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Historia y comunicación social

Lecturas complementarias

Volumen I

Enma Fernández Arner  Salvador Salazar Navarro

Departamento de Comunicación Social

Facultad de Comunicación

Universidad de La Habana
Datos sobre los autores:

Dra. Enma Fernández Arner

CI: 36082603256

Profesora Auxiliar

Facultad de Comunicación, Universidad de La Habana

ferran@infomed.sld.cu

Teléfono particular: 2094659

MSc. Salvador Salazar Navarro

CI: 82082907646

Profesor Auxiliar

Facultad de Comunicación, Universidad de La Habana

salvador.salazar3@gmail.com

Teléfono particular: 6985741 / 53580825

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Contenido

Presentación .............................................................................................................................. 4
Enfoques históricos a los estudios de la comunicación .................................................. 8
Por Michael Schudson ............................................................................................................ 8
El arte y los símbolos del hombre en la era glacial .......................................................... 33
Por Alexander Marshack ...................................................................................................... 33
Comunicación e información antes de la imprenta .......................................................... 50
Por César Aguilera Castillo .................................................................................................. 50
Los medios de comunicación en los imperios antiguos................................................. 77
Por Harold Innis ..................................................................................................................... 77
La transfiguración cultural .................................................................................................... 92
Por Darcy Ribeiro .................................................................................................................. 92
La comunicación antes de Colón. Tipos y formas en Mesoamérica y los Andes .... 133
Por Luis Ramiro Beltrán, Karina Herrera, Esperanza Pinto y Erick Torrico ................... 133
Las consecuencias de la alfabetización ........................................................................... 194
Por Jack Goody y Ian Watt ................................................................................................. 194
El legado griego .................................................................................................................... 212
Por Eric Havelock ................................................................................................................ 212
Las ferias medievales........................................................................................................... 227
Por Henri Pirenne ................................................................................................................ 227
La comunicación en la Edad Media ................................................................................... 236
Por James Burke ................................................................................................................. 236
Una biblioteca medieval....................................................................................................... 258
Por Umberto Eco ................................................................................................................. 258
Alfabetización y medios de comunicación medievales ................................................. 266
Por Sophia Menache........................................................................................................... 266
El papel y la imprenta de molde. De China a Europa ..................................................... 281
Por Thomas Cárter .............................................................................................................. 281
La revolución de la imprenta en su contexto .................................................................. 299
Por Asa Briggs y Peter Burke............................................................................................. 299

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Presentación

La historia la hacen los hombres, a la medida de sus circunstancias y de su

tiempo. Toda narración histórica es una construcción sociocultural, que con afán

objetivador y de corte siempre interpretativo, se inserta en esa historia real que

discurre en un espacio temporal y físico determinado. No es posible prescindir

entonces de ver el encuadre resultante desligado de la filiación ideológica y

clasista de los sujetos, tanto de los que actuando hacen historia, como de los que

estudiándola y narrándola confirman a la historia como disciplina científica.

Este texto es el resultado de una exhaustiva búsqueda de fuentes bibliográficas,

en su mayoría pensadas desde la historiografía, de estudiosos que han

desarrollado su mayor ejercicio intelectual en la segunda mitad del siglo XX y en

nuestro emergente siglo XXI, participando por tanto ya de la perspectiva

transdisciplinar que recaba y toca de una u otra forma a todas las ciencias

sociales, y desde tradiciones si bien no todas explícitamente marxistas, sí

dialécticas e interpretativas.

Ha sido pensado en dos volúmenes, y con una racionalidad cronológica. En el

primer tomo se recogen textos que abordan a la comunicación en las sociedades

antiguas hasta el Medioevo; en tanto el segundo comienza con la articulación de la

modernidad para llegar a lo contemporáneo. Respetando las lógicas transiciones

que irrumpen en la sociedad mundial a partir de la modernidad, el recuento

permite visualizar el estatuto relacional de la comunicación humana, luego social,

y su centralidad en la configuración de cualquier entramado social. Así las

sociedades más antiguas describen una alta incidencia de lo gestual y sobre todo

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de la oralidad como tipología comunicativa, luego lo gráfico, lo escritural y lo

visual, llegan para quedarse y para confirmarnos que en los predios de la

socialidad lo comunicativo muta para crecer, resemantizarse, ensancharse,

integrarse, enriquecerse con nuevos códigos y símbolos, no para desaparecer

condenado a la esterilidad; en comunicación no hay entelequias sino

construcciones vivas otorgadas por los sujetos mediante sus prácticas cotidianas.

De lo que se trata es de evitar al máximo la fetichización de soportes y medios de

comunicación y su correspondiente omnipresencia en el mundo actual,

hiperbolizando y desplazando el análisis de lo esencial: la comunicación por su

naturaleza constitutiva y estructurante de las relaciones sociales ha sido decisiva

en la evolución civilizatoria del hombre, y su valor el mismo, desde los trazos

aparentemente ingenuos de las Cuevas de Altamira hasta la más refinada

invención de las tecnologías digitales que hoy nos dejan maravillados.

Sin embargo, en este mapa que se pretende configurar es preciso advertir que

solo a partir de la modernidad los actores ya son conscientes del papel que

desempeña la comunicación en su condición de entramado simbólico, en

permanente articulación con la cultura material y espiritual de los pueblos; de ahí

la imposibilidad de pensarlas fuera de una interdependencia dialéctica (trilogía

donde concurre con su espesor también la educación), aun cuando en nuestro

caso la comunicación sea el objeto de una ciencia en construcción, y cada uno de

estos ámbitos dialogantes e insertos en la totalidad social se hayan configurado

como campos disciplinares autónomos.

Si asumimos la reflexión que nos comparte el teórico norteamericano, Michael

Schudson, los sistemas comunicativos han sido tradicionalmente soslayados por

5
las ciencias sociales; la mirada historicista ha tendido a privilegiar la historia

política o acaso la económica, la macrohistoria, e incluso la historia de las

instituciones mass mediáticas, siendo la comunicación en su sentido más

abarcador vista como añadido o telón de fondo. Significa que apostemos por una

supremacía de la comunicación, por sobre otros universos de prácticas, en modo

alguno, ello conllevaría a imponer similares exacerbaciones a las que nos

preceden.

Al participar de la perspectiva que nos aporta el marxismo y concebir-deconstruir a

la sociedad como totalidad integrada por sistemas, subsistemas, niveles, en

permanente diálogo y movimiento, y al hombre como sujeto protagonista de estas

interacciones sociales y transformaciones, como también portador de una herencia

clasista, cultural, étnica, de género, estaremos otorgando el verdadero sentido al

análisis que se emprenda, relativizando en su justa ponderación el signo de estos

fenómenos, asumiendo lo positivo y lo negativo como dos caras que distinguen a

la misma moneda, así como la caducidad fenomenológica que le es inherente,

solo así se estará arribando a las esencias multicausales y combinadas que

explican la naturaleza compleja de cualquier fenómeno social, por más soterradas

que estas se muestren.

Encontrará aquí nuestro estudiante voces autorales mayoritariamente europeas, y

occidentales, y es si no lógico comprensible que así sea. El ejercicio de

hegemonía eurocentrista del cual hoy podemos distanciarnos a través de un juicio

crítico debidamente ponderado, fue también el responsable de la creación de las

grandes universidades medievales, de las ciencias naturales y sobre todo el

asiento que desde el siglo XIX y con énfasis en el XX se dio para la construcción

6
de una mirada analítica, reflexiva y conceptual hacia la comunicación como campo

estructurado, en abierto diálogo con el inventario de procesos de comunicación

masiva que tuvieron y aun hoy tienen a Occidente como centro generador.

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Enfoques históricos a los estudios de la comunicación

Por Michael Schudson1

Tomado de: Schudson, Michael. 1993. “Enfoques históricos en los estudios sobre

comunicación” en Metodologías cualitativas de investigación en comunicaciones

de masas, editado por K. B. Jensen y N. W. Jankowski. Barcelona: Bosch

Comunicación.

Introducción.

"Los sistemas de comunicación tienen una historia", he hecho notar Robert

Darnton recientemente, "aunque los historiadores raramente la hayan estudiado"

(Darton, 1990, p.xvii). Esta frase se hace eco de la queja que Elizabeth Eisenstein

presenteó en la década anterior en el sentido de que, a pesar de las afirmaciones

de los historiadores acerca del poder de la prensa escrita, nunca se había

emprendido un estudio sistemático de la imprenta en la cultura (Eisenstein, 1979,

p.6). Incluso faltaban los conceptos para llevar a cabo un estudio de esta

naturaleza; las principales transformaciones en el ámbito de la comunicación

humana -en este caso, desde el modo "amanuense" a los modos de impresión

1
Michael Schudson (Milwaukee, Wisconsin, EEUU, 1946) es profesor de Periodismo en la

Universidad de Columbia en Nueva York, y ha estudiado desde hace décadas el papel de

los medios en las sociedades occidentales, un asunto al que ha dedicado una decena de

libros como autor o editor.

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para la publicación y distribución de lo escrito- quedaban elididas totalmente en las

discusiones acerca del cambio general de una cultura oral a otra escrita.

La escritura de la historia de la comunicación está tristemente subdesarrollada. En

parte la razón se encuentra en el hecho de que los medios de comunicación son

en una amplia medida, tal como indica su nombre, los transmisores más que no

los creadores de las causas y los efectos de los que por lo general se ocupan los

historiadores. Ciertamente, existen aspectos en los que el que medio se convierte

en mensaje y desde luego, existen momentos en los que, sobre todo cuando las

instituciones de los medios de comunicación de masas se diferencian del poder

eclesiástico o del estado y alcanzan un grado de autonomía, los medios ejercen

una influencia independiente sobre la política, la sociedad y la cultura. Pero,

hablando en general, los medios de comunicación se desarrollan en el telón de

fondo, no en el primer plano ocupado por el acontecimiento, de las principales

líneas de los temas históricos.

Esto no quiere decir que el fondo carezca de interés. Al contrario, tal como

recientemente ha hecho notar Charles Tilly (1989, p.690) los especialistas en la

conducta humana intentan necesariamente equilibrar el hecho de tratar a las

personas como "objetos de fuerzas externas" y como "actores motivados". Lo

problemático de la historia de la comunicación, sin embargo, es el hecho de que

los historiadores están entrenados para buscar las acciones de los actores

motivados, y de este modo menoscaban los temas que se consideran factores de

fondo o fuerzas externas. Los historiadores profesionales a causa de su

entrenamiento son resistentes a las epistemologías del método histórico o a las

prácticas de la investigación histórica que situaría el fondo en el primer plano.

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En el estudio de la comunicación, la excepción más importante a este menoscabo

historicista es la "historia del libro" (para una revisión de este campo, véase

Darton, 1990). Actualmente existe una bibliografía sofisticada en torno a la historia

del libro, a la lectura del libro, a la alfabetización (véase Graff, 1987), y de la

lectura pública desde la época moderna en adelante, especialmente Europa

Occidental. En ninguna otra área de la historia de la comunicación los

departamentos de historia, por lo menos en cuanto a los Estados Unidos se

refiere, han manifestado tener un interés estructurado. En ninguna otra área de la

historia de la comunicación ha habido una recogida de fuentes archivísticas tan

sistemática, a caballo de la obra de los bibliógrafos y los bibliófilos. En ningún otro

ámbito de la historia de la comunicación los distintos estudiosos de este campo

tuvieron la suficiente interacción mutua como para establecer una comunidad

crítica.

La historia del libro es también notable en cuanto a su autoconsciencia de la

dificultad de estudios de "audiencia" o de "recepción". Si el estudio de la

comunicación se supone que se compone de un estudio tripartito en el que se

analiza la producción de los mensajes, se interpretan los mensajes o los mismos

textos, y se examina la recepción de los mensajes por el público, la historia de la

recepción es de lejos la más esquiva de los tres. Los historiadores del libro por lo

menos reconocen la importancia de informarse sobre los públicos y las dificultades

que ello comporta (…). Por todas estas virtudes, la historia del libro se puede

convertir con pleno éxito en una "subdisciplina" de la historia propiamente dicha y

no conseguir explotar la visión más audaz de la historia de la comunicación que

10
proviene de sus defensores más intrépidos tanto en los estudios culturales como

literarios y la antropología.

En cuanto al trabajo que se ha ido produciendo en el ámbito de la historia de la

comunicación, en general, se pueden diferenciar tres clases. Se trata de lo que

doy en llamar la macrohistoria, la historia propiamente dicha y la historia de las

instituciones. Mi propósito consiste en centrar nuestra atención en los marcos

generales y teóricos de la investigación histórica previa de la comunicación que,

en buena medida, se puede considerar cualitativa. Aunque trato ciertas cuestiones

metodológicas específicas, sostengo como conclusión que el principal problema al

que se enfrenta la historia de la comunicación no se encuentra en sus métodos

sino en el alcance de sus ideas.

La investigación previa.

La macrohistoria de la comunicación es el más ampliamente conocido de los tres

tipos de historia de la comunicación. Considera la relación de los medios de

comunicación con la evolución humana y se plantea la pregunta ¿de qué modo la

historia de la comunicación esclarece la naturaleza humana? La macrohistoria ha

tenido una influencia muy importante en la legitimación del campo de la

comunicación como área de estudio. Las figuras clave en este contexto son los

pensadores canadienses Harold Innis (1951) y Marshall McLuhan (1962; 1964).

Nos han dejado un legado curiosamente variado, atrayendo, por un lado, gracias

al alcance de su visión, el interés por la comunicación pero, por el otro, ambos

pensadores por la misma grandiosidad de sus afirmaciones, se han mantenido

escépticos acerca de la seriedad de la historia de la comunicación. Aunque ambos

pensadores han sido tratados con reverencia por algunos, la evaluación que

11
Carolyn Marvin (1983) hace de Innis dista poco de la crítica mordaz, y,

ciertamente, McLuhan ha sido ampliamente atacado, por no decir satirizado.

Innis y McLuhan no han estado solos en su interés por la transformación de la

cultura oral en escrita. Jack Goody y Ian Watt (1963), Walter Ong (1982) y Eric

Havelock (1989) han contribuido con trabajos importantes. Y otros autores han

escrito recientemente con algo de la misma envergadura enciclopédica a fin de

organizar la historia de la comunicación en su totalidad. Donald Lowe (1982) ha

ensayado una "historia de la percepción burguesa" y James Beniger (1986) un

examen ambicioso que argumenta que una revolución del siglo XIX en el control

de la información tuvo efectos de tan largo alcance como los tuvo las Revolución

Industrial en el siglo XIX. Las obras de este amplio ámbito no demarcan el tema

principal del presente ensayo, aunque siguen siendo su piedra de toque.

La historia propiamente dicha de la comunicación, es, según mi opinión, el menos

desarrollado de los tres tipos. Considera la relación de los medios de

comunicación con la historia cultural, política, económica o social y aborda la

pregunta ¿de qué modo influencian los cambios en la comunicación y cómo se

ven influidos por otros aspectos del cambio social? Allí donde la macrohistoria se

interesa sólo por lo que la comunicación nos dice acerca de alguna otra cosa (la

naturaleza humana, "el progreso", “la modernización"), la historia propiamente

dicha trata de lo que la comunicación nos dice acerca de la sociedad y lo que la

sociedad nos cuenta de la comunicación o ambas cosas a la vez. Elizabeth

Eisenstein (1979) la ejemplifica en sus rasgos más amplios al abordar el estudio

del cambio que supuso el paso de la cultura amanuense a la de la imprenta y las

repercusiones de esa transformación en la política, la ciencia y el pensamiento

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social. Asimismo es representativo el estudio de Chnadra Mukerji de la imprenta

como un vehículo e impulso del desarrollo capitalista, y no como una repercusión

supraestructural. Se encuentra representada también en el debate de Jürgen

Habermas (1989) acerca del papel de la comunicación en el ascenso de una

esfera pública democrática y burguesa.

Aunque la atención de Eisenstein por lo que la impresión aporta al carácter y la

calidad del pensamiento humano le da una afinidad con los trabajos

macrohistóricos, estudios estos últimos que son mucho más incisivos en la

relación de un cambio en las pautas de comunicación y los cambios en las

instituciones sociales, políticas y culturales. Mi historia de la aparición de una idea

de objetividad en el periodismo norteamericano, por ejemplo, se propone explicar

esta ideología ocupacional en términos de los cambios en la política, la economía,

la sociedad y la cultura norteamericana (Schudson, 1978). A diferencia de las

historias más ampliamente leídas y canónicas del periodismo norteamericano

(Emery y Emry, 1988, por ejemplo), supongo que los importantes cambios en el

periodismo son explicables sólo en referencia al cambio social más amplio que

rodea al periodismo.

Una especial mención merece la estrategia que usa Eisenstein (1979). La autora

dedica su obra al impacto de la imprenta en las élites y no en las masas. Esto

hace que el problema de la evidencia en el estudio de la percepción sea más

abordable. Se trata de un enfoque fructífero a menudo pasado por alto en el modo

en que la historiografía reciente se ocupa de "la historia desde el fondo" y

pretende, buscando una "historia de los lectores", nuevos lectores. Con todo, la

historia de la televisión y de la política, por ejemplo, es tanto una historia del

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impacto de la televisión en los políticos como en los públicos cuyo apoyo los

políticos intentan conseguir. En realidad, sospecho que es más claro el hecho de

que la televisión ha influido el pensamiento de los políticos que no el hecho de que

haya influido directamente en la relación del pueblo en general con la política. He

desarrollado una argumentación análoga en relación con la influencia de la

publicidad, que puede influir más en los inversores, en los vendedores y minoristas

que en los consumidores (Schudson, 1986, p.xiv).

El tercer tipo de historia de la comunicación es la historia de las instituciones.

Considera el desarrollo de los medios de comunicación -en el sentido preliminar

de instituciones de los medios de comunicación, pero también en el sentido de la

historia del lenguaje, de la historia de un género especial de impresión (la novela)

o de película (comedia excéntricas)- atendiendo a ellos mismos. Plantea la

pregunta, ¿de qué modo se desarrolló esta (o aquella) institución de la

comunicación de masas? Primeramente la historia de las instituciones se interesa

por las fuerzas sociales externas a la institución de los medios de comunicación o

la industria sometida a estudio sólo en la medida en que afectan a esta industria o

institución; cualquier impacto de la institución o de la industria en la sociedad por

lo general se da por sentado, y no se investiga. Ciertamente las historias de las

instituciones de la comunicación social son multitud. Existen centenares de

historias de periódicos, revistas y compañías de publicidad individuales así como

docenas de historias sobre corporaciones de radiodifusión y de autoridades y

compañías cinematográficas. Entre esta multitud de trabajos se encuentran

algunos muy distinguidos como el de Asa Briggs (1961-1979) sobre la BBC o el de

Erik Barnow (1966-1970) sobre la radiodifusión norteamericana. Existen también

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centenares de memorias y de biografías sobre periodistas individuales, de

directores de edición, de editores, de empresarios, de agentes de publicidad, de

cineastas, poetas, novelistas, actores y actrices. Se trata de ladrillos necesarios de

una historia de la comunicación, pero no ofrecen una comprensión general del

lugar de la comunicación en la experiencia humana o en el cambio social, y en

consecuencia los dejaré de lado.

Sin embargo, puede ser el lugar para observar algunas fuerzas y debilidades

típicas de la historia de las instituciones que cuentan con implicaciones generales

de la historia de la comunicación. Las historias de las instituciones, bien o mal, a

menudo se apoyan en los documentos y los archivos de las organizaciones

empresariales o gubernamentales. Las historias de las instituciones de este modo

sacan partido de sus fuentes a fin de hacer hincapié en las preocupaciones

internas de los procedimientos de los medios de comunicación así como en la

dinámica y en las consecuencias del crecimiento y del cambio de organización.

Sin embargo, los documentos organizativos puede que nos revelen poco acerca

del más amplio impacto de los medios de comunicación en la consciencia

individual o en las estructuras políticas y sociales. Las historias de las instituciones

con demasiada frecuencia se convierten en un desfile de personalidades y

reajustes organizativos; las instituciones estudiadas puede que hayan producido

coginetes, libros o silenciadores en lugar de películas, quizás la diferencia afecte

al análisis.

Intentar establecer algo acerca del amplio impacto cultural de las instituciones de

los medios de comunicación, en las que por lo general faltan los exámenes de

datos (y aunque sean disponibles, son inadecuados), no es algo sencillo para

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ninguna clase de historia de la comunicación. Tomemos precisamente la pregunta

más básica de quién leía qué en el pasado. A menudo los historiadores pedían

permiso para ocuparse de las fuentes bibliográficas. ¿Quién, por ejemplo, leía los

periódicos de centavo en Nueva York en la década de 1830? No existe un estudio

sociológico contemporáneo que nos proporcione pistas. Contamos con las

afirmaciones de los directores de periódicos de centavo acerca de quién leía sus

periódicos, que sin duda estas afirmaciones eran intentos de promoción del

producto, a considerarse como un grano de sal. Contamos con las réplicas de los

editores rivales que han de considerarse igualmente de un modo escéptico.

Disponemos del diario personal de Philip Hone (1889), el destacado neoyorquino

que documentó buena parte de la vida cotidiana de su ciudad, y que nos ofrece

cierta ayuda. Disponemos también de observaciones aisladas procedentes de

otras fuentes como P. T. Barnnum (1871, p.67), quien en su autobiografía señala

que escogía el New York Herald para leer los anuncios clasificados cuando llegó a

Nueva York para buscar un empleo. Contamos con el personaje de ficción de un

director de periódico de las novelas de James Fenimore Cooper Homeward Bound

(1838) y Home As Found (1938) y su polémica contra el periódico (Cooper

1838/1969). En cambio no contamos con un retrato comprensivo de quien leía los

periódicos de un centavo en la década de 1830.

Recientemente, los historiadores han logrado hacer algunos avances

metodológicos para encontrar un sentido al público lector durante aquel período.

La obra Knowledge Is Power de Richard Borwn (1989) considera un pequeño

número de norteamericanos durante el siglo XVIII y principios del XIX de los que

existe una notable cantidad de información disponible, en muchos casos diarios

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personales detallados, y extractos de diarios personales y documentación afín que

presentan cierto tipo de historia de la vida de los cuadernos personales de lectura

del individuo y, en la medida en que se dispone de información, ofrecen también

respuestas a la lectura. William Gilmore (1989), en lugar de centrarse en el estudio

de individuos, focaliza su atención en un área geográfica, un distrito rural de

Vermont y se propone ser tan comprensivo como pueda para el período que va de

1770 a 1830 en la documentación de la posesión de bibliotecas familiares,

subscripciones a periódicos e inventarios de las librerías de pueblos de diferentes

rangos y diferentes grados de desarrollo económico y familias de diferentes

niveles de riqueza. Sin embargo, el rastreo del uso de los periódicos le resulta

mucho más difícil que detallar el uso de los libros por la sencilla razón de que los

periódicos pasaban de una mano a otra o eran tirados, mientras que los libros

tendían a ser preservados y de ellos se daba cuenta en los inventarios y

testamentos familiares. En lo que se refiere a un período posterior, David Norton

(1986) ha llegado a saber algo acerca de los lectores obreros haciendo uso de los

datos familiares individuales procedentes de un estudio social del Commissioner of

Labor de los Estados Unidos llevado a cabo en 1891. Gracias a estos datos puede

apuntar los correlatos regionales, étnicos y de renta de la lectura así como

también la evidencia de que las familias mejor integradas en las instituciones de la

Gesellschaft leían más que los dedicados a las instituciones de la Gemeinschaft.

Pero las fuentes de datos también se pueden manipular. Los historiadores del libro

(Darnton, 1990, pp.167-168) han estudiado la representación de la lectura en los

cuadros y demás obras de arte con, una vez más, sofisticada autoconsciencia

acerca del valor y las limitaciones de tales datos.

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Otro problema que surge en la historia de las instituciones de la comunicación, o

en cualquier modalidad de la historia de la comunicación es la evanescencia de

los materiales fundamentales para llevar a cabo el estudio. En los Estados Unidos,

antes de 1968 eran pocos los servicios informativos televisivos de escala nacional,

cuando la Venderbilt University fundó los Vanderbilt Television Archives y empezó

a grabar cada telediario de la noche. Incluso así, conseguir los materiales de la

Venderbilt es algo costoso e incómodo. Si un investigador quiere tomar un atajo,

existen transcripciones de noticias impresas microfilmadas de los Noticiarios de la

BBC desde la década de 1960 hasta mediados de la década de 1980, pero no

para las demás cadenas de televisión. Si un investigador quiere explorar la novela

popular, los registros fonográficos populares, las películas y los noticiarios de las

pequeñas ciudades, buena parte de la documentación ha desaparecido para

siempre. El impresionante examen de John McKenzie (1984, p.174) de los medios

de comunicación a través de lo que se difundió la propaganda imperial británica

desde 1850 a 1950, encontró muy difícil localizar los libros de texto escolares.

Métodos y casos.

Ahora vuelvo a los ejemplos específicos y bien realizados de la historia

propiamente dicha de la comunicación. Esta modalidad de historia atrae nuestra

atención al lugar de la comunicación (en sus diversas formas y dimensiones) en la

experiencia humana. Adopta de la macrohistoria su pregunta espectacular, ¿de

qué modo los medios de comunicación constituyen el carácter humano? Pero

pone esta pregunta propia de la antropología filosófica en un lugar históricamente

idóneo ¿de qué modo los cambios específicos no sólo de un medio a otro, sino las

transformaciones en la organización, la ideología, las relaciones económicas o del

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patrocinaje político dentro de un medio de comunicación dado se relacionan con

los cambios en la experiencia humana? Allí donde la macrohistoria se pregunta,

primeramente, por el modo en que los medios de comunicación dan forma a las

capacidades de la mente humana, la historia de la comunicación tal como la

describo se pregunta por el modo en que los medios de comunicación constituyen

y se constituyen por el yo, por la experiencia del tiempo y el espacio, por la noción

de lo público, por el concepto y la experiencia de la política y la sociedad y por los

lenguajes a través de los cuales las personas comprenden y experimentan

cualquier parte del mundo.

El estudio de Michael McGerr (1986) acerca de la transformación de la campaña

electoral norteamericana a finales del siglo XIX constituye una obra ejemplar en

dos aspectos: primero, examina la relación de un medio con la constitución

cambiante de un campo de la experiencia humana, la política; en segundo lugar,

rechaza limitar su comprensión del "medio" al trío habitual de los medios de

comunicación orales, visuales y escritos. El medio de comunicación en el que está

interesado McGerr es la campaña, en parte ritual oral y participativo, en parte

exhortación escrita, en parte un espectáculo de masas organizado por el partido.

Resulta interesante que es un medio que caracteriza simbólicamente la cultura

norteamericana como un todo: la primera experiencia de Phileas Fogg de Jules

Verne en los Estados Unidos cuando desembarca en San Francisco es la de ser

zarandeado por una muchedumbre en las calles a causa de un mitin electoral.

El intento de McGerr es "explicar el por qué la política ya no excita a muchos

norteamericanos" y argumenta que los Estados Unidos tuvieron una vida política

muy plena a mediados del siglo XIX, caracterizada por una prensa intensamente y

19
a veces viciosamente partidista, por las fuertes fidelidades de ciudadanos a los

partidos y por campañas políticas "espectaculares" en las que participaban un

amplio número de ciudadanos. McGerr considera que hacia la década de 1920,

(mucho antes de la televisión, se debe hacer notar), esta "política popular" fue

sustituida por "una vida pública más limitada muy similar a la nuestra propia"

(McGerr, 1986, p.vii).

Aunque otros autores han intentado explicar el declive en la concurrencia a las

urnas y en el compromiso político en los Estados Unidos después de la década de

1890, McGerr es original al poner el acento en cómo una nueva ideología de las

élites políticas, que concernía la clase de comunicación que debe utilizar una

campaña electoral, engendró nuevas prácticas de campaña. Los reformadores

liberales urbanos en la década de 1870 criticaron el fuerte sistema de partido y la

intensa lealtad que los ciudadanos demostraban tener por sus partidos. Iniciaron

movimientos de independencia rompiendo con los partidos y fundaron

organizaciones diferentes a los partidos como los clubes de buen gobierno y las

organizaciones de reforma municipal. Cuando promovieron la reforma electoral y

el servicio civil, empezaron a crear "un estilo político alternativo" (McGerr, 1986,

p.66). Invirtieron no en uniformes y antorchas para los desfiles como en el pasado,

sino en panfletos educativos para una amplia y extensa distribución. La campaña

política, en su modelo, era un acontecimiento interno centrando en la lectura y no

un carnaval en el exterior. Hacia 1888 un dirigente demócrata de Wisconsin

prometía "abstenerse de tales métodos de campaña ya que se encaminaban a la

excitación de las emociones en lugar de dirigirse a la educación o a convencer la

inteligencia de nuestros ciudadanos" (McGerr, 1986, p.87). El New York Times

20
elogiaba el hincapié que había hecho el candidato Grover Cleveland en la cuestión

de los aranceles porque "no recurre a las emociones" (McGerr, 1986, p.89).

Aquello que los contemporáneos denominaron oportunamente un "protestantismo

político" que empezó cuando las campañas cambiaron desde el desfile al

panfletismo.

El trabajo de McGerr resulta instructivo para los estudiosos de la comunicación en

algunos ámbitos. En primer lugar, McGerr ofrece una perspectiva histórica que

fuerza una comprensión más compleja de la vida contemporánea de la que a

veces hemos tenido, demostrando, por ejemplo, que el declive de la participación

de votantes en los Estados Unidos no empezó con la televisión ni con la campaña

electoral centrada en la televisión. En segundo lugar, el examen que McGerr hace

de la comunicación política está exenta de la estrechez de miras institucional de

buena parte de la historia de los medios de comunicación, Esto es, aunque

considera la prensa como un actor vital en la historia que cuenta, los principales

agentes en su drama son los dirigentes de las organizaciones políticas. El partido

político en la obra de McGerr es él mismo un medio de comunicación. Si un medio

de comunicación es una agencia para la transmisión de la información de una

persona o un grupo de personas a otro, entonces ciertamente un partido es, entre

otras cosa, un medio de comunicación. (Una vez más, fácilmente se pueden sacar

las lecciones contemporáneas que competen: en 1990 los partidos políticos son

todavía más autores de programas de lo que nunca serán los medios de

comunicación en la mayoría de lugares del mundo, inclusive en un sistema con

partidos tradicionalmente débiles como es el caso de los Estados Unidos). En

tercer lugar, McGerr no se encuentra limitado por la distinción común en el campo

21
de la comunicación entre los modelos de transmisión de la comunicación y los

modelos rituales de comunicación. Cuando examina la campaña política,

obviamente contempla ambos modelos en funcionamiento. Podríamos caracterizar

la transformación que documenta como un cambio desde la campaña, como un

ritual comunitario, como "un proceso de autorrevelación comunitario", a la

campaña como transmisión de la información o, en los términos utilizados por

McGerr (1986, p.149), unos estilos de campaña más "educativos" y "publicitarios"

que "espectaculares". Esto da una genealogía a los dos modelos de

comunicación; las abstracciones, en McGerr, se encarnan. Finalmente, desde

luego, su enfoque integra los medios de comunicación en una historia política,

económica y social más amplia.

Lawrence Levine (1988) ha emprendido un estudio del teatro como comunicación

con resultados paralelos interesantes. Levine examina la recepción de las obras

teatrales de Shakeaspeare en los Estados Unidos para demostrar que, a principios

del siglo XIX, Shakespeare formaba parte de la cultura común, de la cultura

popular, y no era algo reservado para gustos educados. A finales del siglo XIX, sin

embargo, Shakespeare fue apropiado como "alta cultura", y se consideró que se

encontraba intelectualmente más allá del alcance de las masas. Al mismo tiempo,

el acto de ir al teatro se convirtió en un comportamiento público rígidamente

controlado. El espectáculo así como la política sufrieron una reforma protestante,

en este caso, bajo la tutela de una clase alta ansiosa y defensiva.

El marco más amplio para un trabajo como el de McGerr o el de Levin es que el

adopta Jürgen Habermas, aunque no hay ninguna señal de que McGerr o Levin,

demarcados en tradiciones independientes de la historia cultural y política

22
norteamericana, estuvieran influidas por Habermas. La traducción de la

Srukturwandel der Öffentlichkeit al inglés como The Structural Transformation of

the Public Sphere en 1989 fue un importante acontecimiento, aunque se disponía

de recensiones del libro para especialistas anglosajones mucho antes de que

apareciera un resumen en la New German Critique (Habermas, 1974) y antes de

la recensión estimulante que hiciera Alvin Gouldner (1976).

Habermas perfila lo que probablemente sea el modelo singular más importante de

que disponemos para situar los medios de comunicación en un marco más amplio

de la historia mundial moderna. Rechazando la teoría liberal convencional según

la cual el crecimiento de los nuevos medios de comunicación constituye

necesariamente una fuerza para la libertad humana incrementada, Habermas se

interesa tanto por la aparición como por el declive de lo que da en llamar

"öffenlichkeit" (esfera pública). Si se piensa que los seres humanos deben

organizar sus sociedades de tal modo que todas las personas puedan participar

en la toma de decisiones, como un proceso de toma de decisiones dispuesto de

tal modo que la comunicación sea tan libre, plena y justa como sea posible,

entonces una historia de la constitución de la esfera pública, colindante con la

aparición de medios de información públicamente asequibles, la democracia

representativa y las limitaciones sobre los procedimientos secretos del gobierno,

se convierten en un tema central para la historia moderna.

Habermas (1989) traza el surgimiento de la "esfera pública burguesa" en los siglos

XVII y XVIII y su declive a partir de mediados del siglo XIX. En el primer periodo, el

ataque burgués a la sociedad feudal y al poder estatal absolutista fue alimentado

por la creencia en principio de la discusión pública racional y la libertad de

23
expresión. En el nuevo orden burgués, los periódicos y la discusión pública

sostenidas en los cafés y en cualquier otro lugar establecieron una esfera pública

que constituye un espacio físico y discursivo entre el Estado y sus instituciones,

por un lado y la empresa privada y la vida familiar por el otro.

En el período posterior, la burocratización de la política y la comercialización de

los medios de comunicación reprimió las posibilidades emancipativas de la esfera

pública burguesa (por muy comprometidos que estuvieran desde el principio por la

limitación a los hombres blancos y adinerados). La opinión pública, una vez que

llegó de un modo dinámico y auténtico a las plazas públicas, se volvió cada vez

más gestionada por publicistas, burócratas y propagandistas. En influyente ensayo

de James Curran (1977) sobre el control de la prensa británica ofrece para un país

una ilustración concreta del modo en el que la expansión capitalista, a finales del

siglo XIX, reprimiera la expresión radical incluso después de que se revocaran los

controles directos por parte del estado. Este es consistente con la posición

destacada de Habermas, aunque, en obras más recientes Curran se muestra

abiertamente crítico con respecto a Habermas y encuentra que la noción

habermasiana de una esfera pública temprana es defectuosa en parte porque

menoscaba la importancia y las virtudes de la prensa radical (Curran, en

preparación).

La obra de Habermas no trata de un modo adecuado la medida en la que la esfera

pública burguesa era limitada en lo que era -para Habermas- su apogeo. La

imagen brillante del café londinense democrático, en el que las personas de todas

las procedencias se detenían a leer el periódico y polemizaban con las principales

figuras intelectuales del momento, difícilmente se reconciliará con lo que

24
conocemos de la pequeña dimensión de la votación pública, las tradiciones de la

votación diferencial y el relativo secretismo de los procedimientos

gubernamentales. Los datos históricos a favor del enfoque de Habermas es

demasiado insuficiente: "Hasta ahora, los historiadores que utilizan el modelo de

Habermas hablan del periodismo público sin entrar realmente en contacto con él"

(Dooley, 1990, p.473). Además, tal como John Keane (1984) observa, Habermas

también pinta un cuadro demasiado desolador de la cultura contemporánea,

dejando poco espacio para la contradicción o la resistencia en la sociedad

administrada.

Sin embargo, Habermas ofrece a la historia de la comunicación una base lógica

persuasiva. Es una base lógica muy pequeña para estudiar las instituciones de la

comunicación en su propio interés -se trata de un tipo de motivo de anticuario y

puede que sea excesivo para estudiar la historia de la comunicación como el

rasgo constitutivo esencial de la naturaleza humana. Esta última base lógica es en

realidad un motivo científico legítimo, en mi opinión, pero tan abarcador como para

desafiar la investigación real y tan imponente como para hacer pequeñas las

diferencias entre los medios de comunicación que constituyen una diferencia,

diferencias de las que vale la pena hablar y luchar, pongamos por caso, entre una

prensa relativamente libre y relativamente cerrada.

Perspectivas.

En tanto que la historia de la comunicación ha tenido una estructura implícita, es

casi aquello que Garth Jowett (1975, p.36) observara en su análisis de hace

quince años: "El problema central al que se enfrentan los historiadores de la

comunicación es saber qué ocurre cuando un nuevo medio de comunicación se

25
introduce en una sociedad". Este aspecto no debiera ya considerarse como "el"

problema esencial ya que plantear la pregunta esencial de la historia de la

comunicación de este modo dirige la atención a las tecnologías definidas

discretamente. En la actualidad sabemos lo suficiente como para mostrarnos

escépticos en relación con esta orientación. Particularmente, si consideramos las

"tecnologías" como los dominios ampliamente definidos de la comunicación, oral,

impresa y electrónica, nos encontramos en un profundo apuro. La minuciosa

atención prestada por Einsenstein (1979) a las diferencias entre las dos formas de

comunicación escrita -la amanuense y la impresa- debiera haber liquidado

permanentemente esta cuestión.

Pero incluso en el interior de una tecnología definida con mayor precisión,

pongamos por caso, la escritura manual, la escritura alfabética, los contextos

políticos y culturales para los usos de esa escritura pueden variar tanto como para

maximizar cualquier consecuencia social, política o cognitiva de una tecnología

como ésta. Para mí constituye una lección vital de los estudios antropológicos de

la alfabetización en las culturas norteafricanas y del África occidental llevadas a

cabo por Jack Goody y de un modo independiente por Michael Cole y Silvia

Scribner (véase Goody, 1987; Scribner y Cole, 1981). Los medios de

comunicación se han de comprender como prácticas sociales y formas culturales,

no como tecnologías distintas. Raymond Williams (1974) establece esta distinción

de un modo claro en su libro sobre la televisión, definida como tecnología y como

una forma cultural. En realidad es erróneo suponer que podemos identificar una

tecnología aparte de las formas culturales en las que se emplea. En cualquier

caso, la evolución y el impacto de las nuevas formas culturales es precisamente

26
tan importante como la evolución y el impacto de las nuevas tecnologías e

igualmente dócil para su estudio. Ian Watt (1957), entre otros, ha estudiado la

historia de la novela como forma cultural; he estudiado la historia del argumento

de la noticia en forma de "pirámide invertida" como una forma cultural (Schudson,

1982); Daniel Hallin (en preparación) y Kiku Adatto (1990) han examinado las

cambiantes prácticas editoriales de la emisión televisiva como una parte cultural,

Adatto las caracteriza como modas literarias o estilos, Hallin como afirmaciones

ocupacionales del poder profesional.

Hablando de un modo más general, la organización de la historia de la

comunicación según una secuencia de invenciones técnicas, como Raymond

Williams las denomina, prejuzga la historia de la comunicación en favor de cierto

tipo de determinismo tecnológico. Resulta difícil evitar las historias estructuradoras

de la comunicación de un modo que privilegia el momento de la invención de un

nuevo aparato técnico. Al mismo tiempo, las limitaciones de este modelo

tecnológico debe mantenerse en claro, Raymond Williams (1983a, p.20) observa,

precisamente como un ejemplo que en las décadas de 1880 y 1890, cuando

apareció la nueva tecnología cinematográfica y fueron posibles "nuevas clases de

composición móvil y dinámica", en el campo de las artes August Strindberg

escribía una nueva clase de escena dramática con cambios rápidos de

localización, secuencias de imágenes y lo que podríamos llamar "disolventes". Y

con todo, no hay razón para creer que Strindberg influyera a los primeros

cineastas o que el primer experimento cinematográfico influyera en Strindberg;

ambos, en cambio, formaban parte y respondían a un movimiento cultural más

profundo.

27
La comunicación, como insisten los macrohistoriadores, tiene que ver con la

organización subyacente del tiempo y espacio en una sociedad. Esta es la

complicación peculiar del estudio de la comunicación de las ideas recibidas,

marxistas o de otras procedencia, acerca de la "base" y la "supraestructura". Las

prácticas de la comunicación son tanto base (podríamos incluso decir,

fundamental) como modeladoras primarias y portadoras de supraestructura. Se

presenta aquí la oportunidad de unir la herencia de Marx y de Weber, por un lado,

con la del Durkheim antropólogo (1915/1965), por el otro que escribió acerca de la

estructuración social de los conceptos de espacio y tiempo de cada cultura

humana. Existe también la oportunidad de integrar en la historia de la

comunicación un tema que compete más a los geógrafos. El ferrocarril es un

medio de comunicación como el telégrafo (aunque transporta tanto mercancías

como mensajes), el automóvil es tanto un medio de comunicación como la radio, y

el avión lo es como la televisión.

El trabajo de Alfred Chandler (1977), por ejemplo, argumenta que el desarrollo de

los ferrocarriles durante el siglo XIX en los Estados Unidos forzó y brindó la

oportunidad a nuevos estilos de gestión, a nuevos hábitos de los consumidores y,

finalmente, a nuevos modos de ser en el mundo, no sólo a causa de que los

ferrocarriles redujeron los efectos de la distancia en la interacción humana, sino

porque son capaces, como cabía esperar a través de nuevas formas de

coordinación, de reducir los efectos de la distancia. La sociedad había cambiado

no sólo porque se podía mover con mayor rapidez de A a B de lo que lo hacía

antes, sino porque las mercancías empezaron a desplazarse en grandes

cantidades desde A a B y se desarrollaron nuevos sistemas de coordinación y de

28
comunicación a fin de controlar este salto en la cantidad de objetos en circulación.

Si las innovaciones en la comunicación y el transporte proporcionaron una

oportunidad para una interacción más densa (como lo hizo la urbanización, un

cambio esencial en la "comunicación" humana), lo hicieron a través del medio de

organizaciones humanas cada vez más sofisticadas. De este modo la historia de

la comunicación no es precisamente la historia de los cambios tecnológicos que

reducen el impacto del tiempo y del espacio en la interacción humana, sino

cambios organizativos sociales que hacen alterar las coordenadas del tiempo y del

espacio deseable y manejables. Se trata de la otra cara de la opinión que

manifestara James Carey (1967) hace mucho en su crítica de Marshall McLuhan:

que el efecto directo de una nueva tecnología de la comunicación no se realiza

sobre la "cognición" o "la mente" tanto como sobre las pautas de organización y

coordinación social a través de las que se organiza la organización. La cognición

misma no es una propiedad intelectual, sino un fenómeno socialmente construido

(y no precisamente tecnológicamente). La historia de la comunicación mejorará

cuando el campo de la comunicación implícito sea menos conductista, más similar

al de Vygotsky (1962).

"Tiempo" y "espacio" se organizan no sólo tecnológica y conceptualmente, sino

política y lingüísticamente. Si hay una obra injustamente menoscabada en la

historia de la comunicación, puede ser el ensayo de Benedict Anderson, Immaged

Communities: Reflections on the Origin and Spred of Nationalism (1983). Se trata

de la confrontación de Anderson con la desconsideración casi completa del

problema del nacionalismo en la tradición marxista., Se debiera añadir que el

nacionalismo ha sido, en general, ampliamente menoscabado en la teoría social

29
clásica; Weber y Durkheim no dan más ideas que Marx. Anderson (1983, p.15)

ofrece menos un argumento plenamente desarrollado que un concepto

fuertemente desarrollado, a saber: que la nacionalidad es una "comunidad política

imaginada". La nacionalidad para Anderson es un acto imaginativo. Los

transmisores culturales de la idea nacional son la novela y el periódico, y

Anderson (1983, p.39) lo toma prestado de Hegel para describir la lectura del

periódico diario como una ceremonia, el sustituto moderno de la persona que

oficia las oraciones matutinas. Para Anderson la convergencia del capitalismo y la

tecnología de la impresión, sobrepuesta a la diversidad de los lenguajes humanos,

sentó las bases para una nueva forma de comunidad imaginada, la nación-estado.

Si esto es correcto, entonces la comunicación como campo tiene un tema histórico

que otras disciplinas han intentado pasar por alto y que la comunicación ha

ignorado casi totalmente: la emergencia de la nación-estado y el sistema de los

estados-nación que constituye la suposición de base, lo dado por sentado por

parte de la mayoría de la ciencia social de nuestros días, sin mencionar la principal

fuente de la mayoría de los principales horrores del siglo XX. Philip Schelesinger

(1987) ha llamado la atención de los especialistas de la comunicación sobre la

identidad nacional. Correctamente sostiene que la mayoría de la investigación

sobre la comunicación y la nacionalidad da por sentados los términos estado-

nación, cultura nacional e identidad nacional como aproblemáticos. Sugiere, en

cambio, que "empezamos con el problema de cómo la identidad nacional se

constituye y asigna comunicaciones y cultura dentro de esta problemática"

(Schlesinger, 1987, p.259).

30
Como conclusión, debiera señalar aquello que por ahora resulta obvio -que en un

ensayo supuestamente acerca de la metodología he dicho muy poco acerca de la

metodología-. La dificultad que existe en la historia de la comunicación es el de la

falta de metodologías o que se abuse de ellas. La dificultad es que (a) es poco lo

escrito en el campo de la historia de la comunicación que considere las cuestiones

de la comunicación como algo esencial o problemático; (b) es muy poco lo escrito

dentro de la historia de la comunicación que reconoce la inseparabilidad de la

tecnología y de la forma cultural; y (c) es poco el sentido que se da a la

apreciación de cómo integrar una comprensión de los medios de comunicaciones

con las cuestiones centrales del cambio social, económico, político y cultural que

se hallan en el centro de la mayoría de obras históricas. Las ideas rudimentarias,

no los métodos defectuosos traicionan a la historia de la comunicación. Lo que

resulta insatisfactorio es el flotar entre historias de las instituciones provocativas,

aunque de abstracta grandiosidad y concebidas con estrechez de miras. No basta

la historia de la comunicación de gama media. En cuanto a Jürgen Habermas y

Benedict Anderson, los presento no como metodólogos ejemplares, sino como dos

pensadores que han presentado ideas atrayentes acerca de lo que un programa

de investigación podría desarrollar en la historia de la comunicación. En el caso de

Habermas, el programa de investigación se halla en exploración en una diversidad

de campos en los que se incluyen la historia, la sociología y la comunicación. En el

caso de Anderson, pienso que las oportunidades continúan ampliamente por

explotar.

En cualquier caso, queda mucho espacio para la investigación histórica más

teóricamente informada y más vinculada a loa otros rasgos de la historia -la

31
historia propiamente dicha-. La comunicación ha de ser analizada en relación con

la organización y los usos sociales de las tecnologías en escenarios históricos

específicos; las tecnologías mismas se han de considerar como prácticas sociales

y culturales. Como siempre, esto es cierto tanto para el lado de la recepción como

de la producción. Si la producción de objetos culturales incorpora suposiciones

acerca del modo en que las personas dan sentido y por qué quieren información y

en qué formas quieren recibirla, también las incorpora su recepción. "Leer", como

observa Robert Darnton (1990, p.171), "no es simplemente una habilidad, sino un

modo de dar sentido, el cual tiene que variar de una cultura a otra". Cuando lo

comprendamos, creo, estaremos más próximos al desarrollo de una historia de la

comunicación como un campo de estudio coherente.

32
El arte y los símbolos del hombre en la era glacial

Por Alexander Marshack2

Tomado de: Marshack, Alexander. 1997. "El arte y los símbolos del hombre de la

era glacial". Pp 29-40. En La comunicación en la historia. Tecnología, cultura,

sociedad. Compilado por D. Crowley y P. Heder. Barcelona: Boch.

La prehistoria es muda. No poseemos ningún registro de los lenguajes, los mitos o

las tradiciones de las culturas dispersas de cazadores que existieron durante

decenas de miles de años antes de la aparición de la ganadería y el desarrollo de

las primeras civilizaciones agrícolas. La historia, según la definición comúnmente

aceptada, comenzó con la escritura, con los lenguajes registrados escritos sobre

arcilla, sobre piedra y sobre papiro, lenguajes que hemos aprendido a descifrar y a

leer, si no a hablar. Estas antiguas escrituras nos proporcionaron los nombres y

fechas de reyes, sacerdotes, dinastías, ciudades, batallas, dioses y diosas, así

como un registro de la venta de ovejas, vacas, tierras, grano y trabajo. La historia,

según esta definición, comenzó únicamente hace unos 5 mil años con el desarrollo

en Mesopotamia, Egipto y Asia de las primeras formas de escritura pictográfica.

2
Alexander Marshack (1918-2004) trabajó durante años como investigador en el Peabody

Museum of Archeology and Ethnology de la Universidad de Harvard, lugar desde donde

desarrolló un importante replanteamiento sobre el arte y los instrumentos de la prehistoria.

Publicó una conocida obra, The Roots of Civilization (1972), así como numerosos

artículos sobre la materia.

33
Pero el hombre comenzó a realizar imágenes y a conservar registros simbólicos

más de 25 mil años antes de la invención de la escritura propiamente dicha.

Empezó durante la última Era Glacial, no mucho tiempo después de que el

hombre moderno, u Homo sapiens, apareciese en Europa, en el 35 mil a.C.

aproximadamente. Los pasos desde estas imágenes y sistemas simbólicos

prehistóricos hasta la escritura y la historia no han comenzado a explorarse y

discutirse científicamente hasta nuestros días. Igualmente importante es el hecho

de que se está comenzando a intentar estudiar por formas humanas aún más

antiguas dirigidos a la realización de imágenes. Ahora ya ha quedado claro, por

ejemplo, que mucho antes de que el hombre moderno apareciera en Europa, el

hombre de Neanderthal ya realizaba y usaba símbolos e imágenes. Los

instrumentos de este periodo anterior son todavía pocos y nuestra comprensión de

los mismos es tenue. Pero están ahí, y su estudio ha comenzado ya.

En 1964, el arqueólogo húngaro Lazslo Vertés publicó una fotografía de un

pequeño objeto poco común en forma de óvalo que había sido tallado por un

hombre de Neanderthal hace unos 45 mil años a partir de un trozo de colmillo de

un mamut peludo. Después de tallar cuidadosamente el objeto y biselar uno de los

extremos para hacer más fácil su manejo, el artista pintó la superficie brillante con

ocre rojo.

La placa de Neanderthal fue encontrada cerca de Tata, en Hungría, casi cien años

después de que las imágenes de animales talladas y grabadas por los últimos

cazadores de Cro-Magnon comenzaran a ser descubiertas en excavaciones en los

refugios de roca de Francia. Estas imágenes de Cro-Magnon, que ilustran

especies extinguidas como el mamut y el rinoceronte peludo, fueron difíciles de

34
aceptar por los europeos del siglo XIX como válidas y fueron difíciles de

comprender, en gran parte del mismo modo en que la placa de Neanderthal de

Tata resulta difícil de aceptar o comprender actualmente. Cuando se encontró un

esqueleto de un hombre de Cro-Magnon en 1868, los investigadores se

percataron de que, físicamente, el cazador de animales de la Era Glacial era

exactamente igual al moderno Homo sapiens. En aquel tiempo las imágenes de

los animales eran interpretadas como magia de la caza, y se sugirió que eran

utilizadas por nuestros aparentemente bárbaros antepasados en un ritual primitivo

para asegurarse el suministro de alimento. Mientas se consideró las imágenes

bien como magia, bien como arte o meramente decoración, no fueron estudiadas

sistemáticamente por los arqueólogos.

Cuando examiné con un microscopio de baja potencia la placa de Neanderthal de

Tata, así como las imágenes e animales del hombre de Cro-Magnon, para

comprobar cómo fueron talladas y cómo habían sido utilizados los objetos, quedé

extasiado por la cantidad de hechos nuevos que hallé. La placa de Neanderthal

había sido cuidadosamente tallada y biselada, pero el microscopio reveló que

todas las marcas de tallado y raspado habían desaparecido. En lugar de ello, los

bordes de la placa habían sido pulidos y desgastados por su continuo manejo. El

microscopio mostró que el hueso no era una herramienta, la cual habría mostrado

el máximo desgaste en los puntos de fricción y uso. De hecho, se trataba de un

objeto simbólico tallado y pintado intencionadamente, un instrumento

aparentemente fabricado para un uso ritual no utilitario, y había sido conservado y

usado durante un largo periodo. ¿Cómo se utilizó y para qué propósito? No lo

sabemos.

35
Durante más de un siglo los arqueólogos creyeron que el hombre de Cro-Magnon

había inventado instrumentos simbólicos. Se sabía que el hombre de Neanderthal

usaba ocre rojo, que utilizaba huesos de animales, cuernos y cráneos como

símbolos, y que enterraba a sus muertos con bienes de sepultura, en un caso

incluso con flores. Pero había una tendencia entre los arqueólogos a considerar al

hombre de Neanderthal como no plenamente humano todavía pese a que tenía un

volumen cerebral tan grande o más que el del hombre moderno y que realizaba

exquisitas herramientas de piedra. Hubo incluso una disputa acerca de si tenía

alguna forma de lenguaje, partiendo de la creencia de que la realización de

imágenes simbólicas y el desarrollo del lenguaje moderno pertenecían únicamente

a los tipos humanos plenamente modernos.

Cuando coloqué bajo el microscopio las tallas de animales más antiguas del

hombre de Cro-Magnon, descubrí que también estas habían sido utilizadas, como

la simbólica placa procedente de Tata, durante largos periodos de tiempo. El

hermoso caballo de dos pulgadas y media de longitud hecho con marfil de mamut

y procedente del yacimiento de Vogelherd, en Alemania, es el más antiguo

ejemplo conocido de escultura animal, fechado en torno al 30 mil a.C. La oreja, el

hocico, la boca y !a crin, cuidadosamente tallados, se habían desgastado mucho

por su continuo manoseo. En algún momento durante este uso, se había grabado

una nueva saeta o “dardo” en su costado, aparentemente representando un acto

de matanza especializada o ritual.

La placa y el caballo se encuentran entre los más antiguos objetos humanos

simbólicos conocidos fabricados intencionadamente. El análisis de ambos objetos

nos proporciona un nuevo tipo de datos para el eterno debate sobre las posibles

36
razones del surgimiento del arte y el símbolo. Ha habido muchas teorías en torno

a sus orígenes. Una de ellas, propuesta por el abad Henri Breuil, el hombre que

inició el estudio científico del arte de la Era Glacial a principios del siglo XX y que

ha sido denominado “el padre de la prehistoria”, es que el arte comenzó como

garabatos y dibujos hechos al azar. En las paredes de arcilla blanda de las cuevas

de piedra caliza de Francia y España existen paneles de garabatos entrelazados

hechos con el dedo que parecen “macarrones” al azar. A veces, esos macarrones

forman una imagen que se parece a un animal. Según Breuil, fue por el

reconocimiento ocasional de la forma de un animal entre este amasijo de

garabatos al azar como nació el arte. Desafortunadamente, el sofisticado caballo

de Vogelherd, tallado en marfil, es por lo menos 5 mil ó 10 mil años más antiguo

que los macarrones rupestres más antiguos. La placa simbólica de Neanderthal de

Tata, que no es una imagen de un animal, no fue ciertamente el resultado de un

mero garabateo azaroso. Además, las cuevas de piedra caliza de Francia y

España son fenómenos geográficos limitados a esa parte de Europa. Las

imágenes y los símbolos fueron realizados durante la Era Glacial donde quiera

que vivían los cazadores, desde España a Siberia, en zonas donde no había

cuevas y, por lo tanto, no había macarrones ni arte rupestres.

Psicólogos que trabajan con chimpancés han emitido sugerencias similares a las

de Breuil. Un chimpancé puede borrajear o garabatear líneas y formas sobre un

trozo de papel. Una chimpancé hembra, Mojo, hizo en una ocasión una imagen

que ella y los investigadores que la estaban adiestrando, Allen y Beatrice Gardner,

reconocieron como un pájaro. El problema con datos de ese tipo referidos a la

capacidad del chimpancé para realizar, nombrar o utilizar imágenes es que a los

37
chimpancés se les está estimulando a realizar y se les está enseñando a

reconocer y nombrar imágenes. El poner nombres y el uso de imágenes con

nombre en la comunicación es un aspecto evolucionado de la cultura y

comportamiento humanos y no es un aspecto normal de la cultura y

comportamiento de los chimpancés. La capacidad del chimpancé para una

conducta casi humana de este tipo está aparentemente presente, pero, en tanto

que no es ni funcional ni adaptativo para los chimpancés en estado salvaje, no ha

sido seleccionada para el desarrollo genético evolutivo.

Muchos animales, bajo adiestramiento y pruebas humanos, muestran capacidades

que no son funcionales en sus entornos normales y que, por tanto, permanecen

como meras capacidades potenciales en las especies. El uso de la capacidad del

chimpancé para la abstracción visual y para el reconocimiento de símbolos no

produce arte chimpancé. Lo que produce es una imagen esencialmente aprendida

y del tipo de las creadas por el hombre basada en el modo de nombrar humano. El

poner nombres a los objetos es una forma de clasificación, de diferenciación y,

consecuentemente, de descripción. Esto sólo es posible en un contexto humano

en el cual tales diferenciaciones se han convertido en culturales y funcionales. Un

bebé puede balbucear, pero el balbuceo no conduce al discurso a menos que se

desarrolle en una cultura que utilice el discurso. De forma similar, sin un contexto

cultural, el garabateo no conduce al arte.

Esto es importante a la hora de analizar los posibles orígenes del arte y el

símbolo. Si volvemos de nuevo a la placa de Tata o al caballo de Vogelherd,

descubrimos que no estamos tratando con objetos o imágenes, sino con artefactos

simbólicos que fueron fabricados para ser usados, y aparentemente para ser

38
usados en el momento idóneo y de la forma idónea. Dicho uso implica una

tradición cultural, y fue esta tradición la que hizo posibles, significativos y útiles los

instrumentos. Deduzco, pues, que el hombre de Neanderthal tuvo una cultura de

tipo humano. La placa no fue el resultado de un esfuerzo idiosincrásico e individual

en la talla o la expresión estética, es decir, un ejemplo de garabateo. De una forma

u otra, la placa tuvo un nombre y un uso cultural. Si consideramos al caballo de

Vogelherd como un ejemplo tardío en una tradición humana de hacer y usar

símbolos, tradición de desarrollo lento, entonces la diferencia entre la placa, que

no podemos ni nombrar ni explicar, y el caballo, que podemos nombrar pero no

explicar, no es tan grande. No fue la forma física del artefacto, sino la creación y el

uso de imágenes y símbolos artificiales como parte del proceso cultural lo que fue

verdaderamente humano y revolucionario.

Lo que el hombre de Cro-Magnon había logrado aparentemente fue una cultura

simbólica y una organización social más complejas que el hombre de Neanderthal.

Cro-Magnon marcó o anotó los procesos sociales y culturales con una mayor

gama de símbolos e imágenes, cada uno de los cuales tuvo algún significado

especial en la cultura. Estas imágenes y símbolos fueron aparentemente usados

como nosotros utilizamos las imágenes y los símbolos hoy en día: para marcar

rituales y ceremonias, para indicar diferencias de edad, sexo y rango, para

significar importantes procesos y para representar partes de mitos e historias. Las

imágenes, en otras palabras, se hicieron para ser utilizadas. Fue esta forma de

uso de las imágenes la que, en algún sentido, irrumpió en la eflorescencia del arte

de la Era Glacial. Pero no fue una revolución artística; fue una revolución cultural.

39
Del periodo terminal de las culturas europeas de la Era Glacial en el yacimiento

italiano de Paglicci procede la imagen de un caballo grabada sobre la pelvis de

otro. El examen microscópico de la imagen indica que el caballo había sido

simbólicamente matado 27 veces. Esto estaba significado por el grabado,

realizado dentro y alrededor del caballo, de dardos y saetas con plumas, cada uno

hecho con un punzón diferente y en un estilo distinto, aparentemente durante un

considerable periodo de tiempo. Desde luego, el caballo nunca murió. Como el

caballo de Vogelherd, éste fue un símbolo que pudo ser usado en el momento

apropiado y de la forma apropiada.

Los arqueólogos interpretaron en un principio estas imágenes de animales

matados como productos de magia dirigida a asegurar el éxito en la caza. En la

magia simple de caza se realiza la imagen de un animal y después se “mata”. Su

“muerte” generalmente termina con el uso de la imagen que se había creado para

esa cacería.

Aquí, sin embargo, la imagen continúa siendo utilizada. Se ha convertido en un

símbolo, no de un caballo o de una cacería y alimento, sino de todos los caballos y

tal vez también del mito de un caballo. Como en muchas culturas de caza que

matan animales con diversos fines rituales, el caballo de Paglicci pudo no tener

nada que ver con la caza. Pudo haberse sacrificado simbólicamente, por ejemplo,

un importante animal en espíritu, incluso mediante el acto de matar su imagen,

con motivo de una curación, un nacimiento, una ceremonia de iniciación o incluso

una muerte.

Análisis realizados de las imágenes animales de la Era Glacial han mostrado que

fueron utilizadas para muchos fines diferentes. El análisis de dos caballos pintados

40
en la cueva de Pech-Merle, en Francia, pintados unos 5 mil años antes de que

concluyera la Era Glacial, demuestra claramente estos múltiples usos periódicos

de la imagen animal. No aparecen en los caballos de Pech-Merle dardos que

signifiquen el acto de matar. El artista trazó un caballo con pintura negra sobre una

roca que tenía una forma similar a la de un caballo. El análisis mediante rayos

infrarrojos indica que, durante cierto periodo de tiempo, este trazo vacío de un

caballo fue rellenado con manchas rojas y negras hechas de muchos pigmentos y

ocres distintos. El caballo fue utilizado, pero no necesariamente “matado”. Cuando

dicho caballo estuvo relleno, se hicieron a su alrededor manchas adicionales, junto

con huellas de manos, sugiriendo de nuevo un uso de la imagen y la pared, más

que una matanza. Después de rellenar esta parte de la pared, se creó el trazo de

un segundo caballo, y comenzó otra vez el proceso de marcarlo con manchas.

Además, dentro del primer caballo hay un gran pez rojo -un lucio- pintado y en su

pecho hay un enorme círculo perfecto hecho con un ocre distinto. Ninguna de

estas imágenes está relacionada con una matanza del caballo. Podrían

relacionarse simbólicamente con el caballo en algún contexto que involucrase a

las estaciones o al sol. No sabemos lo que dichos usos y símbolos (los dardos, las

huellas de manos, los signos y el pez) quisieron significar, pero lo que no parece

es que hubieran estado involucrados en simple magia de caza.

Este uso de la imagen del caballo sin ninguna indicación de una matanza del

animal está documentada a lo largo de todo el arte de la Era Glacial. Un ejemplo

simple mostrará por qué esta costumbre escapó a la atención arqueológica. Un

fragmento roto de la cuerna de un reno, procedente del asentamiento de la Era

Glacial situado en Kessler-loch, Suiza, está grabado con la cabeza de un caballo.

41
En tanto que dicho fragmento no fue ni una herramienta ni una pieza costumbrista,

la cabeza de caballo no puede ser considerada como decoración. El examen de la

imagen a través del microscopio muestra que dicha cabeza había sido renovada

dos veces, a base de grabar esquemáticos hocicos de caballo en su parte frontal,

siendo cada uno de estos hocicos grabado, tenuemente, con una herramienta

distinta. La imagen estaba siendo utilizada, pero el caballo no se estaba

“matando”. Esta costumbre escapó a la atención porque, sin la ayuda de un

microscopio, la imagen aparentaba ser meramente una cabeza de caballo.

Hay otra clase de marcas y símbolos de la Era Glacial que es completamente

diferente de la imagen animal reconocible. Del mismo periodo de la Era Glacial

que el caballo de Vogelherd, procede un pequeño hueso moldeado que recuerda a

la placa de Tata. Tiene aproximadamente el mismo tamaño que ésta y fue

encontrado en un refugio de roca de Cro-Magnon en Blanchard, Francia. El

análisis microscópico indicó que la placa, a diferencia de la de Tata, había sido, de

hecho, utilizada como una herramienta. El extremo frontal estaba roto por la

continua presión y el dorso se halla muy pulido en aquella parte que descansaba

en la palma de la mano mientras se utilizaba. Esta placa era un raspador a presión

que se había utilizado, aparentemente durante un largo periodo de tiempo, para

afilar la punta o filo de las herramientas de piedra. Se realizó probablemente para

ese propósito y puede que se llevase de un lado a otro en un zurrón o bolsillo.

El microscopio mostró que, durante su uso, la placa había sido grabada con 29

grupos de marcas, habiendo sido realizado cada grupo en un momento distinto,

con un punzón diferente y en un distinto estilo. La acumulación había formado

lentamente una imagen serpentina. Era casi como si alguien, 25 mil años antes del

42
desarrollo de la escritura y la aritmética, estuviera conservando un registro de

algún proceso o serie de acontecimientos y lo estuviera estructurando de una

forma tal que pudiera “leer”. Después de algunas pruebas aritméticas, descubrí

que las espiras y giros se correspondían a las cambiantes fases de la luna,

cayendo todas las lunas llenas a la izquierda, todas las medias lunas en el medio y

todas las lunas crecientes a la derecha. La representación era perfecta para una

notación lunar observacional. No hay pruebas, por supuesto, de que se tratara de

una notación lunar, pero no cabe duda de que era alguna forma de notación. No

hay ninguna evidencia de cálculo aritmético en la secuencia, pero muchas gentes

primitivas sin ningún conocimiento de aritmética se percatan de los periodos

cambiantes de la luna, el sol y las estrellas.

Si los orígenes culturales del arte estaban fundamentados, no en los meros

garabatos ni en una expresión estética, sino en la fabricación de imágenes

significativas que estaban dirigidas a ser realizadas y usadas en el momento

idóneo y del modo idóneo, tal vez los orígenes de la notación o la conservación de

registros estuvieran también relacionados con la complejidad -en vías de

desarrollo- de la vida simbólica y económica del hombre. Si las actividades

económicas y rituales del hombre prehistórico debían ser ejecutadas en el

momento preciso, entonces las imágenes, símbolos y notaciones puede que

sirvieran, en su conjunto, como un medio de estructurar dichas actividades

culturales periódicas.

Un ejemplo de cómo se desarrolló la tradición de acumular imágenes significativas

proviene del final de la Era Glacial, aproximadamente del 11 mil al 10 mil a.C. En

el siglo XIX se descubrió en el refugio francés de Montgaudier un enderezador de

43
flechas o “bastón agujereado”, como en ocasiones se denominan, que estaba

decorado. (Un enderezador de flechas es un largo hueso con un agujero en uno

de sus extremos. Se pone una lanza a través de los agujeros de dos de estos

enderezadores, los cuales se utilizan entonces como asideros para doblar la

flecha, a menudo sobre una hoguera). Sólo cuando lo examiné a través del

microscopio hace unos años, se vio claramente que sobre una de sus caras se

había grabado una foca macho y una foca hembra, un salmón macho con un

anzuelo en la mandíbula inferior que se desarrolla sólo tras haber abandonado el

Atlántico e iniciado su marcha río arriba para el desove, una flor en plena floración

y tres plantas cubiertas de hojas. La foca macho reúne a su harén de hembras en

los comienzos de la primavera, en la misma época en que los salmones llegan

para su marcha de desove. En la cara opuesta del bastón hay dos serpientes, que

se aparean en la primavera. La composición total contenía imágenes de la

primavera relacionadas. Dentro de esta composición se había grabado un

pequeño, tosco y esquemático íbice o macho cabrío montes con una “X” en la

cabeza como si hubiera sido matado simbólicamente en un ritual relacionado con

la llegada de la primavera. Ninguno de los otros animales poseía marcas de

matanza, aunque seguramente el salmón y la foca fueron cazados.

Las imágenes y los símbolos, según esta teoría, fueron marcadores de periódicos

y continuos procesos culturales, de ritos y de mitos e historias repetitivos, mientras

que las notaciones de todo tipo fueron aparentemente medios de registrar el paso

del tiempo en términos de acontecimientos culturalmente significantes. En el caso

del raspador a presión de Blanchard, la notación había sido aparentemente

utilizada para marcar los días o las noches y las diferentes fases de la luna. Pero

44
una notación lunar se podía haber conseguido también marcando una secuencia

de imágenes que ilustraran la secuencia de luna creciente, media luna, luna llena,

media luna y luna reciente. Eso también habría sido una notación lunar no-

aritmética.

En el primer periodo de la Era Glacial, imágenes como el caballo de Vogelherd y

notaciones como la imagen serpentina de Blanchard se produjeron

separadamente. Eran distintos sistemas de símbolos y se hicieron de forma

separada, así como nosotros podemos tener escritura en una página, una imagen

en otra y una columna de números aún en otra. Hacia las últimas etapas de la Era

Glacial, sin embargo, ya se empiezan a descubrir acumulaciones y composiciones

complejas en las que son combinados muchos sistemas diferentes y son asimismo

utilizados en conjunto: imágenes, signos, símbolos y notaciones. Los caballos con

manchas de la cueva de Pech-Merle son una indicación de esta tendencia. Pero

un proceso similar había empezado a aparecer en los artefactos encontrados en el

refugio donde se habitaba.

Algunos años después de que yo hubiera estudiado el caballo de Vogelherd y el

hueso de Blanchard, que procedían de los comienzos del periodo de Cru-Magnon

y cuya antigüedad superaba aproximadamente los 30 mil años, descubrí un

fragmento de cuerno de reno grabado, que tenía unos 15 mil años, procedente del

refugio de roca francés de La Marche. Había sido una herramienta práctica, un

retocador y raspador a presión similar al hueso de Blanchard, y su extremo frontal

estaba redondeado y quebrado por el uso. Un estudio microscópico del trozo de

cuerna mostró que una vez había sido un tipo de herramienta distinto, quizás un

enderezador de flechas con un agujero en uno de sus extremos, pero que la

45
herramienta original se había roto durante su utilización y el fragmento se había

remodelado hasta conseguir su actual forma. Cuando había sido un enderezador

de flechas, el fragmento de cuerna de La Marche fue grabado, en una de sus

caras, con una acumulación de notaciones y con la imagen de un caballo. Los

restos del caballo y la notación todavía se podían ver. Después de que se

convirtiera en un raspador a presión, fue grabado de nuevo con un caballo y una

acumulación de notaciones, esta vez en la otra cara. Lo que era fascinante fue

que las notaciones estuvieran acumuladas en hileras horizontales y procedieran,

en sentido descendente, de la punta. Cada conjunto o grupo de hileras había sido

grabado con un punzón diferente. Los conjuntos se hicieron generalmente con un

cambio de dirección del grabado dando la vuelta a la cuerna para marcar cada

conjunto. El microscopio sugirió que las notaciones se habían acumulado durante

mucho tiempo, tal vez durante muchos meses. Las pruebas aritméticas indicaron

que el total fue de siete meses y medio lunares.

El caballo, que se halla situado debajo de las notaciones, es una yegua preñada

que había sido usada y reusada en numerosas ocasiones. Posee tres orejas, tres

ojos y dos lomos, todo ello realizado con diferentes punzones, lo que sugiere que

había sido renovada periódicamente, probablemente durante el periodo de

acumulación notacional y uso de la herramienta. Había también conjuntos de

dardos grabados alrededor del caballo, cada uno de ellos realizado con un punzón

distinto, sugiriendo que había sido simbólica o ritualmente matado numerosas

veces.

El hombre que utilizó este trozo de cuerna como herramienta práctica

probablemente se lo quedó para sí para afilar sus punzones de piedra y quizás lo

46
llevó consigo en un zurrón. Durante este periodo, marcó también la superficie libre

disponible del objeto, usando dos sistemas de símbolos separados pero

culturalmente relacionados. Conceptualmente, si tomáramos el caballo de

Vogelherd y la notación de Blanchard y los combináramos, obtendríamos un

caballo utilizado repetidamente y una notación periódicamente acumulada que se

pareciesen a la cuerna de La Marche. Esta combinación de sistemas de símbolos

separados, a medida que se desarrollaba la Era Glacial, fue uno de los grandes

logros intelectuales del hombre. Los sistemas separados de símbolos y los

diferentes tipos de imágenes, cada uno de los cuales tenía un significado

especializado y cada uno de los cuales se utilizaba de un modo distinto, podían

ser combinados y asociados. Nosotros hacemos esto cuando utilizamos palabras

y números en una tabla y luego proporcionamos una imagen y gráfica a la que

hagan referencia las palabras y los números: esto son tres sistemas separados de

símbolos en un solo contexto. El hombre de la Era Glacial estaba, aparentemente,

haciendo lo mismo.

Una prueba de las notaciones grabadas sobre la cuerna sugirió que podían ser no-

aritméticas, notaciones lunares observacionales. El periodo de embarazo de una

yegua es de 11 meses. Sí las notaciones estaban relacionadas con la duración de

dicho embarazo, no podemos decirlo; pero lo que sí sabemos es que, para el

grabador, la acumulación de notaciones y la renovación y “matanza” de la imagen

del caballo estaban de alguna forma relacionadas.

El concepto de símbolos, imágenes y notaciones que sirvieron funcionalmente

como marcadores para los procesos culturales y reconocimientos periódicos y

continuos es nuevo en el campo de la arqueología prehistórica. Si se trata de un

47
concepto válido, puede que hayamos encontrado uno de los hilos conductores

intelectuales y culturales que desemboca finalmente en la verdadera escritura y en

la historia. Pero estos sistemas de símbolos e imágenes de la Era Glacial no eran

escritura ni aritmética: no tenemos historia. No podemos descifrar éstos sistemas

de la Era Glacial de una forma precisa y concreta, y por ello no podemos averiguar

las fechas, los nombres, los mitos o los rituales a los que hacen referencia. A

pesar de esto, podemos constatar que la inteligencia implicada en el desarrollo y

uso de estas imágenes y símbolos con fines culturales es la misma que la que

poseemos hoy en día.

Tal vez se puede suponer que las imágenes de animales, los enderezadores de

flechas, los retocadores de herramientas y las notaciones asociadas con ellos

fueron fabricados y utilizados por hombres. No podemos aventurar semejante

suposición por lo que respecta a las imágenes femeninas de la Era Glacial. Son

dos los tipos de imagen femenina que proceden de los principios del periodo en

Francia. Las más conocidas son las figurillas de “Venus”, a menudo magníficas,

como la famosa Venus de Lespugue, tallada en marfil de mamut. Estas figurillas

de Venus tienen caderas y pechos exagerados, pies diminutos, rodillas

encorvadas y no tienen cara. Imágenes similares que datan de la Era Glacial se

han encontrado en Italia, Austria, Checoslovaquia y Ucrania. Se han descubierto

imágenes de mujeres desnudas de un estilo algo diferente en los yacimientos de

la Era Glacial existentes en Siberia. Estas imágenes muestran a menudo el

pulimento del uso prolongado y, a veces, los restos de ocre rojo, lo que indica que

a menudo fueron pintadas simbólicamente. Se las ha denominado imágenes de la

fertilidad, pero su verdadero significado y uso no ha sido descubierto.

48
Un segundo tipo de imagen femenina de principios del periodo es la imagen

tallada de una vulva. Actualmente se encuentran formas de vulva de este tipo en

los grabados en roca existentes desde África y Australia hasta Sudamérica. En

Francia se encuentran talladas en grandes bloques de piedra caliza en un

habitáculo de la Era Glacial. Un análisis meticuloso ha mostrado que, como las

imágenes de animales, estas imágenes femeninas fueron hechas para ser

utilizadas. A menudo aparecen sobremarcadas con golpes y hendiduras como si

hubieran sido usadas en algún ritual.

A finales de la Era Glacial, las figurillas de Venus y las imágenes de vulvas

desaparecieron esencialmente, pero la tradición de hacer imágenes femeninas

sobre piedras en el habitáculo continuó. En esta última etapa del periodo, no es la

forma de vulva, sino trazos femeninos esquemáticos, sin cabeza ni pies y con

exageradas nalgas, las que se han acumulado sobre bloques de piedra de caliza y

de pizarra en el habitáculo. Al igual que las anteriores tallas de vulvas, estas

imágenes femeninas eran repetidamente marcadas y sobremarcadas y a veces

sobregrabadas. ¿Fueron estas acumulaciones de imágenes femeninas realizadas

por mujeres? ¿Estaban relacionadas con los procesos y fases de las mujeres? No

lo sabemos. Pero estos estudios están comenzando a proporcionarnos nuevas

clases de datos y a hacer que tales cuestiones sean posibles. Cualquiera que

fuera su significado, tenemos evidencia, una vez más, de un uso ritual de la

imagen y el símbolo en la Era Glacial que pudo haber ayudado a preparar el

camino para el desarrollo de la verdadera conservación de registros.

Puede que el pasado prehistórico sea silencioso, pero las imágenes silenciosas,

aunque sólo sea por tanteo, están empezando a hablar.

49
Comunicación e información antes de la imprenta

Por César Aguilera Castillo3

Tomado de: Aguilera Castillo, César. 1994. “Comunicación e información antes de

la imprenta”. Pp. 13-28. En Historia de la prensa. Coordinado por A. Pizarrozo.

Madrid: Centro de Estudios Ramón Areces S.A.

En torno a los orígenes.

Una historia del Periodismo, evidentemente, se inscribe en una Historia General

de la Comunicación, e incluso es menos inteligible fuera de ese contexto. Y en una

Historia de la Comunicación el primer elemento básico es el logro de la palabra, la

consecución del lenguaje.

Si el primer gran logro comunicativo del Homo sapiens es el habla, eso no excluye

que hubiera “comunicación” cuando el habla no había sido lograda, y no habría

sino que referirse a los estudios de Carleton S. Coon y otros. Si el hombre al que

se puede llamar sapiens alcanza esa condición durante el Pleistoceno, no ocurre

sólo por el proceso de encefalización, sino que se da un más amplio conjunto de

condiciones (vistas desde un número grande de líneas filogenéticas) y ello dentro

de un lapso de unos cien millones de años. En tal orden se llegó perfección

liberadora (movilidad del esqueleto) superación del medio (incluida la función

reproductora) y queda como aparente freno la elección del hábitat arborícola.

3
César Aguilera Castillo (1929-2011) fue profesor de historia de la prensa en la Facultad

de Comunicación de la Universidad Complutense de Madrid.

50
Luego, buscando un más amplio modo de vida, también se abandona. Esqueleto

móvil ya, vista y oído anteceden en perfección al olfato, el primate es

microsmático, los turbinales reducen número y volumen, el largo hocico se achata.

He ahí, pues, a las dos familias de póngidos que son rigurosamente

antropomorfos, y a los homínidos. Son los que clasifica Simpson y lo que hace

Huxley también. Hooton, Howel y otros, hacen proceder al hombre de los

póngidos. Ya en 1871 el propio Darwin había señalado que el hombre se apartaría

de los catarrinos a la altura del Eoceno, que ya es remontarse. En todo caso la

etapa de los protoantrópidos sufrió revisiones. La Pebble-culture africana anterior

al Cheleo-Acheulense, de pitecantrópidos, es obra cierta de una familia anterior,

los australopitécidos, como muestra Arambourg. Y en la capa primera de Old vay

—Tanganika— un nuevo fósil hace suponer una industria específica

osteodontoquerática. Desde que hubo fabricación de útiles se produce un severo

fenómeno de comunicación, pues la técnica se enseña, se copia, se extiende.

También la libertad de movimientos intensifica (Leroi-Gurhan) la cerebralización

intensiva.

Desde el principio el habla, aún incipiente, está acompañada de un esfuerzo

comunicativo gestual y, además, como ha subrayado Bounak, un “estar a punto”,

orgánicamente hablando. Además es un camino liberador, pues el habla conduce

hacia un tipo de pensamiento “lógico” frente al “prelógico” o “alógico” previo. El

hombre primitivo, también en el orden de la liberación, tiende a salir, con el habla,

de una “magna prelógico” tan largamente soportado. Pero sin perder del todo un

mundo de significaciones primordiales, entre las cuales descuella el tótem. Pero

un conjunto de significantes primordiales, de amplísima riqueza significativa, no

51
serán nunca del todo abandonados, fenómenos del cielo, los de la propia

orografía, montaña sacra, ónfalos, axis mundi, etc. De los rituales, mitos, etc.

pasaremos a los símbolos, de todo tipo. Incluso hallaremos entre nosotros, hoy, el

uso del “logotipo”, como símbolo identificador inmediato.

Con ello, el lenguaje, y sobre su origen, múltiples investigaciones. Deberz subraya

el uso múltiple de la mano, cuyo movimiento induce también a la boca a moverse.

Y Deberz va más allá. También el sistema de comunicación básico —enseñanza

sobre fabricación de útiles— exige variedad de modos. Brodman ha apuntado

hacia la localización de los enclaves corticales del lenguaje (área frontal del

cerebro y tercera cincuvolución frontal izquierda). Y acerca de las fases evolutivas

la doctrina más resuelta es la de Bounak, de la Academia de Ciencias de Moscú,

siendo sus observaciones generalmente aceptadas en el mundo de los

paleontólogos. Todo muy lento. El hacha de mano se estima que reclama una

notable capacidad de abstracción, pero tan limitada la evolución como que estuvo

en uso durante un cuarto de millón de años.

Es sin duda la revolución neolítica la que intensifica la verbalización,

incrementándose el número de tareas nuevas, útiles nuevos, etc. A esas alturas

parece que el hombre ha logrado un idioma verbal; pero un idioma verbal no ha

existido nunca. Se habla con ojos, gesto, y el cuerpo entero, en postura y,

especialmente, el tono y la emoción.

Sobre el alcance del habla no se hará una reflexión seria hasta Platón, en el

diálogo Cratilo.

52
La escritura y sus fases.

De tiempos mesolíticos es el tell de Jericó, de base natufiense. Ahí la huella cierta

del inicio neolítico. Para que ese nuevo tiempo llegue a Europa se tardan cuatro

mil años, y otro tanto para llegar a China. El hombre va a vincular desde ahora su

destino ―sedentario— a un primer antepasado del trigo emmer, de la cebada de

dos hileras, y tendrá que vivir en un ámbito en que prosperó el urial y la oveja

musmón. Si el hombre se rebelase contra la oveja la revolución se detendría.

Es un mundo nuevo. Con las diversas estaciones arqueológicas van apareciendo

novedades, como el hilado y el tejido, a partir, sin duda, de Asiria. La cultura

mesopotámica, su fertilidad, da una cultura que se impone a la previa, halafiense.

Llega al Bajo Egipto, a la depresión del Fayum. Y la cultura, ya tasiense, área

egipcia, enlazará con los tiempos dinásticos. Se advierten pequeños circuitos

comerciales. Y movimientos que difunden la cultura neolítica, llegando a la Italia

sur, cultura de Stentinello. El neolítico de Tesalia sugiere el Anatolio, pero Hajilar,

en la región, es casi contemporánea de la cultura pre-Sexklo, de Grecia. En

Hisarlik, futura Troya, se trabaja el cobre.

Y es en Mesopotamia donde la más sureña de las ciudades, Eridú, muestra

dieciséis niveles de ruinas. Del norte desciende un pueblo semita, se instala en la

zona alta. Y una división entre dos pueblos, Acad y Sumer —éste el más próximo

al Golfo— nos sitúan en el escenario fundamental. Los de Sumer se extienden

hacia occidente, tierras de Mari. Sin duda ahora sobreviene el Diluvio (deshielo,

crecida del río, tormentas, todo a la vez) y el grueso de la población perece. Pero

esa tierra es muy buena, y del norte baja otra oleada de personas que se instalan

con los supervivientes. Son ellos, el pueblo de Uruk, quienes inventan la escritura.

53
Es ya una fase nueva en la historia del mundo. Son los sumerios, y los

monumentos escritos más antiguos los que están en esa lengua. El primer período

dinástico de Sumer se produce cuando ese pueblo pierde poder, pero la cultura

estaba ya hecha. Esos primeros habitantes son subaraenses (estimación asiria),

probablemente hurritas. En los comienzos de la Edad del Bronce, antes de

Sargón, ya se escriben en escritura cuneiforme textos hurritas. Se va a iniciar un

intenso tráfico de ideas.

Fijando la escritura el hombre fija dos dimensiones básicas de su conciencia vital:

el espacio y el tiempo. Escribo para hacerme presente al que se encuentra lejos;

escribo también para quien, en el tiempo, viva más tarde que yo.

Sería preciso referirnos al sello de Mohenjo-Daro. Sobre pella de barro, se

imprime, y significa propiedad, con unos puntos que indican número o contenido.

La tradición sigilográfica tendrá la mayor importancia, se preludia, en tal sistema,

incluso la imprenta.

Saltamos a la segunda fase del decisivo descubrimiento de la escritura. Hasta

ahora la escritura ha sido ideográfica. Ahora va a ser alfabética, y es el sistema

que llega hasta nuestros días.

Con y por el alfabeto —o alefato, en el caso semita— va a producirse una

impresionante modificación del pensamiento, y también de su transmisión. Las

viejas teorías que suponen que el alfabeto se origina por evolución de un sistema

preexistente han caído. La arqueología muestra ese designio de agilizar la

escritura, generalmente en un intento de reducción. Los esfuerzos son múltiples. Y

así las inscripciones de Canaán, Ugarit y Biblos, además de las sinaíticas,

subrayando la más lograda fórmula que es la tumba del rey Ahiram, y otras

54
muestras. Escritura que suele llamarse protosemítica del norte. Son veintidós

signos, todos consonantes. Su primer gran derivado, el fenicio. A su vez

evoluciona el hebreo antiguo y el arameo. También origina, en dirección sur, otro

alefato semítico, el árabe. En dirección oeste, da lugar a los primeros alfabetos

griegos.

Es muy razonable que el griego de las islas del Egeo sea el enlace directo con el

alfabeto fenicio, aprendiendo en las relaciones de comercio habituales. Este

primer alfabeto griego tiene veintidós letras: algunos signos fenicios y que los

griegos no necesitan son usados como vocales. Los de Creta añaden un signo

especial, la digamma. De ese primer sistema se derivan otros dos modos de

alfabeto, el más occidental (Eubea, colonias del oeste que no son jónicas, y toda

la península, en general, exceptuando el Ática, Megara, Corinto y Argos). El

llamado oriental ocupa las zonas dichas, además de Egina y Salamina, las

Cícladas, los ámbitos costeros de Asia Menor, etc. A fines del siglo VIII a. C. ya

hay una lengua bastante desarrollada y es posible el genio expresivo. O sea, es

posible Homero.

Por lo que se refiere al mundo hebreo, que en su día va a generar una literatura

inmortal, recordemos cómo van de la tierra de Ur a la de Harrán, de donde pasan

a Canaán, y ahí se produce la asimilación del sistema alfabético. El alefato hebreo

es variante del fenicio; en su sistema antiguo ha dejado pocos textos y se usaba

incluso durante la cautividad de Babilonia. Por lo que a los arameos se refiere, su

alefato se usaba desde el siglo X a. C. Su escritura tuvo rango de oficial y pudo

estar formada totalmente en los días de Darío I.

55
Soporte escriptóreo.

Constituye, como es lógico, un problema fundamental. Ya hemos visto las tabletas

de barro sumerias, y queda apuntado el problema de disponer de tablillas de

madera, o de marfil, o de bambú hendido, o sobre pétalos de flor. A la altura de

este tiempo se obtiene en Egipto un soporte escriptóreo que será la estrella

durante la antigüedad clásica y parte del Medioevo: el papiro. El papiro egipcio ya

hace acto de presencia en Homero, pero no como soporte escriptóreo, sino como

tallo del que se hacen cuerdas para barcos. Pero un tiempo después ya se usa

para escribir. Plinio, tanto tiempo más tarde, nos describe su fabricación. La

corteza del tronco ha de ser hendida y del tallo se obtiene el liber, una película

interior en tiras finísimas. Sobre una tabla humedecida con agua del Nilo, que esté

turbia, se colocan unas en disposición horizontal, otras en vertical. Según Plinio, el

agua turbia del río se basta para pegar los filamentos, pero también se le dará,

según el propio Plinio, una capa de cola. La manipulación concluye con un

machaqueo con un mazo y el secado al sol.

Además del papiro, se usaron en tiempos los elementos más variados. Tiras de

plomo o estaño que luego se enrollaban y tomaban la forma de pendientes: es

sistema para enviar mensajes secretos. Se usaron con el mismo fin vejigas

henchidas en que se escribía, y que luego de transportadas había que volver a

henchir. El procedimiento más curioso para fijar la sublevación de las ciudades

griegas de la costa asiática fue el de rasurar la cabeza a un esclavo sordo y mudo:

en el cuero cabelludo fue escrito el mensaje y luego se le dejó crecer el pelo, con

lo que se burló a todas las guarniciones persas de ocupación.

56
Para una escritura sistemática digamos que además de las láminas de bronce,

plomo, cobre, y a veces algún metal precioso, se escribió sobre cortezas de árbol,

con amplitud y durante largo tiempo: tanto que la raíz originaria de las palabras

con que griegos y romanos denominaban al libro significa muy precisamente

“corteza”. Plinio hablará de una charta fanniana, trabajada con las hojas de pulpa

del papiro. En Egipto, y otros lugares, se escribe sobre vendas de lino, de las que

se usan para momificar cadáveres.

También se usó la piel, por la parte interior, en toda su tosquedad. Para la piel, y

luego para el papiro, se usó en toda Grecia, y luego se extendió, el scutale. El

tratado de Gabies es un scutale espartano. No siempre una hoja de papiro es

suficiente para determinado escrito: entonces se pegaban unas a otras hasta

obtener la longitud necesaria. Y se usan los cilindros al modo dicho. Al escrito de

algún porte, arrollado, se denominará “volumen” entre los romanos, “kilindros” en

el mundo griego. Al depósito de rollos ordenado, los griegos lo llamarán “theke”,

un nombre referido al “biblos”, biblioteca de fortuna milenaria. La simple hoja

suelta de papiro fue denominada por los griegos “kartes”, y por los romanos

“charta”. Es el soporte por excelencia de las noticias sueltas, aisladas.

El mundo clásico.

Es preciso subrayar en Grecia el milagro de una lengua tan rica y bien

estructurada que es apta para la más alta poesía, para la elucubración más sutil,

para la política y la metafísica y, en algún caso, desde sus principios mismos.

Como en el caso poético de los bardos, cuya existencia en la Odisea es clara. Son

poetas muy condicionados, pues viven acomodados en las pequeñas o grandes

cortes, en las que para deleitar tienen que no displacer. En el VIII canto de la

57
Odisea puede verse el comportamiento de uno de estos aedos (tal es el nombre

griego de los bardos), el llamado Demódoco. Los aedos, sin llegar a ser un

gremio, se consideran hermanados, como predilectos de las musas. El

hundimiento de las importantes ciudades, que es el fin de una época, la micénica,

comporta que ahora el aedo no tenga ya palacio o ciudadela donde vivir de su

canto. Pasará a ser cantor ambulante. Son los rapsodas. Llenan los senderos y

acuden a las aldeas, haciéndose presentes en mercados y fiestas.

Sus grandes temas son con frecuencia homéricos, de antes de la Ilíada (Hegesias

o Estasio con los Cantos ciprios, o bien Aretino de Mileto con la Destrucción de

Ilion, o Agias de Trezene en Los retornos, al modo de Ulises). En esa línea está

Eugamón de Cirene (Telegonía), Eumelo de Corinto (Titanomaquia). En otros se

pueden verificar ciclos. Pero hay también poemas para enseñar. Es el caso de

Hesíodo, de la generación que sigue a Homero. En el poema Los trabajos y los

días describen un ambiente, pero en la Teogonía quiere poner orden en las

genealogías y el poder de los dioses, y fue difundidísimo. Desde tales

antecedentes, y subrayando la movilidad de personas, viajeros y pensadores que

aumentan, no nos extrañará que el genio griego desarrolle los aspectos

comunicacionales de manera nueva y originalísima. Y así, comienzan la obra de

historiar, en que la historia es noticia. No hace falta referirse a Heródoto, a quien

en el De legibus, Cicerón retrató definitivamente en su lapidaria apud Herodotum

patrem Historiae.

Por el relato pleno de la actualidad inmediata, viva, como un corresponsal, está en

Tucídides, en su Historia de la Guerra del Peloponeso. Quien sí realiza labor de

“internacionalista”, refiriendo el vivir de los persas —fascinación cierta para los

58
griegos— es Jenofonte. Debió ser hacia el 401 a. C. cuando un beocio, Próxenes,

le pidió que acudiera a Sardes para presentarse a Ciro el Joven, quien preparaba

un ejército para enfrentarse a Artajerjes II y necesitaba quince mil mercenarios

griegos. Fracasó Ciro lamentablemente en Cunaxas, y diez mil expedicionarios

griegos hubieron de emprender el regreso, tomando a Jenofonte por guía sin que

ostentara ningún grado militar. De esa experiencia brotan dos libros, Anábasis,

historia de la retirada, y la Ciropedia, o vida de los persas y educación de Ciro, que

satisficieron la ávida curiosidad de los griegos. Jenofonte, con su múltiple obra, es

un caso al modo de Tucídides, de singular modernidad en el aspecto

comunicacional.

Toda la oferta informativa se amplía seguidamente (Ctesias de Gnido, médico de

Artajerjes, que escribe sobre los medos, pero también de más allá; Indika, aunque

algunos atribuyan ésta última obra a Deinón de Colofón). Y si otro ámbito

fascinante fue Siracusa, con ambos Dionisios, Filisto, hijo de Arcónides, escribe

una obra en once partes; Sikelika, y dos libros de añadidura. Tan leída que,

valorada por Cicerón, le llama pusillus Thucidides. Su obra, por el éxito, fue

proseguida por el siracusano Athanas. A su vez Cratipos, igual que Jenofonte con

las Helénikas, prosigue la Historia de la Guerra del Peloponeso. Pero quizá se

lleve la palma, en número de copias y lectores, Eforo de Cumas (en la Eolia), que

escribe una Historia Universal de tanto éxito que su hijo, Demófilo, prosigue la

obra que, por fallecimiento, Eforo deja incompleta. Es una obra utilizadísima en la

antigüedad, no obstante que Séneca estimara no ser fiable (“en nada”).

Teopompo, de Chios, compañero de Eforo, escribe una Historia de la Hélade en

doce libros, y se introduce en el ámbito de la propaganda política al escribir sobre

59
Filipo y su deseable caudillaje, un informe-relato de cincuenta y ocho libros; luego

de Alejandro, y por fin de toda Grecia. Tenemos las debidas referencias sólo en

Plutarco.

Pero donde ya la correspondencia aparece como actualísima es en el desarrollo

de la gesta de Alejandro. Calístenes de Olinto escribe la historia de la epopeya.

Más fabuloso sobre lo mismo Clitarco de Alejandría. Otra suerte de reporterismo

es ejercida por Aristóbulo, llamado de Casandra, por haber vivido allí, en

Macedonia, y que es dudoso no sea uno de los generales de Alejandro. Nearco

llega con el caudillo hasta la India, y realiza una expedición por el mar de Eritrea

con un relato fidedigno de su aventura índico-marítima. Otro aspecto, más

histórico-informativo de urgencia, suscitado por la llegada de Alejandro, es la

síntesis y visión de Egipto que escribe Manetón, sacerdote de Heliópolis y, en

idéntica coyuntura, el relato de Beroso, sacerdote de Baal en Babilonia, si bien la

suya es sobre todo una cronología.

Ya un tiempo antes se ha producido entre los griegos el auge del libro, el libro

copiado y que las personas leen. Con Jenofonte y Diógenes Laercio hemos de

creer que esta difusión del libro se produce a comienzos del siglo V a. C, cuya

tarea era la copia de los bibliographoi, siendo los kalligraphoi quienes adornan las

letras capitales. Los bibliopole son ya comerciantes de libros al modo

contemporáneo. Los vasos de cerámica roja también nos muestran a personas

leyendo libros.

Los sofistas recomendaron su lectura. Sócrates fue hostil al libro, y lo manifiesta,

pensando que rebajaría los niveles de la deseable sabiduría. Nos consta la

búsqueda libros por parte de Platón (tres de Filolao), que finalmente adquiere,

60
necesarios para redactar su Timeo. También hay huellas de los mismos esfuerzos

por parte de Aristóteles. A veces, como premio u homenaje, la polis misma es

editora y ordena copias como con la obra de Herodoto, o las principales obras de

los trágicos, etc. Ya se dijo que el libro era kilindros, papiro enrollado para los

griegos. El papiro se escribe con caña afilada, parecida a una pluma de hoy. Al

final de un período de texto los kalligraphoi colocan un dibujo denominado

paragraphos. Los griegos tuvieron, para escribir, su propia cursiva, uniendo letras

sin alzar la caña del papiro. Singular es el título del libro, constituido por las

primeras palabras del escrito total, al modo como actualmente sigue la tradición la

Iglesia Católica, titulando las encíclicas papales con las primeras palabras del

documento. En los textos de obras griegas el título, si lo hubiera, suele aparecer al

final del texto, tapado por la disposición del envoltorio. Debe aparecer también el

nombre del autor.

La más impresionante acumulación de libros, un gigantesco banco de datos, se

producirá en Alejandría tras la muerte de Alejandro. Edward Alexander Parsons y

Peter Marshall Fraser han estudiado exhaustivamente el fenómeno. Ptolomeo,

incluso amigo personal de Alejandro, y gobernante en Egipto, hace la gran

convocatoria de intelectuales helénicos para que convivan en el Museo de

Alejandría y produzcan obras (con los gastos pagados). Confía Ptolomeo en reunir

al mundo griego en torno a un alto prestigio, cuya base sería el prestigio

intelectual. Y de la reunión de pensadores y literatos brota de inmediato la

necesidad de la reunión de libros y, magnificada, la gran biblioteca de Alejandría.

El rey de Macedonia, Casandro, había tenido como gobernador en Atenas a

Demetrio de Falero, educado en el Liceo de Aristóteles. Ahora es Ptolomeo quien

61
llama a Demetrio y es el primer inspirador y diseñador de la Biblioteca que sería la

más famosa de la antigüedad. Es un paso de gigante. Y tiene derivaciones

fecundas. Pérgamo, en el norte de Asia menor, por obra de Átalo I, quiere tener

una biblioteca, émula de la de Alejandría, por lo que los Ptolomeos encarcelaron al

bibliotecario. Luego lo que se hizo fue negar papiro a Pérgamo. Es entonces

cuando en Pérgamo se inventa la charta pergamena, que es piel (ya se usó

antes), pero ahora rasurada, macerada en agua, frotada con polvo de yeso y

piedra pómez. Tenemos ya el pergamino como soporte escriptóreo. Es Plinio

quien, como de costumbre, describe esta invención. Estrabón dice que la piel se

usaba en toda Asia, pero sin tratamiento. Lo mismo dice Evergetes de los persas.

Cuando Ptolomeo logró el libro de los judíos, la Biblia, se la trasportaron escrita

toda en pieles sin tratamiento, una montaña de pieles. Entonces ordenó la

traducción al griego, encerrando a los famosos “Setenta” traductores hasta que

concluyeran su obra.

Parece como si los griegos lo hubieran inventado y logrado todo. Pero hay que

añadir dos apuntes al menos. Uno, el formidable medio de comunicación de

masas que fue el teatro, representaciones a las que toda la polis, globalmente

hablando, acudía. No cabe en este punto realizar todo cuanto de formidable

despliegue comunicacional ese primer teatro entrañaba. El otro apunte es que,

formalmente, y aún oscurecido por la popularización del famoso método

mayéutico, Sócrates lo que postula como base de sus alumbramientos

intelectuales es un hecho de comunicación, una confrontación de doxas de unos y

otros, lo que pone al hecho comunicacional en la raíz misma de todo avance

posible.

62
Para todo el mundo, la cultura de los romanos añade, perfecciona y desenvuelve.

No nos detengamos en los primeros momentos de los fundadores de la Urbe por

antonomasia. De las colonias griegas aprendieron, y de ellos derivan todo un

enjambre de hechos culturales. Y desde el siglo III a. C. en Roma se inicia ya la

imitación de las obras griegas. El primitivo y tosco verso saturnio queda, en breve,

superado. Añaden un sistema de comunicaciones cada vez más desarrollado y

que sólo tienen en los persas un antecedente que es forzoso mencionar: las

calzadas. Comienzan con la “Vía Apia” que luego renovarán y serán dos, la

antigua y la nueva. La “Flaminia” llega hasta Rímini y se inicia en el 220 a. C. La

“Flaminia” lleva al Adriático por el valle del Aterno y Fano, “Fanum Fortunae”. La

“Salia” baja por el sur hasta Brindis. La “Aurelia” sube inicialmente hasta Pisa. La

“Casia” es interior y se divide en dos ramales, uno a Pisa y otro hacia Bolonia. La

“Emilia”, por Ariminum, va a Piacenza. De Piacenza a Génova y de Génova a

Aquileia. Por el norte del Po discurre la Vía “Postumia”. No prosigamos, sería

interminable hasta su pleno desenvolvimiento. En el 188 a.C. Roma tiene ya la

hegemonía mediterránea con la Paz de Apemea. Perseo quiere recuperar la

hegemonía griega de Macedonia, y Lucio Emilio Paulo aplasta a los rebeldes en

Pidna. En el año 148 a. C. otro levantamiento es sofocado, y Macedonia pasa a

ser provincia romana. A la par, poco antes, las guerras púnicas han obligado a

Roma a poseer el dominio del mar. Y, por cierto, ya el pensamiento sufre

importantes renovaciones. Uno de los rehenes de Pidna es el hijo del estratega

Licortas. Se llama Polibio, de Megápolis, y llega a Roma en el 167 a. C., entrando,

para general fortuna, en el “círculo de los Escipiones”. Será el autor de una

Historia Universal donde se expresará ―además— la valoración política de la

63
constitución de Roma. Entre los romanos el tráfico de libros y escritos pasa a

obtener su máximo desarrollo. En el Argileto, detrás del Foro, pero también en las

inmediaciones del templo de Vertumno y del templo del Janus Geminus, se

instalan los primeros libreros. Y se anuncian, incluso en los pórticos del Foro, con

grandes carteles, las novedades. Y se hacen lecturas públicas —ya lo habían

hecho los griegos— en la sede misma del librero. Los hebreos, según Estrabón,

hacen un gran esfuerzo por apropiarse de tal industria, pero no lo consiguen.

Aumenta la demanda de papiro y se prueba plantarlo en el Tiberíades, en el

Éufrates, y se aclimata hasta cierto punto en Sicilia. Roma necesita cada día más

papiro. Hay un día en que el papiro egipcio se retrasa y Tiberio tiene que

intervenir, reclamando todo tipo de reservas que hubiera en la península. Hubo

papiro “augusto”, pero también “livio”, en atención a la esposa de Octaviano; y

“corneliano”, en honor a Cornelio Galdo, gobernador de Egipto; “claudiano”, en

atención a Claudio y, el peor para envolver, el “emporético". El “saítico” no se hace

con papiro, sino con unos tallos parecidos que prosperan cerca de Sais; también

son peores el “anfiteátrico” y el “taneótico”, por el nombre de dos barrios de

Alejandría.

Los copistas se multiplican, un oficio considerable. Hubo que reglamentar el precio

de cada copia tomando una línea tipo, y al arte de medir se llamó “esticometría”. El

pariente de Cicerón, Tito Pomponio Ático, entre otros negocios, fue editor, y varios

cientos de esclavos copiaban para él. A través de un pasaje de Plinio podemos

deducir que —un tiempo al menos— el pago al autor era un tanto alzado. Horacio

alaba a sus “bibliopolae”, los hermanos Sossi. Y se jacta de que sus libros son

leídos en los confines del Imperio, desde el Ebro y Ródano hasta el Ponto Euxino.

64
Se fundan bibliotecas públicas. Julio César no logra ver realizada la que encarga,

pero Augusto sí funda una en el Pórtico de Octavia. Pero hemos nombrado a Julio

César. Es el genio comunicológico del mundo antiguo. Existían las series llamadas

Crónica oficial, que parece derivación del calendario, y los Anales Pontificales son

Annales Máximi. Hay además anales de Roma, inseparables de Fabio Pictor en su

origen. Pero hay un relato de lo sucedido, de lo hecho, y de agere, actum, se

escriben actas. Se hicieron de las sesiones del Senado, del príncipe, etc. El

cristianismo llamará acta martyrum a los hechos de los tales. De las Acta diurna

populi romani nada nos quedó sino los testimonios de algunos, pero son

inequívocos (Cicerón, Suetonio, Plinio, Tácito, etc.). Las primeras salen a la luz

por voluntad de Julio César. En ellas se recoge el vivir de la Urbe, día a día. Un

acusado famoso, rasgos del “imperator”, listas de procesados, defunciones y

nacimientos, todo como testimonió Séneca, breve y preciso. Lieberkühn, ya en

1840, estudió el fenómeno. Con mayor amplitud Rennsen en 1857. Tuvieron alto

éxito las Acta diurna y una popularidad duradera. Pero en la voluntad del fundador

son, sobre todo, un soporte para que en sus ausencias bélicas se narren sus

hazañas.

César, además, llega a las Galias y duplica el número de puestos telegráficos, lo

que determina sus éxitos. Y dicta el relato de lo que ocurre a sus escribas que van

al lado de la litera y usan, para escribir, el método “tironiano”, una taquigrafía

inventada por el esclavo de Cicerón llamado así, Tirón.

Desde Augusto en adelante la libertad de expresión tuvo sus dificultades, se

repristina la “lex Cornelia de iniuriis”. Además de las Acta diurna, hay “enterados”

de noticias que las recitan contra pago, y se instalan bajo las columnas rostratae,

65
de donde se llaman subrostrani. Este es un tiempo en que bajo el nombre de

Buena Nueva el cristianismo comienza su eficacísimo recorrido.

El Imperio disfruta de posta y correo, y por las calzadas circulan carros ligeros,

“cisium” y otros en que hay donde tumbarse y dormir, “carruca dormitoria”. Y

cuando Constantino adopte la idea de que se celebre un concilio (en Nicea), pone

a disposición de los obispos la “evectio imperialis”, una suerte de transporte oficial

de personas.

Las invasiones crearán, paulatinamente, pero implacablemente, un mundo nuevo

donde por desdicha las comunicaciones se rompen, las calzadas romanas se van

erosionando hasta destruirse en no pocos puntos, y al sistema unitario va a

suceder el aislamiento de regiones y zonas. Progresivamente las tierras del

Imperio se harán poco menos que intransitables por los riesgos que comportan. La

idea imperial será recogida en la persona de Carlomagno, pero ya el Imperio es

occidental, nuevo y desvinculado del Imperio Oriental, subsistente, aunque

transformado, es decir, Bizancio. Berta, la hija de Carlomagno, le da un nieto,

Nithard, que se forma en la corte. Será historiador y utilizará por primera vez —

que hasta hoy sepamos— un nombre de fortuna para designar la nueva realidad

geográfico-cultural, que hoy seguimos usando: Europa.

El mundo árabe.

No hace falta detallar demasiado. La ruptura de las dos orillas del Mediterráneo es

decisiva. Egipto cae en manos árabes en el 639 d.C. Y desde ese momento el uso

del papiro se hace problemático. En los siglos V y VI los emperadores orientales

habían agravado el monopolio. Ahora los árabes mantienen la producción de

papiro. En el 685 el califa Abd al-Malik dispone que el papiro de exportación lleve,

66
como el de uso interno árabe, una invocación a Alá. Justiniano II protesta, y es la

guerra. Mala fórmula, pues Bizancio se queda sin papiro. Hay que hacer la paz. En

occidente queda el recurso del papiro siciliano que vimos. Pero llega el de Egipto,

y así una bula de Juan VII, del 876, está escrita sobre papiro que lleva la

invocación de Alá.

El ámbito arabizado llegará en breve desde la costa atlántica a los bordes del

Pacífico, franja larga y estrecha y con un gran liberalismo. Estas personas

acumulan, en un genial banco de datos, la totalidad de los saberes de todas las

culturas del mundo con las que tienen contacto. Incluso, aún siendo bélico a

veces, como en el caso de Bizancio. De suerte que cuando el estudioso Gerberto

d'Aurillac (luego papa Silvestre) recorre bibliotecas cristianas, tras llegar a la de

Ripoll, sabe de la califal cordobesa y acude allí. Parece ser que se encontró con

una biblioteca de cuatrocientos mil volúmenes. Jóvenes de alta alcurnia

cordobesa, como Aixa, Lupa y Fátima tienen a gala, con tantos otros, realizar

copias. Un reyezuelo de la Taifa, de Almería, reunió cien mil volúmenes, mientras

el monasterio de Ripoll, muy dotado, tenía noventa y dos. Usan el papiro, de la piel

excelente de la gacela del Atlas y, en general, del pergamino. Acerca de la

proliferación científica, filosófica y literaria del mundo árabe, todo muestreo sería

interminable.

El Occidente cristiano.

Ya desde Gregorio el Grande se inicia un sistema comunicacional singular,

vinculado a la jerarquía cristiana, el monacato. Los monjes realizan las tareas

pastorales y otras, pero canónicamente obedecen al obispo de Roma. De suerte

que el obispo del lugar donde el monasterio se asienta, por fuerza se entera del

67
poder del obispo de Roma, que en breve será Papa. Pues el monacato al

difundirse otorga universalidad al pontificado, a la sazón un obispo más, con la

condición de Patriarca dada por el emperador igualmente a Antioquía, Jerusalén y

al propio Bizancio. Pero a la vez Gregorio pone las bases para otra

universalización, la liturgia y sus libros. Cuando se pueda hablar de la Europa de

los ciento veinticinco mil campanarios podrá advertirse algo que ya está

funcionando desde el principio: hacia la misma hora de domingos y fiestas la

totalidad de cada población de Europa está celebrando con el mismo ritual y

oyendo la misma doctrina. Sólo varía el estilo del expositor, el núcleo doctrinal lo

ha ido montando Roma, como un gran centro de control de programas. Los ciento

veinticinco mil campanarios serán como antenas radiantes. Es el ministerio de la

palabra. Tendrá en su día tropiezos con la palabra que no se oye, sino que se lee;

pero ese ya es el tiempo de la imprenta.

En los monasterios se copian libros, pero el pergamino escasea y lo hacen muy

pausadamente. Las acumulaciones de los árabes no son aquí soñables. Y el

pueblo, cuando a partir del año mil terminan los grandes terrores de las hordas

sueltas que recorren Europa asolando campos y asaltando fortines (los húngaros,

empujados por los petchenegos), desde el 899 y el 10 de agosto del 955, las

personas empiezan a moverse por el suelo europeo.

Comienza la recuperación de la ciudad, con todo lo que ella comporta: ruptura de

la economía básica, pues la ciudad consume y no produce, necesidad de que toda

la riqueza pueda ser “representada” y es el auge de la moneda y ese valor neutro

configurable. El dinero es el nuevo elemento con el que se puede jugar a ganar,

siempre que se aplique bien el cálculo, la inteligencia. Renace el comercio.

68
Y como en Grecia vimos aedos y rapsodas, ahora vemos a los “juglares”. Hay una

estirpe. Los bárbaros tuvieron rapsodas, los “scopas”, y de la tradición latina viene

el “iocularis”, “ioculator”, el que alegra al pueblo. Ahora el “juglar” es el oficio que

se designa con las mismas palabras en todas las lenguas romances de Europa.

En textos del siglo XI y del XII se les cita en España (1026 y 1136). Sobre el juglar

será socialmente más considerado el “trovador”, pero es un sector diferente y más

limitado. Cerca de los juglares, mientras el “trasechador” hace juegos de manos,

los “albardanes” o “truhanes”, locos fingidos, y lo más bajo del oficio, los

“cazurros”. Hubo “soldaderas”, como “juglaresas”. Y escolares vagabundos, a

veces clérigos, personas de verso y alboroto, de tonos crudos, más latinos que

vernáculos, los “goliardos”. Pero nace una obra literaria amplísima, y las

comunicaciones empiezan, se recuperan; un empeño en el cual no hay que olvidar

a las personas de comercio.

Se magnifica la actividad docente, a partir del sistema básico, “trívium” y

“quaarivium”. San Isidoro, Beda y Alcuino habían propagado esta clasificación. No

hay nada de medicina; pero sí se estudia en Salerno, una escuela que parece

fundaron los monjes de Monte Casino. Trabajan a partir de doctrinas hipocráticas

y algunos tratados de Galeno y Oribaso. El auge de Galeno es mayor en el siglo

XI, luego decae y la llegada del saber árabe les hace salir de su postración.

Estudian cinco años, y Federico II en 1240 dará plenitud a la Escuela. La “Flos

Medicinae” (Schola Salernitana) se difundirá por Europa y las hornadas de

médicos, de los que una gran parte, en ese tiempo, son “médicas”.

Estudiantes, y luego profesionales, se mueven y difunden y generan comunicación

en Europa. Ya los “missi dominici” de Carlomagno habían comenzado. Lo mismo

69
que los “peregrinos” de los píos lugares. Pero avanzando por estos días se

produce un hecho de excepcional gravedad. La España oriental trae el papel a

Europa.

El papel.

Es la gran novedad. Es muy difícil pensar en la actual cultura que vivimos si el

papel no hubiera llegado a suelo europeo en el momento oportuno. El pergamino

escasea tanto y es tan caro que se escribe de comienzo a fin, de esquina a

esquina. Es más que probable que la pausadísima transcripción de los cenobios

se deba justamente a tal escasez. Con piedra pómez se borran escritos anteriores

para poder escribir encima algo nuevo y hoy se van recuperando los primeros

textos, a veces tesoros: es el “palimpsesto”. En China, tras haber escrito sobre

seda, es donde en el siglo I a. C. se descubre la técnica para la fabricación de

papel. Desde el Extremo Oriente, por la “ruta de la seda”, llegan algunos

fabricantes que se instalan en Samarkanda, sobre el oasis de Zarvehan, Y los

árabes, dominadores tras la batalla de Talas, obtienen la técnica. En pequeñas

cantidades, lo que puede la caravana, el papel había llegado a Samarkanda,

desde donde llega a Bagdad y Damasco, sin que falte una derivación al sur hacia

Egipto y la Meca. Un testimonio árabe del 706 afirma que desde el 651 en

Samarkanda se fabrica papel. Su materia prima son hierbas y algunas plantas

(lino, cáñamo, ramio, que es la “Boehmaria nívea”, China-grass en occidente). Los

árabes difunden el hallazgo. Tras el de Samarkanda, el segundo lugar donde se

fabrica es Bagdad. La primera noticia es de los días de Harum-al-Raschid, o sea,

de los días de Carlomagno. Le sigue Damasco (“charta damascena”). Se fabrica

70
en Egipto ciertamente en los siglos XI y XII. Y la llegada del papel a occidente se

acelera con la independización de Córdoba.

La hipótesis más razonable es que el papel entra en la España árabe en cierto

momento del siglo X. La Gramática de Sibawayihi, una copia de 1163, alterna

hojas de papel con otras de pergamino. Abenhazan, cuando al-Mutamid de Sevilla

hace quemar su obra, lo testimonia. En Silos, el misal Toledano es de papel, de

“pergamino de trapo”. El archivo de la catedral de Toledo ofrece la huella incluso

de los molinos papeleros.

Pero además de Toledo está Játiva. Desde 1074, según la leyenda, Abu Ma-saifa

descubre el método, y con la protección de Alkadir, rey de Valencia, pone en

marcha los molinos, cabe una acequia. En 1084 las mesnadas del Cid destruyen

el molino. Se va a Denia, y en 1097 reconstruye la fábrica destruida y monta otra

en Ruzafa. En el Repartiment del regne de Valencia, de Jaime I el Conquistador,

el inventario de bienes, para posterior reparto-saqueo, se escribe ya en papel. En

1251 la formalización plena es la de las Siete Partidas, que hablan de pergamino

“de cuero” y de pergamino “de trapo”.

Pero la fabricación de Toledo, y sin duda del Guadalquivir cordobés, se ha

desplazado hacia la costa oriental de la Península. Los lugares dichos. Y en el

archivo de la catedral de Barcelona está ya el molino papelero (“draperius”) cerca

el río Besós, en el año de 1113; el segundo fue el de Tarrasa en 1158; en 1159 en

La Riba, Tarragona. Y más explícito aún, en 1193, el molino de Albarells, junto a

Santa María del Camí, inmediato al río Anoia. Hay tantos testimonios más. El

tráfico comienza.

71
De los puertos de la corona de Aragón parte el papel hacia Italia, y para Bizancio,

desembarcándose también en Mallorca, Córcega, Sicilia, Nápoles y Génova. El

papel en que se escribe en Venecia el “Liber Plegiorum” procede de España

(1223-1228). Un documento del 1260 muestra cómo Bizancio compra papel a

España. Francia no fabricará papel hasta el siglo XIV. Tras la fabricación hispana

y, no obstante la tentativa genovesa de 1325, será Fabriano, cerca de Ancona, en

la costa Adriática, la primera factoría. La técnica es moler viejos trapos

humedecidos (surge un oficio nuevo, el trapero). La pasta, en que caben varios

ingredientes, como el color rosa de las cartas diplomáticas árabes y otras, se

extiende entre dos bastidores, uno de madera con barras como una parrilla, el otro

con hilos de latón, que se cruzan con otros (pontizones). Ese conjunto es el

verjurado, palabra catalana, como los pontizones. Ese papel catalán viaja por mar,

pero también sube a Montpellier, desde donde llega a la costa Atlántica y a los

Países Bajos.

En Bolonia, en ese conjunto de hilos, se trenza otro hilo —primero de oro, luego

será de cobre― como una filigrana que dejará su marca en el papel. La historia y

variedades de las marcas están servidas. En Alemania, desde 1312, fabrica papel

Jaufbeuren, luego —en 1319— Nuremberg, etc. El primer molino francés es el de

Troyes, de 1350. La cercanía de Universidades y Escuelas es deseable pero, no

obstante el impresionante abaratamiento, los estudiantes siguen quejándose del

precio del papel.

Falta el nombre, y en un documento catalán aparece “paper”. Alfonso el Sabio,

que en las Siete Partidas hablaba de pergamino “de trapo” muy avanzado en la

72
vida, en el libro Lapidario usará el mismo nombre, “paper”, para hacer alusión a

este.

Ahora cabe referirse al auge y tráfico de estudiantes, sobre todo tras el nacimiento

de la Universidad (Bolonia, la primera, París la segunda, etc.) donde el papel hace

posible que se establezcan los “estacionarios” y servirse de la “pecia”. Los

estacionarios son verdaderos libreros. Del libro “ejemplar”, el bueno, acreditado

por su autor, y por las autoridades académicas, hay que sacar copias. Copias a

mano, a veces por el mismo estudiante, pero prospera el oficio de copista. Se

organizan las primeras bibliotecas. De los libros, unos se prestan, libri distribuendi,

pero otros están encadenados, libri cathenati in librario, una cadena lo bastante

larga para poder usar el libro. Pero a finales del siglo XIV otro fenómeno cambia

los supuestos de la comunicación en el mundo. Son los esfuerzos de la marinería,

el dominio del mar, esfuerzo por el que la España occidental logra la

intercomunicación planetaria.

El dominio del mar.

En todo tiempo, aún en la prehistoria, el hombre navegó. Los griegos usaron poco

de ese motor adicional que es la vela. Los romanos avanzaron más, pero los

remos nunca fueron abandonados; eran en efecto imprescindibles para fijar la

dirección. No es sino en los siglos XII y XII cuando se usa de manera definitiva el

gran principio de la palanca. Es el timón que se sujeta al codaste. El principio de la

palanca ya era usado por los chinos en los siglos I y II p. C, pero no añadieron

nunca alguna perfección más. El sello de la ciudad de Elbing, y algunos

testimonios más, demuestran que entre el final del XII y primera mitad del XIII el

timón de codaste se usa en los mares nórdicos. El interés de los navegantes

73
empieza a ser el de los mares abiertos, y el Mar del Norte cambia de sentido.

Faltan, empero, elementos. Las naves vikingas, “gokstad”, “osebeg”, tenían quilla

reforzada y mástil para la vela. Llegaron a Islandia y fundaron Reykjavik. Llegan,

parece, a América del Norte, y saben regresar. Sin medios, guiándose por la

observación del plancton. Y no tienen timón, sólo vela y remos. Ahora el codaste

se perfecciona. Su alefriz recibe los tablones externos del casco, liga con la quilla

por empalme de dentellón, y aún así se añade el refuerzo de la curva coral.

Pero a los mares del Norte ofrecerán los del Sur su novedad. De la aguja

magnética hay constancia entre 1086 y 1093. Desde 1243 es usada por los

árabes. Otro paso ajustará el ángulo que traza el eje respecto al norte magnético,

que es ya otro problema. Para lograr su solución correcta, además del valioso

instrumento de la aguja, hace falta un saber nuevo, la trigonometría. Ese préstamo

se lo hizo a la navegación meridional justamente la Universidad. La Universidad

trabaja a favor de este empeño, no hay sino que recordar a Roger Bacon. Un

amigo suyo, Petrus Peregrinus, de cerca de Nápoles, da a luz un libro que va a ser

decisivo por mucho tiempo, De Magnete. Hasta 1600 no iba a ser superado. Tras

el ajuste bien logrado de las agujas, llegan de la Universidad las tablas de cálculo,

las tablas de “martelogio”. Son fórmulas trigonométricas en versión simplificada.

Está demostrado que ya se usan en 1305, pues en torno de esa fecha habla de

ellas Raimundo Lulio.

En agosto de 1434 se puede doblar el Cabo Bojador, y el gran siglo de la

intercomunicación planetaria comienza ahí. Es un siglo que se puede dar por

cerrado a la altura de 1540, cuando ya ha concluido la exploración esencial del

continente americano y se ha controlado el comercio árabe e indio con Goa y

74
Malaca, se llega a la China y se salta al Japón. Tres tiempos hay en esa gesta. El

primero italiano, cuando Lanzarote Malocello descubre las Canarias, y florentinos

y genoveses las de Madera. Un segundo tiempo portugués y uno tercero, español,

que en 1492 llega a América para, un tiempo después, dar la vuelta al mundo.

Final.

Una inmensa parte de la evolución posterior está aquí preludiada. Sin el papel no

hubiera sido nada fácil la transmisión de “noticias a mano” (Nouvelles a la main,

Geschriebene Zeitung) o hubiera tenido un precio prohibitivo. Pero ésta es la hora

de los “menanti” que transmiten y ponen precio a su noticia. El descubrimiento de

América hace dudar de muchas cosas y, en todo, el ansia de ser informado se

generaliza. La tradición sigilográfica, aquí como siglos antes en la China,

desarrolla su elemental idea de presión y antes de Laurenz Janszoon, llamado

Coster y antes de Gutenberg, en Europa ya se “imprime”. Es la tabla de madera

dura, como el boj, en que se dibuja, se hace con un punzón el vaciado, se entinta

y ya tenemos el libro, libro impreso como la Biblia Pauperum, el Ars Moriendi, las

estampas de San Cristóbal, etc. El viejo sistema del correo se actualiza y vuelve a

existir: primero los poderosos, luego las instituciones, comenzando por las

Universidades, luego todos (sin que olvidemos el alto grado de analfabetismo

radical). El progreso del correo genera una suerte de revolución en el inundo de

los humanistas y el género epistolar pasa a ser estrella. Cuando Cesena llega a

Pisa, Luis de Baviera pone a su disposición una masa grande de copistas y se

estrena por copias múltiples de lo mismo un enorme primer ensayo de propaganda

y las hojas volantes, debidamente dirigidas, llegan a los puntos neurálgicos de

Europa. Durante la baja Edad Media se produce, pues, una formidable

75
transformación en todos los supuestos. Su acción llega hasta el Renacimiento y

los fenómenos comunicativos se contemplan, bajo esa luz, como la enorme

palanca que generará un tiempo nuevo.

76
Los medios de comunicación en los imperios antiguos

Por Harold Innis4

Tomado de: Innis, Harold. 1997. "Los medios de comunicación en los imperios

antiguos". Pp. 51-59. En La comunicación en la historia. Tecnología, cultura,

sociedad. Compilado por D. Crowley y P. Heder. Barcelona: Boch.

De la piedra al papiro.

Las profundas perturbaciones que tuvieron lugar en la civilización egipcia a

consecuencia del cambio producido de la monarquía absoluta a una organización

más democrática coincidieron con un cambio en el énfasis que se había puesto

sobre la piedra como medio de comunicación o como base de prestigio, como se

muestra en las pirámides, hacia un énfasis sobre el papiro 5. Las hojas de papiro

datan de la primera dinastía y las hojas grabadas datan de la quinta dinastía

(2680-2540 a.C. ó 2750-2625 a.C).

La tecnología del papiro.

En contraste con la piedra, el papiro como medio de escritura era extremadamente

ligero. Estaba hecho de una planta (Cyperus papyrus) que se hallaba restringida
4
Harold Innis (1894-1952) se formó en economía en la Universidad de Chicago y hacia el

final de su vida exploró ampliamente el campo de la historia de la comunicación. Dos de

sus libros sobre esta materia se han convertido ya en clásicos para los estudiosos de las

comunicaciones: Empire and Communications y The Bias of Communication.


5
Un fuerte énfasis particular sobre el papiro como base del feudalismo, en contraste con

el alfabeto y la burocracia del Imperio Romano.

77
en su hábitat al delta del Nilo, y se fabricaba como material de escritura cerca de

las riberas donde se encontraba. Los tallos verdes frescos de la planta se cortaban

en longitudes apropiadas y se arrancaba la corteza verde. Luego se cortaban en

tiras anchas y se colocaban, paralelas unas con letras y traslapándose

ligeramente, sobre tela absorbente. Se ponía una capa similar sobre ellas y al

través, y se cubría el conjunto con otra tela. Esto se martilleaba con un mazo

durante unas dos horas y las hojas se soldaban formando una única masa, que

finalmente era prensada y secada. Las hojas eran pegadas unas con otras para

hacer rollos, en algunos casos de gran longitud. Como mercancía ligera podía

transportarse a través de amplias áreas6.

Para escribir se utilizaban pinceles hechos de una especie de junco (Funcus

maritimus). Las longitudes oscilaban de 6 a 16 pulgadas y los diámetros, de 1/16 a

1/10 de pulgada. Los juncos se cortaban oblicuamente en uno de sus extremos y

se golpeaban para separar las fibras7. La paleta del escriba tenía dos hoyos para

tinta negra y roja, así como un pote con agua. Escribía en caracteres hieráticos de

derecha a izquierda, disponiendo el texto en columnas verticales o líneas

horizontales de igual tamaño, que formaban las páginas. El resto del papiro lo

guardaba enrollado en su mano izquierda8.

6
Napthali Lewis. L’industrie du papyrus dans l' Egypte Gréco-Romain (París, 1834),

p.117. Ver E. G. Kenyon, Ancient Books and Modern Discoveries (Chicago, 1927).
7
Alfred Lucas. Ancient Egyptian Materials and Industries (Londres, 1934), pp.133 y ss.
8
Alexander Moret. The Hile and Egyptian Civilization (Londres, 1927), p. 457.

78
El pensamiento ganó agilidad.

La escritura sobre piedra se caracterizaba por la rectitud o circularidad de la línea,

la rectangularidad de la forma y una posición vertical, mientras que la escritura

sobre papiro permitió formas cursivas adaptadas a la escritura rápida. “Cuando los

jeroglíficos eran cincelados sobre los monumentos de piedra se formaban con

sumo cuidado y eran de carácter decorativo. Cuando se escribieron sobre madera

o papiro se simplificaron y su forma se volvió más redondeada... El estilo cursivo o

hierático se escribía aún más deprisa, omitiendo o abreviando y juntando...

dejaron de parecer dibujos y se convirtieron en letras”9.

“Al escapar del pesado medio de comunicación de la piedra” el pensamiento ganó

agilidad. “Todas las circunstancias despertaron interés, observación, reflexión”10.

Un incremento notable de la escritura a mano vino acompañado de la

secularización de la escritura, el pensamiento y la actividad. La revolución social

entre el Viejo y el Nuevo Reino estuvo marcada por una corriente de elocuencia,

así como por un desplazamiento de la literatura religiosa por parte de la secular.

9
Lynn Thorndike. A Short Story of Civilization (Nueva York, 1927), pp. 37-38.
10
Moret. The Hile and Egyptian Civilization, p.457.Till to astonisb’d realms PAPYRA taught

/ To paint in mystic colours Sound and / Tbought. / With Wisdom’s voice to print the page

sublime, / And mark in adamant the steps of Time. (Hasta a los reinos asombrados los

PAPIROS enseñaron / a pintar en místicos colores el Sonido y el Pensamiento. / Con la

voz de la Sabiduría, a componer la página sublime. / Y a marcar con firmeza los pasos del

Tiempo). Erasmus Darwin, The Loves of the Plants, 1789.

79
La organización de los escribas.

La escritura había estado restringida a fines gubernamentales, fiscales, mágicos y

religiosos. Con el incremento de la utilización del papiro y la simplificación de la

escritura jeroglífica en los caracteres hieráticos -como respuesta a las demandas

de un estilo más rápido y cursivo y al crecimiento de la escritura y la lectura- la

administración se volvió más eficaz. Los escribas y oficiales encargados de la

recaudación y administración de los ingresos, rentas y tributos de los campesinos

se convirtieron en miembros de un servicio civil organizado y preparaban informes

inteligibles para sus colegas y para un dios terrenal: su maestro supremo.

Después del 2 mil a.C. la administración central empleó a su servicio a un cuerpo

de escribas, y la capacidad de leer y escribir se valoraba como un escalón hacia la

prosperidad y el rango social. Los escribas se convirtieron en una clase restringida

y la escritura, en una profesión privilegiada. “El escriba viene a sentarse entre los

miembros de las asambleas... no hay escriba que no coma los víveres de la casa

del rey”11. “Pon la escritura en tu corazón, que puedes protegerte del trabajo duro

de cualquier clase y ser un magistrado de alta reputación. El escriba está eximido

de las tareas manuales”12. “Pero el escriba dirige el trabajo de todos los hombres.

Para él no existen impuestos, puesto que él paga tributo al escribir, y no existen

obligaciones para él”13.

11
Citado en Moret. The Nile and Egyptian Civilization, p. 270.
12
Citado en V. Gordon Childe. Man Makes Himself (Londres, 1936), p. 211.
13
Citado en T. Eric Peet. A Comparative Study of the Literature of Egypt, Palestine, and

Mesopotamia (Londres, 1931), pp. 105-106.

80
Los efectos de la escritura y la igualdad.

Nuevas religiones.

La difusión de la escritura tras la revolución democrática vino acompañada de la

aparición de nuevas religiones en el culto a la inmortalidad de Horus y Osiris. La

veneración a Ra se había vuelto excesivamente dedicada a la política, y los

individuos encontraron un significado final y una realización de la vida más allá de

las vicisitudes del juez árbitro político14. Osiris, el dios del Nilo, se convirtió en el

Ser Bueno muerto para la salvación de los hombres, en el rey ancestral y modelo

para su hijo Horus. Como dios agrícola, se había enfrentado con la muerte y la

había conquistado. Su esposa Isis, la maga, confeccionó códigos de ley y gobernó

cuando Osiris estaba conquistando el mundo. Persuadió al dios del Sol, Ra, para

que desvelase su nombre, y en tanto que el conocimiento del nombre de una

persona 15 daba a quien lo poseía poder mágico sobre la propia persona, ella

14
Reinhold Niebuhr. The Children of Light and the Children of Darkness (Nueva York,

1945), p. 80.
15
Cassirer había descrito el lenguaje y el mito como en original e indisoluble correlación

uno con otro y como elementos tan emergentes como independientes. La mitología

reflejaba el poder ejercido por el lenguaje sobre el pensamiento. La palabra se convirtió

en una fuerza primaria en la que se origina todo ser y toda acción. Las estructuras

verbales aparecían como entidades míticas dotadas de poderes míticos. La palabra en el

lenguaje revelaba al hombre aquel mundo que era más cercano a él que cualquier mundo

de objetos materiales. La mente pasó de una creencia en el poder físico-mágico

comprendido en la palabra a una realización de su poder espiritual. A través del lenguaje

el concepto de la deidad recibió su primer desarrollo concreto. El culto del misticismo

81
adquirió poder sobre Ra y otros dioses. En la decimosegunda dinastía, Osiris se

convirtió en el alma de Ra, el gran nombre oculto que residía en él. Con Ra,

compartió la supremacía en la religión y reflejó la doble influencia del Nilo y el Sol.

La noche y el día se unieron como complementarios: Osiris, el ayer y la muerte;

Ra, el mañana y la vida. Los ritos funerarios inventados por Isis fueron aplicados

por primera vez a Osiris. Otorgadores de inmortalidad, han sido descritos por

Moret como “la más preciada revelación que cualquier dios egipcio había hecho

jamás al mundo”16.

La magia y la escritura.

Osiris tuvo a Thoth a su servicio como visir, escriba sagrado y administrador.

Como inventor del discurso y la escritura, “Señor de la voz creativa, maestro de las

palabras y los libros”17, se convirtió en el inventor de las escrituras mágicas. Osiris

pasó a ser el centro de una literatura popular y sacerdotal escrita para instruir al

pueblo en los derechos y obligaciones divinos. Las palabras fueron imbuidas de

trataba de llevar a cabo la tarea de comprender al Divino en su totalidad y la más alta

realidad interior, y sin embargo evitaba cualquier nombre o signo. Estaba dirigido al

mundo de silencio más allá del lenguaje. Pero la profundidad y poder espiritual del

lenguaje se mostraba en el hecho de que el propio discurso preparaba el camino para el

último paso por el cual fue trascendido. La petición de unidad de la Deidad sentó cátedra

sobre la expresión lingüística del Ser, y halló su apoyo más seguro en la palabra. El

Divino excluía de sí mismo todos los atributos particulares y podía predicarse únicamente

de sí mismo.
16
Moret. The Nile and Egyptian Civilization, p. 383.
17
Ibid., p. 403.

82
poder. Los nombres de los dioses eran parte de la esencia del ser, y la influencia

del escriba se reflejó en las deidades. En tanto que la religión y la magia eran

sagradas por igual, se hicieron independientes. El sacerdote usaba oraciones y

ofrendas a los dioses, mientras que el mago las burlaba por la fuerza o la

superchería. La veneración familiar sobrevivió en el culto a Osiris, y debido a un

interés práctico, el pueblo utilizó la magia. Dado que conocer el nombre de un ser

era poseer el medio de dominarlo; pronunciar el nombre era formar la imagen

espiritual mediante la voz, y escribirlo, especialmente con jeroglíficos, era dibujar

una imagen material. En la múltiple actividad de la palabra creativa, la magia

impregnó la metafísica. El politeísmo persistió, y los nombres se encontraban

entre las manifestaciones espirituales de los dioses. La literatura mágica y los

cuentos populares preservaron las tradiciones de los grandes dioses del universo.

La redistribución del poder.

El rey ganó terreno, a partir de la revolución como encarnación de los dioses

reyes: Falcon; Horus-Seth; Ra; Ra-Harakhti; Osiris; Horus, hijo de Isis, y Amon-Ra,

que gobernó Egipto. La devoción del rey creó una gran oleada de fe entre el

pueblo. El ritual le permitía nombrar un apoderado que actuase como profeta. El

poder fue delegado a sacerdotes profesionales, que primero se encarnaban a sí

mismos en el rey y celebraban las ceremonias en todos los templos todos los días.

La veneración de Ra y de los dioses celestiales quedó reducida a los sacerdotes y

los templos. Los sacerdotes de Atum condensaron la revelación en los rituales de

la divina adoración, y un culto suplió las necesidades de imágenes vivas en

estatuas en el templo.

83
Los efectos del cambio.

La invasión.

El cambio de la dependencia en la piedra a la dependencia en el papiro, así como

los cambios sufridos en las instituciones políticas y religiosas impusieron una

enorme tensión sobre la civilización egipcia. Egipto sucumbió rápidamente a la

invasión de gentes equipadas con nuevos instrumentos de ataque. Invasores con

la espada y el arco y armas de gran alcance atravesaron la defensa egipcia, que

dependía del hacha de guerra y la daga. Con el uso de armas de bronce y,

posiblemente, de hierro, caballos y carros, los pueblos semitas sirios, bajo el

mando de los reyes “hyksos” o “pastores”, capturaron y ocuparon Egipto desde el

1660 hasta el 1580 a.C.

Resistencia cultural.

Los elementos culturales egipcios resistieron las usurpaciones ajenas y facilitaron

la reorganización y el lanzamiento de un contraataque. Los conquistadores

adoptaron la escritura jeroglífica, así como las costumbres egipcias, pero la

complejidad de éstas hizo posible que los egipcios resistieran y expulsaran a los

invasores. Adquirieron probablemente caballos18 y carros ligeros de cuatro palos

de los libios que iban de camino hacia el oeste, y después del 1580 a.C. el valle

del Nilo fue liberado. En una gran victoria conseguida en Megiddo en el 1478 a.C.,

18
Sir William Ridgeway. The Origin and Influence of the Thoroughbred Horse (Cambridge,

1903). Sobre la importancia de la invasión de los hyksos al introducir el caballo y el carro,

ver H. E. Wenlock. The Rise and Fall of the Middle Kingdom in Thebes (Nueva York,

1947), cap. 8.

84
Thutmos III dio un soplo final al poder de los hyksos. Bajo las reglas de la

decimoctava dinastía (1580-1345 a.C.), se estableció el Nuevo Reino Tebano.

Sacerdotes, propiedad y poder.

En el Nuevo Reino, los faraones de Tebas (la capital y metrópolis del Este

civilizado) habían reasumido sus derechos soberanos, tomado posesión de los

bienes de los templos y puesto fin al vasallaje clerical. La centralización

monárquica vino acompañada por la centralización religiosa. Los dioses fueron

“en-sol-ados”, y Amon, el Dios de la familia de Tebas, reinó sobre todos los dioses

de Egipto como Amon-Ra, después del 1600 a.C. Como resultado del éxito

guerrero en la expansión imperial, los sacerdotes quedaron establecidos de un

modo seguro en la propiedad territorial y asumieron una creciente influencia. Los

problemas del derecho dinástico en la familia real les otorgaron un poder adicional.

La magia y la medicina.

El uso del papiro se incrementó rápidamente tras la expulsión de los hyksos. El

culto de Thoth había desempeñado un importante papel en el Nuevo Reino y en

dicha expulsión. Thoth se convirtió en el dios de la magia. Sus epítetos, tenían

gran poder y fuerza, y ciertas fórmulas fueron consideradas como potentes en la

resistencia a, o en la expulsión de, los malos espíritus. Hacia el 2200 a.C, la

medicina y la cirugía habían avanzado, ya que la momificación había familiarizado

a la mente popular con la disección del cuerpo humano, y había superado un

prejuicio casi universal, pero tras la invasión de los hyksos, la medicina se

85
convirtió en un asunto de ritos y fórmulas 19 y abrió el camino a los médicos y

anatomistas griegos en Alejandría.

Las ciudades-estado de Sumeria.

En Egipto, la capacidad para medir el tiempo y predecir las fechas de las

inundaciones del Nilo se convirtió en la base del poder. En los valles del Tigris y

del Éufrates, en el sur de Mesopotamia, los ríos20 fueron adaptados a la irrigación

y al control organizado, y disminuyó la necesidad de exactitud respecto a la

capacidad para predecir el tiempo. Sumeria era una tierra de pequeñas ciudades-

estado en las cuales el sacerdote mayor del templo era el representante directo

del dios. El dios de la ciudad era rey, y el regidor humano era un agricultor

arrendatario con la posición y los poderes de un gobernador civil.

Se ha sugerido que la escritura fue inventada en Sumeria para llevar las cuentas

hacer listados y que, por tanto, fue un sobredesarrollo de las matemáticas. Las

tablillas de arcilla más antiguas contienen gran número de contratos legales, actos

de y transferencias de tierras, y reflejan un interés secular y utilitario. Los listados,

inventarios, registros e informes de los templos y de las pequeñas ciudades-

estado sugieren las preocupaciones del dios como capitalista, terrateniente y

banquero. Los ingresos crecientes necesitaban de complejos sistemas de cálculo

y de escritura que fueran inteligibles para colegas y sucesores. Los oficios del

templo se convirtieron en corporaciones continuas y permanentes. El crecimiento

19
Ver Hermán Ranke. “Medicine and Surgery in Ancient Egypt”, Studies in the History of

Science (Philadelphia, 1941), pp. 31-42.


20
Crecidas irregulares e incalculables.

86
de las organizaciones del templo y el incremento de la propiedad de tierras

vinieron acompañados por la acumulación de recursos y la diferenciación de

funciones. La especialización y el aumento de riqueza llevaron consigo la rivalidad

y el conflicto.

La arcilla y la escritura cuneiforme.

La arcilla aluvial encontrada en Babilonia y Asiría era utilizada para la fabricación

de ladrillos y como medio de comunicación en la escritura. Los modernos

descubrimientos de gran número de registros facilitan una descripción de

importantes características de la civilización sumeria y posteriores, pero pueden

reflejar una propensión respecto al carácter del material utilizado para la

comunicación. Por otro lado, tal propensión apunta a características

sobresalientes de la civilización.

En la fase preparatoria de la escritura, la fina arcilla era bien amasada y

transformada en bizcochos o tablillas. Debido a que se requería arcilla húmeda y

que la tablilla se secaba rápidamente, era importante escribir con rapidez y

precisión21. Los pictogramas de finas líneas realizados con una caña casi afilada

como un cuchillo fueron seguidos probablemente por una escritura lineal que

pudiese cortarse fácilmente sobre registros de piedra. Pero la realización de líneas

rectas tendía a levantar la arcilla, y se estampaba un estilo de caña cilíndrico de

forma perpendicular u oblicua sobre la tablilla. Se introdujo, probablemente en la

segunda mitad del tercer milenio, un estilo triangular aproximadamente del tamaño

de un pequeño lápiz con cuatro caras planas y un extremo biselado. Se colocaba

21
Los administradores escribían en los libros mayores todo a un tiempo.

87
sobre un borde afilado, y si la punta se presionaba profundamente, aparecía una

verdadera cuña o marca cuneiforme sobre la tablilla. Si el estilo se presionaba

ligeramente, se necesitaba un gran número de incisiones cortas para realizar un

solo signo.

La economía de esfuerzos requirió una reducción del número de incisiones, y los

últimos retazos de la escritura pictográfica desaparecieron. Como medio de

comunicación, la arcilla requería un cambio del pictograma a modelos formales.

“Se ha tendido un puente sobre la brecha existente entre el dibujo y la palabra”22.

La escritura cuneiforme se caracterizaba por triángulos y la concentración de una

masa de líneas paralelas. La complejidad de un grupo de cuñas de diferentes

tamaños y grosores, y un aumento del tamaño de las tablillas, que cambió el

ángulo en que eran sostenidas en la mano del escribiente, propiciaron la

tendencia hacia la convencionalización. Un cambio en la dirección del ángulo 23

significaba un cambio en la dirección de las incisiones o cuñas e impulsó la

transición de los pictogramas a los signos 24 . La convencionalización de los

pictogramas comenzó con los signos más frecuentemente utilizados y avanzó

rápidamente con la sustitución de las incisiones por las cuñas. La expresión

22
Studies in the History of Science (Philadelphia, 1941).
23
El ángulo cambió 90 grados y las columnas perpendiculares giraron de modo que los

caracteres se inclinaron a un lado y el escriba leía de izquierda a derecha: cambio de una

disposición espacial a una disposición temporal.


24
S. H. Hooke, “The Early History of Writing” (Antiquity, XI 1937, p. 275).

88
pictográfica se tornó inadecuada para la escritura de textos religiosos o históricos

conectados, y se adoptaron muchos signos para representar sílabas.

Hacia el 2900 a.C. se habían desarrollado plenamente la forma de los caracteres y

el uso de signos, y hacia el 2825 a.C. se habían establecido la dirección de la

escritura y la disposición de las palabras según su posición lógica en la frase. Los

signos se disponían en compartimentos sobre grandes tablillas. La escritura corría

de izquierda a derecha, y las líneas siguieron horizontalmente. Podían pasarse

cilindros sobre la arcilla mojada para dar una impresión continua, y se introdujeron

sellos cilíndricos de piedra dura. Grabados con diversos diseños, servían como

símbolos personales y eran utilizados como marcas de identificación de la

propiedad en una comunidad en la que un gran número de miembros no sabía ni

leer ni escribir. Los sellos se llevaban alrededor del cuello y servían para estampar

las firmas sobre contratos relativos a la propiedad y pertenencia.

Los pictogramas concretos implicaban un elaborado vocabulario con un gran

número de ítems. Para mostrar las modificaciones del significado original, se

añadían signos a los dibujos. Se utilizaban ni más ni menos que 2 mil signos.

Hacia el 2900 a.C. la introducción de signos silábicos en un vocabulario que era

en gran medida monosilábico había reducido el número de signos a unos 600. De

estos signos, unos 100 representaban vocales, pero no se inventó ningún sistema

para representar sonidos consonánticos aislados o crear un alfabeto. La escritura

cuneiforme era en parte silábica y en parte ideográfica, o representativa de

palabras únicas. Muchos de los signos eran polifónicos o tenían más de un

significado. El sumerio no tenía distinciones de género y a menudo omitía las de

número, persona y tiempo. Una idea no se había desarrollado plenamente en el

89
símbolo de una palabra o sílaba. Los pictogramas e ideogramas asumieron los

valores fonéticos abstractos, y el estudio de la escritura quedó unido al estudio del

lenguaje.

Las tablillas secadas al sol podían alterarse fácilmente; este peligro se superó

cociéndolas al fuego. La indestructibilidad aseguraba la inviolabilidad para la

correspondencia comercial y personal. Aunque admirablemente adaptada por su

durabilidad para utilizarse durante un largo periodo de tiempo, la arcilla, como

material pesado, era menos adecuada como medio de comunicación a través de

grandes áreas. Esta característica favoreció la acumulación de registros

permanentes en las comunidades ampliamente dispersas.

La arcilla y la organización social.

El poder religioso.

La adaptabilidad a la comunicación a través de largas distancias enfatizó la

uniformidad en la escritura y el desarrollo de un canon de signos establecido y

autorizado. La extensa actividad comercial requería de un gran número de

escribas profesionales o de quienes supieran leer y escribir. A su vez, las

dificultades de escribir un lenguaje complejo implicaban un largo periodo de

aprendizaje, así como el desarrollo de escuelas. Los informes del templo y las

listas de signos con los nombres de los sacerdotes que los inventaban se

transformaron en textos escolares. Con el fin de preparar a escribas y

administradores, las escuelas y centros de aprendizaje fueron construidos en

conexión con los templos, y se dio un especial énfasis a la gramática y las

matemáticas.

90
Dado que el arte de escribir como base de la educación estaba controlado por los

sacerdotes, escribas, profesores y jueces, se presuponía el punto de vista

religioso en el conocimiento general y en las decisiones legales. Los escribas

conservaban los voluminosos informes de los templos y registraban los detalles de

las regulaciones en los tribunales sacerdotales. Prácticamente todo acto de la vida

civil era un asunto de ley que era registrado y confirmado por los sellos de las

partes contratantes y los testigos. En cada ciudad, las decisiones de los tribunales

se convirtieron en la base de la ley civil. El crecimiento de los templos y la

extensión en poder del culto alzaron el poder y la autoridad de los sacerdotes. Las

características de la arcilla favorecieron la convencionalización de la escritura, la

descentralización de las ciudades, el crecimiento de la organización continua en

los templos y el control religioso. La abstracción fue fomentada por la necesidad

de conservar informes y por el uso de las matemáticas, particularmente en el

comercio entre comunidades.

La acumulación de riqueza y poder en manos de los sacerdotes y de la

organización del templo, que acompañó al desarrollo de las matemáticas y la

escritura, fue seguida probablemente por las guerras despiadadas entre las

ciudades-estado y por la aparición de la especialización militar y el servicio

mercenario. Se ha sugerido que el control de la religión sobre la escritura y la

educación acarreó un descuido del cambio tecnológico y de la fuerza militar. El

gobierno del templo o los comités de clérigos eran incapaces de dirigir la guerra

organizada, y aparecieron potentados temporales al lado del sacerdote. Este

último gozó de una prerrogativa y condujo al príncipe ante la presencia de la

deidad.

91
La transfiguración cultural

Por Darcy Ribeiro25

Tomado de: Ribeiro, Darcy. 1992. Las Américas y la civilización. Proceso de

formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos. La Habana:

Casa de las Américas, pp.58-80.

Cada generación debe escribir su historia universal. Y ¿cuándo existió una

época en que esto fuera tan necesario como en el presente?

W. Goethe

1. Lo auténtico y lo espurio.

En el proceso de la expansión europea millones de hombres –diferenciados por

sus lenguas y culturas autónomas, que participaban de concepciones del mundo

que les eran propias y que regían su vida por costumbres y valores peculiares-, no

sólo se vieron adscriptos a un sistema económico único sino que experimentaron

además una violenta transformación en sus modos de ser y de vivir, que se

caracterizarían en lo adelante por la uniformidad. En consecuencia, las múltiples

facetas del fenómeno humano se empobrecieron drásticamente. No para

integrarse en pautas nuevas y más avanzadas; simplemente perdieron su

autenticidad, hundiéndose en formas culturales espurias. Sometidos a los mismos

procedimientos de desculturación y a idénticos sistemas productivos que se

25
Darcy Ribeiro (1922-1997) fue un intelectual y político brasileño conocido por sus

trabajos en educación, sociología y antropología.

92
organizaban de acuerdo con formas estereotipadas de dominio, todos los pueblos

alcanzados se empobrecieron desde el punto de vista cultural. Cayeron así en

condiciones de extrema miseria y deshumanización, que vendrían a ser desde

entonces el denominador común del hombre extraeuropeo.

Simultáneamente, sin embargo, el nuevo patrón humano elemental, común a

todos, ha ido elevándose, adquiriendo vigor y difusión. Las aspiraciones

divergentes de la multiplicidad de pueblos diferenciados –cada uno perdido en

esfuerzos más estéticos que prácticos de componer el tipo humano acorde con

sus ideales- se fueron agregando como los eslabones de una cadena que

envolvería la humanidad en un único ideario, con cuyos puntos esenciales habrían

de comulgar todos los pueblos. Una misma visión del mundo, un mismo

instrumental de acción sobre la naturaleza, los mismos modelos de organización

de la sociedad y, sobre todo, las mismas reivindicaciones esenciales del sustento,

de auto-expresión, de libertad, de educación, se aunaban como requisitos

imprescindibles para la edificación de una civilización humana, ya no europea ni

occidental, y apenas cristiana.

Cada contingente humano involucrado en el sistema global se volvió al mismo

tiempo más uniforme respecto de los demás y más desemejante en relación con el

modelo europeo. Dentro de la nueva uniformidad se destacan así variantes mucho

menos diferenciadas que antes, pero suficientemente remarcadas como para

mantener su singularidad. Cada una de ellas, al ser capaz de mirarse a sí misma

con visión propia y de proponerse proyectos de reordenación de su sociedad, se

volvió progresivamente capaz de considerar al europeo bajo un ángulo más

realista. Es en este momento que comienzan a madurar como etnias nacionales,

93
rompiendo a la vez con el pasado remoto y con el presente de sujeción al

europeo.

A partir de entonces, la periferia se vuelca indagativamente sobre el antiguo centro

rector. No indaga, sin embargo, sobre la veracidad última de las verdades que le

habían sido inculcadas; no sobre la justicia intrínseca de los ideales de bondad

que aquel profesaba, ni tampoco sobre la perfección de los cánones de belleza

ajenos que ya había integrado a su cultura. Se pregunta por la aptitud del sistema

social, político y económico global que los incluía para crear y extender a todos los

hombres aquellos anhelos de prosperidad, saber, justicia y belleza.

Los designios pregonados pero jamás cumplidos quedaban al desnudo. Esta

circunstancia no conducía, empero, a dudar de la validez del propio proyecto –

como ha ocurrido con el europeo cada vez más escéptico- sino a desenmascarar

su falta de autenticidad. Se generaliza la convicción de que los ideales

pregonados reconocían una íntima ligazón con las ganancias que se extraían; que

la belleza y la verdad veneradas no eran más que alicientes del enganche servil,

sólo destinadas a mantener un mundo dividido en posiciones diametralmente

opuestas de riqueza y miseria.

El proceso conducente a esta reducción puede ejemplificarse por medio del

análisis de lo ocurrido, a los pueblos americanos a lo largo de cuatro siglos de

conjunción con los agentes de la civilización europea. En el curso de este proceso,

todos los pueblos americanos resultaron profundamente afectados. Sus

sociedades fueron remoldeadas desde la base, se vio alterada su composición

étnica y degradadas sus culturas por la pérdida de la autonomía en la dirección de

las transformaciones que experimentaban. Se operó de este modo la

94
transmutación de una multiplicidad de pueblos autónomos poseedores de

tradiciones auténticas, en unas pocas sociedades espurias, de cultura alienada,

cuyo estilo de vida más reciente presenta una tremenda uniformidad como efecto

de la acción dominadora de una voluntad externa.

Los sobrevivientes de las viejas civilizaciones americanas y las nuevas sociedades

surgidas como subproductos de las factorías tropicales, adquirieron una nueva

conformación. Resultaron de la aplicación de proyectos europeos acometidos para

hurtar las riquezas acumuladas o explorar las vetas de minerales preciosos en

unos sitios, para producir azúcar o tabaco en otros, pero que en todos los casos

tuvieron como única finalidad la obtención de ganancias. Sólo incidentalmente y

casi siempre como algo no esperado ni querido por los promotores de la empresa

colonial, este esfuerzo dio como resultado la constitución de sociedades nuevas.

Únicamente en el caso de las colonias de poblamiento hay una deliberada

intención de dar origen a un nuevo núcleo humano, suficiente explicitada y

planeada para condicionar el impulso emprendedor a las exigencias de ese

objetivo. Aún en estos casos, las nuevas formaciones crecen tan espurias como

las demás, ya que estas también son el resultado de proyectos ajenos y designios

extraños a sí mismas.

Solamente gracias a una obstinación secular operada en las esferas más

profundas y menos explícitas de la vida de estas sociedades coloniales, se fue

cumpliendo el proceso de su reconstrucción. En estos niveles recónditos se

ejercía su creatividad cultural de autoedificación. Primero, como etnias

diferenciadas de las matrices originales luchando por librarse de las condiciones

impuestas por la degradación colonial. Más tarde, como nacionalidades dirigidas a

95
conquistar el comando de su propio destino. Inicialmente, este empeño se cumplió

sólo en los sectores apartados, en donde el control de las autoridades coloniales

era más débil. Después se extendió a todas partes, pugnando por contrarrestar la

acción oficial celosamente orientada a mantener y ahondar la sumisa vinculación

con la Metrópoli.

Los permanentes obstáculos no interrumpieron esta reacción natural y necesaria

que iba componiendo la urdimbre de la nueva configuración sociocultural auténtica

dentro de la espuria. Cada paso adelante exigía tenaces esfuerzos, ya que todo

conspiraba contra su autenticidad. En el orden económico, la subordinación al

comercio exterior que regulaba la mayoría de las actividades y aplicada a la

producción de artículos exportables casi la totalidad de la fuerza de trabajo. En la

órbita social, el obstáculo estaba en la propia contextura de la pirámide de

estratificación social, rematada por una clase que a la vez que constituía la

dirección oligárquica de la sociedad nueva formaba parte de la clase dominante

del sistema colonial, actuando consecuentemente en la conservación de la

dependencia con la Metrópoli. En el plano ideológico, operaba un complejo

aparato de instituciones reguladoras y adoctrinantes cuyo efecto fue coartar la

independencia de criterio y generar alienación al imponer la aceptación de los

valores religiosos, filosóficos y políticos destinados a justificar el colonialismo

europeo.

Estos sistemas de coacción ideológica cobraban enorme poder porque inducían al

pueblo y a las élites de la sociedad sometida, a internalizar una visión del mundo y

de sí mismos que les era ajena y que tenía por función real el mantenimiento del

dominio europeo. Esta adopción de la conciencia del “otro” determina el carácter

96
espurio de las culturas nacientes, impregnadas en todas sus dimensiones de

valores exógenos y desarraigantes.

Así como Europa llevó a los pueblos abarcados por su red de dominación sus

variadas técnicas e inventos –como los métodos para extraer oro, cultivar la caña

de azúcar, sus ferrocarriles y telégrafos-, también introdujo en estos su carga de

conceptos, preocupaciones e idiosincrasias referidos a ella misma y al resto del

mundo, incluidos los correspondientes a los pueblos coloniales. Estos, privados de

las riquezas por siglos acumuladas y del fruto de su trabajo bajo el régimen

colonial sufrieron además, la degradación de asumir como imagen propia lo que

no era más que un reflejo de la visión europea del mundo que los consideraba

racialmente inferiores por ser negros, indígenas o mestizos. En consecuencia,

explicaba su atraso como una fatalidad derivada de características innatas e

ineludibles, de pereza, de falta de ambición, de tendencia a la lujuria, etcétera.

Al vedarles el estatuto colonial la dirección de sus asuntos políticos y económicos,

tampoco dio lugar a la necesaria autonomía en su creatividad cultural. Se frustraba

de esta manera toda posibilidad de asimilación e integración, en el contexto

cultural propio, de las innovaciones que les eran impuestas, rompiéndose así

irremediablemente la integración entre la esfera de la conciencia y el mundo de la

realidad. En estas circunstancias, alienados por ideas ajenas mal asimiladas,

extrañas a su propia experiencia y vinculadas en cambio a los afanes europeos

para justificar el despojo y fundamentar desde el punto de vista ético el dominio

colonial, se apretaban más sus lazos de dependencia.

Aun las capas más lúcidas de los pueblos extraeuropeos se acostumbraron a

verse y a ver a sus pueblos como una infrahumanidad destinada a un papel

97
subalterno, por ser intrínsecamente inferior a la europea. Únicamente en las

colonias de poblamiento, fundadas en climas y paisajes más parecidos a los de la

patria de origen y cuyos integrantes eran racialmente europeos, dejaron estas

formas de dominio moral de representar su papel alienador. Por el contrario, estos

trasplantes humanos mostraban, al igual que los europeos, el orgullo de su

blancura, de su clima, de su religión, de su lengua, atribuyendo los éxitos que

finalmente lograron a la excelencia de tales características.

Para los pueblos que tenían por cimiento las viejas civilizaciones americanas y

para los nacidos de las factorías tropicales, compuestos por gentes de piel morena

o negra y situados en ambientes distintos, estas formas de alienación significaron

una deformación retardaría de la que sólo en nuestros días han comenzado a

liberarse. En estos casos la cultura naciente, en lo que concierne al ethos

nacional, se configuró bajo la erradicación compulsiva de las concepciones

etnocéntricas tribales del indio y del negro, que les permitían aceptar con orgullo

su propia imagen para ellos prototipo de lo humano. En segundo término, la

formación de una nueva concepción de sí mismos, que por reproducir las ideas de

sus dominadores, era necesariamente degradante, puesto que los describía como

criaturas grotescas, intrínsecamente inferiores y por eso incapacitados para el

progreso.

Esta autoimagen espuria, generada en el esfuerzo de situarse en el mundo, de

encontrar explicación a su propia experiencia y atribuirse una predestinación, se

corporiza como una colcha de retazos, en la que se han unido trozos provenientes

de sus antiguas tradiciones y de las europeas, tal como estas podían ser

percibidas desde su perspectiva de esclavos y dependientes.

98
A nivel del ethos nacional, esta ideología toma el cariz de una explicación del

atraso y la pobreza, fundada en la inclemencia del clima tropical, en la inferioridad

de las razas de piel oscura, en la pérdida de cualidades positivas resultante del

mestizaje. En la esfera religiosa, se plasma en cultos sincréticos en los cuales el

cristianismo se mezcla con creencias africanas e indígenas, que dan lugar a

variantes más distanciadas aún de las corrientes cristianas europeas que

cualquiera de las más heterodoxas herejías de aquel origen. Sin embargo, estos

cultos llenaban satisfactoriamente su cometido genérico de dar consolidación al

hombre ante la miseria de su destino terreno; del mismo modo se adecuaban

también sus funciones específicas de soporte del sistema, justificando

alegóricamente el dominio blanco europeo, e induciendo a las multitudes a una

actitud pasiva y resignada frente al mismo.

En el orden social, el nuevo ethos produjo actitudes conformistas frente a la

estratificación social al concebir la prevalencia de los blancos y la subordinación

de los morenos, la riqueza de unos y la pobreza de otros, como naturales y

necesarias. Respecto de la organización de la familia, contrapone dos modelos: el

de la clase dominante, revestido de los sacramentos que le daban legitimidad y

continuidad; y el de las clases populares que degeneraba en apareamientos

sucesivos al modo de una regresión a formas anárquicas de matriarcado. En este

universo espiritual espurio, los propios valores que dan sentido a la existencia y

mueven al individuo a luchar por fines sociales prescriptos, se formulan como

justificativos del ocio y la rapiña practicados por las capas oligárquicas, en tanto

que paralelamente, implican un llamado a la humildad y laboriosidad dirigido a los

pobres.

99
En el plano social, el ethos colonialista se configura como una justificación de la

jerarquización racial por la internalización, tanto en el indio como en el negro y el

mestizo, de una conciencia mistificada de su sujeción. Se explica así el destino de

las capas subalternas por sus caracteres raciales y no por la explotación de que

son víctimas. De este modo, el colonialista no sólo impone su dominio sino que

también se autodignifica, al mismo tiempo que subyuga al negro, al indio y a sus

mestizos y degrada las imágenes étnicas que tenían de sí mismos. Además de

despersonalizarlos –porque se convierten en mera condición material de la

existencia del estrato dominador- las capas subalternas son alienadas en lo más

recóndito de sus conciencias por la asociación del color “oscuro” con la idea de

sucio, y del color blanco con la de limpio. Los mismos contingentes blancos que

caen en la pobreza confundiéndose con las otras capas por su modo de vida,

capitalizan la “nobleza” de su color que les da una marca distintiva compartida con

la capa dominante casi exclusivamente blanca o blanca por definición. El negro y

el indio que se liberan de la condición de esclavos ascendiendo a la de

trabajadores libres, continúan sustentando esta conciencia alienada que opera

insidiosamente, impidiéndoles percibir el carácter real de las relaciones sociales

que los inferiorizan. En cuanto prevalece este ethos alienador, el indio, el negro y

sus mestizos no pueden abandonar estas actitudes que los compelen, tanto a

comportarse socialmente según aquellas expectativas –que los describen

necesariamente rudos e inferiores- como a desear “blanquearse”, ya sea por la

conducta resignada “de quien conoce su lugar” en la sociedad, o por el

cruzamiento preferencial con elementos blancoides para producir una prole “más

limpia de sangre”.

100
Todas estas concepciones justificatorias de la dominación colonial constituyen la

más pesada herencia dejada por la civilización occidental y cristiana a los pueblos

atrapados en las mallas de su expansión. Actuaron en conjunto como cristales

deformadores colocados ante las culturas nacientes, que les han impedido crear

una imagen auténtica del mundo, una concepción genuina de sí mismas y, sobre

todo, las han vuelto ciegas a las realidades más notorias.

Frente a su evidente adaptación a las condiciones climáticas en que vivían, las

élites coloniales suspiraban por la “amenidad” del clima europeo, mostrando de

distintas maneras cómo las incomodaba el calor “sofocante”. Parecían desterrados

de su propia tierra. No obstante su notoria preferencia por las mujeres morenas,

ansiaban la blancura de las europeas, lo que estaba en consonancia con el ideal

de belleza femenina que les había sido inculcado.

La intelectualidad de los pueblos coloniales, sumergida en esta alienación,

únicamente utilizaba conceptos de este tipo para explicar el atraso de sus pueblos,

en relación con el progreso de los blancos europeos. Tanto se enredaba en estas

malezas ideológicas, que jamás llegó a percibir la evidencia mayor y más

significativa puesta delante de sus ojos y que era la sujeción en que siempre

estuvieron uncidos, por sí sola más explicativa de su modo de ser y de su destino

que cualquiera de los supuestos percances que tanto la preocupaban.

La ruptura de esta alienación por parte de los pueblos morenos de la América,

sólo se iniciaría después de siglos de esfuerzos pioneros tendientes a

desenmascarar la trama. En realidad recién en nuestros días se está alcanzando

esta superación, gracias a que la propia figura nacional mestiza es ya aceptada

con orgullo; a que se ha logrado apreciar de manera crítica el propio proceso

101
formativo; y a que se ha reconquistado una autenticidad cultural que comienza a

hacer del ethos nacional el reflejo de la imagen verdadera y de las experiencias

concretas de cada pueblo, y también una incitación para enfrentar las causas del

atraso y la miseria imperantes durante siglos.

El nuevo ethos de los pueblos extraeuropeos, fundamentado en sus valores

propios, les va devolviendo a un tiempo el sentimiento de su dignidad y la

capacidad de integrar sus poblaciones en sociedades nacionales auténticas y

dotadas de unidad. Comparado con el ethos de algunas sociedades arcaicas, que

se derrumbaron ante el ataque de grupos numéricamente inferiores, las nuevas

formaciones presentan una calidad distinta debido a su coraje de autoafirmación y

a su capacidad de defensa y agresión. A fin de percibir esta diferencia, basta

comparar los episodios de la conquista española del siglo XVI, o de las campañas

inglesas, holandesas y francesas en África y Asia tres siglos después, con las

luchas por la independencia de las naciones americanas en el pasado siglo y, en

nuestros días con la guerra de liberación de Argelia, las revueltas de los pueblos

del Congo y Angola, de los Mau-Mau y, sobre todo, la actuación de los vietnamitas

de hoy, En todos estos casos, a pesar de la superioridad de sus equipos bélicos

las grandes potencias van siendo vencidas.

El surgimiento de este nuevo ethos es el síntoma más irrebatible de que el ciclo

civilizador europeo-occidental llega a su conclusión. La civilización romana, y

tantas otras, después de actuar por siglos como centros de expansión volcados

sobre amplias regiones a las que sometían fácilmente, vieron cómo los pueblos de

ese circuito, una vez maduros gracias a la adopción de las técnicas y valores de la

civilización expansionista, se volvían sobre el antiguo centro en incontenibles

102
avalanchas. Del mismo modo, la civilización occidental experimenta en nuestros

días el reflujo de los pueblos que puso bajo su égida. Pero este proceso ya no se

cumple en forma de ataques destructores del antiguo centro rector, sino como

rebeliones libertarias de pueblos sojuzgados que reasumen su imagen ética y se

asignan papeles protagónicos en la historia humana. Por otra parte, este reflujo no

habrá de aparejar la caída en una nueva “edad oscura” con la inmersión de los

pueblos en nuevos feudalismos. Producirá el sacudimiento del yugo del sistema

policéntrico que sucedió a la dominación europea, para integrar todos los pueblos

en el conjunto de una nueva civilización, por fin ecuménica y humana.

Bolívar, en un discurso de 1819, se preguntaba por el lugar que ocuparían y por el

papel que habrían de tener los pueblos latinoamericanos en la nueva civilización

que se anunciaba, y comparaba el mundo hispanoamericano con el europeo en

estos términos:

Al desprenderse la América de la monarquía española, se ha encontrado

semejante al Imperio Romano, cuando aquella enorme masa cayó dispersa en

medio del antiguo mundo. Cada desmembramiento formó entonces una nación

independiente, conforme a su situación o a sus intereses; pero con la diferencia de

que aquellos miembros volvían a restablecer sus primeras asociaciones. Nosotros

ni conservamos vestigios de lo que fue en otro tiempo: no somos europeos, no

somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles.

Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto

de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que

nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más

extraordinario y complicado.

103
Este razonamiento pone de manifiesto la perplejidad del neoamericano que al

volverse sujeto activo de la historia, inquiere qué es entre los pueblos del mundo,

puesto que no pertenece ni a Europa, ni a Occidente, ni a la América original.

Al igual que los pueblos del ámbito extraeuropeo, los mismos europeos

emergentes del dominio romano no eran ya idénticos a su ser anterior. Siglos de

ocupación y de actuación los habían transformado desde el punto de vista cultural

y lingüístico. Francia es una empresa cultural romana, como lo son también los

pueblos ibéricos y Rumanía, frutos todos de la sujeción de pueblos tribales al

cónsul, al mercader, al soldado romano; pero también frutos de las invasiones

bárbaras posteriores. Las tribus germánicas y eslavas más resistentes a la

romanización arribaron a la condición de pueblos, impulsadas por la acción

civilizadora de Roma, transformándose igualmente a lo largo de este proceso.

El poder coercitivo de la civilización europea sobre su área de expansión

americana fue, sin embargo, muy superior al de la romana. En toda Europa

sobreviven lenguas y culturas no latinas e inclusive dentro de las regiones

latinizadas, subsisten bolsones étnicos que atestiguan hasta qué punto resultó

viable la resistencia a la romanización. En las Américas, exceptuando las altas

civilizaciones indígenas y el caso del Paraguay, aislado de contactos por su

temprano encierro, a lo que Europa no consiguió asimilar de una manera

concluyente, el resto resultó moldeado por completo de acuerdo con el patrón

lingüístico y cultural europeo. El español, el portugués y también el inglés

hablados en las Américas, son mucho más homogéneos e indiferenciados que los

idiomas de la Península Ibérica y de las Islas Británicas. Esta uniformidad

lingüística, cultural y también étnica, sólo es explicable como resultado de un

104
proceso civilizatorio mucho más intenso y poderoso, capaz por ello de fundir los

contingentes más dispares en la constitución de nuevas variantes de las etnias

civilizadoras.

La macroetnia posromana de los pueblos ibéricos, que ya había resistido el

prolongado dominio de los moros musulmanes africanizándose racial y

culturalmente, debió pasar en América una prueba similar. Al ponerse en contacto

con millones de indígenas y con otros tantos millones de negros sufrió una nueva

transfiguración, enriqueciendo su patrimonio biológico y cultural por el mestizaje y

la aculturación. Debió, sin embargo, impedir su desintegración a fin de imponer su

lengua y su perfil cultural básico a las etnias que haría nacer. Esta hazaña fue

cumplida por unos 200 000 europeos que en el siglo XVI llegaron a dominar a

millones de indios y negros, fundiéndolos en un complejo cultural diferente cuya

extraordinaria uniformidad fue proporcionada por el cimiento ibérico.

Los latinoamericanos son hoy el producto de 2000 años de latinidad, mezclada

con poblaciones mongoloides y negroides, aderezada con la herencia de múltiples

patrimonios culturales y cristalizada bajo la compulsión de la esclavitud y de la

expansión salvacionista ibérica. Es decir, que son una civilización tan vieja como

las más antiguas en lo que respecta a su cultura, y a la vez que constituyen

pueblos tan nuevos como los más recientes en cuanto a etnias. El patrimonio

antiguo se expresa socialmente en lo que tienen de peor: la pose consular y

alienada de las clases dominantes; los hábitos caudillescos de mando y el gusto

por el poder personal; la profunda discriminación social entre ricos y pobres que

separa más a los hombres que el color de su epidermis; las costumbres señoriales

que llevan implícitos el gusto por la holganza; el cultivo de la cortesanía entre

105
patricios y el desprecio por el trabajo; el conformismo y la resignación de los

pobres con su pobreza. Lo nuevo se manifiesta en la afirmación enérgica que

brota de las clases oprimidas, por fin conscientes del carácter profano y

erradicable de la miseria en que siempre han vivido. Se expresa también en la

asunción cada vez más lúcida y orgullosa de su propia imagen étnica de mestizos,

así como la percepción precisa de las causas reales de su atraso y su

consecuente alzamiento contra el orden vigente.

La revolución social latinoamericana implica el choque de dos concepciones de la

vida y la sociedad. Esta devolverá un día a los pueblos de la América morena el

impulso creador perdido hace ya siglos por sus matrices ibéricas; perdido desde el

momento en que quedaron al margen de la Revolución Industrial entrando por ello

en decadencia. Significará también el ingreso de los latinoamericanos en el

diálogo entablado a escala mundial, puesto que tienen una contribución específica

que hacer a la nueva civilización ecuménica. Y esta contribución consistirá,

esencialmente, en lo que ellos son como configuración étnica. Más humanos

porque incorporan más rasgos raciales y culturales del hombre. Más generosos,

porque permanecen abiertos a todas las influencias y se inspiran en una ideología

integradora de todas las razas. Más progresistas, ya que su futuro se cifra

únicamente en el desarrollo del saber y en la aplicación generalizada de la ciencia

y la técnica. Más optimistas, porque saliendo de la miseria saben que el mañana

será mejor que el ayer y el hoy. Y también más libres, puesto que sus proyectos

nacionales de progreso no suponen la opresión ni el despojo de otros pueblos.

106
Tipología étnico-nacional.

Los pueblos extraeuropeos del mundo moderno pueden ser clasificados en cuatro

grandes configuraciones histórico-culturales. Cada una de ellas engloba

poblaciones muy diferenciadas pero también suficientemente homogéneas en

cuanto a sus características étnicas básicas y en cuanto a los problemas de

desarrollo que enfrentan, como para ser legítimamente tratadas como categorías

distintas. Tales son las de los pueblos testimonio, los pueblos nuevos, los pueblos

transplantados y los pueblos emergentes.

Los primeros están constituidos por los representantes modernos de viejas

civilizaciones autónomas sobre las cuales se abatió la expansión europea. El

segundo grupo, designado como pueblos nuevos, está representado por los

pueblos americanos plasmados en los últimos siglos como un subproducto de la

expansión europea por la función y aculturación de matrices indígenas, negras y

europeas. El tercero –pueblos transplantados- está integrado por las naciones

constituidas por la implantación de contingentes europeos en ultramar que

mantuvieron su perfil étnico, su lengua y cultura originales. Por último, componen

el grupo de pueblos emergentes las naciones nuevas de África y de Asia cuyas

poblaciones ascienden de un nivel tribal, o de la condición de meras factorías

coloniales, a constituir etnias nacionales.

Estas categorías se fundan en dos premisas. Primero, la de que la apariencia que

presentan en nuestros días los pueblos que las forman, es el resultado de la

expansión mercantil europea y de la reordenación posterior del mundo por la

civilización industrial. Segundo, la de que habiendo sido estos pueblos

originalmente distintos en lo relativo a su raza, organización social y cultural,

107
conservaron características peculiares que, al mezclarse con las de otros pueblos,

dio como resultado la formación de componentes híbridos singulares. Estos

presentan suficiente uniformidad tipológica como para ser tratados como

configuraciones distintas y explicativas de su modo de ser.

Estas configuraciones no deben ser consideradas como entidades socioculturales

independientes como son las etnias puesto que carecen de una integración

mínima que las ordene internamente y les permita actuar como unidades

autónomas; tampoco deben ser confundidas con formaciones económico-sociales

o socio-culturales porque ellas no representan etapas necesarias del proceso

evolutivo sino meras condiciones bajo las cuales este opera. Las entidades

efectivamente actuantes son las sociedades y culturas particulares que las

componen y, sobre todo, los estados nacionales en que se dividen. Ellos

constituyen las unidades operativas tanto en lo que respecta a la interacción

económica como a la ordenación social y política; constituyen además los marcos

étnicos nacionales reales dentro de los cuales se cumple el destino de los

pueblos.

Las formaciones económico-sociales son categorías de otro tipo –como el

capitalismo mercantil o el colonialismo esclavista- igualmente significativo pero

distintas de las aquí descritas.

Las configuraciones histórico-culturales propuestas forman categorías

congruentes de pueblos, fundadas en el paralelismo de su proceso histórico de

formación étnico-cultural, en la uniformidad de sus características sociales y de los

problemas de desarrollo con que se enfrentan. Para determinar la situación de

cada pueblo extraeuropeo en el ámbito mundial y explicar cómo han llegado a ser

108
lo que ahora son, resulta mucho más útil la referencia a estas amplias

configuraciones que la consideración de las nacionalidades, composiciones

raciales o favores climáticos, religiosos y de otro tipo que presentan. Se hace

posible de este modo entender por qué los pueblos han vivido procesos históricos

de desarrollo social y económico tan diferenciados y determinar, en cada caso,

qué elementos han actuado como aceleradores o retardadores de su integración

al estilo de vida de las sociedades industriales modernas.

La tipología que expondremos a continuación pretende ser una clasificación de

categorías históricas, resultantes de los procesos civilizatorios cuyo cumplimiento

en los últimos siglos afectó a todos los pueblos con la condición de sociedades y

culturas autónomas, a la de competentes subalternos de sistemas económicos de

dominación mundial distinguidos por el carácter espurio de sus culturas y que, en

el momento actual, cuando han ingresado en el curso de la civilización moderna,

protagonizan movimientos de emancipación tendientes a devolverles la

autonomía.

La primera de estas configuraciones, que designamos como pueblos testimonio,

está integrada por los sobrevivientes de altas civilizaciones autónomas que

sufrieron el impacto de la expansión europea. Son los resultantes modernos de la

acción traumatizante de aquella expansión y de sus esfuerzos de reconstrucción

étnica como sociedades nacionales modernas. Aunque han reasumido su

independencia no han vuelto a ser lo que fueron debido a que en ellos se ha

operado una transformación, no sólo por la conjunción de las dos tradiciones, sino

por el esfuerzo de adaptación a las condiciones que tuvieron que enfrentar como

integrantes subalternos de sistemas económicos de ámbito mundial y por los

109
impactos directos y reflejos que sufrieron de la Revolución Mercantil y la

Revolución Industrial.

Más que los pueblos retrasados en la historia son pueblos despojados de la

historia. Contaban originalmente con enorme acopio de riquezas que ahora

podrían ser utilizadas para costear su integración en los sistemas industriales de

producción, si no hubieran sido saqueados por el europeo. Este pillaje prosiguió

en los siglos posteriores con el despojo del producto del trabajo de sus pueblos.

Casi todos se encuentran aún adscritos al sistema imperialista mundial que les fija

un lugar y un papel determinados, lo que limita sus posibilidades de desarrollo

autónomo. Siglos de subyugación les dejaron profundas deformaciones que no

sólo empobrecieron sus poblaciones sino que también traumatizaron toda su vida

cultural.

Su problema básico es el de integrar en su propio ser nacional las dos tradiciones

culturales que han heredado y que frecuentemente resultan opuestas. Por un lado,

la contribución europea consistente en técnicas y en contenidos ideológicos, cuya

incorporación al antiguo patrimonio cultural se cumplió a costa de la redefinición

de todo su modo de vida así como de la alienación de su visión de sí mismos y del

mundo. Por otro, su antiguo acervo cultural, que a pesar de haber sido

dramáticamente reducido y traumatizado, pudo conservar algunos elementos,

como por ejemplo, lenguas, formas de organización social, conjuntos de creencias

y valores, que permanecieron profundamente arraigados en vastos contingentes

de la población, además de un patrimonio de saber vulgar y de estilos artísticos

peculiares que encuentran ahora oportunidades de reflorecer como instrumentos

de autoafirmación nacional.

110
Atraídos simultáneamente por las dos tradiciones, pero incapaces de fundirlas en

una síntesis a la que toda su población le confiera un significado, mantienen aún

hoy dentro de sí el conflicto entre la cultura original y la civilización europea.

Algunos de ellos experimentaron una “modernización” dirigida por las potencias

europeas que los dominaron; otros se vieron compelidos a promoverla

intencionalmente o a intensificarla como condición de sobrevivencia y de progreso

ante el excesivo despojo soportado, o bien como medio de superar los

inconvenientes del atraso tecnológico y lo arcaico de sus estructuras sociales.

En este bloque de pueblos testimonio se encuentran la India, China, Japón, Corea,

Indochina, los países islámicos y algunos otros. En la América están

representados por México, por algunos países de la América Central y por los

pueblos del altiplano andino, sobrevivientes de las civilizaciones azteca y maya los

primeros, y de la civilización incaica los últimos.

De los pueblos testimonio únicamente Japón y más recientemente, aunque de

modo incompleto, China, consiguieron incorporar a sus respectivas economías la

tecnología industrial moderna y reestructurar sus propias sociedades sobre bases

nuevas. Todos los demás se caracterizan por dividirse en un estamento dominante

más europeizado, a veces biológicamente mestizo pero culturalmente integrado en

los estilos modernos de vida, opuesto por ello a las grandes masas principalmente

campesinas, marginales sobre todo por su adhesión a modos de vida arcaicos que

las hacen resistentes a la modernización.

Los dos núcleos de pueblos testimonio de América, como pueblos conquistados y

sometidos de manera total, sufrieron un proceso de compulsión europeizante

mucho más violento que arrojó como resultado su compleja transfiguración étnica.

111
Sus perfiles étnico-nacionales de hoy ya no son los originales. Los descendientes

de la antigua sociedad, mestizados con europeos y negros, adquieren nítidos

perfiles neohispánicos. Mientras que los demás pueblos no europeos de alta

cultura, no obstante haber sufrido también los efectos del sometimiento, apenas

matizaron su figura étnico-cultural original con influencias europeas, en América es

precisamente la etnia neoeuropea la que se tiñe con los colores de las antiguas

tradiciones culturales, sacando de ellas características que la singularizan.

Comparados con las otras etnias americanas, los pueblos testimonio se distinguen

tanto por la presencia de los valores de la vieja tradición que mantuvieron y que

les confieren la imagen que ostentan, como por su proceso de reconstrucción

étnica muy diferenciado. En las sociedades mesoamericanas y andinas, los

conquistadores españoles se establecieron desde un principio como una

aristocracia que desplazó a la vieja clase dominante y puso a su servicio a las

clases intermedias y a toda la masa servil. Gracias a esta sustitución pudieron

construir palacios que superaban a los más ricos de la vieja nobleza española, y

erigir templos de un lujo jamás visto en la Península. Ello les permitió sobre todo

montar un sistema compulsivo de euroccidentalización que, partiendo de la

erradicación de la clase dominante nativa y de su capa erudita, montó finalmente

un fantástico dispositivo de asimilación y represión que iba desde la catequesis

masiva y la creación de universidades, al mantenimiento de fuertes contingentes

militares, prestos a actuar ante cualquier tentativa de rebelión.

Al margen de las tareas que implica el desarrollo socioeconómico, comunes a

todas las naciones subdesarrolladas, los representantes contemporáneos de los

pueblos testimonio se enfrentan con problemas culturales específicos resultantes

112
del desarrollo que significa incorporar sus poblaciones marginales en el nuevo

ente nacional y cultural que surge, desligándolas de las tradiciones arcaicas

menos compatibles con el estilo de vida de las sociedades industriales modernas.

Algunos de sus componentes humanos básicos constituyen entidades étnicas

distintas por su diversidad cultural y lingüística y por su autoconciencia de etnia

diferenciada dentro de la nación que integran. No obstante los siglos de opresión

tanto colonial como nacional en el curso de los cuales todas las formas de apremio

fueron utilizadas con el propósito de asimilarlos, ellos continuaron fieles a su

identidad étnica conservando modos de conducta y concepciones del mundo

peculiares. Esta resistencia secular nos está diciendo que probablemente estos

contingentes permanecerán diferenciados, a semejanza de los grupos étnicos

enquistados en la mayoría de las nacionalidades europeas actuales. En el futuro

participarán en la vida nacional, sin renunciar a su carácter, como lo hacen los

judíos o los gitanos en tantas naciones, o bien constituirán bolsones

etnolingüísticos equivalentes a los existentes en España, Gran Bretaña, Francia,

Checoslovaquia y Yugoslavia. Para alcanzar esta forma de integración, sin

embargo, será necesario concederles un mínimo de autonomía que nunca

poseyeron y acabar con el empeño de forzar su incorporación a la vida nacional

como componentes indiferenciados. Asimismo, se requerirá que los pueblos

testimonio acepten su carácter real de entidades multiétnicas.

La segunda clasificación histórico-cultural está constituida por los pueblos nuevos,

surgidos de la conjunción, deculturación y fusión de matrices étnicas africanas,

europeas e indígenas. Los denominamos pueblos nuevos en atención a su

característica fundamental de especie-novae, puesto que componen entidades

113
étnicas distintas de sus matrices constitutivas y que representan, en alguna

medida, anticipaciones de lo que probablemente habrán de ser los grupos

humanos de un futuro remoto, cada vez más mestizados y aculturados y, de este

modo, uniformados desde el punto de vista racial y cultural.

Los pueblos nuevos se formaron por la confluencia de contingentes

profundamente dispares en cuanto a sus características raciales, culturales y

lingüísticas, como un subproducto de proyectos coloniales europeos. Al reunir

negros, blancos e indios en las grandes plantaciones tropicales o en las minas,

con la finalidad exclusiva de surtir los mercados europeos y de producir ganancias,

las naciones colonizadoras plasmaron pueblos profundamente diferenciados de

ellas mismas y de todas las etnias que las componían.

Aunados en las mismas comunidades, estos contingentes básicos aunque

ejercían papeles sociales distintos, acabaron mezclándose. Así, al lado del blanco

que desempeñaba la jefatura de la empresa del negro esclavo, del indio también

cautivo o tratado como mero obstáculo que debía eliminarse, fue surgiendo una

población mestiza en la que se fundían aquellas matrices en las más variadas

proporciones. En este encuentro de pueblos aparecen linguas francas como

instrumentos indispensables de comunicación y surgen culturas sincréticas,

formadas por elementos procedentes de los diversos patrimonios que mejor se

ajustaban al nuevo modo de vida.

Pocas décadas después de inauguradas las empresas coloniales, la nueva

población, nacida e integrada en aquellas plantaciones y minas, ya no era

europea, ni africana, ni indígena, sino que configuraba las protocélulas de una

nueva entidad étnica. Al crecer vegetativamente o por la incorporación de nuevos

114
contingentes, aquellas protocélulas fueron conformando los pueblos nuevos que

paulatinamente tomarían conciencia de su especificidad constituyendo luego

nuevos complejos culturales y, por último, etnias defensoras de su autonomía

nacional.

Los pueblos nuevos surgieron jerarquizados, del mismo modo que los pueblos

testimonio, a causa de la gran distancia social que separaba a su clase señorial

compuesta por hacendados, dueños de minas, comerciantes, funcionarios

coloniales y clérigos, de la masa esclava utilizada exclusivamente como fuerza

productiva. Su clase dominante no llegó a componer, sin embargo, una

aristocracia extranjera que rigiera el proceso de europeización, entre otras

razones, porque no encontró una antigua clase nombre y letrada a la que hubiera

que suplantar. Por lo común la componían rudos empresarios, señores de sus

tierras y de sus esclavos, forzados a vivir en su empresa y a dirigirla

personalmente con la ayuda de una pequeña capa intermedia de técnicos,

capataces y sacerdotes. En los lugares donde la explotación adquirió prosperidad

suma, como en las zonas azucareras y mineras del Brasil y las Antillas, pudieron

darse el lujo de erigir residencias señoriales, viéndose precisados a ampliar la

clase intermedia tanto en los ingenios como en las villas costeras dedicadas al

comercio con el exterior. Estas villas se convirtieron luego en ciudades que

exhibían, principalmente en sus templos, la opulencia económica de esta clase.

Sin destacarse tanto como la aristocracia de los pueblos testimonio, alcanzó no

obstante, mayor brillo y “civilización” que la clase alta de los pueblos

trasplantados.

115
Pero no era esta la cumbre de una sociedad auténtica, sino apenas la clase

gerencial de una empresa económica europea en los trópicos. Sólo muy

lentamente lograron sus miembros la capacidad que les permitía asumir la jefatura

nativa y, cuando esto ocurrió, impusieron a la sociedad entera transformada en

nacionalidad, una ordenación oligárquica basada en el monopolio de la tierra, con

lo que aseguraron la continuación de su papel rector y mantuvieron invariable la

situación de las clases populares: simple fuerza de trabajo servil o libre, puesta al

servicio de sus privilegios.

Ninguno de los pueblos de este bloque constituyó una nacionalidad multiétnica. En

todos ellos el proceso de formación fue lo suficientemente violento como para

compeler a la fusión de las matrices originales en nuevas unidades homogéneas.

Solamente Chile, por su formación peculiar, conserva en el contingente araucano

de casi 200 000 indios, una microetnia diferenciada de la nacional, históricamente

reivindicativa del derecho de ser ella misma, por lo menos como modalidad

diferenciada de participación en la sociedad nacional.

Los chilenos y los paraguayos contrastan también con los otros pueblos nuevos

por la ascendencia principalmente indígena de su población y por la ausencia del

contingente negro esclavo y del sistema de plantaciones que tuviera papel tan

relevante en la formación de los brasileños, antillanos, colombianos y

venezolanos. Ambos representan por esto, conjuntamente con la matriz étnica

original de los rioplatenses, una variante de los pueblos nuevos. La composición

predominantemente indoespañola de los pueblos testimonio se diferencia de esta

variante de los pueblos nuevos, porque en estos sus poblaciones indígenas

116
originales no habían alcanzado un nivel de desarrollo cultural comparable al de los

mexicanos o al de los incas.

En su forma acabada, los pueblos nuevos son el producto de la selección de

aquellos elementos raciales y culturales de las matrices formadoras que mejor se

ajustaron a las condiciones que les fueron impuestas, de su esfuerzo por

adaptarse al medio así como de la presión que sobre ellos ejerció el sistema

socioeconómico en que se injertaron. Un papel decisivo en su formación le cupo a

la esclavitud ya que, al operar como fuerza destribalizadora, apartó las nuevas

criaturas de las tradiciones ancestrales transformándolas en el subproletariado de

la sociedad naciente. En ese sentido, los pueblos nuevos se originaron tanto por la

deculturación de sus patrimonios tribales indígenas y africanos, como por la

aculturación selectiva de sus patrimonios, a la que hay que agregar la creatividad

de los mismos frente al nuevo medio.

Desvinculados de sus matrices americanas, africanas y europeas y desligados de

sus tradiciones culturales, constituyen hoy pueblos en situación de disponibilidad,

condenados a integrarse a la civilización industrial como gente que solamente

tiene futuro en el futuro del hombre. Es decir, su futuro depende de su integración

progresiva en el proceso civilizatorio que les dio origen, aunque ya no como

regiones coloniales esclavistas del capitalismo mercantil, ni como dependencias

neocoloniales del imperialismo industrial, sino como formaciones autónomas,

capitalistas o socialistas, capaces de incorporar la tecnología de la civilización

moderna a sus sociedades y de elevar su población al nivel de educación y de

consumo de los pueblos más avanzados.

117
La tercera configuración histórico-cultural está representada por los pueblos

trasplantados, y corresponde a las naciones modernas creadas por la migración

de poblaciones europeas hacia los nuevos espacios mundiales, donde procuraron

reconstruir formas de vida idénticas en lo esencial a las de origen. Cada una de

estas poblaciones se estructuró de acuerdo con los modelos económicos y

sociales proporcionados por la nación de que provenía y llevó adelante en las

tierras adoptivas procesos de renovación ya existentes en el ámbito europeo.

Inicialmente fueron reclutados entre los grupos europeos disidentes, sobre todo en

materia religiosa; más tarde se agregaron los inadaptados que las naciones

colonizadas condenaban al destierro; finalmente crecieron gracias al alud

migratorio de individuos desarraigados de sus comunidades rurales o urbanas,

que venían a tantear suerte en las nuevas tierras, principalmente como

trabajadores enganchados mediante contratos que los sometían al trabajo en

condiciones serviles por algunos años. No obstante, un gran número consiguió

ingresar más tarde en las categorías de granjeros libres, de artesanos

independientes o de asalariados.

Los pueblos trasplantados presentan como características básicas, una

homogeneidad cultural mantenida desde el principio por el común origen de su

población y por la asimilación de los contingentes llegados con posterioridad: un

grado mayor de igualdad en sus sociedades, gobernadas por instituciones

democráticas locales y autónomas y en las que era más fácil que el labrador se

hiciera propietario de la tierra que trabajaba; y una “modernidad” referida a la

sincronización de sus modos de vida y sus aspiraciones, con los de las

sociedades capitalistas preindustriales de las que procedían.

118
Integran el bloque de pueblos trasplantados, Australia y Nueva Zelanda y, en

cierta medida, los bolsones neoeuropeos de Israel, de la Unión Sudafricana y

Rhodesia. En América, están representados por los Estados Unidos y Canadá y

también por Uruguay y Argentina, los que componían el 53,7% de la población del

Continente, sumando 239 200 000 personas en 1965. En los primeros casos

considerados naciones resultantes de proyectos de colonización aplicados en

territorios cuyas poblaciones tribales fueron diezmadas o confinadas en

reservations, para instalar en ellos una nueva sociedad. En el caso de los países

rioplatenses, vemos que ellos derivan de una empresa peculiarísima realizada por

una élite criolla enteramente alienada y hostil a su propia etnia de pueblo nuevo,

que adopta como proyecto nacional la sustitución de su propio pueblo por

europeos a los que atribuía una perentoria vocación para el progreso. La

Argentina y el Uruguay contemporáneos son, pues, el resultado de un proceso de

sucesión ecológica deliberadamente conducido por las oligarquías nacionales, a

través del cual una configuración de pueblo nuevo se transformó en pueblo

trasplantado. En este proceso, la población ladina y gaucha originaria del

mestizaje de los pobladores ibéricos con la indígena, fue aplastada y sustituida

como contingente básico de la nación por un alud de inmigrantes europeos.

Al contrario de lo que ocurrió con los pueblos testimonio que desde sus comienzos

constituyeron sociedades complejas, estratificadas en estamentos profundamente

diferenciados que iban desde una rica aristocracia de conquistadores europeos

hasta la masa indígena servil, los pueblos trasplantados tuvieron en su mayoría, al

principio, el carácter de colonias de poblamiento dedicadas a las actividades

granjeras, artesanales y de pequeño comercio. Mientras trataban de consolidar su

119
establecimiento en el territorio desierto, vegetaban en la pobreza, procurando

vitalizar económicamente su existencia mediante la producción de artículos de

exportación a mercados más ricos y especializados. En estas circunstancias, no

pudo surgir en ellos una minoría dominante capaz de imponer una ordenación

social oligárquica. Aunque pobres, y hasta paupérrimos, vivían en una sociedad

razonablemente igualitaria. No pudieron tener universidades, ni templos, ni

palacios suntuosos, pero alfabetizaron su población. Esta solía congregarse en

modestas iglesias de madera para leer la Biblia, y estas reuniones sirvieron

frecuentemente para resolver problemas locales, con lo que echaron las bases del

autogobierno.

De este modo ascendieron colectivamente como pueblos a medida que la colonia

se consolidaba y enriquecía y, al final, formada ya una sociedad más homogénea

y apta para llevar adelante la Revolución Industrial, se emanciparon. Las

condiciones peculiares de su formación así como el patrimonio de tierras y

recursos naturales que heredaron aseguraron a los pueblos trasplantados

condiciones especiales de desarrollo que, fecundadas por el acceso a los

mercados europeos y por las facilidades lingüísticas y culturales de comunicación

con Inglaterra, los pusieron en posesión de la tecnología industrial. Esto permitió a

algunos de los pueblos trasplantados aventajar a sus países de origen, logrando

altos niveles de desarrollo económico y social. Asimismo todos ellos progresaron

con mayor rapidez que las demás naciones americanas, en un principio mucho

más prósperas.

El cuarto bloque de pueblos extraeuropeos del mundo moderno está constituido

por los pueblos emergentes. Lo integran las poblaciones africanas que ascienden

120
en nuestros días de la condición tribal a la nacional. En Asia se encuentran

también algunos casos de pueblos emergentes que cumplen en este momento

ese tránsito, sobre todo en el área socialista, en donde una política de mayor

respeto por las nacionalidades permite y estimula esta gestación.

Esta categoría no se dio en América, a pesar del abultado número de poblaciones

tribales que en el tiempo de la Conquista contaba con centenares de miles y hasta

con más de 1 000 000 de habitantes. Este hecho, más que cualquier otro, es

demostrativo de la violencia del dominio tanto europeo como nacional a que fueron

sometidos los pueblos tribales americanos. Algunos fueron exterminados muy

pronto, subyugados y consumidos en el trabajo esclavo los demás, solamente

sobrevivieron unos pocos. Sometidos estos a las más duras formas de

compulsión, todos se extinguieron como etnias y como sustratos de nuevas

nacionalidades en tanto que sus equivalentes africanos y asiáticos, a pesar del

terrible impacto sufrido, ascienden hoy a la vida nacional.

Los pueblos emergentes enfrentan problemas específicos de desarrollo, causados

por deformaciones resultantes de la explotación colonial a que los sometieron las

potencias europeas, por el empeño en lograr la destribalización de gran parte de

su población para incorporarla a la vida nacional; por la necesidad de descolonizar

a sus propias élites que en el proceso de occidentalización se alienaron

culturalmente apartándose de sus pueblos, o se transformaron en representantes

locales de intereses foráneos.

Al emerger hoy a la condición de nacionalidades autónomas del mismo modo que

los latinoamericanos de un siglo y medio atrás, enfrentan la amenaza de caer

igualmente bajo el yugo de nuevas formas de dominación económica. El desafío

121
fundamental que encaran es el de obliga a sus élites a que no conviertan la

independencia en un proyecto para su exclusivo beneficio; de otro modo, su único

resultado sería la sustitución del antiguo amo extranjero por una capa dominante

nativa. Para esto cuentan con la experiencia de los pueblos que los precedieron y

con una coyuntura mundial más favorable, que parece propiciar una conducción

más autónoma y progresista de su modernización.

Las cuatro categorías de pueblos examinados hasta ahora, aunque significativas e

instrumentales para el estudio de las poblaciones del mundo moderno, no implican

tipos puros. Cada uno de los modelos experimentó intrusiones que afectaron

regiones más o menos extensas de sus territorios y que aparejaron la

diferenciación de conjuntos mayores o menores de su población. Así, en el sur de

los Estados Unidos una vasta intrusión negra, originada en el sistema productivo

de tipo plantación, dio lugar a una configuración más próxima a la de los pueblos

nuevos que a la de los pueblos trasplantados. Dicho de otro modo, gran parte de

los problemas actuales de la nación norteamericana derivan de la presencia de

este grupo humano hasta ahora no asimilado, aunque vencido y disperso en el

conjunto de la nueva configuración. Brasil experimentó una inserción del tipo de

población trasplantada con la inmigración masiva de europeos en la región sur, lo

que le confirió una fisonomía peculiar y originó un modo diferenciado de ser

brasileño, Argentina y Uruguay, como ya lo señalamos, surgieron a la existencia

nacional como pueblos nuevos, de una protoetnia neoguaranítica equivalente a la

paraguaya. Con todo, sufrieron un proceso de sucesión ecológica por medio del

cual se transformó su propio carácter étnico nacional dando origen a una entidad

nueva, predominantemente europea por la procedencia de sus componentes

122
básicos. Ambos tomaron por lo tanto el cariz de pueblos trasplantados de un tipo

especial, pero vieron impedido su desarrollo económico por la supervivencia de

una oligarquía arcaica de grandes propietarios rurales, característica de su

configuración anterior. En cada uno de los pueblos americanos, inclusiones

menores matizan y singularizan ciertas porciones de la población nacional así

como también las regiones del país donde más se concentran.

Debe señalarse, empero, que algunas poblaciones del mundo extraeuropeo

moderno parecen no encajar en estas categorías, particularmente algunas

naciones insólitas como el África del Sur y Rhodesia, Neozelandia y Kenya. La

dificultad clasificatoria, en estos casos, parece reflejar la propia anomalía de estos

engendros, fundados en el dominio de núcleos étnicos trasplantados sobre

poblaciones nativas numéricamente mayoritarias. Más que naciones son factorías

regidas por grupos blancos que, aunque llegados a ella tardíamente, siguen hasta

ahora sin asimilarse y son incapaces de plasmar una configuración de pueblo

nuevo. Su falta de viabilidad como formación nacional es tan evidente que se

puede vaticinar el levantamiento inevitable de las categorías subyugadas y el

derrocamiento de la casta dominante, incapaz de integrarse racial y culturalmente

en su propio contexto étnico nacional.

En el caso de los demás pueblos extraeuropeos, el carácter nacional y el perfil

étnico cultural básico de cada unidad es explicable como resultado de su

formación global como pueblos testimonio, pueblos nuevos, pueblos trasplantados

y pueblos emergentes. Esta escala corresponde, grosso modo, a la

caracterización, en el caso de América, de los respectivos pueblos como

predominantemente indoamericanos, neoamericanos o euroamericanos. Las dos

123
escalas, sin embargo, no se equivalen ya que muchos otros pueblos como los

paraguayos y los chilenos de formación básicamente indígena, se volvieron

pueblos nuevos y no pueblos testimonio al fundirse los elementos europeos con

grupos tribales que no habían llegado al nivel de las altas civilizaciones. Este es el

caso también de los euroamericanos, presentes en todas las formaciones étnicas

del Continente, pero que sólo a los pueblos trasplantados imprimieron una

configuración nítidamente neoeuropea. La designación de neoamericanos no

sustituye adecuadamente por otra parte a de pueblos nuevos, ya que en muchos

sentidos y sobre todo como sucesores de las poblaciones originales del

Continente, todos sus pueblos son hoy neoamericanos.

Fusión y expansión de las matrices raciales.

El análisis cuantitativo de la composición racial de los pueblos americanos en el

pasado y en la actualidad, presenta enormes dificultades y obliga a trabajar con

cálculos más o menos arbitrarios. Los mismos datos oficiales –cuando se

encuentran disponibles- no merecen fe, tanto por la falta de definiciones censales

uniformes de los grupos raciales como por la interferencia de actitudes y

preconceptos de las propias poblaciones censadas. Esto conduce, por ejemplo, en

el caso de los pueblos trasplantados, a confundir en un solo grupo a los negros y

mulatos; en el de los pueblos nuevos a sumar al contingente blanco europeo todos

los mestizos y mulatos claros; y en el de los pueblos testimonio a identificar como

mestizos a gran número de individuos puros desde el punto de vista racial, por el

hecho de haberse incorporado a los estilos de vida modernos.

Con todas las reservas resultantes de esta precariedad de las propias fuentes, es

posible sin embargo establecer algunas proyecciones verosímiles sobre el

124
desarrollo probable de las matrices raciales y de sus mezclas en la composición

de tres grandes bloques de pueblos americanos (…) La población indígena

original experimentó de 1500 a 1825 una reducción del orden de 10 hacia menos

de 1 en los tres bloques (de 100 000 000 a 7 800 000); de 1825 a 1950 consiguió

duplicar su número (de 7 800 000 a 15 600 000), sobrepasando este aumento en

los pueblos testimonio (6 100 000 a 13 800 000), pero aproximándose a la

extinción completa en los pueblos nuevos (de 1 000 000 a 500 000).

El contingente blanco europeo aumentó en todas las regiones, entre 1825 y 1950

(de 13 800 000 a 225 000 000); aunque de forma más explosiva en los pueblos

trasplantados (de 10 000 000 a 163 000 000). La población predominantemente

caucasoide de estos, tuvo un crecimiento superior al experimentado por los otros

grupos raciales por el elevado y continuo aporte inmigratorio europeo. América del

Norte cuadruplicó su población de 1800 a 1850 (de 5 300 000 a 23 300 000), y

volvió a cuadruplicarla de 1850 a 1900 (de 23 300 000 a 92 300 000). Lo mismo

ocurrió en la Argentina, cuya población pasó de 1 000 000 a 4 700 000 entre 1850

y 1900, llegando a 17 200 000 en 1950.

El ritmo de crecimiento del grupo negro africano en el mismo periodo, fue mucho

más lento que el del caucasoide (de 17 000 000 a 29 300 000), superando no

obstante, al del grupo indígena. En las regiones donde más se concentraron –

ocupadas por los pueblos nuevos- los negros apenas multiplicaron su contingente

por tres (de 5 000 000 a 14 000 000 entre 1825 y 1950) mientras que los “blancos-

por-definición” crecían más de veinte veces y los mestizos casi diez veces. Los

datos relativos al Brasil en cuanto a periodos más cortos, confirman lo restringido

de ese incremento. Ellos demuestran que el grupo negro se redujo incluso en su

125
número absoluto (de 6 600 000 a 5 700 000) entre 1940 y 1950. Este bajo índice

de crecimiento no se explica por la miscigenación sino por la precariedad de sus

condiciones de vida durante la esclavitud –la cuantía del elemento africano se

mantuvo únicamente por la importación continuada de los esclavos- y también por

las dificultades experimentadas al pasar de la condición de esclavo a la de

trabajador libre. Entre los pueblos testimonio, los negros sufrieron reducciones

absolutas (de 500 000 a 300 000) explicables por los mismos factores pero

además, probablemente por un proceso más intenso de absorción en la población

global a través del mestizaje.

Después del caucasoide, el contingente mestizo y mulato fue el que más aumentó

desde la independencia (de 7 500 000 a 72 000 000), concentrándose

principalmente en los pueblos testimonio, en los que el elemento preponderante

de estos dos es el mestizo indoeuropeo (de 3 000 000 a 36 100 000), y en los

pueblos nuevos (de 3 500 000 a 32 200 000), donde predomina el mulato.

La evolución racial de la población americana es congruente con el análisis

tipológico que hemos venido haciendo y puede ser comprendida en términos de

procesos divergentes de sucesión ecológica. Por uno de ellos, poblaciones

europeas inmigrantes concentradas en núcleos homogéneos estructurados en

familias y contando por eso con la presencia de mujeres y niños, se imponen a las

poblaciones originales. Este es el caso de los pueblos trasplantados: en ellos los

contingentes indígenas prácticamente desaparecen, en tanto que los negros y

mulatos pasan a ocupar una posición marginal en la nueva etnia.

En el caso de los pueblos nuevos y de los pueblos testimonio encaramos un

proceso ecológico distinto, en el cual el núcleo europeo minoritario, compuesto

126
principalmente por hombres apartados de sus comunidades de origen, se

constituyó en agente activo del mestizaje en razón de la prevalencia que su

posición rectora le daba respecto de los otros grupos raciales. Ello le otorgó una

extraordinaria capacidad para “blanquear” a los demás, lo que dio lugar a vastas

categorías mulatas y mestizas que son en los pueblos testimonio el componente

principal de la población (36 100 000 mestizos frente a 10 200 000 de blancos-por-

definición), y en los pueblos nuevos, el segundo contingente, aunque por poca

diferencia con el primero (32 200 000 de mestizos y 41 800 000 de blancos-por-

definición).

Algunas proyecciones pueden ser hechas también, en lo relativo al desarrollo de

las diversas matrices raciales de los tres grupos de pueblos americanos, por

medio de la comparación de sus contingentes actuales con sus tendencias al

aumento o a la reducción. Al lograr niveles más altos de desarrollo, las sociedades

nacionales de los pueblos trasplantados han experimentado en consecuencia una

fuerte disminución en el ritmo de incremento de su población, lo que hace suponer

que su crecimiento futuro será menos que el de los otros. América del Norte, que

venía cuadruplicando su población cada cincuenta años, no consiguió siquiera

duplicarla entre 1900 y 1950, y ocurre lo mismo con Argentina y Uruguay en las

dos últimas décadas. Los otros dos bloques, con bajos niveles de desarrollo, se

encuentran todavía en una fase de expansión demográfica por lo que sus

poblaciones seguramente mantendrán un ritmo acelerado de crecimiento en las

próximas décadas. Los datos estadísticos disponibles indican que las poblaciones

de los pueblos testimonio y de los pueblos nuevos, predominantemente mestizas y

mulatas, en 1960 eran, en su conjunto, poco menores que el total de la población

127
de los pueblos trasplantados (182 800 000 y 220 500 000 respectivamente). Sin

embargo, su ritmo intenso de incremento hará que superen ampliamente esa

diferencia en los próximos años. En el año 2000 se estima que sumarán 549 500

000, en tanto que los pueblos trasplantados tendrán una población de 391 500

000.

Esas diferencias en el ritmo de aumento demográfico se deben esencialmente a

que los pueblos trasplantados experimentaron su periodo de mayor crecimiento

cuando contaban con una población relativamente pequeña (Estados Unidos tenía

5 300 000 en 1800 y 23 300 000 en 1850), en tanto que el mismo fenómeno

deberá ocurrir ahora en América Latina sobre la base de una población muy

superior (204 000 000 en 1960), que aun creciendo a un ritmo considerablemente

menor, para el año 2000 habrá llegado a triplicarse.

A largo plazo, por lo tanto, quien más tiende a crecer es la América morena, fruto

del mestizaje de sus contingentes básicos. Y este hecho es ineludible, a menos

que los vastos programas de birth-control que los norteamericanos quieren

imponer en esta área consigan alterar las tendencias señaladas. Pero parece muy

improbable que tales programas lleguen a cumplirse, no sólo por las dificultades

de la empresa misma, puesto que se trata de inducir a pueblos atrasados y pobres

a adoptar hábitos correspondientes a poblaciones adelantadas, sino también por

la oposición a tales programas de los líderes latinoamericanos más lúcidos.

Estos tienen cada vez mayor conciencia de los riesgos que entraña una

contención demogenética artificial: aparejará fatalmente no sólo la reducción de su

magnitud relativa en el mundo, sino, sobre todo, el envejecimiento precoz de sus

poblaciones en las cuales una mayoría de menores de 18 años de edad (cerca del

128
50%) sería sustituida progresivamente por una proporción creciente de mayores

de 60 años, los que en las condiciones vigentes de subdesarrollo representarían

un peso muerto.

Este envejecimiento artificial de la población latinoamericana impuesto por una

política de gran potencia antes de haberse logrado los niveles mínimos de

desarrollo económico y social que naturalmente conducirían a este efecto –como

ocurrió con todos los países plenamente industrializados- podría inhabilitar a los

latinoamericanos para los cometidos del desarrollo al privar a sus sociedades del

factor básico de renovación social: las fuerzas de comprensión demográfica y las

tensiones sociales correlativas. Su logro a través de vastos programas

subsidiados de distribución de píldoras anticonceptivas y de estímulos al aborto,

pondría a los latinoamericanos en la situación de depender –si no de una manera

permanente, por un plazo imprevisible- del amparo y la solicitud de los ricos

vecinos del Norte, con la consecuente perpetuación de su hegemonía, aun cuando

fueran en ese entonces manifestaciones minoritarias.

La precariedad de los datos disponibles sobre la composición racial de las

poblaciones americanas y la variedad de factores que pueden intervenir en el

crecimiento relativo de cada contingente en las próximas décadas, no permiten

calcular por medio de proyecciones estadísticas seguras su crecimiento futuro. Sin

embargo, es posible extraer algunas hipótesis verosímiles respecto del incremento

probable de cada componente racial de los tres grupos, y a las alteraciones

probables de su respectiva proporción. La primera hipótesis es que la proporción

registrada en 1950 en las poblaciones americanas en que los “blancos-por-

definición” se encontraban en una relación de dos a uno respecto de la “gente-de-

129
color”, se altere profundamente para lograr una supremacía morena del orden de

los 485 000 000 contra 456 000 000 de blancos al final del siglo. Esto se debería

al hecho que el contingente blanco presenta un nivel de vida más alto y obtiene,

en consecuencia, un ritmo de incremento demográfico menor.

La población indígena, en el mismo periodo, probablemente llegue a superar el

doble de lo que sumaba en 1960 (de 15 000 000 a 35 000 000). Aunque

simultáneamente habrá que perder sus características culturales al integrarse a

los modos de vida de las poblaciones neoamericanas. Estos grupos constituirán

tal vez, al final, diferentes modalidades de participación en las etnias nacionales,

unificadas más por las lealtades a sus matrices de origen que por las

características étnico-culturales que presenten.

El grupo negro deberá cuadruplicar su número (de 29 300 000 en 1950 alcanzará

los 130 000 000 en el año 2000) por las razones ya indicadas y también porque su

presumible elevación del nivel de vida en las próximas décadas, le conferirá una

expectativa de vida más alta. Sin embargo, a causa de la amalgama racial, puede

ocurrir que se tiendan a colorear las matrices blancas, aumentando el cuadro

mulato en perjuicio de la expresión de su propio patrimonio genético en

poblaciones negras más amplias.

Los mestizos, finalmente, experimentarán según lo suponemos un aumento más

intenso que todos los demás, quintuplicando su contingente (de 72 000 000 a 320

000 000) por la conjunción de diversos factores tales como la elevación de su nivel

de vida que apenas se inicia, y que deberá combinarse con un alto ritmo de

incremento; la generalización de matrimonios interraciales y la aceptación de su

130
propia figura étnica, con lo que se hallarán ya en la contingencia de mimetizarse

ideológicamente en “blancos-por-definición”.

Todas las premisas anteriores se fundan en la expectativa de una miscigenación

intensa que mezcle de manera aún más profunda las poblaciones americanas. De

este modo llegarán a configurar, en el ámbito mundial, una representación cada

vez más homogénea de lo humano que poseerá por eso una mayor aptitud para

convivir e identificarse con todos los pueblos. Entretanto, considerando las

diversas regiones de América, varios factores pueden provocar la intensificación o

la reducción de estas tendencias. Por ejemplo, si la lucha racial entre negros y

blancos en América del Norte se resolviera por un camino integracionista, se

intensificará la tendencia homogeneizadora. Pero si por el contrario llegara a

prevalecer la segregación, y sobre todo si los angloamericanos tuvieran éxito en

su propósito de reducir sus poblaciones “negras” y los contingentes morenos de la

América Latina por la imposición de una política de contención demogenética, el

resultado será el fortalecimiento de la heterogeneidad y del racismo.

El crecimiento de las poblaciones latinoamericanas debería elevarlas a 650 000

000 en el año 2000, según cálculos basados en la expectativa de una tasa de

aumento relativamente baja. Esa expectativa no tiene en cuenta las posibilidades

de un crecimiento todavía mayor por la elevación del nivel sanitario, por los

progresos médicos en al tratamiento de enfermedades esterilizantes, ni los

factores sociales, como la probable reducción de la edad de casamiento y del

número de uniones libres, generalmente menos fecundas. Cabe por todo esto

esperar un crecimiento todavía mayor. Esta explosión demográfica no es en sí

131
misma evidentemente un hecho positivo; representará para la América Latina un

desafío aún más grande en el esfuerzo de superación de su atraso.

Este desafío exigirá intensificar el esfuerzo desarrollista, con miras a lograr una

reducción de la tasa de crecimiento demográfico y una madurez de la población

como consecuencia del progreso económico y no en lugar de él, lo que podría

ocurrir mediante una política de contención demográfica como la propugnada y

costeada por una potencia extranjera como su proyecto para el futuro de los

latinoamericanos.

132
La comunicación antes de Colón. Tipos y formas en Mesoamérica y los

Andes

Por Luis Ramiro Beltrán, Karina Herrera, Esperanza Pinto y Erick Torrico26

Resumen del texto: Beltrán S. Luis Ramiro, Karina Herrera M., Esperanza Pinto S.

y Erick Torrico V. 2008. La comunicación antes de Colón. Tipos y formas en

Mesoamérica y los Andes. La Paz: Centro Interdisciplinario Boliviano de Estudios

de la Comunicación.

Consideraciones preliminares.

Rutas de aproximación.

Del amplio espectro que conlleva referirse a la comunicación precolombina, este

estudio trató de avanzar en una semblanza inicial de carácter panorámico y

exploratorio, de ningún modo exhaustivo ni definitivo, de lo que fueron los tipos y

las formas de comunicación precolombinos existentes en las regiones de

Mesoamérica y de los Andes.

Por tipo comunicacional se entiende, para fines del trabajo, el conjunto particular

de rasgos expresivos que estructuran una manifestación simbólica sobre la base

26
Luis Ramiro Beltrán (Oruro, 1930) es uno de los más prolíficos autores bolivianos y

tiene decenas de libros publicados acerca de la comunicación y el periodismo. Ha sido

ganador de varios premios internacionales y nacionales. El presente estudio es resultado

de más de dos décadas de trabajo junto a otros investigadores del Centro

Interdisciplinario Boliviano de Estudios de la Comunicación, (CIBEC).

133
de la utilización y la organización de ciertos elementos. Por ejemplo, componentes

lingüísticos o no lingüísticos (iconográficos, gestuales, espaciales, etcétera) que

caracterizan una determinada expresión simbólica.

En la presente investigación se pudo reconocer los siguientes tipos

comunicacionales:

Comunicación oral.

Comunicación gesto-espacial-sonora.

Comunicación escrita.

Comunicación iconográfica.

Comunicación espacio-monumental

Estas variantes, a su vez, lograron ser combinadas en algunos procesos

comunicacionales, reforzando las intenciones expresivas. La presencia, por

ejemplo, de lo gesto-espacial-sonoro junto con lo oral en las fiestas y los rituales

mesoamericanos.

En cambio, por forma comunicacional se comprende el modo diferenciado que

asume la representación objetiva de la expresividad simbólica en función del uso

de un determinado soporte. Vale decir que se trata de la conversión a un protocolo

material (significante/soporte) que contiene/abstrae una intencionalidad

comunicativa susceptible de ser interpretada (significado). En definitiva, el medio

que transforma lo inmaterial en objeto tangible.

134
Así se puede encontrar dentro del tipo lingüístico dos variantes: la oral y la escrita.

Y dentro de la escritura 27 se pueden hallar otros variados tipos, por ejemplo,

escritura pictográfica, logográfica silábica, alfabética o consonántica. Pero ya

dentro de las formas que asumen estos distintos tipos se pueden encontrar, como

en el caso que ahora se estudia, una escritura nativa precolombina expresada

materialmente a través de códices, pallares, estelas, tejidos, etcétera. Vale decir,

distintas formas para el tipo escrito.

Bajo este sentido se pudo definir un apreciable conjunto de formas de

comunicación que, asimismo, pertenecen a los géneros plásticos 28 -como los

27
Por escritura se comprende, en términos del destacado historiador y antropólogo

mexicano Miguel León Portilla (2000: 10), a aquel "...registro plástico y sistemático por

medio de signos que aprisionan lo que se piensa o se dice en el fluir de la palabra, canto,

relato o discurso...". El autor anota, sin embargo, que "si bien [la escritura] ha llegado a

florecer de múltiples formas en incontables ámbitos de cultura, originalmente fue invento

autónomo de unos cuantos pueblos".


28
El concepto de género plástico "se refiere a cada una de las expresiones visuales, de

realización manipulada, con materiales más o menos dúctiles -vegetales o minerales-,

cuya manipulación los transforma y plasma en objetos artesanales o artísticos; de

acuerdo con

- su concepción morfoespacial;

- bidi o tridimensionales;

- por su material y técnica realizativos;

- por su función y utilidad.

135
llama el experto argentino en diseño precolombino César Sondereguer (2008)- de

la pintura, la escultura, la cerámica, el tejido, la orfebrería, la plumaria y el dibujo.

Por otra parte, el recorte sobre las dos regiones obedece a los siguientes criterios:

1. Establecidos los dos ejes conceptual-temporales del proyecto, pre y post

Colón, se decidió trabajar haciendo, primero, un mapeo general, sumario y

preliminar, de los tipos y las formas comunicacionales precolombinas. A

través de las indagaciones previas se tuvo en cuenta a la gran discusión

acerca del origen del habitante americano y a la aún irresuelta evidencia de

lo que significó la primera cultura en América.

2. Además de ello, existe otra no menor polémica sobre criterios para definir la

aparición, el desarrollo, la expansión, la hibridación y la extinción de las

culturas tanto desde lo antropológico como desde lo arqueológico y lo

histórico. Esto representa una variedad de referentes metodológicos

vinculados, por ejemplo, en el caso de lo arqueológico, con el desarrollo

mismo de las técnicas utilizadas por los pueblos para su adaptación natural;

con los periodos establecidos dentro de cada cultura en un sentido más

bien evolutivo (evolucionista); o con la expansión de sitios o estilos

arqueológicos.

3. En toda la geografía americana se desarrollaron centenares de culturas

precolombinas. Sin embargo, sólo en Mesoamérica y en los Andes

florecieron las llamadas "altas culturas"; es decir, aquellas que entraron a la

Tales expresiones son: ARQUITECTURA - ESCULTURA - CERÁMICA - PINTURA -

DUBUJO TEXTILERÍA - ORFEBRERÍA" (Sondereguer, 2008: 23).

136
revolución neolítica, entendida ésta como una transformación profunda del

carácter nómada al sedentario. Esta transición no sólo consolidó una base

económica distinta a la del constante desplazamiento, estableciendo una

actividad productora y transformadora de la naturaleza con la agricultura y

la ganadería, sino también una organización político-social-cultural que no

fue generada por otros pueblos en el continente.

Lo singular en el caso de América es que aquella revolución neolítica

autóctona fue una obra independiente y autónoma. Esto no ocurrió en

cambio en Europa, Oceanía, Asia y África, lugares en los que esta

transformación se produjo por difusión cultural.

Pero si bien no se niega el desarrollo económico-cultural de otras regiones

de América, éstas no pudieron alcanzar la importancia económica, política,

militar ni comunicativa -lo que aquí en especial interesa- que alcanzaron los

pueblos en estos dos sobresalientes foco/espacios. Tanto desde

Mesoamérica como desde los Andes los pueblos precolombinos legaron a

la humanidad invalorables logros en muy distintas áreas. Por ejemplo: la

noción de cero en las matemáticas desarrollada por los mayas; el desarrollo

de la astronomía y la creación de exactos calendarios aztecas y mayas; los

sistemas de construcción antisísmica; los sistemas de cultivo, de riego, que

no han tenido superación; sistemas autónomos de escritura; la construcción

de excelentes caminos de piedra; la producción de maíz y de papa o patata

que constituyen hoy por hoy los productos masivos de alimentación de la

humanidad; además de la edificación de monumentales construcciones

137
religiosas, astronómicas y administrativas que son patrimonio de la

humanidad.

4. En estas dos macrorregiones culturales floreció una variedad de culturas

cuyo criterio de clasificación y ordenamiento también sigue siendo materia

de discusión académica especialmente porque muchas veces se empleó un

enfoque eurocéntrico para definirlas. En el caso de Mesoamérica, por

ejemplo, según la historia y la arqueología, pueden establecerse los

siguientes criterios para ordenar la aparición de las culturas precolombinas;

1/ por el periodo: preclásico, clásico, epiclásico y postcládico; 2/ por la

subregión: occidente, centro, norte o por área geográfica de Oaxaca,

Guerrero, Maya, Golfo y Centroamérica; y 3/ por el nivel cultural alcanzado:

horizonte primitivo, horizonte formativo y horizonte evolutivo. Desde lo

andino también fue posible hacer una periodización que colaboró con el

ordenamiento y la mirada analítica de lo comunicacional.

5. Sin embargo, no fue posible establecer una cronología general para todas

las culturas precolombinas, incluyendo el área circuncaribe y amazónica.

En lo amazónico brasileño, por ejemplo, porque se delimitó el estudio a lo

pre y post hispánico, dejando por fuera las culturas que existieron antes de

la colonización portuguesa, tanto por su vastedad como por las

características particulares relacionadas a su desarrollo y posterior

conquista.

En el caso de las culturas precolombinas circuncaribles, de la región norte

de Sudamérica, hallazgos recientes demuestran que alcanzaron grados

también elevados de desarrollo que incluso afirman que uno de los primeros

138
asentamientos con agricultura intensiva se dio en el territorio de la selva

amazónica colombiana. No obstante, existen aún discusiones al respecto,

sin negar que habitaron culturas tan importantes como los chibchas, los

taínos, los taironas y los arawak, y con ellas se desarrollaron también tipos

y formas comunicacionales especiales.

Debido a estos criterios de selección necesaria, ante un conjunto cultural tan

variopinto en América Latina, se decidió concentrar el análisis tan sólo en

Mesoamérica y los Andes.

Asimismo, se privilegió, según lo permitió la literatura disponible, el estudio de

aquellas culturas mesoamericanas y andinas en las que aparecen tipos y formas

comunicacionales que por su excepcionalidad, por su importancia generatriz para

otras formas o por su prevalencia y pervivencia cultural constituyen un legado

cultural inobjetable, pese a la sistemática destrucción derivada de la conquista y el

coloniaje.

Por ejemplo, el extraordinario reciente hallazgo de la Piedra Cascajal, en 1999, en

la región de Jáltipan, estado de Veracruz, México, y su también reciente estudio

en 2005, dan cuenta de que la escritura en América habría aparecido hace más de

3.000 años, según las pruebas efectuadas con Carbono-14. El descubrimiento del

bloque tallado con jeroglíficos es fundamental para establecer las diversas formas

de expresión, no primitivas sino muy avanzadas, de las culturas precolombinas

que mantuvieron desarrollos independientes y paralelos a los de los pueblos

europeos. Así, los tipos y las formas comunicacionales para el conjunto

mesoamericano tienen un hecho fundamental con los vestigios más antiguos de

escritura encontrados en la cultura Olmeca.

139
Del lado andino, por ejemplo, se halla el singular y complejo sistema de los khipu29

que son tejidos de lana de algodón, alpaca o llama con una serie de anudamientos

combinados entre un cordel principal u otros colgantes de éste. El khipu establece

una combinación y posición de hilos anudados, definidos por color, grosor y forma

de anudar que tienen hasta donde se ha llegado a establecer, un significado

particular.

Distintas aproximaciones analíticas demuestran la multiplicidad de la naturaleza y

de los usos del khipu: El mayor etnógrafo de Suecia, Erland Nordenskiöld (1929)

asegura que fueron sistemas sobre los que se podía realizar las cuatro

operaciones básicas de las matemáticas (suma, resta, multiplicación y división).

El estudioso inglés William Burns (2002), por su parte, sostiene que en ellos no

sólo se podía llevar una información de las cosechas, campañas militares, cuenta

de los tributos y una estadística demográfica del Imperio, sino que además fueron

verdaderos sistemas cualitativos en los que se podía anotar de todo, advirtiendo,

de paso, que nuevos estudios indican que los khipu podrían haber incluido

literatura, canciones y poemas, mientras que uno de los principales estudiosos del

tema, desde la década de 1970 y que ha logrado levantar una sistemática base de

datos sobre el hallazgo de 21 tejidos, Gary Urton (2005: 179) presenta:

¿Representaba el sistema de mantenimiento de datos del khipu un sistema

mnemónico? De ser así... ¿qué tipo de esquema de memoria representaba?, ¿o

era, en vez de ello, un sistema completo de escritura, capaz de signar valores de

fonogramas a logogramas, así como ideas, mitemas y otros valores

29
Vocablo quechua que quiere decir nudo.

140
convencionales?, ¿o quizás precisamos hallar otra nueva designación para el tipo

de sistema de registro representado por el khipu?

A partir de estos justificativos, la investigación presentada plantea un esquema

tipológico de las formas comunicacionales precolombinas que no es agotador, de

modo alguno, de la multiplicidad de las existentes en la América prehispánica.

Este esquema apenas constituye un primer acercamiento y una base de

construcción para la ampliación futura y el ensanchamiento analítico que sea útil

para quienes quisieran emprender un esfuerzo de indagación de largo plazo y en

profundidad destinado a reconstruir la memoria comunicacional de la región.

Tipos de comunicación en la América precolombina.

Es posible identificar los siguientes tipos generales de comunicación

precolombinos:

Comunicación oral, compuesta por las lenguas nativas que encontraron los

conquistadores europeos a su arribo al territorio que más adelante se

conocería como América.

Comunicación escrita, presente en los libros mayas (códices), las estelas y

las esculturas principalmente.

Comunicación iconográfica, basada en representaciones pictóricas, en

tallados, khipus, ábacos, en inscripciones hechas en ceramios, textiles y

objetos de orfebrería y joyería.

Comunicación gesto-espacial-sonora, expresada ante todo en la danza, la

música y el teatro.

Comunicación espacial-monumental, cuyas manifestaciones fueron las

pirámides, las wakas, los templos, los monolitos y las chullpas.

141
Breve esbozo de las culturas precolombinas en Mesoamérica y en los

Andes.

Los términos "culturas precolombinas" o "culturas prehispánicas" aluden a

diferentes sociedades, con su propia identidad y con grados distintos de

complejidad, que surgieron y se desarrollaron antes de la llegada de Cristóbal

Colón en 1492.

Cuando éste puso pie en la tierra Guanahaní, en las Bahamas, encontró nativos

autodenominados lucayos. En el resto de Centroamérica, vale decir Cuba, Santo

Domingo, Jamaica, desembocadura del río Orinoco y costas de Honduras,

Nicaragua, Costa Rica y Panamá, también halló otros pueblos como los taínos, los

ciguayos, los macuriges, los caribes, los ciboneyes, los guanahatabeyes, los

arahuacos y los chontales, según lo anota Nabel (1992: 5). Este mismo autor

afirma que las culturas con las que se topó el navegante genovés no habían

alcanzado tal grado de avance como lo hicieron la cultura maya o azteca.

Asimismo, Lehmann (1960: 19) señala que "los elementos culturales de esta zona

circuncabibe son tan abundantes como en Mesoamérica". Sin embargo, con los

datos aportados por Nabel se puede advertir que tuvieron producción agrícola,

conocieron la piedra pulida y la cerámica utilitaria y que acompañaron sus ritos y

ceremonias con música, canto y danza (1992: V).

Distintos estudios permiten clasificar con muy diversos criterios las zonas

geodemográficas que cubrieron las culturas precolombinas. Fiedel (1996: 16-17),

por ejemplo, se refiere a "sitios y culturas" agrupándolas en: Mesoamérica (tierras

altas y bajas); América Central y Área intermedia; Caribe; Amazonía-Brasil; Andes

(costas y tierras altas); Patagonia y Tierra del Fuego. Por su parte, Lehmann

142
(1960: 20), basándose en trabajos arqueológicos, las organizó por "áreas

culturales", apuntando las siguientes: Mesoamérica, Circuncaribe y Andina; cada

una de éstas con sus respectivas subáreas y culturas.

Sea de una u otra forma, para fines de la presente investigación, se toma el

término área en su acepción geodemográfica y se privilegia el estudio de dos de

ellas: la Mesoamérica y la Andina 30 . Pero no se las comprende como rígidas

fronteras, sino como áreas que pueden tener continuidades en los diferentes

niveles o espacios de vida. Esta noción se apoya en el siguiente planteamiento:

"Muchos arqueólogos esperan encontrar separaciones drásticas entre una y otra

área, pero eso no ocurre ni siquiera a nivel mundial: estamos seguros, por de

pronto, que nadie puede asegurar dónde acaba o dónde termina el límite entre el

desarrollo mesoamericano y andino" (Lumbreras, 1981: 17)31.

30
Se deja pendiente el estudio de las áreas caribe y amazónica que si bien tuvieron

culturas importantes, no alcanzaron tanto esplendor ni desarrollo parecido al de los

pueblos de Mesoamérica y los Andes. Por ello, culturas de Colombia, Venezuela, Brasil

que forman parte de esta geografía no están siendo directamente consideradas en este

acápite.
31
Se considera importante hacer alusión a las culturas amazónicas. Girard (1976: 1482)

ubica sus antecedentes más lejanos en el preclásico inferior de la cultura maya. Sostiene

que esa conexión "no sólo resalta en la arqueología comparada y la lingüística, sino

también en la mitología que establece el nivel cultural de los pueblos agricultores".

Identifica diferentes niveles de desarrollo cultural como los cazadores, recolectores y

agricultores. Estos últimos desarrollaron el arte, la artesanía en madera, la cerámica, la

143
De igual forma, en cuanto a la terminología de la periodización de las culturas

precolombinas se encuentra un cúmulo de conceptos. A título ilustrativo, se puede

mencionar el de "épocas" que las divide en: preagrícola, iniciación de la agrícola,

formación o aurora de las civilizaciones, apogeo o clásica, expansión, de fusión o

construcción de ciudades hasta la imperialista o militarista. O la periodización de

"horizonte", en la que se encuentra: temprano, intermedio, tardío. O la de

floreciente, fusión e imperial.

Lumbreras (1981: 21) reconoce que el viejo problema de la inadecuada

terminología en arqueología, "incongruencia terminológica", se la puede resumir

en estos aspectos: términos basados en desarrollo (lítico, precerámico, formativo,

clásico, etcétera); términos basados en períodos (temprano, intermedio, tardío,

etcétera) y términos basados en expansión de sitios o estilos arqueológicos

(imperio Wari, expansión Tikanaku, etcétera). No corresponde aquí discutir esta

situación. Lo que resulta útil es señalar que en la periodización de las culturas

prehispánicas se identifica un periodo de formación, de desarrollo, de apogeo y de

expansión.

En este sentido, para fines del presente estudio, se pueden derivar dos

orientaciones. Por un lado, es menester acudir a un determinado enfoque de

periodización, trátese del área metropolitana o de la andina. Por otro, es necesario

priorizar, en el desarrollo de las culturas precolombinas, la fase vinculada a su

apogeo bajo el supuesto de que existe una relación directa entre el sustantivo

pintura y el tejido. Costales (1983) reconoce más de un centenar de grupos étnicos tanto

a nivel de supervivencia como de extinción, asimilación y aculturación.

144
desarrollo de una sociedad (prosperidad) en consonancia con uno comunicacional.

Refuerza esta idea la siguiente afirmación de Lehmann (1960: 11): "La época del

florecimiento, o clásica, corresponde a las manifestaciones más brillantes de las

culturas". Se considera, por tanto, que en esa época podrían encontrarse los tipos

y las formas comunicacionales más desarrollados de las culturas precolombinas.

Culturas mesoamericanas precolombinas.

El concepto de Mesoamérica, planteado en 1943 por el filósofo alemán Paul

Kirchhoff, especialista en etnología mexicana, designa el área cultural

prehispánica que cubría el territorio de los actuales países de México, Guatemala,

Belice, El Salvador, Nicaragua, Costa Rica y parte de Honduras. Este concepto

surgió ante la necesidad de fijar límites geográficos, etnográficos y rasgos

culturales de los pueblos situados en la región mexicana y en la centroamericana.

Dicho espacio concebido por Kirchhoff como "macrorregión cultural" se componía

de una diversidad étnica y lingüística cuya unidad cultural se basó en lo que el

autor definió como "complejo mesoamericano".

Este concepto incluyó los siguientes parámetros: el manejo de recursos agrícolas,

principalmente del maíz, por medio de técnicas intensivas cuyo resultado fue la

aparición de un excedente productivo; la utilización de un instrumental agrario

común; un patrón de asentamiento en grandes centros urbanos y la edificación de

monumentales complejos rituales; la especialización artesanal; la existencia de

comercio local y a larga distancia; y formas complejas de expresión como la

escritura y desarrollo de la astronomía y el calendario.

De este modo, Mesoamérica quedó definida como zona "homogénea" con rasgos

propios que la distinguían de otras zonas culturales; esa noción, en consecuencia,

145
contribuyó a difundir las características de la múltiple estructura cultural de los

pueblos mesoamericanos.

Desarrollo histórico-cultural de Mesoamérica.

Piña Chan (1993: 321-325), para examinar el desarrollo histórico-cultural de

Mesoamérica, planteó tres horizontes con sus respectivas cronologías, referidos al

nivel cultural alcanzado por los diferentes pueblos de la región. Así, identificó el

horizonte primitivo (10.000 a 2.000 a.C.) con un nivel cultural germinal,

rudimentario, con familias nómadas o seminómadas 32 ; el horizonte formativo

(2.000 a 200 a.C.) con una cultura en proceso de despliegue, "economía estable y

autosuficiente, y con sociedades aldeanas-rurales o comunidades locales

plenamente sedentarias" y el horizonte evolutivo (200 a.C. a 1521 d.C.), con una

cultura "madura, altamente desarrollada, con economía de excedentes con

intercambios comerciales y con sociedades urbanas".

Al interior de estos horizontes resaltaron tradiciones y estilos que marcaron entre

una y otra cultura a través del tiempo, pero a partir de un espacio geográfico. Piña

Chan también estableció períodos con sus respectivas divisiones y cronologías.

En el marco de esos criterios ordenadores aglutinó a las culturas que tuvieron vida

en determinadas regiones de México prehispánico, tal como lo muestra el cuadro


32
Respecto del primer horizonte, no se lo abordará en la presente descripción porque de

su lectura se colige que no hay suficientes huellas arqueológicas que permitan seguir la

pista de su incipiente desenvolvimiento (Piña Chan, 1993: 19-40) Lo importante es señalar

que el inicio de la agricultura del maíz en México se ubica hacia los 5.000 a.C. y que a

partir del 3.000 surgen las primeras aldeas agrícolas, aunque con la producción de

mazorcas pequeñas (Fiedel, 1995: 293).

146
presentado más abajo, y de las que se pasan a describir posteriormente algunas

de sus más relevantes características.

Costa del Golfo: "la región del hule, del jade y de las flores".

-Cultura Olmeca.

La cultura Olmeca, "gente de caucho", se extendió fundamentalmente en el sur de

Veracruz y norte de Tabasco cubriendo las llanuras costeras del Golfo de México,

donde se encontraron mayores evidencias de su existencia. Su antigüedad data

de 1.500 a.C. Su apogeo se dio entre el 800 y el 200 a.C. Atravesó desde el

formativo al evolutivo hasta su ocaso definitivo en 1521 (Cfr. Piña Chan, 1993).

La cerámica de los olmecas correspondía a vasijas de gran variedad y con una

plástica de barro muy desarrollada. Guardaba ella similitud en las formas básicas y

en los tipos especiales con la de los mayas del norte de Guatemala, con quienes

tuvieron relaciones estrechas.

La cultura Olmeca se contactó con la Meseta Central, en la que predominaba la

cultura teotihuacana de la primera época, y con los totonacas, pero conservó sus

rasgos fundamentales. En realidad, en el imaginario de las culturas mexicanas

antiguas, "...el nombre olmeca no significaba un pueblo determinado, sino un tipo

de cultura, que permaneció fundamentalmente igual aun al irse heredando de una

tribu costeña a otra, y finalmente hasta fue adoptada, como ya sabemos, por los

toltecas emigrados a esta costa. Los pueblos mexicanos percibieron

instintivamente lo extraño y peculiar de esta cultura olmeca..." (Krickeberg, 1985:

390).

Un aporte fundamental de los olmecas fue la escritura iconográfica, en la cual los

"símbolos son ya un sistema de anotaciones codificadas que vienen a constituir

147
una forma de protoescritura" (Piña Chan, 1995: 9). El mismo autor afirma que "de

entre todas las artesanías, la lapidaria fue la que cobró un auge inusitado" por el

manejo de la técnica; también remarca la numeración, el calendario, las

observaciones astronómicas y la astrología.

-Cultura Totonaca.

La cultura Totonaca se ubicaba en la parte central de Veracruz, Puebla y Tabasco.

Piña Chan (1993) le reconoce una cronología de 650 d.C. a 1521 d.C.

Krickeberg (1985: 324) afirma que "la innegable idiosincrasia de este pueblo se

desprende de su arquitectura y de su excelente escultura en piedra". En ese

sentido, en su arquitectura monumental se puede mencionar al Tajín, sede

principal de los totonacas, centro cultural-religioso, compuesto por pirámides,

plazas y plataformas ceremoniales, constituyéndose, hoy, en una de las más

extensas ciudades arqueológicas de México y considerada como "obra maestra de

la antigua arquitectura".

Oaxaca: "La región del calendario, los códices y la metalurgia".

-Cultura Zapoteca.

La cultura Zapoteca se desarrolló en el valle de Oaxaca ocupando variados

ecosistemas, desde los bosques templados de las zonas montañosas hasta las

selvas de las zonas bajas.

Piña Chan (1993) señaló varios períodos abarcados por la tradición zapoteca,

desde su emergencia en el 300 a.C., pasando por su auge hasta su decadencia

en 1521. Fueron, con los mayas, el único pueblo de la época que desarrolló un

sistema complejo de escritura por medio de glifos y otros símbolos grabados en

148
piedra o pintados en los edificios y tumbas que combinaban la representación de

ideas y sonidos.

Monte Albán, situada en la cumbre de una montaña a 400 metros sobre el valle de

Oaxaca, fue el centro que irradió la cultura zapoteca. Fue una edificación de

arquitectura monumental dedicada al culto religioso, a la administración pública y a

viviendas para los estratos dominantes.

-Cultura Mixteca: "La gente de la lluvia".

Esta cultura se ubicaba en el oeste de Oaxaca. Se distingue por su continuidad en

el tiempo, desarrollándose en distintos periodos cuyas fechas límites van desde el

1.600 a.C., pasando por su esplendor (950 d.C.) hasta la llegada de los españoles

en 1520, sobreviviendo hasta la actualidad.

Calificada como una de las culturas más brillantes de Mesoamérica, guarda en su

legado histórico los códices prehispánicos considerados como los más

importantes por la extraordinaria calidad de su arte. Crearon obras de diverso tipo

utilizando variados materiales y técnicas.

En la fase de apogeo sobresalen avances culturales como su escritura en

manuscritos, su arte plasmado en pintura, alhajas, piedra, madera cerámica

polícroma brillante y la joyería "más impresionante" de Mesoamérica. Su arte

refleja "un sentido refinado de la vida".

Entre las áreas de conocimientos que cultivaron los mixtecas se encuentran la

astronomía, la historia, la geografía y la aritmética, "implícitas en códices, mapas y

lienzos, lo mismo que en el calendario" (Piña Chan, 1993: 123).

Maya: "La región de la astronomía, las matemáticas y la arquitectura".

149
La cultura Maya ocupaba el territorio actual de Guatemala, algunas regiones del

oeste de El Salvador, el borde occidental de Honduras, la totalidad de Belice y, en

México, las regiones de Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Tabasco y la mitad

de Chiapas (Thompson, 1992: 31-32). La cronología del mundo Maya comprende

distintos periodos, desde 1.500 a.C., su auge, ubicado entre 250 d.C. - 900 d.C., y

su ocaso en 1517 (Piña Chan, 1993).

Respecto a los orígenes de los mayas, Piña Chan (Cfr. 1993: 131) refiere que los

primeros grupos que se establecieron en la región maya fueron descendientes del

mismo tronco lingüístico y cultural del cual salieron culturas como las de los

olmecas.

Centralizándose en los aportes culturales del mundo Maya se encuentra a la

escritura, sobre la cual "no es posible excluir la posibilidad de una evolución in situ,

pues los primeros textos conocidos, tallados en piedra, están plenamente

desarrollados..." (Sharer, 2003: 96). Los estudiosos han calificado "el sistema de

escritura maya como el logro más significativo del Nuevo Mundo precolombino"

(Ibid.: 566). En la actualidad, se conservan algunos libros mayas precolombinos

conocidos como códices. Se destaca también la existencia del Popol Vuh o Libro

del Consejo, Libro de la Comunidad o, más conocido, como la Biblia Maya Quiché.

Este es un documento del pueblo maya quiché, de la región sur de Guatemala,

que relata los mitos de la creación del mundo y los fenómenos de la naturaleza y

la civilización. Se presume que la obra original tuvo que ser escrita a través de

pinturas jeroglíficas, como los códices. Constituye una obra fundamental del

pasado prehispánico maya quiché.

150
Por otra parte, "El conocimiento de las cuestiones aritméticas, calendáricas y

astronómicas al parecer fue desarrollando en un grado mucho mayor por los

antiguos mayas que por ningún otro pueblo del Nuevo Mundo" (Sharer, 2003:

529). En efecto, el autor sostiene que los mayas usaron el concepto matemático

del cero y asegura que esa noción es la más antigua del mundo. El calendario era

complejo en el sentido que "servía para diversos propósitos, tanto prácticos como

esotéricos". Sharer habla del almanaque sagrado de 260 días que "determinaba la

pauta de la vida ceremonial de los mayas y constituía la base para las profecías"

(p.534).

Por su parte, Piña Chan (1993: 165) asevera que "los mayas lograron fijar la

exacta duración del año trópico, las lunaciones, el ciclo venusino y otros cálculos

de importancia". Asimismo, sostiene que "para desarrollar su exacto calendario,

los mayas tuvieron que inventar un sistema de numeración que les permitió fijar

con precisión sus fechas y cálculos astronómicos".

La arquitectura estuvo dedicada a los centros ceremoniales. Sobresalen grandes

construcciones como templos sobre elevadas plataformas piramidales y palacios

con plataformas más bajas. Descollan las obras con mamposterías y coronadas

"por majestuosas" estructuras como el Tikal y Chichen Itzá. Utilizaron, entre otros

materiales, el mármol; decoraron con yeso tableros en relieve y con pintura, como

por ejemplo el relieve de Palenque (Sharer, 1993).

Crearon otras formas culturales en los cantares, en la música, utilizando, por

ejemplo, conchas de tortuga. Thompson asegura que "la escultura religiosa de los

mayas constituye una de las grandes glorias de la América precolombina" (1992:

242-246). También sobresalen los murales del periodo clásico por su tallado de

151
madera, dinteles magníficos en Tikal y en Tzibanché; el arte textil que en estelas y

murales muestran personas que llevan telas con dibujos; el tallado en jade, los

más bellos del arte lapidario y modelado en estuco con colores (Cfr. Thompson,

1992).

Altiplano central: "La región del águila, del nopal y la serpiente".

-Cultura Teotihuacana.

La cultura Teotihuacana se ubicaba en el noreste del valle de México, en las

cercanías de la ribera norte del lago Texcoco. Sus inicios se remontan a 200 a.C.

y su colapso se fija en 900 d.C. (Piña Chan, 1993).

Krickeberg (1985: 271) realza su arquitectura de la siguiente manera:

Es difícil no recurrir a los superlativos al describir Teotihuacán: casi se imponen. Al

lado de las dos grandes pirámides, que se cuentan entre los edificios más

monumentales del antiguo México, se encuentra el templo central de la Ciudadela;

es una de las obras más artísticas, cuya fachada no tiene igual por lo que toca al

poder y grandeza de su composición.

La Pirámide del Sol, por sus impresionantes dimensiones, es una de las

creaciones más imponentes de la arquitectura mexicana antigua. Pese a su

volumen de un millón de metros cúbicos, fue construida de una sola vez. Es la

segunda en tamaño de todo México, después de la de Cholula. La Pirámide de la

Luna es menor que la anterior y en sus detalles es semejante a la del Sol.

-Culturas Chichimeca y Tolteca.

Si bien no fueron decisivos en el desarrollo de las culturas precolombinas, los

chichimecas y los toltecas tuvieron un peso definitivo en el significado mitológico

para los pueblos mexicanos en el sentido de que los primeros fueron conquistados

152
como personificación terrena de las estrellas, y los segundos como sembradores

de la semilla de los hombres. La explicación de lo anterior se encuentra en que los

siete siglos que antecedieron al período azteca se los dividió en dos grandes

períodos: el tolteca, hasta fines del siglo XII, y el chichimeca, hasta comienzos del

siglo XV.

-Cultura Azteca o Mexica.

La palabra azteca tiene su origen en una legendaria tierra llamada Aztlán. Según

narra el mito, los aztecas abandonaron esa tierra en 1168 y debían instalarse allí

donde encontraran un águila devorando a una serpiente. En ese lugar fundaron

Tenochtitlán, que puede traducirse como el lugar donde el nopal (nochtli) crece

sobre la piedra (tetl). Se considera que los aztecas entraron desde el Pacífico

norte, por California o por lo que hoy es el estado de Sinaloa.

Los aztecas se establecieron en México a mediados del siglo XII d. C.

Posteriormente, con la toma definitiva de la ciudad de Tenochtitlán por los

españoles, al mando de Hernán Cortés el 13 de agosto de 1521, terminaría su

imperio.

El imperio Azteca abarcaba desde el norte de México hasta Nicaragua. En su fase

imperial se expandieron por gran parte de México central, desde la costa atlántica

hasta la costa pacífica.

En la denominada Piedra de los Soles o calendario azteca se simbolizaban las

etapas por las que atravesó la evolución de la humanidad. Los rituales en honor a

los dioses y las festividades eran acompañados con música, canto, danza, poesía,

oratoria, adivinanzas y representaciones teatrales. Los códices o manuscritos

153
antiguos fueron grabados en tiras de papel de ágave y plegados en forma de

abanico.

Culturas andinas precolombinas: la expansión sin fronteras.

Se denominan culturas andinas precolombinas a las civilizaciones que se

desarrollaron en el área de los Andes antes de que se produjera la colonización

española en tierras sudamericanas. No hay consenso respecto del origen y

antigüedad de las primeras civilizaciones que ocuparon lo que hoy es Sudamérica.

El escenario geográfico en el que se desarrollaron las culturas andinas

precolombinas comprendió el sistema montañoso de la cordillera de los Andes,

uno de los más grandes del mundo. Discurre de sur a norte, desde Cabo de

Hornos en la Patagonia (Argentina) hasta casi tocar el Mar Caribe (Venezuela).

Pasa por Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia. Bordea el Pacífico a lo largo de

7.500 kilómetros. Posee una altura media de 4.000 m. Se destacan sectores

geográficos de los Andes del norte, centrales y del sur. Los segundos conforman

lo que se denomina la "zona nuclear andina" donde se dieron los más altos niveles

de desarrollo histórico (Lumbreras, 1986: 67). De igual forma, en torno al lago

Titicaca (3.800 msnm.), el más alto del mundo, se desplegaron importantes

culturas andinas.

El horizonte primitivo y arcaico, 30.000-10.000 a.C. - 1.000 a.C.

El horizonte primitivo comienza con los orígenes de los antiguos pueblos andinos y

acaba con el surgimiento de una agricultura incipiente. El trabajo con la piedra fue

hecho primero a percusión y luego a presión, con mayor precisión. Las culturas

destacadas son la Viscachani, la Ayampitinense, la Quila-Quila, la Lauricocha, la

Pacaicasa, la Paiján, los Chivateros y otras. En este período su arte fue rupestre.

154
La antesala de la alta cultura: época formativa, 1.500 a.C. - 600 d.C.

Kauffmann-Doig (1967: 55) dice que el período formativo se incuba en el vientre

de la agricultura avanzada: "la agricultura desarrollada es la madre auténtica de

alta cultura". El término formativo se refiere, por tanto, a la iniciación de la alta

cultura. Varios rasgos definen este horizonte, siendo uno de los principales el logro

de una cerámica superior.

"Florecimiento cultural": 400 a.C. - 800 d.C.

El siguiente horizonte o época corresponde al "gran florecimiento artístico-

cultural", también llamado "época de las culturas locales clásicas", cuyo inicio y

término se ubican entre el 400 y 800 d.C. Las principales expresiones se éste son

las culturas Mochica, Nazca y Recuay que se desarrollaron en la costa norte del

Perú antiguo.

"Nuevo orden": Tiwanaku, 1.580 a.C. - 1.172 d.C.

Tiwanaku se desarrolló en lo que hoy son Bolivia y Perú, cerca del lago Titicaca, a

unos 20 km. Ocupó un espacio altiplánico entre dos serranías: Achuta y Quimsa

Chata, a una altura de 3.850 msnm. A lo largo de su proceso histórico se expandió

sobre un vasto territorio que cubrió lo que actualmente se conoce como Bolivia,

parte de Perú y el norte de Chile y Argentina (Medinaceli, 2006: 193).

Los aportes culturales de Tiwanaku fueron varios, destacándose entre ellos el

legado de la lengua aymara (Ponce, 2000: 678), la que es utilizada en la

actualidad por varios grupos indígenas principalmente en Bolivia y Perú. En

astronomía, establecieron una "clasificación estelar, diferenciando estrellas rojas y

blancas con visos azules" (p. 580). En fin, la meteorología, su monumental

155
arquitectura, la belleza de su cerámica y la riqueza de su cosmovisión

caracterizaron a Tiwanaku.

"La gran expansión militarista: época inca", 1.200 d.C. - 1.532

Rostworowski no habla de imperio inca por su connotación con el Viejo Mundo,

sino de Tawantinsuyo que tuvo "la originalidad" de desarrollarse "sin préstamos

culturales" y "encontrar la solución a sus problemas y a sus necesidades

ahondando en sus raíces más profundas" (Cfr. 1992: 15).

La palabra Tawantinsuyo proviene de las voces quechuas tawa que significa la

cifra cuatro y suyo que significa estado. Por tanto, alude a cuatro regiones

geopolíticas. Abarcó, por el norte, Pasco en Colombia; por el sur, Constitución, río

Maule, en Chile, pasando por Ecuador, Perú, Bolivia y el noroeste de Argentina.

Se dividió en cuatro regiones climáticas o "suyos": Chinchasuyo, Collasuyo,

Antisuyo y Contisuyo, abarcando más de 2.000.000 de km2.

El núcleo de producción del imperio inca fue el ayllu, una asociación de miembros

ligados por lazos consanguíneos que trabajaba para el Estado. Alrededor de él se

organizaban las labores por medio de la mita, la minka y el ayni que generaban un

excedente de producción centralizado por el Estado (Cfr. Vásquez, Mesa y

Gisbert, 1958: 56).

La pirámide de las clases sociales era marcada: el inca, la realeza, la nobleza, el

pueblo o jatun runa, los mitimaes o grupo de colonizadores, los yanaconas o

servidores del inca y los piñas o prisioneros de guerra.

En cuanto a su cultura, "los incas desarrollaron fundamentalmente la arquitectura

lítica". En el arte textil, "se tejieron telas tan finas que se puede contar en ellas

hasta 500 hilos por puntada cuadrada, es decir, 200 hilos más que la cantidad

156
señalada como tope en la industria textil de Paracas-Nazca" (Kauffmann-Doig,

1969: 549-566). Conocieron la metalurgia, cuyas técnicas fueron tomadas de los

artesanos chimú. Se destacan figurillas humanas, de alpaca y llama, de plata y

oro. "Los metales preciosos eran patrimonio del estado" (p. 570). Por último,

habría que destacar el tallado en madera de vasos ceremoniales que existieron

desde tiempos inmemoriales, pero que los incas le imprimieron su singularidad:

formas diversas, ornamentadas con escenas de la vida cotidiana (Cfr. Kauffmann-

Doig, 1969).

Importantes logros culturales incaicos fueron el calendario, los quipus, las

medidas, la música, la poesía, la danza y el teatro.

Tipos y formas de la comunicación en Mesoamérica prehispánica.

Cada cultura tiene sus propios lenguajes, vistos éstos en la acepción más

abarcadora de la expresividad humana. A la par con ellos se desarrollan sus

gramáticas particulares, normalizadas por las convenciones sociales y asumidas

en el uso cotidiano.

Así, el desarrollo de los lenguajes -vale decir de aquellas posibilidades múltiples

para comunicar- no puede ser sino una experiencia particular e histórica: no se

presta para hacer comparaciones de forma o tipo entre contextos culturales

disímiles. Incluso pueblos ubicados en zonas geográficas bien próximas pueden

generar distintas grafías o elementos expresivos no coincidentes con las de sus

vecinos.

Todorov afirma que el discurso de la diferencia es difícil. Ya sea porque se niega

el reconocimiento de las distinciones significativas en un mundo que reclama, bajo

un enfoque de individualismo, que los seres humanos son todos iguales. O bien

157
porque, si se admiten tales diferencias, llevados también bajo el enfoque del

principio de identidad, ellas traducen esa diferencia en términos de superioridad o

inferioridad: "Nos cuesta trabajo aceptar que el otro sea llanamente otro: lo

creemos, según los casos, peor o mejor, pero siempre del mismo género que uno

mismo" (1992: 10).

Y asimismo fue que la comunicación y la cultura indoamericanas, aquellas formas

expresivas utilizadas en la América precolombina antes del arribo de los hombres

de Castilla en 1492, fueran asumidas con menosprecio, malentendidas y

colocadas en el marco de las "idolatrías" y de las prácticas de "bárbaros" a

quienes sólo la palabra de Dios podía devolverles mínimamente la condición de

seres de la creación.

Paradójica y afortunadamente fue la misma Iglesia Católica, bajo estos y otros

criterios, la que propició primero la destrucción 33 y después la recuperación de los

documentos que formaban parte y reflejaban las prácticas culturales de estos

"buenos salvajes". Bajo la acción evangelizadora, la premisa fue "conocer" para

"someter". Entonces fue así que la tarea "salvadora" se inició.

33
La devastación documental vino tanto por el asalto a templos y recintos como los

amoxcalli (lugar en donde se guardaban los libros mesoamericanos) en los combates

librados para la toma de México como por la expresa orden de quema de los materiales,

considerados de "inspiración diabólica". En los Autos de fe, actos públicos o privados de

la Inquisición, fueron echados a la hoguera centenares de manuscritos. Fray Diego de

Landa, en el Auto de fe de Maní, el 12 de julio de 1562, y el obispo Juan de Zumárraga,

en Texcoco, fueron, entre otros, los que dirigieron estas acciones.

158
En el oportuno rescate testimonial mesoamericano fueron los religiosos

franciscanos o dominicos quienes se ocuparon de la tarea. Entre los frailes

cronistas y redentores documentales a quienes se debe, con las salvedades del

caso, el poder hacer una aproximación a la vida precolombina que incluye

obviamente las prácticas comunicativas, se destacan: Fray Bartolomé de las

Casas (1484-1566), Fray Bernardino de Sahagún (1499-1590), Fray Toribio de

Benavente Motolinía (1482-1569), Fray Andrés de Olmos (1480-1571), Fray Diego

de Landa (1524-1579), entre otros más. Todos ellos llegaron desde la península

ibérica y murieron en tierras de la Nueva España; es decir, México.

No obstante ello, el rescate de los documentos originales fue infortunadamente

exiguo. De los centenares de documentos elaborados por mayas, mixtecos,

aztecas y otros pueblos mesoamericanos, gracias no sólo a la noción de papel

que éstos tenían sino también a su costumbre de papeleo para respaldar todas

sus acciones públicas religiosas o administrativas (Cfr. Soustelle, 1996), apenas si

se conservan en el mundo de hoy menos de 20 códices o libros prehispánicos.

Casi el total de ellos están en manos europeas o estadounidenses, y persiste aún

el debate sobre su autenticidad precolombina.

Los clérigos curadores de los escritos y los testimonios indoamericanos facilitaron

el transvase al latín, recurriendo para ello tanto a los hijos de ilustres aztecas y

mayas, a quienes inculcaron el idioma europeo, como a la interpretación de la

escritura glífica por parte de los sabios indígenas, quienes, dicho sea de paso,

habían memorizado gran parte de dichos textos. Esta traslación interpretativa es,

precisamente, uno de los elementos críticos para dudar de la total fidelidad de

sentido, pero también de la pérdida de la riqueza de la palabra náhuatl. A este

159
respecto, Patrick Johansson, investigador mexicano-francés, discípulo del

sobresaliente estudioso mexicano Miguel León-Portilla, concluye en su análisis

semiótico que:

La palabra náhuatl, en el exilio en los manuscritos alfabéticos, no da más que una

pálida idea del esplendor de su enunciación original. El interpretante español

"trituró" verdaderamente la voz viva de los aztecas en los engranajes de su

aparato cultural en distintas etapas de la recopilación que culminaron con la última

reescritura en los manuscritos (1993: 239).

Sin embargo, más allá de este hecho, lo cierto es que hay evidencia innegable del

desarrollo de diferentes formas comunicacionales consustanciales a la cultura de

los pueblos mesoamericanos precolombinos y que el conocimiento sobre ellos se

debe a la amplitud perceptiva y espíritu humanista de los sacerdotes españoles,

que fueron la primera gran fuente de recuperación histórico-antropológica.

La comunicación de los pueblos prehispánicos se dio en el orden de dos grandes

modalidades, según lo plantea Todorov (1987: 75): la de la interacción de

individuo a individuo, la comunicación que tuvo lugar entre la persona y su grupo

social; y la de la relación entre individuo y su mundo natural-religioso, esa

comunicación establecida con los dioses y que sirvió asimismo para gobernar y

guiar la vida; esta última modalidad fue de preponderancia significativa en el

desarrollo cultural precolombino, pero no excluye, de modo alguno, y más bien se

relaciona íntimamente, con el reconocimiento de los hechos, la recolección de

información sobre el mundo real y su difusión en la colectividad.

Así, la comunicación tenía un carácter público, en la dimensión que fue visible

para todos -gobernantes y gobernados- y se hallaba mediada por la concepción

160
religioso-mítica, aquella búsqueda de las causas y los principios de las cosas en

poderes divinos, extrahumanos, bajo la predestinación y el inexorable

cumplimiento del presagio o de la adivinación previa.

Todos los actos políticos fueron públicos atravesados por lo simbólico-divino. La

mayor habilidad de los jefes de gobierno fue la de hablar, la de comunicarse con el

mundo natural-religioso de donde recibían los augurios para encarar el futuro. A

partir de ello, el mensaje era comunicado al resto del pueblo. La oralidad tuvo,

pues, un peso innegable, pero fue acompañada por la escritura como un necesario

apoyo a la memoria.

A continuación, y de manera no exhaustiva ni definitiva, más bien con carácter

inicial y exploratorio, se propone aquí una tipología de la comunicación

mesoamericana prehispánica y de sus respectivas formas. El siguiente cuadro

resume esta tentativa.

Tipos y formas comunicacionales en Mesoamérica prehispánica

Tipos comunicacionales Formas de expresión

Comunicación oral Cuicati (poemas / cantos / himnos)

Tlahtolli (palabra, relatos, discursos, relación)

Relatos

Comunicación gesto- Fiestas, danzas-música

espacial-sonora Rituales

(acompañamiento de lo Teatro

oral)

161
Comunicación Pintura, muralismo, cerámica, orfebrería, platería,

iconográfica y escrita plumaria, tallados.

Escritura en piedra, ceramios, estelas, lápidas y otros.

Libros mesoamericanos (códice o amaxtli).

Comunicación espacio- Ciudades

monumental Templos, plazas

Estelas y frisos

Edificios de administración y enseñanza

Otras formas:

Vestimenta

Mensajería prehispánica

Comunicación oral: las formas nahuas y mayas de expresividad verbal.

Toda la literatura náhuatl precolombina un carácter oficial, pues respondió sobre

todo al grupo dominante, cuyas descendencias estudiaban en las casas

sacerdotales que administraban la educación e indirectamente el gobierno. La

influencia mítico-religiosa fue enorme.

Este conjunto literario prehispánico empieza indefectiblemente con explicaciones

de la creación del mundo, con mitos cosmogónicos y antropogénicos; con un

detalle épico de héroes y relaciones históricas del devenir cotidiano. La lírica, por

su parte, fue también religiosa, orientada hacia las buenas prácticas de la vida

diaria. Los libros de la sabiduría, por ejemplo, exponen los correctos modos de

162
comportamiento para la clase gobernante y registran los hechos trascendentales

de la comunidad que forman parte de sus crónicas.

Ángel Garibay (1954), primer estudioso de la literatura prehispánica náhuatl,

encuentra al menos nueve tipos de manifestaciones de esta literatura

(comunicación) oral que corresponden a:

1. Poesía religiosa

2. Poesía lírica

3. Poemas otomíes

4. Poesía épica

5. Poesía dramática

6. Prosa en general

7. Discursos didácticos

8. Prosa histórica

9. Prosa imaginativa

A partir de sus estudios fue posible dividir la comunicación oral precolombina en la

región de Mesoamérica en dos modos de expresión básicos: los cuícatl y los

tlahtolli. León-Portilla (2000) ha designado a estas dos grandes formas expresivas

como los géneros literarios prehispánicos náhuatl. Sin pretender hacer

extrapolaciones con las formas literarias occidentales, el experto mexicano afirma

que los cuícatl podrían compararse con las creaciones poéticas con ritmo y

medida en tanto que los tlahtolli podrían ser equivalentes a la prosa (p. 264).

No obstante, la oralidad en el mundo aborigen mesoamericano, previa a la llegada

de Colón, no fue sólo un acto lingüístico, sino fue parte de un sistema simbólico

más complejo (Cfr. Johansson, 1993). La vestimenta, la pintura facial, la mímica,

163
entre otros elementos, rodeaban la institución de la palabra en actos públicos o

semipúblicos, además de la inevitable presencia y compañía de la música y la

danza. A este compuesto expresivo prehispánico el investigador franco-mexicano

Johansson (1993) ha denominado "triangulación expresiva de la oralidad", y

además lo reconoce como un complejo significante que es imposible de ser

comprendido segmentado en sus partes.

Al ser la expresión gestual antecedente de la comunicación lingüística, no le

quedó otro lugar al verbo que articularse progresivamente a la dimensión espacial

estructurada por el gesto o la danza, apunta Johansson. "El verbo náhuatl está por

lo tanto frecuentemente subordinado, por lo menos en las instancias de cantos, al

ritmo gestual" (1993: 35).

La música, no de otro modo, también fue un componente fundamental en la

oralidad prehispánica, acentuando las expresiones rituales. Los instrumentos se

convirtieron en verdaderos compases religiosos. Así lo apunta el mismo

Johansson:

Una de las particularidades más significativas del registro cultural sonoro de los

pueblos nahuas es el sentido religioso preciso que conlleva cada sonido, ya sea

musical o no... El verbo náhuatl no solamente debe de integrarse a la estructura

rítmica del canto, tiene también que componer con los determinismos de altura, de

los tonos y de la melodía de la música (1993: 35).

Esto ocasiona que "...el verbo náhuatl vale más, muchas veces, por su valor

fonético que por su aspecto semántico" (p. 35). Así, el discípulo de León-Portilla,

Patrick Johansson, también reconoce las dos modalidades esenciales de

expresión verbal existentes en Mesoamérica, distinguibles ambas por su

164
funcionalidad propia e importancia en la totalidad expresiva: los cuicatl y los

tlahtolli.

Tanto uno como otro -cuicatl y tlahtolli- están insertos en un mundo expresivo en el

que la oralidad, según lo aprecia Johansson, al margen de aquella de orden

cotidiano interindividual, tiene razón de existencia en el orden cósmico y social. Y

añade que:

La palabra tiene de hecho una función performativa en el mundo prehispánico.

Puede provocar cataclismos o bonanza, pero su elocución está siempre vinculada

con un acto específico sobre el eje existencial, ya sea de índole mágica, socio-

religiosa o religiosa. El tiempo y el espacio que enmarcan esta existencia

determinan también lo esencial de las instancias de enunciación de los textos

(p.36).

Comunicación iconográfica y escrita: del lenguaje de las piedras a los códices.

Uno de los tipos de comunicación que cruza muchas de las formas de expresión

mesoamericana es el de la iconografía. Por iconografía se entiende la descripción

de la naturaleza y el análisis del significado de las imágenes. El vocablo proviene

del griego eikon=imagen y graphos=escritura.

Esta clase de estudios iconográficos se remonta a las tempranas inquietudes de

los españoles recién llegados por entender -en su propósito dominador- a estas

culturas que utilizaban extraños signos en sus manuscritos. Anotaron al lado de

cada imagen o representación su correspondiente significado y aunque éste fue

inducido en un contexto de sometimiento cultural, estos primeros intentos

españoles de conocimiento han sido la base útil para todos los estudios

165
iconográficos posteriores y para entender el pasado prehispánico mesoamericano

hasta hoy (Cfr. Klein, 2002).

La primera constancia manifiesta sobre la existencia de maravillosos libros

mesoamericanos, pintados con impresionantes imágenes, data de 1516, por

Pedro Mártir de Anglería, en su libro De orbe novo. La segunda fue la de Martín

Fernández de Enciso que en su libro Suma de geografía (1519), afirmó "hay tierra

donde los indios dicen que las gentes tienen libros y escriben y leen como

nosotros" (Cfr. León-Portilla, 1997: 17-18).

Pero fue Edward Seler, lingüista y filósofo alemán, quien desarrolló el primer

acercamiento científico al estudio de las imágenes prehispánicas en Mesoamérica.

Sin embargo, el análisis de Seler fue circunscrito a su carácter iconográfico, es

decir, a la descripción de las imágenes, a sus temáticas y significados, sin plantear

interpretaciones de carácter iconológico. De todas maneras, esto no le resta el

mérito de haber logrado una de las primeras aproximaciones a lo que fue más

tarde el desciframiento de los glifos 34 mesoamericanos y la comprensión, aún

discutida, de la escritura prehispánica, especialmente la maya.

En cuanto a solamente lo iconográfico y lo propiamente escrito hubo un debate

muy amplio. Seler consideró que los mayas tenían un sistema de escritura de

carácter ideográfico35. Este concepto fue motivo de discusión por autores como

34
El glifo es una unidad significante gráfica. Generalmente se presenta como un signo

tallado o pintado.
35
Los tipos de escritura tradicionalmente aceptados son: pictográfico, ideográfico,

logográfico, silábico y alfabético. En el fondo existen dos criterios para su clasificación: 1)

166
Cyrus Thomas que alegaba que el sistema era fonético (Cfr. Stuart, G., 2001).

Dicha discrepancia académica continuó años más tarde con célebres mayólogos

como el inglés Eric Thompson, discípulo del pionero arqueólogo descubridor y

propiciador del rescate de Chichén Itzá, Sylvanus Morley, y el joven epigrafista

ruso Yuri Valentinovich Knorosov. Thompson sugirió en 1950 que los mayas no

registraron hechos históricos en sus monumentos de piedra, llegando a

describirlos como "excelentes en lo impráctico, pero deficientes en lo práctico"

el tipo de unidad que representa un elemento del sistema de escritura: un sonido, una

sílaba, una idea, una palabra o una cosa; 2) el modo de representación de ésta: por

medio de signos que asemejan o aclaran el significado; por medio de signos cuyas formas

no guardan relación con el significado.

En la escritura pictográfica se usan dibujos para representar objetos (pictogramas). Su

ordenamiento permite reconstruir una historia, un relato. Cada signo gráfico es la

traducción de un enunciado completo. Sin embargo, este tipo de escritura resulta limitado

cuando se trata de representar abstracciones complejas.

Por su parte, en la escritura ideográfica la unidad es el ideograma, una representación

gráfica de una idea. La combinación de pictogramas suele dar un ideograma; es decir, la

comunicación de una idea, de un concepto más completo.

En cambio, en la escritura logográfica existe una complejidad mayor pues cada grafía

representa una palabra, un concepto. Los logogramas representan morfemas o palabras

enteras.

La escritura silábica representa ya sonidos agrupados (sílabas). Cada carácter designa

sílabas, y su conjunción forma las palabras e ideas. En la escritura alfabética, cada unidad

del sistema representa un sonido o fonemas de la lengua. Ambos sistemas ya asumen la

propiedad de arbitrariedad respecto al referente que designan.

167
(Cfr. Sharer, 2003). Las características de la evolución de ese enfrentamiento

serán desarrolladas en el acápite dedicado a la escritura maya.

No obstante, las bases para entender la escritura prehispánica mesoamericana se

encuentran en la aproximación al estudio iconográfico y a las formas más antiguas

de representación y de escritura en Amerindia: las que floreciendo entre olmecas,

zapotecas y mixtecas.

León-Portilla (1992) y Pohl (2008), a su vez, detallan lo que serían los tipos de

escritura presentes en las culturas y los periodos mesoamericanos. Hay que

destacar que algunos son híbridos entre lo pictográfico, lo ideográfico y lo fonético.

El siguiente cuadro resume estas propuestas:

Tipos de escritura en las culturas y los períodos mesoamericanos

Olmeca Preclásico:

Alta cultura

Hacia 1.500 a.C. empezó a florecer la cultura madre

mesoamericana.

Surgieron los primeros centros ceremoniales y expresiones

de arte, cerámica y escultura.

Aparecieron los primeros vestigios de escritura jeroglífica y

de cómputos calendáricos (1.000 a.C.)

La región de Monte Albán (Oaxaca) presenta vestigios de

las estelas conocidas como Los Danzantes, con

inscripciones que se reconocen como las más antiguas del

México precolombino.

168
Testimonio de una temprana invención de la escritura (600

a.C.)

Escritura ideográfica. Monumentales retratos de cabezas de

jefes (900-400 a.C.).

Zapoteca Preclásico:

Prosiguieron con el legado Olmeca con el uso de signos

glíficos y otras figuras.

Existen evidencias en paneles de relieve que describen

leyes derrotados.

Clásico:

Murales resaltando textos extensivos y escenas narrativas

200-700 d.C.

Epiclásico:

Escenas narrativas. Escasos glifos en texto.

Maya Preclásico:

Máscara de estuco en fachadas de templo.

En los siglos IV y V son abundantes las inscripciones de una

escritura en parte ideográfica y en parte fonética.

Entre los siglos VII y IX empieza la debacle y ciudades

rituales como Teotihuacán empiezan a declinar.

Clásico:

Escritura logo-silábica completamente desarrollada

combinada con escenas narrativas 400-800 d.C.

169
Libros en piel o papel de corteza de árbol

Cientos de inscripciones. Calendario de gran precisión

Epiclásico:

Apogeo de Yucatán de fachadas decorativas y paneles de

máscaras

Uso parcial de texto 700-900 d.C.

Posclásico:

Elaboración de libros.

Mixe-Zoque

Sistema de escritura sin conexión directa con el maya

posterior. Inscripciones en esta lengua datan del 150 d.C.

Tolteca Clásico:

Adoptan la lengua náhualt, que sería siglos más tarde el

idioma de los mexicas.

Cultivaron la pintura, la escultura y fueron grandes

arquitectos, además de alfareros, "hacían mentir al barro".

También se dedicaron a la plumaria.

Son considerados como referentes para los mexicas,

tezcocanos y tlaxcaltecas.

Influyeron también en los mayas cuando dominaron algunos

de sus poblados. Luego fueron absorbidos por los mayas y

sus saberes y artes se mezclaron con las prácticas

mayenses.

170
Mixteca Posclásico:

Escritura ideográfica e inicialmente fonética.

Libros de contenido histórico-genealógico.

Pocos monumentos 1300-1521 d.C.

Azteca o mexica Posclásico:

2.000 años después de los olmecas. Son los últimos en

aparecer en el Valle de México, luego de una gran mezcla

de pueblos y grupos de esta región.

Preservan sus testimonios en libros o códices.

Arte pictográfico narrativo en escultura monumental, frescos

y códices 1200-1521 d.C.

Región nahua oriental: libros pictográficos en estilo Mixteca-

Puebla. Poco monumentos 1200-1521 d.C.

Región del altiplano Escritura pictográfica y en parte ideo-fonética

central Teotihuacán 150-650 d.C.: Combinaciones de glifos con

vestidura ritual y otras ornamentaciones.

Epiclásico:

Xochicalco: Símbolos como glifos arreglados en secuencia

de cartuchos, pero sin esclarecer que son textos. 700-800

d.C.

Tula: escultura grande tridimensional y trabajos en relieve

800-1100 d.C.

México XIII-VII d.C.

171
Inscripciones: pinturas y libros.

Comunicación espacio-monumental.

Las civilizaciones mesoamericanas establecieron verdaderos espacios de

comunicación en sus grandes ciudades. No sólo el esplendor de la arquitectura y

de la escultura, sino también el intenso intercambio de información y el prolífico

contacto intercultural hicieron de las urbes prehispánicas verdaderos espacios

comunicacionales y comunicantes.

La ciudad, lo mismo que ahora, constituía entonces un lugar de alta significación y

construcción simbólica. Existían lugares públicos, sagrados, comunitarios; lugares

para los nombres y para los macehuales (gente del pueblo); sitios rituales o de

diversión pública, entre otros, todos con un espacio asignado según su

significación e importancia para la colectividad. Este tema es aún estudiado por los

investigadores, bajo la compresión de que entre la arquitectura, la geografía y la

cosmovisión prehispánica se daban relaciones influyentes y todo estaba regido por

el poder de la religión y lo mitológico.

Este tipo de comunicación instalado en la conformación y disposición espacial de

construcciones públicas, monumentos e infraestructuras, demuestra las distintas

connotaciones para vivir la ciudad y su espacio dentro de la concepción indígena

americana, previa a la llegada de los españoles. Cada sitio, cada lugar, lograba

proyectar, con múltiples lenguajes (pinturas, esculturas, edificaciones, cerámica,

etc.), estructuras simbólicas dentro de los conglomerados urbanos precolombinos.

Tipos y formas de la comunicación en los Andes prehispánicos.

En el presente capítulo se aspira a reconstruir la historia de los tipos y formas

comunicacionales que se desarrollaron antes de que los españoles invadieran

172
territorios de los Andes. Las siguientes son preguntas orientadoras de esta

exploración:

¿Qué tipos de comunicación se establecieron en América Latina

precolombina en el área cultural de los Andes?

¿Qué formas comunicacionales precolombinas de la región andina pueden

ser descritas en sus características morfológicas, sus soportes, sus

variantes y en sus lenguajes?

¿Qué actores intervenían bien para producir, difundir o recibir la

comunicación/información que se inscribía en esas formas? ¿Qué

funciones cumplió la comunicación?

El siguiente cuadro identifica inicialmente los tipos y las formas comunicacionales

que luego son descritos:

Tipos y formas comunicacionales en los Andes prehispánicos

Tipos comunicacionales Formas de expresión

Comunicación oral Poesía

Relatos

Comunicación gesto-espacial-sonora Danzas-música

Rituales

Teatro

Comunicación escrita Khipus

Tejidos

Quilcás

Pallares

173
Comunicación iconográfica Piedra

Cerámica

Orfebrería y platería

Topakus

Tejidos

Sellos

Comunicación espacio-monumental La ciudad:

Lugares sagrados

Monumentos

Plazas

Estelas

Portadas

Caminos, correos (chasquis) y otros.

Comunicación oral y gesto-espacial.

En esta primera parte del estudio se describe conjuntamente los tipos de

comunicación oral y gesto-espacial-sonoro. Esto se debe a que tanto el canto, la

poesía y los relatos así como la música y el teatro se presentaban

combinadamente en fiestas y ceremonias, en particular en las incaicas, creando

una variedad de expresiones y significados36.

36
Esto no quiere decir, de modo alguno, que con los otros tipos de comunicación (escrita,

iconográfica y monumental) no se conjugaban significados comunes; muy al contrario con

esto se termina de desentrañar la importancia de la comunicación en la reproducción de la

cultura prehispánica y en la conservación de su legado hasta nuestros tiempos.

174
La comunicación oral adquiere su grado de evolución con el desarrollo del

lenguaje; es decir, con la palabra hablada que es la forma más natural y elemental

de expresión del ser humano.

En lo que se refiere a las lenguas prehispánicas de los Andes, algunos estudios

arqueológicos indican que, durante la era de la expansión de la civilización de

Tiwanaku, el aymara fue seguramente la "lengua franca" de interrelación social

panandina. Ya durante el imperio incaico en la zona andina hubo muchas lenguas,

pero llegaron a sobresalir el chimú (yunga), el puquina, el aymara y el quechua

(Llanque, 1990).

En la etapa de formación y expansión del imperio incaico se continuó hablando el

aymara, aunque el quechua fue reconocido como idioma "oficial" del

Tahuantinsuyo. El desplazamiento se debió, como es de suponer, al intenso

proceso de quechuización emprendido por los incas (Cfr. Llanque, 1990).

Sin embargo, el aymara no desapareció, por el contrario, convivió hasta ahora con

el quechua. Al respecto, el investigador boliviano Luis Ramiro Beltrán afirma: "El

invasor cuzqueño logró introducir muchas de sus voces en el idioma aymara pero

éste se infiltró a su vez en la estructura del quechua. Las consecuencias de esta

amalgama parcial se reflejaron en diversos aspectos de la transacción cultural"

(1982: 54).

Otro idioma hablado en el imperio incaico fue el runasimi -variante especial del

quechua- que, según el escritor boliviano Jesús Lara (1980), era

extraordinariamente dotado y sus medios expresivos estaban por encima de los

del español del siglo XVI. Por el conjunto de las cualidades que poseía, el runasimi

fue percibido por dicho escritor como:

175
Una admirable interpretación de la naturaleza andina. Cada palabra es una imagen

estilizada, en cada frase hay una música esencial y el color se halla dosificado en

él como en los valles floridos. Es plástico y vigoroso como las montañas, fluido

como los ríos, sonoro como el viento y ancho y suntuoso como el Tawantinsuyu

(1980: 15).

Afortunadamente en cuanto a la literatura aymara se posee un repertorio de

relativa abundancia, en especial si se trata de mitos y fábulas, pero carente si se

refiere a su poesía. De la literatura quechua, en cambio, se conserva una variedad

de géneros, sobre todo el lírico, que permite afirmar que los incas llegaron hasta

un nivel artístico más elevado que sus antecesores kollas (Cfr. Beltrán, 1982).

Finalmente, al hablar de la comunicación oral no se puede dejar de lado un

concepto con el que ella está íntimamente relacionado: la tradición oral. El

investigador mexicano Antonio Requejo (1999: 1) establece esa relación aclarando

el origen etimológico del término. Sostiene que el vocablo “tradición” deriva del

latín tradere, compuesto por tra: "al otro lado, más allá" y dere: "dar". Así, el

término tradición, "dar más allá", al encerrar la idea de trasmitir o entregar,

contiene en sí mismo la intención de comunicar.

La palabra oral -continúa Requejo- proviene del latín oralis, derivado, a su vez del

indoeuropeo os, "boca", y del sufijo español a "de", "relativo a". Entonces, "ligando

las ideas de transmitir o entregar mediante las facultades propias o perteneciente

a la boca, podríamos considerar a la tradición oral como una comunicación por la

palabra" (1999: 1).

Este tipo de comunicación, que hace posible la transmisión de generación en

generación de conocimientos, valores, hábitos, quehaceres y costumbres, es "una

176
nota fundamental de las sociedades ágrafas dirigido al mantenimiento de

informaciones primordiales al interior de una cultura" (1999: 1).

El autor señalado explica que las sociedades construyeron, a partir del lenguaje,

estructuras idiomáticas que contuvieran y consolidasen las informaciones

susceptibles de ser aprendidas, conservadas, ejercitadas, pronunciadas y

trasmitidas por personas oficiantes o preparadas para ello. Estas estructuras

idiomáticas -añade- son "vehículos de información que se relacionan con danzas,

fiestas, ceremonias agrícolas o funerarias y conforman un arte de la lengua" (p.1).

Las formas de comunicación oral son finalmente artísticas y expresadas por la

música, la información y el relato literario, que hacen trascender la cultura

prehispánica más allá de sus tiempos y de los usos cotidianos que éstas tuvieron.

Comunicación escrita.

La designación del tipo de comunicación escrita requiere una explicación de la

concepción que se tenga de escritura para que se puedan comprender en ese

marco las formas escritas desarrolladas en el mundo andino precolonial. El

estudioso Ignace Gelb (1976: 32) define la escritura como "un sistema de

intercomunicación humana por medio de signos convencionales visibles", pero el

problema -como el mismo autor señala- no está en esa definición, sino en qué es

lo que se encuentra en la base de lo que se entiende por escritura. Para él,

cuando se habla de escritura, ésta va asociada a una mirada evolucionista en la

que la cúspide sería la escritura alfabética, "la escritura completa", la que

representa a la palabra hablada, con sus antecedentes en la logo-silábica y la

silábica. Los peldaños precedentes sería lo que llama la "no escritura" como las

pinturas y la fase denominada semasiográfica en la que los dibujos "primitivos"

177
expresan signos mas no formas lingüísticas (Gelb, 1976: 247). Como remate,

llama la atención el modo en que reduce a sistema solamente mnemónico a la

escritura en nudos desarrollada en la cultura del Perú antiguo: "Todas las

menciones al supuesto empleo del quipu para señalar crónicas y sucesos

históricos son pura fantasía" (:21). Bajo esa óptica obnubilada y desdeñosa, las

formas de comunicación escrita desarrolladas en los Andes antes de la conquista

española serían primitivas, "ágrafas", porque no lograron alcanzar la escritura

alfabética tal como lo hizo la sociedad europea.

En contraposición con tal visión etnocéntrica, la antropóloga inglesa Denise Arnold

(2005: 34) estudió concepciones que reubican "las prácticas textuales" 37 andinas

dentro de las nociones fundamentales de "escritura" y "texto", donde estaban

ubicadas "originalmente" y plantea una propuesta de una "teoría textual andina".

Junto al filósofo y crítico literario francés Jacques Derrida (1971) y al investigador

inglés de las culturas indígenas Gordon Brotherston (1997) rechaza la idea de que

los pueblos de América no tuvieron escritura. Para el primer autor que Arnold

analiza "ninguna comunidad puede existir sin la escritura en el sentido amplio ya

que ésta emerge con los orígenes del propio lenguaje" (p.36). De este modo la

escritura se constituye en la base de la comunicación, interactúa con la voz para

producir sentido y se refiere a un proceso de inscripción por medio de signos

socialmente acordados. Así, Derrida "se pone a ampliar las definiciones de la

escritura para abarcar una gama mucho más amplia de textos y prácticas

37
El término de prácticas textuales es utilizado por Arnold para referirse a las formas de

comunicaciones como el tejido, el khipu, imágenes pintadas, canto, música, etc.

178
textuales, desde los patrones de diseño en la cerámica o en el textil e incluso

huellas en el paisaje" (Arnold, 2007: 50).

Añade Arnold a esas concepciones, para reubicar las prácticas textuales andinas,

el aporte del investigador argentino Walter Mignolo (1994), quien entre otros

afirma que "la escritura occidental (...) tiene un marcado vínculo con la voz que no

es asimilable al caso de los textos amerindios". Al respecto, ejemplifica los

logogramas mayas -unidades mínimas de un sistema de escritura- y las prácticas

textuales andinas "que no distinguían entre la pintura y el escribir" (Arnold, 2005:

37), a lo que suma la relación entre conceptos del "control de la voz" y la

"construcción de la territorialidad" más afines para entender esas prácticas.

El khipu: ¿sólo cuerdas con nudos?

Khipu es un vocablo quechua que significa nudo, "nudo o cuerdas por nudo". El

cronista del siglo XVII Gracilazo Inca de la Vega entendió por tal término el

nombre "nudo" y el verbo "anudar".

Hacían los indios hilos de diversos colores: unos eran de un color solo, otros de

dos colores, otros de tres y otros de más, porque los colores simples y los

mezclados, todos tenían su significación de por sí; los hilos eran muy torcidos, de

tres o cuatro liñuelos y gruesos como un huso de hierro y largos de a tres cuartas

de vara, los cuales ensartaban en otro hilo por su orden a lo largo, a manera de

rapacejos. Por los colores sacaban lo que se contenía en aquel tal hilo, como el

oro por el amarillo y la plata por el blanco y por el colorado la gente de guerra

(1996: 121-122).

179
El historiador Carlos Radicati afirma que el término quechua quipuni figura en los

más antiguos vocabularios y "...que además de la idea de anudar, expresa

también la de contar por nudos..." (1979: 9).

Sobre la antigüedad del khipu, se cuenta con el dato del investigador William

Conklin (1982: 26), quien asevera que le corresponde una de siete siglos

anteriores a los incas y que algunos de ellos fueron encontrados en un conjunto de

objetos como parte de un entierro cercano al lugar denominado Pampa de Nazca.

Radicati (1979: 56-57) afirma que se encontraron khipus cerca del templo de

Pachacamac y Nazca.

Por su aspecto exterior un khipu puede ser definido como un conjunto de cuerdas

verticales de diferente grosor, color y largo que penden de otra cuerda trasversal.

Las cuerdas están anudadas a diferentes niveles y pueden desprenderse de ellas

otros subhilos de distintos tamaños.

Ya en 1937, el estudioso Andrés Altieri (1990) describía al khipu como "...una

gruesa cuerda cuya extensión varía desde algunos centímetros hasta tres metros

más o menos. Esta cuerda tiene sus dos puntas terminadas con dos nudos, uno

de los cuales permite la formación de un pequeño fleco". Continúa el autor

indicando que de esta cuerda y en toda su extensión se descuelgan otras de

longitud, número y colores variables, "unidas estrechamente entre sí, separadas

por pequeñas distancias o formando grupos distanciados o cercanos unos de

otros". Las cuerdas colgantes (llamadas primarias) tienen a su vez cuerdas

"subsidiarias". Los nudos del khipu, según Altieri, pueden ser de cuatro clases:

simple, doble, compuesto y a medio hacer. El material utilizado para la confección

180
del khipu fue de lana o algodón hilado, torcido, blanco, natural o teñido con

matices.

El khipukamayuq.

El cronista mestizo Garcilaso Inca de la Vega proporciona información acerca del

khipukamayuq: "Estos nudos o khipus los tenían indios de por sí a cargo, los

cuales llamaban khipukamayuq: quiere decir el que tiene cargo de las cuerdas..."

(1996: 123-124). Enumera requisitos para lo que él consideraba un oficio del

"encargado de las cuentas", tales como "los más aprobados y los que hubiesen

dado más larga experiencia de su bondad", asimismo que fueran fieles, no

"vendidos" ni "arrendados"38. Cieza de León, cronista del siglo XVI, indica "que en

cada capital de provincia había un quipu camayoc, encargado de todas las

cuentas (...)". Cieza de León había conocido a un "señor, Guacarapora de nombre,

que había llevado un registro completo de todo lo saqueado de los almacenes a su

cargo".

Gracilaso Inca de la Vega detalla la función que cumplía el khipukamayuq, el

contenido y plantea su concepción sobre el khipu como medio de escritura:

Estos asentaban por sus nudos todo el tributo que daban cada año al Inka,

poniendo cada cosa por sus géneros, especies y calidades. Asentaban la gente

que iba a la guerra, la que moría en ella, los que nacían y fallecían cada año, por

sus meses. En suma: decimos que escribían en aquellos nudos todas las cosas

que consistían en cuenta de números, hasta poner las batallas y reencuentros que

38
En efecto, sólo los más fieles servidores y con probada ética podían servir en este

oficio. Por tal fidelidad al imperio Inca, durante la etapa de la conquista muchos de estos

servidores lamentablemente fueron tomados presos y quemados sus khipus.

181
se daban, hasta decir cuántas embajadas habían traído al Inka y cuántas pláticas y

razonamientos había hecho el Rey. Pero lo que contenía la embajada ni las

palabras del razonamiento ni otro suceso historial, no podían decirlo por los nudos,

porque consiste en oración ordenada de viva voz o por escrito, la cual no se puede

referir por los nudos, porque el nudo dice el número, mas no la palabra (1996: 124-

125).

Este convencimiento por parte de Garcilazo Inca de la Vega de que "el nudo dice

el número más no la palabra" fue percibido como una carencia de las posibilidades

de escritura del khipu. En consecuencia, había que acudir a "remedios", los

mismos que funcionaron como medios "auxiliares" frente a las limitaciones del

khipu y el trabajo del khipukamayuq. En definitiva, de lo que se trataba era de

guardar la memoria de su historia y tradiciones.

Así, los "hechos historiales hazañosos" eran compendiados por el khipukamayuq,

que "los encomendaba a la memoria" y los enseñaba en los diferentes pueblos

donde circulaba. Garcilaso de la Vega también cita a los amawtas, filósofos y

sabios que se encargaban de codificar las hazañas del Inca por medio de "prosa",

"cuentos historiales", "fábulas", "para que por sus edades los contasen a los niños

y a los mozos y a la gente rústica del campo, para que, pasando de mano en

mano y de edad en edad, se conservasen en la memoria de todos" (Cfr. 125). Otra

forma auxiliar fueron los jarawikus o poetas que contaban historias del Rey; "en

suma: decían en los versos todo lo que no podían poner en los nudos" (:126). De

este modo, dice Garcilaso Inca de la Vega, los khipukamayuqkuna "con el favor de

los cuentos y de la poesía" pudieron retener en la memoria la historia y la tradición

inca.

182
Los khipukamayuqkuna tuvieron prestigio; por ejemplo los kurakas y los nobles

acudían a aquéllos para saber de sus antepasados. Por esa posición de prestigio

no tributaban al Estado y no prestaban ningún servicio manual y "así, nunca jamás

soltaban los nudos de las manos" (Garcilaso Inca de la Vega, 1996: 126).

Por último, este cronista indica que los khipus contenían información de leyes,

ordenanzas, ritos, ceremonias, fiestas del sol, leyes que prohibían tal o cual delito

y la pena a ejecutar, "de manera que cada hilo y nudo les traía a la memoria lo que

en sí acontecía..." (Garcilaso Inca de la Vega, 1996: 126-127).

Conclusiones.

1. Acerca de cuáles son los tipos y las formas de comunicación precolombina, sus

características morfológicas, sus soportes, sus variantes y sus lenguajes en las

áreas culturales de Mesoamérica y de los Andes:

Aunque la apreciación inicial reconoció la necesidad de realizar una prospección

monográfica de la comunicación precolombina en general, una inevitable

delimitación demandó centralizar tal estudio panorámico en las dos áreas geo-

culturales mayores que, por el innegable e integral grado de desarrollo que

alcanzaron, se constituyeron en las más sustanciales y notorias expresiones del

avance de los pueblos prehispánicos. Estas son Mesoamérica y los Andes. Por lo

tanto, se ha detectado aquí -de modo no exhaustivo como se lo advirtió- la

existencia de los siguientes tipos y formas comunicacionales prehispánicos,

organizados bajo cinco grupos: comunicación oral, gesto-espacial-sonora, escrita,

iconográfica y espacio-monumental. Cada uno de ellos articulados según lo

demandaron las características encontradas en la región mesoamericana o en la

andina.

183
Es importante subrayar algunos elementos en la presente descripción. En

Mesoamérica se dio una intenta y prolífica articulación entre la comunicación oral y

la gesto-espacial-sonora, por una parte, y entre la primera de éstas y la

comunicación escrita, por otra. En efecto, y principalmente en el ámbito de las

periódicas fiestas ceremoniales celebradas en honor a los distintos dioses, lo oral

unido con lo gestual, lo espacial y lo sonoro -por la infaltable presencia musical y

las interpretaciones escénicas- fue el toque ritual mágico para aquel momento

supremo de contacto con lo sagrado.

En el tiempo prehispánico la enunciación verbal cargaba su sentido a través de

una rítmica y una melodiosa combinación con la música. Esta obró así como

dispositivo ritual, como medio de comunicación y lenguaje mágico que tenía el

particular poder de convocar a la tierra a las divinidades y la de acentuar la

influencia humana en las esferas celestiales. Al mismo tiempo, en el proceso ritual

y ceremonial la gestualidad y la expresión corporal de emperadores y sacerdotes

desempeñaron un rol fundamental para comunicar aquella mediación entre lo

humano y lo ultraterreno. Existía una obsesión comunicativa con los dioses que

fue el motor de gran parte de sus prácticas públicas como rituales, fiestas,

sacrificios, incluso la guerra y la sed de conquista se produjo gracias a la

necesidad de tener sangre real -de los prisioneros nobles- para convertirla en

ofrenda.

Por otra parte, al ser la comunicación oral el mecanismo principal de la tradición

cultural mesoamericana, esta se convirtió en el método para el aprendizaje de

oraciones, mitos, leyendas, canciones, himnos, en fin, de todo cuanto era

importante conservar de su pasado mítico y mantener/expandir para el

184
fortalecimiento identitario. Pero lo frágil de la memoria tuvo que ser reforzado con

la invención de la escritura. Así, el tipo de comunicación escrita se articuló, pero a

la vez mantuvo independencia respecto del tipo oral. Palabra e imagen

funcionaron como simbiosis expresiva, como mecanismo articulado de transmisión

de saber, además de ser base innovadora, perdurable y artística para el registro y

la conservación de la información y el conocimiento.

No obstante ello, la escritura en códices, en estelas, en cerámica y en pinturas

tuvo su propio desarrollo y demostró las múltiples posibilidades semasiográficas

que estructuraban distintos sentidos.

Sin la oralidad ni la memoria los códices no representaban lo que eran: libros

indígenas con tipos y funciones informativos distintos (históricos, religiosos,

administrativos, calendáricos, genealógicos, etc.). Sólo por medio de aquella

articulación entre la interpretación de la expresión pictográfica y la educación en la

tradición oral esos códices podían ser leídos, en una estructura y en un orden que

estaban también señalados con distintas grafías.

Si bien los dos tipos, el oral y el escrito, podrían ser abordados por separado, no

resultaría del todo correcto este procedimiento si se considera y se reconstruye el

contexto de producción discursiva que dio origen y conectó a ambos.

Oralidad -la fuerza y al mandato de su palabra- y códices -la perennidad de su

admirable escritura- fueron tipos y formas prehispánicos de comunicación

mesoamericana que registraron la tradición cultural, la inmanente relación entre lo

humano, lo natural y lo divino y la fuerza simbólica del pensamiento de los pueblos

indígenas.

185
Desde luego, el predominio de estas dos formas no desmerece a los otros tipos

comunicacionales identificados. La comunicación visual, por ejemplo, que se

hallaba presente en la rica iconografía de pintura, escultura, cerámica, orfebrería,

textil y plumaria, también muestra la potencia expresiva indoamericana. Por otra

parte, la representación de la palabra a través de la voluta, cuyas características

pictográficas son indicativas del modo y la función de la acción oral comunicante,

muestra cómo el ser humano y la palabra están unidos creativamente.

Asimismo, la danza, la música, los ritos, las fiestas y las ceremonias formaban

parte de un conjunto comunicacional gesto-sonoro que emergía en el espacio

sagrado de la comunidad. El espíritu comunitario se expresa en la ritualidad

múltiple de la danza, la música y los actos mítico-religiosos en los que todos los

sectores participaban. La comunicación se hacía pública, pese a que eran sólo

algunos actores quienes tenían la autoridad legitimada de manejar la gramática de

aquellos actos y de ser mediadores naturales entre el macrocosmos y el

microcosmos. De ahí, además, que la comunicación espacio-monumental no era

accesoria sino más bien consustancial de todo este universo simbólico en el que

cada elemento tiene su lugar y su significación para la construcción del meta-

relato cultural.

Entretanto, a millares de kilómetros de distancia, nada distinto de lo descrito

sucedía en los Andes.

En este contexto, los tipos de comunicación tanto oral como gesto-espacial que se

dieron en los Andes también deben ser comprendidos combinadamente, puesto

que sus formas comunicacionales como el canto, la música, la poesía, los relatos,

186
las fiestas y las ceremonias se desplegaron en un mismo escenario ritual, creando

una variedad de significados.

La riqueza lingüística y la versatilidad plástica de las lenguas panandinas, como el

aymara y el quechua, permitieron la creación de sobresalientes formas expresivas

orales. De la primera de ellas se cuenta, por ejemplo, con un vasto repertorio de

mitos y fábulas, así como de poemas. Y en cuanto a la segunda sobresale una

amplia variedad de géneros líricos.

Dentro de las formas comunicacionales desarrolladas en el marco de la

comunicación oral y gesto-espacial se destacan la música, la danza, la poesía, la

transmisión de sucesos históricos, los relatos, las fiestas y las ceremonias. En el

interior de estas se encontró una serie de subformas, cada una con características

morfológicas propias y particulares estructuras narrativas que revelan la

desbordante riqueza expresiva de la mujer y del hombre andinos precolombinos.

Los contenidos de los mensajes expresaban diferentes aspectos de la vida de

estos pueblos precolombinos desde sus sentimientos íntimos, pasando por sus

actividades agrícolas, sus costumbres y hasta sus relatos guerrero-heroicos y de

conquista en el caso de los incas. Sin embargo, los contenidos privilegiados que

cruzan los diferentes mensajes de las formas comunicacionales están referidos

principalmente a lo mítico, a lo religioso y a la relación mágica con la naturaleza.

En cuanto al tipo de comunicación escrita desarrollado por las cultura andinas

precolombinas este debe ser entendido como un especio de conflicto que enfrenta

a dos enfoques antagónicos: el de carácter etnocéntrico que concibe como

escritura sólo a lo alfabético, estadio al que había llegado luego de un largo

proceso la sociedad europea hasta el momento de la conquista y único parámetro

187
para considerar como ágrafas a las culturas precolombinas; el otro de carácter

crítico que plantea reubicar las escrituras de diverso tipo en la categoría de textos

que registran por medio de signos socialmente acordados su particular modo de

ver y expresar el mundo.

Se destacan en particular, como formas escritas nativas andinas, el tejido, los

khipus, la quilca y los pallares, siendo los dos primeros notables expresiones

prehispánicas sobre las que existen al presente mayor información y análisis.

El tejido andino constituye el libro de sabiduría, el lenguaje mayor a través del que

se expresa, en sus diversas variantes, la cosmovisión del mundo indígena; el

modo de organizar la vida de estos pueblos; sus creencias; sus mitos; sus

deidades y la naturaleza resignificada en seres antropomórficos, zoomórficos,

fitomórficos, abstractos, entre otros. Constituye algo así como el mensaje-

estructura, patrón del que se derivan contenidos en otras formas

comunicacionales con distintos soportes materiales.

En cambio, los khipus no sólo son morfología, es decir, cuerdas colgantes con

nudos de lana y algodón de diferente grosor, color y situados en diferentes niveles

en relación con la cuerda transversal. Representan, sobre todo, un sistema de

significación tanto estadístico como narrativo. Por otro lado, registran información

numérica de todo tipo que requirió el Estado Inca para planificar, administrar y

controlar su imperio, principalmente por el registro del cumplimiento tributario de

las diferentes comunidades. Además, contienen narraciones históricas de hechos

memorables, tradiciones de la cultura Inca, leyes, ritos, ceremonias, fiestas,

etcétera. Si bien hay consenso por parte de los especialistas sobre la aseveración

precedente, continúa el debate respecto de su estructura de

188
codificación/decodificación. De ahí que se plantean distintas hipótesis como la de

"seriación", la de "decodificación" y de la "código binario".

A su vez, la comunicación iconográfica se expresó en piedras, cerámica,

orfebrería y tejidos. En el interior de estas formas se dieron distintas subformas

con sus respectivas características. La exuberancia expresiva de las culturas

andinas quedará inmortalizada en los iconos sobre piedras, con motivos

antropomorfos, zoomorfos, fitomorfos, geométricos, de dioses, de astros y figuras

geométricas. También lo hará en la cerámica, con diseños que representan al

universo religioso de los pueblos andinos, en las ofrendas funerarias como parte

del culto a los muertos y en la representación de sus deidades, así como en la

orfebrería, en la que brillaron motivos de seres mitológicos. E igualmente en los

topakus, el "vestido de reyes", emblemas de parentesco que permitían identificar a

un grupo étnico originario.

2. Acerca de qué actores, usos y funciones fueron preferenciales de estos tipos y

estas formas de comunicación en Mesoamérica y en los Andes prehispánicos:

Información, conocimiento y poder son elementos tradicionalmente integrantes del

dominio social. Así también se integran en Mesoamérica. La comunicación, sus

tipos y sus formas existentes sirvieron para legitimar el poder establecido por

castas y grupos étnicos.

Jefes supremos, sacerdotes, funcionarios y jerarquía, escribas y sectores

funcionales a esta estructura teocrática fueron los poseedores del conocimiento

sagrado, los interlocutores legitimados con lo divino, los difusores y los cultores del

saber y la tradición ancestrales, además de ser los agentes del control informativo

interno y de los circuitos culturales de re/producción del imperio.

189
De este modo, tradición, conservación, innovación, hibridación, dominación o

hegemonía culturales se convirtieron en funciones de la comunicación con sus

distintos tipos y formas. Esas funciones fueron expresadas, a la vez, en usos

religioso-míticos, funerarios, festivos, político-militares, artísticos, literarios,

históricos, noticiosos, científicos, estéticos y lúdicos.

La comunicación, sus actores, sus usos y sus funciones actuaron como

mecanismos de reproducción ideológica de una cosmovisión mítica del mundo y

de la sociedad en la que el individuo, sus actos y sus expresiones estaban

sometidos a la autoridad de lo arcano que debía ser simplemente revelado,

asumido y cumplido para alcanzar la elevación y gloria espirituales.

De ahí que no quedaba más que entender esta predestinación y las expresiones

comunicacionales ayudaban, pues, a encontrarse con este designio escrito de

antemano.

Fue entonces que en esa especialización de saberes y funciones aparecieron el

grupo de pintores-escritores y el grupo de sacerdotes-escribas que se encargaron

de hacer imperecedero el legado de conocimientos, sentimientos y enigmas

precolombinos.

Entre tlamatinis y tlahcuilos -sacerdotes sabios y pintores-escritores,

respectivamente- condensaron el poder del conocimiento oral y de la lecto-

escritura precolombinos en Mesoamérica. Fueron tan importantes y ganaron alta

consideración y reconocimiento social que les fue otorgado linaje, además de la

exención de varias obligaciones con el Estado.

La región de los Andes no fue la excepción. Los actores que intervenían en las

distintas fases de la elaboración de los mensajes eran variados, con distintos

190
grados de especialización y con diversos fines. De esta forma, había quienes se

ocupaban solamente de la interpretación musical o de la creación poética, de la

narración histórica o de la actuación teatral. El propósito de fondo para todas estas

expresiones comunicacionales no fue otro que el de tipo ideológico-político

encarnado en el Estado incaico, fuente principal de emisión discursiva.

No obstante, las funciones preferenciales que permiten entender este contexto de

enunciación fueron la mítico-religiosa, la histórica y la político-militar,

representadas asimismo en el Estado Inca. Aquella instancia de poder requería

pues controlar el vasto territorio que había conquistado y unificar a los pueblos

subyugados principalmente a través del mito sobre los orígenes de los

descendientes del dios Sol, quienes habían sido enviados para dominar y civilizar

al mundo.

Por otro lado, entre los usos sociales, es ejemplar el del tejido que abarca la vida y

la muerte de los habitantes andinos. Este emerge como un don, como un regalo

que se ofrecía en distintas ceremonias y que acompañaba los cambios

importantes del ciclo vital. Sin embargo, el de la muerte tuvo una relación íntima y

suprema con el tejido.

Fueron las mujeres las principales hacedoras textiles. Su composición social,

etárea y grado de especialidad condicionaban el tipo de textil a producir, el usuario

y la función que cumpliría su obra. También estuvieron los khipukamayuq,

especialistas de prestigio social y moral, que sobresalen del universo productivo

comunicacional. Los había de dos clases: contadores e

historiadores/juristas/cronistas oficiales del Inca, cuya función principal fue la de

conservar la memoria de sus antepasados; eran entrenados específicamente en

191
escuelas para aprender y manejar los khipus. Eran auxiliados en su labor por los

jarawikus o poetas que contaban historias del emperador, decían en los versos lo

que no podían decir en los nudos, y por los amawtas, filósofos y sabios que se

encargaban de encodificar las hazañas del Inca y difundirla en diferentes partes

del imperio.

Los destinatarios finales de todas las obras artísticas no fueron necesariamente

los pobladores comunes, más bien fueron personajes de alto rango, reyes,

sacerdotes y militares. Una función llamativa fue la del oro, cuya magnificencia y

poder no estuvieron en su valor mercantil, sino más bien en su valor simbólico

sagrado, como ofrenda religiosa y ceremonial, y como elemento de prestigio y

distinción.

Así, en términos generales, se puede entender la producción simbólica

precolombina como el desarrollo y la utilización de múltiples lenguajes sujetos a

diversas reglas de codificación y que no pueden ser restringidos apenas a la

palabra ni a su sola representación alfabética. A ello se suma la variedad de

funciones sociales descritas asignadas a los usos simbólicos, buena parte de las

cuales, como se acaba de señalar, estaba ya presente en las culturas

prehispánicas: narrar, celebrar, registrar, informar, guardar y reproducir las

tradiciones, adorar, legitimar, expresar sentimientos, recordar o enseñar, entre

otras principales.

Los pueblos precolombinos manejaron distintos códigos de simbolización -de

donde emergen los tipos y las formas de la clasificación propuesta en este

estudio- que les sirvieron para atender las necesidades de comunicación

correspondientes a los diferentes planos de la vida social, desde los cotidianos y

192
de la gestión gubernamental hasta aquellos destinados a establecer vínculos entre

los hombres y las deidades en que creían.

La investigación reconoció cuatro grandes modalidades de comunicación:

hombres-naturaleza, hombres-dioses, élites-pueblo y hombre-hombre. En esta

misma dirección, como se dijo antes, identificó variados usos de la comunicación:

rituales, artísticos, político-administrativos, educativos, festivos, para las relaciones

interpersonales o para las relaciones amorosas.

Más allá de registrar y detallar la existencia, en este último caso, de una rica

diversidad de opciones (palabra, música, teatro, danza, iconografía, etc.), junto a

los instrumentos tanto como a los géneros y subgéneros que les sirvieron para

manifestarse, el estudio puso de relieve el hecho central de que en América

precolombina hubo un desarrollo fundamental de la escritura mucho tiempo antes

de que los conquistadores trajesen el alfabeto español.

193
Las consecuencias de la alfabetización

Por Jack Goody y Ian Watt39

Tomado de: Goody, Jack y Ian Watt. 1997. "Las consecuencias de la

alfabetización". Pp. 72-82. En La comunicación en la historia. Tecnología, cultura,

sociedad. Compilado por D. Crowley y P. Heder. Barcelona: Boch.

Resulta prácticamente imposible, en esta breve exposición determinar qué

importancia debe atribuirse al alfabeto como la causa o como la condición

necesaria de las fecundas innovaciones intelectuales que tuvieron lugar en el

mundo griego durante los siglos que siguieron a la difusión de la escritura;

tampoco, en realidad, la naturaleza de la evidencia ofrece mucho campo para

creer que el problema pueda ser resuelto algún día plenamente. El presente

argumento debe, por tanto, limitarse a sugerir que algunos de los rasgos cruciales

de la cultura occidental nacieron en Grecia poco después de la existencia, por

primera vez, de una rica sociedad urbana en la cual una parte importante de la

población sabía leer y escribir; y que, en consecuencia, la decisiva deuda de toda

la civilización contemporánea hacia la Grecia clásica debe ser contemplada como,

en cierta medida, el resultado, no tanto del genio griego, como de las diferencias

39
Los antropólogos ingleses Jack Goody (1919-) y Ian Watt (1917-1999) han realizado

una labor pionera sobre las implicaciones culturales y psicológicas de la alfabetización.

Goody ha publicado varios libros en esta área: entre ellos, The Logic of Writing y The

Organization of Society, que han sido objeto de un seguimiento amplio e interdisciplinario.

194
intrínsecas entre las sociedades no alfabetizadas (o protoalfbetizadas) y las

alfabetizadas, estando estas últimas fundamentalmente por aquellas sociedades

que utilizaron el alfabeto griego y sus derivados. Si esto es así, puede ayudarnos a

llevar un poco más lejos nuestra comparación entre la transmisión de la herencia

cultural en las sociedades no-alfabetizadas y en las alfabetizadas.

Para empezar, la facilidad de la lectura y escritura alfabéticas fue probablemente

una consideración importante en el desarrollo de la democracia política en Grecia;

parece que en el siglo V la mayoría de los ciudadanos libres podía leer las leyes y

tomar parte activa en las elecciones y en la legislación. La democracia tal y como

nosotros la conocemos, pues, se halla desde el principio asociada a la

alfabetización general; y así, en gran medida, constituye la noción del mundo del

conocimiento como unidades políticas rebasadas; en el mundo helénico, gentes y

países diversos recibieron un sistema administrativo común y una herencia cultural

unificadora a través de la palabra escrita. Grecia está, por esta razón, más

próxima a ser un modelo para la tradición intelectual universal del mundo

alfabetizado contemporáneo que aquellas civilizaciones anteriores del Oriente

cada una de las cuales poseía sus propias tradiciones de conocimiento localizadas

como Oswald Spengler escribió, “La escritura es el gran símbolo de lo Lejano”.

Con todo, aunque la idea del universalismo intelectual, y hasta cierto punto

político, está histórica y sustantivamente ligada a la cultura de las letras, olvidamos

con demasiada frecuencia que esto trae consigo otros rasgos que tiene

implicaciones bastante distintas, y que van, de alguna manera plenamente en la

tradición cultural total hasta el extremo en que le es posible hacerlo en la sociedad

no alfabetizada.

195
Una manera de mirar esta falta de cualquier equivalente culto a la organización

homeostática de la tradición cultural de la sociedad no alfabetizada es ver a la

sociedad letrada como inevitablemente entregada a una serie creciente de

retrasos culturales. El contenido de la tradición cultural crece continuamente, y en

tanto que afecta a cualquier individuo concreto, este se convierte en un

palimpsesto compuesto de estratos de creencias y actitudes pertenecientes a

distintas etapas del tiempo histórico. De modo que lo mismo puede decirse,

finalmente, en cuanto a la sociedad en general, dado que existe una tendencia en

cada uno de los grupos sociales a estar particularmente influido por sistemas de

ideas pertenecientes a distintos periodos del desarrollo de la nación; tanto para el

individuo como para los grupos que constituyen la sociedad, el pasado puede

significar cosas muy distintas.

Desde el punto de vista del intelectual individual, del especialista culto, la

perspectiva de las inacabables posibilidades de elección y descubrimientos

ofrecidos por un pasado tan vasto puede constituir una fuente de gran estímulo e

interés; pero, cuando consideramos los efectos sociales de una orientación tal, se

hace patente que la situación fomenta la alineación que ha caracterizado a tantos

escritores y filósofos de Occidente desde el pasado siglo. Fue seguramente, por

ejemplo, esta falta de amnesia en las culturas alfabéticas la que condujo a

Nietzsche a describirnos a, “nosotros, los modernos” como “enciclopedias

andantes”, incapaces de vivir y actuar en el presente y obsesionadas por un

“sentido histórico” que daña y finalmente destruye al ente viviente, ya sea un

hombre o un pueblo o un sistema cultural” (1909: 9, 33). Incluso si rechazamos las

opiniones de Nietzsche por extremistas, sigue siendo evidente que el individuo

196
alfabetizado tiene en la práctica un campo tan amplio de selección personal de

entre el repertorio cultural total, que es muy poco probable que pueda

experimentar la tradición cultural como una especie de todo diseñado.

Desde el punto de vista de la sociedad en general, la enorme complejidad y

variedad del repertorio cultural crea obviamente problemas de un orden de

magnitud sin precedentes. Significa, por ejemplo, que en tanto que las sociedades

alfabetizadas occidentales se caracterizan por estos estratos de tradición cultural

siempre crecientes, se hallan incesantemente expuestas a una versión más

compleja del tipo de conflicto cultural que se ha sostenido que produce armonía en

las sociedades orales cuando entran en contacto con la civilización europea,

cambios que, por ejemplo, han sido ilustrados con una riqueza de absorbentes

detalles por parte de Robert Redfield en sus estudios de la América Central.

Otra importante consecuencia de la cultura alfabética se refiere a la estratificación

social. En las culturas protoalfabetizadas, con sus sistemas de escritura no-

alfabéticos relativamente difíciles, existía una fuerte barrera entre los escritores y

los no-escritores; pero aunque las escrituras “democráticas” hicieron posible

romper esa particular barrera, condujeron finalmente a una vasta proliferación de

distinciones más o menos tangibles basadas en lo que la gente había leído. El

éxito en el manejo de las herramientas de lectura y escritura constituyen

obviamente unos de los ejes más importantes de la diferenciación social en las

sociedades modernas; y esta diferenciación se extiende hasta diferencias más

insignificantes entre las especializaciones profesionales, de manera que puede

que incluso miembros de los mismos grupos socioeconómicos de especialistas

cultos tengan poco campo intelectual en común.

197
Tampoco, por supuesto, son estas variaciones existentes en el grado de

participación en la tradición de las letras, junto con sus efectos sobre la estructura

social, las únicas causas de tensión. Ya que, incluso dentro de una cultura

alfabetizada, la tradición oral –la transmisión de valores y actitudes en el contacto

cara a cara-, no obstante, sigue siendo el modo primario de orientación cultural, y,

en grados cambiantes, no va al paso de las diversas tradiciones alfabetizadas.

Desde varios puntos de vista, tal vez, esto es una suerte. La tendencia de las

modernas industrias de comunicaciones de masas, por ejemplo, a promocionar

ideales de consumo ostentoso que no pueden ser ejecutados por más de una

proporción limitada de la sociedad bien podría acarrear consecuencias mucho más

radicales si no fuese por el hecho de cada individuo expuesto a tales presiones es

también un miembro de uno o más grupos primarios cuya conversación oral es

probablemente mucho más realista y conservadora en su tendencia ideológica; los

medios de comunicación de masas no constituyen las únicas, y probablemente no

en ni siquiera las principales, influencias sociales sobre la tradición cultural

contemporánea en su conjunto.

Los valores de los grupos primarios se hallan probablemente incluso más

apartados de los de la “alta” cultura alfabetizada, excepto en el caso de los

especialistas cultos. Esto introduce otro tipo de conflicto cultural, y concretamente

uno que es de significación cardinal para la civilización occidental. Si, por ejemplo,

regresamos a las razones del relativo fracaso de la educación universal obligatoria

para conseguir los resultados intelectuales, sociales y políticos que James Mills

esperaba, bien podemos echar una gran parte de la culpa al vacío existente entre

la tradición alfabetizada publica de la escuela y las tradiciones orales privadas -

198
muy distintas y, en realidad, a menudo directamente contradictorias- de la familia y

el grupo paritario del alumno. El alto grado de diferenciación en la exposición a la

tradición letrada establece una división básica que no puede existir en la sociedad

no-letrada: la división entre los diversos matices de la alfabetización y la no-

alfabetización. El lugar en que este conflicto, por supuesto, se convierte en centro

de atención de un modo más espectacular es la escuela, la institución clave de la

sociedad. Como ha señalado Margaret Mead (1943: 637): “La educación primitiva

era un proceso por el cual se mantenía la continuidad entre padres e hijos (…) La

educación moderna incluye un fuere énfasis sobre la función de la educación para

crear discontinuidades, para convertir al niño (…) de analfabeto en alfabetizado”.

Una tensión similar y probablemente incluso más aguda se desarrolla en muchos

casos entre la escuela y el grupo paritario; y, bastante aparte de las dificultades

que surgen de las sustantivas diferencias existentes entre ambas orientaciones,

parece haber factores en la propia naturaleza de los métodos cultos que los hacen

poco apropiados para salvar el vacío entre la sociedad de la esquina de la calle y

la jungla del encerado.

En primer lugar, porque aunque el alfabeto, la imprenta y la educación gratuita

universal se hayan combinado para hacer que la cultura alfabetizada se halle

disponible para todos de forma gratuita, el modo de comunicación culto es tal que

no se impone de un modo tan vigoroso o tan uniforme como ocurre con la

transmisión oral de la tradición cultural. En la sociedad no alfabetizada todas y

cada una de las situaciones sociales no pueden sino poner al individuo en

contacto con las pautas de pensamiento, sentimiento y acción del grupo: la

elección es entre la tradición cultural o la soledad. En una sociedad alfabetizada,

199
sin embargo, y bastante aparte de las dificultades que surgen de la escala y

complejidad de la “alta” tradición alfabetizada, el mero hecho de que la lectura y la

escritura sean normalmente actividades solitarias significa que, en tanto que la

tradición cultural dominante es una tradición alfabetizada, resulta muy fácil de

eludir, como Bertha Phillpotts (1931: 162-163) escribió en su estudio de la

literatura islandesa:

La imprenta hace el conocimiento accesible a todos de un modo tan obvio que

tendemos a olvidar que hace también al conocimiento muy fácil de eludir (…) un

pastor de una granja islandesa, por otro lado, no podía eludir el pasar sus

anocheceres escuchando el tipo de literatura que interesaba al granjero. El

resultado era un grado tal de cultura realmente nacional, que no ha podido lograr

ninguna nación de hoy.

La cultura alfabetizada es, pues, eludida mucho más fácilmente que la oral; e

incluso cuando no se elude, sus efectos reales pueden resultar relativamente

superficiales. No sólo porque, como defendía Platón, los efectos de la lectura son

intrínsecamente menos profundos y permanentes que los de la conversación oral;

sino también porque los de la abstracción del silogismo y de las categorizaciones

aristotélicas del conocimiento no se corresponden muy directamente con la

experiencia común. La abstracción del silogismo, por ejemplo, por su propia

naturaleza pasa por alto la experiencia social y el contexto personal inmediato del

individuo; y la compartimentación del conocimiento restringe de forma similar el

tipo de conexiones que el individuo puede establecer y ratificar con el mundo

natural y social. La manera esencial de pensar del especialista en la cultura

alfabetizada está fundamentalmente reñida con la de la vida diaria y la experiencia

200
común; y prueba de este conflicto es la larga tradición de chistes acerca de

maestros despistados.

Es, por supuesto, cierto que la educación contemporánea no presenta los

problemas exactamente en las formas de la lógica y la taxonomía aristotélicas;

pero todos nuestros modos de pensamiento cultos han estado profundamente

influidos por ellas. En esto, tal vez, podemos ver una gran diferencia no sólo con

respecto a la transmisión de la herencia cultural de las sociedades orales, sino con

respecto a las de las sociedades protoalfabetizadas. Es así como Marcel Granet

relaciona la naturaleza del sistema de escritura chino con la “concreción” del

pensamiento chino, y su imagen de la concentración primaria del mismo en la

acción social y las normas tradicionales sugiere que el efecto cultural del sistema

de escritura estuvo dirigido a intensificar el tipo de conversación homeostática

descubiertas en las culturas no alfabetizadas; estuvo, en realidad, conceptualizado

en el tao-‘tung, o “transmisión ortodoxa del camino”, de Confucio. En esta

conexión puede observarse que la actitud china hacia la lógica formal, y hacia la

categorización del conocimiento en general, es una expresión articulada de lo que

ocurre en una cultura oral (Granet 1934: vii-xi, 8-55; Hu Shih, 1922). Mencius, por

ejemplo, intercede por el acercamiento no-alfabetizado en general cuando

comenta: “El porqué de que me disguste atenerme a un solo punto es que ello

perjudica al tao. Toma en consideración un solo punto y pasa por alto a otros cien”

(Richards, 1932: 35).

La tensión social existente entre las orientaciones oral y alfabetizada en la

sociedad occidental se halla, por supuesto, contemplada por una tensión

intelectual. En épocas recientes el ataque de la Ilustración al mito como

201
superstición irracional ha sido sustituido a menudo por una renacida añoranza de

algún equivalente moderno de la función unificadora del mito: “¿Acaso no han

recibido todas las razas –pregunta W. B. Yeats– su primera unidad de una

mitología que las esposa con la roca y la colina?” (1955: 194).

En esta nostalgia por el mundo de los mitos Platón ha tenido una larga línea de

sucesores. El culto de Rousseau al Noble Salvaje, por ejemplo, pagó un tributo

inconsciente a la fuerza de la homogeneidad de la cultura oral, a la anhelante

admiración del educado por la simple pero cohesiva visión de la vida del

campesino, la atemporalidad de su vivir en el presente, la espontaneidad no-

analítica que acompaña a una actitud de participación absorta y carente de critica

hacía el mundo, una participación en la cual las contradicciones entre la historia y

la leyenda, por ejemplo, o entre la experiencia y la imaginación, no se sienten

como problemas. Tal es, por ejemplo, la tradición literaria del pastor europeo,

desde Sancho Panza de Cervantes hasta el Platón de Karataev de Tolstoi. Ambos

son analfabetos; ambos son ricos en saber proverbial popular; a ninguno de los

dos les afecta la consistencia intelectual, y los dos representan muchos de los

valores que, como hemos sugerido anteriormente, son característicos de la cultura

oral. En estos dos trabajos Don Quijote y Guerra y la Paz, que bien podrían

considerarse dos de los logros supremos de la literatura moderna occidental, se

realiza un contraste explícito entre los elementos orales y alfabetizados de la

tradición cultural. Don Quijote se vuelve loco por leer libros; mientras en oposición

al campesino Karataev que -en esto, como Mencius o como Trobianders de

Malinowski-

202
ni entendía ni podía entender el significado de las palabras fuera de su contexto.

Cada palabra y cada acción suya era la manifestación de una actividad

desconocida para él, que era su vida. Pero su vida tal y como él la veía, no tenía

ningún significado como cosa separada. Tiene significado únicamente como parte

de un todo del cual él siempre era consciente (Guerra y Paz).

Tolstoi, por supuesto, idealiza; pero, de forma inversa, incluso en su idealización

sugiere un solo gran énfasis de la cultura alfabetizada y concretamente uno que

nosotros asociamos inmediatamente con los griegos: el acento sobre el individuo;

Karataev no ve “su vida (…) como una cosa separada “. Existen, por supuesto,

marcadas diferencias en las historias de las vidas de miembros individuales de las

sociedades no alfabetizadas: la historia de Crashing Thunder difiere de la de otro

Winnebago (Radin, 1926, 1927); la de Baba de Karo, de otras mujeres de Hausa

(Smith, 1954), y a estas diferencias se les da a menudo reconocimiento público

atribuyendo a los individuos un espíritu personal tutelar y guardián. Pero en

conjunto existe menos individualización de la experiencia personal en las culturas

orales, que tienden, en palabras de Durkheim, a caracterizarse por la “solidaridad

mecánica”: por los vínculos entre semejantes, más que por un conjunto más

complicado de relaciones complementarias entre individuos inmersos en una gran

variedad de roles. Como Durkheim, muchos sociólogos relacionarían esta mayor

individualización de la experiencia personal en las sociedades alfabetizadas con

los efectos de una división del trabajo más extensa. No hay una única explicación,

pero las técnicas de lectura y escritura son indudablemente de una gran

importancia. Está, ante todo, la distinción formal que ha enfatizado la cultura

alfabética entre lo divino, lo natural y los órdenes humanos; en segundo lugar,

203
encontramos la diferenciación social que originan las instituciones de la cultura

alfabetizada; en tercer lugar, está el efecto de la especialización intelectual

profesional, que ha alcanzado unas dimensiones sin precedentes; por último, ha

de citarse la inmensa variedad de posibilidades de elección ofrecidas por la

totalidad del corpus de la literatura registrada, y de estos cuatro factores resulta,

en cualquier caso individual, la totalidad altamente compleja de la selección de

estas orientaciones cultas y de la serie de grupos primarios en los que el individuo

ha estado también implicado.

Por lo que se refiere a la conciencia personal de esta individualización,

contribuyeron sin duda otros factores, pero la escritura en si (en sus formas más

simples y cursivas) fue de gran importancia. Ya que la escritura, objetivando las

palabras y haciendo a estas y a su significado disponibles para un examen mucho

más prolongado del que es posible conseguir oralmente, potencia el pensamiento

privado; el diario o la confesión permite al individuo objetivar su propia experiencia,

y le ofrece cierta investigación de las transmutaciones de la memoria bajo la

influencia de acontecimientos posteriores. Y entonces, si el diario se publica más

adelante, una audiencia más amplia donde puede tener una experiencia concreta

de las diferencias que existen en las experiencias de sus prójimos y a partir del

registro de una vida que ha sido parcialmente aislada del proceso de asimilación

de la transmisión oral.

El diario es, por supuesto, un caso extremo; pero los propios diálogos de Platón

constituyen una evidencia de la tendencia general de la escritura a incrementar la

conciencia de las diferencias individuales en la conducta, así como en la

personalidad que subyace tras ellas; mientras que la novela, que participa en la

204
dirección autobiográfica y confesional de escritores como San Agustín, Pepys y

Rousseau, y pretende ser un retrato tanto de la vida interior como de la exterior de

los individuos en el mundo real, ha sustituido a las representaciones colectivas del

mito y la épica.

Desde el punto de vista del contraste general entre la cultura oral y la

alfabéticamente culta, pues, existe una cierta identidad entre el espíritu de los

diálogos platónicos y el de la novela: ambos tipos de escritura expresan lo que es

un esfuerzo intelectual característico de la cultura alfabetizada, y presentan el

proceso por el cual el individuo realiza su propia selección, rechazo y

acomodación más o menos conscientes, más o menos personales, de entre las

ideas y actitudes conflictivas presentes en su cultura. Esta afinidad general entre

Platón y la forma artística característica de la cultura alfabetizada, la novela,

sugiere también un contraste entre las sociedades orales y las alfabetizadas: en

comparación con la transmisión homeostática de la tradición cultural entre las

gentes no alfabetizadas, la sociedad culta deja más a sus miembros; menos

homogénea en su tradición cultural, da más juego libre al individuo, y

particularmente al intelectual, al propio especialista culto; lo hace sacrificando una

orientación única y ya hecha hacia la vida. Y, en tanto que un individuo participa

en la cultura alfabetizada, como distinta a la oral, la coherencia tal y como la logra

una persona es en gran medida el resultado de su selección, adopción y

eliminación personal de artículos de entre un repertorio cultural altamente

diferenciado; está, por supuesto, influido por todas las diversas presiones sociales,

pero estás son tan numerosas que la pauta o modelo emerge finalmente como

uno solo.

205
Podría añadirse mucho, a modo de desarrollo y calificación, sobre este aspecto,

así como otras muchas cosas de las que se han dicho más arriba. El contraste

podría extenderse, por ejemplo, actualizándolo y considerando los últimos

desarrollos en comunicación, desde la invención de la imprenta y de la prensa de

poder a la de la radio, el cine y la televisión. Puede suponerse que todas estas

últimas deben gran parte de su eficacia como agencias de orientación social al

hecho de que sus medios de comunicación no poseen la abstracta y solitaria

cualidad de la lectura y la escritura, sino que, por el contrario, comparten algo de

la naturaleza y el impacto de la interacción personal directa que se obtiene en las

culturas orales. Puede incluso resultar que estos nuevos modos de comunicar

imagen y sonido sin ningún límite de tiempo y espacio desemboquen en una

nueva clase de cultura: menos intima e individualista que la cultura alfabetizada,

probablemente, y que comparta algo de la relativa homogeneidad, aunque no la

mutualidad, de la sociedad oral.

Especular más en esta línea sería ir mucho más allá de los propósitos de esta

exposición; y únicamente queda por considerar brevemente las consecuencias de

las líneas generales de la argumentación a favor del problema tal y como fue

planteado al principio en términos de la distinción entre las principales disciplinas

(aunque no las únicas) implicadas en el análisis de las sociedades no

alfabetizadas y las cultas, esto es, la antropología y la sociología.

Uno de los aspectos de la comparación hecha entre la cultura no alfabetizada y la

alfabética parecería ayudar una de las principales tendencias modernas en el

desarrollo de la antropología, ya que parte del progreso que ha hecho la

antropología más allá del etnocentrismo del siglo XIX deriva seguramente de una

206
creciente conciencia de las implicaciones de una de las cuestiones tratadas

anteriormente: es decir, una conciencia de hasta qué punto, en la cultura de las

sociedades orales, los modelos no aristotélicos se hallan implícitos en el lenguaje,

el razonamiento y los tipos de conexión establecidos entre las diversas esferas del

conocimiento. El problema ha sido abordado de muchas formas; particularmente

ilustrador, tal vez, es el contraste de Dorohty D. Lee entre las codificaciones

“lineales” de la realidad en la cultura occidental y las codificaciones “no lineales”

de los Trobriand Islanders; y ahí, incidentalmente, aunque no se menciona

Aristóteles, puede reconocerse el pensamiento característicamente analítico,

teleológico y relacional de éste en las actitudes rectoras que Dorothy Lee presenta

como el modo de pensamiento típicamente culto en contraste con el de los

Trobrianders. Benjamín Lee Whorf remarca un aspecto similar en su comparación

del Hopi con el SAE (uropeo medio estándar). Whorf cree que la “manera

mecánica de pensar” de los europeos está íntimamente relacionada con la sintaxis

de las lenguas que hablan, “hecha más rígida e intensificada por Aristóteles y los

seguidores medievales y modernos de este último” (Whorf, 1956: 238). La

segmentación de la naturaleza está relacionada de forma funcional con la

gramática; el espacio, el tiempo y la materia newtonianos, por ejemplo, se derivan

directamente de la cultura y lenguaje del europeo medio estándar (1956: 153).

Whorf continua explicando que “nuestra objetivada visión del tiempo es (…)

favorable a la historicidad y a todo aquello relacionado con la conversación de

registros, mientras que la visión del Hopi desfavorable a ello”. Y a este hecho él

vincula la presencia de:

207
1. Registros, diarios, conservación de libros, contabilidad, matemáticas

estimuladas por la contabilidad.

2. Interés en las sucesiones exactas, fechas, calendarios, cronologías, relojes,

jornales temporales, gráficos de tiempo, tiempo tal y como se utiliza en

física.

3. Anales, historias, la actitud histórica, interés en el pasado, arqueología,

actitudes de introspección hacía los periodos pasados, como por ejemplo el

clasicismo, el romanticismo (Whorf, 1956:153).

Muchos de estos rasgos son precisamente los que nosotros hemos mencionado

como característicos de las sociedades con sistemas de escrituras sencillos y de

amplia difusión. Pero mientras que Whorf y otros lingüistas antropólogos se han

percatado de estas diferencias entre las instituciones y categorías europeas por un

lado y las de las sociedades como los Trobriands y los Hopi por el otro, han

tendido a relacionar estas variaciones con las propias lenguas, concediendo poco

peso a la influencia del modo de comunicaciones como tal, a las consecuencias

sociales intrínsecas de la alfabetización.

Por otra parte, lo que se ha dicho sobre la alfabetización y los consiguientes

desarrollos del pensamiento griego que condujeron a los métodos lógicos y las

categorías de Aristóteles puede parecer que atribuye a un solo individuo, y a la

civilización a la que perteneció, una especie de llamamiento absoluto a la validez

intelectual que no es probable que consienta, ni el filósofo, ni el antropólogo, ni el

historiador de la civilización antigua. El uso de tan difundidas presunciones en

general hace mucho tiempo llevó a John Locke a un inusitado estallido de humor

glacial: “Dios no ha sido tan tacaño con los hombres como para hacer de ellos

208
simplemente criaturas de dos piernas, y dejó a Aristóteles la tarea de hacerlos

racionales” (Essay Concerning Human Understanding, libro IV, cap. 17, 84). De

todas maneras, el propio tratamiento que Locke hace de las “formas de

argumentación” y de “la división de las ciencias” se halla de modo reconocible

dentro de la tradición que procede de Aristóteles y su época; como lo está

también, de un modo importante, la cultura alfabetizada, no solo la de Occidente,

sino la del mundo civilizado de hoy. Existe obviamente cierta eficacia, más o

menos absoluta, en la organización del conocimiento humano que aparece en los

modos de pensamiento de la primera cultura de alfabetización sólida, aunque su

definición (que apenas podría ser más difícil) está mucho más allá del alcance de

este texto. Max Weber vio como factor diferenciador de la civilización occidental la

“racionalidad formal” de sus instituciones; y esto, su vez, lo consideró como una

versión, desarrollada de un modo más pleno y practicada de forma más exclusiva,

de la tendencia humana común a actuar razonablemente: a comportarse con

“racionalidad sustantiva”. Para Weber, la “racionalidad formal” era meramente una

forma institucionalizada de esta tendencia general que funcionaba a través de

“normas establecidas racionalmente, por promulgación, decretos y regulaciones”,

más que a través de lealtades personales, religiosas, tradicionales o carismáticas.

La diferenciación de Weber es, en algunos aspectos, paralela a la diferenciación

anteriormente expuesta entre la cultura oral y la alfabética, y en diversos lugares

anticipa parte del argumento avanzado en este texto.

El presente estudio es, pues, un intento de aproximación a un problema muy

general desde un solo punto de vista en concreto. Bajo esa perspectiva, sugiere

una de las razones de aquello sobre lo que se ha insistido ampliamente en la

209
comparación establecida entre la antropología y la sociología: el relativo carácter

incompleto de los análisis sociológicos en comparación con la antropología, y la

tendencia de los antropólogos que estudian las sociedades europeas a limitar sus

limitaciones a las comunidades locales o a los grupos familiares. Ya que, dejando

aparte las diferencias de escala y complejidad de la estructura social, existen otras

dos dimensiones de análisis que pueden en la práctica ser pasadas por alto en

gran medida por el antropólogo pero no por el estudioso de las sociedades

alfabetizadas.

En primer lugar, la materialización del pasado en el registro escrito significa que la

sociología debe ser inevitablemente la que más profundamente se interese por la

historia. Las clases de aspectos prácticos y teóricos implicados aquí son

numerosos, ya que la gran importancia de la dimensión histórica, con sus muy

distintos tipos de impacto sobre los diversos grupos sociales, obviamente plantea

agudos problemas metodológicos. En el nivel más general, el modelo analítico del

sociólogo debe tener en cuenta el hecho de que, desde un solo punto de vista, sus

datos incluyen acumulados de culturas y periodos anteriores, y el hecho de que la

existencia de estos registros incrementa enormemente las posibles formas

alternativas de pensar y comportarse de los miembros de la sociedad que esté

estudiando, así como de las formas de influir en la acción de los mismos en otros

aspectos. Esta complejidad añadida significa que ciertos aspectos del pasado

continúan siendo relevantes (o al menos potencialmente) para la perspectiva

contemporánea; y significa también que cuando se utilizan modelos teóricos

funcionales, las interconexiones difícilmente pueden ser tan directas e inmediatas

como las que el antropólogo podría esperar en las sociedades no alfabetizadas.

210
En segundo lugar, el sociólogo debe reconocer en cualquier caso que, dado que

en la sociedad alfabética gran parte de la función homeostática de la tradición oral

funciona a nivel interior e individual, más que a nivel exterior y público, las

descripciones sociológicas, que inevitablemente tratan ante todo de la vida

colectiva, son considerablemente menos completas que las de la antropología, y

en consecuencia proporcionan una guía menos segura para entender el

comportamiento de los individuos concretos de que la sociedad está compuesta.

211
El legado griego

Por Eric Havelock40

Tomado de: Havelock, Eric. 1997. "El legado griego". Pp. 83-89. En La

comunicación en la historia. Tecnología, cultura, sociedad. Compilado por D.

Crowley y P. Heder. Barcelona: Boch.

La introducción de las letras griegas en la inscripción en algún lugar en torno al

700 a.C. iba a alterar el carácter de la cultura humana, creando un abismo entre

todas las sociedades alfabéticas y sus precursoras. Los griegos no sólo inventaron

un alfabeto: inventaron la alfabetización y la base culta del pensamiento moderno.

Bajo las condiciones modernas parece haber sólo un corto retraso temporal entre

la invención de un aparato y su plena aplicación social o industrial, y nos hemos

acostumbrado a esta idea como un hecho de la tecnología. No sucedió así con el

alfabeto. Las formas y los valores de las letras tuvieron que pasar por un periodo

de localización antes de que se estandarizasen en toda Grecia. Incluso después

de que la tecnología se estandarizase o lo hiciese relativamente -siempre hubo

dos versiones que competían: la oriental y la occidental- sus efectos se registraron

lentamente en Grecia, se cancelaron después en parte durante la Edad Media

40
Eric Havelock (1903-1989) fue catedrático de clásicas en la Universidad de Yale.

Colega en una ocasión de Harold Innis, Havelock ha escrito ampliamente sobre el impacto

de la alfabetización en la historia de Occidente, especialmente en cuanto al legado de la

alfabetización griega.

212
europea y sólo han sido plenamente reconocidos desde la invención adicional de

la imprenta. Pero resulta útil aquí y ahora exponer las plenas posibilidades teóricas

que se derivarían del uso del alfabeto griego, suponiendo que pudiesen suprimirse

todos los impedimentos humanos a su realización, con el fin de situar el invento en

su adecuada perspectiva histórica.

Democratizó la alfabetización, o más bien hizo posible la democratización. A

menudo se establece este punto, pero en términos simplistas, como si se tratase

de una mera cuestión de aprender un número limitado de letras, es decir, aprender

a escribirlas. De ahí que incluso al sistema semítico a menudo se le haya atribuido

erróneamente esta ventaja. Si las sociedades semíticas de la antigüedad

mostraron tendencias democráticas, no fue porque estuviesen alfabetizadas. Por

el contrario, en la medida en que su democracia fue modificada por la teocracia,

con un considerable prestigio y poder conferidos al clero, exhibieron todos los

síntomas de la alfabetización de oficio. El sistema griego, por su superior análisis

del sonido, puso la habilidad de leer teóricamente al alcance de los niños en la

fase en que éstos aún están aprendiendo los sonidos de su vocabulario oral. Si se

adquiría en la infancia, la habilidad podía convertirse en un reflejo automático y

distribuirse de este modo por una mayoría de una población determinada siempre

y cuando se aplicase a la lengua vernácula hablada. Pero esto significaba que la

democratización no dependería únicamente de la invención sino también de la

organización y el mantenimiento de la instrucción escolar en la lectura en el nivel

elemental. Este segundo requisito es más social que tecnológico. No fue afrontado

en Grecia hasta quizás trescientos años después de que se resolviera el problema

tecnológico, y fue de nuevo abandonado en Europa durante un largo periodo

213
después de la caída de Roma. Cuando estuvo en vigor, dejó obsoleto el papel del

escriba o el escribano, y suprimió el estatus elitista de la alfabetización

característico de las épocas de los letrados de oficio.

Realmente, ¿han sido los efectos sociales y políticos externos de la plena

alfabetización tan importantes y profundos como se proclama en ocasiones?

Nuestro examen más reciente de las culturas orales y del modo cómo funcionan

puede arrojar alguna duda sobre esto. Lo que la nueva escritura pudo hacer a la

larga fue cambiar algo del contenido de la mente humana. No argumentaremos

aquí esta conclusión en su totalidad. Pero debería decirse de una vez. La eficacia

acústica de la escritura tuvo un resultado de tipo psicológico: una vez aprendida

no había que pensar más en ello. Aunque era una cosa visible, una serie de

marcas, motivó que se interpusiera como objeto de pensamiento entre el lector y

su recopilación de la lengua hablada. La escritura, por tanto, venía a parecer una

corriente eléctrica que comunicaba una recopilación de los sonidos de la palabra

hablada directamente al cerebro de forma que resonase el significado como si

estuviera en la conciencia sin ninguna referencia a las propiedades de las letras

utilizadas. La escritura se redujo a un truco; no poseía ningún valor intrínseco en sí

misma como escritura y esto la desmarcaba de todos los sistemas anteriores. Una

característica del alfabeto fue que los nombres de las letras griegas, un préstamo

del fenicio, se quedasen por primera vez sin significado: alpha, beta, gamma, etc.

constituye simplemente un sonsonete infantil diseñado para grabar los sonidos

mecánicos de las letras, utilizando lo que se denomina principio acrofónico, en una

serie fija en el cerebro del niño, mientras de forma simultánea están siendo

estrechamente correlacionados con su visión de una serie fija de formas que el

214
niño mira mientras pronuncia los valores acústicos. Estos nombres eran en el

semítico original nombres de objetos comunes como “casa”, “camello”, etc. Los

estudiosos acríticos de la historia de la escritura convertirán incluso en un

reproche contra el sistema griego el hecho de que los nombres se quedasen “sin

significado” en griego. El reproche es muy imprudente. Un auténtico alfabeto, la

única base de la futura alfabetización, sólo podía resultar operativo cuando sus

componentes fuesen despojados de cualquier significado independiente, fuera el

que fuera, con el fin de que pudiese convertirse en un mecanismo mnemotécnico

mecánico.

La fluidez de lectura que pudiese resultar dependía de la fluidez de reconocimiento

y ésta, a su vez, como hemos visto, de la supresión en la medida de lo posible de

toda opción por parte del lector, de toda ambigüedad. Un sistema automático de

este tipo puso al alcance la capacidad de transcribir el habla vernácula completa

de cualquier lengua determinada, absolutamente cualquier cosa que pudiera

decirse en aquella lengua, con la garantía de que el lector reconocería los valores

acústicos exclusivos de los signos, y por tanto las declaraciones exclusivas

transmitidas de este modo, cualesquiera que éstas resultaran ser. Desapareció la

necesidad de versiones autorizadas restringidas a declaraciones de naturaleza

familiar y aceptada. Además, el nuevo sistema podía identificar los fonemas de

cualquier lengua con exactitud. Así surgió la posibilidad de colocar dos o varias

lenguas dentro del mismo tipo de escritura y acelerar así en gran medida el

proceso de traducción cruzada entre ellas. Éste es el secreto tecnológico que hizo

posible la construcción de una literatura romana sobre los modelos griegos: la

primera empresa de este tipo en la historia de la humanidad. En su mayor parte,

215
sin embargo, esta ventaja de intercambio entre comunicaciones escritas ha

correspondido a las últimas culturas alfabéticas de Europa. Por medio de la

comparación, el historiador Tucídides da cuenta en el periodo griego de un

episodio donde los documentos de un emisario persa capturado tuvieron que ser

“traducidos” al griego. Así es como la palabra es interpretada por los

comentaristas que explican este pasaje. Pero Tucídides no dice “traducidos”. Lo

que los aspirantes a traductores tuvieron que hacer primero fue “cambiar las

letras” de la escritura silábica original al alfabeto griego. ¿Cómo pudieron hacer

esto? Yo sugiero que se hizo únicamente con la ayuda previa de la lengua

hablada, no de la escrita. Es decir, un persa oralmente bilingüe que era también

letrado de oficio en el sentido persa, esto es, que conocía su escritura cuneiforme,

leería en alto lo que decía el documento, mientras lo iba traduciendo al griego

hablado. Su homólogo realizaría entonces una transcripción de su dictado al

alfabeto griego, a menos que se dispusiera de un persa que supiese utilizar tanto

la escritura cuneiforme como el alfabeto. Entonces el mensaje persa, ahora en

forma alfabética griega, podía llevarse a Atenas y leerse allí. Hoy día en las

Naciones Unidas se requiere aún algún procedimiento de este tipo para la

comunicación cruzada .entre las culturas alfabéticas y las no alfabéticas como la

árabe, la china y la japonesa, llevando, como lo hace a menudo, a ambigüedades

e incluso malentendidos de una naturaleza especial que no surgen en las culturas

alfabéticas, malentendidos que incluso pueden tener consecuencias políticas.

Estos efectos, repetimos, eran teóricamente alcanzables. Por razones que se

explicarán más adelante, no fue toda la lengua vernácula, de hecho, lo primero en

transcribirse. El alfabeto no se puso originalmente al servicio de la conversación

216
humana corriente. Primero se utilizó más bien para dejar constancia de una

versión cada vez más completa de la “literatura oral” de Grecia, si se permite la

paradoja, que se había nutrido en el periodo no alfabetizado y que realmente

había sostenido la identidad de la anterior cultura oral de Grecia. Aunque

actualmente “leemos” a nuestro Homero, a nuestro Píndaro o a nuestro Eurípides,

gran parte de lo que estamos escuchando es una transcripción acústica bastante

exacta de todas las formas efectistas en que el discurso oral se había conservado

hasta entonces. Este fenómeno, tal como tiene lugar en la formación de lo que

denominamos literatura griega, se ha comprendido de un modo imperfecto y será

explorado en profundidad cuando al fin se permita a los griegos, como se les

permitirá, tomar posesión del curso y la orientación de esta historia.

Pero con todo, aunque la transcripción fluida del registro oral se convirtiese en el

uso primario para el que se dispuso al alfabeto, el fin secundario al que vino a

servir fue históricamente más importante. Podría decir que hizo posible la

invención de la prosa fluida, pero esto sería engañoso, pues obviamente el

componente más amplio del discurso oral incluso en una cultura oral es prosaico.

Aquello a lo que efectivamente se dio origen fue la prosa registrada y conservada

en cantidad. Interpretar esta innovación como meramente estilística sería omitir el

aspecto de un profundo cambio que se produjo en la índole del contenido de lo

que podía ser conservado. Se estaba formando una revolución tanto psicológica

como epistemológica. La declaración importante e influyente de cualquier cultura

es la que se conserva. Bajo condiciones de no alfabetización en Grecia, y de

alfabetización de oficio en las culturas pregriegas, las condiciones para la

conservación eran mnemotécnicas, y esto implicaba el uso del ritmo verbal y

217
musical, para cualquier declaración que tuviera que recordarse y repetirse. El

alfabeto, poniendo a disposición un registro visualizado que estaba completo, en

lugar de uno acústico, abolió la necesidad de la memorización y, por consiguiente,

del ritmo. Éste había impuesto hasta entonces graves limitaciones a la disposición

verbal de lo que pudiera ser dicho, o pensado. Más que eso, la necesidad de

recordar había consumido un grado de energía cerebral -de energía física- que

ahora dejaba de ser necesaria.

La declaración no necesitaba ser memorizada. Podía estar tirada como un objeto,

para ser leída cuando fuese necesario; ya no había castigo por olvidar: es decir, al

menos en lo que se refería a la conservación. Las energías mentales liberadas de

este modo, por esta economía de memoria, han sido probablemente extensas,

contribuyendo a una inmensa expansión del conocimiento disponible para la

mente humana.

Estas posibilidades teóricas se explotaron muy cautelosamente en la antigüedad

grecorromana, y sólo hoy en día están siendo plenamente reconocidas. Si las

subrayo aquí en su doble significación, a saber, que cualquier discurso posible se

podía traducir a escritura y que simultáneamente se aligeró a la mente de la carga

de la memorización, es para poner al descubierto el hecho adicional de que el

alfabeto hizo posible con ello la producción de la declaración novedosa o

inesperada, antes desconocida o poco familiar e incluso “impensada”. El avance

del conocimiento, tanto el humano como el científico, depende de la capacidad

humana para pensar en algo inesperado: una “nueva idea”, como decimos

imprecisa pero oportunamente.

218
Tal pensamiento novedoso únicamente alcanza su existencia completa cuando se

convierte en declaración novedosa, y una declaración novedosa no puede llevar a

cabo su potencial hasta que pueda conservarse para un nuevo uso. La

transcripción anterior, debido a las ambigüedades de la escritura, disuadía de los

intentos de registrar declaraciones novedosas. Esto disuadía indirectamente del

intento de enmarcarlas ni siquiera oralmente, pues ¿para qué uso podían servir, o

qué influencia podían tener si quedaban confinadas dentro del efímero marco de la

conversación informal en lengua vernácula? El alfabeto, alentando la producción

de la declaración desconocida o poco familiar, estimuló la concepción del

pensamiento novedoso, que podía yacer de forma inscrita, reconocerse, leerse y

releerse, y extender así su influencia entre los lectores. No es ningún accidente

que las culturas prealfabéticas fueran también en un amplio sentido las culturas

preciéntíficas, prefilosóficas y preliterarias.

El poder de la declaración novedosa no se restringe al ordenamiento de la

observación científica. Cubre toda la gama de la experiencia humana. Había

nuevas maneras de hablar sobre la vida humana que podían inventarse, y por

tanto de pensar en ella, que no se hicieron poco a poco posibles para el hombre

hasta que quedaron inscritas y pudieron conservarse y extenderse en las

literaturas alfabéticas de Europa.

Los lectores antes de la imprenta.

Las peculiaridades de los materiales y los métodos empleados para elaborar la

palabra escrita establecieron límites a la alfabetización clásica. El alfabeto no

estuvo plenamente maduro hasta que la Europa occidental hubo aprendido a

219
copiar las formas de las letras en tipos móviles y hasta que el progreso en la

técnica industrial hizo posible la fabricación de papel barato.

La denominada producción de libros en la antigüedad y los diversos estilos de

escritura empleados han recibido una gran atención por parte de los eruditos,

cuyos resultados no necesitan ser recapitulados aquí salvo en la medida en que

arrojan luz sobre las dificultades materiales con que podía encontrarse cualquier

ampliación de la alfabetización popular. Porque la alfabetización no se edifica

sobre un fondo de inscripciones. En Grecia, donde la piedra y el barro cocido

proporcionan en principio nuestro más antiguo testimonio del uso del alfabeto, no

conocemos suficientemente la disponibilidad de aquellas superficies perecederas

que pudieron prestar los informales y numerosos servicios que suministra

actualmente el papel que nosotros, los modernos, consumimos y tiramos tan

conscientemente. Herodoto informa de que el más antiguo material en uso de esta

naturaleza fue el pergamino, es decir, las pieles de animales, un recurso

obviamente muy limitado, cuantitativamente hablando, aunque cualitativamente

superior, como se percató más tarde la antigüedad. La otra superficie básica fue la

hoja de papiro disponible en Egipto. ¿Cuál es la fecha más temprana en que

Grecia importó papiro en cantidad? Los textos de Homero, según cuenta la

tradición antigua, recibieron algún tipo de recensión en el periodo en que Pisístrato

gobernaba en Atenas hacia mediados del siglo VI. ¿De qué forma estuvieron

disponibles dichos textos? ¿Estaba inscrito sobre papiro? Ciertamente la primera

mitad del siglo V conoció el uso creciente del papiro en Atenas, y también de la

tablilla encerada para realizar notas sobre ella. Así lo atestiguan algunas

referencias en las obras teatrales de Esquilo. Pero, es posible deducir que las

220
referencias están ahí porque el uso de tales artículos era más novedoso que

familiar. Las palabras “biblos” o “byblos” pueden traducirse bien como el material

“papiro”, bien como el, “objeto consistente en papiro sobre el que se coloca el

escrito”. La traducción común de “libro” resulta engañosa. Las hojas sueltas de

papiro, como bien se sabe, podían pegarse juntas por sus extremos en serie,

formando así una superficie extendida de forjita continua que podía enrollarse.

Para encontrar el lugar había que desenrollar hasta dar con él. “Biblion”, el

diminutivo, que significaba ni libro ni rollo, sino una simple hoja doblada o

posiblemente dos o tres, plegadas juntas una vez. Detalles como estos, junto con

cierta escasez de material cuando se juzga mediante parámetros modernos,

sirven para recordarnos que el aspirante a lector de la antigua Atenas encontraba

ciertos obstáculos para la lectura que nosotros consideraríamos restrictivos.

Al estimar el grado de alfabetización y el alcance de su extensión, ¿hasta qué

punto deberían tomarse en cuenta tales limitaciones materiales? ¿No deberíamos

ser más cautos en este asunto de lo que son generalmente los helenistas? Para

poner sólo un ejemplo: Platón, en su Apología, hace que Sócrates se refiera a la

biblia del filósofo Anaxágoras como “adquiribles por un dracma a lo sumo”, biblia

que él dice que “están atestados” (gemei) de declaraciones (logoi) de este tipo a

las que se ha referido la acusación. ¿Se trata de libros? Por supuesto que no. Se

refiere a aquellas declaraciones de sumario de la doctrina del filósofo que aún

sobreviven en citas de finales de la antigüedad y que ahora denominamos

“fragmentos” del filósofo. Son condensados en cuanto al estilo e incluso

sentenciosos y podemos sugerir que se publicaron como una guía al sistema del

filósofo para ser utilizada como suplemento a la enseñanza oral. Dichos sumarios

221
podían inscribirse a plazos sobre hojas sueltas de papiro adquiribles a un dracma

por hoja. Pero se ha dado mucha importancia a su referencia al describir el

supuesto comercio de libros ateniense de la época y también al afirmar una

sofisticada alfabetización que se presupone por la engañosa traducción de “libro”.

Con esto no se pretende aminorar el grado de alfabetización alcanzado en Atenas

en el último tercio del siglo V antes de Cristo, sino enfatizar que, por muy general

que llegara a ser el manejo del alfabeto, resultaría muy difícil que se diera el

hábito de lectura rápida que estamos acostumbrados a identificar como el sello de

una persona verbalmente competente. No existía un gran volumen de

documentación sobre el que practicar. Si la Academia de Platón en el siglo IV a.C.

tenía una biblioteca, ¿cuántos estantes estaban llenos? El propio término

“biblioteca” es casi una traducción incorrecta, considerando la connotación

moderna, como cuando se nos dice que Eurípides poseyó la primera biblioteca.

Esta tradición parece basarse en una inferencia extraída de un pasaje paródico

creado por Aristófanes en su obra teatral Las ranas a expensas del poeta.

Eurípides y su poesía, en un concurso con Esquilo en el Hades, tienen que ser

“pesados”, de forma que se le dice que pase al platillo de la balanza, después de

“recoger sus papiros”, indicando que podía esperarse que el poeta llevase un

paquete. Se le satiriza como compositor que había hecho de sí mismo un lector y

que hacía poesía de lo que había leído, en una supuesta comparación con su

antagonista, que tiene una orientación oral.

¿En qué materiales aprendían las letras los niños atenienses de la escuela

elemental? Probablemente arena y pizarra, más que papiro, siendo ambos medios

cuantitativamente abundantes, puesto que admiten una continua reutilización a

222
través del borrado. Una “escena escolar” que antecede a la época de la

alfabetización social en Atenas retrata a un hombre mayor usando una tablilla

encerada. Dichas tablillas, que no papel, figuraban de hecho en las tramas de

unas cuantas obras teatrales de Eurípides producidas en el último tercio del siglo

cuando se requiere la entrega de un mensaje o carta. Esquilo únicamente es

consciente del uso de las mismas para notas recordatorias. En cualquiera de los

casos el material utilizado favorecería la brevedad de composición. Por supuesto

que también podía reutilizarse, lo cual implica de nuevo el borrado continuo de la

palabra escrita.

Pueden mostrarse documentos de una comedia de Aristófanes que respaldan una

declaración oral con la implicación de que sólo las personas poco honradas

utilizarían este recurso; la palabra escrita se halla aún bajo cierta sospecha o

resulta un poco ridícula. En resumen, puede concluirse que la lectura del

ateniense culto estaba confinada dentro de límites que nosotros consideraríamos

estrechos, pero lo que leía lo leía deliberada y cuidadosamente. La velocidad de

reconocimiento, el secreto de la invención alfabética, era aun probablemente lenta

en relación con la práctica moderna, y esta probabilidad radica en la reconocida

atención que los escritores y lectores de la época clásica alta dieron a las palabras

y al hecho de sopesarlas. El lenguaje inscrito no se estaba produciendo a un ritmo

lo suficientemente grande como para entorpecer la atención o deteriorar el gusto

verbal. La palabra escrita llevaba el valor de una mercancía de suministro limitado.

La literatura de la época lleva el sello de una sutileza verbal nunca sobrepasada y

raras veces igualada en la práctica europea.

223
Como corolario a esta sofisticación verbal (que fue reforzada por los hábitos que

quedaban de la composición oral), los escritores de la época clásica consultaban

los trabajos unos de otros y escribían lo que tenían que decir a partir de lo que

otros habían escrito antes que ellos hasta un punto difícil de apreciar para un autor

moderno. El mundo de la literatura, por ser tan restringido cuantitativamente, podía

constituir por sí mismo una especie de gran club, cuyos miembros estaban

familiarizados los unos con las palabras de los otros aunque estuvieran separados

por intervalos de tiempo histórico. Gran parte de lo que se escribía, por lo tanto,

convidaba al lector a reconocer ecos de otros trabajos en circulación. Si el erudito

moderno piensa que es capaz de hallar influencias e interconexiones que parecen

excesivas según los parámetros modernos de composición libre, no está

engañándose necesariamente. El mundo del alfabeto en la antigüedad era así.

Los libros y la documentación se multiplicaron en las épocas helenística y romana.

Los descubrimientos papirológicos indican que se hallaban provisiones disponibles

de papiro en el Egipto helenístico, donde, en efecto, uno esperaría encontrarlo.

Pero hasta el final de la antigüedad y más allá de ella a través de los siglos

medievales, extendiéndose a través de la invención del códice o el libro

propiamente dicho, tanto más fácil de manejar y de consultar, la distinción entre

nuestra moderna alfabetización de papel, si se me permite llamarla así, y la

alfabetización de nuestros antecesores se mantiene aún. Se trata de una

distinción determinada en parte por las puras limitaciones cuantitativas impuestas

en la antigüedad sobre los materiales disponibles para la inscripción. El uso de los

palimpsestos, el documento retenido y después borrado y reutilizado, en

ocasiones hasta dos veces, constituye un testimonio elocuente de la escasez y el

224
aprecio de las superficies materiales sobre las que podía escribirse la escritura

alfabética. Aparte de la escasez de materiales, la producción de escritura y, por

tanto, los recursos disponibles para los lectores estaban destinados a permanecer

restringidos más allá de la imaginación de cualquier lector moderno mientras dicha

producción siguiera siendo artesanal. Esto establece una segunda limitación

cuantitativa sobre la creación de toda documentación, ya fuera con fines literarios

o de negocios, como resulta obvio. Un decreto o ley no podía promulgarse en un

periódico; no podían distribuirse copias de las cuentas a los accionistas; un autor

no podía entregar su manuscrito a un editor para su producción y venta en masa.

Las restricciones cualitativas impuestas de este modo eran incluso más drásticas.

La estricta uniformidad de las formas de las letras se volvió imposible por el

capricho de la caligrafía personal. En la época grecorromana era teóricamente

posible y ciertamente deseado un cierto grado de estandarización. Después, se

rompió rápidamente. Un artesano puede producir y produce un producto hecho a

medida de calidad, y en el caso de aquellos que utilizamos y consumimos en el

cotidiano dicha excelencia competitiva se vuelve estimada y valiosa. Pero la

elaboración de productos hechos a medida sobre las mismas líneas cuando el

objetivo es la producción de comunicación se vuelve contraproducente. Hasta el

punto de que los escribas formaron escuelas o gremios, formales o de otra índole,

para fomentar la elaboración de escrituras locales y embellecer los estilos de

escritura que competían, un rectorado tal que por sí solo proporciona la base de

una cultura alfabetizada estaba destinado a deteriorarse. La caligrafía, como ya se

ha observado más arriba, se convierte en el enemigo de la alfabetización y, por

tanto, también de la literatura y de la ciencia.

225
La alfabetización alfabética, con el fin de superar estas limitaciones de método y

lograr así su pleno potencial, tuvo que esperar a la invención de la imprenta. El

logro original, el griego, había resuelto un problema empírico aplicando el análisis

abstracto. Pero los medios materiales para maximizar el resultado requerían la

ayuda de otros inventos y hubo que esperar mucho tiempo para ello. Dicha

necesidad de una combinación de tecnologías es característica del avance

científico. Percatarse de que se dispone de energía cuando el agua se convierte

en vapor era una cosa. Utilizar la energía con éxito era otra, requiriéndose la

construcción paralela de herramientas para máquinas capaces de producir

tolerancias tenues para encajar el pistón con el cilindro, la producción de

lubricantes capaces de sellar dicho encaje, la invención paralela de mecanismos

de correderas para controlar los periodos de presión de vapor, y la de la manivela

y biela para convertir el empuje en rotación. La energía del alfabeto tenía que

esperar, del mismo modo, la ayuda proporcionada por la naciente era del avance

científico en Europa con el fin de ser plenamente liberada.

226
Las ferias medievales

Por Henri Pirenne41

Tomado de: Pirenne, Henri. 1973. Historia económica y social de la Edad Media.

La Habana: Editorial Pueblo y Educación, pp.75-80. [Obra original data de 1933].

Uno de los rasgos de mayor relieve en la organización económica de la Edad

Media fue el papel de primer orden que desempeñaron las ferias, sobre todo hasta

fines del siglo XIII. Abundan en todos los países. En todas partes, además,

presentan en el fondo los mismos caracteres, de modo que se las puede

considerar como un fenómeno internacional inherente a las condiciones mismas

de la sociedad europea. La época de su apogeo fue la del comercio errante. A

medida que los mercaderes se vuelven sedentarios, dichas ferias van decayendo.

Las que se crearon a fines de la Edad Media presentaron un carácter muy distinto

y, en suma, su importancia en la vida económica no se puede comparar con la de

sus antecesoras.

Las ferias y los mercados. En vano se buscará el origen de las ferias (nundinae)

en los pequeños mercados locales que, a partir del siglo IX, abundaron cada vez

más en toda Europa. Si bien las ferias son posteriores, no existe entre ambas

41
Henri Pirenne (1862-1935), historiador belga. Fue profesor de historia desde 1892 y

hasta su muerte en la Universidad de Gante. Es conocido como uno de los grandes

historiadores del siglo XX, en particular por lo que se conoce como la Tesis de Pirenne

(una reinterpretación vigorosa e inédita sobre el inicio y duración de la Edad Media).

227
vínculo alguno y sí muchos contrastes. El objeto de los mercados locales consiste,

en efecto, en proveer a la alimentación cotidiana de la población que vive en el

lugar donde se celebran. Por eso los mercados son semanales y su radio de

atracción es muy limitado; por eso, se concreta su actividad a la compra y venta al

menudeo. Las ferias constituyen, al contrario, lugares de reuniones periódicas de

los mercaderes de profesión. Son centros de intercambios y, sobre todo, de

intercambios al mayoreo que se esfuerzan en traer hacia ellos, fuera de toda

consideración local, el mayor número posible de hombres y de productos. Se

podría, hasta cierto punto, compararlos con las exposiciones universales, pues no

excluyen nada ni nadie; se puede tener la seguridad de que cualquier individuo,

sea cual fuere su patria, cualquier objeto negociable, sea cual fuere su naturaleza,

será bien recibido. Por ende, es imposible celebrar anualmente las ferias más de

una vez, o, cuando mucho, más de dos veces en el mismo lugar, puesto que es

preciso hacer preparativos considerables.

Es claro que la mayoría de las ferias tuvieron tan sólo un radio de acción limitado a

una región más o menos extensa. Sólo las ferias de Champaña poseían, en los

siglos XII y XIII, un poder de atracción que se impuso a toda Europa. Pero lo que

había que indicar es que, en teoría, cada feria está abierta a todo el comercio,

como cada puerto marítimo a toda navegación. Entre la feria y el mercado local la

oposición no consistía, por consiguiente, en una simple diferencia de importancia,

sino en una diferencia de naturaleza.

Origen y desarrollo de las ferias.

Con excepción de la feria de Saint-Denys, cerca de París, que se remonta a la

época merovingia y que, durante el periodo agrícola de la Edad Media, pudo sólo

228
vegetar y no provocó imitación alguna, las ferias datan del renacimiento del

comercio. Las más antiguas existían desde el siglo XI; en el siglo XII, su número

es ya grande y siguió aumentando durante el siglo XIII. Su situación está

naturalmente determinada por la dirección de las corrientes comerciales. Se

multiplicaron, por lo tanto, a medida que en cada país la circulación, al volverse

más intensa, penetró más profundamente. Sólo el príncipe territorial tiene el

derecho de fundar ferias. A menudo, ha hecho dotaciones de ellas a las ciudades:

pero no hay que creer que en todas las grandes aglomeraciones urbanas las haya

habido. Ciudades de primer orden, como Milán y Venecia, carecieron de ellas; en

Flandes, aunque las hubo en Brujas, en Ypres y en Lille, no las hay en un centro

económico de la importancia de Gante, en tanto que las hubo en Thouront y

Messines, que siempre fueron burgos mediocres. Otro tanto sucedió en

Champaña en lugares como Lagny y Bar-sur-Aube cuya insignificancia contrasta

con la celebridad de las ferias de las que fueron sede.

Así, la importancia de una feria no depende del lugar donde se establece, y esto

se entiende fácilmente, pues la feria es sólo un lugar de reuniones periódicas para

una lejana clientela y su frecuentación no está relacionada con la mayor o menor

densidad de la población local. A mediados de la Edad Media se fundaron ferias

con el único objetivo de proporcionar a determinadas villas recursos

extraordinarios, atrayendo a ellas una afluencia momentánea. Pero es fácil ver que

en este punto las consideraciones de comercio local tuvieron mayor fuerza y que

la institución se apartó de su propósito primitivo y esencial.

229
El derecho de las ferias.

El derecho reconoce a las ferias una situación privilegiada. El solar en el cual se

celebran está protegido por una paz especial que establece castigos

particularmente severos en caso de infracción. Todas las personas que concurren

a ellas se hallan bajo el conduit (salvoconducto), es decir, bajo la protección del

príncipe territorial. Los “guardias de las ferias” (custodes nundiarum) ejercen en

ellas una política y una jurisdicción de excepción. Se reconoce una fuerza

particular a las cartas de merced selladas con su sello. Diferentes privilegios

tienen por objeto atraer el mayor número posible de participantes. En Cambrai, por

ejemplo, existe un permiso especial para jugar a los dados y a la berlanga durante

la feria de San Simón y de San Judas. “Los banquetes y los espectáculos hacen

las veces de diversiones”. Pero las ventajas más eficaces consisten en las

“franquicias” que suprimen a favor de los mercaderes que concurren a las ferias el

derecho de represalias para los delitos cometidos o las deudas contraídas fuera

de las ferias, que liberan del droit d’aubaine –el señor retenía para sí, en virtud de

este derecho, los bienes del extranjero muerto en sus dominios-, que suspenden

las acciones judiciales y las medidas de ejecución mientras dura la paz de la feria.

En fin, más valiosa aún resulta la suspensión de la prohibición canónica de la

usura, es decir, del préstamo con intereses y la fijación, para este, de un tipo

máximo.

Las ferias de Champaña.

Si se examina la distribución geográfica de las ferias, se observa a primera vista

que las más activas se agrupan más o menos a la mitad de la gran ruta comercial

que va de Italia y de Provenza hasta la costa de Flandes. Son las famosas “ferias

230
de Champaña y de Brie”, que se celebran una tras otra en todo el transcurso del

año. Venía en primer lugar, en enero, la de Lagny-sur-Marne, y el martes que

precedía a las carnestolendas, la de Bar; en mayo, la primera ferie de Provins,

llamada de San Quiriace; en junio, la “feria caliente” de Troyes; en septiembre, la

segunda feria de Provins o feria de San Ayoul; por fin, en octubre, para cerrar el

ciclo, la “feria fría” de Troyes. En el siglo XII, cada una de estas asambleas se

prolongaba durante seis semanas aproximadamente, y no dejaba entre ellas más

que el intervalo indispensable para transportar las mercancías. Las más

importantes, por la estación en que se celebraban, eran las de Provins y la “feria

caliente” de Troyes.

La prosperidad de dichas ferias se debe, indudablemente, a las ventajas de su

situación. Desde el siglo IX parece probable que los raros mercaderes de aquella

época frecuentaban ya la planicie de Champaña si, como todo parece indicarlo, se

debe colocar en Chappes, en el departamento de Aube, el sedem negotiatorum

Cappas, que se menciona en una carta de Loup de Ferrières. A partir del

renacimiento del comercio, el tráfico, que se ha vuelto cada vez más efectivo,

indujo a los condes de Champaña a asegurar definitivamente las ventajas de

aquel a sus tierras y a ofrecer a los mercaderes la comodidad de ferias

establecidas de trecho en trecho. En 1114, las de Bar y de Troyes existían ya

desde algún tiempo, y sin duda ocurría otro tanto con las de Lagny y de Provins, al

lado de las cuales se hallaban otras que no gozaron de la misma suerte, en Bar-

sur-Seine, en Châlons-sur-Marne, en Château-Thierry, en Nogent-sur-Seine, etc.

A estas ferias de Champaña correspondían, en la extremidad de la línea que se

231
dirigía hacia ellas desde el mar del Norte, las cinco ferias flamencas de Brujas,

Ypres, Lille, Thourout y Messines.

Las ferias de Champaña y el comercio.

En el siglo XII se desarrolló con una rapidez extraordinaria la prosperidad de este

sistema comercial. No cabe duda de que el intercambio era ya muy activo en

1127, entre las ferias de Flandes y las de Champaña, puesto que Galberto nos

describe cómo huyeron atemorizados los mercaderes lombardos de la feria de

Ypres al conocer la noticia del asesinato del conde Carlos el Bueno. A su vez, los

flamencos encontraban en Champaña un mercado exterior permanente para sus

telas, que de allí transportaban, ya sea ellos mismos, ya sean sus compradores

italianos o provenzales, hacia el puerto de Génova, de donde se exportaban a las

escalas de Levante. Desde Champaña, en cambio, los flamencos importaban a su

país las telas de seda, las orfebrerías y, sobre todo, las especias, de las que los

marinos del Norte iban a abastecerse en Brujas, al mismo tiempo que de paños de

Flandes y de vinos de Francia. En el siglo XIII, las relaciones comerciales llegaron

a su desarrollo máximo. Los fabricantes flamencos de paño tuvieron en cada una

de las ferias de Champaña sus “tiendas”, en las que se agruparon por meses y

expusieron sus tejidos. Los “clérigos de ferias” recorrían a caballo sin interrupción

las provincias de Champaña y Flandes y transportaban la correspondencia de los

mercaderes.

Mas si las ferias de Champaña debieron gran parte de su importancia al contacto

que establecieron desde un principio entre el comercio italiano y la industria

flamenca, su influencia se propagó a todas las regiones del Occidente. “En las

ferias de Troyes existía una casa de los alemanes, mercados y mansiones de los

232
mercaderes de Montpellier, Barcelona, Valencia, Lérida, Rouen, Montauban,

Provins, Auvernia, Borgoña, Picardía, Ginebra, Clermont, Ypres, Douai, Sant-

Omer”. En Provins, los lombardos tenían alojamientos especiales y uno de los

barrios de la ciudad se llamaba Vicus Allemannorum, de igual manera que en

Lagny existía un barrio llamado Vicus Angliae.

Las ferias de Champaña y el crédito.

Además, el tráfico de mercancías no era el único atractivo de las ferias de

Champaña. Eran tan numerosos e importantes los pagos que en ellas se

efectuaban que no habían tardado en convertirse, según una acertada expresión,

en la sede del mercado monetario de toda Europa. En cada feria, después de un

primer periodo dedicado a la venta, se iniciaba el de los pagos. Estos se extendían

no sólo al de las deudas contraídas en la misma feria, sino también a cantidad de

pagos a largo plazo de obligaciones contraídas en ferias anteriores. Desde el siglo

XII, por medio de dicha práctica, empezó a funcionar una organización de crédito a

la que probablemente se remonta el origen de las letras de cambio, de las que

tomaron tal vez la iniciativa los italianos, mucho más adelantados que las gentes

del continente en materia de usos comerciales; se trata únicamente de simples

promesas escritas de pagar una cantidad en lugar diferente de aquel en que se

contrae la deuda, o, para emplear términos más jurídicos, “de un pagaré a la orden

a determinado plazo”. El firmante se compromete, en efecto, a pagar en otra plaza

al remitente o a su nuntius, es decir, a su representante (cláusula activa), o a

mandar pagar dicho pagaré por un nuntius que actúe como su representante

(cláusula pasiva).

233
La frecuentación de las ferias de Champaña era tan activa que se estipulaba que

sería pagadera en una de ellas la mayor parte de las obligaciones que se

contrajeran en cualquier lugar. Y esto se refiere no sólo a las deudas comerciales,

sino a los simples préstamos contraídos por particulares, por príncipes o

establecimientos religiosos. Además, el hecho de que todas las plazas de Europa

estuvieran mutuamente en contacto en las ferias de Champaña introdujo en estas,

en el siglo XIII, el sistema de pago de las deudas por compensación. Las ferias

desempeñaron, pues, en aquella época, el papel de un clearing house

embrionario. Si se piensa que se afluía a ellas de todas partes del continente, se

comprenderá fácilmente cuánto debieron de contribuir en iniciar a sus clientes en

el perfeccionamiento de los procedimientos de crédito adoptados por los

florentinos y los sieneses, cuya influencia era preponderante en el comercio

monetario.

Decadencia de las ferias de Champaña.

La segunda mitad del siglo XIII puede considerarse como el apogeo de las ferias

de Champaña. A principios del siguiente siglo se inició su decadencia. La causa

esencial de esta es, indudablemente, la sustitución del comercio errante por

hábitos comerciales más sedentarios, al mismo tiempo que el desarrollo de la

navegación directa de los puertos de Italia o de Flandes con Inglaterra. Sin duda,

la larga guerra que opuso al condado de Flandes con los reyes de Francia, de

1302 a 1320, contribuyó a dicha decadencia, al privarlos de la parte más activa de

sus clientes septentrionales. La Guerra de los Cien Años les asestó, poco

después, un golpe decisivo. De aquí en adelante, quedará destruido este gran

centro de negocios, hacia el cual se habían dirigido durante dos siglos todos los

234
mercaderes de Europa. Pero las prácticas que en ellas aprendieron les abren

ahora una vida económica en que la generalización de la correspondencia y de las

operaciones de crédito permitirá al mundo de los negocios el ahorrarse sus viajes

a Champaña.

235
La comunicación en la Edad Media

Por James Burke42

Tomado de: Burke, James. "La comunicación en la edad media". En La

comunicación en la historia. Tecnología, cultura, sociedad. Compilado por D.

Crowley y P. Heder. Barcelona: Boch.

El adulto medieval no era, de ningún modo, menos inteligente que su homólogo

moderno. Simplemente vivía en un mundo diferente, que exigía de él cosas

diferentes. El suyo era un mundo sin hechos. En realidad, el concepto moderno de

hecho habría sido un concepto incomprensible. La gente medieval confiaba para la

información del día a día únicamente en lo que ellos mismos, o .alguien a quien

conocían, habían observado o experimentado en el mundo que tenían

inmediatamente a su alrededor. Sus vidas eran regulares, repetitivas e inmutables.

No había casi ninguna parte de esta vida sin hechos qué pudiese ser otra cosa

que no fuera local. Prácticamente no llegaba ninguna información a la gran

mayoría de personas procedente del mundo exterior a las aldeas en las que

42
James Burke (1936-) es un locutor británico, historiador de la ciencia, autor y productor

de televisión, conocido entre otras cosas por su serie de documentales de televisión

Conexiones (1978) y su más filosóficamente orientada producción compañera, El día que

el universo cambió (1985), enfocándose en la historia de la ciencia y la tecnología

fermentado con un sentido de humor. Ha influido en mucha gente su insistencia en el

hecho de que, con el fin de entender nuestro mundo actual de alta tecnología, debemos

estudiar las transformaciones históricas que condujeron al mismo.

236
vivían. Cuando toda la información circulaba de palabra, reinaba el rumor. Todo lo

que no fuese experiencia personal era tema de habladurías, Una palabra que no

tenía el sentido peyorativo que tiene hoy. La reputación se guardaba celosamente,

ya que resultaba locamente arruinada por las palabras pronunciadas sin pensar. El

desmentido de un rumor era difícil, si no imposible, y la credibilidad era el stock en

el comercio de la incultura.

Lo que el hombre medieval llamaba “hecho” nosotros lo llamaríamos opinión, y

había pocas personas que viajasen lo suficiente como para saber la diferencia. El

desplazamiento diario medio era de siete millas, que era la distancia que podían

cubrir la mayoría de jinetes y estar seguros de regresar antes de que cayese la

noche.

Había mucho matrimonio entre parientes en estas comunidades aisladas, y cada

una de ellas tenía su lote fijo de idiotas. En una época en que la experiencia era lo

que más contaba, el poder estaba en manos de los mayores. Ellos aprobaban las

costumbres y prácticas locales, y en asuntos de disputa legal eran los jueces. Se

resistían al cambio: las cosas se hacían porque los mayores confirmaban que

siempre se habían hecho así.

El dialecto hablado en una comunidad era casi incomprensible cincuenta millas

más allá. Como cuenta Chaucer, un grupo de mercaderes londinenses del siglo

XIV naufragados en la costa norte de Inglaterra fueron encarcelados como espías

extranjeros. Sin un intercambio social o económico frecuente entre las

comunidades, el lenguaje permanecía fragmentado en formas locales.

Para el aldeano analfabeto hablante de un dialecto, la iglesia era la principal

fuente de información. Las Sagradas Escrituras ilustraban los temas sagrados,

237
recordaban el trabajo de las estaciones o temporadas e indicaban las morales. Las

historias bíblicas brillaban desde las vidrieras de colores. A las catedrales góticas

se las ha llamado “enciclopedias en piedra y vidrio”. Las noticias del mundo, tanto

eclesiástico como civil, procedían del púlpito.

En las comunidades que durante siglos habían permanecido aisladas y habían

sido autosuficientes, estructura social era feudal. Había tres clases sociales: el

noble, el clérigo y el campesino. El noble luchaba por todos. El campesino

trabajaba por todos. El clérigo rezaba por todos.

En las rarísimas ocasiones en que llegaban noticias del exterior, éstas eran

gritadas a la comunidad por un pregonero. Por esta razón pocas aldeas eran

mayores de lo que alcanza la voz humana, y las ciudades estaban subdivididas

administrativamente a la misma escala. Las leyes y costumbres de las aldeas se

transmitían de palabra. La memoria viva era el último juez. Era una cosa legal

corriente, incluso en los tribunales de las ciudades, que se tuviese más fe en un

testigo vivo que en palabras plasmadas sobre un pergamino.

Los manuscritos eran muy escasos. Eran, después de todo, poco más que marcas

de dudoso significado sobre pieles de animales muertos. Para los analfabetos, los

documentos no valían nada como pruebas, ya que eran fáciles de falsificar. Un

testigo vivo decía la verdad porque quería seguir viviendo. Los procedimientos

legales se realizaban oralmente, una práctica que continúa hasta nuestros días.

Las partes eran citadas de palabra, en ocasiones con la ayuda de una campanilla.

Los cargos se leían en voz alta al acusado. A finales de la Edad Media el litigante

fue obligado a hablar por sí mismo, de modo que había poca justicia para los

238
sordos y los mudos. El tribunal “oía” la declaración. La culpabilidad o la inocencia

era materia de debate.

Sin calendarios y relojes ni registros escritos, el paso del tiempo era marcado por

acontecimientos memorables. En las aldeas era, por supuesto, identificado por la

actividad estacional: “ajando vuela la chochaperdiz”, “En tiempo de cosecha”, etc.

La gente del campo era intensamente consciente del paso del año. Pero entre

estas indicaciones estacionales, el tiempo, en el sentido moderno, no existía.

Incluso en las aldeas ricas que podían permitirse un reloj de agua o de sol, las

horas que pasaban las anunciaba un vigilante, gritándolas desde la torre de la

iglesia. Las horas hacían eco por los campos circundantes, gritadas por los

trabajadores de los mismos. Raras veces se utilizaban unidades de tiempo

inferiores a una hora. No habrían tenido ningún fin en un mundo que se movía al

ritmo de la naturaleza.

Los meses se medían sólo aproximadamente, ya que las principales divisiones del

calendario, como el equinoccio de primavera, ocurrían en diferentes épocas cada

año. El tiempo pascual era una fuente de considerable confusión, ya que su fecha

dependía de la relación posicional del sol y la luna, y esta conjunción a menudo se

producía cuando la luna no era visible. Los acontecimientos importantes de vida

eran recordados mediante indicadores más fiables, tales como una helada

particularmente dura, una cosecha anormal o una muerte. Los días de los santos

eran muy poco fiables. Incluso el gran Erasmo no sabía a ciencia cierta si había

nacido el día de San Judas o el de San Simón.

Dichos indicadores temporales eran importantes en la medida en que a menudo

se necesitaban para determinar las fechas de nacimiento, de vital interés durante

239
la Edad Media por lo que se refería a la herencia. En una vida oral los actos de dar

y recibir eran complicados por la necesidad de tener testigos presenciales. En

1153, por ejemplo, se donó una salina al Priorato de San Pedro en Sele, Sussex,

“Viéndolo y oyéndolo mucha gente”. El uso del juramento para reforzar la legalidad

del acontecimiento era, y todavía es, un medio de reforzar el testimonio de un

testigo oral.

Incluso cuando, a finales de la época medieval, la documentación comenzó a ser

introducida en una amplia escala, los viejos hábitos tardaron mucho en

desaparecer. Todavía se intercambiaban objetos simbólicos para representar una

transacción. Los cuchillos eran los símbolos favoritos. La transacción se grababa a

menudo en el puño del cuchillo, como en el caso de una donación hecha a

mediados del siglo XII a los monjes de Lindisfarne, en el norte de Inglaterra. Los

monjes habían recibido la Capilla de Lowick y los diezmos correspondientes. En el

puño del cuchillo hay escrito sygnum de capella de lowic (“para representar la

Capilla de Lowick”). Pero fue el cuchillo, no la inscripción, lo que simbolizó el

acontecimiento y sirvió para refrescar la memoria. El mismo razonamiento

subyace tras el uso del sello personal en las cartas, y en el hecho de llevar una

alianza de boda.

Los documentos eran a menudo falsificados. En la Edad Media, era común

escribir textos sin fecha. Uno de cada tres era falso. Los monjes de Canterbury,

preocupados porque la Primacía de Inglaterra no pasara a sus rivales de York,

“encontraron” bulas papales que databan del periodo comprendido entre los siglos

VII y X que apoyaban su causa. Los manuscritos se habían “encontrado dentro de

240
otros libros”. Los monjes admitieron que eran “únicamente copias, pero no por ello

menos válidas”.

La laxitud general en la transmisión de la información afectó a muchos aspectos

de la vida medieval. Por esta razón, los viajes eran más peligrosos. Para la

mayoría de los que estaban obligados a desplazarse, los viajes consistían en

breves periodos de seguridad en las comunidades situadas a lo largo de la ruta,

intercalados con horas o días de miedo y peligro en los bosques. Esto no se debía

principalmente a la presencia de proscritos o animales salvajes acechando en los

bosques carentes de caminos que cubrían la mayor parte de Europa en la época,

sino porque la mayoría de los viajeros tenía únicamente una vaga noción de la

situación de sus lugares de destino.

No había mapas, y pocos caminos. Los viajeros poseían un buen sentido de la

orientación que tenía en cuenta la posición del sol y las estrellas, el vuelo de los

pájaros, la corriente del agua, la naturaleza del terreno, etc. Pero incluso la

información recogida de otro viajero que había tomado antes la misma ruta era de

limitado valor si éste había viajado en una estación diferente o bajo condiciones

distintas. Los ríos cambiaban su curso. Los vados se hacían más profundos. Los

puentes se caían.

La forma segura -de hecho la única forma de viajar- era hacerlo en grupos. En la

Edad Media, un viajero solitario constituía una figura poco común. Era

generalmente un cortesano del rey, instruido para repetir largos mensajes palabra

por palabra. Un mensaje de este tipo no podía falsificarse ni perderse. Alrededor

del siglo XV existían servicios regulares de mensajeros que trabajaban para la

Curia romana y las casas reales de Inglaterra, Aragón, la república de Venecia y la

241
universidad de París. En algunos lugares, como Ulm, Regensburgo y Augsburgo,

tres ciudades mineras del sur de Alemania, había servicios postales locales

regulares.

Un mercader borgoñés, Jacques Coeur, utilizaba su propio correo por paloma

mensajera. Los banqueros Medici se mantenían en contacto regular con los

directores de sus sucursales, así como con sus cuarenta y pico corresponsales

distribuidos por toda Europa, utilizando mensajeros postales. Éstos iban

muchísimo más de prisa que el viajero medio, que no podía permitirse el lujo de

cambiar de caballos cuando éstos quedaban exhaustos. Con caballos

descansados los mensajeros podían recorrer una media de noventa millas al día,

más del doble de lo que podía recorrer un jinete normal.

Con todo, el rumor coloreaba la recepción de las noticias incluso en las ciudades,

cuando a menudo llegaban tras largos retrasos. En el siglo XV la noticia de la

muerte de Juana de Arco tardó dieciocho meses en llegar a Constantinopla. Las

noticias de la caída de aquella ciudad en 1453 tardaron un mes en llegar a

Venecia, el doble de lo que tardaron en llegar a Roma, y tres meses en llegar al

resto de Europa. Más tarde, la percepción de la distancia recorrida por Colón fue

coloreada por el hecho de que las noticias de su recalada al otro lado del Atlántico

hubiesen tardado tanto en llegar a las calles de Portugal como lo hicieron noticias

procedentes de Polonia.

Para el aldeano o campesino no conectado con el comercio, las noticias llegaban

en su mayor parte con los artistas ambulantes, pequeños grupos de músicos y

poetas llamados juglares, o trovadores. El primero era generalmente el intérprete;

el segundo, el escritor o compositor. Sus actuaciones podían incluir también

242
malabarismos, magia, animales amaestrados e incluso actuaciones circenses.

Principalmente, su entretenimiento adoptaba la forma de recitales de poemas y

canciones escritos sobre acontecimientos reales.

Dado que la audiencia sólo oiría la historia una vez, la representación era

histriónica, repetitiva, fácil de memorizar y a menudo retrabajada del original al

dialecto local en beneficio de la audiencia. El retrato de la emoción era simple y

exagerado. Toda la función estaba en verso, de forma que tanto el intérprete como

la audiencia pudiesen recordarla fácilmente. El primero tomaba todas las partes,

cambiando la voz y los gestos para adecuarlos. Cuanto más entretenida resultaba

su actuación, más dinero ganaba. Si un poema tenía un éxito especial, otros

juglares intentaban oírlo varias veces con el fin de memorizarlo y después recitarlo

ellos mismos.

Los poetas ambulantes eran a menudo utilizados por un mecenas para difundir

una determinada propaganda. Los poemas de esta naturaleza se denominaban

sirvientes. Aparentemente versados sobre un tema romántico, a menudo

ocultaban mensajes políticos o personales. En casos poco habituales el objeto de

la sátira se nombraba abiertamente. En 1285 Pedro III de Aragón atacó a Felipe III

de España en un sirviente. El escritor de propaganda de este tipo de material más

famoso del siglo XIII fue Guillaume de Berjuedin. Las interpretaciones de estos

tipos de poemas debían causar el efecto deseado, ya que en un mundo oral donde

el vínculo más fuerte era la lealtad, la reputación era de cardinal importancia y el

rumor, por consiguiente, un arma eficaz.

Los juglares a menudo se reunían e intercambiaban partes de su repertorio. Estas

reuniones, llamadas puys, se celebraban a lo largo y ancho de Francia y tomaban

243
la forma de una especie de competición de poesía en la que los juglares exhibían

sus fenomenales memorias. Un buen juglar necesitaba oír varios centenares de

versos solamente tres veces para aprenderlos todos de memoria. Ésta era una

habilidad bastante común en la época: los profesores universitarios eran

conocidos por ser capaces de repetir un centenar de líneas de texto que sus

alumnos les leían sólo una vez.

En un mundo donde pocos sabían leer o escribir, una buena memoria era

esencial. Por esta razón el verso, una útil aide mémoire, era la forma literaria

predominante en la época. Hasta el siglo XIV casi todo excepto los documentos

legales estaba escrito en verso. Los mercaderes franceses utilizaban un poema

compuesto de 137 pareados rimados que contenía todas las reglas de la

aritmética comercial.

Dado el coste de los materiales de escritura, una memoria ejercitada era una

necesidad para el erudito tanto como para el mercader. Para tareas más

específicas que el recordatorio del día a día, los profesionales medievales se

servían de un método de aprendizaje que había sido originalmente compuesto a

finales de la época clásica. Su uso estaba limitado a los eruditos, que aprendían el

modo de aplicarlo como parte de su preparación en las siete artes liberales, donde

la memorización se enseñaba bajo la rúbrica de la retórica. El texto del que

aprendían se denominaba Ad Herenium el principal trabajo de referencia sobre

mnemotecnia de la Edad Media. Proporcionaba una técnica para recordar grandes

cantidades de material mediante el uso de “teatros de la memoria”.

Se suponía que se formaba un concepto del material a memorizar como un lugar

conocido o familiar. Este podía tomar la forma de todo o parte de un edificio: un

244
arco, una esquina, un recibidor, etc. Se suponía también que el lugar satisfacía

ciertos criterios. El interior debía estar hecho de diferentes elementos, fácilmente

diferenciables unos de otros. Si el edificio era demasiado grande, la exactitud del

recuerdo se vería afectada. Si era demasiado pequeño, las partes separadas de lo

que tenía que recordarse estarían demasiado cerca unas de las otras para poder

recordarlas individualmente. Si era demasiado luminoso cegaría la memoria.

Demasiado oscuro, oscurecería el material a recordar.

Cada parte por separado del lugar debía pensarse como apartada unos treinta

pies, con el fin de mantener a cada uno de los principales segmentos del material

aislado de los demás. Una vez que el teatro de la memoria estaba preparado de

este modo, el proceso de memorización involucraría al memorizador en un paseo

mental por el edificio. La ruta debería ser lógica y habitual, para que así pudiera

ser recordada de una manera sencilla y natural. El teatro estaba ya listo para

llenarlo con el material a memorizar.

Este material tomaba la forma de imágenes mentales que representaban los

diferentes elementos a recordar. El Ad Herennium advertía que las imágenes

fuertes eran las mejores, de manera que deberían encontrarse razones que

provocaran la salida de los datos. Las imágenes deberían ser divertidas, o

sangrientas, o llamativas, ornamentadas, inusuales, etc.

Estas imágenes tenían que actuar como “agentes” de la memoria y cada una de

ellas desencadenaría el recuerdo de varios componentes del material. Los

elementos individuales a recordar deberían ser imaginados según el tipo de

material. Si se estaba memorizando un argumento legal, podría ser apropiada una

escena dramática. En el punto relevante del viaje a través del teatro de la

245
memoria, se provocaría y se haría salir a la luz esta escena, recordando al

memorizador los puntos a rememorar. Las imágenes almacenadas podían

relacionarse también con palabras individuales, series de palabras o argumentos

enteros. La onomatopeya, el uso de palabras que suenan igual que la acción que

describen, era especialmente útil en este sentido.

El gran teólogo medieval Santo Tomás de Aquino recomendaba particularmente el

uso teatral de las imágenes para recordar temas religiosos. “Todo conocimiento

tiene sus orígenes en la sensación”, dijo. La verdad era accesible a través de

ayudas visuales. Especialmente en los siglos XII y XIII el influjo de nuevos

conocimientos griegos y árabes, ambos científicos y generales, hizo que la

memorización por parte de eruditos y profesionales fuese más necesaria que

nunca.

A medida que la pintura y la escultura comenzaban a aparecer en las iglesias se

aplicaban las mismas técnicas que para el recuerdo. Las imágenes eclesiásticas

se convirtieron en agentes de la memoria. En las pinturas de Giotto de 1306 del

interior de la Capilla de la Arena, en Padua, toda la serie de imágenes está

estructurada como un teatro de la memoria. Cada historia bíblica ilustrada se

cuenta a través del medio de comunicación de una figura o grupo en un lugar

separado, hecha más memorable mediante el uso de la recién desarrollada

técnica artística de la sensación de profundidad. Cada imagen está separada por

unos treinta pies, y todas están pintadas cuidadosamente para conseguir el

máximo de claridad y simplicidad. La capilla es un sendero mnemónico hacia la

salvación.

246
En los frescos de Santa Maria Novella, en Florencia, se representa el orden de las

siete artes, las siete virtudes, los siete pecados. En la pintura de las cuatro

virtudes cardinales, se proporcionan indicaciones memorísticas adicionales. La

figura de la Prudencia sostiene un círculo (que representa el tiempo) en el cual

están escritas las ocho partes de la virtud. Juntando las imágenes, la composición

y el uso de las letras, era posible de este modo derivar todo un sistema de

conocimiento a partir de un solo fresco mnemónico. Las catedrales se convirtieron

en enormes teatros de la memoria construidos para ayudar a los devotos a

recordar los detalles del cielo y el infierno.

La mnemotecnia fue también utilizada por la creciente población universitaria.

Todas las clases se leían a partir de un texto establecido al que los profesores

añadían sus notas o comentarios. Muchas de las instrucciones dirigidas a los

estudiantes adoptaban la forma de listas y abreviaturas mnemónicas para

utilizarlas cuando llegaba la época de exámenes.

Para aquellos que eran lo suficientemente ricos como para estar familiarizados

con los manuscritos, existía una diferencia entre leer y escribir que desde

entonces ha desaparecido. Un miembro de una familia noble tenía en su casa al

menos una persona que sabía leer y otra que sabía escribir. Las cartas casi nunca

eran leídas por su destinatario, sino por estos sirvientes. Por otra parte, un

sirviente que supiese leer no necesariamente sabía escribir. Como se verá, la

escritura era un arte por separado que requería mucho más que un simple

conocimiento de la forma de las letras.

Nuestra moderna palabra “auditar” procede de esta práctica de oír, ya que las

cuentas eran leídas en voz alta a aquellos a los que concernía. El abad Sansón de

247
Bury St. Edmunds oía sus cuentas una vez por semana. El papa Inocencio III

sabía leer, pero siempre le leían las cartas en voz alta. Era este hábito el que

explica la presencia en el texto de advertencias tales como “No lea esto en

presencia de otros, puesto que es un secreto”. De hecho, a aquellos que sabían

leer en silencio se les miraba con un cierto temor reverencial. San Agustín,

hablando de San Ambrosio en el siglo V, dijo: “(...) una cosa digna de mención (...)

cuando estaba leyendo, su ojo se deslizaba por las páginas y su corazón extraía el

sentido, pero su voz y su lengua descansaban”.

Por esta razón, la escritura cayó bajo la disciplina de la retórica en las escuelas, ya

que la escritura estaba destinada a ser leída en voz alta. Los primeros fueros, o

cesiones de tierras, a menudo terminaban, por ello, con la palabra valete (adiós),

como si el dador hubiese terminado de hablar a sus oyentes. Incluso hoy los

testamentos se leen aún en voz alta.

Este hábito oral separó la lectura de la escritura. La primera se servía de la voz; la

segunda, de la mano y el ojo. Pero incluso la escritura no era una ocupación

silenciosa. En el siglo XIII, con el influjo de nuevos conocimientos y con la mejora

económica general, creció la demanda de manuscritos. Los monasterios

comenzaron a separar con tabiques uno de los muros de sus claustros,

dividiéndolo en pequeños cubículos, algunos no más anchos de 2 pies y 9

pulgadas, para acomodar a los monjes cuyo deber era el de copiar manuscritos.

Estos cubículos se llamaron “villancicos”. Generalmente poseían ventanales que

daban al jardín o al claustro de la iglesia, y cuando hacía mal tiempo podían

erigirse particiones de papel engrasado, de esteras o de vidrio y madera para

llenar estos espacios.

248
En Inglaterra había villancicos en Bury St. Edmunds, Evesham, Abingdon, en el

monasterio de San Agustín, en Canterbury, y en Durham, donde había once

ventanas a lo largo del muro norte, cada una de las cuales cobijaba tres

villancicos.

Mientras copiaban, los monjes susurraban las palabras para sí mismos, y el saber

sonaba en el frío y críptico aire. La técnica era laboriosamente lenta. Cada monje

preparaba su hoja de piel de animal. La más fina era la piel de ternera o vitela.

Primero la piel se alisaba con piedra pómez y un raspador (plana). Luego se

ablandaba con un lápiz de tiza, se doblaba cuatro veces y se colocaba sobre el

escritorio vertical situado en frente del copista. Para escribir, utilizaba tinta negra y

una pluma de ave, que afilaba con un cortaplumas cuando se despuntaba.

Cada monje se sentaba sobre un taburete, copiando del manuscrito original

colocado sobre un atril encima de su escritorio. Se punzaban líneas horizontales

de agujeros diminutos por toda la página con una lezna o una pequeña rueda

claveteada. No existía la numeración de las páginas tal y como la conocemos,

pero en la esquina derecha inferior de la quaternion, como se denominaba a la

página plegada, estaba el número de la quaternion así como el de su página

doblada: 9i, 9ii, etc. Los monjes raras veces completaban más de un texto al año.

El proceso era inmensamente lento y fatigoso.

El acto de copiar tenía también un significado litúrgico. Un sermón del siglo XII

sobre el tema, dedicado a los copistas de la Catedral de Durham, decía:

Vosotros escribís con la pluma de la memoria sobre el pergamino de la pura

conciencia, raspado por el cuchillo del temor divino, alisado por la piedra pómez de

los deseos celestiales y enblanquecido por la tiza de los pensamientos sagrados.

249
La regla es la voluntad de Dios. El plumín hendido es la unión del amor de Dios y

nuestro prójimo. Las tintas de colores son la gracia divina. El ejemplar es la vida de

Cristo.

El copista trataba de reproducir sobre el pergamino exactamente lo que veía en el

original. Éste era a menudo extremadamente difícil de descifrar, particularmente si,

como a menudo era el caso, había sido escrito durante tiempos de conflictos o

hambre, en que los estándares de escritura y erudición eran bajos. También, si el

escritor del original había tenido prisa habría utilizado abreviaturas, que podía

costar mucho tiempo y esfuerzo descifrar. Sobre todo, si el original había sido

escrito al dictado, a menudo había errores de transmisión.

El copista generalmente identificaba una palabra por su sonido. Los villancicos se

llenaban de monjes que hablaban entre dientes y exagerando los movimientos de

la boca, a menudo buscando la ortografía de una palabra incorrecta -escribiendo

“er” por “ar”, por ejemplo- debido a la diferencia existente entre su pronunciación y

la del escritor original. La ortografía era un problema para el individuo, mientras

que la puntuación consistía únicamente en una raya o un punto.

La “rumia” oral de las palabras tenía un doble propósito. El acto de orar estaba

íntimamente asociado con la lectura en voz alta. Las palabras escritas en un

devocionario adquirían por tanto un significado añadido al ser pronunciadas. La

lectura del texto sagrado era más un asunto de saborear la sabiduría divina que de

buscar información. La lectura era casi un acto de meditación. Se decía de Pedro

el Venerable de Cluny que “sin descansar, su boca rumiaba las palabras

sagradas”. Y en la década de los años 1090 San Anselmo escribió sobre el acto e

leer: “saborea la bondad de tu Redentor (...) rumia el panal de sus palabras,

250
succiona el sabor de las mismas, que es más dulce que la miel, traga su sana

dulzura; rumia mediante el pensamiento, succiona mediante el entendimiento,

traga mediante el amor y el regocijo”.

Toda escritura poseía una especie de cualidad mágica para el lector, sobre todo la

de los textos sagrados. El sentimiento era que la luz de Dios brillaba sobre el

lector a través del “velo de las letras”. Leer era un acto físico de efecto tónico

espiritual, en el cual el significado de las palabras llegaba como una iluminación,

de un modo muy parecido a como la luz entraba a través del vidrio de color.

Los libros eran, en cierto sentido, objetos milagrosos. Tras el crecimiento de la

economía europea a principios del siglo XV, la demanda de estos textos

milagrosos -Libros de Horas, Salterios y Sagradas Escrituras- crecía sin parar. Por

supuesto que los grandes libros, como el Salterio de Eadwine de Canterbury y el

Libro de Kells en Irlanda, eran reliquias por derecho propio. Encuadernadas en

cuero y con incrustaciones de piedras preciosas, embellecidas con letras

magníficamente iluminadas para ayudar al lector a encontrar su lugar, estas obras

maestras se guardaban en las tesorerías de las catedrales junto a la patena y los

cálices sagrados. Este tipo de escritura era para los ojos de Dios, no para

comunicar cosas cotidianas a los hombres vulgares.

El problema con estos grandes trabajos, cuya creación implicaba actos de

adoración inmensos y que exigían mucho tiempo, era que no sólo estaban llenos

de errores, sino que muy a menudo los textos enteros se perdían sin remedio, ya

que no había forma de encontrarlos una vez que se habían escrito y colocado en

el monasterio o la iglesia. No había ningún sistema de archivo.

251
Ante todo resultaba muy difícil decir cuál podría ser el nombre del autor, o cuál era

realmente el tema del trabajo. Por ejemplo, un manuscrito titulado Sermones

Bonaventurae podía ser cualquiera de lo siguiente:

Sermones escritos por San Buenaventura de Fidenza.

Sermones escritos por alguien llamado Buenaventura.

Sermones copiados por un Buenaventura.

Sermones copiados por alguien de una iglesia de San Buenaventura.

Sermones predicados por un Buenaventura.

Sermones que pertenecieron a un Buenaventura.

Sermones que pertenecieron a una iglesia de San Buenaventura.

Sermones escritos por diversas personas de las cuales la primera o más

importante era alguien llamado Buenaventura.

¿Dónde se archivaría un libro con este título?

A pesar de esta actitud más bien fortuita hacia la colocación, el libro en sí era un

objeto extremadamente escaso y valioso. A menudo se añadían al texto

advertencias como ésta: “A cualquiera que robe este libro, que le llegue la muerte,

que sea frito en una cacerola, que una enfermedad degenerativa le destroce por

dentro, que se quiebre en una rueda de tortura y que luego sea colgado”.

Aun cuando se supiera en que iglesia o monasterio se encontraba un texto, la

recuperación del mismo podía implicar un largo y arriesgado viaje que podía

incluso después terminar en fracaso, ya que el libro estaba perdido dentro de la

biblioteca debido a la ausencia de catalogación. El material referencial de todo tipo

estaba, por lo tanto, muy solicitado. A pesar de la escasez de información, sin

252
embargo, no se consideraba necesario corroborar la exactitud de la información

contenida en un texto mediante su comparación con otro.

Por esta razón no existía ningún concepto de historia; sólo había crónicas y

romances caballerescos basados en puntos de vista monásticos ampliamente

discrepantes sobre lo que había ocurrido en el mundo más allá de los muros de la

comunidad. No había geografía, ni historia natural, ni ciencia, ya que no podía

haber ninguna confirmación segura de los datos sobre los que se apoyaban dichas

materias. Esta ausencia de hechos probados molestaba a poca gente. La vida era

representada por la Iglesia cristiana medieval como efímera e irrelevante para la

salvación. La única realidad verdadera se halla en la mente de Dios, que sabía

todo lo que era necesario conocer y cuyas razones eran inescrutables.

En este ajeno mundo de memorización, rumores y fantasía, la presión por una

información factual y racional comenzó a entrar primero procedente de los

comerciantes. Durante siglos habían recorrido los caminos, conservando sus

cuentas mediante el uso de tarjas (La palabra “tarja” procede del término latino

empleado para «cortar»). Las tarjas eran unos palos con una complicada serie de

muescas y eran utilizados por todos los contables, incluida la Hacienda del Fisco

de Inglaterra, hasta bien entrada la última fase de la Edad Media. Puede que las

tarjas fuesen suficientes para el vendedor ambulante, pero no eran lo

suficientemente buenas para el mercader de comienzos del siglo XV con cuentas

bancarias internacionales y complejas transacciones que manejar en diversas

monedas.

La presión por acceder a la información también llegó del número creciente de

universidades y de escuelas catedralicias y eclesiásticas, cuyos alumnos se

253
estaban incorporando a un mundo cada vez más comercial. Los reyes y príncipes

de Europa necesitaban también de burocracias siempre mayores para manejar

las crecientes responsabilidades que les correspondían a medida que el sistema

feudal daba paso a monarquías centralizadas y recaudadoras de impuestos. En

las ferias de toda Europa, a partir del siglo XIV, el comercio internacional había

sido estimulado por el uso de las matemáticas árabes, que hacían la

documentación más fácil que con el ábaco pasado de moda y los numerales

romanos de épocas anteriores.

La mayor de todas las presiones a favor de la alfabetización, sin embargo, fue

causada por la súbita disponibilidad de papel. Siendo originalmente una invención

china, el papel había sido descubierto por los árabes cuando éstos invadieron

Samarkanda en el siglo VIII. Los obreros capturados habían sido enviados a

Samarkanda desde China para instalar una fábrica de elaboración de papel.

Alrededor del siglo XIV la nueva tecnología hidráulica estaba ya machacando

trapos de lino tan deprisa como podían ser recolectados por el trapero y

transformándolos en papel barato y duradero. En Bolonia, a finales del siglo XIV,

el precio del papel había sufrido una caída aproximadamente del 400%. Era

mucho más barato que el pergamino, aunque existía aun una cierta oposición a su

uso. “El pergamino dura mil años”, decían. “¿Cuánto durará el papel?”.

A medida que las fábricas de papel se iban extendiendo, lo hacía también el

espíritu de la reforma religiosa. La Iglesia había sido criticada durante mucho

tiempo por su simonía y sus prácticas equívocas, y a finales de la Edad Media

llegó el nacimiento de un movimiento reformista liderado por los Hermanos de la

Vida Común, que predicaban una forma de Cristianismo más simple y más pura.

254
Su devotio moderna atrajo a muchos de los eruditos del momento, incluidos

hombres eminentes como Erasmo. Sobre todo sus escuelas y las de otros como

ellos comenzaron a sacar un número relativamente grande de clérigos cultos.

Estos hombres encontraron rápidamente empleo en los scriptoria, o talleres de

escritura, que estaban floreciendo por todo el Continente para satisfacer la

demanda de documentación por parte de los comerciantes y los gobiernos, así

como de los abonados y notarios, que formaban el mayor y más rápidamente

creciente cuerpo profesional, único de Europa.

El scriptorium más conocido se encontraba en Florencia. Estaba regido por un

hombre llamado Vespasiano da Bisticci, uno de los miembros de la nueva casta de

“papeleros” (en inglés, stationers), llamados así porque habían dejado de ser

vendedores de papel ambulantes y se habían “estacionado” instalando una tienda-

taller. Bisticci podía tener empleados a la vez nada más y nada menos que a

cincuenta copistas, que cobraban tarifas a destajo por copiar en casa. Encargaba

a traductores que trajeran nuevos textos, enviaba al exterior su lista de libros,

prestaba textos a prueba y animaba a los escritores ambiciosos a que le

encargasen copias de sus obras terminadas.

A medida que el precio del papel continuaba cayendo, el desarrollo de las gafas

intensificó la presión a favor de la alfabetización. Las gafas habían aparecido por

primera vez a principios del siglo XIV, y cien años más tarde eran ya asequibles

para todo el mundo. Su uso alargó la vida laboral del copista tanto como la del

lector. La demanda de textos se incrementó.

Pero el aparentemente insoluble problema que acosaba a Europa era que había,

con mucho, demasiados pocos escribas para manejar el negocio que se estaba

255
generando y que sus honorarios eran, como consecuencia, astronómicamente

altos. El desarrollo económico parecía estar bloqueado.

En algún momento de la década del 1450 llegó la respuesta al problema, y con

ella, un punto de inflexión en la civilización occidental. El acontecimiento ocurrió en

una zona minera del sur de Alemania, donde el metal precioso era abundante. Los

mayores descubrimientos de plata se habían hecho allí, y la familia más poderosa

de Europa, los Fuggers, dirigía un vasto imperio financiero con su sede en

Augsburgo, la principal ciudad de la región. Las poblaciones vecinas de

Regensburgo, Ulm y Nuremberg habían sido durante mucho tiempo el corazón de

la industria metalúrgica europea.

Estas ciudades eran también centros de producción de instrumentos de

astronomía y navegación, el origen de las primeras técnicas de grabado y el hogar

de algunos de los mejores relojeros del Continente. Expertos joyeros y orfebres

destacaron incrustaban metales preciosos en armaduras ceremoniales y

fabricaban complicados juguetes que funcionaban con resortes. La región acogió a

muchos hombres altamente experimentados en el trabajo de metales blandos.

Fue probablemente uno de estos trabajadores del metal quien descubrió que el

punzón para labrar las marcas del contraste en los trabajos de orfebrería podía ser

utilizado para acuñar la forma de una letra en un molde de metal maleable. Éste

se rellenó con una aleación caliente de estaño y antimonio que, cuando se enfrió,

formó el primer tipo móvil que podría ser utilizado en una máquina de imprimir. La

prensa en sí era una modificación de la máquina prensadora de lino que se había

utilizado durante siglos; ahora era adaptada para presionar el papel sobre una

matriz con tinta de letras vueltas hacia arriba, cada una de las cuales tenía una

256
dimensión lo suficientemente parecida a la letra de al lado como para poder

ajustar perfectamente dentro de agujeros estándar situados en la matriz base. La

técnica no habría funcionado con el pergamino, ya que éste no era lo

suficientemente poroso como para absorber la tinta.

El hombre al que se ha atribuido el invento del proceso fue Johannes Gansfleisch

zur Laden zum Gutenberg. Su nueva prensa destrozó la sociedad oral. La

imprenta iba a ocasionar la alteración más radical jamás realizada en la historia

intelectual occidental, y sus efectos iban a sentirse en todas y cada una de las

áreas de la actividad humana.

257
Una biblioteca medieval

Por Umberto Eco

Tomado de: Eco, Umberto. 1982. El nombre de la rosa. Barcelona: Lumen.

Donde se visita el scriptorium y se conoce a muchos estudiosos, copistas y

rubricantes así como a un anciano ciego que espera al Anticristo.

Al llegar a la cima de la escalera entramos, por el torreón oriental, en el

scriptorium, ante cuyo espectáculo no pude contener un grito de admiración. El

primer piso no estaba dividido en dos como el de abajo, y, por tanto, se ofrecía a

mi mirada en toda su espaciosa inmensidad. Las bóvedas, curvas y no demasiado

altas (menos que las de una iglesia, pero, sin embargo, más que las de cualquiera

de las salas capitulares que he conocido), apoyadas en recias pilastras,

encerraban un espacio bañado por una luz bellísima, pues en cada una de las

paredes más anchas había tres enormes ventanas, mientras que en cada una de

las paredes externas de los torreones se abrían cinco ventanas más pequeñas, y,

por último, también entraba luz desde el pozo octogonal interno, a través de ocho

ventanas altas y estrechas.

Esa abundancia de ventanas permitía que una luz continua y pareja alegrara la

gran sala, incluso en una tarde de invierno como aquélla. Las vidrieras no eran

coloreadas como las de las iglesias, y las tiras de plomo sujetaban recuadros de

vidrio incoloro para que la luz pudiese penetrar lo más pura posible, no modulada

por el arte humano, y desempeñara así su función específica, que era la de

iluminar el trabajo de lectura y escritura. En otras ocasiones y en otros sitios vi

258
muchos scriptoria, pero ninguno conocí que, en las coladas de luz física que

alumbraban profusamente el recinto, ilustrase con tanto esplendor el principio

espiritual que la luz encarna, la claritas, fuente de toda belleza y saber, atributo

inseparable de la justa proporción que se observaba en aquella sala.

Porque de tres cosas depende la belleza: en primer lugar, de la integridad o

perfección, y por eso consideramos feo lo que está incompleto; luego, de la justa

proporción, o sea de la consonancia; por último, de la claridad y la luz, y, en

efecto, decimos que son bellas las cosas de colores nítidos. Y como la

contemplación de la belleza entraña la paz, y para nuestro apetito lo mismo es

sosegarse en la paz, en el bien o en la belleza, me sentí invadido por una

sensación muy placentera y pensé en lo agradable que debería de ser trabajar en

aquel sitio.

Tal como apareció ante mis ojos, a aquella hora de la tarde, me pareció una alegre

fábrica de saber. Posteriormente conocí, en San Gall, un scriptorium de

proporciones similares, separado también de la biblioteca (en otros sitios los

monjes trabajaban en el mismo lugar donde se guardaban los libros), pero con una

disposición no tan bella como la de aquél. Los anticuarios, los copistas, los

rubricantes y los estudiosos estaban sentados cada uno ante su propia mesa, y

cada mesa estaba situada debajo de una ventana. Como las ventanas eran

cuarenta (número verdaderamente perfecto, producto de la decuplicación del

cuadrágono, como si los diez mandamientos hubiesen sido magnificados por las

cuatro virtudes cardinales), cuarenta monjes hubiesen podido trabajar al mismo

tiempo, aunque aquel día apenas había unos treinta. Severino nos explicó que los

monjes que trabajaban en el scriptorium estaban dispensados de los oficios de

259
tercia, sexta y nona, para que no tuviesen que interrumpir su trabajo durante las

horas de luz, y que sólo suspendían sus actividades al anochecer, para el oficio de

vísperas.

Los sitios mejor iluminados estaban reservados para los anticuarios, los

miniaturistas más expertos, los rubricantes y los copistas. En cada mesa había

todo lo necesario para ilustrar y copiar: cuernos con tinta, plumas finas, que

algunos monjes estaban afinando con unos cuchillos muy delgados, piedra pómez

para alisar el pergamino, reglas para trazar las líneas sobre las que luego se

escribiría. Junto a cada escribiente, o bien en la parte más alta de las mesas, que

tenían una inclinación, había un atril sobre el que estaba apoyado el códice que se

estaba copiando, cubierta la página con mascarillas que encuadraban la línea que

se estaba transcribiendo en aquel momento. Y algunos monjes tenían tintas de oro

y de otros colores. Otros, en cambio, sólo leían libros y tomaban notas en sus

cuadernos o tablillas personales.

Pero no tuve tiempo de observar su trabajo, porque nos salió al encuentro el

bibliotecario, Malaquías de Hildesheim, del que ya habíamos oído hablar. Su

rostro intentaba componer una expresión de bienvenida, pero no pude evitar un

estremecimiento ante una fisonomía tan extraña.

Era alto y, aunque muy enjuto, sus miembros eran grandes y sin gracia. Avanzaba

a grandes pasos, envuelto en el negro hábito de la orden, y en su aspecto había

algo inquietante. La capucha —como venía de afuera aún la llevaba levantada—

arrojaba una sombra sobre la palidez de su rostro y confería un no sé qué de

doloroso a sus grandes ojos melancólicos. Su fisonomía parecía marcada por

muchas pasiones, y, aunque la voluntad las hubiese disciplinado, quedaban los

260
rasgos a los que alguna vez habían dado vida. El rostro expresaba sobre todo

gravedad y aflicción, y los ojos miraban con tal intensidad que una ojeada bastaba

para llegar al alma del interlocutor, y para leer en ellas sus pensamientos más

ocultos. Y, como esa inspección resultaba casi intolerable, lo más común era que

no se deseara volver a encontrar aquella mirada.

El bibliotecario nos presentó a muchos de los monjes que estaban trabajando en

aquel momento. Malaquías nos fue diciendo también cuál era la tarea que cada

uno tenía entre manos, y admiré la profunda devoción por el saber, y por el

estudio de la palabra divina, que se percibía en todos ellos. Así, conocí a Venancio

de Salvemec, traductor del griego y del árabe, devoto de aquel Aristóteles que, sin

duda, fue el más sabio de los hombres. A Bencio de Upsala, joven monje

escandinavo que se ocupaba de retórica. A Berengario da Arundel, el ayudante

del bibliotecario. A Aymaro d'Alessandria, que estaba copiando unos libros que

sólo permanecerían algunos meses, en préstamo, en la biblioteca. Y luego a un

grupo de iluminadores de diferentes países: Patricio de Clonmacnois, Rábano de

Toledo, Magnus de lona, Waldo de Hereford.

Enumeración que, sin duda, podría continuar, y nada hay más maravilloso que la

enumeración, instrumento privilegiado para componer las más perfectas

hipotiposis. Pero debo referirme a los temas que entonces se tocaron, no exentos

de indicaciones muy útiles para comprender la sutil inquietud que aleteaba entre

los monjes, y algo que, aunque inexpresado, estaba presente en todo lo que

decían.

Mi maestro empezó a conversar con Malaquías alabando la belleza y el ambiente

de trabajo que se respiraba en el scriptorium y pidiéndole informaciones sobre la

261
marcha de las tareas que allí se realizaban, porque, dijo con mucha cautela, en

todas partes había oído hablar de aquella biblioteca y tenía sumo interés en

consultar muchos de sus libros. Malaquías le explicó lo que ya había dicho el

Abad: que el monje pedía al bibliotecario la obra que deseaba consultar y éste iba

a buscarla en la biblioteca situada en el piso de arriba, siempre y cuando se

tratase de un pedido justo y pío. Guillermo le preguntó cómo podía conocer el

nombre de los libros guardados en los armarios de arriba, y Malaquías le mostró

un voluminoso códice con unas listas apretadísimas, que estaba sujeto a su mesa

por una cadenita de oro.

Guillermo introdujo las manos en la bolsa que había en su sayo a la altura del

pecho, y extrajo un objeto que ya durante el viaje le había visto coger y ponerse en

el rostro. Era una horquilla, construida de tal modo que pudiera montarse en la

nariz de un hombre (sobre todo en la suya, tan prominente y aguileña) como el

jinete en el lomo de su caballo o como el pájaro en su repisa. Y, por ambos lados,

la horquilla continuaba en dos anillas ovaladas de metal que, situadas delante de

cada ojo, llevaban engastadas dos almendras de vidrio, gruesas como fondos de

vaso. Con aquello delante de sus ojos, Guillermo solía leer, y decía que le permitía

ver mejor que con los instrumentos que le había dado la naturaleza, o, en todo

caso, mejor de lo que su avanzada edad, sobre todo al mermar la luz del día, era

capaz de concederle. No los utilizaba para ver de lejos, pues su vista aún era muy

buena, sino para ver de cerca. Con eso podía leer manuscritos redactados en

letras pequeñísimas, que incluso a mí me costaba mucho descifrar. Me había

explicado que, cuando el hombre supera la mitad de la vida, aunque hasta

entonces haya tenido una vista excelente, su ojo se endurece y pierde la

262
capacidad de adaptar la pupila; de modo que muchos sabios, después de haber

cumplido las cincuenta primaveras, morían, por decirlo así, para la lectura y la

escritura. Tremenda desgracia para unos hombres que habrían podido dar lo

mejor de su inteligencia durante muchos años todavía. Por eso había de dar

gracias al Señor de que alguien hubiese descubierto y fabricado aquel

instrumento. Y al decírmelo pretendía ilustrar las ideas de su Roger Bacon, quien

afirmaba que una de las metas de la ciencia era la de prolongar la vida humana.

Los otros monjes miraron a Guillermo con mucha curiosidad, pero no se atrevieron

a hacerle preguntas. Comprendí que, incluso en un sitio tan celosa y

orgullosamente dedicado a la lectura y escritura, aquel prodigioso instrumento no

había penetrado todavía. Y me sentía orgulloso de estar junto a un hombre que

poseía algo capaz de despertar el asombro de otros hombres famosos por su

sabiduría.

Con aquel objeto en los ojos, Guillermo se inclinó sobre las listas inscritas en el

códice. También yo miré, y descubrimos títulos de libros desconocidos, y de otros

celebérrimos, que poseía la biblioteca.

—De pentágono Salomonis, Ars loquendi et intelligendi in lingua hebraica, De

rebus metallicis de Roger de Hereford, Algebra de Al Kuwarizmi, vertido al latín por

Roberto Anglico, las Púnicas de Silio Itálico, los Gesta francorum, De laudibus

sanctae crucis de Rábano Mauro, y Flavii Claudii Giordani de aetate mundi et

hominis reservatis singulis litteris per singulos libros ab A usque ad Z —leyó mi

maestro—. Espléndidas obras. Pero, ¿en qué orden están registradas? — citó de

un texto que yo no conocía pero que, sin duda, Malaquías tenía muy presente—.

“Habeat Librarius et registrum omnium librorum ordinatum secundum facultales et

263
auctores, reponeatque eos separatim et ordinate cum signaturis per scripturam

applicatis”. ¿Cómo hacéis para saber dónde está cada libro?

Malaquías le mostró las anotaciones que había junto a cada título. Leí: iii, IV

gradus, V in prima graecorum; ii, V gradus, VII intertia anglorum, etc. Comprendí

que el primer número indicaba la posición del libro en el anaquel o gradus, que a

su vez estaba indicado por el segundo número, mientras que el tercero indicaba el

armario, y también comprendí que las otras expresiones designaban una

habitación o un pasillo de la biblioteca, y me atreví a pedir más detalles sobre esas

últimas distinciones.

Malaquías me miró severamente: —Quizá no sepáis, o hayáis olvidado, que sólo

el bibliotecario tiene acceso a la biblioteca. Por tanto, es justo y suficiente que sólo

él sepa descifrar estas cosas.

—Pero, ¿en qué orden están registrados los libros en esta lista?— preguntó

Guillermo—. No por temas, me parece.

No se refirió al orden correspondiente a la sucesión de las letras en el alfabeto,

porque es un recurso que sólo he visto utilizar en estos últimos años, y que en

aquella época era muy raro.

—Los orígenes de la biblioteca se pierden en la oscuridad del pasado más remoto

—dijo Malaquías—, y los libros están registrados según el orden de las

adquisiciones, de las donaciones, de su entrada en este recinto.

—Difíciles de encontrar- observó Guillermo.

—Basta con que el bibliotecario los conozca de memoria y sepa en qué época

llegó cada libro. En cuanto a los otros monjes, pueden confiar en la memoria de

aquél.

264
Y parecía estar hablando de otra persona; comprendí que estaba hablando de la

función que en aquel momento él desempeñaba indignamente, pero que habían

desempeñado innumerables monjes, ya desaparecidos, cuyo saber había ido

pasando de unos a otros…

265
Alfabetización y medios de comunicación medievales

Por Sophia Menache43

Tomado de: Menache, Sophia. "Alfabetización y medios de comunicación

medievales". En La comunicación en la historia. Tecnología, cultura, sociedad.

Compilado por D. Crowley y P. Heder. Barcelona: Boch.

El uso del término medios de comunicación por lo que se refiere a la sociedad

medieval es problemático. Los medios de comunicación están relacionados no

sólo con la técnica de la comunicación, sino también con el sistema

socioeconómico que produce su desarrollo. Los medios de comunicación

contemporáneos, por ejemplo, reflejan atractivo para una sociedad que está

orientada a su alrededor, de modo que los comunicadores puedan conseguir cierto

grado de identificación con los personajes o mensajes que divulgan por televisión,

prensa o radio. Esta identificación compensa la alienación que de otro modo

podría experimentar el individuo en la sociedad. El alcance y extensión de los

medios de comunicación contemporáneos ha reducido también significativamente

el número de canales de comunicación que deben utilizarse para llegar a grandes

audiencias. Las probabilidades de que se desarrollasen medios de comunicación

con características similares en la Edad Media, sin embargo, eran casi nulas. En

43
Sophia Menache es la autora de The Vox Dei: Contmunication in the Middle Ages (La

Vox Dei: la Comunicación en la Edad Media).Es una historiadora cuyo trabajo ha sido

informado por la investigación en cuestiones de la disciplina de las comunicaciones.

266
contraste con el anonimato de la audiencia inherente a los modernos medios de

comunicación de masas, la comunicación medieval se caracterizaba por el

contacto inmediato entre el comunicador y su audiencia. Por otra parte la sociedad

medieval como un todo estaba basada en la solidaridad y homogeneidad del

grupo (corporación) socioeconómico, ya fuera en el marco de las comunidades

rurales, gremios, asambleas, universidades, órdenes eclesiásticos, como dentro

de los distintos estamentos sociales. Esta estructura colectiva consolidaba al

individuo en su posición adecuada y le definía antes como miembro de un grupo

que como individuo. Se puede ir más lejos y conectar la aparición de los medios

de comunicación, en su sentido moderno, con el declive de la estructura colectiva

inherente en la sociedad medieval. Una vez que el hombre medieval se divorció de

los confines familiares de la organización colectiva, se expuso más a la

propaganda, alentando de este modo el surgimiento de un sistema de

comunicación...

Conceptualizar la comunicación en la Edad Media requiere una generalización

sobre el clima sociocultural. Si se comparase a la sociedad europea con un gran

bosque en el que hubiese áreas aisladas deshabitadas, la historia de la

comunicación en la Edad Media podría describirse como el contacto gradual entre

aquellas áreas separadas. Y, a medida que las áreas separadas se acercaban,

requerían canales de comunicación más desarrollados. Este proceso alentó una

mayor conciencia de la necesidad de comunicación, así como también provocó el

desarrollo de nuevos canales para esa comunicación. Al principio, los

comunicadores medievales estaban obligados a usar varios canales, cada uno con

sólo un grado relativamente pequeño de difusión del mensaje, para llegar a

267
grandes audiencias. A la larga, el desarrollo de varios canales produjo la

necesidad de su coordinación, de la que surgió un sistema de comunicación. Este

estado de cosas justifica una distinta conceptualización del término medios de

comunicación en la Edad Media, cuando las prácticas cotidianas tomaron el

significado de canales de comunicación. El uso del término medios de

comunicación por lo que se refiere a la Edad Media, por consiguiente, hace

referencia a los distintos modos de comunicación elaborados en la época, sin las

implicaciones socioeconómicas que han adquirido en la sociedad moderna. La

coordinación esencial entre los distintos medios de comunicación significa que no

pueden ser categorizados solamente de acuerdo con modelos institucionales...

Las clases gobernantes medievales... tenían el más fuerte imperativo para

desarrollar un sistema de comunicación. Su propósito era tanto manipular a

grandes masas de gente, que surgieron como una nueva categoría social a partir

del siglo XI, como recibir y transmitir información como parte integrante de su

autoridad. Cualquier intento por comparar el uso de la comunicación por parte de

la élite política de la Edad Media con el de nuestros días, sin embargo, sería

anacrónico. En la sociedad moderna, los sistemas de comunicación política

reflejan el proceso de integración tanto en la esfera sociopolítica como en la

económica. En la Edad Media, por su parte, tanto si era dirigida por la Iglesia, la

monarquía o la aristocracia, la comunicación política era el resultado del

particularismo y la autarquía característicos de los tiempos. En otras palabras, el

localismo esencial inherente en las estructuras medievales alentaba el desarrollo

de canales de comunicación en los niveles más elevados. Este estado de cosas

es corroborado con exactitud por el papel asignado al latín como la lengua

268
internacional de la comunicación medieval. Hasta el siglo XII, el uso del latín

expresaba el separatismo inherente en la sociedad medieval, que necesitaba para

la comunicación una lengua externa, desconocida para grandes sectores de la

población. El uso del latín en la Edad Media Central podría compararse, mutatis

mutandis, al uso del inglés en la India y los países africanos en el siglo pasado,

donde actuaba, de hecho, como un medio de comunicación externo no siempre

concomitante con las necesidades de gran parte de la población local.

El tiempo requerido para la transmisión de información proporciona un rasgo

adicional, único de la comunicación medieval. Unos cuantos ejemplos justificarán

las razones e impacto del tiempo de transmisión. La notificación de la muerte de

Federico Barbarroja en el Asia Menor (10 de junio de 1190) llegó a Alemania sólo

cuatro meses más tarde, mientras que las noticias sobre el encarcelamiento de

Ricardo Corazón de León cerca de Viena (11 de diciembre de 1192) llegaron a

Inglaterra después de unas cuantas semanas. En tiempos de peligro, cuando la

transmisión rápida de noticias exactas era vital para la seguridad, los jinetes a

menudo tenían éxito en cubrir largas distancias a una velocidad notablemente alta.

Durante la Guerra de las Dos Rosas, la noticia del asesinato de Jaime I de

Escocia (Perth, 21 de febrero de 1437) llegó a Londres a tiempo para que el

Cardenal Beaufort compusiera una carta apropiada al papa el 28 de febrero. El

mensajero tuvo que cubrir las 440 millas entre Perth y Londres a una velocidad

media de unas 40 millas al día. Las largas distancias y la lentitud de la

transmisión, por lo tanto, no impedían el flujo de comunicación entre lugares

distantes y las noticias importantes, de hecho, se transmitían de un continente a

otro. A pesar de todo, los retrasos en la transmisión a menudo causaban

269
distorsiones significativas de las noticias originales. En palabras de Tácito, Quae

ex longinquo in maius audiebantur, la gente tiende a menudo a exagerar los

acontecimientos que ocurrieron en lugares lejanos.

La relativa lentitud de transmisión, en efecto, llevaba a -e incluso alentaba- la

posterior distorsión de las noticias. La falta de probados canales de comunicación,

la niebla que cubría la mayoría de la información, los miedos a lo desconocido y el

tiempo necesario para transmitir las noticias contribuían a la propagación y

credibilidad de rumores. Las noticias sobre la conquista mongol de Tierra Santa en

1300, por ejemplo, llegaron a Europa unos cuantos meses más tarde, junto con

rumores acerca de la supuesta buena disposición de los mongoles para confiar la

tierra a manos cristianas siguiendo su esperada conversión. A diferencia de la

publicidad a gran escala que se dio a este “no acontecimiento”, sin embargo, sólo

unas cuantas crónicas hicieron referencia más tarde a la ofensiva de los

mamelucos y la resultante derrota mongol de 1301 que, de hecho puso fin a las

esperanzas de los cristianos. El hueco significativo entre el rumor y la realidad

refleja de este modo no sólo impedimentos reales, como largas distancias y

mudos primitivos de transmisión, sino también la disponibilidad de la gente

medieval a fiarse de cualquiera que fuera la información que recibiesen, con o sin

justificación...

EI mensaje escrito aparece de este modo como un medio de comunicación más

específico de la élite cultural. Hacia mediados del siglo XII, los registros de todas

clases se estaban haciendo más abundantes y la información que proporcionaban,

más precisa. Este no era más que el aspecto cultural del desarrollo

socioeconómico de la época, ahora comúnmente llamado una revolución

270
demográfica, económica o industrial. Las innovaciones en la agricultura, la guerra,

y en los mecanismos para el uso eficaz de la energía hidráulica y eólica, ayudaron

a crear las condiciones de progreso económico y la monetarización de los

mercados y el cambio. La moneda aparecía en cantidad, y los mercados emergían

en los nacientes centros comerciales. El número de transacciones comerciales

aumentó, y esto favoreció el extenso uso de la letra cursiva, que permitió a los

mercaderes escribir más de prisa. Los precios estaban cada vez más

determinados por la oferta y la demanda, y los hombres gradualmente distinguidos

entre el estatus heredado y las obligaciones contractuales. Tal como señalaba

Stock: “El dinero o las mercancías con valor monetario surgieron como la fuerza

principal para presentar los intereses económicos como objetos, del mismo modo

que, en la esfera cultural, el texto escrito ayudó a aislar aquello en lo que el

hombre pensaba de su proceso de pensar”. Tanto si era en forma de libro,

panfleto o carta, el texto escrito se convirtió paulatinamente en una parte

integrante de la existencia cotidiana entre la élite cultural, tanto para registrar

contratos como para dar a los pensamientos una expresión concreta y más

ordenada. Los monjes y sacerdotes perdieron su anterior monopolio sobre la

transcripción de los libros y su escritura, y los textos escritos se propagaron, de

hecho, ampliamente fuera del orden eclesiástico.

Con todo, los libros seguían siendo un producto caro, que solamente, las clases,

superiores se podían permitir... El Livre d'heures del Duque de Berry (ca. 1416)

ejemplifica las considerables cantidades de dinero y tiempo invertidas en los libros,

cantidades que podrían compararse con las producciones cinematográficas

colosales de hoy. Por lo que se refiere a los libros más populares, a pesar de la

271
esencia religiosa de la sociedad medieval en conjunto, no había ninguna

correlación significativa entre las listas de lectura del clero y de los laicos. El

interés particular del clero en asuntos de dogma no encontró ninguna resonancia

fuera del orden eclesiástico, mientras que los laicos estaban más interesados en

secciones anecdóticas de las Sagradas Escrituras tales como Reyes y Actos.

Además de la distinción esencial entre clero y laicado, el factor socioeconómico

también jugó un importante papel con respecto al grado de alfabetización. Las

ciudades se convirtieron en los centros de alfabetización por excelencia mientras,

en el marco de las grandes ciudades, el intercambio con judíos y musulmanes

amplió los horizontes socioculturales de los ciudadanos y facilitó además su trato

con la herencia clásica. En los asentamientos rurales, por otro lado, los pocos

libros -si tenía alguno- del sacerdote local eran a menudo la única fuente de

conocimiento y, en la mayoría de los casos, eran de naturaleza exclusivamente

religiosa. La investigación sobre la comunicación escrita requiere, además,

examinar el grado de alfabetización en la sociedad medieval en su totalidad, un

campo en el que todavía queda mucho por investigar. Harper sostiene que hasta

más o menos el siglo XI, el analfabetismo era más la regla que la excepción. No

sólo gran parte de los estamentos sociales más bajos, sino la mayoría de reyes y

príncipes eran incapaces de leer o escribir. Sus conclusiones han sido

corroboradas por la investigación de Toussaert sobre el Flandes del siglo XI,

donde, según afirma, “el analfabetismo regía en todas partes y los grandes

señores se sentían orgullosos de su ignorancia”.

En un pueblo francés del siglo XIII como Montaillou, había solamente cuatro

personas que supieran leer y escribir, de una población de 250. La educación de

272
los jóvenes estaba monopolizada por la familia extensa (domus), mientras que la

enseñanza se convirtió en la prerrogativa de la edad y la clase social. Los mayores

enseñaban a los jóvenes, el señor a sus campesinos, el sacerdote a su

congregación. A pesar de todo, el criterio de la edad prevalecía sobre el del

estatus social, y la existencia de un sacerdote en la familia no podía minar el

predominio de sus miembros más mayores, ni tampoco era significativa respecto a

la influencia cultural de los jóvenes en la familia extensa. El Cuarto Concilio de

Letrán (1215) alentó la fundación de más escuelas elementales, pero la principal

fuente de educación permaneció todavía dentro de la familia, que postulaba un

mensaje predominantemente religioso. A partir del siglo XII, sin embargo, la

fundación de las universidades de París, Toulouse, Montpellier, Orleans, Oxford,

Cambridge, Padua, Boloña, Salamanca y Coímbra, entre otras, produjo un

renacimiento educativo en el marco de los nacientes centros urbanos. Entre los

años 1300 y 1500, se fundaron más de cincuenta nuevas universidades: once en

Francia, nueve en España, ocho en Italia, tres en Inglaterra y el resto, en la

Europa del Este, tras la fundación de la Universidad de Praga. Alrededor de 1400,

había unos 800 estudiantes en el Imperio Germánico, y su número alcanzó unos

4.000 hacia 1520. El desarrollo de centros intelectuales adyacentes a las

catedrales atrajo también a estudiantes de todas las partes de Europa, mientras

que la movilidad relativamente alta de estudiantes y profesores contribuyó además

a la transmisión del conocimiento entre ubicaciones distantes. En esta época, el

Arzobispo Raimundo de Toledo alentó traducciones del árabe al latín, mientras

que los Arzobispos Teobaldo y Tomás de Canterbury fortalecieron los vínculos

entre Inglaterra y el Continente. Junto a los ambientes universitarios, en Flandes e

273
Italia surgió un nuevo tipo de escuelas que suministraban a la clase de los

mercaderes el conocimiento instrumental que necesitaban en matemáticas,

contabilidad y geografía. Giovanni Villani ofrece un informe detallado del

renacimiento educativo en la Florencia del siglo XIV: el número de chicos y chicas

que aprendían a leer y escribir alcanzó un número considerable; unos 1000-1200

jóvenes estudiaban matemáticas en una de las seis escuelas municipales; de 550

a 600 se especializaban en gramática y retórica en cuatro escuelas distintas; unos

sesenta aspiraban a convertirse en jueces; otros 600, en abogados, mientras que

cerca de sesenta estudiaban medicina y cirugía. Entre los años 1300 y 1400, se

fundaron ocho nuevas escuelas de este tipo en toda Europa, y sólo en Francia, el

número total de estudiantes aumentó a cerca de 500. La mejora en el nivel de

educación llevó al extenso uso de la correspondencia, que adquirió entre la clase

gobernante el peso del intercambio de información, debido a la naturaleza del

sistema de gobierno medieval.

Con todo, en la Edad Media, las cartas adquirieron características peculiares

propias en tanto que se originaron como mensajes orales, cuando la distancia

hacía imposible las palabras. Según Ambrosio, “el género epistolar se imaginó

para que alguien pueda hablarnos cuando estamos ausentes”. En su mayor parte,

las cartas medievales eran documentos literarios cuasi públicos, escritos para ser

recogidos y hechos públicos en el futuro, y destinados a ser leídos por más de una

persona. Estaban, por consiguiente, diseñados para ser más bien correctos y

elegantes que originales y espontáneos, y a menudo seguían la forma y contenido

de las cartas modelo de los formularios. Según las artes dictaminis de finales de la

Edad Media, una carta debería tener cinco partes dispuestas en una secuencia

274
lógica: la salutación estaba seguida por el exordio, que consistía en alguna

generalidad trivial, un proverbio o una cita bíblica. Luego venía la narratio esto es,

la declaración del propósito particular de la carta, la petitio, deducida del exordio y

la narratio, y finalmente las frases de conclusión. La correspondencia medieval

podía además ser evaluada conforme a dos grandes categorías, a saber, cartas

usadas por instituciones eclesiásticas o seculares, y aquellas escritas por

personas privadas. La corte papal era un destacado usuario de correspondencia,

tanto por medio de encíclicas como de bulas. Una encíclica era una carta circular

mandada a todas las iglesias de un área determinada. En los primeros tiempos la

palabra podría usarse para denotar una carta enviada por cualquier obispo, pero el

término se restringió paulatinamente a las cartas enviadas por el papa. Las bulas

eran mandatos escritos de los papas sellados en los primeros tiempos con el anillo

de sello del papa, pero desde el siglo VI se usaban tanto cajas para sellar de

plomo como sellos estampados en cera. Como tratados sobre los más importantes

asuntos de dogma y disciplina eclesiástica, las bulas fueron ampliamente

difundidas en la Edad Media, especialmente entre el clero y la élite política, que

eran los grandes blancos de la correspondencia papal. Los papas alentaron

también la difusión de sus bulas dentro del marco de los nacientes centros

universitarios. Se mandó, por ejemplo, una copia de la bula de Inocencio III Per

venerabilem (1202) a la Facultad de Derecho de Boloña para animar a los

estudiantes a difundir el mensaje papal... Otra categoría de medios de

comunicación escritos eran las Cartas Celestiales, que se creía habían venido de

modo milagroso del cielo, convirtiéndose así en la expresión más directa de la Vox

Dei. Las cartas de este tipo disfrutaron de una amplia circulación, siendo

275
difundidas por personajes místicos cómo Pedro el Ermitaño, o entre los

Flagelantes. Una de estas “Cartas Celestiales” llegó al Parlamento de Carlisle en

1307 firmada por el anónimo caballero cristiano Pedro, hijo de Casiodoro, quien

lloraba los sufrimientos de la Iglesia Inglesa, “Hija de Jerusalén”, “Virgen de Sión”,

buscando en vano su salvación en la curia papal. Aunque no puede evaluarse

adecuadamente el impacto de esta carta en el parlamento, representa la crítica

predominante de la política papal en Inglaterra e ilustra otro canal de

comunicación que se hizo un hueco en el espíritu religioso de la época. El uso de

Cartas Celestiales estaba normalmente restringido a temas controvertidos que no

dejaban lugar para la crítica abierta. Proporcionaban a sus autores los privilegios

del anonimato a la vez que conferían a sus contenidos un envidiable halo de la

Vox Dei.

Por otra parte, la extensión del comercio a escala internacional alentó el uso de las

cartas también en las transacciones comerciales, que muy a menudo adquirían el

peso de documentos formales. Además, tanto el Decameron de Boccaccio como

los Cuentos de Canterbury de Chaucer, por citar sólo dos ejemplos, ilustran el

extenso uso de las cartas para necesidades privadas. La correspondencia entre

amantes, por ejemplo, parece que fue una práctica bastante común hacia finales

de la Edad Media. Este estado de cosas tuvo consecuencias significativas por lo

que se refiere a las actitudes de la Iglesia hacia la alfabetización femenina.

Aunque la Iglesia favorecía la educación de las mujeres en los fundamentos de la

moralidad y la religión, algunos escritores como el caballero de La Tour Landry

querían que las mujeres supiesen leer pero creían innecesario que supieran

escribir. Felipe de Navarra, además, estaba completamente en contra de la idea

276
de la educación para las mujeres de todas las clases, puesto que una vez que las

mujeres supiesen leer, decía, podrían recibir cartas de sus amantes. El uso de la

correspondencia, no obstante, era bastante extenso en la sociedad medieval y

aunque mayoritariamente involucraba a los hombres, tenemos también ejemplos

de correspondencia femenina, como las cartas escritas por Eloísa a Abelardo.

Giraldus Cambrensis (ca. 1146-1223), arcediano de Brecon, hizo un frecuente uso

de cartas en su eterno conflicto con su sobrino y expresó confianza en la eficacia

de aquéllas, a pesar de la pobre condición de los caminos de Inglaterra en la

época. Leclerq ha publicado dos conmovedores testimonios sobre la

correspondencia íntima entre dos monjes en la Inglaterra del siglo XIII. El escritor

anónimo aconseja a su amigo en cuanto a los modos de alcanzar su paz de

pensamiento liberándose de sufrimientos psicosomáticos. Sin embargo, debe

tenerse en cuenta las reservas de Leclerq por lo que se refiere a la autenticidad de

tales cartas debido al valor didáctico que se les atribuía. Muchos corresponsales,

en efecto, elaboraban sus cartas como tratados eruditos cuyo parecido con el

original apenas si puede discernirse. La correspondencia tanto de Bernardo de

Clairvaux como de Abelardo, por ejemplo, plantea cuestiones con respecto al

grado de espontaneidad o elaboración de sus originales, que no se han

conservado. El uso de las cartas y el aumento de la alfabetización, sin embargo,

no cambiaron esencialmente el predominio del estilo oral en la sociedad medieval.

El estilo oral como medio de comunicar y almacenar hechos estaba bien

acomodado a una sociedad que estaba todavía “regionalizada”, altamente

“particularizada” y que era más consciente del estatus heredado que del logro a

través de papeles sociales pragmáticos. La cultura oral medieval era, por tanto,

277
esencialmente conservadora; le gustaban las comunidades pequeñas, aisladas,

con una fuerte red de parentesco y solidaridad de grupo.

El estilo oral era a menudo estereotipado a través de categorías nacionales o

psicológicas y proporciona evidencia de hábitos de comunicación existentes.

Gerhoh von Reichersberg, por ejemplo, desaprobaba las prácticas extendidas

entre los romanos, “que hablan alto y a menudo, sin mucho sentido”. Otros

criticaban en detalle todo tipo de hábitos comunes para el hombre medieval. Hugo

de San Víctor comparaba el cuerpo humano a una república cuyos miembros

tienen funciones específicas que cumplir en la debida medida y decencia. Aquellos

que mueven los dedos cuando hablan, abren la boca cuando escuchan, hacen

miles de gestos, mueven los brazos “como monstruos”, les desaprobaba

fuertemente, en tanto que; minaban la armonía interna del estado imaginario del

cuerpo. Un célebre tratado médico de comienzos del siglo XII, el Secret des

Secrets intenta identificar las características de la personalidad humana según el

tono de voz: una voz baja es agradable, elocuente y característica de los

caballeros, pero demasiada dulzura hace alusión a la malevolencia o incluso a la

estupidez e ignorancia. Aquellos que hablan demasiado de prisa son sospechosos

de traición y perfidia.

El estilo oral se adaptaba constantemente a las necesidades cambiantes entre los

diferentes estamentos sociales. La conjuratio o juramento oral solicitado a los

ciudadanos, en el que hacían constar obligaciones y derechos mutuos, indica

cómo se integró el discurso oral dentro del marco de la comunicación de los

nacientes centros urbanos. Los príncipes medievales hicieron también un uso

frecuente de mensajeros, los cuales llevaban mensajes orales que no siempre

278
estaban corroborados por documentos escritos, particularmente con temas

importantes en los que se requería absoluto secreto. El rey de los hunos, por

ejemplo, envió un mensaje al emperador oriental a través de un enviado que

memorizó y repitió mecánicamente las palabras. Los mensajeros que llevaban

mensajes orales se usaban frecuentemente y, aunque el nivel organizativo de

transmisión era bajo, el simple intercambio de mensajes era de una eficacia

funcional bastante alta. Trabajando sobre una base irregular y sin un salario, los

niños pequeños, los sirvientes y los vagabundos servían a este propósito tras

haber memorizado los hechos, facilitando de este modo la comunicación también

entre los plebeyos.

El uso de la comunicación oral en la sociedad medieval no debería evaluarse, por

lo tanto, como una función de la culture populaire frente a la culture savante, sino

más bien de los hábitos de comunicación y la tendencia del hombre medieval a

compartir sus experiencias intelectuales en el marco colectivo. Además, el alto

coste de los libros y las dificultades de obtenerlos fomentaron también una

“sociabilización de la cultura”. Crosby defiende que “en la Edad Media las masas

del pueblo leían más por medio del oído que del ojo, oyendo leer o recitar a otros

más que leyendo por sí mismos” Leer en compañía o, para ser más precisos,

escuchar leer, era de costumbre tanto en la familia como en el foro académico.

Los analfabetos pedían la declamación oral de los libros escritos, mientras que, a

la inversa, las tradiciones orales eran puestas en papel. Los autores medievales

escribían con el estilo oral en la mente, añadiendo efectos auditivos como el

tratamiento directo, la constante repetición de palabras, expresiones y situaciones,

el jurar frecuentemente o el uso de bendiciones al comienzo o al final del escrito.

279
Con respecto a esto, la memoria visual y auditiva y el talento para la oratoria del

comunicador adquirían cardinal importancia para el éxito de un libro...

280
El papel y la imprenta de molde. De China a Europa

Por Thomas Cárter44

Tomado de: Carter, T. F. "El papel y la imprenta de molde de China a Europa". En

La comunicación en la historia. Tecnología, cultura, sociedad. Compilado por D.

Crowley y P. Heder. Barcelona: Boch.

Detrás de la invención de la imprenta subyace el uso del papel, que es el más

cierto y el más completo de los inventos de China. Mientras que otras naciones

pueden disputarse con China el honor de aquellos descubrimientos en que China

halló únicamente el germen, para ser desarrollados y hechos útiles para la

humanidad en Occidente, la fabricación de papel se lanzó desde los dominios

chinos como un arte totalmente desarrollado. Papel de trapo, papel de cáñamo,

papel de diversas fibras vegetales, papel de celulosa, papel encolado y con peso

encima para mejorar su calidad para la escritura, papel de diversos colores, papel

de escribir, papel de envolver, incluso servilletas de papel y papel higiénico: todos

tenían un uso generalizado en China durante los primeros siglos de nuestra era. El

papel, el secreto de cuya fabricación fue enseñado por prisioneros chinos a sus

apresadores árabes en Samarcanda en el siglo VIII, y que, a su vez, fue

44
Thomas Carter (1882-1925) fue catedrático de chino en la Universidad de Columbia. Su

libro, The Invention of Printing in China and Its Spread Westward, ha contribuido

enormemente a revelar a los occidentales la importancia del legado chino, tanto en

términos de la invención de la imprenta como de la invención del papel.

281
comunicado por súbditos moriscos a sus conquistadores españoles en los siglos

XII y XIII, es, en todas sus particularidades esenciales, el papel que utilizamos hoy

en día. E incluso en nuestros propios días China ha continuado proporcionando

nuevos desarrollos en la fabricación del papel, habiéndose introducido de China

en Occidente durante el siglo XIX tanto el llamado “papel de China” o “papel biblia”

como el papier-maché.

Si bien la invención del papel se encuentra cuidadosamente fechada en los

registros dinásticos como perteneciente al año 105 d.C., la fecha está

evidentemente elegida más bien arbitrariamente, y este invento, como la mayoría

de inventos, constituyó un proceso gradual. Hasta finales de la dinastía Chou (256

a.C.), a través del periodo clásico de China, la escritura se realizaba con una

pluma de bambú, con tinta de hollín, o negro de humo, sobre tiras de bambú o

madera. Esta última se utilizaba en gran parte para los mensajes cortos; el bambú,

para escritos más largos y para los libros. El bambú se cortaba en tiras de unas

nueve pulgadas de longitud y lo suficientemente anchas como para que cupiera en

ellas una sola columna de caracteres. La madera a veces era de la misma forma,

a veces más ancha. Las tiras de bambú, siendo más fuertes, podían ser

perforadas en uno de sus extremos y encordadas unas con otras, bien con

cuerdas de seda, bien con correas de piel, para formar libros. Tanto las tiras de

madera como las de bambú se hallan cuidadosamente descritas en libros de

antigüedades, escritos en los primeros siglos de la era cristiana. La abundancia de

tiras de madera y bambú excavadas en el Turquestán concuerda exactamente con

las primeras descripciones.

282
La invención del pincel de pelo para escribir, atribuida al general Meng T'ien en el

siglo lll a.C., produjo una transformación en los materiales de escritura. Esta

transformación está indicada por dos cambios en el lenguaje. La palabra utilizada

después de esta época para “capítulo” significa “rollo”; la palabra para denominar

a los materiales escriptorios pasa a ser “bambú y seda” en lugar de “bambú y

madera”. Existen indicios de que la seda utilizada para la escritura durante la

primera parte de la dinastía Han consistía en verdadero tejido de seda 45. Se han

encontrado cartas escritas sobre seda, que datan posiblemente de la época Han,

junto con papel en una atalaya de un espolón de la Gran Muralla.

45
La seda fue utilizada como material de escritura en Mesopotamia en los inicios del

periodo mahometano antes de que los árabes comenzaran a utilizar allí rollos de papiro.

Para este propósito la seda blanca se bañaba en cola y se pulía con una concha.

Grohmann (1924) sugiere la probabilidad de que este uso de la seda procediera de la

India, lo cual parece bastante posible; pero dado que tanto la seda de la India como la de

Mesopotamia era importada de China, parecería probable que el arte de preparar la seda

para utilizarla como material escriptorio tanto en la India como en Mesopotamia volviese

originalmente a un origen chino. Es posible que antes de que la seda china llegara a la

India y al oeste de Asia “hubiera seda salvaje en el Próximo Oriente, similar a la seda

tussah de la India, puesto que se excavaron varios fragmentos de esta naturaleza en

Palmyra, uno en Dura y otro en Egipto” (Day, 1950: p.108). Mientras que en China el uso

de la seda como material para escribir dio rápidamente paso al papel, la seda continuó

siendo el material habitual para pintar durante varios siglos y nunca ha sido totalmente

sustituida.

283
Pero, como afirman los registros dinásticos de la época, “la seda era demasiado

cara y el bambú, demasiado pesado”. El filósofo Mo Ti, cuando viajaba de un

estado a otro, llevaba con él muchos libros en la parte de atrás de la carreta. El

emperador Ch'in Shih Huang se asignó a sí mismo la tarea de revisar diariamente

cincuenta y cuatro kilos y medio de documentos del estado. Claramente, se

necesitaba un nuevo material de escritura.

El primer paso fue probablemente un tipo de papel o cuasi-papel hecho de seda

Bruta. Esto está indicado por el carácter empleado para designar “papel”, cuyo

radical de “seda” muestra el concepto de material, y por la definición de dicho

carácter en el Shuo wén, un diccionario que se terminó hacia el año 100 d.C.

El año 105 d.C. se establece generalmente como la fecha de la invención del

papel, ya que en dicho año el eunuco Ts'ai Lun informó oficialmente del invento al

emperador. Si Ts'ai Lun fue el verdadero inventor o únicamente la persona de

posición oficial que se convirtió en el patrón del invento (como Féng Tao hizo más

tarde con la imprenta) no se sabe a ciencia cierta. En cualquier caso, su nombre

se halla imborrablemente relacionado con el invento en la mente del pueblo chino.

Ha sido incluso deificado como el dios de los fabricantes de papel, y en la dinastía

T'ang el mortero que supuestamente Ts'ai Lun había utilizado para macerar sus

viejos trapos y redes de pesca fue transportado con gran ceremonia desde Hunan

hasta la capital y colocado en el museo imperial. Lo que sigue es el relato de la

invención, tal como fue escrito por Fan Yeh en el siglo V en la historia oficial de la

dinastía Han, entre las biografías de eunucos famosos:

Durante el periodo Chien-ch'u (76-84 d.C.), Ts'ai Lun fue un eunuco. El emperador

Ho, a su llegada al trono (89 d.C.), sabiendo que Ts'ai Lun era un hombre lleno de

284
talento y entusiasmo, lo nombró chung ch'ang shih46. Gozando de esta posición no

dudó en otorgar tanto elogios como culpas a Su Majestad.

En el noveno año del periodo Yung-yüan (97 d.C.) Ts'ai Lun se convirtió en shang

fang ling47. Bajo sus instrucciones los obreros fabricaban, siempre con los mejores

materiales, espadas y flechas de diversos tipos, que fueron modélicas para las

posteriores generaciones.

En tiempos antiguos la escritura se realizaba generalmente sobre bambú o sobre

trozos de seda, que por aquel entonces se llamaban chih48. Pero siendo la seda

cara y el bambú pesado, estos dos materiales no resultaban convenientes.

Entonces Ts'ai Lung pensó en utilizar corteza de árbol, cáñamo, trapos y redes de

pesca. En el primer año del periodo Yüan-hsing (105 d.C.) elaboró un informe para

el emperador sobre el proceso de fabricación de papel, y recibió grandes halagos

por su habilidad. Desde este momento el papel ha sido utilizado en todas partes y

se le denomina el “papel del Marqués Ts'ai”.

46
Un oficial al que se permitía entrar en partes del palacio prohibidas para otros.
47
Un oficial encargado de la dirección de la manufactura de muebles, artículos

domésticos, etc.
48
Chih es ahora la palabra comúnmente utilizada para “papel”. La definición de la palabra

en el Shuo wén, terminado aproximadamente en la época del invento de Ts'ai Lun,

indicaría que para dicho escritor significaba una forma de papel o cuasi-papel hecha de

seda. El pasaje que nos ocupa parecería indicar que la palabra se había aplicado también

a los trozos de tela de seda usados para la escritura. Esta palabra posee el radical de

“seda” como indicativo del material. Posteriormente se utiliza con frecuencia la misma

palabra con el radical de “paño” en sustitución al de “seda”, pero es la forma con este

último radical la que ha sobrevivido y se usa comúnmente hoy en día.

285
La nota biográfica continúa narrando cómo Ts'ai Lun se vio envuelto en intrigas

entre la emperatriz y la abuela del emperador, a consecuencia de las cuales, con

el fin de evitar presentarse ante los jueces para responder por afirmaciones que

había hecho, “se fue a su casa, tomó un baño, se peinó, se puso sus mejores

galas y bebió veneno”.

Dos afirmaciones de esta cita han recibido una amplia confirmación a partir de los

descubrimientos llevados a cabo a lo largo de la Gran Muralla y en el Turkestán.

En marzo de 1931, mientras se hallaba explorando una ruina Han en el Edsingol,

no muy lejos de Kharakhoto, el arqueólogo sueco Folke Bergman descubrió lo que

probablemente sea el papel más antiguo del mundo. Fue encontrado junto a un

cuchillo chino de hierro enfundado en una vaina de piel, un saquillo de piel para el

agua mal secado, una flecha para ballesta con la cabeza de bronce y el astil de

caña, muchos manuscritos sobre madera, restos de seda (incluido un trozo de

seda polícroma) y un impermeable casi completo hecho de ristras de hierba

retorcidas. Lao Kan, que posteriormente elaboró un informe sobre este precioso

trozo de papel, nos informa de que, de los setenta y ocho manuscritos sobre

madera, la inmensa mayoría databan de entre el quinto y el séptimo años de

Yung-yüan (un periodo de reinado que abarcó los años 89-105 d.C.) En el más

tardío aparecía escrito: “5to día de la 1ra luna del 10mo año de Yung-yüan”, o 24

de febrero del año 98 d.C. El Sr. Lao está de acuerdo en que, precisamente

porque la última de las estacas de madera fechadas lleva una inscripción fechada,

no puede concluirse que todo lo que había en aquel tesoro fuese escondido en

aquel año. Sin embargo, conjetura que alrededor de esta época, posiblemente

pocos años más tarde (si fue antes o después de la histórica proclama de Ts'ai

286
Lun nunca se sabrá), el papel fue fabricado y enviado a este solitario lugar de la

moderna provincia de Ninghsia. Otros trozos de papel de los primeros tiempos

descubiertos en el Turkestán datan de aproximadamente un siglo y medio

después de la proclama hecha por Ts'ai Lun.

La afirmación concerniente a los materiales utilizados ha sido también totalmente

confirmada. El examen del papel procedente del Turkestán, que data de los siglos

III al VIII de nuestra era, muestra que los materiales utilizados son la corteza de la

morera; el cáñamo, tanto las fibras sin refinar como las que han sido tejidas (redes

de pesca, etc.), y diversas fibras vegetales, especialmente césped chino

(Boehmeria nivea), no en su forma bruta, sino sacado de los trapos.

El descubrimiento del papel de trapo en el Turkestán, mientras confirmaba la

afirmación de los registros chinos, supuso una sorpresa para muchos expertos

occidentales. Desde la época de Marco Polo hasta hace unos setenta años, todo

el papel oriental se había conocido como «papel de algodón», y se había supuesto

que el papel de trapo fue un invento alemán o italiano del siglo XV. Wiesner y

Karabacek mostraron en 1885-1887, como resultado del análisis microscópico,

que la gran cantidad de papel egipcio que en aquella época había sido traído

recientemente a Viena, y que databa aproximadamente del año 800 al 1388 d.C.,

era casi todo papel de trapo. Un examen posterior de los papeles europeos más

antiguos mostró que también fueron elaborados de trapos. Entonces se avanzó la

teoría, que todo el mundo creyó, de que los árabes de Samarcanda fueron los

inventores del papel de trapo, habiendo sido conducidos hasta él por su

incapacidad de encontrar en Asia Central los materiales que habían sido utilizados

por los chinos. En1904, esta teoría sufrió un fuerte shock. El Dr. Stein había

287
enviado al Dr. Wiesner de Viena algunos de los trozos de papel que había

encontrado durante su primera expedición al Turkestán, y el Dr. Wiesner, si bien

no encontró en ellos ningún papel de trapo puro, sí halló papel en el que los trapos

fueron como un sucedáneo, siendo el principal material la corteza de morera

papelera. La teoría fue cambiada para adaptarla a los hechos. Los árabes de

Samarcanda dejaron de ser los primeros en haber utilizado trapos en la

producción de papel para pasar a ser los primeros en haber producido papel

únicamente de trapos. Finalmente, en 1911, tras la segunda expedición del Dr.

Stein, llegó a manos del Dr. Wiesner papel de los primeros años del siglo IV y éste

descubrió ¡que era papel de trapos puro! Dicho papel, que hasta 1885 se supuso

que había sido inventado en Europa en el siglo XV y que hasta 1911 se supuso

que había sido inventado por los árabes de Samarcanda en el siglo VIII, fue

llevado de vuelta a los chinos de principios del siglo IV, y el registro chino, que

afirmaba que el papel de trapos fue inventado en China en los inicios del siglo II,

quedó sustancialmente confirmado.

El uso del papel, superior en mucho al bambú y a la seda como material

escriptorio, avanzó a pasos agigantados. Sin embargo, todavía era considerado

como un sustituto barato49. Tso Po, un contemporáneo más joven de Ts'ai Lun,

llevó a cabo extensas mejoras en su manufactura. Los documentos de los siglos

49
Hummel, 1941: p.74, centra la atención en un erudito llamado Ts'uin Yüan, que murió

treinta y siete años después de que el papel fuera anunciado por primera vez al trono,

escribiendo a un amigo como sigue: “Te envío los trabajos del filósofo Hsü en diez rollos:

no puedo permitirme una copia en seda. Me veo obligado a mandarte una en papel”.

288
siguientes contienen abundantes referencias al uso del papel y a ciertos papeles

especiales de lujo y de gran belleza que aparecían de vez en cuando. En el

Turkestán, en cada uno de los puntos donde se han realizado excavaciones,

puede fecharse con bastante exactitud el momento en que los efectos de escritorio

de madera dejaron paso al papel. Por la época de la invención de la imprenta de

molde todo el Turkestán chino, por cuanto muestran las excavaciones, utilizaba ya

el papel 50 . El uso del mismo en China propiamente se había generalizado

aparentemente mucho antes.

Los papeles encontrados en el Turkestán muestran una cierta cantidad de

progreso, especialmente en el arte de cargar peso y encolar para facilitar la

escritura. Los papeles más antiguos son simplemente una red de fibras textiles sin

encolar. El primer intento de mejorar el papel de forma que este absorbiera la tinta

más rápidamente consistió en darle una capa de yeso. Después siguió la

utilización de una cola o gelatina hecha de liquen. A continuación vino la

impregnación del papel con harina de almidón seca en estado crudo. Finalmente

esta harina de almidón se mezcló con una delgada pasta de almidón, o bien se

utilizaba la pasta sola. Se pusieron también en uso métodos mejores de

maceración que resultaron menos destructores de las fibras y producían un papel

más fuerte. Todas estas mejoras fueron perfeccionadas antes de pasar el invento

50
El lugar en el que la escritura sobre madera continuó durante más tiempo fue Miran, un

fortín tibetano, el cual parece ser que se encontraba particularmente atrasado. La

escritura sobre madera continuó en Miran -de forma paralela al uso del papel- hasta el

siglo Vlll o IX. En la mayor parte de los lugares del Turkestán terminó varios siglos antes.

289
a los árabes en el siglo VIII y antes de que comenzase en China la primera

imprenta de molde. En la medida en que siempre pueda decirse de un invento que

está completado, fue un invento completado lo que se entregó a los árabes en

Samarcanda. La fabricación de papel enseñada por éstos a los españoles e

italianos en el siglo XIII fue casi exactamente como ellos la habían aprendido en

el VIII. El papel utilizado por los primeros impresores de Europa se diferenciaba

muy poco del utilizado por los primeros impresores de molde chinos cinco o más

siglos antes...

Los inicios de la imprenta de molde.

El periodo de la dinastía T'ang (616-906) -el periodo durante el cual la imprenta

china tuvo su nacimiento- fue uno de los más gloriosos de la historia de China. Los

cuatro siglos de desunión y debilidad -los Tiempos Oscuros de China- habían sido

clausurados unos treinta años antes de que comenzase la era T'ang. Bajo los

primeros emperadores de la nueva dinastía, durante el siglo VII y la primera parte

del VIII, la antigua gloria del imperio fue reavivada e intensificada. No sólo la

propia China, sino Turkestán Este, Korea y una gran parte de Indochina pasaron

en uno u otro momento a estar bajo el control de la corte de C'ang-an, mientras

que los ejércitos eran enviados a través de los pasos del Himalaya al interior de

Kashmir contra determinados estados indios y a través de la cordillera de T'ien

Sang al interior de la región de Samarcanda contra el creciente poder de los

árabes. Los primeros emperadores T'ang del periodo de un siglo o más anterior a

Carlomagno hicieron en China en gran medida el mismo trabajo que éste hizo en

Europa al restaurar el viejo imperio sobre una nueva base y poniendo fin a la larga

era de caos y desorden. Pero el caos de los Tiempos Oscuros de China nunca

290
había sido tan completo como el de Europa, y la civilización clásica fue, primero,

restaurada y, después, superada mucho más rápidamente que en el mundo

occidental.

Los primeros emperadores de la dinastía T'ang fueron grandes mecenas de la

literatura, del arte y de la religión, y gobernaron sobre un pueblo cuya visión

mental se expandía a gran velocidad. Bajo el reinado de T'ai Tsung (627-649), se

erigió en la capital una biblioteca que contenía alrededor de cincuenta y cuatro mil

rollos. Al mismo tiempo, los logros de China en el dominio de la pintura se

acercaban rápidamente a su marca del nivel de pleamar.

Por su imparcialidad en la tolerancia religiosa, T'ai Tsung y sus inmediatos

seguidores raras veces han sido superados en la historia. Mientras que ellos

mismos se inclinaban hacia el taoísmo y consideraban que su familia era del linaje

de Lao-Tzu, fueron mecenas liberales del confucianismo y dieron la bienvenida

con los brazos abiertos a toda fe extranjera. En el espacio de treinta años, en la

primera parte del siglo VII, la corte de Ch'ang-an tuvo la oportunidad de acoger a

los primeros misioneros cristianos, dar refugio al destituido rey de Persia y a sus

sacerdotes mazdeístas y hacer honor a Hsüan-tsang, el mayor de todos los

apóstoles del budismo chino, que regresó de la India para dar un nuevo ímpetu a

la fe budista. Todos recibieron la más cálida bienvenida. Todos propagaron sus

respectivas doctrinas con el favor y la ayuda del emperador. El contacto con

hombres de muchas tierras y de opiniones variadas produjo una viveza, una

renovación de la juventud de la tierra, que China nunca antes había conocido.

Esta era augusta duró más de un siglo. Culminó en el reinado de Ming Huang

(712-756), en cuya época se fundó la Academia Hanlin, y alrededor de cuya corte

291
se reunieron hombres como Li Po y Tu Fu, Wu Tao-Tzu y Wang Wei, los más

grandes poetas y los mayores artistas que China, en toda su larga historia, ha

conocido.

Durante esta época dorada del genio chino, se estaba desarrollando una gran

variedad de aparatos en los monasterios budistas y en otras partes para la

reduplicación de libros y textos sagrados, una actividad que alcanzó su clímax en

la imprenta de molde algún tiempo antes del fin de la “época dorada”.

Una de las indicaciones más antiguas de la multiplicación de ilustraciones en el

Oriente procede del gran peregrino budista chino I-ching (635-713). Después de

una estancia en la India (673-685), pasó varios años traduciendo textos sánscritos

en la isla de Sumatra, desde donde envió en el año 692 su informe a China. Una

de las frases del mismo dice así: “Los Sacerdotes y los legos de la India hacen

Kaityas o imágenes con la tierra, o imprimen la imagen de Buda sobre seda o

papel, y la veneran con ofrendas donde quiera que vayan”. Resulta curioso

encontrar a I-ching aplicando esta práctica en la India, donde había seda pero

donde el papel era poco frecuente. Para China y sus vecinos más cercanos, sin

embargo, parece enteramente razonable.

El mejor modo de estudiar esta actividad de inventar métodos de multiplicación es

hacerlo a partir de los hallazgos de Tun huang y Turfan, los dos lugares donde se

han conservado los registros manuscritos de los inicios del budismo en las

fronteras de China. Aquí se encuentran no sólo fragmentos de inscripciones en

piedra, sino también estarcidos y picados, telas estampadas, sellos e impresiones

de los mismos y una gran profusión de pequeñas figuras estampadas de Buda,

todo lo cual marcó el camino directamente al arte de la imprenta de molde.

292
El frotamiento a partir de piedra fue en su mayor parte la preparación confuciana

para la imprenta. Pero los descubrimientos de Tun-huang muestran que los

budistas también utilizaron el aparato, y por medio de él imprimieron una de sus

escrituras favoritas el Sutra del Diamante.

El estarcido o picado era un medio de reduplicación al cual los monasterios

budistas eran especialmente aficionados. Se han encontrado varios de estos

estarcidos de papel, con grandes cabezas de Buda primero dibujadas con un

pincel y luego perfiladas con punzadas de aguja como un moderno patrón de

transferencia de bordado. Entre los hallazgos hay también ilustraciones estarcidas:

sobre papel, sobre seda y sobre paredes enyesadas.

Las telas estampadas aparecen en un número considerable en Tun-huang. Éstas

son a veces en dos colores, a veces en varios. Los diseños son todos

convencionales y no religiosos, un contraste total con todas las demás primeras

impresiones y preimpresiones del Lejano Oriente. Los diseños convencionalizados

de animales -caballos, venados y patos- resultan populares. Existe también un

ejemplo de impresión sobre papel de un diseño51. Se parece al pesado papel de

pared moderno, con un diseño geométrico de color azul oscuro.

Las pequeñas figuras estampadas de Buda marcan la transición de la impresión

con sellos al grabado en madera. Se han hallado miles y miles de estas

51
Éste forma la base o el marco sobre el cual está pegada una de las letras de molde en

el Museo Británico. El modelo consiste en elipses que forman una red, impresas en azul

oscuro sobre un fondo de azul claro. Hay dos fragmentos, cada uno de los cuales mide

seis por dos pulgadas.

293
impresiones estampadas en Tun-huang, en Turfan y en otros lugares del

Turquestán. En ocasiones aparecen en la cabecera de cada una de las columnas

de un manuscrito. A veces se rellenaban con ellas grandes rollos: uno de ellos,

conservado en el Museo Británico, mide diecisiete pies de largo y contiene

cuatrocientas sesenta y ocho impresiones de la misma estampa. La única

diferencia entre estas figuras de Buda y los verdaderos grabados en madera,

aparte de la primitiva habilidad mostrada, es que las impresiones son muy

pequeñas52, y por tanto fueron evidentemente realizadas mediante presión manual

como las impresiones hechas con sellos. Las estampas halladas poseen asas

para este propósito53. Cuando a algún genio inventor se le ocurrió la idea de dar la

vuelta a su estampa, colocar el papel sobre ella y frotarlo con un pincel, se abrió el

camino para realizar impresiones de cualquier tamaño deseado, y se abrió

también el camino para que esa mejora de la técnica hiciera del nuevo invento una

fuerza en el avance de la civilización. Pero en un principio parece haber causado

únicamente la realización de mejores figuras de Buda. Uno de los rollos

conservados en Londres, aunque es similar a los otros en muchos aspectos, fue

52
Las impresiones sobre los rollos del Museo Británico oscilan de 1,5 a 2,8 pulgadas de

alto y de 1,2 a 1,8 pulgadas de ancho. Las de París y Berlín miden aproximadamente lo

mismo.
53
Una estampa de madera encontrada por Pelliot en Kutclia en el Este del Turkestán no

data -según el yacimiento en el que fue encontrada- de más tarde del año 800. El hecho

de que el uso de estas estampas se hubiera expandido tan lejos hacia el oeste como

hasta Kutcha alrededor del 800 indica una fecha muy temprana para la propia China. Se

han encontrado en Turfan estampas de metal de fecha incierta.

294
evidentemente realizado no estampando, sino frotando, ya que muestra

impresiones de Buda mucho mayores y mejores 54 . Un grabado en madera

perfeccionado guardado en el Louvre muestra un avance aún mayor: un número

de figuras de Buda en círculos concéntricos de forma variada, y todas hechas a

partir de un solo bloque55.

Éstos son algunos de los pasos -frotamiento a partir de piedra, seda estampada,

estarcido, sello y estampa- que estaban conduciendo al mismo tiempo hacia la

imprenta de molde. Todos estos objetos se han encontrado en monasterios

budistas, y detrás de todos, o de la mayoría de ellos, subyace ese impulso de

duplicación que ha sido siempre una característica del budismo. Que estos objetos

reales encontrados en Tun-huang y Turfan sean anteriores a los primeros libros

impresos con moldes no es, bajo ningún concepto, cierto. Ninguno lleva una

indicación clara de fecha excepto uno de los frotamientos de piedra y una de las

estampas56. Pero existe todo tipo de indicaciones de que aquellos que no son

anteriores a la primera imprenta de molde representan al menos a supervivientes

de procesos anteriores y más primitivos.

La fecha exacta en la que comenzó la verdadera imprenta de molde se halla

envuelta en el misterio. Una supuesta referencia a que la imprenta había tenido


54
Su tamaño es de 4 por 3,4 pulgadas. Sólo está impresa la línea del contorno. Los

detalles están rellenados a mano con colores. La hechura de esta hoja de cabezas

muestra un sorprendente parecido con las letras de molde europeas más primitivas.
55
Su tamaño es de 13 por 20 pulgadas.
56
Este frotamiento data del reinado de T'ai Tsung (627-649). La estampa data de antes

del 800.

295
lugar bajo el gobierno del emperador Wen en el año 594, antes de los inicios de la

dinastía T'ang -una afirmación que ha encontrado su camino dentro de casi todo lo

que se ha escrito en lenguas europeas sobre el tema de la imprenta china- está

aparentemente basada en un error cometido por un escritor chino del siglo XVI.

Llegados a este punto resulta necesario mencionar que recientemente se ha

informado que uno de los fragmentos de papel, encontrado cerca de la entonces

frontera china, que lleva una fecha equivalente al 594 d.C., es una unidad impresa.

Descubierto por Sir Aurel Stein durante su tercera expedición al Asia Central en

los años 1913-1916 entre las ruinas de un templo budista situado en el pueblo de

Toyuk (oToyukh), en los alrededores de Kara Kho-ja, fue enviado -tras la I Guerra

Mundial- al profesor Henri Maspero para que lo estudiara, junto con el resto de los

documentos sobre madera y papel. Desgraciadamente para el mundo de la

erudición, el manuscrito de Maspero, de unas 600 páginas, completado en 1936 y

enviado a Londres ese mismo año, no ha sido publicado hasta ahora. Pero hace

unos cuantos años se confió al Dr. Bruno Schindler la preparación de una versión

resumida de los hallazgos de Maspero, y éste anunció que se trataba de un afiche,

impreso en chino, “completo arriba y abajo, pero cortado en los lados derecho e

izquierdo. (...) El texto reza (traducido): (...) 34to año yen-ch'ang (= 5 94 d. C), año

chía -yin. Hay un perro bravo en la casa. Transeúntes, tengan cuidado”. Esta

sorprendente información ahora parece ser errónea. Con la autoridad del Dr.

Harold James Plenderleith, Conservador en el Departamento del Laboratorio de

Investigación del Museo Británico, que lo ha examinado, el documento no

muestra ninguna señal de impresión. También el Dr. Schindler se ha retractado de

su anterior afirmación, y considera que Maspero cometió un error.

296
La dificultad de fechar los inicios de la imprenta de molde se ve aumentada por el

hecho de que la evolución del arte fue tan gradual como para resultar casi

imperceptible. La imprenta de molde bien definida más antigua existente data del

770 y procede de Japón. El libro impreso más antiguo procede de China y data del

868. Pero dicho libro impreso es un producto altamente desarrollado. Resulta

evidente que la actividad febril por hallar nuevos modos de reduplicación, que

estaba en boga en los monasterios budistas y en otras partes antes de esta

época, debió de culminar en una especie de imprenta de molde antes del 770, y lo

suficientemente antes de esa fecha como para haber llegado a Japón alrededor de

aquella época. Tal vez el mayor acercamiento que puede darse a una fecha

aproximada sería el reinado de Ming Huang (712-756), la época en que la

grandeza nacional de China y su auge cultural alcanzaron su punto más álgido.

El reinado de Ming Huang terminó en una desastrosa revolución. Las glorias de la

dinastía T'ang empezaron desde ese momento a desvanecerse. La política de

perfecta tolerancia para todas las doctrinas religiosas que marcó los reinados de

T'ai Tsung y Ming Huang fue abandonada, y en su lugar creció una política de

persecución de las doctrinas extranjeras, incluido el budismo. Esta persecución

culminó en el famoso edicto del año 845, por el cual se destruyeron 4.600 templos

budistas y se obligó a 260.500 monjes y monjas budistas a regresar a su vida

Iaica57. Debido a esta destrucción de templos, así como a las guerras civiles del

57
Algunos de los últimos emperadores de la dinastía T'ang estuvieron completamente

bajo la influencia de la superstición taoísta, y a esto, junto con otras influencias tales como

la urgencia de la situación económica, fue debida la persecución del budismo que duró

297
último siglo de la dinastía T'ang, la mayoría de las grandes obras de arte del

periodo T'ang se han deteriorado. Sin duda se debe a la misma causa el hecho de

que no haya sobrevivido ningún impreso chino anterior al Sutra del Diamante del

año 868, y que sea necesario volver la mirada al Japón para hallar las imprentas

de molde existentes más antiguas.

desde el año 845 hasta el 859. En este último año el budismo fue restaurado hasta

alcanzar su anterior posición. Merece la pena observar que la persecución no se ejecutó

en ningún grado durante los últimos años. El monasterio Ch'ing-lung fue restaurado en

Ch'ang-an en el año 846 y el monasterio Fo-kuang, en Wu-t'ai shan en 857. Añadamos a

esto el hecho de que ciertos monasterios situados en partes lejanas del imperio, tales

como Szechuan o Chekiang, escaparon por completo a los daños.

298
La revolución de la imprenta en su contexto

Por Asa Briggs y Peter Burke58

Tomado de: Briggs, Asa y Peter Burke. 2006. De Gutenberg a Internet. Una

historia social de los medios de comunicación. México: Taurus [pp. 27-89].

Este capítulo (…) versa sobre Europa y el periodo que los historiadores llaman

“moderno temprano”, que va desde 1450 a alrededor de 1789 o, en otros términos,

de la “revolución de la imprenta” a la Revolución Francesa y la Industrial. El año

1450 es aproximadamente el momento en que se inventa en Europa una prensa

para imprimir –probablemente por obra de Johann Gutenberg de Maguncia,

inspirada tal vez en las prensas de uva de su Renania natal- que emplea tipos

metálicos móviles.

En China y en Japón, ya hacía mucho tiempo que se practicaba la impresión –

desde el siglo VIII, si no desde antes-, pero el método más empleado era el

conocido como “impresión en bloque”, en el que el bloque de madera tallado se

utilizaba para imprimir una sola página de un texto específico. Este método era

apropiado para culturas que empleaban miles de ideogramas y no un alfabeto de

veinte o treinta letras. Probablemente por esta razón fueron tan escasas las

consecuencias de la invención china de tipos móviles en el siglo XI. Sin embargo,

a comienzos del siglo XV, los coreanos inventaron una forma de tipo móvil de

58
Los británicos Asa Briggs (1921-) y Peter Burke (1937-) son dos renombrados

historiadores sociales, especialistas en historia cultural.

299
“pasmosa similitud con la de Gutenberg”, como dijo el estudioso francés Henri-

Jean Martin. El invento occidental bien pudo haber estado estimulado por las

noticias de lo que había ocurrido en Oriente.

La práctica de la impresión se difundió por toda Europa gracias a la diáspora de

los impresores alemanes. Hacia 1500, las imprentas se habían establecido en más

de doscientos cincuenta lugares de Europa (ochenta en Italia, cincuenta y dos en

Alemania y cuarenta y tres en Francia). Los impresores llegaron a Basilea en

1466, a Roma en 1467, a París y Pilsen en 1468, e Venecia en 1469, a Lovaina,

Cracovia y Buda en 1473, a Westminster (que no debe confundirse con la ciudad

de Londres) en 1476 y a Praga en 1477. En total, hacia 1500 estas imprentas

produjeron alrededor de 27.000 ediciones, lo que significa –suponiendo una tirada

media de quinientos ejemplares por edición- que en una Europa de unos cien

millones de habitantes circulaban en esos días alrededor de trece millones de

libros. De esos libros, aproximadamente dos millones se produjeron sólo en

Venecia; otro importante centro editor era París, que en 1500 contaba con ciento

ochenta y un talleres.

En contraste con esto, la penetración de la imprenta fue en general lenta en Rusia

y en el mundo cristiano ortodoxo, región (incluidas Serbia, Rumania y Bulgaria

modernas) en la que se usaba habitualmente el alfabeto cirílico y la alfabetización

se reducía prácticamente al clero. En 1564, un ruso blanco formado en Polonia

llevó una imprenta a Moscú, pero poco después una multitud destruyó su taller.

Esta situación cambió a comienzos del siglo XVIII merced a los esfuerzos del zar

Pedro el Grande (que gobernó de 1686 a 1725), quien en 1711 fundó una

imprenta en San Petersburgo, a la que siguieron las Imprentas del Senado (1719)

300
en esta ciudad; y en Moscú, la Imprenta de la Academia Naval (1721) y la

Imprenta de la Academia de Ciencias (1727). La localización de estas imprentas

sugiere que el zar tenía interés en la alfabetización y la educación ante todo para

familiarizar a los rusos con la ciencia y la tecnología modernas, en especial

aplicadas a usos militares. El hecho de que la impresión llegara tan tarde a Rusia

sugiere a su vez que la imprenta no era un agente independiente, y que la

revolución de la imprenta no dependía únicamente de la tecnología. Para

expandirse, la imprenta necesitaba condiciones sociales y culturales propicias; y

en Rusia la ausencia de una clase alfabetizada laica era un grave inconveniente

para el auge de una cultura de la imprenta.

En el mundo musulmán, la resistencia a la imprenta fue vigorosa en el periodo

inicial de los tiempos modernos. En verdad, se ha considerado a los países

musulmanes como barrera en el paso de la imprenta de China a Occidente. De

acuerdo con un embajador imperial en Estambul a mediados del siglo XVI, los

turcos pensaban que imprimir libros religiosos era pecado. El temor de la jerarquía

subyace a la oposición de la imprenta y la cultura occidental. En 1515, el sultán

Selim I (que gobernó de 1512 a 1520) promulgó un decreto que prohibía la

impresión so pena de muerte. Al final del siglo, el sultán Murad III (que gobernó de

1574 a 1595) permitió la venta de libros no religiosos impresos en caracteres

árabes, pero probablemente se tratara de libros importados de Italia.

Algunos europeos se sentían orgullosos de su superioridad técnica a este

respecto. Henry Oldenburg (1618-1677), primer secretario de la Royal Society de

Londres y hombre profesionalmente interesado en la comunicación científica,

asociaba ausencia de imprenta con despotismo y decía en una carta de 1659 que

301
“el Gran Turco es enemigo de que sus súbditos se eduquen porque considera una

ventaja tener un pueblo sobre cuya ignorancia pueda él imponerse. De ahí que se

resista a la impresión, pues en su opinión ésta y el conocimiento, sobre todo el

que se encuentra en las universidades, son el principal alimento de la división

entre los cristianos”.

La historia discontinua de la imprenta en el Imperio otomano pone de manifiesto la

fuerza de los obstáculos a esta forma de comunicación, así como a las

representaciones visuales. La primera imprenta turca no fue instalada hasta el

siglo XVIII, más de doscientos años después de la primera imprenta hebrea (1494)

y más de ciento cincuenta años después de la primera imprenta armenia (1567).

Un converso húngaro al islam (ex pastor protestante) envió un memorando al

sultán sobre la importancia de la imprenta; y en 1726 se dio permiso para la

impresión de libros profanos. Sin embargo, los escribas y los líderes religiosos se

opusieron. La nueva imprenta sólo editó un puñado de libros y no perduró mucho

tiempo. Únicamente en 1831 se fundó la gaceta oficial otomana, mientras que la

aparición del primer diario no oficial de Turquía (lanzado por un inglés) hubo de

esperar hasta 1840.

Es antigua la idea de que el invento de la imprenta marcó una época, ya sea que

se considere la nueva técnica por sí misma, ya conjuntamente con la invención de

la pólvora, ya como parte del trío imprenta-pólvora-brújula. Para el filósofo inglés

Francis Bacon (1561-1626) era éste un trío que había “cambiado por completo la

situación en todo el mundo”, aunque una generación antes el ensayista francés

Michael de Montaigne (1533-1592) recordara a sus lectores que los chinos

disfrutaban de los beneficios de la imprenta desde hacía “mil años”. Samuel

302
Hartlib, europeo oriental exiliado en Gran Bretaña que brindó apoyo a muchos

programas de reforma social y cultural, escribió en 1641 que “el arte de imprimir

extenderá el conocimiento de que si la gente común es consciente de sus

derechos y libertades, no será gobernada con opresión”.

El bicentenario de la invención de la imprenta se celebró –con dos años de

anticipación, según los estudiosos modernos- en 1640, y el tricentenario en 1740,

mientras que el famoso esbozo de historia mundial del marqués de Condorcet

(1743-1794), publicado en 1795, señalaba la imprenta, junto a la escritura, como

uno de los hitos en lo que el autor llamaba “progreso de la mente humana”. La

inauguración de la estatua de Gutenberg en Maguncia en el año 1837 se vio

acompañada por entusiastas celebraciones. “El descubrimiento de la estatua se

realizó entre salvas de artillería mientras un coro de mil voces entonaba un himno.

Luego vinieron las oraciones; después comidas, bailes, oratorios, regatas,

procesiones de antorchas […] ‘¡Por Gutenberg!’ rezaba el brindis con

innumerables copas de vino del Rin”.

No obstante, hubo comentaristas que hubieran preferido que esta nueva época no

llegara jamás. Los relatos triunfalistas del nuevo invento corrían parejos con lo que

podríamos llamar narraciones catastrofistas. Los escribas, cuyo trabajo se veía

amenazado por la nueva tecnología, deploraron desde el primer momento el

advenimiento de la imprenta. Para los clérigos, el problema básico estribaba en

que, gracias a la imprenta, las personas con baja posición en la jerarquía social y

cultural estaban en condiciones de estudiar los textos sagrados por sí mismas en

lugar de depender de lo que les decían las autoridades. Para los gobiernos, las

303
consecuencias de la imprenta a las que Hartlib se refería no ofrecían motivo

alguno de celebración.

En el siglo XVII, el surgimiento de los periódicos aumentó el malestar por las

consecuencias de la imprenta. En la Inglaterra de la década de 1660, el censor

jefe de libros, sir Roger L’Estrange, todavía se seguía haciendo la vieja pregunta

acerca de “si la invención de la tipografía no había traído al mundo cristiano más

desgracias que ventajas”. “¡Oh, Imprenta! ¡Cuánto has perturbado la paz de la

Humanidad!”, escribió en 1672 el poeta inglés Andrew Marvell (1621-1678).

Los investigadores y, en general, todo el que aspirara al conocimiento, tenían

otros problemas. Consideremos desde este punto de vista la llamada “explosión”

de la información –desagradable metáfora que evoca la pólvora- que siguió a la

invención de la imprenta. Los problemas más graves eran los de la recuperación

de la información y, en estrecha relación con ello, la selección y la crítica de libros

y autores. Se necesitaban nuevos métodos de administración de la información, tal

como ocurre hoy en estos días iniciales de internet.

A comienzos de la Edad Media, el problema era la falta de libros, su escasez;

hacia el siglo XVI, su superfluidad. Ya en 1550 un escritor italiano se quejaba de

que había “tantos libros que ni siquiera tenemos tiempo de leer los títulos”. Los

libros eran un bosque en el que, de acuerdo con el reformista Juan Calvino (1509-

1564), los lectores podían perderse. Eran un océano en el que los lectores tenían

que navegar, o una corriente de materia escrita en la que resultaba difícil no

ahogarse.

A medida que los libros se multiplicaban, las bibliotecas tuvieron que ser cada vez

más grandes. Y a medida que aumentaba el tamaño de las bibliotecas, se hacía

304
más difícil encontrar un libro determinado en los estantes, de modo que

comenzaron a ser necesarios los catálogos. Los que confeccionaban los catálogos

tuvieron que decidir si ordenaban la información por temas o por orden alfabético

de autores. Desde mediados del siglo XVI, las bibliografías impresas ofrecían

información acerca de que se había escrito, pero a medida que estas

compilaciones se hacían más voluminosas, era cada vez más necesaria la

bibliografía por temas.

Los bibliotecarios se enfrentaban también a los problemas de mantener los

catálogos al día y estar al tanto de las nuevas publicaciones. Las revistas

especializadas daban información acerca de libros nuevos, pero como también la

cantidad de estas revistas se multiplicaba, fue preciso buscar en otro sitio

información acerca de ellas. Puesto que había muchos más libros de los que se

podía leer en toda una vida, los lectores necesitaron la ayuda de bibliografías

selectas para discriminar entre ellos y, desde finales del siglo XVII, recensiones de

las nuevas publicaciones.

La coexistencia de relatos triunfalistas y catastrofistas de la imprenta sugiere la

necesidad de precisión de todo análisis de sus consecuencias. El historiador

victoriano lord Acton (1834-1902) fue más preciso que sus predecesores, pues

llamó la atención tanto sobre lo que podría denominarse efectos horizontales o

laterales de la imprenta, que ponía el conocimiento al alcance de un público más

extenso, y sus efectos verticales o acumulativos, que daban a las generaciones

posteriores la oportunidad de construir sobre el trabajo intelectual de las

anteriores. La imprenta, de acuerdo con lo que Acton dijo en su conferencia

“Sobre el Estudio de la Historia”, del año 1895, “aseguró que la obra del

305
Renacimiento perduraría, que lo que se escribía sería accesible a todos, que no se

repetiría la ocultación de conocimiento y de ideas que había tenido hundida a la

Edad Media, que no se perdería una sola idea”.

Esto equivalía a una valoración unilateral y libresca de la Edad Media, que

ignoraba la tradición oral y prescindía de muchas cosas que hoy se considerarían

esenciales. A veces, estudios más recientes, en particular los asociados al debate

sobre los medios, han rechazado esas visiones más antiguas, aunque a veces

desarrollándolas y exagerándolas. Los historiadores sociales, por ejemplo, han

señalado que la invención de la imprenta cambió la estructura ocupacional de las

ciudades europeas. Los impresores formaban un gremio nuevo, artesanos para

quienes era esencial saber leer y escribir. La corrección de pruebas fue una nueva

ocupación a la que la imprenta dio vida, mientras que el incremento del número de

libreros y de bibliotecas siguió naturalmente a la explosión en las cantidades de

libros.

Más aventurado y más especulativo que los historiadores, Marshall McLuhan

enfatizó el cambio que llevó de la puntuación auditiva a la visual y llegó a hablar

de la “escisión que produjo la imprenta entre la cabeza y el corazón”. El vigor y la

debilidad de su enfoque quedan resumidos en uno de los muchos conceptos cuyo

lanzamiento tanto le debe, el de “cultura impresa”, que sugirió estrechas

relaciones entre el nuevo invento y los cambios culturales del periodo, sin

especificar siempre a qué relaciones se refería. Ong fue más cauto, pero también

creía en las consecuencias psicológicas que la imprenta tendría a largo plazo.

“Aunque la invención de la imprenta se ha analizado convencionalmente por su

valor para la expansión de ideas, mayor fue su contribución al cambio a largo

306
plazo de las relaciones entre el espacio y el discurso”. Ong también llamó la

atención sobre el surgimiento de diagramas y la organización visual o espacial de

los libros académicos del siglo XVI, con sus cuadros sinópticos de contenido, “que

para el ojo lo dicen todo y para el oído nada”, porque es imposible leerlos en voz

alta (…) La misma observación acerca de la información diseñada para el ojo

podría hacerse en torno a los horarios, las tablas astronómicas (a partir del siglo

XVI) y las tablas de logaritmos (la primera se publicó en el siglo XVII).

Estos libros eran demasiado caros y demasiado técnicos para atraer a más de una

ínfima minoría de la población, y el material impreso también llegaba en formas

cada vez más simples y más baratas, a menudo ilustradas, si bien las ilustraciones

a veces se extraían de libros anteriores y eran prácticamente ajenas al texto. Los

pliegos eran folletos de encuadernación basta que vendían vendedores

ambulantes o buhoneros en la mayor parte de la Europa moderna temprana y, en

ciertas zonas, incluso en el siglo XIX y hasta en el XX. Desde los años sesenta de

este último siglo, los historiadores han estudiado los pliegos franceses, la

Bibliotèque Bleue, como se los llamaba en Francia por alusión a la

encuadernación de los folletos en el tosco papel azul que se utilizaba para

envolver el azúcar. El principal centro de producción era Troyes, al noreste de

Francia, pero gracias a la red de buhoneros los folletos se distribuían ampliamente

tanto en el campo como en las ciudades. Los temas más comunes de estas

publicaciones eran vidas de santos y novelitas de caballería, lo que llevó a algunos

historiadores a la conclusión de que se trataba de literatura de evasión, o incluso

de una forma de tranquilizante, o bien que eran la vía de difusión hacia abajo –a

307
artesanos y campesinos- de los modelos culturales creados por y para el clero y la

nobleza.

Esta conclusión es demasiado simple para aceptarla sin más. En primer lugar,

estos libros no los compraba solamente la gente corriente; se sabe de nobles que

también los leían. En segundo lugar, la Bibliothèque Bleue no agotaba la cultura

de sus lectores. Probablemente la cultura oral de éstos fuera más importante. En

todo caso, no sabemos cómo reaccionaban los lectores o los oyentes a esas

historias; no sabemos, por ejemplo, si se identificaban con Carlomagno o con

quiénes se rebelaban contra el emperador. A pesar de los problemas que plantea

este caso particular, está claro que en Francia y en otros países europeos,

incluidos Italia, Inglaterra y los Países Bajos, el material impreso había llegado a

ser una parte importante de la cultura del siglo XVII, cuando no anterior.

Resumiendo la obra de toda una generación sobre el tema, Elizabeth Eisenstein,

historiadora norteamericana, afirmó, en un ambicioso estudio publicado por

primera vez en 1979, que la de la imprenta fue una “revolución no reconocida” y

que las exposiciones tradicionales sobre el Renacimiento, la Reforma y la

revolución científica subestimaron su papel como “agente de cambio”.

Inspirándose en las ideas de McLuhan y de Ong, Eisenstein domesticó a estos

autores al traducirlos a términos que resultaran aceptables para ella misma y para

su comunidad profesional, esto es, la de historiadores y bibliotecarios. Aunque fue

prudente a la hora de extraer conclusiones generales, destacó dos consecuencias

a largo plazo de la invención de la imprenta: la primera, que estandarizó y

preservó un conocimiento que había sido mucho más fluido en la era de la

circulación oral o manuscrita; la segunda, que, al hacer mucho más accesibles

308
opiniones incompatibles sobre el mismo tema, estimuló la crítica a la autoridad.

Para ilustrar este punto, Eisenstein escogió el ejemplo de Montaigne, cuyo

escepticismo parece haber sido resultado de sus amplias lecturas. “Al explicar por

qué Montaigne percibió mayor ‘conflicto y diversidad’ que los comentaristas

medievales de una era anterior en las obras que consultó –sostiene esta autora-

se impone decir algo acerca de la cantidad mayor de textos que tenía al alcance

de la mano”.

Reconsideración de la revolución de la imprenta.

El libro de Eisenstein es una síntesis valiosa. No obstante, en los veinte años que

han transcurrido desde su publicación, las afirmaciones de su autora a favor de los

cambios revolucionarios producidos por la invención de la imprenta han quedado

un tanto exagerados59. En primer lugar, los cambios que ella esboza tuvieron lugar

en un periodo de por lo menos tres siglos, desde la Biblia de Gutenberg a la

Encyclopédie de Diderot (…). La adaptación al nuevo medio fue gradual, por tanto,

ya sea en cuanto a los estilos de presentación, ya en cuanto a los hábitos de

lectura. En otras palabras, como en el caso de la Revolución Industrial –de

acuerdo con algunos de sus historiadores más recientes-, estamos ante lo que el

crítico británico Raymond Williams (1921-1988) llamó una vez “revolución larga”.

Nos topamos aquí con esta inquietante pregunta: ¿si una revolución no es rápida,

es en verdad una revolución?

59
En el Volumen II se incluye un texto de Eisenstein en el que se abordan algunas de

estas cuestiones, y la autora toma nota de los principales señalamientos realizados a su

obra (nota de los compiladores).

309
Un segundo problema es el del agente. Hablar de la imprenta como agente de

cambio es sin duda cargar demasiado énfasis en el medio de comunicación a

expensas de los autores, los impresores y los lectores que utilizaron la nueva

tecnología con diferentes finalidades. Más realista sería ver en la imprenta, como

en los nuevos medios de siglos posteriores (la televisión, por ejemplo), más un

catalizador que contribuye a los cambios sociales que el origen de éstos.

En tercer lugar, Eisenstein aborda la imprenta con un enfoque relativamente

aislado. Sin embargo, para evaluar las consecuencias sociales y culturales de la

invención de la imprenta es preciso entender los medios como una totalidad,

aprehender como interdependientes los distintos medios de comunicación,

tratarlos como un conjunto, un repertorio, un sistema, lo que los franceses llaman

régime, ya sea autoritario, democrático, burocrático o capitalista.

El sistema, es preciso subrayar, se hallaba en constante cambio, aun cuando

algunos de esos cambios sólo resulten visibles en la perspectiva a largo plazo. Por

ejemplo, la tecnología de la imprenta no permaneció inmutable después de

Gutenberg. En el siglo XVII el impresor holandés Willem Blaeu perfeccionó el

diseño de la prensa de madera. Se introdujeron grandes imprentas para imprimir

mapas. La imprenta manual de hierro de Stanhope (1804) duplicó la tasa normal

de producción, mientras que la imprenta de vapor de Friedrich Koenig (1811)

cuadruplicó la productividad de aquella.

Pensar en términos de un sistema de medios quiere decir poner el acento en la

división del trabajo entre los diferentes medios de comunicación disponibles en un

lugar y un momento determinados, sin olvidar que los viejos y los nuevos medios

pueden coexistir y de hecho coexisten, y que los diferentes medios pueden

310
competir entre sí o completamente unos a otros. También es necesario relacionar

los cambios en el sistema de medios con los cambios en el sistema de transporte,

el movimiento de bienes y de personas en el espacio, ya sea por tierra o por agua

(ríos, canales y mares). La comunicación de los mensajes forma, o en todo caso

formaba, parte del sistema de comunicación física.

La comunicación física.

Naturalmente, los flujos de información siguieron tradicionalmente los flujos del

comercio, pues los mercaderes llevaban las noticias junto con las mercancías por

mar y por tierra. La imprenta misma se había expandido en Europa por el Rin,

desde la Maguncia de Gutenberg a Fráncfort, Estrasburgo y Basilea. En los siglos

XVI, XVII y XVIII, los mensajes en papel siguieron la ruta de la plata desde México

o Perú al Viejo Mundo, o la ruta del azúcar desde el Caribe a Londres. Lo nuevo

de los siglos XVI y XVII es la evidencia de una coincidencia cada vez mayor de los

problemas de la comunicación física. El entusiasmo de los humanistas del

Renacimiento por la Roma antigua comprendía el interés por los caminos

romanos, que Andrea Palladio, por ejemplo, analiza en su famoso tratado Cuatro

libros de arquitectura (1570). Se publicaron guías de países en particular, como la

Guide des chemins de France de Henri Estienne (1553) y la Britannia de John

Ogilby (1675) (…), primer atlas de carreteras inglés, en el que los caminos se

exhiben en lo que el autor denominó “rollos imaginarios”. En 1719 se produjo una

versión actualizada de estos mapas en formato reducido y en 1785 llegó a su

vigésima segunda edición, prueba de la necesidad que los viajeros tenían de este

tipo de libros.

311
Los gobiernos también dieron muestras de mayor interés por los caminos, aun

cuando antes de mediados del siglo XVIII es difícil encontrar importantes mejoras

en el sistema europeo. En Francia se creó en 1600 un nuevo cargo oficial, el Gran

Voyer, con la función de inspeccionar el sistema. Un motivo de esta preocupación

por los caminos, en una época en que los Estados europeos se hacían cada vez

más centralizados, era la creciente necesidad de transmitir órdenes de la capital a

las provincias con mayor rapidez. El interés en la comunicación por parte de los

gobiernos fue una razón principal para la rápida expansión del sistema postal a

comienzos del periodo moderno, aunque los mercaderes y otros individuos

también se beneficiaron de él en forma privada.

En la Europa moderna, el transporte era en general más barato por agua que por

tierra. Un impresor italiano calculó en 1550 que el envío de una remesa de libros

de Roma a Lyon le costaría 18 escudos por tierra contra 4 por agua. Las cartas se

llevaban normalmente por tierra, pero en el siglo XVII se desarrolló en los Países

Bajos un sistema de transporte por barcaza tanto de cartas y periódicos como de

personas. La velocidad media de las barcazas era de unos 6,5 kilómetros por

hora, baja en comparación con un correo a caballo. Pero, por otro lado, el servicio

era regular, frecuente y barato, a la vez que no sólo permitía la comunicación entre

Amsterdam y las ciudades más pequeñas, sino también entre una ciudad pequeña

y otra, lo que equiparaba las posibilidades de acceso a la información. Sólo en

1837, con el invento del telégrafo eléctrico, se quebró el vínculo tradicional entre el

transporte y la comunicación de mensajes.

312
Imperio y comunicación.

Las comunicaciones, como señala el politólogo norteamericano Karl Deutsch, son

“los nervios del Gobierno”, particularmente importantes en los Estados grandes y

sobre todo en los imperios muy extendidos. Carlos V (que reinó de 1519 a 1558),

cuyos dominios incluían España, los Países Bajos, Alemania y gran parte de Italia,

así como México y Perú, trató de resolver el problema de comunicación viajando

sin cesar, al menos por Europa. El discurso de abdicación de Carlos mencionaba

que en cuatro décadas como emperador había hecho cuarenta viajes: diez visitas

a los Países Bajos, nueve a Alemania, siete a Italia, seis a España, cuatro a

Francia, dos a Inglaterra y dos a África del Norte. Sin embargo, el estilo medieval

tradicional de reinado nómada ya era insuficiente para las necesidades de Carlos.

Había llegado la era del “imperio de papel” junto con un sistema regular para la

transmisión de mensajes: el sistema postal, así llamado porque implicaba el

establecimiento de postas con hombres y caballos estacionados a lo largo de

ciertas rutas o caminos postales.

En el siglo XVI, el sistema postal europeo estaba dominado por una familia, los

Tassis o Taxi (de donde se deriva el término “taxi”, hoy de uso internacional). Esta

familia, propietaria de servicios postales para los emperadores habsburgos a partir

de 1490, fue la que desarrolló el sistema de mensajeros ordinarios que operaban

con horario fijo (del que desde 1563 se podía disponer en ejemplares impresos).

Bruselas era el eje de su sistema. Una ruta iba a Bolonia, Florencia, Roma y

Nápoles vía Augsburgo e Innsbruck. Otra iba a París y a Toledo y Granada

atravesando Francia.

313
Los mensajeros especiales que cambiaban de caballo con frecuencia eran

capaces de recorrer 200 kilómetros diarios y de esa suerte llevar noticias de

acontecimientos importantes con relativa rapidez. En 1572, por ejemplo, las

noticias de la matanza de protestantes en París (conocida como la Noche de San

Bartolomé), llegaron a Madrid en tres días. En la época era común decir que se

viajaba post haste (“por correo urgente”). Sin embargo, el tiempo que requerían

normalmente los mensajes era considerablemente mayor, pues los correos

ordinarios recorrían una media de diez a trece kilómetros por hora. De Roma a

Milán, un correo ordinario tardaba de dos a tres días, según la estación; de Roma

a Viena, entre doce y quince días; de Roma a París, veinte, mientras que para

llegar de Roma a Londres o a Cracovia necesitaba de veinticinco a treinta días.

Los correos ordinarios requerían alrededor de once días de Madrid (que desde

1556 era la capital de España) a París, y doce o trece días de Madrid a Nápoles

(que formaba parte del Imperio español).

El Imperio español en la época del hijo y sucesor de Carlos V, Felipe II (que

gobernó de 1556 a 1598), aunque menor en extensión, fue bien descrito por el

historiador francés Fernand Braudel (1902-1985) en su famoso estudio El

Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la era de Felipe II (1949), como “una

colosal empresa de transporte por mar y por tierra” que requería “el despacho

diario de centenares de órdenes y de informes”. La estrategia de Felipe era el polo

opuesto a la de su padre. Había que permanecer todo el tiempo posible en un solo

sitio, en Madrid o cerca de la ciudad, y pasar muchas horas sentado al escritorio,

leyendo y anotando los documentos que le llegaban desde todos sus dominios. No

314
es de asombrarse que sus súbditos le dieran el sobrenombre burlón de “el rey

papelero”.

El gran problema era el tiempo que los documentos tardaban en llegar a Felipe, o

a la inversa, el que sus órdenes tardaban en llegar a sus destinatarios. Braudel

llama la atención sobre la obsesión de los hombres de Estado y los embajadores

del siglo XVI por la llegada del correo. Las demoras del Gobierno español eran

notables, a tal punto que un funcionario llegó a desear que la muerte le llegara de

España. Estas demoras no se explicaban, o no siempre, por la indecisión del rey

Felipe II, sino más bien por los problemas de comunicación de un imperio que se

extendía por el Mediterráneo desde España a Sicilia, más allá del Atlántico a

México y Perú y allende el Pacífico a las Filipinas (así llamadas porque se

convirtieron en posesión española en tiempos de Felipe II). En esa época era

normal que un barco necesitara una o dos semanas, según los vientos, para

cruzar el Mediterráneo de norte a sur, y dos o tres meses para hacerlo de este a

oeste, razón por la cual dice Braudel que el mundo mediterráneo de la época tenía

“sesenta días de largo”.

No obstante, la comunicación por mar era en general más rápida que la

comunicación por tierra. En México, por ejemplo, los españoles tenían que

construir lo que llamaban “caminos reales”, como el famoso “camino de la plata”

de las minas de Zacatecas a Ciudad de México. Los nombres de estos caminos

sobreviven aún en California y en Nuevo México. En Europa oriental, donde la

población era menos densa y las ciudades más pequeñas y menos numerosas

que en el oeste, la comunicación era correlativamente más lenta. En el Imperio

ruso, de la época de Catalina la Grande (que reinó de 1762 a 1796), por ejemplo,

315
una orden imperial necesitaba dieciocho meses para llegar de San Petersburgo a

Kamchatka, en Siberia, y para recibir la respuesta en la capital había que esperar

otros dieciocho meses. Los problemas de comunicación ayudan a explicar por qué

los imperios de la Europa moderna temprana, a excepción de Rusia, eran imperios

de ultramar: el portugués, el español, el holandés, el francés y el británico. Incluso

el Imperio sueco en Europa se construyó alrededor del mar Báltico.

Comunicaciones trasatlánticas.

Para comunicarse con sus virreyes en México y Perú, Felipe II y sus sucesores

dependían de la partida y el retorno de los barcos que transportaban la plata del

Nuevo Mundo en el puerto de Sevilla, que, por razones de seguridad, navegaban

en convoyes. El convoy a México viajaba en verano y comenzaba el regreso del

Nuevo mundo en otoño. Las cartas de España a México podían llegar en sólo

cuatro meses, pero para llegar a Lima necesitaban en general de seis a nueve

meses; a Filipinas, hasta dos años. Las comunicaciones entre Inglaterra y Nueva

Inglaterra eran mucho más rápidas, pero las cartas podían perderse o al menos

demorarse. Una carta relativa a la ejecución de Carlos I, escrita en marzo de 1649,

no llegó a Nueva Inglaterra hasta junio. Era común la práctica de hacer copias de

cartas y enviarlas por barcos diferentes para minimizar el riesgo de pérdida.

Sólo en el siglo XVIII, las mejoras en las comunicaciones encogieron el Atlántico,

al menos en lo concerniente al Imperio británico. El tráfico marítimo entre

Inglaterra y América del Norte se duplicó entre la década de 1680 y la de 1730. En

1702 se montó un sistema de barcos (conocidos como paquebotes), que llevaban

cartas de Londres a Barbados o Jamaica, con viajes mensuales, un programa de

cien días y el transporte de unas 8.500 cartas en cada barco. Desde el punto de

316
vista de las comunicaciones, el Atlántico quedó así reducido al tamaño del

Mediterráneo en tiempos de Felipe II.

Los barcos que cruzaban el Atlántico no sólo llevaban cartas, sino también libros y

periódicos. Puesto que los libros eran objetos físicos pesados, la mayoría de los

ejemplares tendía a permanecer cerca del lugar donde se había impreso. Sin

embargo, hay pruebas de su distribución a larga distancia. Por ejemplo, en el siglo

XVI, la exportación de las novelas de caballería a México y Perú sumaba cifras

considerables de ejemplares, a pesar de la desaprobación del clero. En 1450, un

solo impresor tenía en su tienda de Ciudad de México 446 ejemplares de la

popular novela Amadís de Gaula. Este libro era uno de los preferidos en Lima en

1583. En 1600, llegaron a Ciudad de México no menos de 10.000 ejemplares de

otra novela, Pierres y Magalona. En la Nueva Inglaterra puritana, por el contrario,

parece haber habido más demanda de sermones impresos. Individuos como el

clérigo Increase Mather (1639-1723) recibían con regularidad embarques de

barriles de libros procedentes de Londres. Durante la Guerra Civil inglesa se

enviaron gacetillas a Boston y a comienzos del siglo XVIII la llegada regular de

noticias alentó la fundación de diarios locales como el Boston Newsletter (1704).

Poco a poco se iba debilitando lo que el historiador australiano Geoffrey Blainey

describe como “la tiranía de la distancia”.

Comunicación oral.

Se dice a veces que la invención de la imprenta no alteró la naturaleza

fundamentalmente oral de la cultura europea (…) la afirmación es exagerada (y

extraviado el intento de caracterizar la cultura europea en términos de un solo

medio de comunicación), pero detrás de la exageración acecha una observación

317
interesante. A pesar de la gigantesca literatura especializada sobre la importancia

de la comunicación oral y lo que a menudo se conoce como “literatura oral”, la

posición del medio oral en la historia de la temprana Europa moderna –y su

relación con los cambios en la cultura visual- no ha sido objeto de toda la atención

que merece.

En la Edad Media, el centro de las iglesias cristianas era más el altar que el

púlpito. Sin embargo, la predicación ya se aceptaba como deber sacerdotal y los

frailes predicaban tanto en las calles y las plazas de las ciudades como en las

iglesias. Se distinguía entre “sermones dominicales” y “sermones festivos”, estos

últimos para los muchos días de fiesta fuera de los domingos, mientras que el

estilo de la predicación (sencillo o florido, serio o entretenido, sobrio o histriónico)

se adaptaban conscientemente a la índole del público: urbano o rural, clerical o

laico. En resumen, las posibilidades del medio oral eran explotadas a conciencia

por los maestros de lo que en el siglo XVI se llamaba “retórica eclesiástica”. No es

sorprendente que el sociólogo Zygmunt Bauman describiera los púlpitos de la

Iglesia católica como “medio de comunicación de masas”.

Después de la Reforma, la predicación dominical se fue convirtiendo en una parte

cada vez más importante de la formación religiosa tanto para protestantes como

para católicos. Aunque Martin Lutero (1483-1546) exaltara la imprenta como “el

mayor regalo de gracia de Dios”, seguía pensando que la iglesia era “casa de la

boca y no casa de la pluma”. Algunos predicadores atraían multitudes, como, por

ejemplo, el poeta John Dinne (c. 1572-1631), deán de San Pablo de Londres.

También los católicos reconocían el papel público del sermón, sobre todo después

del Concilio de Trento, e incluso en la corte de Luis XIV hubo grandes

318
predicadores católicos, como Jacques Bossuet (1627-1704). De no estar

registrado en los diarios personales de la época, sería hoy difícil de creer el

entusiasmo que ciertas personas del público sentían por los sermones que se

prolongaban durante dos o tres horas.

Los gobiernos tenían muy claro el valor del púlpito para comunicar información,

sobre todo en las áreas rurales, y para estimular la obediencia. La reina Isabel I

hablaba de la necesidad de “afinar los púlpitos”, con lo que estaba de acuerdo

Carlos I, quien declaró que “en tiempos de paz, el púlpito gobierna más a la gente

que la espada”, temprano enunciado clásico de la idea de hegemonía cultural.

Otro tipo de comunicación oral era la académica. La enseñanza en las

universidades se hacía mediante conferencias, debates formas o disputas

(comprobación de las habilidades lógicas de los estudiantes), así como discursos

o declaraciones formales (comprobación de las capacidades retóricas). Los

retóricos pensaban que el arte de hablar (y de gesticular) era tan importante como

el de escribir. Por el contrario, el ensayo escritor, como el examen escrito, era

prácticamente desconocido en los círculos académicos de la época. En las

escuelas de gramática se enfatizaba en particular la capacidad para hablar en

latín, y los maestros componían diálogos y piezas teatrales con el fin de que los

estudiantes pudieran ejercitarse en hablar bien.

Otro dominio importante de la comunicación oral era la canción, sobre todo la

balada, que era una canción que contaba una historia. Las teorías de Parry y Lord

(…) son muy pertinentes a las baladas que circulaban a comienzos de la Europa

moderna. En el caso de las famosas baladas de frontera del norte de Inglaterra y

las Lowlands de Escocia, por ejemplo, como en sus equivalentes escandinavas o

319
españolas, no es difícil identificar tanto las fórmulas como los temas. “Vino rojo-

sangre” o “corcel blanco-leche”, por ejemplo, calificativos tan típicos como “mar

oscuro como el vino” en Homero. Entre los temas recurrentes de las baladas

británicas están el envío de una carta, el sentarse en una enramada y el galopar a

caballo; en las tumbas de amantes trágicos crecen plantas que terminan por

unirse a ellos. La supervivencia de diferentes versiones de una determinada

balada. The Bonny Earl of Murray, por ejemplo, o Barbara Allen, ya manuscritas,

ya impresas, sugiere que, como en la Yugoslavia de Parry, los trovadores

individuales desarrollaban su propio estilo de recitación, probablemente

semiimprovisado.

Se ha descrito el rumor como un “servicio postal oral” que opera con notable

rapidez. Los mensajes que se transmitían no siempre eran espontáneos, pues a

veces se los propalaba por razones políticas, y en tiempos de conflicto era normal

que un bando acusara al otro de difundir rumores. Tres ejemplos famosos de

rumor y sus efectos a comienzos de la Europa moderna, espontáneos o no, son

los movimientos de iconoclastia de 1566 en el norte de Francia y en los Países

Bajos, el “complot papista” inglés de la década en 1680 y el llamado “Gran Terror”

en el campo francés en 1789, que en la década de 1930 estudió en profundidad

Georges Lefebvre (1874-1959), el historiador francés de la Revolución. En este

último caso, circularon entre los campesinos franceses noticias según las cuales

se esperaba que llegaran bandidos a masacrarlos o a atacar sus cosechas, tal vez

a las órdenes de los británicos o de la aristocracia. Más que desdeñar los rumores

o creer en ellos, lo que hizo Léfebvre fue estudiar cuidadosamente su cronología y

su geografía y utilizar una y otra como evidencia de tensiones sociales.

320
No debería concebirse la cultura oral de este periodo sólo en términos de

supervivencia o de lo que Ong ha llamado “residuo oral”. Las nuevas instituciones

que estructuraron la comunicación oral, incluso de grupos de discusión más o

menos formal como las academias, las sociedades científicas, los salones, los

clubes y los cafés, se desarrollaron en este periodo. A juzgar por los tratados

sobre el tema, en la época se cultivó con particular intensidad el arte de la

conversación. También las librerías hacían las veces de centros sociales; por

ejemplo, James Boswell se encontró por primera vez con Samuel Johnson en la

trastienda de la librería de Tom Davies.

El desarrollo del comercio tuvo importantes consecuencias para la comunicación

oral, notablemente el surgimiento de intercambios o bolsas de comercio, incluidas

las de Brujas (1409), Amberes (1460), Lyon (1462), Ámsterdam (1530), Londres

(1554), Hamburgo (1558) y Copenhague (1624). El mercader sefardí Joseph

Penso de la Vega nos dejó una vívida descripción de una de ellas, la de

Ámsterdam, en un diálogo en castellano titulado La confusión de confusiones

(1688), que muestra que en esa época la práctica de la especulación en acciones

e incluso las categorías de “toros” y “osos” se habían convertido en práctica

común. Lo mismo ocurría con la difusión deliberada de rumores a fin de forzar los

precios al alza o a la baja. El comportamiento voluble de la compraventa de

acciones, la facilidad con que se pasaba de los estados maniacos a los

depresivos, visibles en este periodo sobre todo en el rápido auge y colapso de la

South Sea Bubble (en otras palabras, la especulación bursátil de la South Sea

Company de Londres en 1720), debería explicarse, al menos en parte, en

321
términos de medio de comunicación oral. El fenómeno sigue siendo visible y

audible en los mercados de valores de nuestro tiempo.

Entre los centros de comunicación oral hay que incluir las tabernas, los baños

públicos y los cafés, innovación de este periodo. A finales del siglo XVI, Estambul

era famosa por sus cafés, unos seiscientos en total. En ese escenario actuaban

los narradores, como lo seguían haciendo aún en Yugoslavia en la década de

1930, cuando Parry y Lord visitaron los kafanas, como se los llamaba, con sus

magnetófonos. En la época de la reina Ana (que reinó de 1702 a 1714) había en

Londres por lo menos quinientos cafés.

La variedad de establecimientos acogía a diferentes tipos de clientes y distintos

temas de conversación. Las discusiones sobre temas científicos podían oírse en el

café Child, o en Garraway’s, o en el café Grecian, donde no era raro ver a sir Isaac

Newton (1642-1727). Los temas de seguros se discutían en Lloyd’s, que a finales

del siglo XVII era un café, para convertirse luego en institución independiente. A

mediados del siglo XVIII, el café Slaughter’s servía de lugar de reunión al club de

artistas, entre los que figuraba William Hogarth (1642-1727). En el París del siglo

XVIII, los principales cafés eran el Café de Maugis, centro de ataques a la religión,

y Procope, fundado en 1689 (y abierto aún hoy), frecuentado por intelectuales

destacados de la Ilustración, tales como Denis Diderot (1713-1784). Las

autoridades de la mayoría de las ciudades, preocupadas porque en los cafés se

alentaban los comentarios subversivos contra el Gobierno, los tuvieron bajo

vigilancia más o menos efectiva.

Clubes y cafés inspiraron la creación de comunidades imaginarias de

comunicación oral. El mejor ejemplo inglés es el del imaginario Spectator Club,

322
compuesto por una variedad de personajes que los que había un aristócrata rural,

un mercader, un clérigo y un oficial del Ejército, marco para The Spectator,

publicación de Joseph Addison (1672-1719) y Richard Steele (1672-1729) (…).

Una revista fundada en Leipzig en 1698 llevaba por título El Curioso Café de

Venecia. Más famosa era la revista milanesa Il Caffé (1764-1766), que desempeñó

un papel importante en la Ilustración italiana. En los cafés también se

representaban piezas teatrales, lo que culminó en la comedia de Voltaire titulada

Le café ou L’Ecossaise (1760), en la que se muestra a los parroquianos

formulando observaciones críticas respecto de otras obras.

De modo similar, algunos periódicos del siglo XVIII, del Briston Postboy al

Hamburgische Patriot, contribuyeron a la creación de comunidades locales

imaginarias , de la misma manera en que, como sostuvo Benedict Anderson en

Imagined Communities (1983), el periódico del siglo XIX contribuyó a la formación

de la conciencia nacional al tratar a sus lectores como comunidad, como público

nacional.

Comunicación escrita.

La importancia de los contextos en los que se aprende a escribir o se utiliza la

escritura ya era evidente a comienzos de la Europa moderna, en la que la lectura y

la escritura solían enseñarse por separado. Para el contexto comercial de la

alfabetización y la exigencia comercial de la escritura y la aritmética, tenemos que

volver la mirada a la Florencia de los siglos XIV y XV, ciudad en la que escuelas

especializadas enseñaban escritura y aritmética sobre la base de ejemplos

comerciales a niños (varones) destinados a convertirse en mercaderes o

tenedores de libros. Como otras ciudades del mundo mediterráneo, podría

323
describirse Florencia como una cultura notarial, en la que los documentos escritos

cumplían una función imprescindible, sobre todo en el registro de transferencias

de propiedad con ocasión de matrimonios o de defunciones. La alfabetización de

laicos era relativamente elevada en Florencia, como relativamente extendida era la

práctica de llevar diarios o crónicas. Ejemplos de este tipo de documentos

personales también pueden encontrarse en otras ciudades, entre ellas Augsburgo,

Barcelona, Bolonia, Londres, Núremberg y París. Estas “autobiografías” se

centraban en general en la familia o la ciudad más que en el individuo, y a veces

circulaban manuscritas en el seno de un vecindario urbano.

El contexto religioso de la alfabetización es particularmente visible en la Europa

protestante de los siglos XVII y XVIII. Un ejemplo clásico es el de la Suecia

luterana, donde la Iglesia llevaba a cabo exámenes anuales en todas las casas

para verificar el grado de conocimiento que cada miembro de la familia tenía de la

lectura, del catecismo, etcétera. Los resultados se registraban sistemáticamente,

con distinción de niveles de capacidad como “comienza a leer”, “lee un poco”,

etcétera. Los registros se conservaban con cuidado y son hoy una rica y original

fuente de estudio de la alfabetización a comienzos de la era moderna (...) Entre

otras cosas, desvelan que la difusión de la lectura, que se extendía incluso a

mujeres y a niños de zonas rurales, era consecuencia de una campaña masiva

que tuvo lugar entre 1670 y 1720. En conjunto, sin embargo, la Europa moderna

era en su fase inicial una sociedad de alfabetización restringida en la que sólo una

minoría de la población (sobre todo varones, urbanos y protestantes) sabían leer

y, en menos número aún, escribir.

324
De ahí la importancia de lo que se ha dado en llamar “alfabetización mediada” o,

en otras palabras, los usos de la capacidad de leer y escribir en beneficio de los

analfabetos. Una ocupación nada infrecuente en las ciudades durante este periodo

–como en Ciudad de México y en Estambul hoy mismo, o al menos hasta hace

muy poco- era la de escribiente público, hombre con una “oficina” en la calle, que

tanto escribía como leía cartas para la gente que carecía de esas habilidades. En

París, por ejemplo, algunos de estos escribientes prestaban sus servicios en el

cementerio de los Inocentes. El viajero inglés John Evelyn (1620-1706) los

describió como individuos que “ponían por escrito cartas para las muchachas

pobres y otra gente ignorante que acudía a ellos en busca de consejo y para que

escribieran en su nombre a novios o novias, a padres o amigos, para lo cual les

servía de mesa cualquier piedra grande y un poco elevada”. En la Finlandia del

siglo XVIII, los campesinos necesitaban comunicarse con el Gobierno por escrito

para evitar el reclutamiento en el Ejército sueco. En su caso, el intermediario

decisivo era el clérigo local que les servía de escriba.

Para ilustrar la capacidad de leer y escribir por persona interpuesta y sus

consecuencias no intencionadas se podría recurrir a un caso que llegó al Tribunal

del Gobernador de Roma en 1602, cuyo asunto era una carta de amor que había

escrito un tal Gianantonio a su vecina Margarita, de dieciséis años.

Desgraciadamente, Margarita no sabía leer, de modo que tuvo que llevarle la carta

a un vecino para que se la leyera, lo cual acrecentaba las oportunidades de que

sus padres se enteraran de la historia; estos efectivamente la descubrieron y

llevaron el caso al tribunal.

325
Las consecuencias de la difusión de la alfabetización y su creciente penetración

en la vida cotidiana fueron múltiples y variadas. Se produjo un aumento de la

cantidad de empleos relacionados con la escritura, por ejemplo, oficinistas,

tenedores de libros, notarios o carteros. Algunas de esas ocupaciones tenían un

estatus social relativamente elevado, como la de secretario privado al servicio de

personajes importantes que no disponían de tiempo para escribir personalmente

sus cartas. El saber leer y escribir, obstáculo al proceso tradicional de “amnesia

estructural”, estimuló el distanciamiento entre pasado y presente. Por ejemplo,

parece haberse desarrollado a partir de los siglos XIV y XV una sensación de

anacronismo histórico cada vez más fuerte.

Las consecuencias políticas de la alfabetización comprenden la difusión de

registros escritos –sobre todo hacia el siglo XIII, cuando no antes- y con ello la

gran dependencia del procesamiento de la información, término que había que

ingresar de modo destacado en las futuras teorías de la comunicación, por

ejemplo, a finales del siglo XX, en la identificación de una “sociedad de la

información”. La información podría relacionarse con los números (lo que daría en

llamarse “estadística”) o con los hechos. Una vez dado el acceso a ella, el estilo

de gobierno se acercó al modelo de administración por medio del papeleo, o

burocracia, que es como lo llamó el sociólogo alemán Max Weber (1864-1920). En

su análisis de lo que él llamaba “autoridad legal-racional”, Weber enfatizó la

relación entre el incremento en la utilización de la escritura para formular y

registrar decisiones y un tipo más impersonal de administración, caracterizado por

la imposición de reglas formales para la designación de funcionarios, sus esferas

respectivas de responsabilidad y su posición en la jerarquía. Los argumentos de

326
Weber se extendieron luego de la política a los dominios de la religión, los

negocios y el derecho.

Felipe II, a cuyos problemas de comunicación ya se ha hecho aquí referencia, no

fue el único rey papelero de comienzos de la Europa moderna. Grandes nobles,

que veían erosionarse su participación en la toma de decisiones, se quejaban con

frecuencia de lo que llamaban “Gobierno de los secretarios”. El uso creciente de la

escritura en el proceso de administración era una condición necesaria del control a

distancia y el surgimiento del Estado centralizado. Sin embargo, la cantidad de

documentos que había que leer y firmar llegó a ser excesiva incluso para

monarcas concienzudos como Felipe II de España o, en el siglo XVII, Luis XIV de

Francia. Hubo que autorizar a los secretarios para que falsificaran la firma de los

reyes en documentos que estos no habían visto, pues no se obedecía ninguna

orden que no pareciera emanar directamente del rey. Como tan a menudo ocurre,

las prácticas sociales iban detrás de las innovaciones técnicas.

No debe olvidarse los usos políticos de la lectura y la escritura para la gente

ordinaria. Las rebeliones iban acompañadas de la formulación de quejas por

escrito, por ejemplo durante la Guerra Campesina Alemana de 1535 o en los

cahiers de comienzos de la Revolución Francesa, por mencionar sólo dos de las

insurrecciones de mayor calado. La firma de peticiones por un amplio espectro de

personas fue una práctica que se incorporó a la política inglesa en el siglo XVII.

Quince mil ciudadanos de Londres firmaron la Root and Branch Petition de 1640,

en las primeras fases de la Guerra Civil, y más tarde se exhibieron peticiones con

30.000 firmas. En el siglo XIX se afirmaba que estas llegaban a millones.

327
La escritura como medio de comunicación no es equivalente a la escritura a mano,

y menos aún con pluma y tinta. A comienzos de los tiempos modernos, las

inscripciones pintadas o cinceladas eran una forma característica de

comunicación. Los epitafios en lápidas sepulcrales y los monumentos de las

iglesias eran cuidadosamente elegidos y muchas veces los visitantes extranjeros

tenían particular interés en leerlos, práctica facilitada por el hecho de que antes del

siglo XVIII la mayoría de dichos epitafios estaban en latín. Una historia de la

comunicación no puede permitirse descuidar los medios lingüísticos por cuyo

intermedio tenía lugar la comunicación.

Lenguas de la comunicación.

A menudo se asocia el surgimiento de una sociedad de la imprenta con el de las

lenguas nacionales de Europa, en oposición a la sociedad medieval previa a la

imprenta, en la que la comunicación escrita se daba predominantemente en latín y

la oral en el dialecto local. El empleo cada vez mayor de las lenguas vernáculas en

la alfabetización era paralelo a la estandarización y codificación, proceso al que

coadyuvó la imprenta. A menudo se menciona la traducción de la Biblia al alemán

que hizo Martín Lutero como ejemplo de la nueva tendencia, importante en sí

misma y también como modelo de otras traducciones, como la Biblia de Tyndale,

la Biblia checa de 1579-1594 (la Biblia Kralice) y la Biblia inglesa de 1611 (versión

autorizada).

Dante y Chaucer habían escrito sus poemas en italiano y en inglés,

respectivamente, y Petrarca, pese a su interés por el estatus del latín, también

empleó el italiano para su poesía introspectiva y el elogio de su musa, Laura.

Fuera de Italia, el francés Joachim Du Bellay (1522-1560) y el alemán Martin Opitz

328
(1597-1639) se encuentran entre los escritores que cantaron loas a la lengua

nacional como medio de expresión poética.

En el terreno de la política suele mencionarse la fecha de 1539, año en que el rey

Francisco I de Francia ordenó que se redactaran los documentos legales en

francés y no en el latín tradicional. En el dominio académico, el médico alemán

Theophrastus von Hohenheim, conocido como Paracelso (1493-1541), rompió con

la tradición al utilizar la lengua vernácula en sus clases en la universidad de

Basilea, aunque la mayoría de sus colegas se resistieron a esa innovación y sólo

en el siglo XVIII pudieron oírse el alemán, el inglés o el italiano en las aulas

universitarias. Más o menos al mismo tiempo, el francés reemplazaba al latín

como lengua principal de la diplomacia internacional.

No obstante, como sugieren los dos últimos ejemplos, la decadencia del latín no

debe datarse demasiado temprano. Eran comunes las traducciones de las lenguas

vernáculas al latín, especialmente del italiano y del francés, destinadas a un

público noreuropeo. Entre finales del siglo XV y finales del XVIII, con el apogeo en

la primera mitad del siglo XVII, se realizaron al menos novecientas traducciones

de ese tipo. Para dar sólo ejemplos ingleses, los ensayos de Francis Bacon, la

filosofía de John Locke, El químico escéptico y otras obras de Robert Boyle, la

Óptica de Newton e incluso El Paraíso perdido de Milton y la Elegía en el

cementerio de una aldea de Gray, eran más conocidas en la Europa continental

por sus versiones latinas, ya que hasta la segunda mitad del siglo XVIII no hubo

en el extranjero un buen conocimiento del inglés.

329
La comunicación visual.

El lenguaje gestual, que se empezó a tomar en serio en los inicios de la Europa

moderna, se enseñaba en las escuelas como parte de la disciplina de la retórica y

fue objeto de gran medida de tratados, de El arte del gesto (1616), del jurista

italiano Giovanni Bonifacio, a la Quirología (1644), del médico inglés John Bulwer,

a quien le preocupaba la “retórica manual”, en otras palabras, “el lenguaje natural

de las manos”.

Lo mismo que en el caso de la comunicación en sentido amplio, los humanistas

del Renacimiento habrían tenido poco que aprender del crítico francés Roland

Barthes (1915-1980) acerca de lo que este llamaba “la retórica de la imagen”,

como probablemente el propio Barthes, que se valió de la Retórica de Aristóteles

para analizar la publicidad moderna, habría sido el primero en reconocer.

A pesar de sus notables innovaciones en estilo, lo que con cierto anacronismo se

conoce comúnmente como “obras de arte” del Renacimiento deberían

considerarse imágenes o incluso eso que los sociolingüistas llaman

“acontecimientos comunicativos”. Por ejemplo, El castigo de Cora, fresco del pintor

florentino Sandro Botticelli (1445-1510), que se encuentra en la Capilla Sixtina de

Roma, representa la tierra que se abre para tragarse un hombre que se ha

atrevido a rebelarse contra la autoridad de Moisés. Encargado por el papa Sixto IV

en una época –finales del siglo XV- en que corrían rumores acerca de la

convocatoria de un concilio de la Iglesia para limitar el poder del papa, el fresco es

una clara afirmación de que el papa es el nuevo Moisés que la rebelión no

compensa. Las famosas pinturas religiosas del Renacimiento, como El juicio final

de Miguel Ángel, o San Marcos rescatando a un esclavo de Tintoretto (…), no eran

330
innovadoras a este respecto, aunque tal vez la nueva tridimensionalidad las haya

hecho más eficaces en su condición de comunicación religiosa. Ya eran bien

conocidos los usos de la imagen para despertar emociones en los espectadores.

Las pinturas seculares, a partir de 1500 cada vez más identificadas con los

pintores individuales, comunicaban una mayor variedad de mensajes a públicos

más reducidos. Mientras que una gran cantidad de pinturas religiosas estaban en

las iglesias en sitios donde cualquiera pudiera verlas, la mayoría de las pinturas

profanas del Renacimiento las compraban individuos particulares para colgarlas

en sus casas. Por ejemplo, La primavera, de Botticelli, tan conocida hoy gracias a

las exposiciones y las reproducciones, en el Renacimiento era invisible para la

mayoría de la gente, pues colgaba de los muros de una villa privada.

Tanto las obras religiosas como las profanas se realizaban en general por

encargo, para clientes particulares y de acuerdo con sus especificaciones, que a

veces eran extremadamente precisas, como se aprecia en contratos que han

llegado hasta nosotros. De la misma manera, también las obras literarias eran a

menudo creadas para patronos específicos y a ellos dedicadas. Sólo a comienzos

del periodo moderno (en el siglo XVI en Holanda y en el XVIII en Francia e

Inglaterra), los artistas y los escritores empezaron a trabajar para el mercado,

produciendo primero y vendiendo después y no a la inversa.

Imágenes impresas.

El surgimiento del mercado se asoció al de la imagen de reproducción mecánica y

en particular al término inglés print, que se utiliza de forma general para las

imágenes impresas, ya fuera el medio un bloque de madera o una plancha de

331
cobre o de acero, ya se obtuviera la imagen por incisión en la plancha (grabado) o

corroyendo ésta con ácido (como en el caso del aguafuerte).

El primer grabado en madera que se conoce data de finales del siglo XIV y

probablemente se haya inspirado en la estampación de textiles. En realidad, ya

una generación antes de la Biblia de Gutenberg se habían producido colecciones

de imágenes de escenas religiosas mediante este tipo de grabados. El aguafuerte

se desarrolló en los siglos XVI y XVII (son particularmente famosos los de

Rembrandt). La principal ventaja de este método, en el que se cubre una plancha

de metal con cerca sobre la cual se dibuja antes de sumergir la plancha en un

baño de ácido, es que las gradaciones de tono se pueden lograr sumergiendo la

plancha más de una vez, agregando nuevos trazos y profundizando los más

viejos, que así serán más oscuros. En el siglo XVIII, el invento del mezzo tinto, con

pequeños agujeros de distinta profundidad en sustitución de las líneas sobre la

plancha, con gradaciones todavía más sutiles, hizo posible reproducciones

realistas en blanco y negro de pinturas al óleo. En 1796, Aloys Senefelder (1771-

1834) inventó la litografía. Producida mediante el dibujo en piedra con lápices de

grasa, el nuevo medio permitía obtener por primera vez imágenes en color a bajo

coste.

El auge del grabado fue el cambio más profundo en la comunicación visual de

todo este periodo, pues gracias a ella se pudo hacer un uso mucho más amplio de

las imágenes. La producción impresa atrajo pronto a los principales artistas del

Renacimiento, como Botticelli, que produjo una serie de grabados en madera para

ilustrar La divina comedia de Dante.

332
La fabricación y el transporte de los grabados eran relativamente poco costosos,

de modo que el trabajo de sus diseñadores podía llegar con rapidez a un número

relativamente grande de personas. Por ejemplo, es probable que las imágenes

más vívidas y memorables del Nuevo Mundo no fueran las que transmitían en

palabras Cristóbal Colón o los exploradores posteriores, sino los grabados que

mostraban indios con sus tocados emplumados cocinando y comiendo carne

humana.

La piedad popular se veía estimulada por los grabados de santos que se

distribuían en el día de su conmemoración, e imágenes similares de Lutero

contribuían a difundir las ideas de los reformadores de la Iglesia en los años veinte

del siglo XVI. Las pinturas de Leonardo, Rafael y Miguel Ángel se reproducían en

forma de xilografías y grabados, y en esa forma se presentaban a un público más

amplio, lo mismo que ocurría con las pinturas de Rubens en el siglo XVII. La

imprenta también introdujo las imágenes europeas occidentales de otras culturas.

Las empleaban como modelos los pintores de imágenes religiosas del mundo

ortodoxo ruso y también influyeron en los estilos de representación de regiones

tan lejanas como Persia, la India, China, México y Perú.

La conciencia política popular (…) se vio estimulada por la difusión de grabados

satíricos, en especial en la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII y en la Francia

revolucionaria. Se sabe que algunas de esas imágenes fueron vendidas a muy

buen precio. Por ejemplo, en 1765 un grabado que celebraba la revocación de la

ley de prensa, contra la que las colonias norteamericanas oponían vigorosas

objeciones, vendió 2.000 ejemplares a una libra cada uno en sólo cuatro días, y se

dice que otros 16.000 ejemplares se vendieron en versiones ilegales (…) A lo

333
largo del periodo cambiaron las convenciones de representación y se reemplazó la

alegoría –como la farsa de funeral- por la caricatura política más directa de, por

ejemplo, sir Robert Warpole, Charles James Fox o el príncipe de Gales, blanco

principal del artista James Gillray (1756-1815) en la década de los ochenta, antes

de dirigir su sátira contra la Revolución Francesa.

En el mundo de los estudiosos, los debates sobre el significado de la imagen

impresa como medio de comunicación son paralelos a las investigaciones

detalladas de los textos impresos. Los bibliógrafos de los siglos XIX y XX se

interesaron en la historia de la aparición, la datación y la impresión de libros,

mientras que los historiadores del arte hicieron lo mismo con los impresos. Se

suponía que ambos grupos de estudiosos prestaban atención a la reproducción y

a la cantidad de ejemplares en circulación, aunque no siempre era así. De acuerdo

con el crítico marxista alemán Walter Benjamin (1892-1940), la obra de arte

cambió de carácter tras la Revolución Industrial. “Lo que se va perdiendo en la era

de la reproducción mecánica es el aura de la obra de arte”. La máquina “sustituye

una existencia única por una pluralidad de ejemplares” y al hacerlo produce el

paso del “valor de culto” al “valor de exhibición”. Es difícil comprobar si el aura de

la imagen se ha perdido efectivamente o no, e incluso podría decirse que la

familiaridad con una reproducción más agudiza que adormece el deseo de ver el

original.

Benjamin pensaba en medios del siglo XIX como la litografía y la fotografía, pero

William M. Ivins hijo (1881-1961), conservador del Metropolitan Museum of Art de

Nueva York del departamento de grabados, rompió una lanza a favor de la

importancia de esta forma de reproducción del siglo XVI como “enunciados

334
pictóricos exactamente repetibles”. Ivins sostuvo que los grabados se hallaban

“entre las herramientas más importantes y poderosas de la vida y el pensamiento

modernos”. Señaló que los antiguos griegos, por ejemplo, habían abandonado la

práctica de ilustrar tratados botánicos a causa de la imposibilidad de producir

imágenes idénticas de la misma planta en diferentes ejemplares manuscritos de la

misma obra. A partir de finales del siglo XV, por otro lado, los herbarios se

ilustraban habitualmente con grabados.

Los mapas, que empezaron a imprimirse en 1472, ofrecen otro ejemplo de la

manera en que la comunicación de la información mediante imágenes se veía

facilitada por la repetibilidad asociada a la imprenta. En un sentido más literal que

el que señala David Olson, ofrecían a los lectores “el mundo en papel” y facilitaron

como nunca antes a los grupos armados la tarea de controlar distintas regiones

del mundo, ya se tratara de un control primariamente militar, o fuera político,

económico o ideológico. Los generales y los gobiernos, los mercaderes y los

misioneros estimularon la producción de mapas manuscritos del mundo allende

Europa. A menudo alentaron la esperanza de mantener esta información para sí,

pero poco a poco ésta se iba filtrando a la prensa y al dominio público.

El paso del mapa bidimensional del globo tridimensional, cuyo ejemplo más

antiguo hoy conocido es el de Martin Behaim de 1492, facilitó la posibilidad de

concebir la tierra como todo. Cuando se reunieron los mapas en atlas, el primero

de los cuales fue el Teatro del Mundo de Ortelio (publicado por primera vez en

Amberes en 1570), los lectores pudieron ver el mundo al mismo tiempo en detalle

y como un todo. Aunque el ideal del cosmopolitismo se remonta a los filósofos

335
estoicos de la antigua Roma, la difusión de estos globos y mapas impresos ha de

haber estimulado la conciencia global.

Otro desarrollo de este periodo fue la tira narrativa o historia en imágenes,

antepasado de la tira de cómics del siglo XX. La narración visual en que el

observador “lee” los episodios, usualmente de izquierda a derecha y de arriba

abajo, ya se conocía en la Edad Media, pero su importancia creció con la aparición

del grabado en el Renacimiento. Los grabados en tiras particularmente largas

tenían la finalidad de registrar acontecimientos tales como procesiones por las

calles. Estas tiras, equivalentes a impresos de los rollos medievales, daban a sus

espectadores la sensación de estar contemplando el paso de la procesión misma.

No obstante, las verdaderas “imágenes móviles” de comienzos de los tiempos

modernos eran las procesiones propiamente dichas.

Comunicación multimediática.

Es probable que las formas más efectivas de comunicación de esta época –al

igual que hoy- fueran las que atraía simultáneamente la vista y el oído y

combinaban mensajes verbales y no verbales, musicales y visuales, desde los

tambores y las trompetas de los desfiles militares hasta los violines que

acompañan las actuaciones bajo techo. En los comienzos de la era moderna en

Europa estas ceremonias incluían rituales, espectáculos, piezas teatrales, ballets y

óperas.

Los rituales eran mensajes, pero eran a la vez más y menos que una manera de

comunicar información. Eran menos porque es probable que la mayoría de los

espectadores no llegaran a asimilar gran parte de la información codificada en la

acción, ya porque no comprendieran las alusiones a la historia antigua o a la

336
mitología clásica, por ejemplo, ya porque no ocuparan una localidad adecuada

para ver lo que sucedía. Por otro lado, los rituales eran más que mera transmisión

de información en el sentido en que creaban solidaridad, ya entre el sacerdote y

su congregación o el gobernante y sus súbditos, ya entre los miembros de un

gremio o una corporación que marcha conjuntamente en procesión. Debiera

agregarse que en esa época se creía en general que los rituales constituían un

medio de producir cambios en el mundo. La consagración de la Hostia

transformaba ésta en cuerpo y sangre de Cristo, mientras que la ceremonia de

coronación convertía a una persona en rey. Se suponía que la imposición de

manos de los reyes de Francia e Inglaterra curaba a los enfermos, al menos a los

que padecían de la enfermedad de la piel conocida como escrofulismo, y los

dolientes llegaban a miles a los palacios reales determinados días del año.

“Ritual” no siempre es el término más adecuado para describir muchos de estos

acontecimientos multimediáticos. Sería mejor plegarse al uso del siglo XVII y

describir por lo menos algunos de ellos como espectáculos. La forma principal de

espectáculo público de la época era la procesión (en general religiosa, pero a

veces profana, como en el caso de las entradas de los reyes a las ciudades). Los

simulacros de batallas, como las justas medievales, también podrían describirse

como forma de espectáculo al aire libre, así como uno que siguió siendo

importante también en este periodo, aunque no tenían nada de “simulacro”: el de

las ejecuciones, otra forma común de espectáculo de la época. Se escenificaban

en público precisamente para impresionar a los espectadores y comunicar en

mensaje de que era inútil resistirse a las autoridades y que los malhechores

terminarían mal. Otro tipo de espectáculo es el que podría presentarse como

337
“teatro” de la vida cotidiana del gobernante, que a menudo comía en público y a

veces incluso convertía en rituales sus acciones de levantarse por la mañana y de

acostarse por la noche, como en el caso famoso de Luis XIV de Francia (que reinó

de 1643 a 1715). Una vez más, la reina Isabel I de Inglaterra, quien declaró que

los príncipes estaban “instalados en escenarios”, explotó con gran habilidad esta

situación con fines políticos y llegó a convertirse ella misma en diosa o en mito, lo

mismo que ocurrió con Eva Perón en un sistema mediático tan diferente como el

de mediados del siglo XX.

Estos ejemplos sugieren que los estudiosos de los medios de comunicación

deberían tratar de colocar en perspectiva histórica la afirmación de Roger-Gérard

Schwartzenberg según la cual el surgimiento del “Estado espectáculo” y el

“sistema de estrellas” en política fue consecuencia de la aparición de la televisión,

o la aserción de Guy Debord, quien sostiene que la sociedad del siglo XX es una

“sociedad del espectáculo” en la que “el orden reinante discurre indefinidamente

sobre sí mismo en un ininterrumpido monólogo de autoalabanza”. La televisión

puede ser responsable de un renacimiento del teatro público, al que por cierto le

ha influido nuevas formas (al permitir a tanta gente observar a los líderes políticos

en primer plano), pero la dramatización y la personalización públicas de la política,

como el monólogo oficial de autoalabanza, se remonta muy lejos en la historia.

Un caso de estudio del espectáculo como comunicación, el festival florentino de

san Juan Bautista a finales del siglo XV, es interesante porque se trataba de la

celebración de la riqueza y el poder de la ciudad de Florencia y en especial de su

Gobierno. Florencia era una gran ciudad para la época, con alrededor de 40.000

habitantes, así como una ciudad-Estado que controlaba una parte sustancial de

338
Toscana. San Juan Bautista era el principal patrono y protector de la ciudad; su

fiesta, el 24 de junio, era una ocasión particularmente espléndida. Uno de los

principales acontecimientos festivos era una procesión de la Catedral al río Arno y

el regreso a aquella, procesión en la cual intervenían monjes, frailes, clero seglar,

coro de niños y cofradías religiosas. Caminaban por calles decoradas con telas

lujosas y llenas de espectadores, acompañados de música, portando reliquias y

escoltados por carrozas que representaban escenas religiosas tales como el

nacimiento de san Juan y el bautismo de Cristo.

Las celebraciones profanas de Florencia comprendían una exposición de bienes

suntuarios producidos por los artesanos de la ciudad, sobre todo telas, joyas y

trabajos de orfebrería, que se exhibían fuera de los talleres, e incluso una carrera

(palio), semejante a la que todavía hoy se realiza en la plaza de Siena dos veces

al año, con coloridas vestimentas tanto para los jinetes como para los caballos. El

aspecto cívico del festival quedaba marcado por un banquete que se ofrecía a la

Signoria (equivalente local al alcalde y concejales), por el papel que

desempeñaban los diferentes distritos de la ciudad en la organización de los

acontecimientos del día, así como por la llegada de diputaciones de ciudades

toscanas sometidas a Florencia –entre ellas Pisa, Arezzo, Pistoia, Volterra y

Cortona- para ofrecer tributos al santo, y por tanto a la ciudad de la que era

patrono. De aquí que los rituales puedan describirse como expresión de la

identidad colectiva de los florentinos.

El idioma del ritual europeo cambió en los siglos XVI y XVII. Dos de estos cambios

merecen subrayarse: la reestructuración del ritual de acuerdo con las líneas de la

antigua Roma y el surgimiento del teatro, que culminó en uno de los “eslóganes”

339
más famosos asociados a las comunicaciones: “el mundo entero es un escenario”.

En el proceso de renacimiento de la Antigüedad clásica, los humanistas del

Renacimiento dieron formas clásicas al ritual, como en el caso del simulacro de

batalla naval que, al estilo de los romanos antiguos, se realizaba en el patio del

Palazzo Pitti de Florencia, que se llenaba de agua para la ocasión. En otras

muchas ciudades, desperdigadas por diferentes países, se montaba una versión

recurrente del espectáculo clásico con la entrada ritual de un príncipe. Fiel al

precedente del antiguo antecesor romano, el príncipe pasaba montado en un carro

a través de arcos triunfales y asistido por figuras que personificaban la Fama, la

Victoria o la Justicia. Ejemplos famosos fueron la entrada del emperador Carlos V

en Bolonia para su coronación en 1530; la entrada del rey Enrique II en Ruán en

1550, y la entrada del rey Carlos IX en París en 1571. La práctica se extendió con

amplitud y no se limitó exclusivamente a los gobernantes. En Londres, en el siglo

XVII, el nuevo alcalde atravesaba similares arcos triunfales en su ritual de

inauguración: era el Espectáculo del Alcalde.

¿En qué medida eran inteligibles esos espectáculos? Para ayudar a los

espectadores a comprender lo que sucedía en el momento de la actuación se

hacía a veces intervenir a un intérprete, como san Jorge en el Espectáculo del

Alcalde de Londres en 1609. Alternativamente, podían fijarse notas escritas a las

figuras principales, procedimiento del que el dramaturgo Bel Jonson (1572-1637),

quien prefería al público culto al popular, se burlaba con ejemplos satíricos tales

como “Esto es un perro”, o “Esto es una yegua”. A menudo también se describían

estos espectáculos en libros impresos e ilustrados que estaban a disposición del

público en el mismo día o pocos días después, precisamente para que los

340
espectadores, o algunos de ellos, supieran qué esperar y cómo entender lo que

veían, o descubrir el significado de lo que acababan de ver.

¿Quién decía, qué decía y a quién se lo decía en esos rituales? En el caso de las

visitas de Estado a ciudades, la respuesta obvia es que la ciudad demostraba su

lealtad al príncipe. Esta respuesta no es incorrecta, pero es incompleta. La

comunicación era un proceso bidireccional, una forma de diálogo, y los príncipes

demostraban su buena voluntad a sus súbditos al tiempo que recibían el aplauso

de estos. Además, en ocasiones los rituales se realizaban a favor de príncipes

extranjeros, a quienes era inapropiada la expresión de lealtad. En 1529, cuando

dio la bienvenida a Carlos V, Bolonia formaba parte de los Estados Pontificios, y

en 1574, cuando el rey Enrique III de Francia hizo su entrada formal en Venecia,

esta era una república independiente. Por último, es posible encontrar

oportunidades en que las ciudades utilizaban los rituales para enviar otro tipo de

mensajes al príncipe, con más de petición que de panegírico. Cuando Carlos V

entró en Brujas en 1515, los espectáculos llamaban la atención sobre la

decadencia económica de la ciudad, a la que se estaba desplazando como centro

comercial en favor de Amberes. Una de las escenas que se mostraron a Carlos

era una rueda de la fortuna en cuyo lugar más bajo se veía sentada a Brujas. El

mensaje no dejaba lugar a dudas. Era un llamamiento al príncipe para que

restaurara en la ciudad su prosperidad perdida.

Los principales festivales eran tradicionalmente una época de representación de

obras de teatro, ora religiosas en la fiesta del Corpues Christi, por ejemplo, ora

profanas, como en Carnaval. Estas representaciones solían tener lugar en la calle,

en la Corte o en casas particulares. Desde finales del siglo XVI tuvieron un nuevo

341
e importante desarrollo: el surgimiento del teatro público en Londres, Madrid, París

y otras ciudades. Se comenzaron a representar piezas con actores profesionales

en posadas o en casas construidas con ese fin, como el Hôtel de Bourgogne de

París (1548), o el Theatre (1576) o el Globe (1598) de Londres, que se abrieron a

todo el mundo a un precio relativamente bajo. En el Londres de Shakespeare la

entrada costaba un penique, precio accesible tanto a aprendices como a

mercaderes y gentilhombres. La ópera comercial empezó un poco después, en

Venecia, donde el primer teatro público se abrió en 1637.

El auge del teatro comercial en diferentes países casi al mismo tiempo sugiere

que, aparte de la imitación de los nuevos modelos extranjeros, un factor decisivo

de su desarrollo fue el aumento demográfico en las ciudades por encima de las

100.000 personas. Con un público potencial de esta magnitud, los actores

profesionales estaban en condiciones de establecerse en una ciudad en lugar de

recorrer permanentemente el país en busca de nuevos espectadores y representar

la misma pieza a diferentes públicos noche tras noche o, más a menudo,

representar las mismas dos o tres piezas durante varias semanas.

Interacciones entre los medios.

Los acontecimientos multimediáticos no son los únicos ejemplos de la interacción

entre diferentes medios de comunicación, o interfaz, que ofrece este periodo. Otro

ejemplo es el del llamado icono-texto, imagen cuya representación depende de

textos incorporados a ella, como los nombres de los santos, los bocadillos que

salen de la boca de los personajes o las leyendas debajo o encima de la imagen.

Por ejemplo, la elucidación de los grabados de William Hogarth, como Calle

Ginebra, El progreso de la ramera o El aprendiz aplicado, depende del material

342
textual que se oculta en los rincones de la imagen. A Hogarth se le encomendó

también la producción de pinturas que ilustraban escenas de un espectáculo

musical de gran éxito en su día, la Ópera del mendigo de John Gay.

Otro tipo de interacción podría ilustrarse con la función de los manuscritos en las

fases iniciales de la Europa moderna. Es tema recurrente de la historia cultural

que a la aparición de un nuevo tipo de medio de comunicación (en este caso, la

imprenta) no siga la desaparición inmediata de los anteriores. Los viejos y los

nuevos medios –el cine y la televisión, por ejemplo- coexisten y compiten hasta

que termina por establecerse una cierta división del trabajo o de las funciones. Es

evidente que los manuscritos continuaron utilizándose para las comunicaciones

privadas, como las cartas de familia o las comerciales, aunque valdría la pena

señalar que la carta manuscrita sufrió en este periodo la influencia de la imprenta

a través de la gran cantidad de tratados sobre el arte de la escritura epistolar que

se publicó en Italia y otros sitios a partir del siglo XVI. Estos tratados impresos

ofrecían modelos útiles de cartas de felicitación o de condolencia, de amor; de

disculpas o para pedir dinero.

Examen más detenido requiere la supervivencia del manuscrito como canal

principal de circulación pública de mensajes hasta los comienzos del periodo

moderno. Para decirlo con más precisión, los manuscritos se siguieron usando

para transmitir mensajes de una manera semipública. En Rusia, todavía en 1700,

la literatura profana circulaba aún en forma manuscrita y oral debido a que las

pocas imprentas existentes se hallaban en los monasterios y se utilizaban para

editar libros religiosos. Incluso en Europa occidental, que estaba llena de

343
imprentas, como hemos visto, la circulación en manuscrito siguió cumpliendo

ciertas funciones útiles.

En los siglos XVI y XVII, a menudo las personas (sobre todo las mujeres) de alto

estatus sufrían cuando pensaban en publicar libros, pues los libros se venderían al

público general y eso les haría parecer vulgares comerciantes. A consecuencia de

este prejuicio, los poetas de salón y otros escritores preferían hacer circular sus

obras en ejemplares manuscritos entre sus amigos y conocidos. De esa manera

circularon en la Inglaterra isabelina los poemas de sir Philip Signey (1554-1586),

como, por ejemplo, los sonetos Astrophel and Stella. La lírica amatoria de John

Donne, escrita en la última década del siglo XVI, no se publicó hasta 1633, dos

años después de la muerte del autor. Probablemente Donne se negara a publicar

poemas de amor porque había entrado en la Iglesia y se había convertido en un

predicador de merecida fama.

Esta forma de circulación manuscrita se distinguía de la circulación impresa en

muchos aspectos. Era un medio de unión social entre los individuos implicados, a

menudo un grupo de amigos. La caligrafía de los manuscritos los convertía a

veces en obras de arte por derecho propio. Los textos estaban menos fijados, eran

más maleables que los impresos, porque los transcriptores se sentían a menudo

libres para añadir o quitar en los versos que copiaban, o para cambiar nombres a

fin de adaptar lo escrito a su propia situación personal. Los manuscritos eran lo

que hoy llamaríamos un medio “interactivo”.

Una segunda razón, y más importante aún, para la circulación de manuscritos era

la evasión de la censura religiosa, moral y política. En otras palabras, para adoptar

un término de uso muy corriente hace sólo unos años, el manuscrito era el

344
samizdat de la era moderna temprana, esto es, el equivalente de los escritos

mecanografiados y ciclostilados que criticaban los regímenes comunistas y

circulaban clandestinamente en la URSS, Polonia y otros países antes de 1989.

Por ejemplo, la Carta a la Gran Duquesa, de Galileo (1564-1642), análisis del

delicado problema de la relación entre religión y ciencia, circuló ampliamente como

manuscrito antes de ser publicada en 1636. En Francia, hacia finales del reino de

Luis XIV (que reinó de 1661 a 1715) circulaba una gran variedad de manuscritos

que satirizaban al rey, a su familia y a sus ministros. También de esta manera

subterránea circulaban libros que atacaban al cristianismo. En algunos casos, se

copiaban libros impresos para distribuir clandestinamente en una región en la que

su publicación estaba prohibida. En el París de principios del siglo XVIII, por

ejemplo, el comercio en ejemplares manuscritos de libros heterodoxos estaba muy

bien organizado, con copistas profesionales que trabajaban para empresarios que

vendían su mercancía cerca de los cafés. En la primera mitad de dicho siglo

circulaban de esta manera más de cien textos no convencionales.

Entre los dos tipos de manuscritos que se acaban de analizar estaban los

boletines informativos, que eran cartas que se enviaban en múltiples copias a una

cantidad limitada de suscriptores, sobre todo en 1550 a 1640, o, en otras palabras,

una o dos generaciones antes del auge de los diarios. La flexibilidad de la forma

manuscrita permitía variaciones en las noticias que se enviaban a los suscriptores,

de acuerdo con sus intereses y necesidades individuales. Este servicio de noticias

personalizado sólo era accesible a personas de fortuna, pero permitía la

circulación de una información que los gobiernos habrían preferido mantener en

secreto. De ahí que todavía después de 1650 hubiera un mercado de boletines

345
manuscritos, pese al auge de las gacetillas impresas. En Francia, por ejemplo,

alrededor de 1671, el conde de Lionne fue centro de una red de boletines

manuscritos en París. Sus empleados seguían a los ejércitos franceses en el

extranjero y enviaban al conde informes a los que él daba amplia circulación.

Otro ejemplo de la interacción entre manuscrito e imprenta nos retrotrae a la carta.

Los editores de periódicos impresos de diferentes tipos, desde Transactions of the

Royal Society al Spectator; a menudo solicitaban y recibían correspondencia de

sus lectores. Algunas de estas cartas se imprimieron, mientras que otras

influyeron en los temas que se escogían para discutir y en las opiniones que se

expresaban en el periódico.

Para dar un último ejemplo de las interfaces entre los medios dirigiremos la

atención a la relación entre oralidad e imprenta. Los textos impresos reproducían a

menudo lo que Ong ha llamado “residuo oral”, que son giros idiomáticos o

construcciones gramaticales más apropiadas al habla que a la escritura, al oído

que a la vista. Los libros en forma de diálogo, populares en el periodo moderno

temprano, desde El cortesano (1528) de Castiglione a El sobrino de Rameau

(escrito en la década de 1760, aunque no se publicó hasta 1830) de Diderot, se

nutrieron de los intercambios orales en patios, academias y salones. A menudo los

predicadores se inspiraban en textos, de la Biblia a los esquemas de sermón ya

disponibles en forma impresa en el siglo XV, de manera que los clérigos no

necesitaban pasar en vela la noche del sábado pensando qué decir a sus

feligreses al día siguiente. Los predicadores enviaban también sus textos a la

imprenta, o bien otros lo hacían por ellos tras tomar nota taquigráfica de sus

alocuciones y luego transcribirlas.

346
Los usos de los libros impresos en este periodo también son reveladores de la

interacción entre habla e imprenta. Por ejemplo, uno de los devocionarios del siglo

era Ejercicios espirituales (1548), escrito por el fundador de la orden jesuítica,

Ignacio de Loyola, guía para la meditación y para el examen de conciencia.

Publicados en latín, los Ejercicios no estaban destinados a que los leyeran los

católicos laicos. El texto era un manual de instrucciones para un sacerdote o

director espiritual, que pasaría a los laicos el mensaje en forma oral. De la misma

manera, los manuales de ejercicios militares que comenzaron a aparecer impresos

en los siglos XVII y XVIII estaban destinados a los oficiales y los sargentos, no a la

tropa.

En la Inglaterra de comienzos del siglo XVIII, las baladas impresas se usaban a

veces como apoyo para la actuación oral, algo así como el karaoke de hoy en día.

Los textos se pegaban a las paredes de las tabernas de modo que la gente que no

sabía o no recordaba la letra de una balada en particular pudiera cantar con los

demás. Sin embargo, todavía existía una cultura oral tan viva que mucha gente

actuaba de modo más creativo, es decir, componiendo baladas por sí misma

acerca de sus vecinos o de sus enemigos. Estas baladas caseras podían adaptar

los versos de un texto impreso –análogamente a lo que ocurría con los escribas de

manuscritos a los que ya se ha hecho referencia- y a menudo se cantaban con

una melodía que otras baladas habían hecho familiares.

El arte de la conversación sufrió la influencia de la expansión impresa de libros

sobre el tema, empezando por la Italia del siglo XVII, con El cortesano (1528) de

Baldassare Castiglione, Galateo (1558) de Giovanni Della Casa y Conversación

civil (1574) y Stefano Guazzo, y siguiendo con una serie de tratados franceses,

347
españoles y alemanes y las reflexiones sobre el tema que realizaron Swift,

Fielding y lord Chesterfield. Estos tratados ofrecían instrucción a hombres y

mujeres de diferentes edades y grupos sociales, a quienes aconsejaban cuándo

mantenerse en silencio y cuándo hablar; a quién, acerca de qué y en qué estilo. La

cantidad de ediciones que tuvieron, junto con los subrayados y las anotaciones

que se encuentran en algunos ejemplares de han sobrevivido, sugieren que este

consejo se tomaba en serio. En otros términos, la imprenta contribuía a lo que los

autores y los tratados habrían denominado refinamiento del habla, y también a su

creciente uniformidad, proceso al que también contribuyeron con la publicación de

gramáticas de diferentes lenguas europeas. En verdad, la lengua es uno de los

dominios que mejor ilustran la observación de Eisenstein acerca de las conexiones

entre imprenta y estandarización.

Las interacciones entre oralidad e imprenta pueden estudiarse con más detalle si

se examinan ciertas versiones italianas de los llamados pliegos. Un examen de

estos folletos publicados en Italia a finales del siglo XV y comienzos del XVI,

revela la continuada importancia de las novelas de caballería, como había ocurrido

en Francia más de un siglo antes. Un libro de contabilidad que registra los gastos

de un taller de impresión cerca de Florencia entre 1476 y 1486 muestra que se

vendieron al por mayor cerca de 500 ejemplares de una novela de caballería a un

hombre al que se describe como Bernardino “el que canta sobre un banco”. Por

tanto, parece justificado sugerir que lo que hizo Bernardino fue lo que todavía hoy

se hace en regiones lejanas de Brasil y otros sitios del Tercer Mundo: recitar el

poema y luego vender ejemplares impresos del mismo. La actuación era una

forma de mercadotecnia. Atraía a una audiencia de lectores potenciales y les daba

348
la oportunidad de probar la calidad del producto. Comprar el libro permitía a los

oyentes repetir la actuación ante sus familias y amigos. Si estos eran analfabetos,

siempre podían pedir a alguien que les leyera o les recitara el poema.

Muchos otros textos editados en Florencia o Venecia en esa época comienzan o

terminan con fórmulas que sugieren la presencia de un cantante actuando en

público, pues a menudo se inician pidiendo ayuda a Dios y atención a los

presentes. “Prestadme atención, que recitaré un poema en verso”. O bien: “Si

prestáis atención os haré disfrutar”. O también: “Caballeros y buena gente, puedo

contaros muchas historias que me sé de memoria”. Las fórmulas finales expresan

la esperanza de que los oyentes hayan disfrutado de la historia, presumiblemente

mientras pasa el sombrero para recoger sus monedas. “Esta historia se cuenta en

vuestro honor”. “Pensad en mis necesidades, oyentes de bien”. “Bellas y elegantes

damas: os agradezco la atención que habéis prestado a mi pobre elocuencia”.

Esas maneras de comenzar y de finalizar recuerdan pasajes, normalmente en

verso, al comienzo y al final de las obras de teatro (y luego las óperas) en que el

dramaturgo (o el compositor) se dirigían directamente al público.

En estos textos no es difícil identificar fórmulas y temas del tipo de los que

estudian Milman Parry y Albert Lord. Incluyen algunos de los temas que aparecen

en los poetas yugoslavos del siglo XX, como la aceptación de un consejo o el

envío de una carta (que nos recuerda la importancia de la escritura en una cultura

semioral). Entre los ejemplos de fórmulas, mencionamos “con dulce verbo”, “lo

arrojó al suelo”, “como un gato”, “parecía un dragón”, etcétera. Los textos también

ofrecen ejemplos frecuentes de la redundancia típica de la actuación oral: por

ejemplo, “Llorando y sollozando con dolor” (Lagrimando e piagendo con dolore) o

349
“Era un día muy caluroso y el calor quemaba” (Era quel dì gran caldo e grande

ardore). Este tipo de redundancia no debería interpretarse en desmedro del poeta.

Es un recurso para facilitar al público el seguimiento de la historia.

En resumen, en los siglos XV y XVI los medios orales y los impresos coexistieron

e interactuaron en Italia de la misma manera que en las fronteras angloescocesas

en el siglo XVIII. En su famoso estudio sobre los poetas orales, Albert Lord

sostuvo que la alfabetización y la imprenta destruyeron necesariamente la cultura

oral tradicional. Estos ejemplos italianos, por otro lado, sugieren que la cultura oral

y la cultura de la imprenta fueron capaces de coexistir durante un periodo de

considerable duración. A este tipo de coexistencia se debe, por ejemplo, la

supervivencia de baladas tradicionales de Escocia, Inglaterra y Escandinavia que

sólo a partir del siglo XVI empezaron a ser escritas e impresas.

Censura.

Como han sugerido las observaciones de la sección precedente acerca de la

comunicación clandestina a través del manuscrito, la censura de los medios de

comunicación constituyó en Europa una preocupación importante de las

autoridades de los Estados y las Iglesias, tanto la protestante como la católica,

durante el periodo moderno temprano, preocupación cuyos temas principales eran

la herejía, la sedición o la inmoralidad.

En una sociedad en la que sólo una minoría sabía leer, la represión no podía

limitarse en exclusiva a los libros. Las obras de teatro, por ejemplo, solían ser

motivo de censura. En Londres no se podían representar sin la autorización previa

del Master of the Revels o maestre de diversiones. Se examinaba cuidadosamente

los textos en busca de referencias a personajes públicos importantes, del país o

350
extranjeros, y de comentarios sobre cuestiones de índole religiosa o política de

dominio común. El problema era que aun cuando el texto de la obra debiera ser

previamente sometido a su consideración, era difícil impedir que los actores

improvisaran observaciones subversivas en el curso de la representación. Por esa

razón algunas obras que se representaban en Londres, como la famosa Partida de

ajedrez (1625) de Thomas Middleton, que se burlaba de la corte española, fueron

abruptamente bajadas de cartel por orden del obispo del Consejo Privado.

Un arzobispo protestante de Bolonia habló de confeccionar un index o índice de

imágenes prohibidas. Nunca vio la luz, quizás porque era una empresa demasiado

difícil de organizar, pero no era raro que determinadas imágenes objeto de crítica,

destruidas o expurgadas volviendo a pintarse. En el caso de El Juicio final de

Miguel Ángel, por ejemplo, se ordenó colocar hojas de higuera sobre los sexos

desnudos. El Veronés (1528-1588) fue llamado ante la Inquisición veneciana

porque su pintura de la Última Cena incluía lo que los inquisidores llamaban

“bufones, borrachos, germanos, enanos y vulgaridades por el estilo”. Algunos

protestantes destruyeron imágenes que consideraban idolátricas, mientras que los

católicos enterraban otras que habían llegado a juzgar indecorosas, como, por

ejemplo, desnudos de san Sebastián o representaciones de san Martín como

soldado y de san Eloy como orfebre.

El sistema más famoso y extendido de censura de la época fue el de la Iglesia

católica, con su Index librorum prohibitorum o “Índice de libros prohibidos”. El

Índice era un catálogo impreso –tal vez sería mejor llamarlo “anticatálogo”- de

libros impresos que los fieles tenían prohibido leer. También había muchos índices

locales, empezando por el publicado en 1544 por la Sorbona (la Facultad de

351
Teología de la Universidad de París), pero los importantes eran los que se

publicaban con autorización papal y vinculantes para toda la Iglesia, desde

mediados del siglo XVI a mediados del XX.

Podría decirse que el Índice fue inventado como antídoto contra el protestantismo

y la imprenta. Fue un intento de valerse de la imprenta para luchar contra ella. El

Índice modelo, que apareció en 1564, comenzaba con un conjunto de reglas

generales que prohibían tres tipos principales de libros: los heréticos, los

inmorales y los de magia. Luego venía una lista de autores y de títulos, los

principales divididos en primera clase (los que tenían prohibidas las obras) y

segunda clase (en cuyo caso la prohibición sólo afectaba a obras específicas). La

mayoría de los libros de la lista de la Iglesia estaba dedicada a la teología

protestante en latín, pero también podían encontrarse obras literarias que más

tarde se convirtieron en clásicos, entre las que cabe mencionar las sátiras escritas

por el humanista Erasmo y Gargantúa y Pantacruel, de Rabelais (no por la

obscenidad que preocupó a algunos lectores de los siglos XVIII y XIX, sino por las

críticas a la Iglesia). También engrosaban la lista de obras prohibidas El Príncipe

de Maquiavelo, el tratado Sobre la monarquía de Dante (debido a su exaltación del

emperador a partir del siglo XVI por encima del papa), los sonetos de Petrarca

contra el papado y el Decamerón de Boccaccio.

Hubo desacuerdo entre los censores acerca de hasta dónde llegar. El jesuita

italiano Antonio Possevino (1534-1611), que adoptó una línea dura, atacó las

novelas de caballería como “estratagemas de Satán” (tal vez por su énfasis en el

amor, tal vez por su magia). Por otro lado, el jesuita italiano, Roberto Bellarmino

352
(1542-1561), defendió el gran trío de escritores toscanos, Dante, Petrarca y

Boccaccio, sobre la base de que los tres eran buenos católicos.

Dos ejemplos de censura pueden mostrar más claramente qué era lo que

buscaban los inquisidores. Cuando Montaigne visitó Italia sometió sus Ensayos

recién publicados al censor papal, quien sugirió unas alteraciones: debían

cambiarse las referencias a la fortuna por referencias a la providencia, por

ejemplo, mientras que era menester eliminar por completo las referencias a poetas

herejes. Un pastor calvinista expurgó los Ensayos antes de permitir su publicación

en Ginebra y eliminó una referencia favorable al emperador romano Juliano “el

Apóstata”, que se había pasado del cristianismo al paganismo.

El segundo ejemplo es el Decamerón de Boccaccio, que durante mucho tiempo

había sido blanco de críticas clericales. Su condena se discutió en el Concilio de

Trento, que se reunió a mediados del siglo XVI para discutir la reforma de la

Iglesia. El duque de Florencia envió un embajador al Concilio para rogar que se

indultara el libro, pues el prestigio del propio Duque dependía del capital cultural

representado por los escritores locales Dante, Petrarca y Boccaccio. Gracias a

esta presión diplomática, la condena del libro fue conmutada por expurgación. La

Inquisición siempre fue hipersensible a su propia reputación, y en la edición

expurgada desapareció por completo un cuento sobre la hipocresía de un

inquisidor. En otro pasaje del texto se quitaron los nombres de santos y de

clérigos, al precio de dejar ciertos cuentos prácticamente ininteligibles. Como en el

caso de Rabelais, lo que preocupaba a los inquisidores no era la frecuente

obscenidad de los relatos de Boccaccio, sino su anticlericalismo.

353
La campaña de represión tenía su lado absurdo, pero tuvo un éxito razonable

desde su punto de vista. A juicio de los ortodoxos, los libros eran peligrosos. El

ejemplo de Menocchio, el molinero italiano al que los libros lo estimularon a pensar

por sí mismo, sugiere que no dejaban de tener razón. Es difícil medir la efectividad

de la represión, pero los propios registros de la Inquisición dejan al descubierto la

importancia del comercio clandestino de libros, como los ejemplares de Erasmo y

de Maquiavelo que todavía en las décadas de los setenta y los ochenta del siglo

XVI se llevaban de contrabando a Venecia.

La censura protestante fue menos efectiva que la católica, no porque los

protestantes fueran más tolerantes, sino porque estaban más divididos,

fragmentados en diferentes Iglesias, con diferentes estructuras administrativas,

como la luterana y la calvinista. En la Ginebra calvinista, el impresor, como paso

previo a la edición, sometía los manuscritos con el fin de obtener el permiso de

impresión. Para asegurar que las órdenes se obedecían, se inspeccionaban con

regularidad las editoriales y se confiscaban los libros prohibidos, que el verdugo

podía quemar. Análoga era la organización de la censura laica de Francia,

Inglaterra, los Países Bajos o el Imperio Habsburgo.

En Inglaterra, la impresión se limitaba a Londres, Oxford y Cambridge, y estaba

controlada por la Compañía del Impresor, que registraba las publicaciones nuevas.

De acuerdo con la Ley de Autorización Inglesa de 1662, los libros de derecho

tenían que ser inspeccionados por el Lord Canciller, los de historia por el

Secretario de Estado, y la mayoría de los otros tipos de libros por el arzobispo de

Canterbury y el obispo de Londres o sus delegados. El sistema tocó a su fin en

1695, cuando se dejó que la Ley de Autorización caducara.

354
Comunicación clandestina.

No debiera sobreestimarse la eficacia del sistema de censura. Una de sus

consecuencias no queridas fue la de despertar el interés por los títulos prohibidos,

de los que de otra manera tal vez algunos lectores ni siquiera habrían oído hablar.

Otra reacción a la censura formal fue la organización o reorganización de la

comunicación clandestina. Los mensajes que se comunicaban clandestinamente

eran de una considerable variedad, de secretos de gobiernos a secretos

comerciales o técnicos, y de las ideas religiosas no convencionales a la

pornografía.

No es fácil decir “pornografía”, término que se acuñó en el siglo XIX. Si se usa

para referirse a textos que no sólo se proponen despertar placer, sino también

vender precisamente por esa razón, el término podría aplicarse a una cantidad de

obras de la temprana era moderna. Ciento veinte días de Sodoma, del marqués de

Sade (1740-1814), se encuentra entre los ejemplos más notables, pero dista

mucho de ser el primero. Un siglo antes, el anónimo Venus en el claustro (1683)

había alcanzado similar notoriedad. A comienzos del siglo XVI circularon en

Roma, hasta que fueron descubiertas y eliminadas, imágenes de diferentes

posturas sexuales dibujadas por Marcantonio Raimondi (m. 1534), con

acompañamiento de versos de Pietro Aretino.

No es fácil trazar una línea divisoria entre comunicación pública y comunicación

privada. La transmisión de secretos de boca a oído, por seguro que pareciera,

podía ser vulnerable a las escuchas a escondidas, en un caso al menos en el

sentido literal del término. En 1478, unos venecianos practicaron un agujero en el

tejado del Palacio Ducal para descubrir las últimas noticias de Estambul, de obvio

355
valor comercial. No es sorprendente que a veces, para mantener el secreto dentro

de un grupo determinado, se apelara a un lenguaje privado, como en el caso de la

jerga de los mendigos y los ladrones profesionales.

Las obras de ocultismo y alquimia solían circular en manuscrito junto con las

heréticas o las subversivas. En otros casos, lo que se transcribía era una carta o

un informe confidencial, como un informe de un embajador al Senado veneciano

sobre su regreso de una misión en el extranjero. En el siglo XVII se vendían

abiertamente en Roma copias no oficiales de estos informes. Y en el París del

siglo XVII, a veces circulaban entre el público informes de la policía.

Para evitar filtraciones de este tipo era frecuente que los mercaderes, los

gobiernos e incluso los científicos (o, como se les llamaba en el siglo XVII, los

“filósofos naturales”), en su afán de asegurarse de que sus rivales no les robaran

ideas, utilizaron códigos y cifras de distintos tipos. Un ejemplo famoso de la

astronomía es el del holandés Christiaan Huygens (1629-1695), que en 1665

descubrió que el planeta Saturno estaba rodeado por un anillo. A fin de reclamar la

prioridad y al mismo tiempo evitar el plagio, el primer anuncio de su

descubrimiento lo hizo con este anagrama latino: AAAAAA CCCCC D EEEEE G H

IIIIIII LLLL MM NNNNNNNNN OOOO PP Q RR S TTTTT UUUUU, que quería

decir “annulo cingitur, tenui, plano, nusquam cohaerente, ad eclipticam inclinatio”

(“está rodeado por un anillo delgado, plano, en absoluto coherente e inclinado con

respecto a la elíptica”). Los gobiernos utilizaban en abundancia las cifras, que, con

ayuda de los principales matemáticos, codificadores y descodificadores, se

hicieron cada vez más sofisticadas a comienzos del periodo moderno. También los

individuos emplearon cifras en forma privada. Así, a la hora de escribir su diario,

356
Samuel Pepys no era el único que utilizaba lenguas extranjeras con el fin de

ocultar a posibles lectores, incluida su mujer, algunas de las actividades que en él

registraba.

En tercer lugar, había publicaciones clandestinas. No eran raras las inspecciones

a editores sospechosos de comerciar con libros prohibidos, pero a veces las

imprentas se instalaban en casas privadas y se trasladaban de un lugar del país a

otro con el fin de evitar su detección. En la Inglaterra isabelina, por ejemplo, los

opúsculos que atacaban al episcopado se imprimían originariamente en una casa

de campo de Surrey y luego en Northampton y Warwick. Las Cartas provinciales

(1657), famoso ataque a los jesuitas escrito por Blaise Pascal (1623-1662), sabio

en temas diversos, fueron impresas en secreto. Y el libro titulado Viaje de

Petersburgo a Moscú, crítica de la esclavitud, la censura y la autocracia, fue

editado por su autor, Alexander Nikoláievich Radíshev (1749-1802), en una

imprenta privada instalada en su casa de campo. De inmediato fue encarcelado y

luego exiliado a Siberia.

Los autores de esas publicaciones solían envolverse en una capa de anonimato

utilizando sólo seudónimos. Los ataques a los obispos isabelinos estaban firmados

por “Martin Marprelate”; los ataques de Pascal a los jesuitas estaban firmados por

“Louis de Montalte”. También los impresores ocultaban su identidad, mientras que

el lugar de publicación, cuando no se omitía por completo, solía ser falso, a

menudo imaginario y a veces extremadamente imaginativo. Como se quejaban

dos cardenales italianos de comienzos del siglo XVII, “para engañar más

fácilmente a los católicos”, la propaganda protestante llegaba con los nombres de

ciudades católicas en la portada, y algunos impresores hasta imitaban la tipografía

357
de los impresores católicos de París, Lyon o Amberes. Un lugar imaginario de

publicación preferido era “Freetown” o su equivalente en otras lenguas

(Villefranche, Vrijstadt, Eleutheropolis). Otro fue Colonia, donde durante ciento

cincuenta años se atribuyeron libros a un impresor inexistente, Pierre de Marteau,

cuyo nombre compuesto se debía probablemente a que martillaba a sus víctimas

(marteau = martillo). El impresor de los folletos de Marprelate afirmaba trabajar “en

el extranjero, en Europa, en los cuatrocientos metros de un robusto sacerdote”. De

algunas obras pornográficas francesas de finales del siglo XVIII se decía que

habían sido editadas “en la imprenta de las odaliscas” de Estambul o incluso en el

propio Vaticano.

Otra posibilidad en los comienzos del periodo moderno –lo mismo que para tantos

escritores de Europa oriental durante la Guerra Fría- era la de imprimir realmente

en el extranjero y no sólo simularlo. Un ejemplo famoso del siglo XVII es el de la

Historia del Concilio de Trento, obra antipapal de un monje veneciano, Paolo Sarpi

(1552-1623). La primera edición del libro, en italiano, se tiró en Londres en el año

1619. El manuscrito fue adquirido en secreto desde Venecia a través de la

embajada británica, en cuotas que aparecen en la correspondencia bajo la

denominación codificada de “canciones”.

Era frecuente el contrabando de libros a través de las fronteras. A principios de la

década de los cincuenta del siglo XVI había rutas clandestinas regulares de Suiza

a Venecia por las que viajaban libros herejes. Una vez más, a comienzos del siglo

XVII se introducían clandestinamente en España libros prohibidos, en general sin

encuadernar, desde grandes Biblias en rollos de ropa hasta pequeños catecismos

disfrazados de barajas. Los libros críticos para con el rey Luis XIV y su corte se

358
editaban en francés en Ámsterdam y luego se introducían clandestinamente en

Francia.

Finalmente, era posible, por supuesto, editar de manera normal, pero comunicar

mensajes en dos niveles: el manifiesto y el latente. En Polonia bajo el régimen

comunista, por ejemplo, los críticos del Gobierno usaban lo que llamaban “método

de Esopo”, por el antiguo fabulista griego que escribía textos sobre animales

fácilmente aplicables al mundo humano. A comienzos del periodo moderno, los

autores también se inspiraban en Esopo. Uno de los ejemplos más famosos es el

de las Fábulas de Jean de la Fontaine (1621-1695). Ahora se les da el trato

correspondiente a cuentos para niños, pero el hecho de que La Fontaine se

negara a servir a Luis XIV y mantuviera su lealtad a un patrono que había caído en

desgracia, sugiere que la figura del león tiránico, por ejemplo, debería leerse en

clave política.

Alternativamente, un mensaje acerca de un tema actual podía disfrazarse de

historia de acontecimientos similares del pasado. Por ejemplo, el derrocamiento

del rey Ricardo II por Enrique de Bolingbroke (futuro rey Enrique IV) tuvo

considerable resonancia política hacia finales del reinado de Isabel, con el conde

de Essex en el papel de Enrique. No es pues asombroso que en 1599, cuando sir

John Hayward publicó una historia de la vida y reinado de Enrique IV, la reina

preguntara a Francis Bacon si había en el libro alguna traición. Y cuando Essex se

rebeló contra la reina, sus seguidores dieron dinero a los actores para que

representaban Ricardo II de Shakespeare. Se dice que entonces Isabel declaró:

“Ricardo II soy yo, ¿no lo sabéis?”. Algunas técnicas alegóricas se emplearon en

Inglaterra a finales del siglo XVII, durante la llamada “Crisis de Exclusión”.

359
Este método alegórico se emplea todavía hoy, como lo hace por ejemplo Arthur

Miller, cuya obra Las brujas de Salem (1953) presenta una crítica a la “caza de

brujas” de comunistas por el senador Joe McCarthy (1909-1957), en forma de

pieza teatral sobre un juicio por brujería en Nueva Inglaterra en el siglo XVII.

El auge del mercado.

Imprimir podía ser peligroso, cierto; pero también rentable. Algunos impresores

(aunque no todos) eran mercenarios que trabajan por igual para católicos o

protestantes durante las guerras de religión. Una consecuencia importante de la

invención de la imprenta fue la implicación más estrecha de los empresarios en el

proceso de difusión del conocimiento. Los bestsellers se remontan a los primeros

días de la imprenta. La imitación de Cristo, devocionario atribuido al holandés del

siglo XIV Thomas Kempis, había aparecido ya en 1500 en no menos de noventa y

nueve ediciones. La Biblia también se vendía bien en esa época, sobre todo el

Nuevo Testamento y los Salmos, aunque a finales del siglo XVI la Iglesia católica

prohibió la Biblia en lengua vernácula sobre la base de que estimulaba la herejía.

Las tiradas de los libros eran normalmente pequeñas para los patrones

posteriores, en un promedio de quinientos mil ejemplares, pero sólo en Inglaterra

se imprimieron en el siglo XVII tres o cuatro millones de ejemplares de

almanaques.

Para vender los libros, los impresores, cuyo abanico de productos podía contener

mucho más de lo que hoy se entiende por “literatura”, publicaban catálogos y se

involucraban en otras formas de publicidad. En Italia, el catálogo conocido de

libros con precios se remonta a 1541. En el siglo XVI (lo mismo que hoy), la Feria

del Libro de Fráncfort dio a conocer internacionalmente determinados títulos. Las

360
páginas iniciales o finales de los libros anunciaban otras obras que vendía la

misma casa editora o el mismo librero (en ese periodo todavía no eran norma las

distinciones modernas entre impresor, editor y librero).

La publicidad en la imprenta también se desarrolló en el siglo XVII. Alrededor de

1650 en Londres, un periódico llevaba un promedio de cinco anuncios; cien años

después llevará alrededor de cincuenta. Entre los bienes y servicios que se

anunciaban en Inglaterra en esa época había obras teatrales, carreras de

caballos, curanderos y “Holman’s Ink Powder”, tal vez el primer nombre de marca,

para una tinta en polvo que se patentó en 1688.

Las noticias eran en sí mismas mercancías y como tal se las veía entonces, al

menos por parte de autores satíricos como Ben Jonson en su pieza teatral The

Staple of News (1626), que imagina un intento de monopolizar el comercio. Como

ha sostenido Colin Campbell, las novelas del siglo XVIII, como los seriales

televisivos de hoy en día, permitían a los lectores la satisfacción vicaria del

consumo costoso de bienes y también los estimulaba a comprar, con lo cual

actuaban como comadronas en lo que se ha dado en llamar “el nacimiento de la

sociedad de consumo”.

El nacimiento de la idea de propiedad intelectual fue una respuesta tanto al

surgimiento de la sociedad de consumo como a la expansión de la imprenta. Hay

un cierto sentido de propiedad literaria que se remonta al siglo XV, cuando no

antes. Así, los humanistas se acusaban unos a otros de robo o plagio, al tiempo

que todos afirmaban practicar la imitación creadora. Un famoso ejemplo español

de plagio es típico de esta época. La segunda parte de Don Quijote, publicada en

1614, no estaba escrita por Cervantes, sino por un tal “Avellaneda”. Era una forma

361
no demasiado frecuente de plagio, pues implicaba el robo de un personaje y no de

un texto o del nombre de alguien como autor de la obra propia para beneficiarse

de su reputación. Así y todo, el autor original se molestó. Con el fin de anular la

obra de su competidor, Cervantes tuvo que producir una segunda parte por sí

mismo.

Así las cosas, las fuerzas del mercado estimulan la idea de la autoría individual,

idea reforzada por nuevas prácticas tales como la impresión del relato del autor en

la portada del libro o la introducción de las obras escogidas de alguien con una

biografía del autor. Hacia 1711, el primer número de The Spectator se burlaba

amablemente del lector incapaz de disfrutar de un libro “hasta que no sabe si el

autor es negro o blanco, de carácter tranquilo o colérico, casado o soltero”. La

escritura podía entonces llevar a la fama individual mucho más que en la Edad

Media.

Durante el siglo XVIII, también la regulación legal reforzó la idea de la propiedad

literaria o intelectual y la práctica de garantizar monopolios a corto plazo de la

impresión de un libro determinado. En Gran Bretaña, por ejemplo, se aprobó en

1709 una Ley de copyright que daba en exclusiva a los autores o a sus

cesionarios el derecho de imprimir su obra por catorce años. William Hogarth

(1697-1764), que sufrió las piraterías de que fue objeto su serie popular de

grabados de El progreso de la ramera (1732), encabezó con éxito una campaña a

favor de una nueva ley de copyright (1735), que daba a los artistas gráficos como

él derechos similares a los de los autores. El sentido de la ley de 1709 fue

esclarecido en los tribunales en casos tales como los de Millar contra Taylor

362
(1769) y Donaldson contra Beckett (1774). Por otro lado, para el copyright

internacional hubo que esperar hasta la convención de Berna en 1887.

Para una visión detallada del mercado de los medios será ilustrativo el examen de

tres de los centros más importantes del comercio del libro en los inicios de la

Europa moderna de acuerdo con su secuencia cronológica: Venecia en el siglo

XVI, Ámsterdam en el siglo XVII y Londres en el siglo XVIII.

En el siglo XV se imprimieron más libros en Venecia que en cualquier otra ciudad

de Europa (alrededor de 4.500 ediciones, equivalentes a algo así como dos

millones de ejemplares, o el 20 por ciento del mercado europeo). La industria

veneciana del libro tenía una organización capitalista bajo el control de un

pequeño grupo y el respaldo financiero de mercaderes cuyos intereses

económicos, además de libros, abarcaban muchos otros artículos. Se ha estimado

que en el siglo XVI unos quinientos impresores y editores produjeron entre 15.000

y 17.000 títulos y posiblemente dieciocho millones de ejemplares. El más famoso

de estos impresores, Aldo Manuzio (c. 1450-1515), se hizo famoso y posiblemente

muy rico con la edición de clásicos griegos y latinos en pequeño formato, lo que

permitía a eruditos y a estudiantes transportarlos con comodidad (un corresponsal

alababa esos volúmenes manuables que se podían leer mientras se caminaba).

La competencia entre los impresores era feroz, ya que en general hacían caso

omiso de los privilegios de los demás y editaban al mismo libro que sus rivales con

el argumento de que sus ediciones eran más correctas e incluían material nuevo,

aun cuando no fuera así. La gran cantidad de impresores y editores de Venecia

era uno de los atractivos de la ciudad para los hombres de letras, pues les

363
permitía ganarse la vida con independencia de patronos, aunque no se hiciesen

ricos.

Un grupo de estos hombres se letras recibió el sobrenombre de los polígrafos

debido a que, para sobrevivir, escribían muchísimo y sobre una enorme variedad

de temas. Eran lo que en el inglés del siglo XIX se llamarían hacks, esto es,

escritores de alquiler, como los cocheros de la época. Sus obras comprendían

tanto verso como prosa, tanto composiciones originales como traducciones,

adaptaciones y plagios de otros autores. Un género en el que se especializaban

era el de las obras que ofrecían información práctica, incluso libros de

comportamiento, un tratado que explicaba cómo escribir cartas sobre diferentes

temas y una guía de Venecia para visitantes extranjeros que aún en el siglo XVII

se seguía reeditando. Algunos de estos escritores sirvieron a impresores

particulares (en especial a Gabriel Giolito, que editó unos ochocientos cincuenta

libros en su larga carrera) no sólo como autores, sino también como correctores

de pruebas y encargados de la edición. En cierto sentido, los polígrafos se

hallaban en la frontera entre dos mundos. En esencia eran compiladores que

trabajaban según la tradición medieval, reciclando el trabajo de los otros. Sin

embargo, puesto que vivían en la era de la imprenta, se los trataba como a

autores individuales y se ponía su nombre en la portada. En consecuencia,

recibían de sus rivales la acusación de plagio, acusación que los autores

medievales no habían conocido en absoluto.

Los impresores explotaban con habilidad la posición económica y política de

Venecia. Por ejemplo, valiéndose de las habilidades de diferentes grupos de

inmigrantes en la ciudad, los venecianos imprimieron libros en lengua castellana,

364
croata, griega demótica, eslava, hebrea, árabe y armenia. Incluso miraban allende

Europa, como era habitual en la ciudad de Venecia. Entre sus especialidades

estaban los relatos del descubrimiento de tierras nuevas y remotas. En el siglo

XVI, Venecia sólo iba a la zaga de París en la publicación de libros sobre América,

incluidas varias ediciones de las cartas de Cristóbal Colón (1451-1506) y Hernán

Cortés (1485-1547). Los productos de las imprentas venecianas bien podrían

calificarse de multiculturales y de políglotos.

La distintiva contribución veneciana al comercio del libro, junto con la tradición de

tolerancia de otras culturas y otras religiones y la actitud de vivir y dejar vivir que

profesaban los mercaderes de la ciudad se vio socavaba por la expansión de la

Contrarreforma. En 1547 se estableció la Inquisición de Venecia, en 1548 se

quemaron libros en la Piazza San Marco y cerca del Rialto, en 1549 se producía

un Índice veneciano de libros prohibidos (quince años antes del Índice obligatorio

para toda la Iglesia) y en 1554 se aprobaba una prohibición de editar en hebreo.

Se empezó a interrogar a los libreros por acusaciones de contrabando de libros

extranjeros, ya fueran heréticos o perniciosos por otras razones. Algunos

impresores migraron a otras ciudades, como Turín, Roma o Nápoles. Otros, como

Gabriel Giolito, orientaron sus inversiones a la edición de devocionarios en italiano

para un mercado geográficamente más limitado.

En el siglo XVII, los Países Bajos sustituyeron a Venecia como isla de tolerancia

relativa de la diversidad religiosa y como centro importante de mercado de

información. La exportación de material impreso en latín, francés, inglés y alemán

realizó una contribución fundamental a la prosperidad de esta nueva nación. Uno

de los principales impresores de la República, la familia Elzevir, siguió el ejemplo

365
de Aldo Manuzio en las ediciones de los clásicos en formato pequeño. Elzevir

también lanzó lo que tal vez sea la primera serie de libros de un editor académico,

Caspar Barlaeus, que estaba a cargo de un espectro de compendios de

información acerca de la organización y recursos de diferentes estados del mundo,

desde Francia hasta la India.

A Barlaeus se le puede presentar como un equivalente holandés de los polígrafos.

Otros escritores de alquiler eran pastores calvinistas franceses que llegaron a

Holanda después que en 1685 Luis XIV los forzara a escoger entre la conversión

al catolicismo y la emigración. Había demasiados pastores para las necesidades

de las iglesias protestantes francesas en el exilio, de modo que algunos de estos

hombres educados se dedicaron a escribir para ganarse la vida. Pierre Bayle

(1647-1706), por ejemplo, que se había marchado de Francia a Rotterdam, publicó

una revista literaria, Nouvelles de la République des Lettres, que apareció

mensualmente a partir de 1684, al tiempo que compilaba su famoso Diccionario

histórico y crítico (1696).

El centro de edición holandés, así como de gran parte de la industria y las finanzas

europeas, era la ciudad de Ámsterdam. A comienzos del siglo XVII, Ámsterdam ya

era un importante centro europeo de periódicos, nuevo género literario que

probablemente ilustra mejor que ningún otro la comercialización de la información.

Entre los periódicos, que aparecían una, dos o tres veces por semana en latín,

francés, inglés y alemán, cabe mencionar los primeros impresos en inglés y en

francés, The Corrant out of Italy, Germany, etc. y Courant d’Italie,

respectivamente, ambos a partir de 1620. Desde 1662, un semanario en francés,

366
la Gazette d’Amsterdam, ofrecía no sólo información sobre cuestiones europeas,

sino también críticas a la Iglesia católica y la política del Gobierno francés.

En la segunda mitad del siglo XVII, Ámsterdam se había convertido en el centro

más importante de producción de libros de Europa, como en otra época lo había

sido Venecia. En los veinticinco años que van de 1675 a 1699 hubo más de

doscientos setenta libreros e impresores activos. Una proporción sustancial de

ellos, al igual que los escritores profesionales, eran protestantes refugiados

procedentes de Francia.

Lo mismo que en Venecia, los mapas y los relatos de viaje a lugares exóticos

constituían un sector importante de Ámsterdam, la de Joan Blaeu (c. 1598-1673) –

con nueve imprentas tipográficas y otras seis para grabados, una empresa tan

grande que para los visitantes extranjeros era uno de los focos de atracción de la

ciudad- pertenecía a una firma especializada en atlas. En un periódico de 1634, la

familia Blaeu anunciaba la producción de un atlas mundial en cuatro lenguas: latín,

neerlandés, francés y alemán. El atlas en dos volúmenes apareció en 1635 y

contenía doscientos siete mapas. Pocos años después, un editor rival de

Ámsterdam publicó un atlas más amplio aún, sólo superado a su vez por la

segunda edición del de Blaeu, de 1655, éste en seis volúmenes.

Como en Venecia, y una vez más aprovechando las habilidades de diferentes

grupos de inmigrantes, se editaron en Ámsterdam libros en una variedad de

lenguas, incluido el ruso, el yiddish, el armenio y el georgiano. En 1678, un

visitante inglés de la ciudad encontró una editorial holandesa que producía biblias

en inglés y comentó que “en Ámsterdam se puede comprar, en todas las lenguas,

libros más baratos que en los lugares de su edición originaria”. Los libros

367
franceses los compraban los lectores con la mediación de empresarios

holandeses. Los impresores protestantes producían misales en latín (con

“Cologne” en la portada), para vender en el mundo católico. A los editores no les

preocupaba demasiado infringir los derechos de sus competidores.

Durante el siglo XVIII, la primacía de Ámsterdam de desplazó a Londres. Los

editores de Londres, como anteriormente los de Venecia y Ámsterdam, eran ya

notables a finales del siglo XVIII por el robo de la propiedad literaria de sus rivales,

práctica conocida como “falsificación” o “piratería” (en el siglo XX el término se

extendió a las estaciones de radio no oficiales). Como protección contra la

piratería, los editores empezaron a tejer alianzas y a compartir sus gastos y

beneficios. Al reunir sus recursos de esta manera, estuvieron en condiciones de

financiar obras muy grandes y caras, como atlas y enciclopedias, que requerían

grandes inversiones. No era raro que este tipo de obras se editara por suscripción,

en cuyo caso el libro solía comenzar con la lista de suscriptores. Se ha comparado

este sistema de participación con las sociedades anónimas, y lo cierto es que las

participaciones impresas eran objeto de compraventa entre libreros que se reunían

en privado. Al compartir costes y riesgos, los editores (nuevo grupo emergente

entre impresores y libreros) estuvieron en condiciones de prescindir de las

suscripciones.

Unos pocos autores comenzaron a recibir pagos sustanciales de sus editores, lo

bastante grandes como para comenzar a pensar en abandonar a los patronos y

vivir de los beneficios de la escritura. El Dr. Johnson (1709-1784), por ejemplo,

cuyo odio al mecenazgo era notorio, recibió de un grupo de cinco libreros,

incluidos Thomas Longman y Andrew Millar, 1.575 libras en concepto de adelanto

368
por su Dictionary. Millar dio al filósofo e historiador David Hume (1711-1776) un

adelanto de 1.400 libras por el tercer volumen de su Historia de Gran Bretaña, y a

William Robertson (1721-1793) uno de 3.400 libras por su Historia de Carlos V. El

poeta Alexander Pope (1688-1744) había recibido una suma mayor aún, 5.300

libras, por su traducción de la Ilíada de Homero. Los sucesores de Millar, los

socios William Strahan y Thomas Cadell, ofrecieron 6.000 libras por el copyright

de los descubrimientos del capitán Cook.

No hemos de apresurarnos demasiado en idealizar la situación de los escritores

en el Londres del siglo XVIII. Un grupo de ellos, conocido colectivamente como

“Grub Street” por la zona de Londres donde vivían, se esforzaban para no gastar

más de lo que ganaban, como ante los grupos de Ámsterdam y de Venecia. Lo

mismo que en Ámsterdam, este grupo incluía una cantidad de protestantes

franceses emigrados y particularmente activos en el periodismo. Incluso para los

más exitosos, la nueva libertad tenía su precio. Johnson probablemente habría

preferido escribir sus libros a compilar un diccionario, y Pope trabajar en sus

poemas a traducir Homero. Hume escribió sobre historia porque vendía mejor que

la filosofía, y si regresara a la Tierra y consultara el catálogo de la Biblioteca

Británica, probablemente se ofendería al verse mencionado como “David Hume,

historiador”. Con todo, algunos hombres de letras del siglo XVIII disfrutaron de

mayor independencia que sus predecesores del siglo XVII, los polígrafos.

El contexto más amplio de estos desarrollos en la edición es lo que los

historiadores han dado en llamar “nacimiento de una sociedad de consumo” en el

siglo XVIII, cambio particularmente notable en Inglaterra, pero extendidos también

a otras zonas de Europa y más allá aún. Los ejemplos ingleses de

369
comercialización del ocio en este periodo incluyen las carreras de caballos de

Newmarket, conciertos en Londres (a partir de la década de 1670) y algunas

ciudades provinciales, óperas en la Real Academia de Música (fundada en 1718) y

sus rivales, exposiciones de pintura en la Royal Academy of Art (fundada en

1768), conferencias sobre ciencia en cafés y bailes y fiestas de máscaras en salas

públicas de reciente construcción en Londres, Bath y otras ciudades. De la misma

manera que las piezas teatrales que se presentaban en el Globe y en otros teatros

públicos desde finales del siglo XVI, estos acontecimientos estaban abiertos a

cualquiera que pudiera pagar una entrada.

La historia de la lectura.

La comercialización del ocio incluía la lectura. Al abordar la práctica de la lectura

de libros y periódicos, incluso la contemplación de grabados, pasamos de la oferta

a la demanda. A primera vista, la idea de la historia de la lectura podría parecer

extraña, pues leer es una actividad que la mayoría de nosotros da por supuesta.

¿En qué sentido se puede decir que haya cambiado con el tiempo? Y suponiendo

que así haya ocurrido, dado que el movimiento de los ojos no deja huella en la

página, ¿cómo pueden decir los historiadores algo fiable acerca de los cambios?

La última generación de historiadores se ha enfrentado a estos problemas.

Partiendo de la evidencia del formato físico de los libros, de las notas marginales

escritas en ellos y de las descripciones o retratos de los lectores, han llegado a la

conclusión de que entre 1500 y 1800 los estilos de lectura experimentaron

cambios reales.

Hay cinco tipos de lectura que merecen aquí consideración por separado: la

crítica, la peligrosa, la creativa, la extensiva y la privada.

370
1. Las explicaciones tradicionales de los efectos de la imprenta, como hemos

visto, destacan el auge de la lectura crítica gracias a la multiplicación de

oportunidades de comparar las diversas opiniones sobre el mismo tema que se

sostenían en diferentes libros. No debe exagerarse el cambio de hábitos, pues no

siempre la lectura era crítica. Hay amplia evidencia de respeto e incluso de

reverencia por los libros en esta primera etapa de los tiempos modernos. Los

autores satíricos se burlan de la gente que cree todo lo que ve impreso. La Biblia,

aún no sometida al examen crítico de especialistas, excepto unos pocos individuos

no convencionales como el filósofo judío Baruch Spinoza (1632-1677), era objeto

de particular reverencia. De san Carlos Borromeo, arzobispo de Milán, se dice que

leía las Escrituras de rodillas. A veces se utilizaba la Biblia a modo de medicina y

se la colocaba debajo de la almohada del paciente. A veces se la abría al azar y

los pasajes que quedaban a la vista se interpretaban como orientación para los

problemas del lector.

2. A menudo se discutían los peligros de la lectura privada. Tuviera o no función

tranquilizadora, a veces los contemporáneos la consideraban una actividad

peligrosa, sobre todo cuando la practicaban grupos subordinados como las

mujeres y la “gente común”. Son clarísimas las analogías con los debates del siglo

XX acerca de la “cultura de masas” y los peligros de la televisión, analogías que el

sociólogo Leo Lowenthal señaló hace ya más de una generación. Hoy, el auge de

internet ha iniciado otro debate de este tipo.

Si nos atenemos a una definición más amplia de los problemas, estos debates

podrían verse desde una perspectiva más amplia. La decadencia posterior a 1520

de las imágenes de la Virgen Santa leyendo, imágenes que habían sido

371
relativamente comunes en la Edad Media, parecer ser una primera respuesta a lo

que se podría llamar demonización de la lectura por la Iglesia católica. En la

Venecia de finales del siglo XVI, por ejemplo, un trabajador de la seda fue

denunciado a la Inquisición por “leer todo el tiempo” y un herrero porque “se pasa

la noche entera leyendo”. Análogamente, tanto entonces como más tarde, las

autoridades civiles pensaban que la lectura sin supervisión era subversiva. En

particular se consideraba la lectura de periódicos por la gente ordinaria como

estímulo a la crítica del Gobierno.

A partir de comienzos del siglo XVI, los peligros de la lectura de ficción,

especialmente por parte de las mujeres, fueron normalmente un tema de

preocupación para autores masculinos. Como en el caso del teatro, las novelas

eran temidas por su poder para despertar emociones peligrosas, como el amor.

Algunos hombres pensaban que las mujeres no debían aprender a leer en

absoluto por su recibían cartas de amor, aunque, como ya hemos visto, el

analfabetismo no era una defensa invulnerable. Otros pensaban que se podía

permitir a las mujeres que leyeran un poco, pero sólo la Biblia o devocionarios.

Unos pocos valientes sostenían que las mujeres de clase alta podían o incluso

debían leer los clásicos.

Según algunas fuentes, en la práctica la variedad social de las lectoras y la

diversidad de los libros que leían era mayor de que los críticos estimaban

tolerable. En España, por ejemplo, santa Teresa de Ávila (1512-1582) describió su

entusiasmo juvenil por las novelas de caballería. Parte de la evidencia no viene de

las autobiografías, sino de los retratos, en los que a veces se representa a

mujeres con libros de poesía en las manos. En la misma dirección apunta la

372
evidencia de la ficción. Un relato italiano del sacerdote Matteo Bandello (c. 1485-

1561) describe a su heroína leyendo en la cama el Decamerón de Boccaccio y el

Orlando furioso de Ariosto. En la Francia de Luis XIV, los novelistas más

importantes eran mujeres, sobre todo madame de Lafayette (1634-1639), escritora

ante todo para mujeres. Las oportunidades de que las mujeres disponían para leer

aumentaron en el siglo XVIII, cuando las novelas y ciertos escritos históricos,

incluso historias de mujeres que se editaban en Gran Bretaña y Alemania,

apuntaban directamente al mercado femenino. En 1726, Lillian Lov describió los

libros como sus “compañeros más cercanos” y una cantidad de pinturas de

mujeres del siglo XVIII las muestran con libros en las manos (…) En esa época

algunas mujeres también leían periódicos. En 1791, una muchacha francesa de

veintitrés años que trabajaba como cocinera afirmó que leía con regularidad cuatro

periódicos.

3. La extensión de la lectura requiere otro tipo de examen. El significado de los

textos ha sido un tema importante de debate de los estudios literarios de la última

década del siglo XX. Desde la perspectiva del historiador, ya hace mucho tiempo

que está claro que los textos pudieron ser leídos y a menudo fueron efectivamente

leídos de maneras opuestas a las intenciones del autor. La Utopía de Tomás Moro

(1478-1535), por ejemplo, fue tratada no sólo como una sátira de la Inglaterra de

su tiempo, sino también como un proyecto de una sociedad ideal, una “utopía” en

el sentido moderno de la palabra. El cortesano de Baldassare Castiglione (1478-

1529), diálogo abierto en el que se analizan las conductas apropiadas a diferentes

situaciones, pero no se extraen conclusiones, fue presentado por los editores del

siglo XVI y tratado por ciertos lectores (como sabemos por sus anotaciones

373
marginales) como una guía sencilla de buena conducta. Las ironías de Daniel

Defoe (1660-1731) y Jonathan Swift (1667-1745) no fueron captadas por ciertos

lectores liberales, que creían que El medio más eficaz para con los disidentes, de

Defoe, recomendaba realmente la persecución de los no conformistas, y que Una

modesta proposición, de Swift, defendía el canibalismo.

Menocchio, el molinero italiano del siglo XVI rescatado de la oscuridad por el

historiador italiano Carlo Ginzburg, ofrece un ejemplo fascinante de lectura

heterodoxa en más de un sentido del término. En el interrogatorio al que la

Inquisición sometió a Menocchio por la acusación de herejía se le preguntó por los

libros que había leído, entre los que estaban la Biblia, el Decamerón de Boccaccio,

los Viajes imaginarios de un tal sir John Mandeville (libro muy conocido en los

siglos XV y XVI) y posiblemente el Corán. Para los inquisidores es menos

sorprendente lo que Menocchio lee que su manera de leer, su interpretación de los

textos. Por ejemplo, del relato de Boccaccio sobre los tres anillos extrae la

conclusión de que, de haber nacido él musulmán, debía continuar siéndolo.

4. Menocchio ofrece un buen ejemplo de lectura intensiva, pues relee unos pocos

textos y reflexiona sobre ellos, estilo de lectura aparentemente típico de los

primeros siglos de la imprenta, al igual que de la precedente era del manuscrito.

Sin embargo, se ha sostenido que el final del siglo XVIII fue testigo de una

“revolución de la lectura”, en el sentido de un cambio a favor de la práctica de

hojear o incluso saltar capítulos en una consulta a diferentes libros para informarse

acerca de un tema en particular. Antes de 1750 había pocos libros y no era raro

que se tuviera el material impreso por sagrado. Pero el periodo posterior a 1750

374
ha sido descrito como periodo de lectura extensiva, marcado por la proliferación

de libros y su consecuente desacralización.

No hay que exagerar el cambio, pues es perfectamente posible practicar

alternativamente el estilo intensivo y el extensivo, según las necesidades. Por un

lado, hay evidencias de lecturas en busca de referencias en la baja Edad Media,

sobre todo en círculos académicos. Por otro lado, hay ejemplos de lectores

absortos a finales del siglo XVIII, inmersos en una de las lacrimógenas novelas

populares de la época, desde La nueva Eloísa de Jean-Jacques Rousseau (1712-

1778) a Las desventuras del joven Werther de Johann Wolfgang von Goethe

(1749-1832).

5. No obstante, es probable que, en asociación con la tendencia a la privatización

de la lectura, se haya producido un cambio en la importancia relativa de los dos

estilos de lectura. En cualquier caso, el cambio en el formato de los libros facilitó el

acto de curiosear en ellos y hojearlos superficialmente. Los textos aparecían cada

vez más divididos en capítulos y éstos en párrafos. Notas impresas al margen

resumían el mensaje de cada sección. Sumarios detallados e índices organizados

alfabéticamente ayudaban a los lectores con prisa por encontrar elementos

particulares de información.

Muchas veces se ha visto la privatización de la lectura como parte del auge del

individualismo y de la empatía o “movilidad psíquica”, expresión que Daniel Lerner,

sociólogo de los medios, propone en su libro The Passing of Traditional Society

(1958). La idea básica que se esconde detrás de las frases se capta bien en las

imágenes, relativamente comunes desde el siglo XVIII, de un hombre o de una

mujer solos, leyendo un libro, sentados o recostados en el suelo y ajenos al

375
mundo exterior. La tendencia a largo plazo hacia la “privatización” desde el siglo

XIV al XX se refleja con toda claridad en la evolución del formato de los libros.

Los libros del siglo XV solían ser tan grandes –el folio desplegado por entero- que

para leerlos había que apoyarlos sobre atriles. En el siglo XVI y XVII se hicieron

populares libros más pequeños, en octavo, por ejemplo, o más pequeños aún, en

el formato de doceavo o dieciseisavo que el famoso impresor Aldo Manuzio

empleaba para sus ediciones de los clásicos.

En su breve vida de Thomas Hobbes (1588-1679), el biógrafo John Aubrey (1626-

97) contaba que cuando el filósofo estaba empleado como paje del conde de

Devonshire, compró “libros de un editor de Ámsterdam que podía llevar en el

bolsillo (en particular los Comentarios de César), que leía en la antecámara

mientras su señor realizaba sus visitas”. Este pasaje nos proporciona el punto de

vista del lector de los usos de los clásicos Elzevir en pequeño formato a los que

nos hemos referido antes. (Los Elzevir eran una familia holandesa de libreros e

impresores conocidos por sus ediciones de los clásicos) Los libros de poesía,

sobre todo, solían imprimirse en este formato, que estimulaba su lectura en la

cama, sobre todo en el siglo XVIII, cuando los dormitorios de las casas de clase

alta o media fueron convirtiéndose poco a poco en recintos privados.

No obstante, enfocar la historia de la lectura en términos de transición de lo

público a lo privado es una simplificación tan exagerada como considerarla en

función de un simple cambio del modo intensivo al extensivo. La lectura silenciosa

se había practicado a veces en la Edad Media. Y a la inversa, la lectura en voz

alta y en público subsistió a comienzos del periodo moderno, como habría de

376
suceder luego en los círculos de clase obrera del siglo XIX. La Reforma alemana

ofrece algunos ejemplos muy vívidos de lectura como actividad pública.

Se podría distinguir entre hábitos de lectura según la clase social: la clase media

tendió a leer en privado, mientras que las clases trabajadoras escuchaban

públicamente. Siempre es menester realizar distinciones según las situaciones.

Por ejemplo, la práctica medieval de leer en voz alta durante las comidas, ya en

los refectorios monásticos, ya en las cortes reales, persistió en los siglos XVI y

XVII. La lectura en voz alta en el hogar, entre el círculo familiar, subsistió hasta el

siglo XIX, al menos como ideal, tal como ponen de manifiesto multitud de

imágenes. Es probable que los textos de la Bibliothèque Bleue, de los que ha

hemos hablado, que circulaban en regiones con bajas tasas de alfabetización, se

leyeran en voz alta durante las veillées o veladas, ocasiones en que los vecinos se

reunían para pasar la noche trabajando y escuchando. El auge de los periódicos

también estimuló la lectura en voz alta durante el desayuno o el trabajo, mientras

que el hecho de que tanta gente leyera las mismas noticias más o menos al

mismo tiempo contribuyó a crear una comunidad de lectores.

Instrucción y entretenimiento.

En los primeros tiempos de la Europa moderna, los usos de la lectura eran tan

variados como lo son en la actualidad, a pesar de que no se los describiera de la

misma manera. Las principales categorías eran la información y la instrucción

moral y sólo muy lentamente se admitió que los lectores tenían derecho a invertir

su tiempo en la lectura de una tercera clase de libros, los de entretenimiento. La

creciente importancia de la lectura como medio de información entre 1450 y 1800

se pone de manifiesto en la proliferación de lo que hoy llamamos libros de

377
consulta de distintos tipos –diccionarios, enciclopedias, tablas cronológicas,

boletines y todo un abanico de libros prácticos sobre temas tan variados como

agricultura, buenas maneras, cocina y caligrafía-. La importancia de la instrucción

moral se revela en la cantidad de sermones que aparecieron impresos y en los

tratados sobre las virtudes requeridas para desempeñar determinados papeles en

la sociedad (el de noble, el de esposa, el de comerciante, etcétera).

Por otro lado, ya la historia de las palabras “entretenimiento” y “entretener” nos

dice algo acerca de los obstáculos para el surgimiento de esta categoría de libro o

panfleto. A comienzos del siglo XVII, el entretenimiento se asociaba a la

hospitalidad que se brindaba a los visitantes. Sólo alrededor de 1650 ese término

adquirió el sentido adicional de algo interesante o divertido y únicamente a

principios del siglo XVIII se calificó de entretenimiento a las actuaciones, como,

por ejemplo, las piezas teatrales (…)

Los libros que podría describirse como entretenimiento, desde los chistes a las

novelas, ya se imprimían a comienzos del siglo XV, pero a menudo se les

agregaba un marco o envoltorio moralizante, supuestamente a fin de debilitar la

resistencia que a este tipo de textos ofrecían clérigos, padres de familia y otros

“guardianes”. De modo semejante se presentaron panfletos y hojas impresas de

un solo lado que contaban las fechorías de delincuentes (nuevo género del siglo

XVI pensado tal vez para atraer a un nuevo grupo de lectores) y ponían el énfasis

en el castigo y, de ser posible, en el “sincero arrepentimiento” del delincuente.

Sin embargo, este enfoque moralizante se veía desvalorizado por la retórica de

sensacionalismo, con titulares, semejantes a los de hoy, referidos a

acontecimientos “terribles”, “asombrosos” o “espantosos”, atrocidades

378
“sangrientas”, “asesinos extravagantes e inhumanos”, etcétera. A largo plazo, y

sobre todo en el siglo XVIII, la literatura de entretenimiento rompió con su marco

moralizante para convertirse en parte de la comercialización del ocio, junto a los

conciertos, las carreras de caballos y los circos.

Revisión de la revolución de la imprenta.

Tras este examen de los medios de comienzos de la modernidad, sería

esclarecedor volver al análisis de la revolución de la imprenta. Hay un obvio

paralelismo entre la controversia sobre la lógica de la escritura y la que se da

sobre la lógica de la imprenta, así como lo hay entre las discusiones sobre las

consecuencias de la imprenta y las de la alfabetización en lo concerniente a

detalles tales como el auge del texto fijo y los problemas de confianza en un medio

nuevo. Los críticos de la tesis de la revolución sostienen a menudo que la

imprenta no es un agente, sino un medio tecnológico que emplearon individuos y

grupos con diferentes finalidades en distintos sitios. Por esta razón, recomiendan

el estudio de los usos de la imprenta en diferentes contextos sociales o culturales.

Los defensores de la tesis de la revolución, por otro lado, ven en la imprenta,

como en la escritura, una ayuda a la descontextualización. Estamos al parecer

otra vez ante el conflicto entre un modelo autónomo y un modelo contextual,

problema que ya hemos abordado antes. ¿Deberíamos hablar de cultura de la

imprenta, en singular, o de culturas de la imprenta, en plural?

No es necesario, por supuesto, adoptar una posición extrema en esta

controversia. Más provechoso es preguntar qué aportaciones ofrece cada grupo

de estudiosos y analizar si, con las debidas distinciones y clasificaciones, es

posible combinarlas. Se podría empezar por el rechazo de las formulaciones más

379
fuertes de ambos lados, tanto el determinismo implícito en la posición

revolucionaria como el voluntarismo de los contextualistas. Probablemente es más

útil hablar, como Innis, de una inclinación inherente a cada medio de

comunicación. Desde el punto de vista geográfico, es prudente pensar en términos

de efectos similares de la imprenta en diferentes lugares y no de efectos idénticos

en todas partes ni completamente distintos en cada sitio. Desde el punto de vista

cronológico, es útil distinguir entre las consecuencias inmediatas y a largo plazo

de la introducción de la imprenta. Los contextualistas se sientes más cómodos en

el corto plazo, con las intenciones, las tácticas y las estrategias de los individuos.

Los partidarios de la tesis de la revolución, por otro lado, se aferran al largo plazo

y a las consecuencias no intencionadas del cambio.

A comienzos de la Europa moderna, como en otros sitios y periodos, el cambio

cultural se dio a menudo por agregación y no por sustitución, sobre todo en las

primeras etapas de la innovación. Como se ha mostrado, en los comienzos de la

Europa moderna los viejos medios de comunicación oral y manuscrita coexistieron

e interactuaron con el nuevo medio de la imprenta, medio ya viejo, coexiste con la

televisión e internet.

A esta altura podemos volver a los argumentos acerca de la permanencia y la

fijeza que se ha analizado antes, con el agregado de las necesarias precisiones.

Es verdad que la escritura estimuló la fijeza de los textos mucho antes de que se

conociera la imprenta. Es verdad que muchas obras impresas recibieron de sus

contemporáneos el trato propio de obras efímeras. Son muy comunes las

divergencias entre los ejemplares de los primeros libros impresos, pues las

pruebas eran corregidas en los talleres durante el proceso de producción. La

380
imprenta, en especial en manos de “piratas”, suele poner en circulación textos

descuidados. Sin embargo, estas clasificaciones no contradicen el argumento

moderado de que la imprenta favoreció la relativa fijeza de los textos.

Análoga respuesta puede darse a la pregunta más amplia por la estabilidad del

conocimiento. La imprenta facilitó la acumulación de conocimiento al permitir que

los descubrimientos se conocieran más ampliamente y hacer menos probable la

pérdida de información. Por otro lado, como se ha dicho ya, la imprenta

desestabiliza el conocimiento o lo que se pensaba que era el conocimiento, al

potenciar la conciencia de los lectores acerca de la existencia de relatos e

interpretaciones en conflicto. Por tanto, lo mismo que en el caso de los textos, la

fijeza del conocimiento que la imprenta estimuló fue relativa, no absoluta. Los

cambios que tuvieron lugar, por importantes que fueran, eran cambios más de

grado que de calidad.

Uno de esos cambios fue un concepto relativamente nuevo de la escritura, lo que

hoy llamamos “literatura”, junto con el concepto de “autor” asociado a la idea de

una versión correcta o autorizada de un texto. Como se observó más arriba, la

cultura oral es fluida y la creación oral una empresa cooperativa. En la cultura

manuscrita había ya una tendencia a la fijeza, pero se vio contrarrestada por la

falta de rigor y también, como se ha visto por la creatividad de los escribas. Lo que

llamamos plagio, como la propiedad intelectual que ésta vulnera, es en lo esencial

un producto de la revolución de la imprenta.

Otra consecuencia importante de la invención de la imprenta fue la implicación

más estrecha de los empresarios en el proceso de expandir el conocimiento. El

uso del nuevo medio estimuló la conciencia de la importancia de la publicidad, ya

381
económica, ya política (lo que hoy llamaríamos “propaganda”, término que empezó

a usarse a finales del siglo XVIII). Por ejemplo, no era poco lo que debía a la

imprenta la reputación de Luis XIV, su “gloria”, como él la llamaba. Durante su

reinado se pusieron en circulación varios centenares de grabados del rey.

Otra forma de reproducción mecánica era la medalla de bronce. De acuerdo con

los procedimientos clásicos, en la Italia del siglo XV se resucitó la medalla, que los

gobernantes adoptaron enseguida como medio de difusión de una imagen

favorable de sí mismos y su política. La cantidad de ejemplos acuñados era

relativamente baja, tal vez no más de un centenar, pero estos ejemplares se

distribuían a embajadores extranjeros o jefes de Estado extranjeros con el fin de

impresionar donde más interesaba. La persuasión por medio de medallas cobró

cada vez más importancia en el siglo XVII. Los gobernantes anteriores se habían

contentado con treinta o cuarenta medallas diferentes, pero para conmemorar los

grandes acontecimientos del siglo de Luis XIV se acuñaron más de trescientas. Se

las podía ver en los gabinetes, pero los volúmenes que exhibían grabados con las

medallas junto con comentarios explicativos y de glorificación llegaban a un

público mucho más amplio. Los poetas oficiales cantaban loas a Luis –y otros

monarcas de su tiempo- en textos impresos, y los historiadores oficiales

publicaban relatos de sus maravillosas hazañas para los contemporáneos y la

posteridad. Las principales fiestas de la corte, acontecimientos onerosos, pero

efímeros, se fijaban en la memoria mediante descripciones impresas e ilustradas.

Entre los acontecimientos que se aprehendían de esta suerte había algunos por

completo inexistentes. De acuerdo con La imagen (1989), del historiador

norteamericano Daniel Boorstin, la creación del “seudoacontecimiento” fue

382
consecuencia de lo que él llama la “revolución gráfica” de los siglos XIX y XX, la

era de la fotografía y la televisión. Sin embargo, tampoco es difícil encontrar

ejemplos de esto mismo en la era de los grabados. En el siglo XVIII, se vendían,

adornadas con ilustraciones, las últimas palabras de los delincuentes ejecutados

en Newgate, Londres, el mismo día de la ejecución; pues bien, si el condenado se

beneficiaba de un indulto en el último momento, podía leer acerca de si propia

muerte. Un grabado de 1671 mostraba a Luis XIV en la Real Academia de

Ciencias de París, cuando en realidad el rey todavía no había visitado la academia

recientemente creada.

Fiable o no, la materia impresa se convirtió en parte cada vez más importante de

la vida cotidiana. Esta penetración merece destacarse. La difusión de libros,

panfletos y periódicos sólo fue una parte de la historia, que incluye también el

auge de dos géneros que normalmente sólo se asocian a los siglos XIX y XX: el

póster y el formulario oficial. Las noticias oficiales se multiplicaban en las calles y a

las puertas de las iglesias. En Florencia, por ejemplo, en 1558, el nuevo Índice de

libros prohibidos se exhibió en las puertas de las iglesias de la ciudad. En Londres,

a partir de 1660 aproximadamente, las piezas teatrales se anunciaban en carteles

que se ponía en la calle. A un suizo que visitaba Londres en el año 1782 le

asombró que prevalecieran los nombres de las tiendas sobre los signos. Cada vez

había más calles con los nombres escritos en las paredes. Para los habitantes de

las principales ciudades de Europa, el analfabetismo se convirtió en una

desventaja en constante crecimiento. Un visitante occidental en Tokio estaría en

buenas condiciones de comprender la angustia de alguien que es consciente de la

383
cantidad de mensajes que se exhiben en las calles (algunos tal vez importantes),

pero que no puede descifrar en absoluto.

En cuanto a los formularios impresos, ya en las primeras fases del periodo

moderno se usaban para los préstamos, las declaraciones de impuestos, los

recibos y los censos. En la Venecia del siglo XVI, por ejemplo, lo único que los

censistas tenían que hacer era rellenar las casillas adecuadas, clasificar las casas

como nobles, de ciudadanos o de artesanos, y contar la cantidad de sirvientes y

de góndolas. La Iglesia, lo mismo que el Estado, echó mano a sus formas. Los

párrocos rellenaban formularios para certificar que las huérfanas a punto de

casarse eran buenas católicas. Hacia el siglo XVII, los cardenales empleaban

formularios impresos en el cónclave para votar por un nuevo papa, con espacios

en blanco en lo que escribían en latín su nombre y el del candidato al que daban

su apoyo.

Gracias sobre todo a los periódicos diarios, registro de sucesos intrascendentes

que habría de cobrar cada vez más valor para los historiadores sociales, la

imprenta pasó a formar parte de la vida cotidiana en el siglo XVIII, al menos en

ciertas zonas de Europa (cuando en 1787 Goethe visitó la ciudad de Caltanissetta,

en Sicilia, descubrió que los habitantes todavía no se habían enterado de la

muerte de Federico el Grande, que había ocurrido el año anterior). Se ha estimado

que solamente en Inglaterra se vendieron en el año 1792 quince millones de

diarios. Y las publicaciones diarias, semanales o quincenales se complementaban

con otras mensuales o trimestrales, o sea por lo que luego se conocería como

“revistas”. También había revistas especializadas, como The Transactions of the

Royal Society of London (1665) o Nouvelles de la République des Lettres (1684)

384
que difundían información acerca de nuevos descubrimientos, fallecimientos de

científicos y, lo que no era menos importante, de nuevos libros. La reseña de libros

fue un invento de finales del siglo XVII. De esta manera, una forma de texto

impreso anunciaba y reforzaba la otra.

Otras revistas, como el periódico francés Mercure Galant, fundado en 1672,

estaba dirigido a un público menos especializado. Escrito (al menos en su mayor

parte), por un hombre, el dramaturgo Jean Donneau de Visé (1638-1710), pero

dirigido en particular a un público femenino, la revista, que se publicaba ilustrada,

adoptó la forma de una carta escrita por una dama de París a una dama del

campo. La carta, naturalmente, daba noticias de la corte y de la ciudad, piezas

teatrales recientes y las últimas modas de ropa y decoración interior, pero Mercure

Galant también incluía cuentos breves, principalmente de amor. Se invitaba a los

lectores e enviar versos y resolver acertijos, y se publicaban los nombres y las

direcciones de quienes coronaban sus esfuerzos con el éxito, junto con los

ganadores de concursos de poesía. Mercure Galant también incluía relatos, en

general halagüeños, de las acciones de Luis XIV y las victorias obtenidas por sus

ejércitos, forma de propaganda por la cual el editor recibía una pensión sustancial

del Gobierno.

En contraste, el diario inglés The Spectator, que empezó a publicarse en 1711,

dos años después que The Tatler, se enorgullecía de su independencia. Ya el

título mismo del periódico recalcaba su distanciamiento de la política de partido y

el deseo de los editores de vigilar el combate antes que mezclarse en él. Su

propósito declarado era sacar la filosofía de las instituciones académicas “para

que viviera en los clubes y las asambleas, en las mesas de té y en los cafés”. Su

385
cobertura iba de profundas cuestiones morales y estéticas a la última moda en

guantes. Lo mismo que Donneau de Visé, sus editores (Joseph Addison y Richard

Steele, que se ocultaban detrás de las máscaras de “Mr Spectator” y “Spectator

Club”) alentaron la participación de sus lectores en el periódico con el anuncio que

salió en el primer número y que aconsejaba a “los que están de acuerdo conmigo”

que dirigieran sus cartas al director. Mucha gente lo hizo y algunas se publicaron.

De un modo parecido, unos pocos años antes que Addison y Steele, el librero

londinense John Dunton (1659-1733) había fundado una revista, The Athenian

Mercury, “que resuelve todas las cuestiones, por precisas y curiosas que sean,

que propongan los ingenuos”. En sus sesenta años de existencia, el periódico

ofreció respuesta a alrededor de seis mil preguntas de sus lectores. La idea de un

medio interactivo, de lo que tanto se habla hoy, tiene sin duda sus raíces en el

pasado. Dunton fue un auténtico pionero.

El éxito de la fórmula de Addison-Steele puede medirse en parte por la cantidad

de ediciones coleccionadas de The Spectator, que continuó apareciendo durante

el resto del siglo; en parte por su traducción a lenguas extranjeras y, sobre todo,

por la cantidad de “semanarios morales” que imitaban su estilo y su enfoque en

Inglaterra, Francia, Holanda, Alemania, Italia, España y en otros países.

Los efectos del auge de los periódicos y las publicaciones de ensayo han sido a

menudo objeto de análisis desde entonces hasta hoy. Desde el comienzo tuvieron

sus críticos, algunos de los cuales se quejaban de que ponían al descubierto lo

que debía permanecer en secreto, mientras que otros los acusaban de trivialidad.

Sin embargo, también tenían sus admiradores. Así, la revista Il Caffè afirmaba que

ampliaba la mente y, más exactamente, convertía a romanos y florentinos en

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europeos. El auge de nuevos tipos de libros de referencia tales como el

“diccionario de periódicos” (Zeitungslexikon) o el gazetteer (originalmente un

diccionario de los nombres de lugares mencionados en las revistas) sugiere que

estas publicaciones ampliaban los horizontes de sus lectores, aunque sólo fuera

por dar a la gente conciencia de lo que no sabía.

Dos ejemplos concretos de su contribución a la formación de actividades en sus

lectores son los relativos al suicidio y al escepticismo. En Sleepless Souls (1990),

Michael McDonald y Terence Murphy sostuvieron que, en la Inglaterra del siglo

XVIII, “el estilo y el tono de los relatos periodísticos de suicidios promovieron una

actitud de creciente simpatía respecto de quienes se quitaban la vida”. Debido a la

frecuencia de las informaciones sobre suicidios se fue creando la impresión de

que éste era un acontecimiento común. En los periódicos se publicaban las notas

de suicidas, lo que permitía a los lectores contemplar el hecho desde el punto de

vista del actor, y estas cartas impresas influyeron a su vez en el estilo de las notas

que dejaron suicidas posteriores.

También se podría decir que los periódicos estimularon el escepticismo. Las

discrepancias entre informaciones de los mismos acontecimientos en diferentes

órganos de prensa, casi más extremas que las discrepancias entre libros a las que

se refería Eisenstein, dieron lugar a la desconfianza respecto a la prensa. Aun

cuando la gente leyera un solo periódico, difícilmente podía evitar la impresión de

la regularidad con que las informaciones posteriores de un hecho contradecían las

realizadas en entregas anteriores. A finales del siglo XVIII, las discusiones sobre la

confianza que merecen los escritos históricos citan a menudo los diarios como

caso paradigmático de la falta de fiabilidad del relato de los acontecimientos. A

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quienes habían participado en ellos –o habían sido simplemente testigos- las

exposiciones de estos acontecimientos que daban los periódicos les parecían

flagrantemente falsas, al menos en los detalles.

Ésas eran las consecuencias negativas. Más en general, los periódicos

contribuyeron al surgimiento de la opinión pública, expresión cuya primera

aparición se produjo alrededor de 1750 en francés, en 1781 en inglés y en 1793

en alemán. En la última generación se ha definido este desarrollo como el

surgimiento de la “esfera pública”, expresión debida a un influyente libro del

sociólogo alemán Jürgen Habermas cuya primera edición es de 1962. Para decirlo

con más exactitud, la frase se difundió gracias a la traducción del término de

Habermas Öffentlichkeit (literalmente “publicidad” en el sentido general de “hacer

público”) en una frase más explícitamente espacial, transformación que por sí

misma nos dice algo acerca del proceso de comunicación entre culturas.

Como en el caso de Eisenstein en torno a la revolución de la imprenta, lo que

Habermas nos ha dado no es tanto un nuevo argumento como la reformulación de

un argumento tradicional. En lugar de hablar de opinión pública, que parece

suponer consenso, Habermas habla de una arena en la que el debate tenía lugar y

ofrece un argumento acerca del argumento. Habermas afirma que el siglo XVIII

(un largo siglo XVIII que empieza en la década de 1690) fue un periodo decisivo

en el surgimiento del argumento racional y crítico, presentado dentro de una

“esfera pública” que, al menos en principio, estaba abierta a la participación de

todo el mundo. El estudio de Habermas es especialmente importante por su visión

de los medios como sistema (incluidos diarios, cafés, clubes y salones) en el que

los distintos elementos operan conjuntamente. El libro enfatiza la transformación

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estructural de esta esfera a finales del siglo XVIII en Inglaterra y en Francia, su “no

instrumentalidad” (en otras palabras, su libertad respecto de la manipulación), y su

contribución al surgimiento de las actitudes racionales y críticas respecto de lo que

después de la Revolución Francesa se conocería como “Antiguo Régimen”.

Las opiniones de Habermas sobre el debate público han dado ellas mismas lugar

a un debate público, en el que se le ha criticado que ofrezca exposiciones

“utópicas” de aquel siglo, pues no acierta a advertir la manipulación del público por

los medios, por pasar casi por alto los grupos que en la práctica estaba excluidos

de la discusión (hombres ordinarios y mujeres) y por insistir excesivamente en lo

que él denomina “caso modélico” de Gran Bretaña a finales del siglo XVIII a

expensas de otros lugares y periodos. Se ha sostenido, por ejemplo, que a

comienzos de la Europa moderna hubo más de una esfera pública, comprendida

la de las cortes reales, en las que se disponía de abundante información política y

sobre ella se discutía vivamente. Gobernantes como Luis XIV (como hemos visto

antes en este capítulo) eran muy conscientes de la necesidad de ser presentados

a una luz favorable ante este público cortés a través del amplio espectro de

medios, desde poemas y piezas teatrales a pinturas, grabados, tapicerías y

medallas (…) Los desarrollos del siglo XX, empezando por la radio y la televisión y

el desarrollo de la publicidad, cambian por completo el contexto de la tesis de

Habermas, como él mismo ha reconocido (…)

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