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Como hemos visto, existen dos aspectos principales que pueden ser evaluados en un
argumento: las premisas y la inferencia que va desde las premisas hacia la conclusión.
A los argumentos que consideramos satisfactorios en ambos aspectos los podemos
llamar buenos, fuertes, necesarios, convincentes, sólidos o cogentes.
El término sólido es el más utilizado en los textos de lógica. Sin embargo, el término
que emplearemos en este curso para designar a los argumentos que son correctos
simultáneamente en los dos aspectos mencionados, será cogente en vez de sólido. Antes
de revisar las razones por las cuales hacemos esto, debemos comprender lo que
típicamente se entiende por argumento sólido en lógica. Tal como ha sido definido, un
argumento sólido es aquel en el cual todas las premisas son verdaderas y la inferencia es
deductivamente válida, es decir, las premisas ofrecen apoyo lógico conclusivo a la
conclusión.
Hay, sin embargo, varias razones importantes por las cuales no utilizamos en este curso
el criterio de validez para evaluar argumentos. Una de estas razones es que existen
muchas formas en las que las premisas pueden apoyar a una conclusión y, por lo tanto,
la inferencia deductiva (que será analizada a continuación) no es la única que puede
existir. Si decidiésemos que, para ser bueno, un argumento tiene que ser sólido,
necesitaríamos que todos los buenos argumentos sean deductivamente válidos. Esto
significa que tendríamos que aceptar que los argumentos basados en la experiencia, que
es una fuente importantísima de nuestras creencias, no pueden ser buenos argumentos.
Esto no parece sensato ni práctico.
Por otra parte, el concepto de verdad en la versión tradicional de solidez trae consigo
varios problemas. En los argumentos, lo realmente importante no es tanto el que las
premisas sean verdaderas, sino el que sepamos que son verdaderas o, si no es posible
obtener ese conocimiento, que al menos tengamos buenas razones para creer que son
verdaderas. Muchos argumentos contienen premisas creíbles y aceptadas por el
argumentador y por su audiencia, pese a que tendríamos dudas a la hora de aseverar que
son absolutamente verdaderas.
Definir la palabra sólido en este nuevo sentido resultaría confuso, pues estaríamos
dando una definición distinta de aquella determinada por la práctica común, y esto haría
difícil estudiar este curso junto con otros textos de lógica. Por esta razón, introducimos
la palabra cogente como el término más general para evaluar argumentos. En este
curso, llamaremos cogentes a todos los buenos argumentos; por lo tanto, los argumentos
débiles no son cogentes. Casi todos los argumentos sólidos son también cogentes en el
sentido que damos aquí. Sin embargo, hay muchos argumentos que cumplen con
nuestros estándares de cogencia y que no son sólidos porque no necesariamente tienen
premisas verdaderas ni son deductivamente válidos. Entre estos argumentos están
aquellos en los que la inferencia desde las premisas hacia la conclusión es lícita y
adecuada, pero no deductivamente válida, y los argumentos en los que las premisas son
aseveraciones aceptables, es decir, aquellas sobre las que tenemos evidencia razonable,
aunque no tenemos la seguridad absoluta de que sean verdaderas.
1. Todas las premisas son aceptables. Esto quiere decir que aquellas personas a
quienes se ofrece el argumento encuentran razonable creer en estas premisas (es
decir, tienen razones suficientes para aceptarlas, aun si no saben a ciencia cierta si
son verdaderas, o que por lo menos no tienen ninguna evidencia que sugiera que
estas premisas son falsas o dudosas).
2. La inferencia es correcta, es decir, las premisas están correctamente conectadas con
la conclusión. (Hasta ahora, la lógica tradicional se ha concentrado solamente en
esta condición, con el estudio de la validez.) Resulta útil dividir esta condición en
dos partes:
a) Las premisas son relevantes para la conclusión, lo cual quiere decir que ofrecen
por lo menos alguna evidencia para probar la verdad de la conclusión. Las
premisas especifican factores, evidencias o razones que ayudan a demostrar la
conclusión, y no se limitan a describir aspectos no pertinentes al tema de la
discusión que podrían desviarnos de éste.
b) Las premisas ofrecen pruebas o razones suficientes para apoyar la conclusión.
En otras palabras, consideradas en conjunto, las premisas dan suficientes
razones para que sea racional aceptar la conclusión. Esto va más allá de la mera
relevancia de las premisas, las cuales en este caso no sólo deben contar como
evidencia para la conclusión, sino que deben dar suficiente evidencia para que
sea razonable aceptar la conclusión.
Hemos subdividido el punto (2) porque resulta útil para criticar argumentos. En efecto,
puede ocurrir que una premisa sea relevante para la verdad de una conclusión, pero que
no ofrezca suficientes razones para aceptarla. Por ejemplo, si una persona toma a sus
propios hijos como evidencia para sostener una afirmación sobre los niños en general
(como “Mi hija es menos activa que mi hijo, así que pienso que las niñas son menos
activas que los niños”), la evidencia que esta persona ha dado en sus premisas es, de
hecho, relevante para la conclusión, en el sentido de que contribuye aunque sea
mínimamente a demostrar la conclusión. Sin embargo, dos niños determinados son
apenas una parte muy pequeña dentro del conjunto de los niños del mundo.
Obviamente la premisa no es suficiente para demostrar que la conclusión es verdadera.
Existen miles de millones de niños y niñas, y los hijos de la persona que argumenta en
este caso representan tan sólo un mínimo porcentaje del total, los cuales, además,
pueden no ser casos típicos.