Está en la página 1de 3

Carta de Guigo I

A un amigo sobre la vida solitaria

Índice

Al Reverendo…, Guigo, el menor de los siervos de la Cruz que están en Chartreuse : « Vivir y
morir por Cristo » (Cf. Fl 1,21).

Uno imagina feliz al otro. A mi forma de ver, aquel que lo es verdaderamente no es el ambicioso
que lucha para conseguir honras elevadas en un palacio, mas aquel que escoge llevar una vida
simple y pobre en el desierto, que gusta de aplicarse a la sabiduría en el reposo, y desea con ardor
permanecer sentado y solitario en silencio (Cf. Lm 3,28).

Porque, brillar en las honras, estar elevado en dignidad, es, a mi ver, cosa poco tranquila,
expuesta a peligros, sujeta a cuidados, sospechosa para muchos, y para nadie segura. Alegre en un
principio, equívoca en la práctica, es triste en su término. Aplaude a los indignos, indignase contra
los buenos, y, la mayoría de las veces, se burla de unos y de otros. Haciendo a muchos infelices, a
nadie hace feliz, ni satisfecho.

En compensación, la vida pobre y solitaria, pesada al principio, fácil en su decurso, se torna al fin
celestial. Está firme en las pruebas, confiada en las incertidumbres, modesta en la prosperidad. Es
frugal en la alimentación, simple en el vestir, reservada en las palabras, casta en las costumbres, y
objeto de los mayores deseos porque no desea absolutamente nada. Siente muchas veces el
aguijón del arrepentimiento por sus pecados pasados, los evita en el presente y se previene contra
ellos para el futuro. Espera en la misericordia, mas no confía en sus méritos. Aspirando vivamente
a los bienes celestiales, desprecia los de la tierra. Se esfuerza por adquirir una buena conducta, se
mantiene en ella con perseverancia, y la guarda siempre. Se entrega a los ayunos por el hábito de
la Cruz, mas acepta alimentos por exigencia del cuerpo. Dispone una y otra cosa con la más
perfecta medida; en efecto, domina la gula cuando decide comer, y el orgullo cuando quiere
ayunar. Se dedica al estudio, sobretodo de las Escrituras y de obras religiosas, centrándose en su
sentido, más que en la vanidad de las palabras. Y, lo que es más sorprendente y más admirable,
permanece sin cesar en reposo, y, al mismo tiempo, nunca está ociosa2. Multiplica sus
ocupaciones, de modo que la mayoría de las veces le falta el tiempo más que las diversas
actividades. Y se lamenta más frecuentemente de la falta de tiempo, que del aborrecimiento del
trabajo.

Y qué decir más? Es un bello tema aconsejar el reposo 3, mas semejante exhortación exige un
espíritu señor de sí que, celoso con su propio bien, desdeñe de entrometerse en los asuntos
públicos o ajenos; un espíritu que sirva a Cristo en la paz, evitando ser simultáneamente soldado
de Dios y defensor del mundo, y que sepa perfectamente que no puede gozar aquí con este siglo,
y reinar en el otro con el Señor.
Mas estas cosas, y otras semejantes, son muy poca cosa si te acuerdas de lo que bebió sobre el
patíbulo Aquel que te convida a reinar con Él. De bueno o mal grado, te importa seguir el ejemplo
de Cristo en su pobreza, si quieres tener parte con Cristo en sus riquezas. « Si participamos en sus
sufrimientos », dice el Apóstol, « reinaremos también con Él » (Rm 8,17), « Si morimos con Cristo,
viviremos también con Él » (2Tim 2, 11-12). El propio Mediador respondió a sus dos discípulos que
le pedían sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda: « ¿Podéis beber el cáliz que Yo he de
beber? » (Mt. 20, 21-22)4. Nos mostraba de este modo que se llega a los festines prometidos a los
Patriarcas, y al néctar de las copas celestiales, por los cálices de las amarguras terrestres.

Y porque la amistad ya alimenta la confianza, y que tú, mi apreciado amigo en Cristo, siempre
me fuiste muy querido desde el día que te conocí, te exhorto, te animo y te pido, visto que eres
prudente, ponderado, sabio y muy hábil, que substraigas al mundo ese poco de tu vida que aún no
fue consumido. No tardes en quemarlo para Dios, como un sacrificio vespertino (Ps 140,2),
colocándolo sobre el fuego de la caridad (Cf. Lv 1,17), a fin de que, a ejemplo de Cristo, seas tu
mismo sacerdote y también « Víctima » (en sacrificio de) « agradable olor para Dios » (Ef 5,2)5 y
para los hombres.

Mas, a fin de que comprendas mejor a donde quiero llegar con el ardor de este discurso, indico
brevemente a tu prudencia cuál es el deseo de mi corazón y, al mismo tiempo, su consejo: como
hombre de corazón generoso y noble, abraza nuestro género de vida, teniendo en vista tu
salvación eterna, y, hecho nuevo recluta de Cristo, vigilarás, haciendo una centinela santa en el
campo de la milicia celeste, después de haber puesto al cinto tu espada (2Tm 2,11-12), por causa
de los temores de la noche (Ct 3,8).

Por tanto, como se trata para ti de una cosa buena en su emprendimiento, fácil en su realización
y feliz en su obtención, te pido que pongas en la consecución de un tan justo « negocio » tanta
aplicación cuanto para ello te conceda la gracia divina. Dónde y cuándo debes hacerlo, lo dejo a la
elección decisiva de tu perspicacia. Mas no creo de ninguna forma que un plazo o demora en eso
sea algo ventajoso para ti.

Mas, no quiero alargarme más sobre tal asunto, receloso de que este discurso rudo y sin
elegancia te moleste como frecuentador del Palacio y de la Corte. Tenga, pues, esta carta un fin y
una medida, cosa que no tendrá nunca mi gran afecto por ti.

Notas :

Como nos dice el estudioso de los Padres do Deserto, Dom García Colombás, osb (El Monacato
Primitivo. BAC nº 588, p. 653 et 693), el ideal de los monjes orientales era la hesychía, o apátheia,,
los occidentales lo traducían con el vocablo reposo, quies, puritas cordis, pax, etc. Cuando Guigo
hace referencia aquí del otium contemplativo, se está refiriendo a ese ideal, del cual ya había
hablado en sus cartas San Bruno (Cf., p.e.: Ad Radulphum, 4 e 7; Ad Fratres, 2), al cual se había
ejercitado, a los pies de Jesús, María de Betania, como el mismo Guigo nos dice en sus
Consuetudines Cartusiæ, XX, 2. [volver]

Guigo emplea en esta carta los mismos términos utilizados por San Bruno cuando se dirige a su
amigo Raúl : Aquí se practica un reposo bien ocupado, se reposa en una sosegada actividad (Ad
Radulphum, 6). [volver]

Al aconsejar aquí Guigo a su amigo el reposo, u otium contemplativo, debemos entender que lo
hace en las dos facetas que ello comporta. A este respecto, Dom G. Colombás ha hecho notar que
el ideal de los monjes del Desierto llevaba consigo, por una parte, como estado de vida, la
hésychia material, o permanencia en la reposada soledad del yermo, y de la otra, la hésychia
interior, o reposo silencioso, como estado de alma a que se ordena la primera (Ídem. Pág. 692).
Todo esto exige del solitario la seria ascesis de negarse a sí mismo y cargar la cruz de cada día,
como buen soldado de Cristo. [volver]

Ante estas citas de la Palabra de Dios, el quinto sucesor de Bruno en Chartreuse centraliza la
genuina milicia del monje en el desierto, en su inserción en el misterio pascual de Cristo. [volver]

El aprecio de Guigo por la dimensión sacerdotal de la vida del monje, como miembro de Cristo
por el Bautismo (Cf. 1Pd 2, 9), queda aquí una vez más patente con esta cita del Apóstol (Cf. Ef
5,2). [volver]

También podría gustarte