
terminología valor
texto valoraciones
thémis veracidad
theophilés verdad
theorein vtda

1 G)> (I( d ( ) AG7 (I(


Emilio Lledó Memoria de la ética

fuentes de la
orden de la
vigor
vínculo NOTAS
violencia
social
virtud,
virtudes,
[i] En adelante citaré por E. N. Los números al margen se
diano éticas refieren ala paginación de la edición de I.Bekker, publicada
virtus en r83t por la Academia de Ciencias Prusiana, y que interna-
visión cionalmente se utiliza para citar a Aristóteles.
vivir [2] En adelante citaré por M. M.
volición
[3] En adelante citaré por E. E.
voluntad
[4] Entre la abundante bibliografía sobre la vida y la azarosa
voluntariedad historia de los escritos de Aristóteles puede verse la obra de
voluntario A. H. Chroust, Aristotle: New light on his life and on some of his
voz lost tvorks z vols., Londres, Routledge and Kegan, I973. Tam-
vulnerabilidad bién el libro de I. Düring, Aristoteles, Darstellung und Interpre-
tation se i ne s D en k ens, H eid e l b e rg, K ar l W in t er
yo Universitatsverlag, r966, así como su otro importante estudio
Aristotle in the Ancient Bibliographical Tradition, Gotemburgo,
zen (vivir) Studia Graeca et Latina Gothoburgensia, 5, I957. Hay una
larga polémica sobre la cronología y la autenticidad de las
Éticas. El estudio completo más reciente, en el que se destaca
la Ética Eudernia frente a la Ética Nicomáquea, como el más
significativo e importante de los tres escritos éticos, se debe a
Anthony Kenny, The aristotelian Ethics. A studg of the relations-
hip bettveen the Eudemian and Nicomachean Ethics of Aristotle,
Oxford, Clarendon Press, t978. También del m i smo autor,
Aristotle's Theory of the will, Londres, Duckworth, I979. (Cf.,
entre otras, la reseña de J. M. Cooper en Nous, I5, I, I98t, pp.
38I-392).
Emilio Lledó Memo1ia de la ética

[5] Por supuesto que el concepto de «sistema», tal como lo la literatura griega, por ejemplo, Sófocles, Edipo Rey, rl84;
utilizará después la escolástica aristotélica, apenas tiene que Platón, Leyes, 636dy y ss. Cf. F. Dirl me ier, ed., Aristóteles,
ver con la forma en que se compusieron los escritos de Aris- Nikomachische Ethik, Darmstadt, WBG, I956, pp. z68-269.
tóteles y con la relación que, en Grecia, tuvo el autor con su [9] El sofista Antifón expresa, en un texto muy significativo,
obra. Véase por ejemplo, de Mario Untersteiner, Problemi di ese carácter del hombre que necesita hacerse y desarrollarse
Filologia Fílosofica, e dición de L . S i c h i r ollo y M . Ve n t u r i en la existencia. Ese «hacer» es, como paideía, la operación
Ferriolo, M i l án , I s t i t ut o E d i t o r iale C i s alpino-Goliardica, esencial del ser humano. Sin ella, sin la educación, el hom-
r98o. bre aniquila su ser, «lo primero en los hombres es la educa-
[6] La palabra «ética», en el sentido de una disciplina «filosó- c ión. Pues cuando e n c u a l q uier c osa s e c re a u n b u e n
fica», no es de Aristóteles. Un ejemplo más del esencial dina- principio, será perfecto lo que resulte. Según sea la simiente
m ismo y c r e a tividad d e s u p e n s amiento. (Tampoco l a que uno siembre en la tierra, así hay que esperar que sea la
Metafísica, ni la Lógica, son, paradójicamente, nombres de su cosecha. Y cuando en un cuerpo joven se siembre una educa-
descubridor). Tal vez A r i stóteles consideró tan u n i dos el ción verdadera,es como una vida que va continuamente bro-
«planteamiento» político y el ético que no se preocupó exce- tando a lo largo de toda la vida, y nada pueden contra ella ni
sivamente en la separación y delimitación de la «ética» ya la lluvia ni la sequía» (H. Diels, Die Fragmente der Vorsokrati-
que, efectivamente, es una parte de la «política» (E. N., I, z, ker, II, Berlín, Weidmann, r9526, p. 365, B 6o).
ro94a24 y ss.). En la primera línea de M. M. (n8iaz4) encon- [to] «Cuando los hombres investigan acerca de las leyes, casi
tramos referencias a en tois ethikois (Política, II, 2, I26?agI), bajo todo su examen tiene por objeto los placeres y los dolores
la forma de legein hyper ethikón. que se dan en las ciudades y en la vida de los individuos.
[y] Cf. B. Snell, Die Entdeckung des Geistes, Studien zur Ents- Esas dos son, en efecto, las dos fuentes que manan y corren
tehung deseuropaischen Denkens bei den Griechen, Hamburgo, por naturaleza y de las que bebiendo la debida cantidad en
Claassen Verlag, I955, pp. 223 y ss. (hay traducción castella- el lugar y el tiempo que procede, resulta feliz lo mi smo la
na). ciudad que el individuo y, en general, todo ser; y el que la
[8] Lo que «debe ser» es un concepto fundamental de toda bebe sin conocimiento y fuera de sazón lleva existencia ente-
ética. «Los griegos decían ho d ei p rátteín — l o q ue d e b e ramente opuesta a la de aquel» (Platón, Leyes, I, 656d, traduc-
hacerse —, que se suele traducir como 'deber', pero con esta ción castellana de M. F. Galiano y J. M. Pabón).
traducción entra un tono falso... La instancia que asegura lo [n] Al comienzo del libro II de E. N., Aristóteles hace derivar
que debe hacerse en cada caso es, para los griegos del siglo v el éthos del éthos, o sea el «carácter» de la «repetición de actos
y para Aristóteles, la polis, el «espíritu de la comunidad». En que lo constituyen», del hábito o de la costumbre. «Existen,
el Critón de Platón estos estándares de la polis aparecen muy pues, dos clases de virtud, la dianoética y la ética. La dianoé-
claramente... Las expresiones hos dei, hopóte dei, hóthen dei, tica se origina y crece principalmente por la enseñanza, y
etcétera (cómo conviene, cuándo conviene...), atraviesan toda por ello requiere experiencia y tiempo; la ética en cambio

170 rlr A'J d 71 clo -19"


Emilio Lledó Memoria de la ética

procede de lacostumbre, como lo indica el nombre que varía über die Grundlegung der Naturwissenschaft und die sprachlichen
ligeramente del de 'costumbre' (ethous)»(rro3ar4-r8). Efectiva- Bedingungen derPrinzipienforschung bei Aristoteles, Gotinga,
mente, la diferencia reside en las vocales iniciales, larga y Vandenhoeck-Ruprecht, r962, pp. rr-5r; y en la Introducción
corta respectivamente (eta y épsilon), con que se escribe el General de Tomás Calvo Martínez, Aristóteles, Acerca del Alma,
vocablo. Madrid, r978, pp. z3-37. Los trabajos de August Mansion, Paul
[I2] Cf. sobre esta fundamental expresión, F. Dirlmeier, en su Moraux, Anton-Hermann Chroust y Franz Dirlmeier, edita-
comentario a E. N. (Il, r, rro3b3z), pp. 298-304. dos, entre otros, por el mismo P. Moraux, en Aristoteles in der
[r3] P. Aubenque, La prudence chez Aristote, París, P. U. F., r963. neueren Forschung, Darmstadt, W. B. G., r968, tratan, también,
[r4] La primera edición de este fundamental trabajo para la algunos de los problemas de las modernas interpretaciones
renovación de los estudios aristotélicos se publicó en I923, en sobre Aristóteles en las que, por supuesto, desempeñan un
Berlín, Weidmann, con el t í tulo de Ar istoteles. Grundlegung papel central los trabajos de Werner Jaeger.
einer Geschichte seiner Entwicklung. Ya en I934 apareció la tra- [r6] Jaeger, Aristóteles...,en la versión española de José Gaos, p.
ducción inglesa de R. Robinson, bajo el título Aristotle. Fun- rr. Cf. también W. K. C. Guthrie, «Aristotle. An Encounter»,
damentals of the history of his developrnent, Oxford, Clarendon en el vol. VI de A History of Greek Philosophy, Cambridge Uni-
Press, que contenía numerosas adiciones del propio Jaeger. versity Press, r98r, p. 92.
Sobre la versión inglesa hizo José Gaos la española, Aristóte- [iy] Kurt von Fritz, Philosophie und sprachlicher Ausdruck bei
les. Bases para la historia de su desarrollo intelectual, México, F. Demokrit, Plato und Aristoteles, Darmstadt, W.B.G, r963, p. 64.
C. E., r946. G. Calogero la tradujo también al italiano. Aristo- [I8] Una excelente síntesis de los primeros pasos en la consti-
tele. Prime lince di una storia della sua evoluzione spirituale, Flo- tución de una escriturafrlosófica puede encontrarse en Mario
rencia, La Nuova Italia, r935. Tanto de la traducción inglesa Untersteiner; Problemi di filologia frlosofrca, editado por L.
como de la española y la italiana se han hecho reediciones. Sichirollo y M. Venturi Ferriolo, Milán, Cisalpino-Goliardica,
Con anterioridad, al famoso libro sobre Aristóteles, W. Jae- r98o.
ger había publicado sus Studien zur Enstehungsgeschichte der [I9] Franz Dirlmeier, «Merkwürdige Zitate in der Eudemis-
Metaphysik des Aristoteles, Berlín, Weidmann, r9rz. chen Ethik des Aristoteles», en Sitzungsberichte der Heidelberger
[rg] Una historia de las interpretaciones en torno a los pro- Akad. der Wissenschaften. Philosophisch-Historische Klasse, Hei-
blemas estudiados por Jaeger puede verse en la introducción delberg, Carl Winter, r96z. La proximidad de la escritura a su
al importante estudio de Enrico Berti, La filosofía del primo origen verbal e inmediato constituye un elemento epistemo-
Aristotele, Padua, Cedam, r96z, pp. 9 -I22. También p u e de lógico de gran calidad para entender aspectos importantes
encontrarse un claro resumen en Franqois Nuyens, Lévolu- de la fil osofí griega. Cf. Eric A. Havelock, Preface to Plato,
tion de la Psychologie dAristote, Lovaina, Institud Supérieure Cambridge-Mass., Harvard University Press, r963. También,
de Philosophie, r948, especialmente pp. r-6o; además de en de Richard Harder, tan preocupado por la letra de la literatu-
Wolfgang Wieland, Die aristotelische Physik. Untersuchungen ra, puede verse eltrabajo «Bemerkungen zur griechischen

172 (l( d ' i ,


Emilio Lledó Memoria de la ética

Schriftlichkeit», publicado en Die Antike t9 (I943), y reunido mia (E. E.), la mejor edición disponible del texto griego ha
con otros escritos suyos en Kleine Schriften, editado por Wal- sido hasta hace poco la de Fr. Susemihl, que, en su prólogo,
ter Marg, Múnich, Beck, r96o, páginas 57-8o. B. A. van Gro- afirma que elautor era Eudemo de Rodas: «Scriptorem ope-
ningen, EKAOXIZ («Mnemosyne», Series IV, Volumen XVI, ris esse Eudemum Rhodium Aristoteles discipulum» (p. IX).
Fasciculus r, pp. t-t7). Así lo hace constar también en el título de su edición: Aristo-
[zo] Dirlmeier, op. cit., p. I7. telis Ethica Eudemia Eudemi Rhodii Ethica, adlecto «De virtutibus
[zt] En adelante citaré M. M. et vitiis» libello, recognovit Franciscus Susemihl, Lipsiae, In aedi-
[zz] La autenticidad de los Magna Moralia fue defendida por bus B. G. Teubneri, 1884. Recientemente R. R. Walzer y J. M.
Fr. Schleiermacher en su conferencia de t8t7, en la Academia Mingay han p u b l icado un a excelente edición d e l a Ét i c a
de ciencias de Berlín, «Ueber die ethischen Werke des Aris- Eudemia: Aristotelis, Ethica Eudemia, Oxford Classical Texts,
toteles», en Samtliche Werke, III, 3, edición de L. Jonas, Berlín, i99r. Por lo que respecta a las tres «variaciones» sobre el tema
r835, pp. 3o6-333. Para Schleiermacher, los M. M. contenían lo ético, ya Schleiermacher, en el trabajo antes citado, se refiere
más auténtico de la ética de Aristóteles. Pero quizá el defen- a esta excepcionalidad (p. 3o8). Cf. también I. Düring, Aristo-
sor más destacado de la autenticidad de M. M. fue Hans von teles. Darstellung und Interpretation seines Denkens, Heidelberg,
Arnim, quien, en acre polémica con Jaeger, que consideraba Carl Winter, r966, p. 438 (que citaremos en adelante, Aristote-
a esta obra como una recopilación posterior, probablemente les [r966]). Del m i s mo a ut or, Aristoteles, en Pauly-Wissowa
de un peripatético de la época de Teofrasto (Aristoteles...,tra- Real Enzgklopadie, Suppl., vol. XI, Stuttgart, r968, que citare-
ducción española, p. 274, nota zz), publicó diversos trabajos mos, en adelante, Aristoteles (t968).
para probar la tesis de la autenticidad, entre ellos: «Die drei [z3] Aristotelis Ethica Nicomachea, edición y c o m e n tario a
aristotelische Ethiken», en Sitzungsberichte der Akademie der cargo de G. Ramsauer, Leipzig, t878.
Wissenschaften in Wien, Phil.— Hist. Klasse zoz, z (i9z4), y «Die [z4] The Ethics of Aristotle, con ensayo y notas de A. Grant, 2
Echtheit der Grossen Ethik», en Rheinisches Museum 76 (I927). vols., Londres, Parker and Son, t884 (t. edición en r857).
Una completa historia de toda esta polémica, así como un [z5] J. A. Stewart, Notes on the Nicornachean Ethics of Aristotle,
d etallado estudio de las investigaciones en torno a M . M . , Oxford, Clarendon Press,i89z.
puede leerse en el monumental comentario de Franz Dirl- [z6] The Ethics of Aristotle, edición con introducción y notas
meier, Aristoteles, Magna Moralia, Darmstadt, W.B.G., t958, pp. de J. Burnet, Londres, Methuen, i9oo.
tt8-t47. Por lo que se refiere al contradictorio nombre de Gran [z7] Aristotle, The Nicomachean Ethics, con c o mentarios a
Moral, tratándose de la más breve de las tres Éticas hay diver- cargo de H. H. Joachim, y editado por D. A. Rees, Oxford,
sas opiniones no s e r e fería el título a la obra en su con- I95 I.
junto sino a la extensión de cada uno de sus dos libros (P. [z8] Aristoteles, Nikomachische Ethik, t r aducción p or F r a n z
Moraux) —. Cf. Dirlmeier, Merktvürdige Zitate..., pp. 97-99. En Dirlmeier, Darmstadt, W. B. G., I956. (Hay ediciones posterio-
cuanto a la autenticidad hoy ya no dudosa de laÉtica Eude- res).
Emilio Lledó Memoria de la ética

[29] I6 LÉthique a Nicornaque, con introducción, traducción y Gaos, pp. 486-489; y además, F. Dirlmeier, «Zur Chronologie
comentarios por R. A. Gauthier, O. P. y J. Y. Jolif, O. P., 3 vols., der Grossen Ethik des A r istoteles», en Sitzungsberichte der
L ovaina, Publications U n iversitaires, I958-I959, (2. e d . , 4 Heidelberg Akademie der Wissenschaften. Phil.-Historische Klasse
vols., I970). t (Heidelberg, Carl Winter, t97o).
[3o] Aristoteles, Eudemische Ethik, traducción por Franz Dirl- [36] Las investigaciones de Gauthier-Jolif, en sus comenta-
meier, Darmstadt, W. B. G., t96z. (Hay ediciones posteriores). rios, se mueven en lo que Düring llama «la época de Jaeger».
[3t] Aristoteles, Magna Moralia, t raducción por F r a nz D i r l - Cf. Düring, Aristoteles ( t966), p. 438. Cf. asimismo F. Di r l -
meier, Darmstadt, W. B. G., t958. (Hay ediciones posteriores). meier, «Aristoteles», en P. Moraux (ed.), Aristoteles in der neue-
[3z] Una exposición de los problemas de las «tres Éticas» ha ren Forschung, p. I 57 ( cit. supra, n o ta z ); y l a cr í t i ca a l
sido hecha por Armando Plebe, en E.Zeller y R. Mondolfo, «romanticismo» (>) de Jaeger por Felix Grayeff Ar ístotle and
La filosofta dei Greci nel suo sviluppo storico, parte z. , vol. VI, 3, his school. An Inquiry into the History of the Peripatos, with a
Florencia, La Nuova Italia, t966, pp. 88-?to. Commentary on Metaphysics Z, H, L y TH . Lo n d r es, Duck-
[33] Cf., por ejemplo, Anthony Kenny, The Aristotelian Ethics: worth, I974, p. 85.
A Study of Relationship between the Eudernian and Nicomachean [37] Quien haya estudiado la azarosa historia de la transmi-
Ethics of Aristotle, Oxford, Clarendon Press, t978. sión de los escritos de Aristóteles no puede extrañarse, pues,
[34] Véase, por ejemplo, de Erns Kapp su dura reseña a Von de los distintos niveles que constituyen su obra y, tal vez, de
Arnim, «Die drei aristotelischen Ethiken», publicada en Gno- las distintas manos que la modificaron o retocaron o, incluso,
mon 3 (t9z7), y recogida en sus Ausgewahlte Schriften, editados reescribieron. Cf. Paul Moraux, Les listes anciennes des ouvra-
por Hans e Ines Diller, Berlín, t968, pp. t88-zt4. ges dAristote, Lovaina, Éditions Universitaires, I95I; la Intro-
[35] René-Antoine Gauthier, La rnorale dAristote, París, P. U. F., ducción de D ü r in g a su Ar i stoteles( t966), o el c ap. IV d e
I973, p. z3. Véase, sobre todo, P. L. Donini, Lética dei M. M., Grayeff Aristotle and his School...,donde se narra, resumida-
Turín, Giappichelli, t965. Algunas particularidades lingüísti- mente, la hi storia de l a b i b l i oteca de A r i stóteles. Grayeff
cas son resumidas por I. Düring, en su Aristoteles (t968), col. insiste, en el carácter vivo de estos escritos, destinados a ser
z?8. Cf., asimismo, el citado comentario de Dirlmeier a M. M., comentados ante una audiencia crítica y n ada dogmática.
pp. I49-I55, donde, entre otras cosas, se refiere al uso de las Cf., asimismo, Abraham Edel, Aristotle and his philosophy,
preposiciones hypér y perí. (Hypér, en lugar de perí, es Londres, Croom Helm, t98z, pp. 5 y ss.
corriente en el griego helenístico. En M. M. aparece con fre- [38] La reconstrucción del Protréptico ha sido realizada por A.
cuencia, mientras en otras obras de Aristóteles se encuentra H. Chroust, Aristotle, Protrepticus. A reconstruction, Indiana,
muy raramente). Véase también, para otras características Notre Dame Press, t964, así como por I . D ü r i ng, Aristotle's
lingüísticas, la larga nota de Jaeger en su trabajo, «Sobre el Protrepticus. An attempt at reconstruction, Gotemburgo, Studia
origen y evolución del ideal filosófico de la vida», que figura Graeca et Latina Gothoburgensia tz, t96t. Una m anejable
como Apéndice a su Aristóteles...,traducción española por J. edición es la del mismo Düring, Der Protreptikos des Aristote-

17G rlr d'J


Emilio Lledó Memolia de la ética

les. Einleitung, Text, Übersetzung und Kommentar, Francfort a. [43] Dirlmeier, Aristoteles, Magna Moralia, p. 433.
M., V. Klostermann, t969. El Protréptico toca algunos de los [46] Düring, Aristoteles (r966), p. 438. Cf., también, del mismo
problemas — vida intelectual, felicidad, sentido de la filoso- autor, Aristoteles (I968), col. 287, y O. Gigon en su Introducción
fía — esenciales en las Eticas. Por cierto que Düring se opone a la traducción de E. N., Zurich, t95t, p. 39.
a considerar el Protréptico como una obra de juventud. Una [47] Por ejemplo, con posterioridad a la polémica Jaeger-Von
importante síntesis de la polémica y el c o ntenido de este Arnim, publicó Willy Theiler un erudito trabajo con el título
escrito aristotélico puede verse en el capítulo VI, del libro, «Die grosse Ethik und die Ethiken des Aristoteles», Hermes
antes citado, de Berti, La fil
osofía del primo Aristotele (cf. supra, 69 (1934), y recogido ahora en el libro editado por Fritz-Peter
nota z). Hager, Ethik und Politik des Aristoteles, Darmstadt, W. B. G.,
[39] Con independencia del Protréptico y del breve tratado I972, en el que se reúne una serie de importantes trabajos,
Sobre virtudes y vicios, se podría hablar de una «cuartaÉtica», publicados en diversas revistas especializadas. Theiler sos-
incorporada a las páginas de la Retórica. E n el l i b ro I , s e tiene la tesis de que M. M. es la primera de las Éticas, o sea la
expone un problema importante de la E. N. como la «delibe- primera «Gesamtethik» y de ahí incluso el título (cf. p. zt4).
ración de la felicidad» (r36ob y ss.). Un poco más adelante, en [48] The Aristotelian Ethics..., y Aristotle's Theory of the Will
el mismo libro I , se definen y en umeran algunas virtudes (véase la nota bibliográfica).
(g66a y ss.). Con más detalle, en el libro II se describen virtu- [49] Ya Edel, Aristotle..., ha planteado algunas observaciones
des y vicios (g8za y ss.). Incluso un tema tan detenidamente críticas a Kenny. Cf. notas al capítulo t6 de su obra, pp. 44t-
analizado en E. N. como la philía es allí objeto de una deta- 442.
llada descripción (t38ra y ss.). [3o] Efectivamente, E. E. fue considerada en el siglo pasado
[4o] Ernst Kapp, Das Verhaltnis der Eudemischen zur Nikoma- por muchos investigadores como una obra no aristótelica, y
chischen Ethik des Artistoteles, Friburgo i. B., t9u. no solo por el peor estado del texto (cf. supra, nota 8). Por
[4t] Jaeger, Aristóteles..., traducción castellana, pp. 262 y ss. ejemplo, en E. N., habla de dos formas de conocimiento o
[42] R. Walzer, Magna Moralia und aristotelische Ethik, Berlín, saber, uno práctico (phrónesis)y otro teórico o filosófico (sop-
Weidmann, I929. hía) y de otra serie de divisiones (E. N. VI rt39 y ss.) que plan-
[43] Jaeger, Aristóteles..., traducción castellana, p. 266. t ean dificultades a l a c o h e rencia d e l a d o c t r in a m o r a l
[44] Jaeger, ibíd., pp. z73-z74. Cf. lo que, a este respecto, aristotélica. En E. E. (I, tzt4a33-b3g; y rztgbt-6), la phrónesis
escribe F. Nuyens Lévolution de la Psgchologie dAristote, Lovai- parece tener un sentido más próximo a la vida filo
sófica.cf.
na, t948, pp. t85-r93. Nuyens acepta la cronología de Jaeger W. F. R. Hardie, Aristotle's Ethical Theorg, Oxford, t968, p. 7, y,
para E. E., aunque no para E. N., obra anterior, según Nuyens, también, P. Aubenque, La prudence chez Aristote, París, P. U. F.,
al De Anima y, por consiguiente, inspirada en otras ideas psi- t963, pp. 7 y ss., donde se refiere a las famosas páginas de Jae-
cológicas diferentes de las que se expresan en este libro, ya ger en su Aristóteles... (traducción castellana), pp. 27r y ss.
que es muy anterior a él (p. t93). [3t] Jaeger, en Aristóteles... (traducción castellana), pp. 264-265,
Emilio Lledó Memolia de la ética

les. Einleitung, Text, Übersetzung und Kommentar, Francfort a. [43] Dirlmeier, Aristoteles, Magna Moralia, p. 433.
M., V. Klostermann, t969. El Protréptico toca algunos de los [46] Düring, Aristoteles (r966), p. 438. Cf., también, del mismo
problemas — vida intelectual, felicidad, sentido de la filoso- autor, Aristoteles (I968), col. 287, y O. Gigon en su Introducción
fía — esenciales en las Eticas. Por cierto que Düring se opone a la traducción de E. N., Zurich, t95t, p. 39.
a considerar el Protréptico como una obra de juventud. Una [47] Por ejemplo, con posterioridad a la polémica Jaeger-Von
importante síntesis de la polémica y el c o ntenido de este Arnim, publicó Willy Theiler un erudito trabajo con el título
escrito aristotélico puede verse en el capítulo VI, del libro, «Die grosse Ethik und die Ethiken des Aristoteles», Hermes
antes citado, de Berti, La fil
osofía del primo Aristotele (cf. supra, 69 (1934), y recogido ahora en el libro editado por Fritz-Peter
nota z). Hager, Ethik und Politik des Aristoteles, Darmstadt, W. B. G.,
[39] Con independencia del Protréptico y del breve tratado I972, en el que se reúne una serie de importantes trabajos,
Sobre virtudes y vicios, se podría hablar de una «cuartaÉtica», publicados en diversas revistas especializadas. Theiler sos-
incorporada a las páginas de la Retórica. E n el l i b ro I , s e tiene la tesis de que M. M. es la primera de las Éticas, o sea la
expone un problema importante de la E. N. como la «delibe- primera «Gesamtethik» y de ahí incluso el título (cf. p. zt4).
ración de la felicidad» (r36ob y ss.). Un poco más adelante, en [48] The Aristotelian Ethics..., y Aristotle's Theory of the Will
el mismo libro I , se definen y en umeran algunas virtudes (véase la nota bibliográfica).
(g66a y ss.). Con más detalle, en el libro II se describen virtu- [49] Ya Edel, Aristotle..., ha planteado algunas observaciones
des y vicios (g8za y ss.). Incluso un tema tan detenidamente críticas a Kenny. Cf. notas al capítulo t6 de su obra, pp. 44t-
analizado en E. N. como la philía es allí objeto de una deta- 442.
llada descripción (t38ra y ss.). [3o] Efectivamente, E. E. fue considerada en el siglo pasado
[4o] Ernst Kapp, Das Verhaltnis der Eudemischen zur Nikoma- por muchos investigadores como una obra no aristótelica, y
chischen Ethik des Artistoteles, Friburgo i. B., t9u. no solo por el peor estado del texto (cf. supra, nota 8). Por
[4t] Jaeger, Aristóteles..., traducción castellana, pp. 262 y ss. ejemplo, en E. N., habla de dos formas de conocimiento o
[42] R. Walzer, Magna Moralia und aristotelische Ethik, Berlín, saber, uno práctico (phrónesis)y otro teórico o filosófico (sop-
Weidmann, I929. hía) y de otra serie de divisiones (E. N. VI rt39 y ss.) que plan-
[43] Jaeger, Aristóteles..., traducción castellana, p. 266. t ean dificultades a l a c o h e rencia d e l a d o c t r in a m o r a l
[44] Jaeger, ibíd., pp. z73-z74. Cf. lo que, a este respecto, aristotélica. En E. E. (I, tzt4a33-b3g; y rztgbt-6), la phrónesis
escribe F. Nuyens Lévolution de la Psgchologie dAristote, Lovai- parece tener un sentido más próximo a la vida filo
sófica.cf.
na, t948, pp. t85-r93. Nuyens acepta la cronología de Jaeger W. F. R. Hardie, Aristotle's Ethical Theorg, Oxford, t968, p. 7, y,
para E. E., aunque no para E. N., obra anterior, según Nuyens, también, P. Aubenque, La prudence chez Aristote, París, P. U. F.,
al De Anima y, por consiguiente, inspirada en otras ideas psi- t963, pp. 7 y ss., donde se refiere a las famosas páginas de Jae-
cológicas diferentes de las que se expresan en este libro, ya ger en su Aristóteles... (traducción castellana), pp. 27r y ss.
que es muy anterior a él (p. t93). [3t] Jaeger, en Aristóteles... (traducción castellana), pp. 264-265,
Emilio Lledó Memoria de la ética

escribe: «En los días de Aristóteles era desconocido el dedi- Gil, reimpresión, Barcelona, r984, vol. I, pp. 29I-3I6. También,
car tratados, como resulta claro cuando comparamos sus el importante libro de B. Snell, Die Entdeckung des Geistes,
obras auténticas con la apócrifa Retórica a Alejandro, a la que Studien zur Entstehung des europaischen Denkens bei den Grie-
antepuso un prólogo y una dedicatoria alguien tan ingenuo chen, Hamburgo, Claassen, r955 (traducción por J. Vives al
como carente de sentido histórico, y que erró por completo castellano, Las fuentes del pensamiento europeo, Madrid, r965),
en punto a los hábitos literarios del siglo tv. Por no recordar y J. Ferguson, Moral Values in the Ancient World, Londres, I958.
que ninguna de las Éticas lleva dedicatoria, ni era en abso- Arthur W. H. Adkins, en Ment and Responsibility, A Study in
luto una obra publicada, sino una serie de notas de leccio- Greek Values, Oxford, Clarendon Press, r96o, ofrece abun-
nes». dante material para el estudio de un aspecto esencial de la
[52] En el excelente trabajo de Dirlmeier, «Merkwürdige Zita- ética griega hasta Aristóteles. Cf., asimismo, F. Rodríguez
te...», anteriormente citado (cf. supra, nota 6), se muestra cla- Adrados, «La ética griega desde sus comienzos a su elabora-
ramente qué distinta y viva era la relación de un autor con ción por los sofistas y Platón», Revista de Occidente 35 (r984),
los productos intelectuales de otros autores o con los suyos 23-47.
propios, al no tener, por razones obvias, relación alguna con [5Z] Se ha insistido frecuentemente en las diferencias que en
el «hecho» de su publicación. Podemos suponer que difícil- Hornero presenta ya el comportamiento «moral». En la Odi-
mente se hacía una r eferencia a un li b ro e d i tado en u n sea el modelo de héroe que Ulises encarna es ya muy distinto
momento concreto. Hay citas del tipo gégraptai, tois lógois, en del que Aquiles presenta. «El material humano y social de la
biblioi, theoreín ek. Todas ellas implican una forma especial de Odisea es fundamentalmente el mismo; pero el poema selec-
asumir y r econocer lo ya escrito y casi siempre aluden al ciona en él de acuerdo con el gusto de una edad posterior,
carácter abierto e inacabado, atado a la vida y al tiempo, de más pacífica... y en todo caso la vida alejada del campo de
los productos de la mente. batalla deja mayor margen a la estimación de costumbres
[53] Cf. Definibus, V,5,12. más finas y de modos éticos de vivir más delicados» (Lasso de
[54] Cf. Aristóteles (r968), col. 282, y Aristóteles (r966), p. 455. la Vega, pp. 295-296). Cf. M. I. Findley, The World of Odysseus,
Véase también Dirlmeier, comentario a M. M., p. 9y, donde con un prólogo de M. Bowra, Harmondsworth, r972, especial-
hay referencias a otros planteamientos. mente las pp. r25-r68 (hay traducción castellana).
[55] Cf. W. K. C. Guthrie, History of Greek Philosophy, vol. VI, [58] Véase Capítulo III. Nota bibliográfica.
Aristotle. An Encounter, Cambridge University Press, r98r, p. [59] En el canto VII de la Odisea, hay un pasaje en el que el
5o. Véase también, para otras referencias, Düring, Aristoteles a nciano héroe Equineo h abla a l o s f e acios, «era el m á s
(r968), cols. 282-283. Dirlmeier, comentarios a la E. E., p. ro9. anciano y sobresalíapor su palabra, pues era conocedor de
[56] Abundan los trabajos en los que se estudia este hecho. muchas y antiguas cosas» (vv. r58-r59). Y al p r i n cipio d el
Véase, en primer lugar, el artículo de J. S. Lasso de la Vega, mismo canto VII, descubrimos que la autoridad de Alcínoo
«Etica homérica», enIntroducción a Hornero, editado por Luis se sustenta también en la p alabra: «Alcínoo... que reinaba
Emilio Lledó MemoIia de la ética

entre todos los feacios y el p u eblo lo escuchabacomo un el bienestar puedan acompañarla. Cf. G. Müller, «Probleme
dios» (vv. to-tr): la autoridad, unida al lenguaje y a la expe- der aristotelischen Eudaimoníelehre», en Ethik und Politik des
riencia. Alcínoo posee, pues, la memoria del lógos.Su pre- Aristoteles, editado por F. P. Hager, Darmstadt, I972, pp. 368-
sente se alarga hacia el p asado, y s u l e n guaje enlaza el 402.
presente de los feacios en la riqueza de las palabras de su rey. [67] Cf. Física, II, t97a8 y ss., donde se distingue entre autóma-
Esas palabras son las que abren la estrechez del instante, la tos y tyche, y en donde tyche expresa el domino social, el
urgencia de la temporalidad inmediata. dominio de la ambigüedad y de la posibilidad.
[6o] Cf. la interpretación de K. Reinhardt, «Gyges und sein [68] La riqueza de la ética, desde el punto de vista lingüístico,
Ring», en Vermaechtnis der Antike, Gesammelte Essays zur Philo- es extraordinaria, como lo es la de todo el Corpus Aristoteli-
sophie un d G e schischtschreibung, Go t i n ga, V a n d e rhoeck- cum. El número de términos que Bonitz recoge es de t3.t5o.
Ruprecht, r96o, pp. r75-i83. Platón, por ejemplo, según elÍndice de Ast utiliza to.3o6 pala-
[6i] Gebhard Krüger, Platon, Der Staat, con introducción de bras. Una buena parte de la terminología de Aristóteles es
G. Krüger, y traducción de R. Rufener, Zurich, Artemis, r95o, creación suya: «La mayoría de estas disposiciones carecen
p. 45• t ambién de n o m bre, pero debemos intentar, como en l o s
[62] History of GreekPhilosophy, vol.V I,p.368. demás casos, introducir nombres nosotros mismos para mayor
[63] E. N., X, 9, n8?bt5. En el libro I de E. N. insiste Aristóteles claridad y para que se nos siga fácilmente» (E. N., no8at5-t7).
en que «hemos de i nvestigar la ar eté humana (anthropíne Cf., también, Categorías, 7a5, Topica, VIII, 2, I57a29. En reali-
areté), porque es el bien humano (tagathon anthrópinon). Lla- dad, más que nuevas creaciones que aparecen en otras obras
mamos areté humana no la del cuerpo sino la de la psyché (t3, en mayor número, encontramos en la éticapalabras docu-
rro2at4-t6 ). mentadas por primera vez en Aristóteles.
[64] Otfried Hoffe, Ethik und Politik, Grundmodelle und Pro- [69] Hoffe, Ethik und Politik..., p. 49.
bleme der praktischen Philosophie, Francfort del Me no, Suhr- [7o] El origen de esta expresión no está claro. Cf. Dirlmeier,
kamp,l979, p. 43. en su comentario aE. N.,pp. 266-267. Probablemente haya
[65] Dirlmeier, Comentario a E. N., p. 269. que situarlo en Platón y en Eudoxo de Cnido. En el Gorgias se
[66] Aunque más adelante se especificará, la palabra eudai- dice: «El objetivo de todas las acciones es el bien. Por él hay
monía no es del todo exacto traducirla con el término «felici- que hacerlo todo» (498e8-9). Todos los hombres desean la
dad». Eudairnonía t enía, en p r i n c i p io, q ue v e r c o n u n a continua posesión del bien (Banquete,2o5a6). Y en el Filebo se
«suerte» o un «destino» que estaba fuera de nosotros, en insiste, además, en que ese bien se desea para «poseerlo uno
manos de una especie de duende tutelar.De acuerdo con mismo» (2od8-9). Otros textos de Platón, donde se especifica
este destino, nuestra vida podía acoplarse a él, o bien desga- la tesis de distintas maneras, en República, IV, 438a3; VI,
rrarse de él. Por ello, eudaimonía significó también una cierta 5o5a5.
«actividad» más que una especie de placer, aunque el placer, [7i] Por supuesto que en la traducción hay que aceptar, la
Emilio Lledó Memoria de la ética

mayoría de las veces, estas versiones «usuales» y, con ello, su esquemas «previos» al fin m i smo y d ependiendo, en cierta
inevitable ambigüedad. Pero la revisión de estos términos se manera, de aquel para quien el fin es «tal fin». Este signifi-
hace imprescindible para la inteligencia de un texto, para la cado puede encontrarse en textos aristotélicos. Véase, por
recuperación de los «sentidos» del pasado, sobre todo en un ejemplo, Política, VI, t3?7b6; r3zzbi3.
lenguaje filosófico que, como el griego, emerge de una situa- [74] La palabra enérgeia, lo mismo que entelécheia,son dos
ción de privilegio, de la que nunca ha podido ya gozar el pen- típicas creaciones terminológicas de Aristóteles. Probable-
samiento occidental: su casi t otal ausencia de «tradición mente, estos sustantivos en -eia son formas derivadas de los
inmediata escrita», la plasticidad y «originalidad» de su len- adjetivos en -es, porque no hay ningún sustantivo en -eia a
guaje, la «blandura» de su incipiente y poderosa terminolo- quien falte su correspondiente adjetivo en -es en tiempos
gía. prearistótelicos. Enérgeia mismo tiene ya su energesen Aristó-
[7z] E. Tugendhat ha señalado la diferencia de la ética anti- teles (Top., I, t, ro5arg). Energes significa «activo, eficaz», como
gua y la moderna en los siguientes términos: «El problema energós, que encontramos, con esta significación, en Jenofon-
de la ética antigua consistía en un saber qué es aquello que go te, Mem., I, 4, 4.; Tucídides, III, r7. Tanto entelécheia como enér-
quiero verdaderamente para mí; mi entras que el de l a é t i c a geia son sustantivos que suelen usarse adverbialmente. Esta
moderna se pregunta, más bien, qué es aquello que debo ambigüedad es t í pica d e l a t e r m i n ología aristótelica. La
h acer en r e lación co n l o s o t r os» («Antike un d m o d e r n e semántica de enérgeia tiene una curiosa relación con lo y a
Ethik», en Die antike Philosophie in ihrer Bedeutungfür die dado en ellenguaje, energós «activo», porque enérgeia no sig-
Gegenwart, Heidelberg, Carl Winter, I98I, p. 63). Sin entrar en nifica «actividad», sino «el estado de estar-en-acto», in-Werk-
la posible simplificación de esta alternativa, es cierto, por lo sein. Una vuelta, pues, a la originaria significación de la pala-
que a la primera parte de ella se refiere, que esa insistencia bra. Cf. Kurt von Fritz, Philosophie und sprachlicher Ausdruck
en el «yo quiero» y en el «para mí» implica ese carácter de bei Dernokrit, Plato und Aristoteles, Darmstadt, W.B.G, tg63, pp.
liberación del antiguo éthos, y sitúa a la ética, a partir de Aris- 65-7o. Erga, que aparece ya en el título del poema de Hesío-
tóteles, en el camino de un a i n cesante reflexión sobre las do, significa, en Hornero (Ilíada,II, 436; VI, 5zz), algo así como
condiciones de posibilidad de la historia y de la sociedad. «empresas», «necesidades de la guerra», el «esfuerzo en el
[73] Las indicaciones etimológicas de H. Frisk, Griechisches combate»; y (Odisea, XIV, 344) «campo sembrado», como
Ettlmologisches Worterbuch, II, Heidelberg, Carl Winter, rg7o, resultado, por supuesto, del trabajo de los hombres.
pp. 87t-873, hacen suponer este sentido dinámico del con- [75] Düring, Aristoteles (tg66), p. 5t6.
cepto télos, y aunque, efectivamente, la idea de «fin, meta, [76] Cf., por ejemplo, Dirlmeier, en su edición de E. N., p. 5,
objetivo», esté en él y, por consiguiente fuera de la subjetivi- donde lo traduce por «oberste Gut». Por supuesto, tal vez no
dad, también puede descubrirse el sentido de «plenitud», de connota oberste lo mismo que supremo en castellano. Por «su-
«dar cumplimiento a algo que está brotando» y que proviene preme good» lo traduce J. A. K. Thomson, The Ethics of Aris-
en algún caso de una «decisión». El fin, pues, inserto en los totle, The Nicomachean Ethics, Harmondsworth, Penguin, tg77,
Emilio Lledó Memoria de la ética

P. 63. transitables de su fil osofí (Retórica,I, 5, I36ob4-I362bI47).


[77] Según la cita de Dirlmeier, en su comentario a E. N., pág [8z] Snell, Die Entdeckung..., p. 223.
z67. Grant ve, en esta necesidad de romper la cadena al infi- [83] Comentario a E. N., p. z8o.
nito, el fundamento de toda la ética. Dirlmeier aporta una [84] Tugendhat («Antike und moderne Ethik», en Die antike
serie de textos, donde se percibe ese horror inPniti del mismo Philosophie..., p. 63), oponiendo la ética griega a la ética utilita-
Aristóteles; y a propósito de la referencia al libro «Lambda» rista o kantiana, insiste en que esta acentúa el carácter inter-
de la Metafísica y a su teoría del motor inmóvil, afirma: «Pa- subjetivo de las normas, mientras la ética griega, centrada en
rece como si Aristóteles se hubiese alejado aquí de Platón. el agathón, se preocupa fundamentalmente de aquello que es
Sin embargo, no es así. El primer testimonio de un rechazo al bueno para el i n d ividuo. Sin embargo, no puede simplifi-
regresus in ingnitum se encuentra en el Lisis, donde, a propó- carse hasta el extremo de que, para Tugendhat, el plantea-
sito de la amistad, se dice: "¹no será necesario que renuncie- m iento p r i n cipal d e l a é t i c a g r i ega sea a quello q u e e l
m os a seguir así y q u e a l cancemos un p r i n cipio qu e n o individuo quiere para sí mismo, y el de la ética moderna sea
tendrá que remontarse a otra amistad, sino que vendrá a ser lo que el individuo debeen relación con los otros.
aquello que es lo primero amado y por causa de lo cual deci- [85] H. von Arnim, Stoicorum veterumfragmenta, III, Stuttgart,
mos que todas las otras cosas son amadasí"» (ZI9c). Teubner, t968, z6z, p. 63. Cf. P. Aubenque, La prudence chez
[78] Cf. Hoffe, Ethik und Politik..., pp. 66 y ss., y también, del Aristote, París, P. U. F., t963, pp. 33 y ss.
mismo autor, Praktische Philosophie. Das Modell des Aristoteles, [86] Aubenque, ibid., p. 34.
Múnich-Salzburgo, i97t, pp. r7t y ss. [87] Adkins, Merit and Responsability..., pp. 3t6 y 3I8.
[79] Cf. U. v. Wilamowitz-Moellendorf, Der Glaube der Helle- [88] Dirlmeier, en su comentario a E. N., pp. 304-305.
nen, I , D a r m s tadt, W.B.G., t959, p. z63. Dir l m e ier, en s u [89] A. Heller, Aristóteles y el mundo antiguo. Traducción de
comentario a E. N., p. z7?, se refiere al texto de Eurípides José-Francisco Yvars y Antonio-Prometeo Maya, Barcelona,
(Orestes, 667 — E. N., tl69b8 ) e n el que se encuentra la fór- Península, t983, pp. 309-3IQ.
mula más breve y precisa de eudaímon que cita Aristóteles, [9o] Agnes Heller,ibíd., pp. 3I2-3I3.
«cuando el daímon nos da algo bueno». [9i] H. G. Gadamer, Die Idee des Guten ztvischen Plato und Aris-
[ 8o] Por supuesto que en P l atón es f recuente el t ér m i n o toteles, Heidelberg, Carl Winter, t978, p. 97.
eudaimonía, eudaímon (Gorgias, 47oe, 5zzb; Banquete, t89d: [9z] En la Odisea,XX, 5 y s s., se describe la «meditación»
República, 576c; Fedón, 58e; Timeo, 68e). Cf. Adkins, Merit and (phronéon enithymoi) que hace Ulises maquinando contra los
Responsability..., pp. z5t y ss. pretendientes. Es muy interesante la «terminología» que en
[8t] En la Retórica, Aristóteles ha hecho una concreta exposi- este pasaje aparece: ménos (fuerza, coraje, espíritu), phrén
ción de estos niveles reales de la eudaimonía que escandaliza a (diafragma, entrañas, corazón), stethos (pecho, corazón, espí-
algunos «teóricos» de l a f e l i cidad «ideal». Unas páginas ritu), metis (listeza), thymós (soplo, deseo, sentimiento, enten-
extraordinarias que nos abren algunos de los senderos más dimiento, interioridad).
Emilio Lledó Memoria de la ética

[93] L. Dugas, Lamitié antique d'apres les rnoeurs populaires et les Quintela, El Rey melancólico, Antropología de los fragme
ntos de
theories philosophiques, Nueva York, Amo P ress, t976 (t. e d. , Heráclito, Madrid, Taurus, I992.
?894), p. 256. Véase, también, de J. C. Fraisse, Philia. La notion [99] Por ejemplo en la reciente y monumental obra de W. K.
damitié dans la philosophie antique. Essai sur un probleme perdu C. Guthrie, A History of Greek Philosophy, Cambridge Univer-
et retrouvé, París, Vrin, I974. M. Fernández Galiano, J. Sánchez sity Press, vol. I, t962, no hay referencia alguna en el capítulo
Lasso de la Vega y F. Rodríguez Adrados, El descubrimiento del d e Heráclito a este fragmento. En el conocido libro de R .
amor en Grecia, Madrid, Facultad de Filosofía y Letras, I959. Mondolfo, Heráclito, textos y problemas de su interpretación,
A. W. Price, Love and Friendship in Plato and Aristotle, Oxford, México, Siglo XXI, t966, 369 pp., no se comenta el fragmento
Clarendon Press, t989. ni siquiera en el segundo apartado que se dedica a Nornos,
[94] Cf. J. M. Cooper, «Aristotle on Friendship», en Amélie término importante del B 44.
Oksenberg-Rorty (ed.), Essays on Aristotle's Ethics, Berkeley- [roo] Cf. W. Vollgraff, «De duobus H eracliti f r agmentis»,
Los Ángeles-Londres, University of California Press, t98o, p. Mnemosyne, 45, I9I7, pp. t66 y ss.
3O I. [iot] Charles A. Kahn, The Art and thought of Heraclitus. An
[95] Parece ser que el término antiphílesises una creación edition of the fragments tvith translation and commentary, Cam-
aristotélica y solo aparece en estos dos pasajes del libro VIII bridge University Press, t979, p. I79.
de su E. N., el t?55b28 y el n56a8. El verbo antiphiléo sí lo [io2] Las diferencias con pólemos pueden verse en D. Loenen,
encontramos en Platón, Lisis, 2I2c. Pólemos. Een studie over oorlag in der griekse oudheid, MAW
[96] P. Aubenque, La prudence chez Aristote, París, P. U. F, t963, Nied. N. R. Amsterdam, r953, t6, 3. También H. Trümpy, Krie-
P. 96. gerischeFachausdrücke im griechischen Epos, Basilea, t95o.
[97] E. N. Roussos. Heraklit — Bibliographie. Darmstadt, Wis- [to3] Cf. M. Detienne, «La phalange: Problemes et controver-
senschaftliche Buchgesellschaft, 197I, I64 pp. ses», en Problemes de la guerre en Grece ancienne, Edit. J. P. Ver-
[98] Cf. F. R. Adrados, «El sistema de Heráclito: Estudio a nant, París, La Haye, Mouton, t968, pp. tt9-t42. Véase también
partir del léxico», Emerita 4I, I, I973, pp. I-43. Este trabajo, en la misma obra colectiva el trabajo de P. Vidal-Naquet, «La
junto con el de C. U. Moulines, «Un problema de interpreta- tradition de l'hoplite Athenien», pp. t6t-t8?,y A. M. S nod-
ción: La significación del Logos de Heráclito», Boletín del Ins- grass, «The hoplite reform and history» en JHS 85, r965, pp.
tituto de Estudios Helénicos 6, 2, Barcelona, I972, pp. 77-9I, t?O-I22.
constituyen unas de las aportaciones más originales publica- [to4] Cf. Claude M ossé, La tyrannie dans la Grece antique,
das en castellano. Con posterioridad a estos excelentes traba- París, P. U. F.,
jos, se han publicado dos obras de extraordinario interés: t969, pp. n-22; Ernest Barker, Greek Political Theory, Londres,
Agustín García Calvo, Razón común. Edición crítica, ordenación, Methuen, t967, pp. 83-86; A. Andrews, The Greek Tyrants, Lon-
traducción y comentario de los restos del libro de Heráclito, Lectu- dres, Hutchinson University Library, I97I.
ras Presocráticas II, Madrid, Lucina, t985, y Marco V. García [to5] Cf. Félix Heinimann, Nomos und Physis, Herkunft und
Emilio Lledó Memoria de la ética

Bedeutung einer Antithese im Griechischen Denken des 5. Jahr- B n3); el saber esuno (fragmento B 32).
hundert, Basel, Verlag Friedrich Reinhardt, t965, pp. 59 y ss.; [tt6] J. Bollack y H. Wismann, Héraclite ou la separation, París,
aunque tampoco interpretaelfragmento B 44. Minuit, t97z, pp. t6i-t62, ofrecen una interpretación en la que,
[ro6] Cf. Hesíodo, Teogonía 66. Heródoto, VII, ro4, Píndaro, aceptando la redundancia umep rou yivopévou, destacan el
fragmento t69. Esquilo, Euménides448. Una idea política de carácter fluyente de la ley, no limitándose este concepto a la
nómos en Píndaro, Pít., 2, 86. aceptación de un simple código legislativo. Por consiguiente
[to7] Hesíodo, fragmento 22I; cf. Heinimann, op. cit., p. 63. el combate por la ley es un combate por su constitución. La
[ro8] Heródoto VII. También en el mismo Heródoto con la lecturade estos autores parece, pues, oponerse a la concep-
idea de las cosas que han sido habitualmente hechas (III, 38). ción de Heráclito, defensor del nó mostradicional.
[ro9] Platón, Prot., 337 d. [tt7] F. von F r itz, «Die Rolle des Nous», recogido en Um
[no] M. Marcovich. Heraclitus, Greek Text unth a Short Com- Begrigswelt der Vorsokratiker, edición de H. G . G adamer,
mentarg, Editio Maior, The Los Andes University Press, Méri- Darmstadt W. B. G., t986, pp. 247-363.
da, Venezuela, t967, pp. 534-535. [tr8]23 K. von Fritz, «Der Nous des Anaxágoras», en Archiv für
[m] El himno a Zeus de Cleantes recogerá esta idea, verso 2 Begrigsgeschichte,9, I964, pp. 87-roa.
(Von Arnim, I, ui, 35). Véanse también versos z5 (Von Arnim, [tr9] a4 Cf. M. Marcovich, oP. cite P. 534; Kostas Axelos, Héra-
I, r22, 20) y39 (Von Arnim, I, I23, 5). clite et la philosophie, París, Minuit, r962, pp. I53-I54; E. Zeller y
[tu]t7 La simplificadora interpretación de K. Popper, Die R. Mondolfo, La filosofia dei Greci nel suo Sviluppo storico, I, I
offene Gesellschaft und ihre Feinde,Berna, Francke, t956, vol. I, Presocratici, vol. IV, a cargo de R. Mondolfo, Florencia, La
iría también en esta dirección aunque ya no como hipótesis. Nuova Italia, r968, p. 362; A. J. Capelleti, La plosopa de Herá-
El filósofo del cambio y del dinamismo es anatematizado por clito deÉfeso,Caracas, Monte Ávila, t969, p. to4.
el terrible dogmatismo popperiano y por su maniqueísmo [no] Cf. T. A. Sinclair, Histoire de la pensée politique Grecque,
«historicista», con los siguientes términos: «la lucha de Herá- París, Payot, I953, pp. 36-37.
clito en defensa de las antiguas leyes de su ciudad resultó [nz] M. Gigante,Nomos Basileus, Nápoles, Glaux, I956, p. 5i; cf.
vana», p. 37. también Hermann Frankel, Dichtung und Philosophie des
[n3] Charles H. Kahn, The Art and Thought of Heraclitus. An frühen Griechentums,Múnich, Beck, i962, p. 446.
Edition of the fragments with traslation and Commentary, Cam- [uz] La tesis de Caliclés en el Gorgiasde Platón (483 b), de
bridge University Press, I979, pp. r79-i8r. que las leyes las establecen los débiles y la multitud, tiene
[n4] Solón, fragmento 3, en F. Rodríguez Adrados, Líricos resonancias que arrancan de estos problemas que parecen
GriegosI, Barcelona, Alma Mater, t956, pp. r89-t9o. subyacer al fragmento de Heráclito.
[n5] Así, por ejemplo, el nómoses algo común y relacionado [n3] La carta VII seudoheraclítea hace una curiosa referen-
con la ley divina de la que las otras dependen (fragmento B cia a los de «dentro» o «fuera» de la muralla oi.ev5ov
n4). El pensamiento (ro Qpovéeiv) es algo común (fragmento nohépioi áXká moVitai, oi. évroq vroVpioi áUh $évoi. Cf. R.

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Emilio Lledó Memoria de la ética

Mondolfo y L. Taran, «Eraclito, Testimonianze traduzione e r983.


commento», Florencia, La Nuova Italia, I972, p. 336. [t35] Otto Regenbogen, «Lukrez», enKleine Schriften, Múnich,
[u4] Diógenes Laercio, Vitae Philosophorum, Ed. H. S. Long, Beck, r96r.
Oxford University Press, r964, II, p. 438 (IX, 2). [t36] W. Schmid, «Epikur», en Real Lexiconfür Antike und
[u5] Cf. Hermann Bengtson, Griechische Geschichte, von den Christentum, vol. 5, Stuttgart, t962, cols. 68t-8r9.
Anfüngen bis in die romische Kaiserzeit, Múnich, Beck, r96o, pp. [t37] Graziano Arrigheti, Epicuro, Opere. Introduzione, texto cri-
I49-I54; cf. Eduard Meyer, Geschichte des Altertums, Darms- tico. Traduzione e note di..., Turín, Einaudi, t96o (2. edición
tadt, W. B. G., t9545, pp. 857 yss. corregida, I973).
[u6] Cf. E. Zeller, De Hermodoro Ephesio et Hermodoro Platonis [t38] H. Steckel, «Epikurusx, en Real Encyclopüdie der klassis-
discipulo, Marburgo, t859. chen Altertumstvissenscha ft, Suppl. XI, Stuttgart, t968, cols.
[u7] Hermann Usener, Epicurea, Stuttgart, Teubner, t966 (t.e 579-652.
edición, t887). [t39] Carlo Diano, «La psicologia d'Epicuro e la Teoria delle
[u8] Hans von Arnim, Stoicorum veterumfragmenta, Stuttgart, passioni», en Giornale Critico della Filosofla Italiana anni r939-
Teubner, t969 (t. edición, t9o5), 4 vols. r94o-zar-r942 (recogido ahora en «Scritti epicurei», Floren-
[u9] Max Pohlenz, Die Stoa, Geschichte einer geistigen Betve- cia, Leo S. Olschki Editore, I974).
gung,G otinga, Vandenhoeck-Ruprecht, r948,I955,2 vols. [r4o] M. Conche, Epicure, Lettres et maximes,Villers-sur-Mer,
[r3o] Victor Brochard, Les Sceptiques grecques,París, Vrin, E. de Mégare, r977.
I9322. [t4t] J. Bollack, M. Bollack, H. Wismann, La lettre dÉpicure,
[r3t] Ciril Bailey, Epicurus, The extant remains, Oxford, Claren- París, E. de Minuit, r97r. J. Bollack, La pensée du plaisir. Épicu-
don Press, r926. re: textes moraux, commentaires, París, E. de Minuit, I975.
[r32] A. Vogliano, Epicuri et Epicureorum scripta in Herculanen- [t42] Epicur, Lletres. Text revisat, introducció i versió de Montse-
sibus papyris servata, Berlín, Weidmann, I928. rrat Jufresa, Barcelona, Bernat Metge, r975.
[I33] Ettore Bignone, LAristotele perduto e la formazioneftloso- [t43]48 Carlos García Gual y Eduardo Acosta,Ética de Epicuro.
flca di Epicuro, Florencia, La Nuova Italia, t9732, 2 vols. La génesis de una moral utilitaria, Barcelona, Barral, r974.
[r34] R. Philippson, «Die Rechtphilosophie der Epikureer», [t44] Véanse, por ejemplo, los trabajos de J. Moreau, Epictete
en Archiv für Geschichte der Philosophie, XXIII, r9to, pp. 289- ou le secret de la liberté, París, Seghers, t964. A. Bridoux, Le stoi-
337, 433-446. Philippson ha publicado además en Hermes, cisme et son influence, París, Vrin, r966. J. M. Rist, Stoic philo-
I9I6, I9I8, t920, I92I, t925; en Philologische Wochenschrtft, I923, sophy, Cambridge, University Press, r969. G. Rodis-Lewis, La
r929, r93t, t932; en Gnomon, I928; en Rheinisches Museum, I938. moral stoicienne,París, P. U. F., I970. E. Elorduy, El estoicismo,
W. Schmid y C. J. Classen han recogido una buena parte de Madrid, Gredos, I972. A. J. Voelke, Lidée de volonté dans le stoi-
los trabajos de Philippson: Studien zu Epikur und den Epiku- cisme, París, P. U. F., r973. A. A. Long, Hellenistic Philosophy,
reern, Hildesheim-Zurich-Nueva York, Georg Olms Verlag, Londres, Duckworth, r974 (hay traducción española). G.

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Emilio Lledó Memoria de la ética

Puente Ojea,Ideología e Historia: Elfenómeno estoico en la socie- gozo y de la amistad, Barcelona, Montesinos, i9872.
dad antigua, Madrid, Siglo XXI, I974 (2.e edición, r979). A. [t6o] El «Istituto italiano per gli studi filosofici» de Nápoles
Graeser, Zenon von Kition, Positionen und Probleme. Berlín, ha comenzado apublicar una colección que, con elnombre
>975 de la «scuola di Epicuro», intenta extender a los discípulos
[r45] Antonio Pasquali, La moral de Epicuro, Caracas, Monte las pesquisas iniciadas por Usener, Wotke, Vogliano, etcétera.
Ávila, I970. Los dos primeros volúmenes aparecidos son: Philodemus, On
[t46] J. M. Rist, Epicurus, An Introduction, Cambridge Univer- methods of Inference, edición con traducción y comentario de
sity Press, I972. Ph. H.De Lacy y E. A. De Lacy, edición revisada con la cola-
[r47] Jean Delorme, Sur les pas d'Epicure, París, Editions du boración de M. Gigante,F. Longo Auricchio, A. Tepedino
Grand-Siecle, I972. Guerra, Nápoles, Bibliopolis, t978.Polistrato, Sul disprezzo irra-
ftstheorie, Ber-
[r48] Reimar Müller, Die epikureische Gesellscha tionale delle opinioni popolari, edición, traducción y comenta-
lín, Akademie Verlag, I974. rio de G. Indelli, Nápoles, Bibliopolis, r978. Otros volúmenes
[r49] Dietrich Lemke, Die Theologie Epikurs, Versuch einer de esta colección: Philodemus, Über die Musik IV Buch, texto,
Rekonstruktion, Múnich, Beck, r973. traducción y comentario de Annemarie J. Neubecker, Nápo-
[r5o] Domenico Pesce,Saggio su Epicuro, Bari, Laterza, I974. les, Bibliopolis, t986. Filodemo, Testimonnianze su Socrate, edi-
[z5r] Francine Markovits, Marx dans le jardín d'Epicure, París, ción,traducción y comentario de Eduardo Acosta Méndez y
Les Editions de Minuit, I974. Arma Angeli, Nápoles, Bibliopolis, I992.
[r52] Genevieve Rodis-Lewis, Epicure et son école,París, Galli- [t6r] El término microcosmoslo encontramos en Aristóteles
mard, r975. (Física, VII, 2, z52b), en relación, al parecer, con Demócrito,
[r53] Piero Innocenti, Epicuro, Florencia, La Nuova Italia, t975. que había compuesto libros sobre el Mikros-Diakosmos.El
loso'
[r54] Jean Fallot, II piacere e la morte nella g di Epicuro, problema tiene u n i m p o r tante desarrollo en l o s estoicos,
Turín, Einaudi, I977. para los que todo el universo y sus partes están unidos por el
[r55] Renato Laurenti, Filodemo e il pensiero economico degli epi- principio humano de la sympátheia.
curei, Milán, Istituto Editoriale Cisalpino-La Goliardica, I973.
[r56] Anthony A. Long, Hellenistic Philosophy, Londres, Duck-
worth, r974 (hay traducción castellana, Madrid, Revista de
Occidente, r977).
[r57] Margherita Isnardi Parente, Opere di Epicuro, Turín, U. T.
E. T., I974.
[r58] Carlos García Gual, Epicuro, Madrid, Alianza Editorial,
i98t.
[r59] Emilio Lledó, El Epicureísmo, Una sabiduría del cuerpo, del

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Filología clásica. De I956 a r962 fue docente en esa
Universidad alemana. Ha sido catedrático de Insti-
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