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MARIA,

UNA ETERNA JUVENTUD

Durante muchos siglos e inclusive hoy mucha gente no quiere envejecer


sino permanecer en una perenne juventud porque ésta es sinónimo de energía,
vigor, frescura, salud. También constituye una etapa llena de oportunidades
que son desplegadas por capacidades y facultades que se van desarrollando
durante este periodo.

Sin embargo, esto no es lo que pasa en la etapa del envejecimiento,


motivo por el cual muchos no quieren llegar y busca a toda costa tener una
eterna juventud aunque al final nadie logra su acometido. No obstante, dentro
de todas las personas que han existido en el planeta hay una que no tuvo
corrupción alguna, que tuvo y tiene una eterna juventud, ella es María la
Madre de Jesucristo, la Madre de Dios.

Ella es eternamente joven porque ha alcanzado la plenitud de la edad


que se consigue en el cielo y participa de la juventud de Dios. No es sólo una
juventud estética sino una juventud de gracia de “siempre llena de gracia”.
Porque ella comprendió que lo que vuelve viejo no es la edad, si no el pecado,
y ya lo dirá el papa Francisco: “el pecado esclerotiza el corazón, lo cierra, lo
vuelve inerte, lo hace marchitar”.

Pero Ella, creada en la gracia, llena de la presencia de Dios está vacía de


pecado, es siempre joven, es el “oasis siempre verde” de la humanidad, la
única incontaminada, creada inmaculada para acoger plenamente, con su ‘Sí’,
a Dios que venía al mundo e iniciar así una historia nueva.

Nuevamente María, ponderando todas las cosas en su corazón, a la luz


de su agudo entendimiento iluminado por la fe, comprende su rol de Madre
que nos acoge a nosotros porque somos sus hijos; desde su eterna juventud le
permite contemplarnos con un mirar profundo, amoroso, recio, tierno, que
alcanza los entresijos de nuestro corazón, nos conoce y nos comprende a las
mil maravillas, mucho más que cualquier otra criatura.
Como Madre eternamente joven, entiende nuestros caprichos, propios
de nuestra edad, nuestras fatigas y alegrías, nuestros miedos e inseguridades,
nuestras limitaciones y desafíos, pero también nuestras caídas en los pozos del
pecado y nuestras ganas de salir de ellos aunque en varias oportunidades nos
planteemos quedarnos allí.

Ella no sólo nos entiende sino que también nos conforta con su sonrisa
indesmayable y nos anima con los ojos misericordiosos del Padre para que
andemos en la presencia de su Hijo que es nuestro amigo, compañero y
confidente. Su eterna juventud nos envuelve en su cálido manto maternal para
resguardarnos del mal que busca acecharnos y nos encamina al cielo para que
nosotros también alcancemos la juventud, la frescura, el vigor y la salud de la
gracia, de la santidad.

Por tanto, acudamos sin miedo y con plena convicción a la “Toda


Bella”, a la “Eterna Joven”, a la Inmaculada y siempre Virgen María, para que
nos auxilie como sólo ella sabe hacerlo. Que nos ayude a alcanzar la plenitud
de la juventud que es la gracia para así llegar a la unión íntima con Dios en el
cielo. Amén.

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