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Dra.

Glenda Nosovsky

Lic. Raúl Vázquez

La muerte y el arte

La muerte como proceso biológico y simbólico es un fenómeno compartido por


toda la humanidad. Biológicamente sucede cuando el organismo, debido a
diversas causas, es incapaz de mantener su propio funcionamiento, produciendo
el cese de la vida.

Este hecho se manifiesta por otro proceso que también es compartido por toda la
humanidad, el proceso de creación de imágenes para representar las experiencias
por medio de símbolos. Arte es como se denomina a esas representaciones, que
desde antes de la palabra escrita, preservan la memoria de la humanidad más
temprana.

El arte y la muerte han guardado una relación íntima desde la antigüedad. Cuando
los miembros de las sociedades primitivas morían, sus restos físicos podían ser
acompañados con objetos artísticos que simbolizaran su jerarquía, el aprecio de
sus seres queridos o utensilios cotidianos que podrían necesitar después de la
muerte, pues el proceso de simbolización del hombre, lo lleva a crear imágenes
también de lo que no puede percibir con sus sentidos. Así, las imágenes le sirven
para establecer un diálogo con su mundo exterior visible, como el entorno físico y
social que habita, y también con el mundo interior invisible como sus
pensamientos y sentimientos. Estas imágenes internas determinan la percepción
que la persona tendrá de ambos mundos y por consiguiente la manera de pensar,
sentir y comportarse con respecto a ellos.

En un sentido simbólico la muerte no necesariamente es el término de la vida,


simbólicamente la muerte puede representar el cese de cualquier evento, sin que
esto implique el fin de una existencia biológica. El fluir natural de la vida, nos
enfrenta cotidianamente con la muerte simbólica y con la muerte real. Una
persona experimenta muchos cambios a lo largo de su existencia y los cambios
significan pérdida. Pasar a cada nueva etapa, implica perder la etapa anterior. Las
pérdidas desencadenan en el individuo un proceso denominado duelo.

El duelo es la reacción natural de una persona ante la pérdida, de un ser querido,


función o parte del cuerpo, situación social o terminación de ciclos vitales o
afectivos. Es un síndrome caracterizado por alteraciones a nivel corporal como el
insomnio, falta de apetito o llanto, y a nivel psicológico con una profunda aflicción,
ira, frustración, confusión  o sensación de que se está sufriendo una injusticia,
entre otros rasgos. Esta pérdida o separación desencadena en la persona lo que
se conoce como etapas del duelo que son la negación, el enojo, la negociación, la
depresión y la aceptación. Las características particulares de estas etapas van a
estar determinadas por las imágenes internas que la persona haya formado a lo
largo de su vida por medio de su cultura, familia, educación y experiencia. El éxito
en el tránsito de estas etapas determinara si el duelo es elaborado de manera
adecuada, es decir, que la persona logre recuperar su ánimo y productividad, o
que por el contrario, se genere lo que se denomina duelo patológico y la persona
presente sentimientos y comportamientos autodestructivos. El dolor de la pérdida
se manifiesta en todas las áreas que conforman a la persona y este dolor produce
desintegración y desequilibrio.

Las personas somos el resultado de nuestras múltiples imágenes internas, que


van desde las imágenes más amplias como las imágenes arquetípicas, imágenes
de pertenencia a occidente u oriente, a cierta cultura particular, a una época
específica, a una región geográfica, a una comunidad, a un grupo, a una familia,
hasta llegar a las imágenes generadas por nuestras propias experiencias que nos
permiten tener una identidad única. Es en función de estas imágenes que
percibimos nuestra realidad individual.

Nuestro sistema de imágenes no es estático, se va modificando a lo largo de


nuestra historia idealmente ajustándose a las condiciones cambiantes de nuestra
vida. Cuando las condiciones externas no coinciden con nuestras imágenes
internas, debido a un cambio demasiado brusco y súbito o a la suma de cambios
que se dan en un lapso amplio de tiempo, se produce un estado de desequilibrio
en el sistema, que se manifiesta en forma de síntomas que la persona puede no
comprender.

El arte como medio de expresión y creación de las imágenes internas a través de


símbolos, realizados con diferentes materiales, ha sido usado por la humanidad de
diferentes maneras, desde un uso ritual que le permitía a los primeros humanos
tener cierto control de su mundo exterior y un manejo curativo de su mundo
interior, plasmar y desarrollar los conceptos y formas preponderantes en alguna
etapa de la historia, hasta la manifestación de una experiencia completamente
subjetiva e individual en el arte moderno.

Aunque arte ha tenido diversos usos rituales a lo largo de la historia, se comienza


a utilizar de manera terapéutica durante la segunda guerra mundial, así, a través
de la plástica, los soldados podían expresar y aliviar los horrores sufridos en el
campo de batalla. El arte da la posibilidad de traer a la consciencia nuestras
imágenes internas inconscientes y nos da la oportunidad de modificarlas e
integrarlas.

A través de un proceso creativo, la persona transforma su problema o su síntoma


en un símbolo material, observable, contenido y manejable, que con ayuda del
terapeuta de arte va llenando de consciencia, de un significado profundo que sólo
su creador puede darle. Mientras esta imagen permanece inconsciente, está
generando un estado de angustia en la persona. La consciencia plena de esta
imagen exteriorizada, le brinda la posibilidad de modificarla de acuerdo a lo que la
propia persona sabe que necesita, este nuevo símbolo que representa la solución
al problema inicial, es también interpretado por la persona e interiorizado,
produciendo la modificación de la imagen interna y por consecuencia el cambio en
los pensamientos, sentimientos y acciones de la persona. Este proceso, da como
resultado que el síntoma quede eliminado y la persona recupere el equilibrio en su
sistema de personalidad.

Cuando una persona entra en un proceso de duelo por la pérdida de un ser


querido, su sistema de personalidad sufre un desajuste y se desencadenan
diferentes procesos como un intento de preservar su integración y funcionalidad
ante las nuevas condiciones. La Terapia de Arte  brinda la posibilidad de vivir
estos procesos de una manera sutil y segura, ayudando a expre expresar los
sentimientos, facilitando la comunicación, restaurando las conductas destructivas y
devolviendo el control.

El primer mecanismo es el de no aceptar la pérdida, este proceso es el que se


conoce con el nombre de negación. Por medio de la Terapia de Arte, se pone a la
persona en contacto con el vacío que deja la persona fallecida, facilitando la
aceptación de la nueva realidad de una manera suave. Los materiales de arte
como puede ser una cartulina, confinan a el vacío de la persona a límites físicos,
este vacío ya no se encuentra llenando el alma de la persona, por medio del arte,
ha adquirido existencia fuera de ella, ha adquirido dimensiones cuantificables,
colores, forma, texturas y está contenido. Ahora el vacío es un objeto visible, pues
el arte tiene la cualidad de hacer visible lo invisible, así la persona tiene la
posibilidad de observarlo, de hacerlo consciente, de comprenderlo de estar en
contacto con él. En esta imagen se contienen el vacío y al mismo tiempo se
contiene la posibilidad de transformación de ese vacío, pues al tener existencia, la
persona puede tener una consciencia plena de él y con esa misma consciencia,
puede transformarle de acuerdo a lo que su propia sabiduría interna le dicte,
aceptando e integrando así esta nueva imagen y esta nueva condición en su vida.

Cuando lo perdida comienza a ser aceptada otras emociones como el enojo se


manifiestan en la persona. La Terapia de Arte pone en sus manos materiales que
permiten la descarga de ésta emoción mientras les da existencia física. El enojo
va tomando forma mientras la pasta para modelar recibe la andanada de afectos
aún poco claros para la persona. Al terminar con su obra, el terapeuta lo lleva a
entender su imagen de manera profunda, lo lleva a estar en contacto con su enojo,
a verlo, a tocarlo a comprender su naturaleza más íntima, y al estar su símbolo
lleno de consciencia, tiene la posibilidad de proporcionarle lo que necesite para
que deje de causarle dificultades y así poder aceptarlo e integrarlo.

La naturaleza del proceso lleva al doliente a negociar la permanencia del que se


ha ido y una imagen que le diga a su muerto lo que la persona siente, sirve de
despedida. Este símbolo revela la trascendencia que el difunto tuvo en la vida del
sobreviviente, le brinda la posibilidad de expresar todo lo que desea decir a la
persona que se va, arroja luz sobre los aspectos que siguen viviendo en la
persona que se queda, que es una forma de seguir existiendo. La persona
comprende que si bien perdió a alguien, conserva cualidades que preservan al
ausente y puede dar sentido a la pérdida.

La depresión es diferente para cada ser. Cuando la persona pinta su depresión,


sus trazos llegan hasta su ser más profundo, dando cuerpo a esa emoción que le
pesa en el cuerpo y en el alma, dándole cauce y sentido. La Terapia de Arte le da
la posibilidad de mirarla frente a frente de conocerla y enfrentarla, de aceptarla y
dejarla fluir.

El trabajo con las imágenes internas facilita que la persona elabore su proceso de
duelo de una forma sutil y profunda, reorganizando su sistema de imágenes
internas, su personalidad, para vivir en sus nuevas condiciones de vida.

Desde nuestro nacimiento caminamos hacia la muerte. Cuando le han anunciado


su muerte a una persona, se pueden desencadenar procesos de miedo dirigidos a
diferentes áreas como a lo desconocido, a la soledad, a perder su cuerpo, a
perder su autocontrol, al dolor, a perder su identidad, a que su vida haya carecido
de significado. Todo su sistema de personalidad adquiere una nueva configuración
a partir de una confrontación directa con la muerte y este proceso de
reorganización implica movimiento y desestructuración. Todo en el sistema
adquiere nuevos significados y la persona tiene nuevos requerimientos físicos
emocionales y espirituales. Materializando sus imágenes internas por medio del
arte, la persona puede llevar a cabo esta reorganización e integración de manera
consciente, lo que le devuelve la sensación de control que había perdido. El
terapeuta de arte lo acompaña en el camino hacia la trascendencia a través de
sus imágenes, que le dan la oportunidad de tener consciencia del camino
recorrido, de los aprendizajes y experiencia recolectadas, de aceptar a la muerte
como el fin natural de la vida. Le permite comprender y aceptar las emociones que
está atravesando y a expresarlos por medio del arte, a aceptarse a si mismo tal y
como es y en la condición en la que se encuentra, generando conscientemente el
significado de su vida y plasmándolo en imágenes que perdurarán después de su
partida, ingresando así en una dimensión espiritual.

Los cambios constantes en nuestra vida pueden darnos el conocimiento de la


transitoriedad de la misma, pero el enfrentarnos con la pérdida de un ser querido
puede traernos la consciencia de nuestra mortalidad física. Esta consciencia
puede dar un sentido distinto a nuestra vida. Socialmente se tiende a pensar que
la muerte llega en etapas avanzadas de la existencia má más, objetivamente, la
muerte nos acompaña todo el tiempo y nadie conoce con certeza el momento en
que ha de abrazarnos. El desconocer el momento de nuestra muerte y conocer la
posibilidad de sea en cualquier momento, puede llevarnos a mirar hacia nuestro
interior y preguntarnos por el sentido y el propósito de nuestra vida, a
preguntarnos por las elecciones que habremos de tomar con el tiempo que nos
pertenezca, nos lleva a responsabilizarnos de nuestra propia existencia. Dibujar el
estado de ser en que queremos encontrarnos al momento de morir nos desvela la
dirección que hemos de tomar y nos da la posibilidad de clarificar los pasos que
debemos seguir para llegar tal estado. Con la consciencia de que desconocemos
el momento de nuestra muerte, la Terapia de Arte nos lleva a darnos cuenta de
que el único momento que tenemos para alcanzar ese estado es ahora. El
proceso creativo del arte nos centra en el momento presente, el único que existe.
A través del arte nos preparamos para la muerte, conversamos con ella, la
capturamos en instantes eternos e intentamos que nuestras obras de arte
perduren, que sobrevivan a nuestro cuerpo, conjuramos a la eternidad desde la
naturaleza finita, y finalmente la aceptamos como nuestra compañera inseparable.

La muerte como proceso biológico y simbólico es un fenómeno compartido por


toda la humanidad y al igual que el arte. Lo perenne de éste contrasta con la
finitud de sus creadores, es un recurso de eternidad ante su inexorable finitud. El
arte une lo que la muerte separa y nos permite la reconciliación con la naturaleza
mortal del hombre.

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