Está en la página 1de 5

DESPUÉS DEL FIN DEL CINE

Por Fabián Soberón

El Apocalipsis
Anoto una serie de vaticinios de muerte: Nietzsche proclamó la muerte de Dios. Marx
se refirió a la caída del capitalismo. Foucault anunció la muerte del hombre. Fukuyama
vociferó la muerte de la historia.
En una narración memorable, un hombre llega a una plaza, desaforado, anunciando que
Dios ha muerto. El hombre parece estar loco y grita en la plaza desierta que no sabe quién
ha portado la esponja para borrar el horizonte. Esta escena fue escrita por Nietzsche en La
gaya ciencia. Después de renegar de su maestro Schopenhauer, Nietzsche proclamó, a
viva voz, la muerte de Dios. Esa idea, lo sabemos, indica la caída de los valores
superiores. La filosofía de Nietzsche tiene su centro, o uno de sus centros, en la caída de
la moral cristiana y en el surgimiento de una nueva moral: la moral del superhombre.
Pero la afirmación de una nueva moral tuvo, quizás, menos repercusión que la idea
negativa: es decir, la idea de la muerte de Dios.
Foucault anunció la muerte del hombre. En un ensayo célebre, Las palabras y las
cosas, propuso que la idea del hombre, forjada en el renacimiento, había dejado de ser
válida para las nuevas disciplinas que se ocupaban de lo humano. Según Foucault, el
hombre había sido una invención, y esa invención había dejado de ser válida para la
comunidad científica. Para Foucault, era necesario que se forjara una nueva concepción
de lo humano. Por eso había muerto el hombre y a partir de esa episteme era necesario
que se forjara una nueva idea de lo humano.
El caso de Fukuyama es más conocido. Basado en la concepción neoliberal de la
historia, Fukuyama sostuvo que después de la caída del muro de Berlín había triunfado la
concepción neoliberal de la economía y la política. Por esa razón se había terminado la
lucha de clases y, por tanto, la historia había dejado de tener el principal motor que la
animaba. Obviamente, Fukuyama, tenía como presupuesto para su filosofía la teoría
marxista de la historia y, además, la idea marxista del fin del capitalismo. Con su teoría,
Fukuyama le contestaba a Marx y a los marxistas y proclamaba la muerte de esa filosofía
y de la historia.
Si revisamos estas filosofías notaremos que abundaron en Occidente la proclamación de
las muertes: muerte de Dios, del hombre, de la historia, del sujeto (anunciada por
Barthes) y, también, Hegel había anunciado en el siglo XIX la muerte del arte.
A estas proclamas apocalípticas, se ha sumado desde hace un tiempo, la idea de la
muerte del cine. Parece, por momentos, que los filósofos, animados por un afán de
difusión o motivados por una depresión incurable, han debido anunciar la idea de la
muerte para provocar cierta conmoción. Quiero decir: comunicar la muerte de alguien o
de algo, causa una conmoción inmediata. Sobre todo si esa muerte tiene relación con un
pariente cercano o con un ser querido. Y si la muerte implica al género humano o a Dios
o a la historia, imaginemos la turbación que puede provocar. Ahora bien, no podemos no
notar que esos anuncios -la muerte de Dios, del hombre y de la historia- poseen, detrás,
una exageración en los términos. Es decir, hay un tono melodramático o un afán
publicitario. Y también podemos suponer que esos pensadores saben que esa idea -la de
la muerte- generará en los lectores un llamado de atención. Los filósofos saben que cada
vez que se anuncie la muerte de algún sistema o teoría va a generar una atención
inusitada. Y creo que ese espíritu está detrás o por delante del anuncio de la muerte del
cine. ¿Acaso puede morir el cine? ¿Puede desaparecer, en un momento súbito, el arte del
siglo veinte?
La cuestión de la muerte del cine es una sombra terrible que ya aparece en los inicios
del cine. Louis Lumiere dijo aquella famosa frase: el cine es un invento sin futuro. De
modo que la idea de la muerte acompaña al cine desde su nacimiento.

El cine como máquina


El cine nació como un aparato que producía imágenes en movimiento. La máquina
producía esa serie repetida y alucinante que provocaba el asombro de los primeros
espectadores. Podemos pensar al cine como la máquina del futuro, como una máquina de
narrar muda, al comienzo, que alcanza un status en un momento que se institucionaliza y
se industrializa en EE UU y Europa. Es decir, el cine es una máquina que adelanta la
vida, que muestra una forma espectral de la vida y que fascina. Ahora bien, desde el
punto de vista tecnológico, el cine estaba destinado a vivir sucesivas transformaciones. Y
cada vez que se produjeron esas transformaciones se pensó que el cine se encontraba ante
su pronta muerte. Pensemos en la aparición del cine sonoro y en la aparición de la
televisión. Esos dos momentos fueron la cifra de dos catástrofes para el cine. Si lo
miramos desde el presente, esos momentos ocurrieron y la máquina se adaptó a las
nuevas circunstancias y mediante la modificación de formatos y la creación de nuevos
públicos logró saltar la valla de la historia. Ahora bien: ¿por qué habría que pensar que el
cine está muriendo frente a este nuevo embate tecnológico? Quiero decir: ¿no podríamos
pensar que el cine sobrevivirá a esta circunstancia como lo hizo antes? Preguntas que
formulo con la intención de no repetir el lugar común de las respuestas habituales.

El cine como arte


Susan Sontag retoma la idea del fin del cine en su libro Cuestión de énfasis. Asegura
que “si la cinefilia ha muerto, el cine, por tanto, ha muerto… no importan cuántas
películas por muy buenas que sean se sigan haciendo. Si el cine puede resucitar será
únicamente gracias al nacimiento de un nuevo género de amor por él”. Sontag cree que la
cinefilia ha muerto. Esa cinefilia es la de los años 60. Y asocia la cinefilia al cine. Si no
hay cinefilia no hay cine.
En su libro Un encuentro, Milan Kundera se lamenta porque los jóvenes de Europa no
sienten el cine como lo hacían los jóvenes de generaciones anteriores. El novelista habla,
de alguna forma, de la muerte del cine como arte. Comenta que el hecho simbólico que
evidencia el fin del cine arte es la discusión entre Fellini y Berlusconi sobre el lugar de la
publicidad en la proyección de películas en la televisión. Fellini requería que no se pasara
publicidad mientras se proyectaba una película. Pero Fellini perdió esa batalla. Y
Kundera ve en esa derrota el fin del cine arte. El corolario de ese fenómeno es la
exposición del cuerpo muerto de Fellini en la televisión de Berlusconi.
No es casual que dos lúcidos escritores y ensayistas que fueron jóvenes en los años 60
hagan estas afirmaciones. Es evidente que ellos tienen una idea del cine que se forjó en
esos años y que produjo buena parte de las discusiones sobre el cine que vinieron
después. Y creo que precisamente lo que ha cambiado o ha muerto -para usar la expresión
apocalíptica- es esa forma de entender el cine.
Ahora bien, creo que la muerte de una manera de entender el cine no implica la muerte
del cine en general o la muerte de la cinefilia para otras generaciones. Tal vez, estos
escritores y ensayistas notables no pueden ver o pensar más allá de los ojos de su
generación. Y me pregunto: ¿quién puede hacerlo? Lo que no hay que hacer, me parece,
es aceptar como idea de todas las generaciones la idea sobre el cine que tuvo o tiene mi
generación. Además, no puedo no reconocer el carácter apocalíptico en las ideas de
Kundera y Sontag.
Creo que se puede admitir que el cine como arte se encuentra en una encrucijada. Es
decir, la competencia con la televisión y con los diferentes formatos audiovisuales le han
hecho al cine modificar su manera de organizar la narración. Evidentemente, Hollywood
está pasando por un momento de crisis. No hace falta pensar el cine con la lucidez de
Einstein para darse cuenta de que las historias de Hollywood están cayendo en los
repetidos lugares comunes de la industria menos creativa.
Por otro lado, el cine europeo, lugar privilegiado del cine como arte, no deslumbra. Ya
no vemos, o no vemos tanto, esas películas que experimentaban con el montaje o con la
ruptura del relato o que proponían los engranajes de una poética personal. Es evidente
que la idea de arte en el cine corre por cuenta de unos pocos directores que apenas
pueden resistir el embate del mercado. La industria cultural es más industria que antes.
Sin embargo, habría que pensar qué formas y formatos encontraremos en la
combinación de las nuevas tecnologías. Quiero decir: de qué manera se traducirá en la
composición de una película el trabajo con los nuevos soportes. Por otro lado, sería
simplista afirmar que las innovaciones narrativas o formales dependen únicamente de las
condiciones materiales. Lo que quiero decir es que las innovaciones tecnológicas pueden
brindar posibilidades para otras propuestas formales que están empezando a probarse.
La idea de arte que sostenía la cinefilia de los 60 se ha modificado. El
neovanguardismo de esos años no impera en nuestro tiempo. Es decir, contamos con otra
idea de arte. Y no es extraño pensar que la versión de la cinefilia de nuestro tiempo
acompañe la idea de arte del mundo contemporáneo.

El cine y su dimensión social y cultural


(y los otros modos de exhibición y circulación)
Hay una cuestión evidente: antes, en los años 40 y 50, las personas asistían a las salas
de cine como un ritual épico y elegíaco que producía un encuentro platónico en la
moderna caverna cinematográfica. En la sala se encontraban con una historia que
entretenía y que también incidía de una manera o de otra en su vida cotidiana. Ir al cine
era una ocupación que tenía una notable dimensión social. Además, no había otra
posibilidad para encontrarse con la película. El mundo adquiere el rostro ubicuo y
evanescente de la pantalla y la vida estaba atada a lo que pasaba entre las luces y las
sombras de la sala de cine. La sala era menos un espacio que un mundo vivido, mágico y
evocador. La sala producía una magia y era sinónimo de oscuridad encantada.
En nuestro tiempo, la concurrencia a la sala de cine es un hábito que ha disminuido y,
en algunos casos, es un hábito inexistente. Han surgido otros modos de circulación y de
exhibición. Por un lado, las películas circulan en la red, en internet. El uso es arbitrario y
salvaje. Se generan grupos alternativos, comunidades insospechadas, círculos herméticos.
Hay usos hogareños y usos profesionales. Las películas están sometidas a regímenes
diversos. Y en combinación con la circulación en internet, se han producido circuitos
insospechados en festivales temáticos y encuentros independientes. Incluso, el auge del
documental ha promovido otros usos y otras circulaciones. De modo que hablar de la
muerte del cine en este caso, equivaldría a hablar de la disminución de la circulación en
las salas de barrio. Eso ha muerto o ha desaparecido. Sólo nos queda, en ese caso, la
nostalgia o el olvido. Además, decir que ha muerto la circulación en las salas
tradicionales no implica pensar que no hay circulacion por otros medios. Podemos
esperar formas diferentes de recepción de acuerdo a los parámetros que apenas se
comienzan a vislumbrar.

La muerte relativa en Tucumán o la no muerte


El tiempo de la supuesta muerte del cine coincide en Tucumán con el surgimiento de la
Escuela universitaria de cine, TV y video y con el auge de los cine club. Esta
coincidencia no es un dato menor. Y me obliga a pensar en dos cuestiones:

1- Al referirse al nuevo cine argentino de los noventa, Emilio Bernini sostiene que la
formación de los jóvenes directores se ha dado, a diferencia de los directores de los años
60, en las universidades. No es casual la forma diferente de entender la narración y el
modo de plantear las cuestiones formales. Para Bernini, las universidades de cine han
forjado una manera diferente de disfrutar el cine pero también una circulación de un saber
académico en torno al cine. Y este saber construye una mirada con un patrón simbólico
altamente ordenado y preestablecido por el saber universitario. Los estudiantes de cine
tienen, además, la historia del cine en la mano. Internet y la tecnología multimedia les
permiten acceder a las películas y a la visualización de las mismas de una manera más
rápida. Este hecho no es una cuestión menor ya que el acceso democrático genera una
discusión y una estipulación de un canon cinematográfico individual o privado paralelo al
canon estipulado en la academia. De manera que la formación de los estudiantes es
compleja y diferente.

2- La muerte del cine se ha dado o parece haberse producido de manera palmaria en los
países europeos (estoy pensando en Francia e Italia) y en EEUU. Y, al mismo tiempo, no
parece haber sido un golpe fatal en países periféricos (para la industria del cine) como
Argentina o Bolivia. Es decir: en Argentina se produjo un surgimiento de escuelas de cine
y una difusión de las películas a través de medios alternativos como el DVD, el cine club,
el video club, las mesas paneles sobre el tema. En Tucumán, mientras Susan Sontag
lanzaba el canto del cisne o del cine, se abrían cinco cine clubs y se inauguraba la Escuela
Universitaria del Cine, TV y video. Evidentemente, está sucediendo un fenómeno
perturbador. O bien las autoridades de la universidad no se percataron de la muerte del
cine o no les importa o es que son personas necias y voluntariosas que quieren librar una
batalla inerte contra la muerte y, además, piensan que pueden vencer. O la muerte del cine
es una bandera ridícula que sirve para vender libros y películas y ayuda a sembrar el
pánico y eso está bien si se trata de la difusión de una campaña publicitaria.
Creo que ninguna de las opciones contenidas en las disyunciones es acertada. Creo, más
bien, que la muerte del cine es relativa. No hay tal muerte del cine. Lo que ha sucedido es
la caída de ciertos valores -como diría Nietzsche, uno de mis asesinos preferidos-, han
caído ciertas ideas del cine o de la manera de entender la cinefilia y la circulación del
cine.

El cine después del fin


Lo que ha sucedido o está sucediendo es la modificación de una manera de entender el
cine. Ha finalizado el relato de la cinefilia (la filosofía de la cinefilia), esa manera de ver
cine, de pensar el cine y de divulgar el cine que caracterizó a la generación del sesenta: la
generación de la nouvelle vague y de los nuevos cines. O en todo caso, habría que
matizar esta afirmación y preguntarse: en los países que no son EEUU y Europa: ¿ha
finalizado la cinefilia?. Aquí, en Argentina y en Tucumán, conviven las formas cinéfilas
sesentistas y los modos de circulación que permiten las llamadas nuevas tecnologías.
Algunos miembros de la generación del 60 sienten cierta nostalgia por el modo de ver
cine y de discutir sobre el cine que existía en esos años. Y también sienten cierta desazón
o molestia por la destrucción o la eliminación de los cines de barrio. ¿Quién no siente lo
mismo?
Por otro lado está la cuestión del relato o de la pasión por el relato. El cine, a pesar de la
tendencia más experimental que niega el relato en el cine, es una manera de elaborar una
historia. Hablar de la muerte del cine implicaría, en cierto modo, hablar de la muerte del
deseo de producir historias. ¿Es posible siquiera pensar en que hemos abandonado
nuestro deseo de contar o de ver y escuchar historias a través del cine?

Fabián Soberón
Octubre de 2009

Trabajo Práctico “Después del fin del cine”

1-¿A qué se llama la muerte del cine? Distinga la muerte de la cinefilia de la muerte del
cine en su totalidad.
2-Explique qué es el cine como máquina, el cine como arte y el cine en su dimensión
social y cultural.
3-¿Por qué el cine no puede morir? Exponga su opinión.

También podría gustarte