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UNIVERSIDAD CATÓLICA LUMEN GENTIUM

ESCUELA DE TEOLOGÍA
Derecho Canónico Fundamental Prof. Andrés Luis García Jasso
Presenta: Luis Alfredo Antúnez Silva CCR
Tlalpan, CDMX., 25 de septiembre de 2019

LA MISIÓN DE ENSEÑAR DE LA IGLESIA 1

La misión de enseñar ha nacido como una vocación transmitida y encomendada por el mismo Jesucristo
a su Iglesia, de manera que, esta gran misión, es parte importante de reflexión del libro III del Código de
Derecho Canónico, donde se pone de manifiesto los principios teológicos sobre el magisterio, los
principios sobre la predicación y la catequesis, y los principios de la tarea docente. La obra: Derecho
Canónico, El derecho del pueblo de Dios, aborda con más detenimiento y detalle los cánones de este
apartado, por ello, en su contenido, divide la misión de enseñar de la Iglesia en seis grandes partes: el
magisterio de los pastores, el ministerio de la palabra, la actividad misional de la Iglesia, la educación
católica, los medios de comunicación social y la profesión de fe.
En cuanto al magisterio de los pastores, se menciona que es una función peculiar del munus
docendi y de la propia jerarquía eclesiástica, este magisterio puede ser falible e infalible. El sujeto activo
del magisterio infalible es el Romano Pontífice cuando propone doctrina de fe o de costumbres como
supremo pastor, también es sujeto activo de infalibilidad el colegio episcopal cuando reunido en Concilio
enseñan auténticamente doctrina de fe y costumbres. El sujeto pasivo del magisterio infalible es el pueblo
de Dios, del cual se espera su respuesta de fe y total adhesión a las verdades reveladas, si esto no es así,
se corre el peligro de caer en herejía, apostasía o cisma. El sujeto activo del magisterio no infalible de
igual manera es el Sumo Pontífice y el colegio episcopal con la diferencia, de que su enseñanza sobre fe
y costumbres tal vez no sea proclamada en un acto decisorio. El sujeto pasivo del magisterio no infalible
de igual forma es el creyente. El movimiento ecuménico destaca también por ser una obligación de toda
la Iglesia de fomentar la unidad de los cristianos.
El segundo apartado esta dedicado al ministerio de la palabra, el cual tiene como principales
responsables al Romano Pontífice y al colegio episcopal, los cuales deben ser los encargados de la
evangelización en la Iglesia universal. Sin embargo, también son responsables los presbíteros, los
miembros de los institutos de vida consagrada y todos los fieles laicos. El ministerio de la palabra tiene

1
PROFESORES DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA, Derecho Canónico II: El Derecho en la misión de la Iglesia, BAC,
Madrid 2006, pp. 3-48.
por objeto el anuncio del misterio de Cristo, sus fuentes son la Sagrada Escritura, la liturgia, la Tradición,
el magisterio y la misma vida de la Iglesia con la enseñanza de todos los santos, además, todos los medios
son útiles para su ejercicio. En cuanto a la predicación, su sentido más concreto es anunciar el evangelio,
los obispos tienen el derecho de predicar en todas partes, aunque también los presbíteros y los diáconos.
Los religiosos pueden predicar con la licencia de su superior competente y los laicos «pueden ser
admitidos a predicar en una iglesia u oratorio, lo que añade a la predicación un cierto carácter oficial por
desarrollarse en un lugar sagrado, pero excluyendo la homilía».
La homilía, también forma parte de este apartado, ella corresponde a la liturgia eucarística en
donde el sacerdote y el diácono tienen un papel exclusivo, pues, se trata de la proclamación oficial de la
palabra de Dios, ésta, no debe ser una manifestación de testimonios, además, se debe excluir la homilía
dirigida por laicos. La catequesis es un medio singular de evangelización a través de la cual se enseña la
doctrina cristiana, ésta, es un derecho y deber de la Iglesia la cual tiene dos fines: el inmediato, que es la
comprensión de la doctrina o instrucción; y el mediato, que es vivificar la fe para que sea explícita y
operante en la vida. Las dimensiones de la catequesis son: el conocimiento de la fe, la educación litúrgica,
la formación moral, la iniciación en el compromiso apostólico y misionero y la oración. Tiene como
primer responsable al obispo, pero también los presbíteros como pastores, son educadores del pueblo de
Dios, destaca también la importancia del párroco, los padres de familia, los religiosos, miembros de las
sociedades de vida apostólica y los catequistas laicos. Todos deben estar debidamente preparados con una
formación orgánica y sistemática de la fe de la Iglesia.
La actividad misional de la Iglesia ocupa también un lugar importante, pues ésta tiene como fin
inmediato la implantación de la Iglesia en aquellos pueblos o lugares donde aún no ha sido enraizada. La
actividad misional, es un deber esencial de todo el pueblo de Dios, pero tiene como primeros responsables
al Sumo Pontífice y al colegio episcopal, sin olvidar también la labor tan importante de sacerdotes
miembros de institutos de vida consagrada, misioneros y fieles laicos. La acción misionera debe tener
como finalidad penetrar en la cultura y mentalidad de los pueblos la fe en Cristo, por ello, debe estar
dirigida a los no creyentes, iniciados o catecúmenos, neófitos e inmigrantes.
Otra manera de ejercer el munus docendi es a través de la educación cristiana, la cual se
fundamenta en el derecho a la libertad de enseñanza y el derecho a la libertad religiosa, todos los padres
de familia tienen el derecho de educar a sus hijos y si son católicos tienen la obligación de asegurar la
educación católica, el Estado, por su parte, debe proteger su derecho y asegurar su establecimiento, y los
pastores, deben procurar que todos disfruten de la educación católica. «El fin de la educación es la íntegra
formación de la persona humana. Sus objetivos: la evolución física, moral e intelectual armónica; la
adquisición del sentido de la responsabilidad; la adquisición del recto uso de la libertad; y la formación
para una participación en la vida social».
Hablando de las escuelas católicas, la Iglesia tiene derecho de fundar o erigir escuelas de cualquier
género, éstas deben estar dirigidas por la autoridad eclesiástica o por una autoridad eclesiástica pública.
El obispo «tiene además el derecho no sólo de vigilar, sino también de visitar aquéllas erigidas en su
territorio, como un verdadero acto de jurisdicción». Las universidades católicas, como centros de estudios
superiores contribuyen a la formación de la personalidad, que se apoya firmemente en los valores del
humanismo cristiano. Las conferencias episcopales deben procurar que existan universidades católicas en
sus territorios, además, se debe procurar que los profesores tengan buenas cualidades intelectuales y
morales con fidelidad a la doctrina católica. El cuidado pastoral de las universidades queda encomendado
al obispo diocesano. Las universidades o facultades eclesiásticas tienen dos fines, por un lado, la
investigación de las disciplinas sagradas y, por otro lado, la instrucción científica de sus estudiantes en
camino al ministerio sacerdotal o a ser futuros profesores e investigadores. La creación de estos centros
es derecho propio de la Iglesia que nace de la necesidad de preparar a sus ministros. Los institutos
superiores de ciencias religiosas son centros académicos donde se enseñan las disciplinas teológicas y sus
destinatarios son fundamentalmente laicos.
El apartado V trata sobre los medios de comunicación social, los cuales son necesarios para la
Iglesia en su misión de llevar a los hombres el mensaje de salvación. Todos los fieles que tienen parte en
la ordenación de estos medios de comunicación han de prestar ayuda a la Iglesia para que ejerza fielmente
su misión a través de estos instrumentos. Es obligación y derecho de los pastores la vigilancia sobre estos
medios para que las verdades de fe no sean oscurecidas ni malinterpretadas, incluso prohibir la publicación
de los libros que se consideren dañinos. La publicación de libros como la Sagrada Escritura o litúrgicos
deben ser aprobados por la Santa Sede, «los catecismos diocesanos y libros religiosos de Teología,
Derecho Canónico, Historia de la Iglesia, Moral u otras materias de carácter religioso, son competencia
del Ordinario del lugar, aunque no hayan sido propuestos como libros de texto». Los oracionales,
devocionarios, novenas, etc., pueden ser aprobados por el ordinario del lugar. El Ordinario puede elegir
libremente a las personas que revisarán el libro siendo lectores, o al censor cuya función es dar un juicio
a cerca del libro, para ver su concordancia con la doctrina católica. Se prohíbe escribir en folletos o
periódicos que suelen atacar a la religión y el uso de la radio o de la televisión por parte de clérigos debe
estar regulado por la conferencia episcopal.
Finalmente, se trata el tema de la profesión de fe, que «es siempre un acto de religión, en cierta
forma relacionado con el oficio de enseñar, que se realiza siempre que se va a desempeñar una función de
autoridad en la Iglesia, ciertos oficios, dignidades o cargos».

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