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SOFÍA ARELLANO MOYA (49277901X)

ARTÍCULO Nº10
Resumen de Marina Gascón Abellán, “¿De qué estamos hablando cuando hablamos de
eutanasia?”
La eutanasia se perfila en la actualidad como una de las más relevantes demandas
sociales. Los avances médicos alargan nuestra vida, pero también, en consecuencia,
pueden alargar nuestro sufrimiento. Ante esto, el deseo de una muerte buena se sitúa en
el centro de nuestros intereses. El término eutanasia, sin embargo, padece de una grave
indefinición, y ello dificulta la discusión de fondo. De nada vale debatir el estatuto
jurídico o moral de la eutanasia si no hay un acuerdo general acerca de su significado. Se
impone pues la necesidad de delimitarlo, y de clarificar los elementos en torno a los cuales
suelen girar los desacuerdos: modalidad, consentimiento y móviles.

Al respecto de su modalidad, dado el avance tecnológico actual, indica nuestra


autora que podemos hablar tanto de una eutanasia activa, por administración de un
fármaco, como pasiva, en oposición a la obstinación terapéutica. Admitido esto, tenemos
que el factor de consentimiento o petición resulta irrelevante para la definición de la
eutanasia, que no para su justificación.

Por otro lado, señala que la eutanasia está motivada por la compasión. Se provoca
la muerte a alguien por su bien. Esto, claro está, solo tiene sentido si dicha persona
concibe la muerte como un bien, o, al menos, su vida como un mal, como no digna de ser
vivida. Esta indignidad de la vida debe medirse según su calidad: hablamos de enfermos
terminales, en estado vegetativo o con un padecimiento insoportable. Y debe, ante todo,
ser irreversible, de modo que la eutanasia se presente como último recurso.

En el problema de su justificación nos conciernen las distinciones entre eutanasia


activa/pasiva, ya mencionada, y voluntaria/no voluntaria. La eutanasia voluntaria tiene
lugar por petición de quien va a morir; la no voluntaria, que no debe confundirse con la
eutanasia involuntaria, cuando el consentimiento del enfermo no es posible o válido. El
modelo de justificación que toma la primera distinción pone el foco en la decadencia
padecida por el sujeto. El que toma la segunda distinción, lo pone en la disponibilidad
sobre la propia vida. Lo ideal sería, en realidad, un modelo que tomase en consideración
ambos aspectos. Sería sin duda más completo y tendría, por tanto, mayor poder de
justificación.

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