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Vayas a donde vayas las cosas se van con vos

Creo cada vez menos que las virtudes formales de un texto puedan separarse de sus
virtudes como documento de vida; creo, para decirlo de otra manera, cada vez más en la
musa. La ficción y la poesía son inventos para decir la verdad con control de daños; un texto es
rico cuando su autor se decida a imaginar la verdad contradictoria de su voz. Estoy hablando
de Silvina Giaganti, del vínculo que como lector establecí con este libro en progreso, viendo a
su autora llegar lentamente a articular lo que llevaba adentro, a narrar lo suyo.
Tarda en apagarse es un primer libro tardío, y por eso es al mismo tiempo una
narración de aprendizaje y una reflexión sobre el paso del tiempo. La actividad de la poeta es
nombrar, encontrar las palabras para designar sus cosas. Poeta, puede decirse, es quien llega
tarde a decir lo que tiene que decir, que rumia y macera y llega con demora; puede tardar
veinte años, como Silvina Giaganti, en escribir un libro de poesía.
Uno de los poemas invierte la relación de género tradicional: está inspirado en un
muso maltrecho al que no se pudo amar, o sí. Hay en él un verso que expande sus ondas a lo
largo del libro:

no sé muy bien quién soy

Se refiere a la identidad sexual pero también a muchas otras cosas: a todas aquellas
que en la vida piden una definición. Silvina lleva la frase de Sócrates al terreno de la literatura
del yo (¿hay literatura que no sea del yo) y con la construcción adverbial (“muy bien”)
desenvuelve la incertidumbre. Es muy fuerte: no sé muy bien quién soy.
La narración de aprendizaje es una respuesta a la pregunta sobre lo que somos, y
muchas veces lo que se da es una respuesta exagerada. Los poetas jóvenes son barrocos o
herméticos porque no saben lo que quieren y lo ocultan con florerías lingüísticas pero como
Tarda en apagarse es también un libro sobre el paso del tiempo (sobre comprender finalmente
quién es uno, qué desea uno), puede aplicársele eso que suele decirse sobre las canciones de
Los Ramones: son no nonsense. Sin alambiques, sin floripondios, sin fruslerías.
Silvina encuentra un nombre singular, metafórico y literal a la vez, para las plantas que
son la cifra del armado de su identidad (plantar un árbol, darse un jardín, una maceta: acotar y
dar vida). ¿Qué somos? Cada uno se va dando una respuesta que, como se dice ahora, tiene su
aspecto de género y su aspecto económico. Amar y trabajar, dicen que decía Freud, nos hacen
felices. Un signo de interrogación gigante que dice “Con quién te vas a relacionar” y “ de qué
vas a vivir” flota sobre nosotros, coma veinteañeros hamletianos. El tiempo pasa, irrevocable,
pero como una tortura China a la inversa produce el sentido, el nombre: encontramos por fin
las palabras para designar la suma caótica de experiencia, las burbujas de la nombradía. Poco a
poco a poco lo vamos sabiendo: aprendemos con retorcimiento a expresarnos.
Tarda en apagarse es una breve autobiografía en verso de una crudeza que conmueve.
Es un testimonio, la narración de la experiencia de una vida con delicadeza emocional. Leer
este libro es leer e identificarse con alguien que busca las palabras provisionales para decir lo
que pasa.

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No es fácil disponerse a encontrar las metáforas básicas de lo que somos, detectar lo
que resuena en nosotros. Silvina lo hace:

El día de su cumpleaños me llamo 11 veces


y tomó once ediciones distintas.
Me sentí una botella que se acaban
y volvían a meter en la heladera.

En uno de los poemas, la poeta cuenta que una vez se encontró a su padre,
habitualmente parco con ella, hablando en susurros, de cerca, a un cuadro con la imagen de
Jesús. Lo de Silvina no es confesionalismo sincericida; es desnudez empática. Hay algo
emocionante en que Silvina diga cuánto gana (le da vergüenza ganar más que su padre), y hay
algo muy emocionante en que hable -dos veces- de la vergüenza, ese sentimiento que no es ni
noble ni banal pero que como un rumor secreto nos mueve todo el tiempo.
Tarda en apagarse es también un libro de viaje: el viaje de Sarandí al centro y sus
luces, el viaje de la vida.

Del barrio hay que irse digo siempre


para eso tomé envión y cocaína
pero como me dijo mi tío que está muerto
te vayas a donde te vayas las cosas se van con vos

La poesía es una excusa para colar verdades; son los nubarrones de la psiquis
convertidos en música. La condición, sintética, epifánica, se abre paso por sobre la condición
neurótica. En el libro de Silvina, el sentido –irónico, contingente y solidario- le gana a Hamlet.
No éramos modernos, dice Silvina, y miente un poco: ella lo es y no lo es. No lo es,
quizás, porque su origen y la lentitud de sus procesos permanecen, como fantasmas que
impiden sumergirse en el presente. Pero lo es porque la historia de su vida es la del viaje de
Sarandí al centro; porque la literatura es para ella el medio de transporte a un lugar que
ensancha su mundo, el de la “movilidad intelectual ascendente”, que en el anteúltimo poema
la lleva a Nueva York, la capital del mundo, a un rincón de Nueva York, quizás parecido a
Sarandí. Y porque algo en ella rompe también con la estrechez del ghetto, del jardín, del corral.
Las verdades no son ovejas, no son mansas. En este lugar al que se tuvo que venir para decir lo
que allá no podía decir encontró que aquél también es su lugar. Necesitó del barrio y necesitó
irse y necesitó el viento y necesitó irse para encontrarse a sí misma. Tarde, inevitablemente:
pero por fin.

Santiago Llach

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Tarda en apagarse

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A Cristian Cataldo

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La vida se nos da vacía.
Tenemos que inventar la parte feliz.

Richard Ford
Canadá

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Las cosas se van con vos

En las fotos familiares que guardo


estoy arriba de un triciclo, una bici, un auto a
[pedales.
Tenía ocho, nueve años y a mi papá le pedía
que me llevara a andar en bici, en karting, en moto.
En el Italpark me gastaba la chequera de los juegos
en la pista de Indianápolis
me estaba preparando para un movimiento
que ahora veo no termina nunca.
A los 20 me fui de casa
porque del barrio hay que irse rápido.
El 98 por ciento de las familias son disfuncionales,
[mi papá
traía plata a casa pero cenaba
en otro cuarto y cuando subíamos
al colectivo se sentaba lejos de mí
aunque tuviera espacio.
Del barrio hay que irse digo siempre
para eso tomé envión y cocaína
pero como me dijo mi tío que está muerto
te vayas a donde te vayas las cosas se van con vos.
Siento que estoy llena de vida y también
que no lo soporto.
Del barrio hay que irse sigo diciendo
aunque yo ya me fui.

Nada más

Pone la mesa y me da de comer.


Desenrolla con paciencia
los individuales de bambú
y trae a la mesa la botella de agua
de vidrio verde y tapa a presión
que alguna vez fue de cerveza.
La casa está en silencio.
No hay espacio para poner música entre ella y yo.
No entra nada más en esta relación.
La escena que más le gusta del cine

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es de una película de Chantal Ackerman
donde una mujer alimenta a otra,
la alimenta dos veces, le trae una bandeja
con Nutella y leche, cogen toda la noche.
De madrugada, una se levanta, se viste y se va
en fade, como la vida.

Me dijo que amor tuve

A mi mamá le cuesta abrazarme


y preguntarme en qué ando.
Creo que no sabe qué estudié
ni de qué me recibí
pero me hace comida
para que traiga a casa
y hasta hace poco me ayudó
a pagar la obra social.
Ahora gano más
que las dos jubilaciones
juntas de mis padres
y me da una vergüenza enorme.
Mi psicóloga me dijo
que seguramente mi mamá
no hablaba mucho
conmigo ni con nadie
porque le pasaron cosas
que la metieron para adentro.
Y que si no me hubiera querido
ni me hubiera dado
los cuidados
que de bebé necesité
no hubiera sobrevivido.
Que amor tuve, eso me dijo.

Meterte en el mar

Pienso que escribir


es como meterte en el mar:
primero el agua
está helada,
pero a medida que te metés
y permanecés
se va poniendo calentita.

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Pienso que también
es una forma de pasar
sin mucho dolor
por este barro.

Y también pienso
que escribir
es hablar de amor
cuando se termina.

Las mujeres que me volvieron loca de verdad

Las mujeres que más amé


las que me volvieron loca de verdad
las chicas con las que quise todo, escribían.

Mi mamá hizo hasta segundo grado y no


me miró los cuadernos ni pudo
colorear un mapa conmigo o ayudarme
en un ejercicio de contabilidad.

El colegio y casa eran


una cadena rota en mi cabeza.
Cada vez que la veía firmar algo,
el boletín de la primaria,
un documento en el banco,
notaba que lo hacía lentamente
como alguien recuperándose de un golpe.

Me pregunto si las mujeres que amé


las que me volvieron loca de verdad
las chicas con las que quise todo
fueron mi movilidad intelectual ascendente,

si elegir mujeres que escriben


es disimular eso que me falta
cada vez que las dejo
o que me dejan.

Némesis

Abro un libro en una página cualquiera.


El libro es Némesis de Philip Roth y dice:

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siguieron abrazados sin tocarse.
Debieron transcurrir quince minutos.

Una vez me dedicó un poema


que empezaba con un haiku
del último libro que le había regalado.
El haiku hablaba de la luna,
de que cuando uno la mira se esconde
y de que cuando uno se olvida aparece.

A fines del verano me dijo


que siempre me llevaba con ella
y que también me había llevado
a Punta del Diablo esos nueve días.

Yo le pregunté si le alcanzaba con llevarme


si esa forma de estar le alcanzaba.

Rescue Remedy

El miércoles 5 de agosto
a las 10 de la mañana
volví a ver a Cristina.
La última sesión
la habíamos tenido
a fines de 2010.
De su consultorio
me iba más liviana
con la sensación de algo
removido en el pecho
que de tan duro parecía cal.

Le gastaba todos
los paquetes de Carilina
que nos dejaba
al lado del sillón.
Nos sentábamos enfrentadas,
cuando miraba
las paredes veía
sus títulos universitarios
y una naturaleza muerta de Soutine.

Una vez soñé


que la encontraba en Sarandí

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en la parada del 17
y que nos dábamos
un abrazo largo y fuerte.
Cuando me desperté
entendí que ella estaba
haciendo cosas por mí
que mi mamá no pudo.

Cristina me ayudó
a dejar una ex pareja
a la cual volví a cuidar
por un año luego
de enterarme que
le habían diagnosticado
esclerosis múltiple.

El miércoles 5 de agosto
a las 10 de la mañana
volví a tocar el 4° 24.
Me senté y le conté
la teoría del amante y del amado
de Carson McCullers
en clave personal.

Fijamos fecha
para un nuevo encuentro.
Me recetó flores,
Rescue Remedy y Walnut
cuatro gotas
cinco o seis veces por día.

No era fecha religiosa

Me daba mucha vergüenza que mi papá se dejara


[puesta
la ropa de trabajo fuera de horario y anduviera
por ahí así vestido, la camisa, el pantalón azul de
[grafa,
yendo y viniendo por el barrio, tomándose
[colectivos
como si no supiera, o no se mereciera, usar otra
[cosa.
Una vez abrí la puerta de su pieza y lo encontré

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[hablándole de cerca
a un cuadro con la imagen de Jesús, colgada
sobre el respaldo de la cama.
Le hablaba en susurros, la cara
pegada al marco, le había puesto unas ramas de
[laurel.
No era fecha religiosa.
Me pregunto qué le decía, porque conmigo no
[hablaba.
No se dio cuenta de que yo estaba ahí.
Hasta jubilarse se levantó a las 4.30 de la mañana,
[calentaba leche
en una taza de loza mientras le pegaba una barrida
[a la cocina.
A veces el ruido de las fibras de la escoba me
[despertaba
y lo miraba por la ventana esperando el colectivo
[para irse a trabajar.
Recuerdo que hacía fuerza para que llegara rápido,
[así no pasaba frío
o algo raro en la calle.
Se colgaba de torres para soldar, y los fines de
[semana hacía changas:
revoques, pintura de interiores y frentes, arreglos
[de cortinas.
En la cancha, en una final, le grité un gol en la cara
porque somos de equipos diferentes.
Alguna vez me dijo que yo le gustaba como era
[porque me defendía
de lo que él no pudo.
Ahora gano más que su jubilación y me da una
[vergüenza enorme.
Siempre me compró las mejores zapatillas, las
[mejores ropas, la mejor gaseosa.
Hace poco fui a su casa y me llevé la camisa Ombú
[que ya no usa,
me empezó a gustar la tela y el color.

Patrick cuatro estrellas

No fue la remera color salmón flúo


con un círculo blanco estampado en el pecho
y la frase en inglés adentro del círculo que me regaló.

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Tampoco el gin aromatizado que compró
para compartir un trago antes de cenar.

Esa noche, el entusiasmo que a veces irradiaba me


[esperaba
en la puerta de la heladera Patrick cuatro estrellas:
había pegado a la primera foto que nos sacaron
en la Plaza del Congreso, celebrando
la marcha del orgullo número veintidós.
A los dos días le arrancó.

Yo tenía el pelo largo y enrulado, ella


una botella de agua cortada en la mano
que usó como vaso para tomar fernet.

Era una noche de verano también de noviembre.


Éramos más jóvenes, recién nos conocíamos
la noche era perfecta para estar de manga corta.

Once decisiones distintas

El día de su cumpleaños me llamó once veces.


Me dijo: reservamos una mesa
en un restaurante de Palermo,
además de mi mamá y su novio
viene mi papá y mi hermano.
Me imaginé un bodegón iluminado
un menú con ranas, conejos y tortilla a la española
mesas de madera, manteles cuadrillé
jamones con ganchos colgando del techo
frascos de conservas apilados en el mostrador.
Una semana antes
al bajarse del remis que la trajo
desde una quinta de Moreno
en la que estuvo con amigos
tocó el timbre de mi casa y me contó
que quería separarse.
Se me cerró el pecho, como me dijo y
acompaño el gesto con las manos;
braceaban de afuera para adentro
como un globo que se iba desinflando
hasta formar la circunferencia de un huevo.
Yo estaba leyendo un libro de la vida de los

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[griegos.
Kitto, el autor, decía
que eran vigorosos, longevos y fuertes.
La dieta mediterránea tenía que ver con eso.
Dejé de leer para escucharla.

El día de su cumpleaños me llamo once veces


y tomó once decisiones distintas.
Me sentí una botella que sacaban
y volviera a meter en la heladera.

Esta noche de calor es diferente

A las 9 de la noche salí


le compré un libro de una poeta italiana
que desde un hospital psiquiátrico
dictaba sus poemas por teléfono.
Esa noche fue como otras noches.
Esta noche de calor es diferente.
Volví con el regalo en la mano
mirando por la ventanilla del 393
Santa Fe, Talcahuano y Santiago Del Estero.
Abrí el libro en una página cualquiera
y la poeta decía que era
hermoso sentirse lejos
de alguien que la deseaba
y no escucharlo nunca.
También decía que era cruel y lo sabía.
Me bajé del colectivo, crucé México.
El farol de la esquina seguía roto.
La cuadra entera era una boca de lobo.

Mientras estuve con ella

Mientras estuve con ella


se rompió el botón de la luz del baño
se descascaró la pared que está abajo de la ventana
[del living
la humedad avanzó
se pudrió la base de madera de la ventana del
[living
bañé con menos frecuencia a la perra

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la cocina empezó a perder gas
se partió la perilla de plástico de la hornalla
[delantera izquierda
se rajó la tapa del inodoro que no repuse
todavía hago pis apoyada en la loza fría
mientras estuve con ella no arreglé nada.

El instinto de un perro

La noche del 29 de mayo


cociné pastas que comí
al lado del fuego
que mantuve encendido
con pericia por horas.
Era la primera vez
que hacía fuego en un hogar
y me gustó aprender algo nuevo
el día de mi cumpleaños.
Después salí a caminar por el campo
me prendí un cigarrillo
un perro me siguió dos cuadras
hasta que otra cosa lo distrajo y se fue.
Y me quedé pensando
que me gustaría tener
el instinto de un perro:
saber cuántas cuadras acompañar
y cuando tener que irme.

Herradura
“Bueno, Ya terminamos,
incorpórate despacio,
cuando puedas bajá de la camilla”,
me dijo la osteópata después
de sacarse los guantes de látex que usó
para trabajar los puntos críticos
de la mandíbula trabada hace tres semanas,
desde el sábado al mediodía que fui
a la casa de Luisa y le di
un beso en la boca apenas
abrió la puerta de madera
de tres metros de altura, la puerta
con manijas de bronce que embestí

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como un bisonte.

La mandíbula es una herradura


una hamaca, un vaivén, un obrero que hace todo,
que cuelga de casi nada.

A mí se me trabó cuando le volví a dar


un beso a una chica tres meses después
de separarme de otra.

Cotton Fields

En el día del amigo propuse


tener un hijo, criarlo entre todas.
En el patio del boliche conversamos
del volcán activo que hay abajo
de Yellowstone y todas acordamos
en que es bueno que la naturaleza se pronuncie.
Esa noche planeamos un viaje
al sur que no hicimos, sin embargo
nos fuimos a una quinta en las afueras
y al festival de música country de San Pedro
a escuchar rockabilly, bluegrass, rock sureño.
Cuando entramos a la ruta Tota puso
una de Creedence, Cotton Fields, que dice
que de bebé su madre lo mecía
en los campos de algodón que estaban
ubicados atrás de su hogar.
Bajé el vidrio, las nubes formaban
estelas de condensación.
Caro empezó a cantar y nos sumamos.
Como no sabemos mucho inglés mándamos fruta.

Throop avenue

Son las 4:50 de la madrugada


y bajo a fumarme un cigarrillo
el único cigarrillo que fumo
cada día, de lo que hay, necesito poco
menos cuando me enamoro
aunque intento trabajarlo.
Me siento en el escalón del edificio
que está frente a un hospital.

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Los hospitales deben ser
de los pocos lugares que mantienen
las luces prendidas 24 horas.
Una forma extraña de esperanza.
Las ambulancias rojas y blancas
forman fila una atrás de otra
pegadas al cordón de la vereda
como algunos amigos que necesitás.
Pasa un auto y el conductor tira una colilla
encendida por la ventana.
Pestañeo y ya está apagada.
Pienso dos o tres cosas confusas
mientras el mío se va consumiendo.
Lo termino y lo tiro lo más lejos que puedo
pero tarda en apagarse.

J Train

Estoy sentada sobre una colina empinada.


Empinada. Como les gustaba estar a mis dos gatas.
Un lugar desde donde ver todo.
Cinco chicos y una chica rebotan
una pelota sobre un camino asfaltado.
En el árbol de al lado dos varones hablan
se leen, fuman un cigarrillo de aroma dulce.
Tocan una canción.
Estoy sentada sobre el mapa roto de la ciudad.
Desde acá veo los edificios altos
beige, champagne, terracota
escalar el cielo. Las nubes
se mueven lentas, como me gustaría
moverme a mí, aunque ya lo hago un poco.
Los faroles que iluminan el parque
son de color vainilla, y pienso
que la melancolía es ese exacto punto
donde todavía no escureció del todo
y las luces de la ciudad ya se encendieron.
Eescribo a mano mientras leo
un libro de poemas de Anne Carson.
En el libro sólo habla de Law, un hombre
que la dejó en septiembre; de su madre
que vive en un páramo del norte
y de Emily Brontë, su escritora favorita.
Me pregunto si hay otros temas sobre los que

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[escribir.
Cada noche tomo el subte que ascendía
para pasar por encima del río.
Cuando cruzaba, los edificios parecían
un millón de barcos detenidos con las luces
[prendidas.
De las cosas recuerdo demasiado, pero dónde
dejar lo que recuerdo. No se inventó todavía
un lugar para eso.

Tomar agua comer fruta

Tomar agua comer fruta


usar ropa de algodón
especialmente holgada
en los hombros y los brazos.
Leer libros que cuenten
una historia y no que
la reflexionen.
Usar colonias refrescantes.
No hablar de lo que duele
excepto con quien sabe
crecer, volver a pasar
por el mismo lugar
sin hacerse tanto daño

***

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Reseña de Marcelo Díaz*

5/10/2018 /

Las cosas se van con nosotros

No hay en la tierra un ser humano capaz de declarar quién es.


Nadie sabe qué ha venido a hacer a este mundo, a qué corresponden sus actos, sus
sentimientos,
sus ideas, ni cuál es su nombre verdadero, su imperecedero nombre en el registro de la luz…
León Bloy

Qué de nuestras faltas resuena en los otros y qué de la falta de los otros resuena en
nosotros; Silvina Giaganti ensaya formas mínimas autobiográficas para decir aquello que de
tanto repetirse termina por agotar las posibilidades de darle sentido al mundo. La ficción es un
recurso que sirve para narrarnos, para contar nuestra experiencia, las referencias a Richard
Ford, Philip Roth,o Carson Mc Cullers dialogan con la voz de Giaganti, significan allí donde
pareciera ser que todo se ha apagado o disuelto. No son nombres casuales, o arbitrarios, hay
un correlato entre las lecturas, el universo ficcional, y las urgencias y necesidades de la vida
real que desborda y reclama sentidos. Por eso la ficción puede ser una excusa para encender
una maquinaria lírica-narrativa en cuyo centro estamos nosotros, si hay intensidad en la
vivencia, del mismo modo si hay sensibilidad es porque podemos contarnos y decirnos desde
una trama personal.
Por eso quizá los poemas funcionan como piezas de relatos que se unen de manera
imprevista. En el poema Meterte en el mar las relaciones, los afectos, se anuncian con su
respectiva fecha de vencimiento: “Pienso que escribir/ es como meterte en el mar:/ primero el
agua/ está helada,/ pero a medida que te metés/ y permanecés/ se va poniendo calentita./
Pienso que también/ es una forma de pasar/ sin mucho dolor/ por este barro./ Y también
pienso/ que escribir/ es hablar de amor/ cuando se termina”. Todo vínculo tiende a extinguirse,
y en su desaparición reclama una voz; a la ausencia le siguen los vocablos para decir la pérdida,

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lo que no regresa, ni regresará pero que titila con un resplandor que demora más de lo
imaginado en apagarse, una suerte de lucecita intermitente que nos recuerda que estamos
aquí proyectándonos en un relato vacío. ¿Acaso no nos ha sucedido que recordamos a las
personas que amamos y deseamos cuando ya no están por más que estemos acompañados
por otras personas?
La escritura es una grafía donde nos inscribimos y donde inscribimos a la vez a
nuestros seres queridos. Es un cuaderno sentimental (y como señala Santiago Llach un
cuaderno de viaje) en el que se registran y guardan los aprendizajes de nuestra vida. La
memoria de las decisiones que tomamos con la pregunta acerca de qué iremos a hacer en el
porvenir, ciclo de las distancias y los desencuentros que nunca termina de resolverse. De
hecho los versos de Las mujeres que me volvieron loca de verdad vendrían a recordarnos esta
intención de la escritura: “Las mujeres que más amé/ las que me volvieron loca de verdad/ las
chicas con las que quise todo, escribían. Mi mamá hizo hasta segundo grado y no/ me miró los
cuadernos ni pudo/ colorear un mapa conmigo o ayudarme/ en un ejercicio de contabilidad. El
colegio y casa eran/ una cadena rota en mi cabeza. Cada vez que la veía firmar algo,/ el boletín
de la primaria, un documento en el banco,/ notaba que lo hacía lentamente/ como alguien
recuperándose de un golpe./ Me pregunto si las mujeres que amé/ las que me volvieron loca de
verdad/ las chicas con las que quise todo/ fueron mi movilidad intelectual ascendente,/ si
elegir mujeres que escriben/ es disimular eso que me falta/ cada vez que las dejo/ o que me
dejan”. El poema es largo e implica una novela sentimental, y un relato sostenido de
desaprendizajes: lo que no aprendimos, lo que dejamos en el olvido, y lo que conservamos y lo
que se transforma con el tiempo y que aún no terminamos de comprender por la dimensión de
los hechos y por la intensidad con la que se nos presenta el mundo. Lo casual no
necesariamente se convierte en destino de la misma manera que aquello que prefiguramos de
manera consciente ahora mismo no necesariamente continuará siendo de ese modo en el
futuro. La letra familiar, la composición manuscrita de la lengua, nos lleva a preguntarnos si
todo es asimilable en la vida porque la poesía está allí desde las formas del decir que
incomodan, desde la disconformidad repitiendo hechos anteriores, rupturas y faltas que se
reproducen como un bucle una y otra vez.
En Las cosas se van con vos regresa el mismo núcleo afectivo; la refracción y la
dispersión de experiencias se refracta: “En las fotos familiares que guardo/ estoy arriba de un
triciclo, una bici, un auto a/ pedales./ Tenía ocho, nueve años y a mi papá le pedía/ que me
llevara a andar en bici, en karting, en moto./ En el Italpark me gastaba la chequera de los
juegos / en la pista de Indianápolis/ me estaba preparando para un movimiento/ que ahora
veo no termina nunca./ A los 20 me fui de casa/ porque del barrio hay que irse rápido./ El 98
por ciento de las familias son disfuncionales,/ mi papá/ traía plata a casa pero cenaba/ en otro
cuarto y cuando subíamos/ al colectivo se sentaba lejos de mí/ aunque tuviera espacio./ Del
barrio hay que irse digo siempre/ para eso tomé envión y cocaína / pero como me dijo mi tío
que está muerto/ te vayas a donde te vayas las cosas se van con vos./ Siento que estoy llena de
vida y también/ que no lo soporto./ Del barrio hay que irse sigo diciendo/ aunque yo ya me fui”.
Irse, volver y partir otra vez son consignas que orientan muchas veces nuestro recorrido o
diáspora personal. Lo escrito, las imágenes de nuestro pasado, no hacen otra cosa más que
facilitar la posibilidad de narrarnos desde otro lugar en el que nuestra identidad encuentre una

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forma más resuelta de acuerdo a nosotros mismos. Giaganti nos remarca que estamos
constantemente cambiando, nuestros cuerpos se regeneran, nuestras células, nuestro deseo,
mueren, se multiplican y transmutan por completo, por lo que nos somos los mismos desde
que nacemos hasta que morimos.
Y a las fracturas del corazón le siguen las grietas del exterior, a veces la falta de los
otros, y la nuestra, encuentran una correspondencia en los espacios, los lugares que habitamos
y en los objetos que utilizamos: “Mientras estuve con ella/ se rompió el botón de la luz del
baño/ se descascaró la pared que está abajo de la ventana del living la humedad avanzó/ se
pudrió la base de madera de la ventana del living/ bañé con menos frecuencia a la perra/ la
cocina empezó a perder gas/ se partió la perilla de plástico de la hornalla delantera izquierda/
se rajó la tapa del inodoro que no repuse/ todavía hago pis apoyada en la loza fría/ mientras
estuve con ella no arreglé nada”. No sólo se poetiza la ausencia sino que se semiotiza la falta
con toda la constelación de signos que acompañan las diferentes modalidades de la pérdida.
Esas formas tensionan nuestro “yo”, lo desfiguran y lo instalan en un territorio de
incertidumbres. La relación con la poesía termina por ser una relación abierta de
posibilidades, si hay testimonio no aparece mediante un registro llano, desprovisto de lirismo,
sino que la forma lírica está allí como tema todo el tiempo, como un horizonte, un lugar desde
donde ver toda nuestra biografía en perspectiva y una posibilidad de imaginarnos de otro
modo en el que las voces de nuestra trama y árbol familiar regresan, así sea desde lejos, para
recordarnos que aún no lo hemos perdido todo. En fin, la escritura Silvina Giaganti nos
advierte que aún podemos ensayar ciertas formas sensibles en tiempos de hostilidad y que
aún en una edad en la que la velocidad borra nuestras huellas en el mundo hay una voz
extraña, como planteaba Fabián Casas, y por eso el epígrafe, que dialoga con nosotros, a veces
en un tono epigramático, y nos obliga cada tanto a replantearnos de dónde venimos y por ahí
puede que también prefigure, como un gesto, lo que haremos más adelante, con la esperanza
de que con el paso de los años las cosas no se nos oscurezcan del todo.

*Poeta y crítico, autor de La formación de la lírica. Apuntes sobre poesía argentina


contemporánea (UADER, 2017) y Bildungsroman (Gog & Magog, 2018).

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