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SS. Pablo VI
Por la que se reforma la disciplina eclesiástica de la penitencia
Es así que la Iglesia tiene la misión de indicar a los hombres la forma recta de usar los
bienes terrenos y estimularlos a una saludable abstinencia que los defiende del peligro de
dejarse encantar. Así, el sentido religioso de la penitencia, del Antiguo Testamento, aunque
a ella recurra el hombre después del pecado para aplacar la ira divina o con motivo de
graves calamidades o ante la inminencia de especiales peligros o para obtener beneficios
del Señor, podemos decir, que el acto penitencial externo va acompañado de una actitud
interior de conversión, de reprobación y alejamiento del pecado y del acercamiento a Dios.
Aun después del pecado que ha sido perdonado, se priva del alimento y se despoja de sus
propios bienes e independientemente de la petición de gracias se ayuna y se emplean
vestiduras penitenciales, es humillarse ante el rostro de Dios, para volver la mirada hacia
Dios. En este sentido, la penitencia es un acto religioso personal, tiene como termino el
amor y el abandono en el Señor, ayunar para Dios, no para sí mismo. Es bien sabido que
había, en el Antiguo Testamento, un aspecto social de penitencia, se presenta, a su vez,
como medio y prueba de perfección y santidad. Hay quienes se ofrecen a satisfacer, con su
penitencia personal, por los pecados de la comunidad. Ello no era más que un reflejo de lo
que venía, pues en Cristo y su Iglesia adquiere, la penitencia, nuevas dimensiones.
Es Cristo, quien antes de iniciar su ministerio, pasó cuarenta días y cuarenta noches en
oración y ayuno, es a partir de aquí que su mensaje “Convertíos y creed en el Señor” toma
su fuerza, esas palabras constituyen el compendio de la vida cristiana. El reino de Cristo
solo puede llegar por la metanoia, una transformación y renovación de todo el hombre, su
ser, su sentir, juzgar y disponer, se lleva a cabo en él a la luz de la santidad y caridad de
Dios, santidad y caridad que en el Hijo se nos han manifestado y comunicado en plenitud.
Él mismo se ofrece como ejemplo de penitencia, es el modelo supremo de penitentes. Es
con él que el hombre queda iluminado con una luz nueva, reconoce la santidad de Dios y la
gravedad del pecado, es mediante su palabra que se le transmite el mensaje que invita a la
conversión y concede el perdón de los pecados, lo configura de acuerdo con su misterio
pascual, en el bautismo.
Es así que el itinerario de seguimiento de Jesús, de parte de cada cristiano, tiene como
requisito la renuncia a uno mismo, tomar su cruz, participar de los padecimientos de él, ya
no podrá vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él, por ello, la
penitencia de cada uno tiene también una propia e íntima relación con toda la comunidad
eclesial, en la Iglesia el pequeño acto penitencial impuesto a cada uno en el sacramento, se
hace participe de forma especial de la infinita expiación de Cristo; por una disposición
general de la Iglesia, el penitente puede íntimamente unir a la satisfacción sacramental
todas sus demás acciones, padecimientos y sufrimientos.
Así que, la verdadera penitencia no puede prescindir, en ninguna época, de una ascesis, que
incluya la mortificación del cuerpo, del ser, cuerpo y alma, dicha mortificación se
manifiesta después del pecado de Adán; la carne y el espíritu tienen deseos contrarios, no
implica una condena de la carne, la mortificación corporal mira por la liberación del
hombre que con frecuencia se encuentra encadenado por la parte sensitiva de su ser, por
medio del ayuno corporal el hombre adquiere vigor y restaña la herida que en nuestra
naturaleza humana había causado el desorden
Por ello la Iglesia, invita a todos a acompañar la conversión interior del espíritu con el
ejercicio voluntario de obras externas de penitencia, con la fidelidad perseverante,
aceptación de dificultades, convivencia humana, paciente sufrimiento de las pruebas y de la
inseguridad que la invade, causa de ansiedad, por la aflicción de la debilidad,
enfermedades, pobreza, desgracia, unidos a unir sus dolores con los de Cristo, pero a los
sacerdotes, ellos, han de satisfacer de forma más perfecta el deber de la abnegación.