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JORNADA DE LA CULTURA CUBANA

OCTUBRE 1981
JOVENES PINTORES
RETROSPECTIVA

Jornada de la Cultura Cubana


Dirección de Artes Plásticas y Diseño
Ministerio de Cultura

Salón Lalo Carrasco


Hotel Habana Libre
Calle L y 23, Vedado
Octubre 1981
Organización: Flavio Garciandia, Gerardo Mosquera y José Veigas
Diseño de la exposición: Rene Azcuy
Diseño del catalogo: Antonio Pérez (Ñiko)
Fotografía: Mario García Joya
Montaje: Fondo de Bienes Culturales

Agradecemos la cooperación brindada por el Museo Nacional, la UNEAC, el ICIDCA y los coleccionistas
privados.
Se aprecia el surgimiento de toda una generación de
jóvenes artistas llamada a continuar la obra de los
grandes maestros cubanos.

Resolución “Sobre la Cultura Artística y Literaria”


II Congreso del Partido Comunista de Cuba
Esta exposición solo aspira a brindar una idea sintética del surgimiento, desarrollo y carácter del movimiento
juvenil de las artes plásticas de nuestro país. No es una completa retrospectiva de la pintura, la escultura, el
grabado y otras manifestaciones abordadas por las artistas jóvenes mas destacados, pero si un ensayo de
propiciar un análisis mínimo de su trabajo creador.

Con ese fin se ha intentado una antología sumaria de algunas de las obras más importantes, presentándolas
de acuerdo con su desarrollo histórico, sus tendencias, su evolución, su rol en la época… Junto con ellas
aparece una selección de materiales documentales (fotos, catálogos, revistas, recortes de prensa, textos)
que procuran brindar una información insoslayable tanto dar una idea de las peculiaridades del momento
preciso en que broto cada obra.

Por supuesto, la exposición no pretende proponer pautas definitivas para el estudio y valoración de nuestra
plástica joven. En primer lugar porque nos enfrentamos con un fenómeno vivo, inmediato, que en este mismo
instante evoluciona, con rapidez ante nuestros ojos, y esta cercanía dificulta la objetividad critica. En
segundo, por tratarse de un movimiento muy rico, variado y complejo, cuyo análisis resulta difícil aun desde
una óptica perspectiva. Además, porque la proyección material misma de la muestra es menos ambiciosa.
Quede esta como un esbozo del feliz e importante concurso de nuestros jóvenes artistas plásticos –formados
en el proceso revolucionario- dentro de la tradición alentadora popular y combativa de la cultura cubana.

Gerardo Mosquera
Hace muchos años escribí un ensayo que encontró cierta acogida favorable en los países de la comunidad
socialista titulado Conversación con nuestros pintores abstractos. No negaba allí talento en algunos de los
que habían preferido aquella senda equivocada y hasta reconocía con toda justicia que entre ellos se
encontraban creadores que enriquecieron en su día los dominios de la aventura plástica. Lo que objetaba
entonces, y objeto hoy, es el hecho de que se excluyese de la pintura su mas profundo encargo, el de ofrecer
la peripecia humana en sus incontables e imprevisibles magnitudes, quedando todo reducido a la gracia
geométrica y a la maestría decorativa.

Otra cuestión de mucha enjundia que se planteaba entonces como grave derivación del razonamiento: la
precisión de los caminos por los que ha de cumplir el plástico su mejor destino. El artista, recordábamos, es
dueño de una virtud, de un don de inmedibles posibilidades y trasmisor de un poder que ha de impulsar el
desarrollo pleno del hombre y de su convivencia. Si esto es así, ¿puede aislarse el creador de los que, en su
contorno, rebaja o exalta el transito vital? ¿Y puede cumplirse esta responsabilidad fuera de los cauces en
que se libran los encuentros históricos del individuo con la sociedad? Debo decir que el tiempo, juez
insobornable, ha fallado a mi favor el viejo pleito. Lo dice con elocuencia concluyente esta Exposición de
Plástica Juvenil Cubana que la generosidad de sus organizadores me fuera a comentar. Hay en ella muy
valiosos aciertos y, sobre todo, mucha esperanza cierta. Y todo ello porque se ha puesto en el centro de la
inquietud al hombre y su ansiedad.

Me acojo a la linda y certera expresión de un clásico de la lengua, esperanza cierta porque formula alguna
dice mejor el sentido de esta muestra juvenil. Véase su sabiduría: esperanza alude a la impaciencia de una
mañana apetecible, y cierta al reconocimiento de que esta, en lo que anuncia lo esperado, la seguridad de su
cumplimiento. Así es el caso de esta Exposición intensamente anunciadora. Esta presencia de la pintura
nueva no es –obligada y afortunadamente- una llegada sino un arranque afortunado. Yo digo, sintiendo la
importancia de la afirmación, que este conjunto tan vario, rico y distinto, es la señal de una plástica
encarnizadamente cubana. Se evidencia en ella un elemento que justifica la comprometedora aseveración:
su voluntad de marchar al paso de la revolución más trascendente de la historia americana. Ese elemento le
da tamaño irreductible; ese elemento le otorga larga vigencia victoriosa.

Nuestro José Martí fue, por encima de todo –como adivino el poeta venezolano Aquiles Nazoa- , un
libertador de espigas:

Libertador de espigas, como el viento…


dijo el poeta que acaba de morir en su tierra; es decir, lanzador de simientes llamadas a engendrar selvas de
tamaño inesperado. Por ello, Muchas de sus previsiones se integran a distancia de su muerte. Un día
escribió Martí que el genio iba pasando de individual a colectivo. Nuestro tiempo ha confirmado la verdad de
esta sentencia y, como sucede siempre, sobre fundamentos no previstos cabalmente.

Casi no hay que aclarar que con la frase anunciadora no niega nuestro gran critico, la necesidad, la urgencia
de personalidades magistrales; lo que afirma, en lo profundo, es que tales personalidades serán convocadas
a integrar un gran coro genial que les ofrecerá niveles máximos.

En esta Exposición no hay personalidades excluyentes ni rivalidades estériles, porque todo esta atravesado
por un gran viento libertador. Ese viento debe seguir impulsando las velas. Que no se detenga esa libertad
enardecida, ni ese humanismo palpitante, ni esa fiera lealtad a los tiempos nuevos. Una plástica
revolucionaria no puede ser reiteración irrelevante de los principios que embraza. En la medida que levante
su vuelo singular, sus valores privativos, alzara su servicio a la Revolución, pues el socialismo lleva en si la
exigencia de la calidad –que en la plástica quiere decir originalidad, sin cansancio-. No olviden nuestros
plásticos leales que la belleza mejor nos pertenece tanto como la militancia irreprochable. Toda novedad es
legítima y necesaria, siempre que traduzca un mensaje que toque nuestra inquietud y nuestra esperanza.
Que no se olvide que una plástica a la altura de nuestra Revolución ha de ser ante todo una suma de firmes
valores propios y de incansable voluntad innovadora. Esta Exposición marcha hacia esos horizontes. Por ello
la saludamos en su sorpresa leal y en su rumbo insaciable.

Juan Marinello
“Palabras en una exposición plástica juvenil”
Museo Nacional, 1977
Bajo la acción revolucionaria el desarrollo nacional de la cultura fue un movimiento parejo al de aquellos
diarios acontecimientos dados a definir la conducta social: académicos y modernos abandonaban la lucha o
se fundían sinceramente a la liberación total. Era imposible la adaptación o integración de todos: de ello se
encargaron la heredada alineación domestica y la conciencia deificada por el capitalismo. En verdad la
enseñanza de la plástica viciada ya, tampoco correspondía a la profunda renovación emprendida (…).

Para la generación de la Revolución –esa que se forja en las escuelas y universidades- habría otros criterios.
El conocimiento de toda la pintura y escultura pasada o de vanguardia –en la acepción histórica del termino-
la no aceptación dogmática de una tendencia determinada y el aprovechamiento de los símbolos producidos
por la imaginación se vincularon a una latente necesidad por expresar las inquietudes diarias, las vivencias
fundamentales de la época, y catalizaron la profundización de la enseñanza plástica; de por si, todo lo
anterior entrañaba una ruptura. Temas, personajes y puntos de vista contemporáneos se mezclaban a un
mundo de formas arrancadas al paisaje visual o a las influencias artísticas variadas, en proceso de
asimilación critica (…)

Manuel López Oliva


De “El proceso didáctico de las artes plásticas en Cuba”
Granma, septiembre de 1969
Sin embargo, y a pesar de los éxitos alcanzados en tan pocos años, esta nueva promoción de pintores,
dibujantes y grabadores, tiene múltiples dificultades para vencer. Muchos de ellos no recibieron, durante su
formación profesional, la mejor preparación técnica, sobre todo en el dominio del dibujo –entre otros
aspectos- los cuales les resultan imprescindibles para el tipo de arte que hoy realizan. A su vez las imágenes
creadas, adolecen aun de reflejar un contenido débil y parcial de la realidad, aunque positivamente matizado
por una tónica nacional. Hay en muchas de estas obras, una concepción de la imagen más cercana
propiamente al lenguaje del diseño grafico. Lo cual resulta comprensible, ya que el cartel por su calidad en
todos los sentidos, ha sido manifestación de las Artes Plásticas más representativas del proceso
revolucionario. Es lógico, por tanto, que su influencia alcance la pintura y el dibujo, además de que muchos
de estos jóvenes son también diseñadores.

La producción artística realizada en lo que va de esta década, puede clasificarse como una etapa de transito,
donde todavía no se ha agudizado la lucha estética entre lo viejo y lo nuevo.

La presencia de lo nuevo en nuestras Artes Plásticas de hoy, esta brotando con fuerza incontenible. Ya
vendrán los tiempos en que las contradicciones de tipo estético, indicaron el surgimiento de un sólido y rico
arte revolucionario. Por lo pronto ya nuestros jóvenes artistas comienzan a trabajar con un método realista,
lo cual es signo seguro del triunfo de un arte nuevo caracterizado por su alto contenido humano.

Angel Tomas
De “La generación de la esperanza cierta”
El Caimán Barbudo, agosto de 1978

Las artes plásticas tradicionales (pintura, escultura dibujo, grabado, etc.) sufrieron transformaciones
significativas desde el triunfo de la Revolución. No pretendemos mencionar a todos aquellos que, jóvenes
aun en los años sesenta –y en realidad, jóvenes todavía-, marcaron el rumbo de una parte de la plástica
cubana; la tarea resultaría interminable. Aunque hagamos un recuento, breve por demás, nos
concentraremos en la mas reciente promoción de pintores, dibujantes, grabadores y fotógrafos, ya que estas
manifestaciones representan las direcciones fundamentales que tomaron y enriquecieron los jóvenes
creadores. Otras manifestaciones no han tenido la acogida que era de desear (pensamos en la escultura y la
artesanía, por ejemplo).

Un factor esencial, en el origen de las nuevas promociones, lo constituyo la creación, en 1962, de la


(entonces) Escuela Nacional de Arte (ENA). En ella se formaron jóvenes procedentes de todo el país, que
durante su permanencia en la escuela (por un periodo de cinco años) obtenían el más alto nivel técnico y
artístico, bajo la dirección e influencia de algunas de nuestras figuras más sobresalientes en la plástica. En
1965, la celebración de la “Primera Bienal de Artistas Noveles de Cuba” dio a conocer a algunos de esos
alumnos de la ENA, que mas tarde formarían el primer grupo de egresados: Emilio Fernández de la Vega,
Ever Fonseca, Cesar Leal, Waldo Luis Rodríguez. En 1967, la convocatoria al “Salón Nacional de Dibujo” da
a conocer otra nutrido grupo de alumnos de la ENA, esta vez, de dibujantes: Nelson Domínguez, Osvaldo
García, Manuel Castellanos, Pedro Pablo Oliva, Alberto Jorge Carol, que se destacaban dentro del conjunto
de las obras presentadas por su calidad, evidenciando ya públicamente el nivel de las nuevas promociones.
Muchos de ellos, lo que derivaron hacia la pintura, mostraban la influencia de los grandes maestros de todos
los tiempos, por un lado, y de sus profesores-artistas, por otro, que con el tiempo fueron borrándose sabia y
lentamente con la adopción de nuevas opciones plásticas, mas contemporáneas. En medio de estos
primeros tanteos, un hecho relevante imprime una dinámica singular al proceso de formación de los jóvenes
pintores: El “Salón de Mayo” de 1967, realizado en la Habana. Las muestras de la nueva figuración, el pop-
art y op-art incidieron en la obra de muchos creadores jóvenes que, sensibilizados con estas novedades
expresivas, derivarían en el futuro hacia algunas de las dos marcadas tendencias que han caracterizado la
nueva pintura cubana: el neoexpresionismo y el fotorrealismo. Posteriormente, los Salones Nacionales
Juveniles de Artes Plásticas, organizados por la Unión de Jóvenes Comunistas, vinieron a confirmar la
presencia masiva de nuevas promociones en el ámbito de la plástica, las que no solo colmaban aquellos,
sino todos los concursos convocados anualmente en el país.

Un detenido análisis muestra que las dos tendencias importantes en la obra de los jóvenes expresan, en
cierta medida, zonas temáticas diferenciadas: la naturaleza cubana (su flora y fauna, junto a los hombres del
campo) y el ámbito urbano, con sus objetos del mundo artificial y las acciones masivas revolucionarias.
Ambas expresan la realidad de la Revolución: la primera, con grandes momentos líricos donde se funden
ricas tradiciones pictóricas (Carlos Enríquez, Servando Cabrera, Antonia Eiriz, Abela) asimiladas y
decantadas inteligentemente. En ella encontramos a Nelson Domínguez, Ernesto García Peña, Osvaldo
García, Eduardo Roca (Choco), Pedro Pablo Oliva y Raimundo Orozco (con marcado interés hacia la
neofiguración). En la segunda tendencia base eminentemente fotográfica, hallamos un conjunto de imágenes
donde aparecen relacionados los objetos del entorno artificial y el hombre, o la figura humana
oleofotograficamente plasmadas. Esta tendencia se apropia de una línea que proviene directamente* del
pop-art y de otra que pudiera clasificarse la hiperrealista (aun sin llegar a la culminación del genero, como ha
sucedido en otros países). Los jóvenes pintores afiliados son Cesar Leal (uno de los iniciadores del empleo
de la fotografía en la pintura, como base, que extiende a toda su obra de pintor, grabador y dibujante); Flavio
Garciandia (exponente fiel del hiperrealismo), Rogelio López Marín (Gory), Aldo Menéndez (con marcado
interés hacia el retrato), Aldo Soler, Nélida López y Gilberto Frometa.

Tendría que transcurrir un cierto tiempo par que la enseñanza de las Artes Plásticas, adquiriese un equilibrio
más racional en sus programas docentes. A su vez, las promociones que egresan a finales de la década del
60’ y principios del 70’, posteriormente vencieron las contradicciones vividas en su periodo de formación,
dada por la misma conciencia revolucionaria adquirida en el desarrollo de este proceso.

Quizás el evento que mejor refleje las contradicciones y debates ideológico-estéticos, implícitos en la
creación de nuestras artes plásticas durante esa época, fue el Salón Nacional de 1970. En las obras
expuestas, en su mayoría, estaban presentes los experimentalismos vacíos de toda la realidad, la
deformación de lo real, lo grotesco y quizás hasta algunas imágenes cercanas a la alineación. Se había
alcanzado la siempre ansiada “actualización formal”, pero perdiendo toda identidad nacional. Ello
indiscutiblemente no coordinaba con la línea política cultural que fomentaba la Revolución. La lucha
ideológica entre lo viejo y lo nuevo llegaba a su clímax. Era necesario, pues, el desenlace.

El Congreso Nacional de Educación y Cultura (1971), puntualizo aun mas la política cultural que estaba
esencialmente trazada en las “Palabras a los intelectuales”. Entre los acuerdos tomados en este Congreso,
además de otros aspectos, se señalo la importante función ideológica del arte en la sociedad (“El arte es un
arma de la Revolución. Un producto de la moral combativa de nuestros pueblos”). Ello determinaba por tanto
que el artista no debía mantenerse en una actitud social intemporal, al margen de la vida. De hecho, por
tanto, la obra de arte como un importante elemento de activa participación en la construcción de la nueva
sociedad debía poseer un carácter esencialmente realista.

En el mencionado Congreso se acordó también, que las diversas manifestaciones artísticas se dirigiesen
hacia: “Trabajar en el desarrollo de nuestras propias formas y valores culturales revolucionarios”; “Asimilar lo
mejor de la cultura universal, sin que nos lo impongan desde afuera”.

Todas estas consideraciones provocaron una reorientación en la producción artística que se venia
ejecutando. Las inquietudes por estar al día en las “renovaciones formales cosmopolitas” disminuyeron. Era
necesario ya trabajar de lleno en lo mejor de nuestro pasado cultural y producir obras que reflejasen más
adecuadamente nuestra realidad, sin que ello significase abandonar la posibilidad de utilizar lenguajes
artísticos provenientes de otras culturas.

Es a partir de tales momentos que entra en juego, como movimiento, la joven generación de artistas pastitos.
La misma esta constituida por jóvenes principalmente graduados en las escuelas de arte, además de
algunos autodidactas; en cuanto a la edad no sobrepasan los 30 años.

Sin entrar estos jóvenes en las disyuntivas generacionales, tradicional problema en otros sistemas sociales,
comienzan a crear obras utilizando elementos identificativos de los valores nacionales. Indudablemente se
proponen dar respuesta práctica a los objetivos propuestos en la política cultural del país. Por ello muchos de
estos jóvenes creadores, comienzan a estudiar con más precisión las obras de aquella generación de
pintores que a finales de la década del 20, se propusieron crear una pintura esencialmente nacional. Nos
referimos a la generación de Víctor Manuel, Carlos Enríquez, Marcelo Pogolotti, etcétera. A su vez, también
se identificaron con la obra de los pintores más contemporáneos, cuyas imágenes y lenguajes se
pronunciaban hacia la búsqueda de un arte adecuado a nuestra realidad. Esta actitud no constituía una
acción encaminada a refugiarse en el pasado sino la de tomar este como punto de partida básico para crear
una pintura nueva. Por lo tanto a partir de ese momento, pierde intensidad el crear sobre la base de un
mimetismo cosmopolita, para dar inicio a la búsqueda de una expresión propia.

La variación estética que debía provocarse en nuestras artes plásticas a partir del citado Congreso, dado por
objetivos y especificas condiciones de nuestra realidad política y social, no fue, principalmente para los
jóvenes creadores, una contradicción antagónica. Ellos son la primera horneada de artistas formados
integralmente, por el primer Estado Socialista de América, para contribuir con sus obras a la gestación de
una nueva sociedad. Sus condiciones de revolucionarios ante todo, no les permiten las disyuntivas
ideológicas propiciadas desde un falso individualismo de carácter intelectualista. Así pues emprenden
tesoneramente la labor de crear un arte revolucionario.

Gradualmente, en las obras de estos jóvenes, van menguando las imágenes deformadas de la figura
humana, la composición abstracta y otros recursos expresivos, para acercarse a una línea más realista y de
hecho figurativa. La figura humana pasa a ser el centro esencial de sus obras. Hay una necesidad de
objetividad artística. Los temas son disímiles, pero tratados con una óptica común.

Los campesinos con sus realidades de fantasías y costumbres, el pueblo integrada a las tareas agrícolas, a
la defensa de la Patria, las luchas de nuestra liberación tanto de las de la independencia como la
insurreccional, retratos de héroes y lideres revolucionarios, la mujer, los jóvenes, las acciones cotidianas,
constituyen algunas de las temáticas que buscan acercarse a la realidad. Los lenguajes expresivos utilizados
son variados, garantizándose así la necesaria individualidad artística. De entre los muchos artistas jóvenes
que trabajan en esta dirección, solo citaremos unos pocos: Pedro Pablo Oliva, Zaida del Río, Nelson
Domínguez, Manuel Castellanos, Eduardo Roca, Carlos Cruz Boix, Cosme Proenza, etcétera. Otros jóvenes
artistas coinciden en utilizar la fotografía como el elemento básico para elaborar sus composiciones
pictóricas. Ellos, siguiendo la tendencia fotorrealista e hiperrealista nacida en los países capitalistas
desarrollados, en los inicios de la década del 70’, buscan representar una realidad objetivizada por la
fotografía. Sin embargo, no porque sus imágenes tengan un mayor tratamiento de verismo, creemos que por
ello sean más realistas. Sus obras padecen más de un naturalismo reproductivo que propiamente de un
realismo interpretativo. No obstante, ellos buscan variar este lenguaje del específico contenido que posee en
las sociedades de consumo y utilizarlas con imágenes referidas a nuestro contexto social. De este modo
predominan en sus oleos los retratos de héroes revolucionarios, hechos históricos de los cuales hay
constancia fotográfica, figuras jóvenes en la vida cotidiana y otros aspectos. Dentro de estos pintores
fotorrealistas, algunos se ciñen lo más exactamente posible a la fotografía, mientras otros la utilizan siendo
menos fieles a ella. Entre los jóvenes, integrados de un modo más o menos directo a esta tendencia,
podemos mencionar a Flavio Garciandia, Aldo Menéndez, Cesar Leal, Gilberto Prometa, Aldo Soler y otros.

Durante los inicios de esta década del 70´, se constituyeron importantes Salones Nacionales de Artes
Plásticas, como: el Salón "26 de Julio", patrocinado por el MINFAR; el Salón Juvenil, realizado por la UJC y
el Ministerio de Cultura; el Salón de Profesores e Instructores de Arte; el Salón Permanente de Jóvenes en el
Museo Nacional. Tales eventos han logrado motivar el trabajo creativo en esta manifestación, así como
promover las búsquedas hacia un arte revolucionario. A su vez, en dichos Salones la principal participación
ha sido por el movimiento de jóvenes artistas. Los premios y menciones alcanzados, han permitido conocer
las nuevas figuras que en las Artes Plásticas tenemos hoy en el país. Pero no solo en el ámbito nacional el
movimiento juvenil ha trascendido con su producción artística. Múltiples exposiciones y concursos
internacionales han conocido el trabajo que realiza la nueva generación de artistas formados por la
Revolución. Los premios obtenidos en dichos eventos patentizan la calidad artística lograda. En realidad,
nunca antes en la historia cultural del país se había dado un movimiento tan masivo y con tan alto nivel de
calidad.

Los mas recientes pintores cubanos, actuando desde una posición social que en nada se aparta de la que
concreta cualquier otro trabajador –ya sea manual o intelectual- dentro del contexto presionante y
apasionado de la construcción revolucionaria, han logrado, al tiempo que estructurar un movimiento
numeroso, ir cuajando esas individualidades que son precisamente las que lo conforman. No hay que ignorar
como el ejercicio de este arte continua siendo uno de los mas ensimismados; sobre todo, mientras no se
rompa el criterio de la máxima preeminencia de la obra única, de la pieza de caballete destinada a la
exhibición en los centro ritualizados para esta manifestación.

En una dirección de ruptura con los criterios tradicionales ha habido apuntes, si bien escasos, a partir de
iniciativas que han llevado a algunos jóvenes a situar murales en escuelas secundarias básicas en el campo.
Algunas muestras han ido a otros centros estudiantiles, o a lugares de producción llevadas por la Brigada
Hermanos Sainz; pero todo esto no rebasa los limites que sitúan el entusiasmo por lograr un margen mas
amplio de incidencia, y dista bastante de ser una corriente orgánica, que estimamos de muy importante
integración para dar salida a la inquietud que debe caracterizar a los jóvenes. Porque es en esas opciones
de mayor alcance, que el arte visual, así generado, puede encontrar una verdadera relación dialéctica con
quienes deben ser comitentes extendidos: las capas más amplias de la población.

Estos creadores, que a su vez ejercen en su gran mayoría la docencia o tientan el recurso del diseño como
actividad cotidiana, es innegable que sitúan dentro de la expresión bidimensional una entusiasta intención de
vincularse a los procesos transformadores que se producen en Cuba, y resultan entes activos dentro de una
estructura que ofrece posibilidades de realización nunca antes explicitas. Han logrado, con todas las
limitaciones que determinan circunstancias como el hecho de que en ninguno de los casos se dedican de
modo exclusivo a su trabajo individual como creadores plásticos, mantenerse al ritmo de los tiempos, no
perder la relación con corrientes de tipo internacional; han tomado de ellas lo que puede resultar valido
dentro de nuestro contexto para trasmitir conceptos, acontecimientos, que resultan filtrados a su vez por una
sensibilidad determinada por eventos transformadores de la realidad existencial, por esa vida que es el
entorno en el que actúan. Durante su tiempo libre, aprovechando casi toda oportunidad de trasmitir vivencias,
no pocos jóvenes han alcanzado resultados interesantes y que no pueden tomarse más que como claros
indicadores de talentos muy vinculados al acontecer del que son factores activos en lo personal.
Encontramos las exposiciones colectivas de diverso tipo, que han dado oportunidad para apreciar una labor
de conjunto; es decir, las muestras que con la intención de servir a manera de resúmenes, se han montado
en el Museo Nacional. Pero es difícil hacerse un criterio profundo de las calidades de estos individuos que
integran el movimiento, a partir de la apreciación de una o dos piezas, que es lo que una exhibición de ese
tipo posibilita; lo que realmente estimamos sintomático de los logros alcanzados en la formación y el estimulo
de las capacidades creadoras, es la certidumbre que evidencian las numerosas exposiciones personales con
un nivel mas que apreciable, sorpresivas si no tuviéramos antecedentes de toda una base que apuntala y
posibilita la expresión artística. Un grupo de jóvenes, lejanos aun de alcanzar las tres décadas de vida,
irrumpieron con muestras que evidencian no solo un buen ejercicio técnico y su vinculación estrecha con los
propósitos fundamentales que animan la creación en nuestro país; ser arma para el combate, factor
concientizador, posibilidad para el disfrute estético. Ellos, dentro de una continuidad lógica con anteriores
generaciones que entregaron lo suyo, muchos de cuyos representantes continúan activos afirmando
momentos, marchan con el quehacer y el sentir bien enraizado en lo que nos identifica, la sensibilidad
solidamente situada en el presente, la intención apuntando hacia el futuro.

Con pocos meses de separación, tres galerías de la capital acogieron exposiciones personales de jóvenes
artistas: Manuel Castellanos, Nelson Domínguez y Zaida del Río. Con el acento puesto en el dibujo, en el
grabado –hay razones de posibilidades en cuanto a medios físicos y también expresivas que así lo
determinan-, mostraban ya una interesante gama de los diversos caminos que la verdad de un clima creado
por la Revolución puede seguir, cuando hay la apoyatura técnica necesaria, la sensibilidad artística
indispensable y la vinculación al proceso que estos artistas muestran tan a su modo. Ahí están, asumidos por
individualidades creadoras que no olvidan su especificidad como integrantes de un determinado
conglomerado humano, los temas, los elementos que marcan una idiosincrasia, una manera de ver la vida
para recrearla, y también la urgencia de que no se pierda el nexo con un lenguaje artístico, tan actualizado
como las condiciones materiales lo permiten, para no perder esa universalidad que parte de lo nacional;
característica sin la cual la formulación se encierra en un estrecho marco, se hace ininteligible dentro de un
ámbito internacional donde precisamente toda la proyección de un arte surgido del país que hace la primera
revolución socialista en América, tiene que resonar.

No son los únicos jóvenes con valores. Lo que precisamente apuntala esas individualidades son las decenas
de artistas vinculados con un contingente acrecido incesantemente. Pero en los citados encontramos ya una
labor cuajada en calidad y numero, la certeza que establece el pasar una prueba importante en el sentido de
ofrecer un grupo de obras que los represente como individualidades creativas y que, al propio tiempo,
alcance a reflejar un tiempo humano al que todos pertenecemos. Hay algunos que a veces, con un cuadro o
con un pequeño grupo de piezas han logrado el impacto necesario, el incidir en la percepción alcanzando
mover el ambiente con el poder de esa osmosis entre ser humano y naturaleza en armónica convivencia; tal
como hizo Flavio Garciandia con un cuadro de los valores de Todo lo que usted necesita es amor. Aquí, no
por azar, parte de un medio técnico actual –la fotografía-, se vincula a una corriente internacional como el
hiperrealismo y toma como signo representativo de esa juventud creadora precisamente a otra artista
plástica, Zaida del Río, que le sirve de eficaz vehículo a la hora de expresar a una generación que nos
define, a la par que afirma toda una nueva realidad. Pero preferimos esperar esos otros momentos, cuando
los indicios del indudable talento llegan a una meta no conclusa en si misma –no es sino la apertura hacia
nuevas responsabilidades- que es la sedimentación del trabajo en un conjunto que someter a juicio. No
obstante, ahí esta esa pieza que, aun como exponente un poco solitario, se encuentra seguramente
destinada a trascender, pues expresa ese aire fresco, esa necesidad de transformación y de abordaje de lo
actual a partir de la exploración de todos los aportes técnicos al alcance, caracterizadora de toda expresión
joven.

Se afirma una posición neta. El arte es simbólico por naturaleza; la pintura determina un grado de
concentración de las vivencias que no se consigue a través del servil reflejo de la vida; porque esta, en sus
multifacéticas e ilimitadas posibilidades, la trasciende con creces. Buscar el signo justo, la imagen
totalizadora, es obra que se levanta con rigor técnico, con firmeza conceptual, con imaginación creadora. No
sirve la narración, vale el canto.

Esta posibilidad del canto, de la nota creadora, de la puesta en tensión de las capacidades, es lo que
determina la existencia de un movimiento como al que nos referimos. No esta dado por tres, cuatro o cinco
nombres; pero es lógico que algunos actúen como avanzada artística, como factores punteros a la hora de
manifestarse. Develar lo que resulta ocasionalmente enmascarado por lo aparencial es tarea de los jóvenes.
Solo si la pintura de hoy marcha estrechamente unida con las otras expresiones artísticas, si encuentra por si
misma, y con todos, esa apertura hacia delante que tipifica a todo arte vivo, continuara siendo justamente lo
que le autodefine, joven

Alejandro G. Alonso
1978
Cuando a finales de 1967 se graduaban los primeros alumnos de la Escuela Nacional de Arte, de
Cubanacán, estos encontraron ante si un terreno cultural propicio, abonado por grandiosos esfuerzos, entre
otros: la Campaña de Alfabetización (1961), el vasto plan para crear en toda la nación una red de salas de
exposiciones, museos y galerías de arte, y lo que es mas importante, las numerosas nuevas escuelas de
nivel medio y talleres de artes plásticas que demandan y verdadero ejercito de profesores. De manera que
no se volverán a repetir aquellas ingratas escenas del ayer, cuando los graduados eran arrojados a la calle
con un titulo que en la mayoría de los casos solo servia para que se ocupara un lugar entre las fotos y
recuerdos de familia.

A la par que los primeros egresados de Cubanacán comenzaban a ejercer como profesores durante su post
graduado (dos años de trabajo social), para nuestro pueblo se cerraba un periodo trascendental de
continuado batallar por la independencia nacional, una perspectiva histórica que abarca cien años de lucha
(1866-1968), coronada con el creciente prestigio conquistado por la Revolución, plenamente consolidada.

Es ante esa sugerente panorámica que se emprende la obra de cada uno de ellos; acicateados además por
la enorme necesidad de sus productos, los cuales difícilmente pueden mantener el ritmo de las exposiciones
que en solo diez años de Revolución superarían la cifra de todas las celebradas durante los cinco decenios
de republica mediatizada. Tanto esta, como las otras promociones que le suceden, enteramente formadas
por la Revolución dentro de un sistema educacional asegurado en todos los ordenes por el Estado, van a
madurar rápidamente, rindiendo frutos muchos antes de lo que se podía esperar. Aun sin finalizar la década
serian reconocidos ya algunos de estos jóvenes valores, que en 1970 se medirán de igual a igual con
anteriores generaciones en el Salón 70 (Museo Nacional), gigantesca muestra que represento un esfuerzo
por recoger el trabajo realizado por la plástica cubana en los diez primeros años de la Revolución.

Como genuino estimulo al trabajo creador, a su calidad y no como en el pasado para fabricar figuras y lucrar,
se promueven nuevos salones competitivos: Salón Juvenil (1971), Salón 26 de Julio de Artes Plásticas de las
FAR (1973), Salón de Profesores e Instructores de Arte (1973), etc. Dos corrientes fundamentales
introducidas por jóvenes van a acaparar la mayoría de los premios en estos salones. La primera corriente
viene a ser una revalorización de la obra de autores de nuestra primera vanguardia (Víctor Manuel, Carlos
Enríquez, Abela, Lam, Amelia e incluso Servando y Acosta León), al tiempo que profundizan en el
neorrealismo y en el neoexpresionismo. La segunda incorpora una reciente asimilación; un acercamiento a la
llamada base fotográfica y a las últimas corrientes neorrealistas.

En una u otra forma, su pintura es ejemplo de compromiso revolucionario. Aparte del enriquecimiento de
temas, que como el campesino ya gozaban de una tradición, se adentran en temáticas inexploradas (la
militar, la deportiva, la de la solidaridad internacionalista, etc.). También presentan una rica iconografía que
abunda en imágenes de héroes y mártires revolucionarios.

Esta numerosísima generación tenía un promedio de edad de 22 años al recibir los más significativos
premios nacionales, y 25 al presentar sus obras en Europa, África y América Latina, donde también
merecieron importantes distinciones. Asombra el número de muestras en que participo cualquiera de ellos en
un solo año (un promedio aproximado de 30 en 1976), sobre todo si tenemos en cuenta que no se trata de
profesionales dedicados enteramente a la creación.

Existen momentos significativos en la trayectoria de estos creadores que coinciden con hitos en el desarrollo
de nuestra cultura: se dan a conocer en un salón (el juvenil de 1971) nacido al calor de los acuerdos del
primer Congreso de Educación y Cultura (1971) y alcanzan sus plena madurez artística en medio de
repercusiones de las Tesis sobre Cultura Artística y Literaria del Primer Congreso del Partido Comunista de
Cuba.

Tanto en la pintura como en cualquiera de las distintas manifestaciones plásticas, durante el periodo
revolucionario, la asimilación de corrientes foráneas de vanguardia adecuándolas a nuestros contenidos ha
sido en todo momento rica e inteligente, y ha sabido neutralizar los elementos de penetración y diversionismo
ideológico de que a veces ellas han sido portadoras. Sin embargo el peso de lo formal ha cedido de manera
considerable y las búsquedas expresivas parecen predominar.
Se hace notar una formación artística más integral. Es común encontrarnos con excelentes pintores que
también se destacan como dibujantes, grabadores o diseñadores gráficos. Lo que resulta más difícil si
ponemos en la balanza la independencia alcanzada por el dibujo, el grabado y el diseño.

El balance general en las plástica, a partir de 1959, es alentador, pero no por eso puede hablarse de que se
ha creado un realmente nuevo: creemos que aun no es tiempo, la propia Revolución es todavía un hecho
histórico reciente. En infinidad de entrevistas a destacados jóvenes artistas plásticos se coincide en afirmar
que la Revolución ha creado todas las condiciones objetivas y subjetivas para que surja un arte nuevo; esta
claro para ellos que sus realizaciones no están aun a la altura de la Revolución. Lo nuevo por ahora siguen
siendo los acontecimientos de esta constantemente renovada realidad que los impactan.

¿Qué plantea el futuro inmediato a los plásticos cubanos?

No cabe duda que lo primero es una toma de conciencia del papel que asume el arte en nuestro tiempo. Si
hasta el presente dominan en la plástica nacional los estilos personales y el desarrollo individual, el mañana
se presenta con objetivos que demandan el trabajo colectivo y las realizaciones de tipo interdisciplinarias.
Solo así es posible una ruptura, una contradicción fundamental entre lo viejo y lo nuevo. Lo que no quiere
decir que se renuncie absolutamente a los productos individuales.

Estos veinte años nos han dejado buenos cuadros, grabados y dibujos a pesar de que fueron hechos en la
mayoría de los casos para sentar un "precedente en los Salones" o "cumplir con determinada actividad", es
justo reconocer en una fase de trabajo mas serio y exigente y de ahora en lo adelante es lógico esperar
mayores logros.

"La generación ascendente" como la calificara Carpentier en sus palabras al catalogo de la exposición
"Cuba, pintores de hoy" en Paris (1977), a siete años de su despegue en el primer Salón Juvenil (Museo
Nacional 1971), se encuentra en un instante crucial de su desarrollo que entronca con una impresionante
ampliación de posibilidades para el arte nacional cabalmente sintetizada en la expresión: ¡Ha triunfado la
justicia! ¡Adelante el arte! (Armando Hart, discurso clausura del II Congreso de la UNEAC).

Aldo Menéndez
De “La generación ascendente”
Bohemia, diciembre de 1980
(nueva versión de un texto publicado
en 1975 en Revolución y Cultura)
Como bien señala José Veigas en sus apuntes, dentro de las dos tendencias señaladas se mueve la mayoría
de los jóvenes artistas en la actualidad. Podemos anotar, sin embargo, algunos cuyas obras se salen de
ellas, situándose, por así decirlo, en zonas “liberadas”, alejadas de las influencias y asimilaciones más
comunes. Se trata de Ever Fonseca, Juan Moreira y Manuel Mendive; que presentan diversas vías de
acercamiento a la realidad: realismo mágico, surrealismo, cierto primitivismo y experimentos texturales (a
veces, cercanos a la escultura). Otro tanto sucede con Alberto Jorge Carol y Juan García Miló, quienes,
integrados a las labores del Grupo de Teatro Escambray, desarrollan una pintura “por encargo”como
necesidad especifica para complementar tareas culturales y sociales del grupo, planteando a través de los
cuadros los problemas fundamentales de la región. Esta experiencia, única en la historia de la plástica
cubana, se conoce con el nombre de cuadrodebate. Sus formas, sus temas, están condicionadas por su
eficacia política e ideológica. Así, a grandes rasgos, la pintura.

En otras manifestaciones no son tan masivos los resultados no tantos los caminos escogidos. El dibujo, que
“vive un verdadero reconocimiento basado fundamentalmente en la actividad de los artistas más jóvenes”, se
mueve dentro de marcos más o menos conocidos, bajo la influencia de algunos artistas mayores. En el
conjunto –formado por Roberto Pandolfi, Rafael Paneca, Cosme Proenza, Roberto Fabelo, Isabel Gimeno,
Zaida del Río, Pablo Borges, Enrique Pérez Triana, Modesto Braulio y Pablo Labañino- puede destacarse,
por su alejamiento de las líneas directrices generales, la obra de Eugenio Blanco (Ludovico), con su
tratamiento de colores brillantes, planos, utilizando lápices y plumones de fieltro de marcadas influencias
graficas, y Manuel Castellanos, con su universo fantástico de animales y seres humanos.

En 1962, en pleno proceso revolucionario, la creación del Taller Experimental de la Grafica (conocido como
“el Taller de Grabado”), en la Plaza de la Catedral, renueva el panorama de esta manifestación en el país.
Los jóvenes (cronológicamente) se hallaban entonces iniciando sus estudios en las escuelas recién creadas
de artes plásticas. Es a partir de 1966 cuando comienza a surgir la primera promoción de nuevos
grabadores, con la entrada en el “Taller de la Plaza” (se le empieza a denominar así) de Rafael Zarza, Luis
Miguel Valdés y Roger Aguilar. Junto a ellos se hallaba produciendo José Contino (ese magnifico
responsable del Taller a quien tanto debe el desarrollo del grabado cubano), estimulando la actividad de los
jóvenes, enseñándoles las técnicas e instrumentos fundamentales. Es a partir de este grupo que el grabado
aparece en las primeras exposiciones colectivas en Cuba y el extranjero.

A medida que se graduaban alumnos de la ENA y de la Escuela de Instructores de Arte, se iba


incrementando la práctica del grabado. Así se formo el segundo grupo (más numeroso) alrededor de 1970:
Eduardo Roca, Raimundo Orozco, Nelson Domínguez, Rafael Paneca, Diana Balboa, Roberto Fabelo, José
Omar Torres y Ernesto García Peña se agrupaban en torno al Taller. En Santiago de Cuba se iniciaba
lentamente otro Taller, con Oscar Carballo como la figura central. El Taller de la Plaza era de hecho una
escuela formadora en el mejor sentido de la palabra; no solo para la litografía –que era la técnica mas usada-
sino también para la madera, el metal, el linóleo. Los temas abordados resultaron similares a los que cada
artista desarrollaba en su pintura o dibujo. Los campesinos (vieja tradición pictórica) fueron asumidos por un
nutrido grupo, con sus variantes muy personales en cuanto a cierta expresión lírica, otra lineal, otra un tanto
agresiva y, a veces, con carácter experimental. Los retratos de héroes y mártires de la Revolución, y los
mambises del siglo XIX son temas también de un fuerte grupo, así como el paisaje rural y el paisaje urbano.
Casos aislados han tratado la maternidad, cierta abstracción un grafismo pop cercano a tendencias
internacionales de diseño. Algunos realizan experimentos gráficos con la incorporación de nuevos materiales
(cartón, plástico) y la utilización de maquinas de prueba de impresión para aumentar las tiradas.

El grabado se ha promovido (aunque no todo lo que se debiera) a través de las convocatorias al I Salón
Nacional de Grabado en 1973, en Santiago de Cuba, al que envió obras un reducido grupo de participantes;
y al II Salón, en 1975, en La Habana, ya con una mayor participación y una mayor calidad. Hasta la fecha no
se ha vuelto a convocar un nuevo Salón. Como se ha estimulado verdaderamente esta manifestación es con
la creación de nuevos talleres en diversas zonas del país: el Taller de Santiago de Cuba, el de la UNEAC, en
la Habana y, mas recientemente, el de Isla de Pinos. Puede afirmarse, sin lugar a dudas, que son los jóvenes
quienes llevan el peso de la producción de grabado en nuestro país, y que a ellos se debe su auge actual.

Nelson Herrera Ysla


De “Un mundo nuevo de imágenes”
Universidad de la Habana, 1978
Cuando triunfa la Revolución, en 1959, el panorama pictórico cubano muestra la fragmentación que distingue
la pintura de hoy. Esta fragmentación a la que hace referencia Jorge Rigor, no es más que el resultado lógico
de las inquietas búsquedas formales que determinaron la marcha de las artes plásticas durante la década del
cincuenta. Por un lado podía observarse, entre los mas jóvenes, a un grupo que mantenía “la tradición del
27” de manera mimética, sin nuevos aportes mientras otros, volcaban todos sus esfuerzos por mantener
corrientes apenas renovadas como el surrealismo, el expresionismo y el cubismo, mientras la mayoría
practicaban la abstracción.

Al quedar superada una de las mas funestas etapas de nuestra historia republicana, conjuntamente con el
saneamiento del ambiente político y las primeras medidas del Gobierno Revolucionario, se avizoran en el
panorama cultural, las posibilidades y condiciones que solo podía brindar una Revolución socialista.

El “Salón anual repintura, escultura y grabado” (homenaje a Víctor Manuel), celebrado en octubre de 1959 en
el Palacio de Bellas Artes, fue el marco apropiado para dar a conocer un amplio panorama de la plástica
cubana. Entre sus propósitos se contaban “descubrir a algún joven creador” a la vez que se presentaba
como “el encuentro indispensable entre las distintas generaciones de artistas que actualmente trabajan en
Cuba”. Alrededor de la cuarta parte de los expositores no rebasaban los treinta y cinco años. Allí expusieron
por primera vez en un salón nacional, algunos jóvenes que durante la década del sesenta dominarían con
sus envíos las exposiciones nacionales e internacionales.

Numeroso fueron los intentos entre 1963 y 1967 para desarrollar un movimiento juvenil en la plástica que
estuviera a la altura de las tareas que las masas impulsaban tras la exitosa campaña de alfabetización y la
constante necesidad de superación cultural y militar que imponían, por un lado, el desarrollo del país, y por
otro, las constantes amenazas del enemigo. Más, todos los empeños por agrupar a los jóvenes artistas
plásticos en una organización que fuera un vínculo eficaz entre ellos y la Unión de Escritores y Artistas de
Cuba, UNEAC, no cuajaron en la práctica, a causa de diversos factores. Fundamentalmente, habría que
tener en cuenta que la Escuela Nacional de Arte, ENA, creada en 1962, formaba por estos años los primeros
grupos de estudiantes de artes plásticas que debido a su condición de alumnos se veían imposibilitados de
integrarse al movimiento plástico nacional, salvo, ocasionalmente, en exposiciones organizadas por la
escuela. Por otra parte, los estudiantes del interior del país que anteriormente se graduaban en las escuelas
provinciales, obteniendo de esta forma el mas alto nivel académico –equiparable con la Escuela de Artes
Plásticas San Alejandro- aspiraban ahora a ingresar en la ENA mediante pruebas selectivas, lo cual
retrasaba la incorporación de nuevos artistas al medio profesional. Por supuesto, esta demora coadyuvo en
la elevación del nivel técnico de los jóvenes que se formaban en las escuelas de artes plásticas.

No obstante hubo intentos serios por fortalecer la Brigada Hermanos Saiz, auspiciada por la UNEAC –
constituida por jóvenes escritores y artistas-, como la convocatoria hecha por la Sección de Artes Plásticas
de la UNEAC a la “Primera bienal de artistas noveles de Cuba”, de noviembre de 1965. En la lista de
participantes aparecen, por primera vez fuera de exposiciones académicas, los nombres de algunos jóvenes
que mas tarde se graduarían en la Escuela Nacional de Arte, como: Emilio Fernández de la Vega, Ever
Fonseca, Cesar Leal y Waldo Luis Rodríguez.

Dos años después se celebraría en la Habana el “Salón provincial de artistas noveles” que, con otro nombre,
vino a ser la prolongación de la “Primera bienal de artistas noveles de Cuba”, de acuerdo con los propósitos
expuestos en el catalogo. Sin embargo ninguno de los dos eventos alcanzo los fines planteados, o sea,
enriquecer la Brigada Hermanos Saiz, quedando pendiente por algunos años una importante labor que
hubiera posibilitado en aquel instante, la constitución de un movimiento juvenil en las artes plásticas,
dinámico y cohesivo.

En el “Salón nacional de dibujo 1967”, efectuado en enero de 1968 en la Galería de La Habana, participaron
por primera vez en una exposición de esta categoría un nutrido grupo de dibujantes, estudiantes aun de la
Escuela Nacional de Arte. Más de la mitad de los participantes eran menores de treinta y cinco años. Nunca
antes los jóvenes habían alcanzado tan alta proporción en un salón nacional, además de distinguirse entre el
resto de los participantes por su calidad. Por otra parte, fue el “Salón nacional de dibujo 1967” el que dio a
conocer el nivel obtenido en esta disciplina por lo jóvenes, la cual había sido históricamente relegada a un
plano secundario desde la celebración de las primeras exposiciones de bellas artes efectuadas en Cuba a
principios de siglo. Este “Salón” demostró, además, la independencia de que goza el dibujo; y la importancia
de su correcto empleo, tanto en la pintura como en el grabado.

Las experiencias acumuladas entre 1967 y 1970 se manifestaron amplificadamente en una exposición que –
como el “Salón 70”- sello una etapa de búsquedas formales y de cierta desorientación temática. Sin
embargo, la importancia de este controvertido salón radica en la “explosión juvenil” a que dio lugar; aquí
expusieron por primera vez algunos de los mas destacados artistas jóvenes, convirtiéndose así en el
antecedente de los diferentes salones que se crearían en los años siguientes. Fue, además, una buena
muestra del predominio del diseño grafico sobre todas las demás manifestaciones de las artes plásticas en
Cuba hasta esa fecha.

Desde el punto de vista formal es imposible aprehender en su totalidad una exposición integrada por más de
setecientas obras de todas las disciplinas, entre ellas unas trescientas de pintura. La corriente neofigurativa
que se imponía desde 1967 predomino entre los más jóvenes, mientras el pop llegaba a su culminación con
Isla 70, de Raúl Martínez y el aletargamiento de la abstracción era ostensible. La sala de los pintores
primitivos tenía su prolongación inmediata en los numerosos neoprimitivos que a veces bordeaban las costas
del surrealismo o del pop-art.

Desde los inicios de la Escuela Nacional de Arte, creada en 1962, sus alumnos revelaban influencias, posible
de advertir en las periódicas exposiciones realizadas por el centro de estudios con motivo del fin de curso o
fechas históricas. Dignas de recordación en este sentido fueron las celebradas en 1963 y 1964; esta ultima
efectuada en la recién inaugurada Galería de la Escuela de Artes Plásticas. Las exposiciones antes
mencionadas mostraban los tanteos, inseguridades y avances de alumnos que por primera vez –en la
mayoría de los casos- tenían la oportunidad de recibir clases impartidas por profesores que, a la vez, era
destacados artistas. Estas condiciones acarrearan necesariamente, influencias iniciales que, según los casos
específicos, se disolvieron con el tiempo, quedaron aletargados para resurgir años mas tarde o se mantienen
aun sin notables variaciones.

Hay que hacer notar también que estos estudiantes, del primero y segundo grupo de la ENA, se enfrentaron
por primera vez a los estudios de historia del arte, eligiendo cada uno según criterios personales a los
pintores que mas les impactaban. Casi siempre la elección –en los primeros años- quedaba- quedaba
circunscrita a aquellos pintores de principios de siglo que como Van Gogh, Cezanne, Matisse o Picasso se
convertían en proposiciones iniciales para comenzar. Pero, no cabe duda que las principales influencias
partían de los propios profesores de la escuela, la presencia viva del artista-profesor, unida a la admiración
que despertaba su obra personal en los alumnos, motivo que en las exposiciones celebradas en la escuela
estuvieron presentes las preferencias hacia Carmelo Gonzáles, Adigio Benítez, Orlando Yánez, Antonia Eiriz
o Servando Cabrera Moreno. La obra de estos artistas, volcada de forma diferente hacia la gesta
revolucionaria, influyo determinantemente en los alumnos, que llenaron la galería de obreros, campesinos o
escenas aun recientes de la lucha revolucionaria, como Playa Girón.

No puede desestimarse tampoco, las visitas de artistas cubanos y extranjeros, los cuales entraban en
contacto con los alumnos, charlaban y mostraban sus obras. Entre estos visitantes que recibió
periódicamente la escuela habría que destacar a Wifredo Lam, Roberto Matta y Antonio Saura.

La exhibición en Cuba del “Salón de Mayo”, en 1967, debe anotarse como uno de los factores de mayor
trascendencia en cuanto al efecto, negativo o provechoso, producido sobre los jóvenes creadores. Una
buena parte de los estudiantes de artes plásticas, sirvieron de guías en aquella exposición por lo que
estuvieron diariamente en contacto directo, con las obras allí expuestas como con los numerosos artista que
nos visitaron con motivo del acontecimiento. Sin embargo, no fueron los grandes maestros en la pintura
europea como Picasso, Miro o Magritte los que despertaron el mayor interés en los jóvenes sino aquellos
que se mostraban fieles seguidores de la nueva figuración, del pop-art y del op-art. Si bien este panorama de
la cultura europea, amplio la visión e información de los jóvenes pintores, no es menos cierto que una gran
parte de nuestros estudiantes de artes plásticas, mostraron rápidamente el efecto negativo que una
exposición de estas características podía suscitar entre artistas que aun no habían hallado plenamente una
expresión propia, desvinculándose formalmente de la realidad circundante. Las asimilaciones neofigurativas
se hicieron evidentes sobre todo en los alumnos del último año de pintura de la Escuela Nacional de Arte y
en otros artistas miembros de la Brigada Hermanos Saiz.
Algunos artistas presentes en el “Salón” fueron quizás los que más influyeron, en una etapa en que las
fronteras –generalmente imprecisas- de la neofiguración se mezclaban con el pop-art y con los primeros
intentos fotorrealistas. Valero Adami, Barnard Rabcillac, Eduardo Arroyo y Jacques Monory no pasaron
inadvertidos ante los ojos de nuestros estudiantes recién graduados, que sensibilizados por las novedades
expresivas de estos pintores, recibieron el influjo de los mismos de manera categórica. La mas clara
evidencia fue precisamente el envío realizado al año siguiente, al “XXIV salón de mayo” de Paris, donde
participaron un grupo de pintores pertenecientes a la Escuela Nacional de Arte (Labañino, Leal, Carol, Mirta
Santana, Luis Miguel, Milo, Osvaldo García) y miembros de la Brigada Hermanos Saiz (Mendive). Aunque el
conjunto enviado a Paris mostraba una gran diversidad en cuanto a las tendencias y las temáticas
representadas, el grueso de la exposición estaba compuesto por obras que de una forma u otra evidenciaban
la huella del “Salón de Mayo”, a su paso por la Habana el año anterior. No es menos cierto que hubo algo
que caracterizo a esta selección, distinguida con un premio especial, y fue el contenido de las obras, muchos
de los cuadros denunciaban la guerra de Vietnam, ridiculizaban la hipócrita actitud de Jonson, o reflejaban la
superficialidad de la sociedad de consumo. Expresaban, en suma, la estrecha vinculación de sus creadores
con el medio económico, social e ideológico en el que se habían formado e identificado: el primer país
socialista del continente americano.

La convocatoria al “Salón nacional juvenil de artes plásticas”, en 1971, organizado por la Unión de Jóvenes
Comunistas, puede ser considerada, sin lugar a dudas, el inicio de una etapa trascendental en la plástica
nacional. Esto se confirma en las consecuencias inmediatas y ulteriores a que dio lugar la celebración de
dicho evento. Este primer “Salón” posibilito la presencia, en una misma exposición, de todos los jóvenes
artistas plásticos del país no mayores de treinta y cinco años, sin embargo la participación de los graduados
de la Escuela Nacional de Arte no alcanzaría siquiera la quinta parte de los envíos en el género de pintura,
debido quizás a que aun gran parte de egresados de la ENA –cumpliendo en ese instante el servicio social-
se encontraban en periodo de adaptación al nuevo medio. Muchos, al terminar sus estudios, fueron ubicados
en diversas escuelas de arte provinciales. Otros se quedaron como profesores en la propia escuela donde
habían terminado sus estudios y algunos pasaron a trabajar como restauradores o diseñadores.

La lista de participantes en el “Salón” de 1971 denota una gran heterogeneidad; unos procedían de las filas
de San Alejandro y otros, de las escuelas provinciales de artes plásticas. El carácter competitivo de la
muestra sirvió de estimulo a la vez que contribuyo al éxito del evento que tuvo como sede el Museo Nacional.
El primer premio de pintura recayó en esa oportunidad en Mario Gallardo con Automatización en la torre
mayor, 1971, obra concebida dentro de la tradición surrealista reanimada fuertemente en los años 60 por
Acosta León. Este cuadro –a pesar de las referencias tangenciales a pintores como Matta o Lam- mostraba a
un pintor que tras haber recorrido periodos figurativos y abstractos, alcanzaba un lenguaje propio, apoyado
en un dominio indiscutible del dibujo y el color. El resto de los premios se adjudicaron a Nelson Domínguez y
Juan Moreira. Nuevos criterios fueron considerados para la organización de los salones correspondientes a
1972 y 1973. Se elimino el carácter competitivo creándose en su lugar la distinción de Patrimonio Cultural
para las obras mas destacadas en los diversos géneros, pero al mismo tiempo la selección en el segundo
“Salón” se hacia menos rigurosa en aras de la “pasividad”, aunque la participación descendió
sucesivamente en 1973 o 1974. Otro factor vino a incidir en el normal desarrollo de los salones juveniles al
convocarse, en 1973, a dos eventos plásticos donde también participarían en forma mayoritaria los jóvenes:
el Concurso 26 de Julio y su “Salón XX aniversario”, auspiciado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias,
FAR, y el “Salón de profesores e instructores de artes plásticas”. A partir de esta fecha tres salones se
organizaron en el segundo semestre del año y aunque los tres presentaban diferentes condiciones e
intereses, los artistas más jóvenes comenzaron a pintar para uno u otro salón, o para varios al mismo tiempo,
con una sensible merma en la calidad de las obras expuestas.

Ante esta situación era necesario entre otras medidas, la creación de un “Salón” donde estuvieran presentes
en forma permanente nuestros artistas jóvenes, porque a medida que crecía y se fortalecía el movimiento
juvenil, aumentaba el riesgo de que las mejores obras de estos artistas se dispersaran y fuera imposible
reunirlas para el disfrute y análisis de las futuras generaciones.

Un antecedente valioso en esta dirección fue la creación de la sala Ultimas Promociones, como un anexo de
las Salas Cubanas reorganizadas en 1971, en el Museo Nacional. Las obras seleccionadas fueron escogidas
entre los envíos de pintura al “Salón 70”; los cuadros –quince en total- representaban un testimonio de la
pintura que nuestros jóvenes realizaban a fines de la década del 60. Los grandes formatos, y la dirección
abstracto-neofigurativas de la mayor parte de los artistas, caracterizaron esta sala.

No paso mucho tiempo sin que esta selección resultara obsoleta, al no representar verdaderamente a las
últimas promociones que aumentaban de año en año incesantemente. Nuevos nombres aparecían a diario
en los catálogos de las exposiciones y era necesaria la incorporación de obras y artistas.

Una respuesta oportuna fue la organización entre 1976 y 1977 de los salones permanentes de artes plásticas
juveniles en el Museo Nacional. El primer evento de este tipo, “Salón permanente de jóvenes. Pintura y
grabado”, inaugurado en marzo de 1976, reunió a veintisiete pintores de los cuales veinte procedían de la
Escuela Nacional de Arte.

Trascendental fue este acontecimiento en la medida que posibilito por primera vez analizar en su conjunto
una selección de obras realizadas entre 1970 y 1975 –con la excepción del cuadro de Masiques- y deslindar
claramente las principales tendencias y coincidencias de los jóvenes pintores formados por la Revolución. A
pesar de la variedad presentada, los espectadores pudieron apreciar dos marcadas tendencias que han
caracterizado la nueva pintura cubana de la década del 70: el neoexpresionismo y el fotorrealismo.

Si a finales de la década del 60 nuestros pintores se encontraron inmersos en la experimentación y


asimilación de la corriente neofigurativa, casi todos derivaron, a partir de los primeros años de la siguiente
década, hacia las más diversas manifestaciones neoexpresionistas. Esta tendencia –de fronteras imprecisas-
al igual que el surrealismo, la abstracción y otras, se ha visto renovada y enriquecida con los aportes que las
nuevas generaciones sugieren y plasman para hacer realidad el reemplazo de formas caducas, evitando
además, al anquilosamiento de la pintura dentro de los marcos ya tradicionales de las “vanguardias”
europeas. En el caso de los pintores cubanos , estos han conjugado además, de manera consciente las
influencias de artistas nacionales como Carlos Enríquez, Eduardo Abela, Wifredo Lam, Raúl Martínez y
Servando Cabrera Moreno, corriendo a veces el peligro de quedarse en la asimilación formal de aquellos, no
imponiendo por su parte los nuevos contenidos que debe inspirar el propio quehacer revolucionario. Si bien
esto ha sucedido, no es menos cierto que dentro de esta tendencia puede hablarse de logros indiscutibles,
sobre todo en la obra de Nelson Domínguez, pintor y grabador que ha logrado conjugar con habilidad las
asimilaciones de nuestra pintura (Enríquez, Antonia, Servando, Lam) con una expresión personal que hace
de su pintura y grabados, en madera y linóleo, momentos excepcionales del arte cubano actual. Una de sus
obras mas conocidas, Preludio de un apto guajiro, 1974, resulta un buen ejemplo de la conjunción de
influencias, donde a la vez se denota la aplicación de una visión desprovista de tipicismo y añoranza. No
existe en este cuadro la melancólica necesidad del arte “retro”, evocador en los países capitalistas de
“tiempos pasados”, sino una evidente traslación de imágenes conocidas que son rememoradas a partir de
conceptos revolucionarios. Otros pintores en esta dirección aparecen con diferentes preocupaciones
formales que los distinguen entre si; en el caso de Flora Fong, ensaya nuevos formatos que rompen con el
tradicional bastidor de formas regulares. Si bien las dimensiones de las obras han disminuido notablemente
desde la “megalomanía del “Salón 70”, son muchos los pintores que necesitan grandes espacios donde
desplegar sus ideas: Ernesto García Peña y Osvaldo García son dos ejemplos. El primero, nos conduce a un
medio casi cinematográfico donde los acercamientos sugieren fragmentos, de una aproximación tal que
necesitan amplios salones para su concreta observación e interpretación. Los cortes inesperados, el
moderado uso del color; así como el planteamiento de temas históricos sin referencias inmediatas,
caracterizan y distinguen su pintura.

Por su parte, Osvaldo García aunque recurre a temas similares en obras como Los mambises, 1974, y
Sueño de un mambí, 1975, ve la epopeya en toda su dimensión, pero explora a la vez tal variedad temática
que resulta imposible asir virtualmente, por el momento, una imagen caracterizadora de tu pintura.

En otra vertiente se halla Eduardo Roca, el cual en Los millonarios, 1975, su obra pictórica mas lograda,
individualiza iconográficamente los macheteros, trasladándoles directamente del dibujo a la pintura, sin el
apoyo que los fuertes contrastes del blanco y el negro brindan a sus excelentes dibujos de la serie Hombre
de mocha, tema apenas explorado por la plástica cubana antes de 1959 y que fue rescatado por un grupo de
pintores y dibujantes entre los que se destacan Orlando Yánez, Servando Cabrera Moreno, Jorge Rigor y
Enrique Moret.

En este grupo debe incluirse a Pedro Pablo Oliva, que trasciende el lenguaje neoexpresionista para
enriquecerlo con elementos del realismo mágico y el surrealismo. Aunque son evidentes en su obra la
influencia de Chagall, no es menos cierta que esta se manifiesta mas a menudo a través del pintor cubano
Eduardo Abela; aunque como ha expresado Oliva en una entrevista para El Caimán Barbudo, “eso no quiere
decir que vaya a repetir lo que el hacia”. Su escasa participación en salones y exposiciones ha hecho de él,
un pintor poco conocido. Sus cuadros Y que mala Magdalena…, 1974, Teresa, 1975, y El sueño, 1975, son
ejemplos del alto nivel de creatividad alcanzado por este artista.

Otra de las manifestaciones mas arraigadas y extendidas entre los jóvenes pintores durante los años
transcurridos de la década del 70 ha sido el fotorrealismo, manifestándose este a través de múltiples
variantes que llevan esta tendencia hacia dos extremos, uno que proviene directamente del pop-art, y otro
que habría que calificar como hiperrealista, si no fuera porque de hecho existe una gran confusión en cuanto
a la determinación de los matices y clasificaciones entre aquellos artistas que toman como la base la
fotografía.

Aunque bien pudiera encontrarse multitud de ejemplos como antecedentes de este “nuevo realismo”, los
críticos e historiadores aceptan en la actualidad que el inicio de la “inflación realista” comienza a fines de los
años 60.

No es hasta el periodo 1972-73 cuando nuestros jóvenes pintores, unos graduados y otros alumnos aun,
comienzan a trabajar de manera continuada en el empleo de la fotografía. Algunas obras ejecutadas por
Cesar Leal en 1972, como Secuencia en I, muestran ya esta senda fotorrealista, aunque fuertemente
perneada por el pop-art, como también lo ha estado casi toda su obra posterior. Con la serie Todos somos
uno, 1973, premiada en el Concurso 26 de Julio de 1973, Cesar Leal reafirma el empleo de la fotografía en
su pintura, el cual se manifiesta mas tarde en sus litografías y dibujos.

En este mismo “Salón”, Flavio Garciandia presento una serie de cuadros titulada Que republica era aquella,
1973, que inicia al menos las búsquedas del pintor encaminadas a incorporar la fotografía “como un medio
técnico mas, igual que el óleo o cualquier otro material”. Su obra mas conocida, Todo lo que usted necesita
es amor, 1975, incorporada actualmente a la colección del Museo Nacional, ha devenido en cita obligada
para el estudio de las manifestaciones plásticas cubanas de esta década. En Rogelio López Marín, Gory,
esta tendencia sufre un desdoblamiento al no quedar circunscrita al retrato, sino presentar como en Los
Beatles a los 70, 197… y en Hazme reír, 1976, una veta satírica de inobjetable originalidad en nuestro medio.
Su Retrato de Lucy, 1974, queda además como ejemplo de los múltiples empleos de la técnica fotográfica en
la pintura.

Caso aparte es el de Aldo Menéndez, quien durante los últimos diez años ha variado en sucesivas ocasiones
su lenguaje pictórico. El neofuturismo, el pop-art y la nueva figuración se entremezclan en su obra entre 1968
y 1973; precisamente de esta ultima tendencia parte directamente hacia los primeros ensayos fotorrealistas,
realizados para el Concurso 26 de Julio, de las FAR, en 1973 y da inicio a una serie de retratos “que pudiera
reunir toda una iconografía patriótica”. Todos los cuadros fechados entre 1873 y 1977 corresponden de una
manera caso ortodoxa a esta corriente fotorrealista, mientras que Una blusa para la muñeca, 1977, anuncia
una nueva etapa en su pintura, en la que no están excluidos el pop-art y la pintura de acción.

También se inserta en esta tendencia un pintor como Aldo Soler, que tras obtener el primer premio de pintura
del Concurso 26 de Julio en 1974 con Amilcar Cabral, 1974, obra lograda, sobre todo, en cuanto a la
complementación del fotorrealismo con el action painting, ha ensayado, además de la utilización e formatos
de valla y el empleo de elementos decorativos.

Nélida López derivo sus experiencias fotorrealistas en el dibujo, hacia la pintura, con un cuadro, Potemkin,
que aun dejaba entrever señales del pop, mas su obra posterior de los años 1975 y 1976, ha quedado
vinculada estrictamente a la pintura de base fotográfica. Dentro del fenómeno fotorrealista, Gilberto Prometa
resulta un hecho particular, porque no solo emplea la fotografía como referencia testimonial, sino que esta
pasa, por medio de la sensibilización fotográfica de cartulina, tela o madera, a formar parte de la imagen
plástica; y en sus ultimas obras conforma, conjuntamente con el soporte, la obra en su totalidad. En Desde el
Río Bravo hasta la Patagonia, 1973, la fotografía es desvirtuada intencionalmente con el empleo de áreas de
colores, mientras que en Pescador, 1977, la utilización de la fotografía se plasma en la interacción del arte y
la técnica.

Por otra parte, mientras en el periodo 1953-1963, la pintura abstracta domino ampliamente en el ambiente
artístico cubano, en la actualidad ha disminuido considerablemente se presencia. Entre los artistas jóvenes el
abstraccionismo no tiene muchos cultivadores, y solo en las más recientes promociones de la Escuela
Nacional de Arte pueden hallarse algunas evidencias renovadoras de esta tendencia.

Con la incorporación al Grupo de Teatro Escambray de dos pintores graduados de la ENA, Alberto Jorge
Carol y Juan García Milo, se inicia una importante experiencia en el campo de la plástica: los cuadrodebates.
Estas actividades, comenzadas en 1973, fueron un medio eficaz de sensibilizar a los habitantes de la zona,
que se encontraban por primera vez con una exposición de artes plásticas “móvil y relámpago”, según
propias palabras de Carol, en la cual discutían los problemas fundamentales de la región planteados a través
de cuadros de “una figuración moderna, con distorsión expresiva”.

Esta labor se completaba con un trabajo de investigación que se efectuaba en la zona, donde se llevaba a
cabo la actividad, con el fin de afianzar y comprobar la eficacia de la misma, así como para descubrir
inquietudes y temas para nuevos cuadros.

Aunque exponía regularmente desde 1962, Manuel Mendive se da a conocer entre 1968 y 1970 en dos
exposiciones: el “Salón de artes plásticas” de la UNEAC y el “Salón 70”. Ha utilizado las más diversas
técnicas y materiales, entre los cuales el collage y la madera ocupan lugar preferente. Su ascetismo creador
y el correcto diseño de sus cuadros, denunciaban el oficio que parece negar, tras la simplicidad de los trazos
de personajes que pueblan sus bosques y ríos, de mitos y leyendas. En una época en que las artes plásticas
se enriquecen con términos cada vez más complejos y sofisticados, como situar a aquellos pintores que al
igual que Carlos Boix rompen cada día un encasillamiento. De 26 siempre, 1974, a Navegación
transmutable, 1976, presentado en el “Salón nacional de pintura, escultura y grabado”, 1976, celebrado en
Matanzas, este pintor ha desvirtuado cualquier parentesco con las naives y se introduce en el mundo que
Franz Roh acuño con el nombre de realismo mágico.

Aunque el dibujo ha cedido en los últimos años (1975-1977) ante el avance de la pintura, no pude dejar de
considerarse el papel que esta disciplina ha jugado, desde 1967 a la fecha, en la producción de la actual
generación de artistas plásticos. Porque, mientras en las décadas anteriores el dibujo fue considerado por
muchos un simple auxiliar de la pintura y, mantenido ausente de salones y exposiciones; es a partir de la
década del sesenta que el dibujo vive un verdadero renacimiento basado fundamentalmente en la actividad
de los artistas mas jóvenes. Entre estos últimos se destacan: Pablo Labañino, Roberto Pandolfi, Eugenio
Blanco (Ludovico), Manuel Castellanos, Rafael Paneca, Cosme Proenza, Roberto Fabelo, Zaida del Río,
Enrique Pérez Triana y Pablo Borges.

Lograr un recuento total del tema tratado no resulta factible, debido a la inmediatez del proceso artístico que
se desarrolla ante nuestros ojos. Consideramos posible, sin embargo, reconocer los logros alcanzados hasta
el presente, por las nuevas promociones egresadas de las escuelas de arte del país en estos años, cuando
ha desaparecido para siempre la contradicción fundamental entre los creadores y la sociedad de explotación
que debieron enfrentar los artistas de generaciones anteriores.

En la actualidad los jóvenes se forman y crecen convencidos de que el más importante acontecimiento
cultural ocurrido en la historia cubana es la propia Revolución.

Obras de la naturaleza de Preludio de un rapto guajiro, de Nelson Domínguez; Todo lo que usted necesita es
amor, de Flavio Garciandia o Y que mala Magdalena… de Pedro Pablo Oliva, nos hacen pensar en los
espectadores que hace varias décadas se detenían frente a los Guajiros de Abela; la Gitana tropical, de
Víctor Manuel, o El rapto de las mulatas, de Carlos Enríquez. Quizás muchos no imaginaron al ver estos
cuadros, que en el transcurso de unos pocos años, estos serian verdaderos paradigmas de la pintura
cubana, y sus autores pilares de la historia del arte nacional. La definitiva importancia y valoración de estas
obras, es posible que no sea apreciada hasta dentro de unas décadas; entonces podría juzgarse sin
apasionamientos festinados, la verdadera trascendencia y perdurabilidad de los planteamientos, basados en
las obras que hemos visto hacer, producto de la creación de nuestros jóvenes, formados por la Revolución.

José Veigas
De “Nuestra pintura joven”
El Caimán Barbudo, septiembre de 1979
Con la fundación del nuevo sistema de enseñanza artística se tratable garantizar el desarrollo del talento
dondequiera que este se manifestara, así fuera en el paraje mas remoto del archipiélago cubano. El esfuerzo
docente se inscribió en una política de respaldo institucional y económico a la cultura. Este apoyo del Estado
al arte y la literatura se ha venido desenvolviendo –y es algo de singular trascendencia- dentro de un clima
de libertad creadora. Ya en 1961, en un discurso donde hablaba también acerca de la Escuela Nacional de
Arte, Fidel Castro resumía la política cultural en una formula muy amplia: “dentro de la Revolución, todo;
contra la Revolución, nada. Quince años después de este criterio fue recogido en el texto mismo de la
Constitución de la Republica, cuyo Artículo 38 señala: es libre la creación artística siempre que su contenido
no sea contrario a la Revolución. Las formas de expresión en el arte son libres.

Sobre estas tres premisas (facilidades de formación para todos, respaldo institucional y libertad de creación)
se ha desarrollado lo que hoy podemos llamar pintura joven de Cuba. Todos sus protagonistas han recibido
una completa capacitación profesional de modo gratuito; incluso se ha garantizado su manutención durante
los años de estudio mediante un sistema de becas. El único requisito ha sido el talento (tener “ojos para ver”
el caballo de coral, diría Onelio Jorge Cardoso).

Muchos de estos pintores nacieron y se criaron en chozas de guano con piso de tierra, semejantes a las que
el conquistador español Fernández de Oviedo había dibujado cuatro siglos atrás en su Historia general y
natural de las Indias. Ellos están introduciendo en el “arte culto” el universo del campo cubano, propio de la
mayor parte de una nación eminentemente agrícola, así como la conciencia de las capas mas humildes de la
población. Tienen la posibilidad de hacerlo en directo, desde dentro, de una manera por completo natural y
autentica, provistos a la vez de la máxima preparación profesional. No es el caso del artista que se inclinaba
a apresar un romancero campesino (como Carlos Enríquez) o un ambiente mágico de los negros (como
Wifredo Lam): el campesino y el negro reales ahora son artistas.

Esto no quiere decir que se haya producido una especie de auge del primitivismo. Algún pintor que a lo mejor
no conoció el uso diario de la energía eléctrica hasta que ingreso en la escuela de arte realiza hoy una
pintura sofisticada, se inspira en elementos provenientes de la ciencia y la tecnología, se preocupa por
problemas abstractos o expresa temas de elevada complejidad. Además, por supuesto, no todos provienen
de los estratos mas sufridos de aquella estructura social deformada que la Revolución esta transformando.
Pero lo importante, lo singular para un país subdesarrollado sin grandes recursos naturales que se empeña
denodadamente en resolver el problema del “pan”, es esa pasividad, esa posibilidad general de acceso al
arte: la búsqueda revolucionaria del caballo de coral, el intento de satisfacer al unísono las “dos hambres” del
ser humano. Esto brinda un timbre peculiar a la joven pintura cubana.

Se ha podido entender ya que la proyección conceptual de los jóvenes que pintan hoy en Cuba es rica y
variada. Resulta difícil establecer corrientes generales. Épica y lírica, realismo y fantasía, impersonalidad y
subjetivismo, trascendencia y cotidianeidad, tradición y experimento, frialdad y emoción, sensualidad y
reflexión, rigor testimonial y vuelo onírico, arraigo a lo nacional y cosmopolitismo, abordaje de los problemas
mas concretos y abstracción… son pares polares que actúan en el panorama general. Tal vez las únicas
constantes que podemos aislar sean un sentido de afirmación vital y confianza en el hombre, una
cosmovisión positiva, un humanismo espontáneo, libre de hipocresías y edulcoraciones.

Tal diversidad no significa que los jóvenes no se agrupen en tendencias plásticas. El hiperrealismo fue muy
importante a mediados de la década del 70, pero en la actualidad la mayor parte de sus practicantes ha
evolucionado hacia formas más sueltas, aun cuando continúen empleando recursos provenientes de la
fotografía y el cine. En Cuba esta corriente no se dedico a reflejar en frío el entorno artificial del hombre
moderno, sino tuvo más bien un carácter antropológico. El pop ha sido una línea muy fructífera desde los
años 60. varios jóvenes pueden ser clasificados hoy dentro del lenguaje pop en su definición más flexible. La
mayoría se afilia más bien a la línea intelectual y subjetiva del pop europeo, con asimilaciones
“conceptualistas”. El conceptualismo es estricto casi no ha existido, pero su influencia general es notoria en
los mas jóvenes. La figuración predomina, pero las tendencias abstractas se han mantenido vivas y abiertas
a la renovación. Dentro de ellas hay quienes se interesan por el cientismo y las estructuras de acción
perceptual directa. La neo-figuración, muy fuerte durante la década del 60, continúa atrayendo a algunos
temperamentos expresionistas. Se ensaya con los objetos, las instalaciones, los enviroments, las estructuras
y los materiales de soporte. En una pequeña ciudad del interior se practican performances donde intervienen
transeúntes.
A pesar del aislamiento cultural al que se somete a Cuba y la consecuente escasez de confrontación
internacional de nuestras artes plásticas, varios jóvenes han logrado reconocimientos de importancia, como
el Premio Joan Miro, el de la Bienal de Cali, etc. Las posibilidades de las más recientes promociones de
pintores cubanos son promisorias. En estos momentos se fortalece una inclinación experimental, a romper
esquemas y, sobre todo, a llevar la obra plástica hacia un contacto mas inmediato, activo y natural con la
vida diaria del pueblo. El caballo de coral tiene que trotar por las calles.

Gerardo Mosquera
De Cuba: pintura joven
1981

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