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El documento habla sobre el Aleluya y su importancia en la liturgia cristiana. Explica que el Aleluya es la aclamación pascual por excelencia y se canta durante todo el tiempo pascual y los domingos. También describe cómo el Aleluya se canta antes del Evangelio para recibir a Cristo en su Palabra y cómo se puede cantar una aclamación después del Evangelio en respuesta a Dios.
El documento habla sobre el Aleluya y su importancia en la liturgia cristiana. Explica que el Aleluya es la aclamación pascual por excelencia y se canta durante todo el tiempo pascual y los domingos. También describe cómo el Aleluya se canta antes del Evangelio para recibir a Cristo en su Palabra y cómo se puede cantar una aclamación después del Evangelio en respuesta a Dios.
El documento habla sobre el Aleluya y su importancia en la liturgia cristiana. Explica que el Aleluya es la aclamación pascual por excelencia y se canta durante todo el tiempo pascual y los domingos. También describe cómo el Aleluya se canta antes del Evangelio para recibir a Cristo en su Palabra y cómo se puede cantar una aclamación después del Evangelio en respuesta a Dios.
El Aleluya es la aclamación pascual por excelencia.
Después del silencio cuaresmal, oímos resonar, con el cora- zón henchido de alegría, el Aleluya en la Noche pascual. «El sacerdote, terminada la epístola, entona por tres veces el Aleluya, elevando gradualmente la voz y repi- tiéndolo la asamblea» (CE, 352).
Una vez entonado el Aleluya en tan solemne noche, ya
no se volverá a omitir durante todo el tiempo pascual. Su canto será uno de los distintivos de las celebraciones pas- cuales. ¡Qué buenas catequesis podemos hacer a nuestro pueblo explicándole el significado, el sentido y la impor- tancia de cantar Aleluyal Relata el Midrás que, cuando los egipcios se ahogaban en el Mar Rojo, los ángeles entonaron el Aleluya, pero Dios les reprendió: «¿Cómo podéis cantar el Aleluya cuando mis hijos se están ahogando?» 1 . Un himno litúrgico griego reza así, poniendo por inter- cesora a la Virgen:
1. Meguilá 10 b. Véase V. SERRANO, La Pascua de Jesús, San Pablo,
Madrid 1994, p. 143. 90 EL CANTO DE LA MISA
«Digna de toda loa; Madre santa del Verbo...
Nuestra ofrenda recibe en el canto. Salva al mundo de todo peligro. Del castigo inminente libera a quien canta: ¡Aleluya!» (Súplica final del himno bizantino Akazistos, estrofa 24). El Antifonario de León tiene hermosas antífonas sobre el Aleluya. Una de ellas, usando la figura literaria de la pro- sopopeya, personifica el Aleluya pidiéndole que se quede con nosotros y que ya partirá mañana de viaje... Los discí- pulos de Emaús también le piden a Jesús: «Quédate con nosotros, pues se hace tarde y el día va de caída». «Aleluya, quédate con nosotros hoy, y mañana ya partirás de viaje, Aleluya... Te marcharás y tendrás un buen viaje, Aleluya, y volverás de nuevo a nosotros, Aleluya... Así dice el Señor: ha quedado encerrado en mi tesoro el Aleluya: y tal día os lo devolveré, Aleluya, Aleluya» {Antifonario de León, p. 154, Vísperas). -
El Oracional visigótico le atribuye una serie de cualida-
des y virtudes al Aleluya que se canta en la tierra y que se perpetúa en el cielo: «Aleluya en el cielo y en la tierra, se perpetúa en el cielo, se canta en la tierra, allí suena siempre, aquí también fielmente; allí perennemente, aquí con suavidad; allí con felicidad, aquí con concordia; allí inefablemente, aquí insistentemente; allí sin defecto, aquí con afecto; allí por los ángeles, aquí por todos los pueblos...»2 {Oracional Visigótico, n. 507).
Véase J. ALDAZÁBAL, La Comunidad celebrante, Dosiers CPL, n. 39,
Barcelona 1993, pp.40-43. LAS ACLAMACIONES EN LA EUCARISTÍA 91
San Agustín tiene unas hermosas reflexiones sobre el
Aleluya en sus sermones: «En este tiempo de nuestra peregrinación decimos el Aleluya a modo de viático de consuelo. De momento, el Aleluya es canto de caminantes. Pero a través de un cami- no laborioso estamos acercándonos a una patria llena de paz, donde, superadas todas nuestras acciones, sólo nos quedará el Aleluya» (Sermón 255).
«Dios quiere que le cantemos el Aleluya de forma que no
haya discordia en quien lo alaba. Comiencen, pues, por ir de acuerdo nuestra lengua y nuestra vida, nuestra boca y nuestra conciencia. Vayan de acuerdo, repito, las palabras y las costumbres, no sea que las buenas palabras sean un testimonio contra las malas costumbres» (Sermón 256).
«En el cielo, toda nuestra actividad será Amén y Aleluya.
No lo diremos con sonidos que pasan, sino con afecto del alma» (Sermón 262).
El Aleluya, palabra hebrea que significa «Alabad a
Dios», tenía ya una memorable historia en las solemnidades de los judíos. Los cristianos la emplearon muy pronto y conservaron su sentido de regocijo. Al entonarla, de simple exclamación se convirtió muy pronto en verdadero canto, pues cargaban algunas vocales con acentos musicales y prolongaban la «a» final con largas vocalizaciones melódi- cas, con los auténticos «melismas» gregorianos, compues- tos por «neumas»; no tienen cuerpo ni palabras estos «me- lismas», pero, cuando llegan muy dentro, lo dicen todo. Los cristianos solían cantar su Aleluya aun fuera de los templos. Del mismo modo que los remeros alentaban su esfuerzo y daban compás al movimiento de su nave con aquella canción de ritmo especial que los antiguos llamaron en griego «celeusma», los cristianos, en sus casas, en el mar 92 EL CANTO DE LA MISA
y en los campos, entonaban su Aleluya, cumpliendo aque-
lla máxima de san Agustín: «Pues que remamos en la vida, cantemos el Aleluya, nuestra dulce canción de remeros».
2.1. El Aleluya antes del Evangelio
Aleluya es el grito de victoria de los redimidos (Ap 19,1-3).
Esta aclamación no podemos dejar de cantarla en Pascua ni los domingos, que son la pascua semanal, así como en las solemnidades y fiestas de los Santos. La comunidad, puesta en pie, aclama el Evangelio que llega, es decir, al Señor que se hace presente en la comuni- dad a través de su Palabra. A diferencia del resto de las lec- turas, el Evangelio lo acompañamos con muestras especia- les de respeto y veneración: en pie, acompañado de cirios, se le inciensa, se le besa, se muestra a la comunidad y, sobre todo, se le aclama. En cierto sentido, este Aleluya antes del Evangelio es un canto procesional; canto procesional para la procesión solemne del evangelio, de acuerdo con la regla de que una procesión va siempre acompañada de un canto que revela su sentido espiritual y la convierte en acción de toda la asamblea. Existe el movimiento procesional desde que el diácono pide la bendición y se dirige al «ambón» para la proclamación del Evangelio. Esta procesión con el evangeliario ha tenido mucha importancia en otros tiempos de la liturgia y aun hoy día entre los orientales. Es una aclamación breve y gozosa, entusiasta y jubilo- sa. El cantor o el coro lo pueden entonar, y repetirlo toda la asamblea; pero es mucho mejor si lo inician, y la asamblea lo continúa. El versículo puede recitarse o proclamarse, incluso con fondo musical, para volver a repetir la asamblea la aclamación Aleluya. Las orientaciones del Leccionario son muy concretas: LAS ACLAMACIONES EN LA EUCARISTÍA 93
«El Aleluya y el versículo antes del Evangelio deben ser
cantados... unánimemente por todo el pueblo, y no sólo por el cantor o coro que lo empiezan. [...] El Aleluya (o el versículo antes del Evangelio) tienen por sí mismos el valor de rito o de acto con el que la asamblea de los fie- les recibe y saluda al Señor que va a hablarles, y profesa su fe con el canto» (OGLM, 23)
Una vez proclamado el Evangelio, se puede repetir la
aclamación como respuesta y agradecimiento al Señor que nos ha hablado con su Palabra. En la liturgia hispana esta aclamación se canta después de proclamar el Evangelio, o bien después de la homilía, no antes del Evangelio. Esta aclamación, dado su carácter comunitario y entu- siasta, requiere ser cantada; si no es posible cantar el Aleluya propio de cada Misa, podemos adaptar una misma fórmula musical a diversos textos, de modo que, si no se cantara, es mejor suprimirla.
2.2. La aclamación-respuesta a la Palabra de Dios
Por la proclamación de las lecturas, Dios habla a su pueblo,
y éste le responde con la aclamación. Después de la procla- mación del Evangelio, la aclamación del pueblo tendría que ser cantada: «Gloria a ti, Señor Jesús», especialmente los domingos y solemnidades, mientras el diácono o sacerdote mantiene el libro alzado La conclusión de las lecturas -Palabra de Dios- puede ser entonada por un cantor distinto del que ha proclamado las lecturas, al que todos responden con la aclamación: Te alabamos, Señor En algunos ambientes se dan ciertos cambios en la fór- mula de la aclamación. Por ejemplo, oímos a los lectores 94 EL CANTO DE LA MISA
decir: «Es Palabra de Dios». Incluso hay quienes, para ser
más explícitos, dicen: «Hermanos, esto es la Palabra del Señor». Estas fórmulas no invitan a la aclamación, ya que se sitúan en el nivel de la información o aclaración, es decir, en el nivel catequético. Sin embargo, en la Eucaristía esta- mos en el nivel litúrgico, en la expresión comunitaria de la fe. No necesitamos que nadie nos aclare que hemos leído la Palabra de Dios y no otra, ni que el Evangelio es la Palabra del Señor. Ya lo sabe la asamblea. A la asamblea hay que incitarla a que aclame la Palabra proclamada con su admi- ración y respeto. No deberíamos consentir ni introducir adiciones a la aclamación, ni mucho menos, como se hace en ciertos am- bientes, introducir nuevos textos como: ¡Viva la Palabra de Dios! Como respuesta al Evangelio, tenemos la aclamación Gloria a Ti, Señor Jesús, seguramente de origen oriental, donde se proclama el Evangelio con tanta solemnidad. Otras respuestas parecidas pueden ser: Gloria y honor a Ti, Señor Jesús, con la música de L. Deiss, C. Gabaráin u otras. También puede responderse con el mismo Aleluya anterior al Evangelio. El objetivo de estas aclamaciones-respuesta es que «la asamblea reunida honre la Palabra de Dios recibida con fe y con espíritu de acción de gracias» (OGLM, 18). «Dichoso el pueblo que sabe aclamarte: caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro» (Sal 89,16).