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En primer término, la inclusión permite tener una vida digna y feliz, donde sea
escuchada la voz de los más necesitados de tal modo que todos, sin distinción alguna,
tengan acceso a los servicios. Por ejemplo, en los diversos espacios sean atendidos
las personas de color en igualdad de derechos, tanto blancos como negros e
indígenas, las personas con discapacidad, las personas que integran las comunidades
LGBTI, los inmigrantes, ahora en grandes masas los venezolanos, las mujeres sean
vistas en igualdad de derechos. Desde este criterio, Betilde Muñoz y Alexandra
Barrantes desde la secretaría general de la OEA manifiestan que “la desigualdad no
es solo una distribución desigual del ingreso, sino también una distribución desigual
del acceso a la calidad de bienes y servicios como la educación, salud, vivienda,
protección social, servicios financieros, mercados de trabajo y a la justicia, entre otros.
(p.19). Esto significa que si en Perú se practicara la igualdad de derechos nuestra
sociedad sería otra. Si bien es cierto, hay leyes que protegen esos derechos como el
Art. 2.2 de la Constitución Política, La igualdad ante la ley donde versa que nadie debe
ser discriminado por motivo de origen raza, sexo, idioma, religión, opinión, condición
económica o de cualquier otra índole. Esto es solo una igualdad formal y no material;
es decir, se debe aplicar la igualdad entre los iguales; no obstante, lo que se hace es
tratar con igualdad a los desiguales constituyéndose en un acto discriminatorio
(Huerta, s f. p. 308), verbigracia no se esperará a que un adulto mayor permanezca en
pie en un bus durante un lapso prolongado, cosa que sí lo podría soportar un joven o
una persona adulta media. O por citar otro ejemplo, no es lo mismo que espere
formado una larga cola una mujer en periodo de gravidez que una señora en estado
normal, o dar semejante trato a una persona discapacitada con otro que no lo es.
Por otro lado, si bien es cierto que la inclusión permitiría forjar una sociedad justa y
equitativa, también hay excesos que se han salido de su órbita, pensamientos
bastante, a mi parecer, sandios a tal punto de querer corregir los textos, como si la
gramática tuviera que ver con el sexismo, en ese sentido concuerdo con Aragón
(2018) cuando afirma que “el lenguaje de género feminista consiste en incluir siempre
a los y las en cada frase, lo cual ha generado más problemas que ventajas”. (p.1) Note
usted, estimado lector, en textos como este que he tomado como ejemplo del módulo
de prácticas educativas inclusivas: diseño universal para el aprendizaje, el cual dice
literalmente “La forma cómo podemos llevar a cabo esta implementación demanda de
las y los profesionales un estudio de cada uno de los aspectos del DUA y conocer
estrategias, metodologías y medidas para preparar materiales y recursos, todos
destinados a que las y los estudiantes aprendan juntos y vayan minimizando o
eliminando las barreras que limitan la participación de algunas y algunos”. Para que se
cumpla a cabalidad sobre si constituye masculino o femenino debería escribirse así:
“La forma cómo podemos llevar a cabo esta implementación demanda de las y los
profesionales un estudio de cada uno de los aspectos del DUA y conocer estrategias,
metodologías y medidas para preparar materiales y recursos, todos destinados a que
las y los estudiantes aprendan juntos y juntas y vayan minimizando o eliminando las
barreras que limitan la participación de algunas y algunos”. Como se aprecia un juego
de palabras que más bien resultan cacofónicas y desagradables. Lo que se pretende
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es empoderar a la mujer y por ello se atina a este lenguaje inclusivo, pero lo que se
está haciendo es tergiversar el lenguaje; no por ello, la mujer pierde valor, sino que es
valorada según sus méritos.
REFERENCIAS: