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III DOMINGO / Tiempo Adviento (Año B)

#NosSalvamosTodos @palfredoSanchez

Es el Espíritu quien acompaña, capacita, unge y envía. La misión es bastante


específica anunciar la buena nueva a los pobres, curar a los de corazón quebrantado,
proclamar el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros, y pregonar el año
de gracia del Señor. El enviado es revestido de salvación y de justicia. Su irrupción
en medio de la humanidad hace que las semillas de bien empiecen a germinar. La
justicia divina y la alabanza surgen ante todas las naciones, quienes, estando
sumergidas en las tinieblas, encuentran la luz en la manifestación del Dios de Israel.

La humanidad sin buenas noticias, con el corazón quebrantado, viviendo en


cautividad, prisionera o ahogada por las deudas, se sumerge en una gran oscuridad
donde la existencia empieza a carecer de sentido. Solo la luz de nuestro buen Dios,
que ha sido comparado desde la antigüedad con ese gran sol que nace de lo alto, para
iluminar a quienes viven en las tinieblas y en las sombras de muerte, es capaz de
disiparlas y empezar a transformarlo todo. El gran enviado de Dios es Jesús, su Hijo
único, a quien un grupo de isrealitas y varios pueblos paganos empezaron a reconocer
como el Mesías, porque cumplió en perfección con la gran misión del Padre. Se
convirtió en luz para todos, anunciado la buena noticia, ayudando a cicatrizar los
corazones quebrantados, a recuperar la dignidad a quienes la habian perdido por la
prisión o la cautividad, y moviendo los corazones para que quienes habían hecho
préstamos pudiesen perdonar de corazón las deudas o que no las cobrasen con usura.
Así esa parte de la humanidad que estaba sumida en el sin sentido, recobra la
esperanza.

Uno de los grandes milagros que empieza a identificarlo como el Mesías, más
allá de los signos proféticos, es la capacidad de tocar los corazones de quienes se
acercaban a él y transformarlos de un fuerte endurecimiento, en corazones de carne
con capacidad de sentir, de amar, perdonar, reinventarse, empatizar, y peregrinar. Es
un cambio que levanta a quien esta caído, cura al enfermo, devuelve la vista a quien
no puede ver y la capacidad de escucha para que todos puedan entender la Palabra de
Dios, que no interrumpe su diálogo con la creación.

La salvación y la justicia recobran sentido. El ser humano empieza a gustar


anticipadamente los efectos de la salvación por lo que no puede vivir al margen de la
justicia divina, sino caminar en ella y desde ella. Los efectos de la felicidad en un
corazón que ha recuperado la capacidad de sentir, empiezan a producir sus frutos: la
alegría, la gratitud, el discernimiento, la paz. Es la experiencia de vivir en la salvación
que el Mesías nos alcanzó, con la esperanza de su retorno glorioso. Su fidelidad es la
mejor garantía para mantenernos firmes en la nueva vida. Es lo que san Pablo recuerda
a la comunidad de Tesalónica. No se puede perder esa oportunidad, que para nosotros
obtuvo Jesucristo al morir en la cruz. La oración y la acción de gracias a Dios, es lo
que permite perseverar y hacer lo agradable a los ojos de Dios Padre. Además de nutrir
la comunión con él, se recibe la suficiente luz para poder alejarse del mal, creciendo
en la santidad que hace al alma irreprochable para cuando vuelva el Señor. Dejando
que el Espíritu actúe en nosotros.

El Espíritu simpre siempre ha guiado a la humanidad para convertir su historia


en historia de Salvación, es el gran enviado por Dios Padre y luego por el Mesías.
María Santísima es una de esas almas que se dejó conducir siendo una joven doncella.
El Espíritu empieza a obrar en ella, y en su parienta Isabel. Al contemplar los signos
que el ángel le había anunciado, irrumpe en el cántico de alabanza que hoy recoge el
salmo responsorial. Resalta la grandeza de un Dios que se fija en la humildad de
quienes le sirven. Su bendición misericordiosa se prolonga en quien la recibe, con un
corazón puro, por varias generaciones. Cuida de los pobres y se encarga de poner en
su sitio a los ricos llenos de soberbia. El Señor cuida de cada uno de nosotros y nos
elige para una misión, espera de cada uno la humidad y sencillez de quien se sabe
bendecido, recompensado, acompañado y transformado en un criatura nueva. Si bien
la Virgen María no ameritaba una conversión, si obró una transformación radical. De
ser una sierva del Señor, se transformo en la discípula perfecta de su Hijo, Jesucristo.
Por eso, podemos imitar sus virtudes de disponibilidad, humildad, perseverancia y
paciencia, en nuestro propio discípulado.

Otro personaje personaje que vivió en plenitud la vida guiado por el Espíritu de
Dios, fue el último profeta: Juan, el Bautista. Desde el principio tuvo clara su misión:
ser testigo de la luz. Y aunque algunos lo pudieron confundir con la misma luz, nunca
perdió su horizonte. Con toda humildad vivió la llamada y dio testimonio de ella: Yo
soy la voz que grita en el desierto: Enderecen el camino del Señor. En él se repiten
las mismas virtudes que en la Virgen, para vivir con fidelidad el dicípulado, se añade
el valor devivir con fidelidad la misión aunque no le agradara a los gobernates de la
época, que le ven como un enemigo, que confronta la vida desordenada que vivían.

Este tercer domingo de adviento estamos llamados a la alegría, no efímera, sino


la eterna, que brota en el corazón que ansia gustar la salvación de Dios que está por
llegar. Esa espera debe ser activa, en ella el discípulado es fundamental y podemos
aprender de dos grandes discípulos: María Santísima y Juan, el Bautista. La oración
es una de las herramientas privilegiadas que tenemos que seguir fortaleciéndonos; así
haremos de nuestra vida una gran acción de gracias, que nos permita estar firmes en
la presencia del Señor cuando regrese.

Que María Santísima, nuestra Señora de la Consolación de Táriba, interceda


por nosotros y nos ayude a vivir estos días de espera con la alegría de quien
encuentra su felicidad en el seguimiento a Jesucristo, como discípulos suyos y
protagonisas en su proyecto de contrucción del Reino de Dios. Dios te salve,
María…

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