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‘La galaxia lleva tu nombre’

Eres el universo viéndose en un espejo.


Prólogo:

¿Cómo suelen empezar las historias de amor?


Había una vez una hermosa damisela que vivía en un castillo…
Nuestras miradas se juntaron cuando chocamos por casualidad en los pasillos
de la escuela y las hojas de un manuscrito fueron al piso…
Tuvimos una fuerte conexión al momento en que nos conocimos,
era como si estuviéramos destinados…
Todo empezó con un me gusta en su foto de perfil en Facebook…
Una persona en común nos presentó…
Coincidimos en una reunión…
Primero fuimos amigos…
Fue amor a primera vista…

Los tópicos amorosos rebalsan porque existen muchas formas de cómo


empezar una historia de amor.
Pero, ¿alguna vez te contaron cómo terminó?
Lo esencial siempre es qué sucedió.
En quienes se convirtieron en el tiempo que se amaron. Cuánto lograron
mientras se desearon.
Qué tan lejos llegaron al tiempo que se besaron.
Cuántas veces pararon las manecillas del reloj en un abrazo.
A quienes inspiraron. Y qué dejaron para el porvenir.
Nunca importa el epílogo, porque hay historias que jamás terminan a pesar
que la realidad no haya querido seguir escribiéndolas.
Hay amores que perduran al compás de la eternidad en las arcas del
corazón y se vuelven parte de tu personalidad con miras a un horizonte.
Amar es un acto valiente porque te envuelves con el infinito en los
segundos que dura un beso.
Y las historias se adentran en la profundidad de otras almas cuando un día
decides contarla.
He allí la magia de toda historia de amor y lo que intento plasmar.

Y sí, esta historia tampoco tiene epílogos a pesar que la realidad sea
insatisfactoria.

Tal vez sea esa la razón por la que uno escribe.


Convertí a Daniela en un recuerdo atesorado en lo profundo de mi corazón.
Inmortalicé a detalle cada uno de nuestros maravillosos momentos en una
novela y liberé sucesos íntimos contemplando las estrellas de las noches de
abril hasta que el tiempo fue haciéndome olvidar el sonido de su voz como
eco en mi interior, se derramaron sus caricias de mis manos, se apagó el
brillo del recuerdo de su mirada y aunque abril siempre me la recuerda ya
no observo las estrellas y la veo.
Ella se fundió con el universo para ser eterna y yo la atrapé en mis letras
como dictó una promesa.
Seguí el rumbo de lo que restaba de vida porque, aunque los caminos
parezcan nublados el andar esclarece el horizonte.
Me hice escritor, la novela se volvió un éxito, terminé la universidad con
una licenciatura en Literatura y Lingüística, vi a mis amigos despegar,
enamorarse, comprometerse y a la familia duplicarse.
No me di cuenta que era la última vez que jugaba a la pelota.
Hice un gol celebrado como en un mundial y no volvimos a juntarnos los
sábados por la tarde a pesar que acordamos una y cien veces.
Compromisos sociales, reuniones de trabajo, tiempo con la familia, fueron
siendo las excusas de los amigos que iban desapareciendo por sus caminos.
Visité bares en soledad para buscar inspiración en eventos de la noche
envolviéndome en situaciones vertiginosas con fin en el alba.
Envidié sanamente la estabilidad emocional de cada uno de los amigos
universitarios que fueron arribando a sus destinos. Cuando yo iba a
discotecas en busca de acción nocturna, ellos bebían vino y compartían una
película con su mujer y su hijo.
Llegó una etapa en la que Manuel y yo andábamos lidiando con nuestros
diversos estudios y compartiendo vivencias en otros grupos; aunque
impartíamos saludos y nos teníamos presentes en las redes a pesar que él no
fuera fanático de las mismas. Sin embargo, una tarde me escribió por el
nada parecido Messenger de Facebook diciendo que zafaría a provincia por
una oportunidad de trabajo que más pareció una buena ocasión para liberar
la mente de la carga sentimental que trae Lima consigo.
Abordó el avión, cerró sus cuentas y desde entonces no volvimos a
conversar. Mi madre tuvo cáncer y venció. El impacto me impulsó.
La vida no tiene que ser siempre tragedias.
No obstante, no me volví a enamorar; aunque tuve ciento un romances con
mujeres extraordinarias, jamás sentí que podría amar.
Tal vez fue porque ella se llevó el prisma para amar o quizá me encerré en
un ideal.
No sé con exactitud cuánto tiempo pasó desde la última tarde, solo sé que
me dediqué a escribir a pesar que no volví a publicar; aunque el editor
advertía cada mañana que estaba a la espera de un nuevo proyecto, razón
por la cual el viernes decidí no salir para aventurarme a la escritura el
tiempo que durara la noche; sin embargo, al alba lo único que había escrito
era: ¿Adónde van los escritores sin musas? Una botella de ron a la mitad se
encontraba al lado, cigarrillos, la música oyéndose despacio y yo recostado
sobre el escritorio víctima del cansancio o la borrachera.
Me sentía completamente bloqueado, las ideas estaban estancadas, la
inspiración desaparecida y sabía que debía al menos darle un título al editor
para que no estuviera molestando tanto a pesar que me gustara que lo
hiciera porque me recordaba que debía seguir intentando escribir.
Volví al sueño hasta pasado el mediodía, me di una ducha y vestí con
intenciones de dar una caminata que liberara a las ideas de la mente.
Salí de casa para dar un paseo porque el clima también favorecía. Miré la
canchita y sentí nostalgia al ver la ausencia de fútbol lleno de roce y pasión.
Dentro de la chaqueta donde guardé los cigarrillos encontré un afiche
acerca de la inauguración de un nuevo centro comercial y creí conveniente
asistir para liberar las tensiones y hacerle espacio en la mente a nuevas
ideas que se volverían escritos de un libro de cuentos que aún no
empezaba.
Además, el sol me provocó un helado de chispas con chocolate.
Caminé hacia allá añorando llegar cuando la multitud se hubiera disipado,
pensando en acontecimientos imaginarios mezclados con reales que puedan
servir como fuente de inspiración para los futuros relatos; también el
deporte rey atravesó por mi memoria y sentí apropiado escribir en los
grupos de WhatsApp mi melancolía por vivir un sábado sin fútbol sea en la
cancha de mi casa o en el campo de la universidad. Nadie respondió.
Eran las dos y tanto, seguramente estarían con delantal sirviendo el
almuerzo, pensé con una sonrisa.
Llegué al Mall del Sur al cabo de quince minutos a pie anotando en los
vagones de la memoria los hechos que iba recabando para escribir.
Ingresé encontrándome con vecinos y conocidos a quienes saludé con
ademanes, me di cuenta que muchas de las tiendas se hallaban cerradas;
aunque por suerte el patio de comidas estaba abierto. Sin embargo, no tenía
hambre, solo quería un helado con chispas de chocolate y Doña Pepa.
Adquirí un cono de dos bolas de mango y vainilla con chispas de chocolate
y Doña Pepa incrustada y continué el trayecto maquinando en la memoria
situaciones que podía usar para escribir ignorando a los empleados que
entregaban afiches de las tiendas, los escaparates de vestidos de novia, el
sujeto afeminado que quiso invitarme a pasar a su peluquería de forma
seductora, las clásicas tiendas por departamento y me detuve a la orilla de
una pileta con un ángel desnudo arrojando agua por su boca en una
posición de ballet para descansar ya que la falta de fútbol y gimnasio han
hecho estragos en mis rodillas treintañeras.
Revisé el WhatsApp, Facebook e Instagram mientras disfrutaba de mi
helado; anoté las ideas en el bloc de notas y retomé el camino hacia la
salida suponiendo que lo había visto todo y nada atrajo mi atención.
Salí del centro comercial y se me ocurrió fumar un cigarrillo.
El falso sol dio paso a un importante frío y noté que unos trabajadores
colocaban en el frontis una enorme bandera del país que se vería a
kilómetros.
Me di cuenta que la apertura del Mall del Sur y las Fiestas Patrias iban de la
mano y no por un motivo cultural o sentimiento patriota, sino por un asunto
netamente estratégico.
Al tiempo que veía como perpetraban su labor buscaba en los
comportamientos de mi chaqueta el fuego para prender el cigarrillo
entrando en desespero por no hallarlo en ningún bolsillo.
¿Dónde lo habré dejado? Pensaba durante la búsqueda.
— ¿Buscas cómo prender tu pucho? — Oí una voz salvadora detrás de mí.
Cabello largo y lacio cayendo por su casaca jeans abierta con una blusa
blanca dentro, de esas con abertura en medio con forma de uve, pantalones
clásicos que caían estupendamente bien con el resto del atuendo y el
calzado no me atreví a observar porque me detuve en la sonrisa llena de
amabilidad que regaló estrechando la mano para que me acercara a
encender el pucho.
—Listo, muchas gracias— le dije con la voz desfigurada por el cigarro en
la boca.
—¿Me compartes uno? — Añadió enseguida mirando con sus ojos verdes.
—Es lo mínimo que puedo hacer— dije de inmediato y estiré la cajetilla
para que recogiera uno.
— ¿Te lo prendo? — Fue mi pregunta cordial.
—Yo puedo hacerlo— dijo prendiéndolo con sutileza.
Arrojó una bocanada de humo al cielo y soltó un sonido en señal de relajo.
—Necesitaba un rojo; pero de mora está bien— dijo como haciendo una
broma.
—No sabes lo que es trabajar aquí— comentó tras otra piteada.
Supuse que no era anfitriona, de serlo tendría un uniforme sensual,
tampoco era empleada de alguna compañía de celulares y mucho menos la
muchacha antipática que me atendió en el sitio de helados.
—Los cigarrillos de mora son deliciosos— le dije.
—A menos que seas un mariposón... Y, por la chaqueta de cuero, el
peinado de moño y el porte de macho alfa, me extraña que te guste de
mora— dijo con humor.
—Nunca me han gustado los puchos rojos. Prefiero que tengan saborcito
para disfrutarlo mejor; aunque en mis tiempos en las tiendas solo
encontrabas normales o rojos— le dije con la misma buena onda.
Ella sonrió.
—Es cierto. Ahora cada vez que voy a comprar puchos siento como si
estuviera eligiendo dulces. Aunque; bueno, en la variedad está el gusto,
¿No? — acotó y le dio otra piteada.
Asentí con la cabeza dándole la razón viendo como creaba aros con el
humo.
—A mí nunca me salieron esos círculos— le dije con otra sonrisa.
Aunque tengo un amigo del otro equipo que cada vez que fuma se sienta
con las piernas cruzadas y dibuja conejos con el humo, añadí.
— ¿En serio? — Dijo mirándome extrañada.
Si tu amigo, la mariposa, crea conejos, yo puedo hacer mi Patronus con el
humo, acotó sonriendo.
La vi confundido al no entender su referencia.
— ¿No comprendes? — Dijo después con un juego de cejas. Pasé mi mano
por parte de la frente en señal de confusión.
— ¿El encantamiento Patronus?, ¿Harry Potter?... ¿Emma Watson? — fue
diciendo con la mirada fija en mis ojos y yo continuaba en otra órbita.
— ¡Ah! A ella sí la conozco— le dije con una sonrisa y fue ella quien se
llevó una mano a la cara y parte de la frente.
— ¡Ay... hombres! — dijo después con resignación.
—No me gusta Harry Potter. Prefiero ‘La historia sin fin’— le dije.
— ¡Esa película es increíble! De niña me subía al lomo del perro de mi tía
para ver si volada— dijo con una leve risa.
Le seguí con otra sonrisa.
—Y dime, ¿Cuál fue o es tu función en este lugar? — Me atreví a
preguntar.
—Soy arquitecta. Vine para contemplar el trabajo de mi vida— dijo
pasando su mirada por el frontis.
— ¿No pudiste agregarle otra pileta? Es atractiva, muchas parejas posaron
delante de ella—.
—Gran idea, ¿No? Pensé en un sitio para que la gente se tomara un respiro
de las compras y se sacara un par de fotitos— dijo haciendo el gesto de
sacarse una selfie.
— ¿Y no pudiste colocar un acuario? Eso hubiera sido brillante— le dije.
— ¿No crees que la pileta con ángeles diseño italiano sea suficiente? — me
vio con el ceño fruncido.
—Estoy bromeando. Es más que suficiente— le dije con una sonrisa.
— ¿Sabes? La alcaldesa quiso colocar su nombre en la pileta. Tuve que
decirle que no podría aceptar dicha ridiculez— dijo con seriedad e hizo una
mueca de asco.
— ¿Se lo dijiste de ese modo? — Le pregunté asombrado.
—Se lo dije con cariño. ‘Señora Ríos, disculpe; pero no hay espacio para
colocar su nombre’. Tremenda ridícula resultó ser esa vieja— dijo
tapándose la boca al decir lo último.
—Su mal gusto lo reemplaza bien con el trabajo que ofrece— le dije dando
una piteada a otro cigarrillo.
— ¿Eres de por aquí? — Quiso saber tras una bocanada de humo sin aros.
—De vivir en otra parte no vendría a este mall por un helado— respondí
irónico.
—Podrás vivir en el trasero del mundo; pero te aseguro que vendrías hasta
aquí para contemplar esta belleza— dijo con seguridad.
Sonreí.
—Justamente miraba el frontis luego de un recorrido de rigor y pensaba en
estrecharle la mano al arquitecto por tan buen trabajo— dije con la misma
seguridad.
Ella sonrió.
—Ahora que la tienes en frente será mejor que te apresures porque cuando
termine mi cigarrillo iré por un café para contrarrestar este frío— dijo
abrazándose tras una ráfaga de viento.
—Mis felicitaciones, señorita…
—Mariana.
—Ha hecho un trabajo increíble; aunque… Siento que le faltan algunas
tiendas, tal vez una gigantesca librería como el Ateneo y un acuario—.
—Gracias, no eres el primero ni serás el último en decirlo— dijo con una
sonrisa pícara.
—Y sí, obviamente que con el paso de las semanas se irán abriendo las
tiendas— añadió.
Sonreí y acoté: Será motivo para venir seguido. Y tal vez encontrar un
acuario.
— ¡Ya deja eso del acuario! — Dijo en voz alta. Solté una risa.
—Apropósito, no me has dicho tu nombre— dijo después.
—Bryan, no Brayan de forma horrible, sino Bryan, con be, ere, la y griega
y el resto. No te vayas a confundir, por favor—.
—O sea, te haces llamar, ‘el Brayan’—. Reímos otra vez.
—En los últimos años no sé de dónde salieron tantos Bryan. A veces creo
que de los confines del infierno— dije con humor.
— ¿No decías que vivías por aquí? — dijo con sarcasmo. Volvimos a reír.
—Tú no has dicho dónde vives— le dije después de la risa.
—Es muy pronto para decírtelo. Tal vez, después del café— dijo arrojando
la colilla a un tacho cercano.
— ¿Te gusta mucho el café? — Pregunté, también tirando el cigarro.
—El café y la buena plática— dijo esbozando una ligera sonrisa.
—Yo prefiero el café y la soledad— contesté con serenidad.
— ¿Eso quiere decir qué no me vas a acompañar? — Preguntó con un gesto
señalando la entrada.
—Solo porque eres la arquitecta de este grandioso lugar— le dije cortés.
—El honor que me haces— dijo con una sonrisa y enseguida añadió:
¿Te gustaría oír un chiste? Hoy por la mañana lo dijeron en la radio y
quiero compartirlo.
—Te escucho— dije asintiendo con la cabeza.
—Sé que suena raro que una chica que recién conoces te quiera contar un
chiste; pero lo tengo en la punta de la lengua y quiero soltarlo.
Además, tu insistencia por el acuario me hizo recordarlo— me dijo.
—Dale, suelta el chiste antes que se te olvide— la animé con un gesto de
manos.
—Era la final de la copa del zoológico. Jugaban los animales de mar contra
los de tierra, quienes en un partido reñido se fueron a los penales.
El tiburón, capitán y goleador del equipo, eligió como arquero al pulpo
sabiendo que se taparía los cañonazos con sus largos y pegajosos
tentáculos; sin embargo, acabaron perdiendo cinco a cero.
Entonces, el grandulón bien enojado increpó al pulpo: ¿Qué rayos sucedió
contigo? A lo que el señor pulpo al borde del llanto respondió: ¿Qué
esperabas que hiciera? ¡Si el que pateó fue el ciempiés!
Lo contó de una manera tan graciosa que ocasionó mi risa.
¡Qué buen chiste! — Le dije entre carcajadas.
—Cómo te gusta el fútbol, supe que caería pleno— añadió junto a una risa.
¿Cómo sabes qué me gusta el fútbol? — Le dije deteniendo levemente la
carcajada.
—Bueno, ¿a qué hombre no le gusta el fútbol? — dijo todavía riendo.
—Déjame contarte una anécdota chistosa— le dije más calmado.
—Cuéntame mientras entramos porque está haciendo mucho frío— sugirió
y nos adentramos.
—Hace unos días fui a un Starbucks. Al muchacho que atiende le dije mi
nombre y lo escribió tan garrafal que hasta risa me dio.
¿Cómo puede ser posible que en una cadena sumamente reconocida
escriban incorrectamente tu nombre? Se lo hice saber, claro que con
sarcasmo y tuvieron que corregirlo.
—Entonces, ¿no pudiste sacarle foto a tu vasito? Digo, porque se vería
horrible con un borrón—.
—Sí, eso fue lo que más me dolió— respondí y empezamos a carcajear.
¿Sabes cuántos like hubiera tenido? — Dije después. Ella seguía riendo.
—Dime algo, ¿no eres de esos que andan corrigiendo las faltas
ortográficas, ¿verdad? Porque yo puedo ser muy buena para los números;
pero malísima para la redacción— dijo actuando como si estuviera
llorando.
—Me gusta corregir de forma sutil. Por ejemplo, si veo un post mal escrito
abajo en el comentario lo escribo correctamente o si se trata de un amigo le
mandó un mensaje privado diciéndole la falla—.
Mariana asintió con la cabeza.
¿Sabes? A mí nunca me ha pasado algo similar ya que mi nombre es fácil
de digerir; pero tengo una prima que se llama María de los Ángeles de la
Santa Inquisición.
Sé que lo que estás pensando… Padres religiosos que ponen nombres
largos y crían mujeres destinadas a ser monjas.
Pero Angelita es tremenda, no en el sentido que muchos creen, sino que es
sumamente independiente y algo loca.
Cada vez que salíamos a tomar cafecitos nos divertíamos con la forma
como los empleados, de hecho, muy creativos, abreviaban su nombre. A
veces ponían: María D. A. Otras veces simplemente María a secas. De los
Ángeles. Señorita Inquisición, escribieron una vez también en un
Starbucks. Nunca completo para evitar confusiones o porque no alcanza en
la circunferencia.
Soltó una risita mientras contaba. Yo la miraba.
Esto me llevó a la genial decisión de que a mi hija no le iba a poner un
nombre tan jodidamente largo y mucho menos anglosajón, con el debido
respeto… Por eso, mi perrita se llama Nala.
Si piensas que lo puse porque me gusta El Rey León tienes toda la razón.
—Es lo que pensé— dije. Y acerca de tu prima, no imagino el bullying que
debió pasar en el colegio.
¡Te equivocas! Ella les sacaba la mier… a todas las que se burlaban de su
nombre y nadie le paraba bronca porque mi prima mide 1.80 y pesaba 95
kilos; aunque ahora está figurita y aprendió a reírse de su propio nombre—.
—Yo también tengo un primo que en tiempos de cole era campeón en
competencia de glotones y ahora sale en revistas como modelito luciendo
un abdomen plano con seis cuadrados—.
¿Qué te parece si nos presentamos a los primos? — Dijo con una sonrisa
exagerada. Es joda, por si acaso, añadió al ratito.
Le regalé una sonrisa.
—Y dime, ¿Tienes mascotas? — Dijo después.
—Sí, me encantan. Tengo a Dolly; pero antes tuve a Pinina, quien ahora se
encuentra en el cielo con San Can. Alucina que tengo su nombre tatuado en
la espalda—.
—Asombroso— dijo esbozando una sonrisa. Definitivamente, las mascotas
son el núcleo de la familia, añadió con ternura y seriedad.
—Puede que no compartan la sangre; pero sus latidos se confunden con los
nuestros— le dije.
—Exacto. Por eso yo adoro a mi Nala a pesar de que ya tenga su edad. Este
año llega a los once—.
—Es increíble cómo pueden vivir tan poco y marcarnos tanto— acoté.
—Dicen que ellos alcanzan la plenitud muy rápido porque mientras que los
humanos llegamos para aprender a amar, ellos ya lo saben y solo se
dedican a demostrarlo sin prejuicios ni restricciones— dijo con cierta
dulzura.
Asentí con la cabeza para darle la razón.
—Y dime, ¿tienes hijos? No perrunos, eh— Quiso saber.
—Humanos, no. Tengo a Dolly y un gatito llamado Garfield que para más
tiempo en la calle que en la casa. Y créeme, los quiero como si los hubiera
parido— le dije en broma.
—Te creo, te creo todo a excepción de lo último— dijo sonriendo.
Y, tampoco tengo hijos, caso contrario no vendría sola a verificar mi
trabajo. Los traería para que se enorgullecieran de su madre— dijo con una
risa final.
—Estoy seguro que Nala, aunque ausente, sabe que lo hiciste muy bien—
acoté con una sonrisa.
Te cuento que muchas de mis amigas ya me ganaron en esa carrera.
Incluso, llevan dos vueltas adelante. Por cierto, también mi prima de
nombre religioso.
Y no fue con un cura— sonrió cuando lo dijo.
Le devolví la sonrisa y dejé que diera el primer paso en la escalera
eléctrica.
¿Y tú? — La oí decir dando un giro. Se veía más alta que yo.
—No; aunque me gustaría. Sin embargo, cada vez me siento más lejos de
ese embrollo—.
¿Por qué? —
¿Eres mi psicóloga? — Dije con una risita.
—Me gusta escuchar— respondió con ternura frotando sus manos.
—La razón principal es que no tengo una pareja estable y me gustaría tener
hijos en un clan familiar— le dije con cierta seriedad.
—Entiendo. Y, ¿Por qué no has podido consolidar con una chica? — Quiso
saber. Íbamos por la mitad del camino.
¿Eres reportera? — Dije con humor.
¿Eres una especie de sociópata o algo por el estilo con quien nadie puede
estabilizarse? — dijo con una sonrisa.
Llegamos al segundo nivel.
—Te lo digo porque tengo amigos que a tu edad ya están casados— añadió.
—Sí, yo también, ¿Por qué crees que estoy solo en un mall? — dije
abriendo los brazos.
—Bueno, en parte tienes razón— mencionó.
—Digamos que… No he tenido la oportunidad de volver a consolidar una
relación estable y duradera— le conté sintiendo confianza.
—A veces es sano que termine, ¿no crees? — Me dijo.
—A veces deja muchas preguntas sin respuesta que terminan volviéndose
heridas que se infectan—.
¿Te rompieron el corazón? — Dijo mientras recorríamos el cine.
—Qué cola tan enorme— enfaticé intentando salir del tema. Ella no
pronunció palabra alguna.
¿Te han roto el corazón? — Le pregunté después.
—Sí y no me cuesta aceptarlo porque es parte de un pasado que aprendí a
superar y hoy puedo usar como experiencia— dijo reflexiva.
—Ahora sí te pareces a mi psicóloga— dije con humor.
¿Tienes una? ¡Diablos! Si eres un demente, ¿verdad? — Dijo alejándose.
Sonreí.
—Tú ves puro músculo; pero tengo el corazón de marshmallow— se me
ocurrió decir.
—No te creas Johnny Bravo— dijo acercándose de nuevo. Hice puño en la
mano para que se elevara el bíceps.
Ella tocó.
—Sí que estás fuerte, eh— dijo con gestos de asombro.
—Y aunque no seas un demente, pienso que deberías ir separando una
consulta con el psiquiatra porque esta tarde vas a terminar muy loco— dijo
con humor.
—No pierdo la cabeza con facilidad— respondí sonriendo.
¿Y quién habló de un asunto mental? A veces la locura proviene de aquí—
dijo hincando en su corazón con una pícara sonrisa.
Y es una locura ideal, sentenció.
—A veces creo que todos estamos algo locos— le dije.
—A veces parece que sí; pero preferimos soldar los pies al suelo por miedo
a volar y no saber cómo bajar— respondió.
—Es como si la tierra fuera el manicomio adonde los otros planetas
deportan a sus locos— le dije con una sonrisa.
—Si así fuera, nuestras mentes están coincidiendo muy bien, ¿no crees? —
me dijo con otra sonrisa.
—Sí. Pero… Mantengamos los pies firmes, ¿te parece? — contesté. Asintió
esbozando una sonrisa.
Recorrimos al patio de comidas ubicando una cafetería con la mirada.
—Juraría que no me percaté de ese lugar. ¿Es nuevo? Nunca había oído de
‘Café con sabor a tus besos’ — le dije señalando el sitio.
—Este Mall tiene muchas sorpresas para ti. Vamos para allá— dijo y me
dio un leve empujón.
—Te cuento que la cafetería es peruana— acotó acercándonos.
—El mejor café es de aquí— enfaticé.
—Es la primera tienda de una posible cadena. Los dueños son Alonso y
Benito. Se fugaron románticamente del país porque sus padres no aceptaron
su orientación sexual. Se casaron en Argentina y tras cinco años retornaron
para cumplir un sueño— fue contando a medida que nos íbamos asomando.
—Interesante historia de cómo el amor no solo es físico y sublime, sino
también un propulsor para conseguir los sueños— le dije.
¡Exacto! — Arremetió con seguridad. Un amor verdadero siempre logra
milagros. Cuando te encuentras en una relación estable y bonita muchas
situaciones beneficiosas pueden ocurrir— fue diciendo.
—Estoy de acuerdo; aunque también existe el otro lado de la moneda. Es
decir; una tonelada de romances que no van a ninguna parte, salvo el
movimiento de cama.
¿Cuál prefieres tú? — Me dijo viéndome fijamente.
—Sentirme libre, ¿y tú? —.
—Segura—.
Una chica con una camiseta con logo de la cafetería nos vio desde el fondo
e hizo un gesto de manos.
—Y dime, ¿sales con alguien? — Dijo y sentí como fijó sus sentidos en mi
reacción.
Sus ojos verdes se intercalaban a su leve pestañeo manteniendo la vista en
mí.
Hace siglos que no involucro sentimientos en mis romances— le dije.
—Yo siempre los involucro y por eso estoy soltera— me dijo.
¿Te digo algo? Aunque espero que no suene a terrible cliché— le dije. Ella
mantenía la compostura.
Me cuesta creer que una persona tan simpática y agradable como tú se
encuentre sola—.
—Creo exactamente lo mismo; pero sabrás que un par de imbéciles hijos
de su madre destrozaron mi corazón— dijo en una explosión de ademanes
saliendo por completo de la parsimonia en la que se hallaba.
—Entiendo. Pero bien dices, te sirvió de experiencia— le dije con calma.
—Sí. Por eso estoy plenamente enfocada en mi trabajo. Y mira los
resultados— sonrió orgullosa.
—Espera— dijo antes de que acotara algo. Tú no me has dicho si alguna
vez te han roto el corazón.
¿Es importante? — Dije viéndola fijamente.
—Saber el pasado de una persona que recién conoces, ¿es trascendental? O
simplemente prefieres conocerme de aquí en adelante— acoté con seriedad.
¿Habrá un mañana? — Quiso saber.
—Siempre y cuando termines dándome tu Messenger— dije con humor.
¿De qué época vienes? — Dijo alterada y con risas.
—Soy tan anticuado que tengo un celular sapito— respondí.
—No te creo— dijo en un arrebato. Yo tengo una celular manzanita porque
mis tareas las realizo hasta en el semáforo en rojo, añadió sonriendo.
—Es broma; aunque confieso que intento adaptarme a tanto cambio— le
dije.
—Tampoco tienes la edad de mi abuelo—.
—De hecho, creo que tenemos la misma edad— le dije.
—Puede ser, puede ser— dijo en una mirada intuitiva.
—Entonces, ¿Cuál es tu M, S, N? —
—Ahora que lo mencionas de esa forma acabo de volver a mis tiempos de
escuela y academia— dijo en un suspiro.
Me quedé mirándole los gestos.
—Bien, anótalo: Mariana, raya abajo, crazy, dos mil, arroba hotmail— dijo
enseguida.
—Más tarde te agrego y conversamos por ahí— dije esbozando una sonrisa
que devolvió con rapidez.
¿Me estás hablando en serio? — Preguntó haciendo una mueca de
confusión al oír que le dictaba el inicio de mi correo.
Empecé a reír al verla asombrada y confusa.
—Es broma. ¿Qué te parece si luego intercambiamos números? Siento que
me caes chévere— le dije.
¿Sabes? Me gusta creer que el WhatsApp es el nieto cool del Messenger—
dijo reflexiva a pesar del comentario singular.
—Y sí, luego te lo paso porque ya quiero que lleguen los cafés— dijo
alzando la vista.
Nadie venía.
—Preparar una taza de café tiene algo de arte, deja que se demoren lo
necesario— le dije al sentirla impaciente.
—Sí, tienes razón; pero, ¿en qué momento hicimos el pedido? — me dijo
abriendo los brazos.
Ahora fui yo quien elevó la mirada.
—Conversemos mientras alguien nos atiende— propuse.
¿Qué signo eres? — Preguntó de golpe.
—Hace muchísimos años que no leo el horóscopo— le dije mirándola a los
ojos verdes oscuros.
—Solía hacerlo cuando era niño. Cogía el periódico y miraba la última
página en busca de mi signo. Creía imaginar que ocurriría lo que dice;
aunque debo admitir que algunas veces atinaba. Ya después me di cuenta
que mucho depende de la actitud que uno tenga para con la vida y dejó de
importarme— concluí.
—Oye, bastaba con decir que no quieres contarme— dijo con humor.
—Intentaba hacer un preámbulo interesante— dije de la misma manera.
—Entonces, ¿Qué signo eres? No es que sea una obsesiva del Tarot; pero
me da curiosidad.
—Mi cumpleaños es en noviembre, el nueve para ser exactos—.
¿En serio? — Asentí con la cabeza.
—Yo también soy del nueve; pero de diciembre—.
—Qué agradable coincidencia—.
—Eres escorpión— enfatizó señalándome con el índice. Abrí los brazos
como si me hubiera atrapado.
Se llevó una mano al mentón dando una expresión de análisis.
—Intenso. Inteligente. Frenético… ¡Y sumamente romántico! — Sacó su
diagnóstico al cabo de unos segundos.
—Y dices no ser una fanática del Tarot— le dije con ironía.
¿A veces no te intriga conocer el futuro? — Dijo acercándose como si
estuviera contando un secreto.
—Prefiero vivir el día a día—.
—A mí me gusta pensar en lo que podría llegar a suceder, por eso me gusta
el Tarot. Claro que no soy una chica que se guía únicamente en lo que dice
el Horóscopo, sino también en lo que puedo lograr con mis actitudes.
—Prefiero pensar en cómo puedo actuar para que un plan o sueño suceda,
no en actos divinos o celestiales que escriban mi mañana— dije con
seriedad.
—También yo, obvio; pero a veces me intriga lo que los signos puedan
decir. Por ejemplo, ¿Qué pasaría si hoy leo mi horóscopo y dice algo como,
‘vas a conocer al chico de tus sueños esta tarde’?
¡Nos quedaríamos helados! ¿Verdad? — dijo con asombrosa seriedad.
—No creo estar a la altura de tus sueños— respondí con algo de gracia.
¿Por qué, ¿no? Veamos que tiene planeado el universo para Sagitario— dijo
sacando el celular del bolsillo de su chaqueta.
Se acercó la empleada. Mariana buscaba un sitio web en su celular.
—Yo quiero un café negro bien cargado, ¿y tú? —
—Un frappé de Moka, por fa— dijo manteniendo la mirada en la pantalla.
¿No qué tenías frio? — Dije; pero no respondió por estar concentrada.
—Aquí está. Voy a leer en voz alta para que escuches: Hoy es buen día
para empezar a ahorrar. Tu número favorito es el seis. Conocerás a una
persona que posiblemente sea la indicada. ¿Ves? Lo están presagiando—
dijo emocionada.
¿En serio dice eso? A ver, muéstrame— le dije estirando el cuerpo para
poder mirar su celular.
Lo alejó con rapidez sin que pueda ver.
—Dicen que es de mala suerte que alguien vea tu signo— añadió con
seriedad.
—Siento que estás tomándome el pelo— le dije con una risa.
—La verdad es que sí— respondió y guardó su celular. Me puse serio.
¿Y esa cara larga? —
—Ah, porque…
¿Ves? Te gustó tanto la extraña y alocada idea de ser el chico de mis sueños
que cuando te dije que no era cierto, porque solo dice que sea ahorrativa y
recuerde el número seis, cambiaste de apariencia—.
—Puede ser. Nunca me han dicho algo así en la primera cita. Espera, no es
una cita. Es un encuentro inesperado, casual y simpático. Pero, el punto
es… Que sí, me gustó que lo dijeras—.
¿Por qué no lees tu horóscopo? Tal vez diga algo similar— dijo con una
sonrisa.
Y llegaron las bebidas.
—No. No voy a sucumbir ante esas ideas porque no creo que alguien esté
escribiendo nuestras vidas. Nosotros construimos el camino—.
— ¿Qué tan seguro estás de eso? — Me dijo abrazando su bebida.
—Una vez alguien conoció al amor de su vida o como dices, la chica de sus
sueños, se enamoraron con facilidad como si estuvieran destinados
remarcando lo antes mencionado y con el paso del tiempo, tras vivir una
millonada de sucesos bonitos y complicados que terminaron juntándolos
más...Ella tomó la decisión de no seguir formando parte de ese conjunto de
amor destinado y hermoso que construyeron.
¿Te das cuenta cómo una decisión humana interfiere con el destino? —
Mariana me miró con el rostro serio y el verde clavado en mis ojos.
— ¿El chico no pudo hacer algo para que volvieran? — Quiso saber
intrigada.
—Pudo hacer mil cosas— dije con cierto énfasis y abriendo las manos
como recreando una explosión.
—Pero ninguna acción haría que vuelvan— concluí ante su mirada atada a
mi rostro y gestos.
—Tal vez…— hizo una pausa. Simplemente no estaban destinados a
quedarse juntos por siempre— dijo con un gesto de resignación.
—Yo creo que se trata de decisiones. Es decir; pienso que el amor dura lo
que ambos quieran que dure y que las promesas o sueños de estar unidos
hasta el fin de los días se logran durante el tiempo que quieran amarse—.
—El amor tiene su propio universo— dijo Mariana.
—Quizá sea eso—le dije.
Asintió sonriendo y le dio un sorbo a su bebida.
—No obstante, solo porque eres tú y me caes bien, voy a abrir mi
horóscopo— le dije con una sonrisa. Ella soltó una risa.
— ¿Qué dice? ¡Cuéntame! — Dijo con el sorbete en la boca esbozando una
pequeña sonrisa.
—Qué es un buen día para empezar a ser feliz— leí en voz alta.
— ¿Qué piensas de eso? —
—Que soy feliz con facilidad y no necesito que nadie me lo diga—
respondí y bebí mi café.
—Está delicioso— acoté enseguida.
¿Qué más puedes contarme de ti, chico feliz? — Dijo después.
¿Siempre en referencia a los signos? — Dije viéndola beber su frappé que
se veía delicioso.
—Ahora que recuerdo, una vez escuché algo bien cierto acerca de los
escorpiones y es a lo único que puedo aferrarme— le dije con una sonrisa
pícara.
—Soy todo oído— dijo y volvió a saborear su bebida.
—Los escorpiones hacen el amor como un adonis— lo solté y di un sorbo a
mi exquisito café.
Se tapó la boca en un acto gracioso y también histriónico. Sonreí para que
no se sintiera intimida; aunque lejos de sentirse así, respondió: Bueno,
señor
adonis, jamás he estado con un escorpión. Habrá que probar uno para
conocer sus virtudes amatorias.
Su último comentario fue como esos chistes que uno dice y luego se
esconde. Es por eso que noté sus mejillas ruborizadas.
¿Cuál es tu apellido? Así puedo buscarte en Facebook — Pregunté para
cambiar de tema.
—No soy fan de las redes; aunque, es curioso, justamente ahora acabo de
ver mensajes en el grupo de la familia— dijo viendo su celular.
—Nosotros también tenemos un grupo— le dije. Nos hacemos llamar ‘La
familia Ingalls’.
Mariana comenzó a reír.
—Soy Mariana Benavides y el grupo se llama ‘Familia peluche’— dijo.
¡Mi hermana puso ese nombre! Añadió manteniendo las mejillas rojas.
—Y dime algo más, ¿tienes algún otro nombre del cual te avergonzabas en
el colegio? — Quise saber mirándola fijamente en busca de un vestigio que
me dé la razón.
—Almendra Mariana; pero obviamente suena mejor Mariana— dijo con
solvencia.
¿Y tú? —
—Bryan Juvencio— dije con seriedad. Y estalló en risas.
—Estoy bromeando. Soy Bryan Orlando—.
—Ya no te creo, muéstrame tu DNI— dijo con mucho interés. Saqué mi
billetera y se lo enseñé.
—Tenía diecinueve, no te burles—.
—Qué guapo— dijo con una sonrisita. Le di otro sorbo a mi café.
—Bryan Orlando, ¿Por qué no eres donador de órganos? — Preguntó
entregándome el documento.
—Me quiero ir completo al infierno— dije con rapidez y esbocé una
sonrisa.
—Pero, ¿sabes qué hay gente esperando un donante? Muchísimas personas
andan detrás de un órgano que pueda salvarles la vida, deberías pensarlo y
dejar que se lleven todo lo que sirve de tu cuerpo cuando decidas ir al
Hades—.
—Siempre he sido fanático de la mitología griega y tenía la certeza de
morir e irme completo al más allá. Por eso, a los diecinueve, cuando
emitieron el documento se me ocurrió esa negación— le di mi explicación.
¿Prometes cambiarlo cuando renueves? Hazlo por esta chica que acabas de
conocer y te está cayendo muy bien— dijo con carisma.
—Más que bien, diría yo. Y sí, lo haré. Es una promesa— aseguré.
—Yo supongo que te estarás preguntando porque tanto énfasis en esa
cuestión— me dijo.
Asentí mirándola fijamente.
Ella comenzó a jugar con la tapa del café abriendo y cerrando.
—Tuve un familiar enfermo, quien necesitaba urgentemente un donante
que nunca llegó. Desde entonces quiero apoyar esa causa— dijo con pena.
Lo lamento—.
—Descuida, pasó hace mucho... Aunque a veces parece ayer—.
¿Perteneces a alguna religión? —Pregunté viendo cómo se terminaba la
bebida para ahogar ese malestar anterior.
—Soy cristiana sin apegos religiosos. Creo en Dios porque alguien nos
debió poner en este sitio exacto y pienso que nos dio los órganos para
compartirlos porque no voy a necesitarlos en el cielo y habrá gente que
todavía tenga pendientes aquí— dijo reflexiva.
—Yo creo que la mejor religión es ser una buena persona— le dije.
Mariana me miraba atenta apoyando la cabeza en la mano.
—No pertenezco a ningún credo y tampoco creo en Dios; pero me
considero un buen ciudadano. No me paso la vida rompiéndole las pelotas a
la gente, alimento y cuido a los animales y respeto los vacilones de cada
persona sin emitir juicios de moral. Además, intento disfrutar de la vida con
una sonrisa de oreja a oreja a pesar que algunas veces nos llegue a patear el
trasero porque al fin y al cabo… Solo se vive una vez— dije y le di el
último sorbo a mi cafecito.
¡Esa es la idea! Vivir a plenitud sin molestar a los demás, haciendo lo que a
uno le gusta; en mi caso, la arquitectura y el dibujo, respetar las otras ideas
y nociones e intentar esbozar sonrisas contagiando la buena vibra— dijo
con énfasis. Yo la miraba de la misma manera como me vio.
—Yo… a pesar de algunos hechos en mi vida siempre he dibujado sonrisas
en mi cara y tratado de hacer lo mismo con los demás porque de nada sirve
vivir amargada por situaciones que se escapan de la mano y a veces
simplemente queda aceptar que son designios de Dios y su misteriosa
forma de actuar— dijo en reflexión.
La seguí mirando creyendo que diría algo más.
—Me quedo tranquila sabiendo que la gente que no está más aquí o los
hechos que nunca se realizaron forman parte de otro contexto. Quizá… uno
celestial— concluyó con una dosis de emoción.
—Salud por eso, Mariana. Por las personas que viven en otra dimensión
disfrutando de los sucesos que aquí no pudieron continuar— dije elevando
mi vaso sin bebida.
¿Y si lo lograron? — Dijo de repente con intriga.
¿Cómo así? — Quise saber bajando mi brazo.
Me dio una mirada con gesto reflexivo y dijo: Tal vez su misión en la vida
era simplemente hacer lo que hicieron durante el tiempo que vivieron. Ni
más ni menos. ¿No te dejaría tranquilo saber que si mueres cumpliste? —
Dijo con absoluta seriedad.
Qué pensamiento tan interesante, pensé.
—Sí, me quedaría tranquilo sabiendo que cumplí— le dije e
inevitablemente se me ocurrió pensar: Daniela… seguramente ella también
cumplió.
—Los ángeles como las mascotas no viven mucho. Vienen, cumplen y se
van. Duele, sí; pero nos quedan por siempre sus recuerdos— dijo en otra
reflexión.
—Estoy de acuerdo contigo, Mariana. Por eso, reitero mi salud— le dije
sonriendo.
—Dale, Bryan. Por esa gente que vive gracias a donantes, por la buena
onda sin intenciones de ganarse el cielo y por las personas que están riendo
en el más allá— dijo haciendo lo mismo que yo.
Aplastamos los vasos en un choque brusco y reímos en consecuencia.
¿Sabes? Siento que nos volvimos místicos y profundos por un instante—
dijo con una sonrisa.
—Me gusta que los temas revoloteen y salgan al azar como en la lotería—
le dije.
¿Qué te parece un pin pon de preguntas rápidas como en los tiempos de
Slam? — Sugirió elevando las cejas.
Digo, como te gusta vivir en el ayer, añadió.
—Lo hacemos mientras caminamos— acoté.
Nos paramos de la silla y arrojamos los vasos al tacho de basura.
—Yo empiezo. Yo empiezo— dijo como niña emocionada—.
—Caminemos lento para tener tiempo de hacernos muchas preguntas— le
dije y metió su brazo entre los míos apegándose a mi cuerpo.
—Qué bien hueles— dijo despacio.
—Siempre estoy preparado para una cita inesperada— respondí enseguida
y reímos.
—Bueno, comienzo ¿Tu deporte favorito? — Preguntó viéndome de reojo.
—Futbol, obvio—.
¿Tu plato favorito? —.
—No lo sé, hay demasiadas comidas ricas—. Me dio un pellizco en señal
de desespero.
—Ceviche. O bueno, lomo saltado. Es que hay tantas— dije pasando mi
lengua por los labios.
¿Pasatiempo favorito? —
—Leer y escribir—.
—Mira tú, qué intelectual. Me gusta—.
—Sigue— le dije andando a paso de tortuga.
¿Lugar favorito? — Tardé en responder.
—Vamos. Debes de tener una locación favorita— insistió.
—Es que últimamente he estado viajando mucho— dije con una sonrisita.
—Pero, aun así, elijo Lima. Larcomar, para ser exactos—.
—Siempre describes ese lugar—.
¿Cómo lo sabes? —. La vi extrañado.
—Intuición— me dijo sin sacarme de la duda.
—Argumenta tu intuición— le dije intrigado.
—Pues… Larcomar es, ¿Cómo decirlo? Mágico. Y te imagino romántico,
bien lo dije, entonces supuse que no habría otro lugar mejor—.
Asentí con el cabeza todavía dubitativo.
—Mira, si gustas puedes no creerme; pero aquí, no soy yo la sociópata—
dijo con una sonrisa.
—Parece que eres una especie de adivina… O, ¿me andas siguiendo desde
mucho antes? Digo, porque es curiosa la forma como inesperadamente nos
conocimos— le dije con la misma sonrisa a pesar de la seriedad.
¿Crees en las coincidencias o el destino? — Preguntó mirando de lado.
—Cada quien elabora su camino— respondí.
Por ejemplo, si yo quisiera me lanzaría por el barandal cayendo pisos abajo
muriendo en un santiamén y ese sería el camino que elegí. Pero… No
quiero, porque prefiero seguir pasándola chévere contigo.
Ella sonrió.
¿Y adónde crees que te lleve la segunda opción? —
—No lo sé. Aunque imaginando un futuro inmediato, nos haremos otra
serie de preguntas y posiblemente… Ojo, no estoy asegurando algo,
intercambiaremos Messenger y hablaremos por ahí acordando en vernos
quien sabe cuándo. Eso lo decidiremos al rato— le dije con una sonrisa.
—Yo creo en el destino y las coincidencias porque la vida es un camino
largo y mediamente elaborado en donde nosotros vamos colocándole los
detalles; es como si mi vida fuera el boceto de un dibujo y yo tuviera que
pintarlo a mi gusto— dijo.
Y tal vez, agregarle algo más, ¿no crees? Terminó por decir.
—Puede ser, Mariana. Realmente… Ni yo ni nadie sabe exactamente lo
que es la vida, por eso vivo— dije con un movimiento de hombros.
—Vivir es también pintar los caminos a tu medida— dijo.
—Otra vez nos pusimos místicos— le dije. Ella soltó una risa.
Ahora… Siguiendo con el programa de preguntas, ¿Tienes un libro
favorito? No me digas más de diez. Solo uno— dijo con énfasis al final.
—El libro que estoy leyendo es mi favorito— le dije. Me dio otro pellizco.
¿Qué pasó? —
—No me dijiste cual es—.
—‘La última tarde’— respondí.
¿Quién es el autor? No he escuchado sobre ese libro.
—Me lo regalaron. No sé mucho sobre el autor, recién lo estoy empezando
a leer— le dije.
¿Y de qué trata? — Quiso saber con curiosidad.
—Romance. Me lo recomendó un amigo de un amigo— le dije sonriendo.
¿Te lo regalaron o recomendaron? — Dijo con una mirada punzante.
—Ambas cosas— le dije con una sonrisa.
¿Sabes? Cualquiera que te viera diría que eres un tipo rudo. Tienes pinta de
rockero con el cabello largo y la casaca de cuero— dijo alejándose un
metro de mí.
Me dio una mirada con las manos en la mandíbula.
—Aunque... Hay rockeros sumamente románticos que te enamoran con
canciones preciosas— dijo enseguida.
—Tengo muchas facetas, el romanticismo es una de ellas— le dije.
—Entiendo, entiendo, solo espero que ninguna sea la de un psicópata—
dijo con una sonrisa.
—Esa idea de conocer a un chico simpático que después se vuelve un
degenerado está muy tocada. Yo soy tal cual me vas conociendo— le dije.
¿Hablas de libros o películas? Porque en la vida real nunca me ha pasado.
¡Y espero no me suceda! — dijo con exagerados gestos de asombro.
—Ninguna de mis facetas es dañina— contesté.
—Eso es bueno—.
—Ahora me toca preguntar... ¿Cuál crees que sea tu lugar en el mundo? —
La vi pensar frotando su frágil mandíbula y le mostré el reloj con los dedos
golpeándolo en señal de demora.
—Mi cama— dijo en una explosión de entusiasmo.
¿Y tú comida favorita? — Añadí tras una risa.
—Me encanta los fideos a la napolitana que cocinaba mi abuela y ahora
prepara mi mamá— dijo con cierta ternura y lamiéndose los labios como
quien imagina el sabor de la comida.
¿Un deporte que te apasione? —
—No practico deportes en la actualidad. De hecho, solía nadar; pero ahora
ando pegada a la computadora o creando en mí estudio. Me gusta dibujar,
¿vale como deporte? —.
—Vale como pasatiempo— dije fotografiando su cuerpo con la mente de
una forma muy evidente.
¿Por qué me miras así? — Dijo con una sonrisa.
—Disculpa, no quise ser tan obvio—.
—Creo que lo hiciste apropósito— respondió riendo.
—Es que tienes el cuerpo de una deportista—.
—Lo que pasa es que suelo comer sano y tomar mucha agua. De hecho,
pensaba adquirir una botella en aquella máquina— dijo señalando el lugar.
—Eso es bueno. A mí me gusta la Coca Cola más que el agua; pero tomo
bastante agua de lunes a viernes ya que los fines de semana disfruto de mi
veneno negro—.
Ella se echó a reír.
—Aunque… Confieso que me gusta más con su roncito y dos peces de
hielo— dije emulando su gesto de saborear.
¿Sabes? No soy muy fan del trago desde que una vez en la universidad mis
amigas y yo nos embriagamos a punta de rones luego de los finales y
terminamos arrojando hasta nuestros intestinos—. Hizo el gesto con
exageración ocasionando mi risa.
—A mí me gusta beber de vez en cuando porque siento que me relaja—.
—Dibujar me relaja— dijo y añadió: Para mí… ¿Cómo te digo? Dibujar es
más que un pasatiempo, es una forma de vivir, porque suelo trasladar mis
emociones a los ambientes o rostros, también a los planos, es decir; si una
noche me siento inspirada puedo crear un centro comercial e ir a visitarlo
tiempo después para encontrarme con un muchacho agradable— dijo
sonriendo.
—Me pasaba lo mismo con el fútbol. De niño y adolescente fue una pasión
sin límites que ahora recreo en mis tiempos de ocio. Aunque; obviamente,
tú sigues viviendo de tus pasiones y yo las miro en la tele lanzando
apuestas de acuerdo al partido.
—Ya que tanto te encanta la pelota, ¿De qué sueles jugar? —.
—Yo siempre fui el goleador del equipo— dije mostrando orgullo en la
sonrisa.
—Me da curiosidad, ¿Alguna vez jugaste en algún equipo? — Preguntó
viéndome de pies a cabeza.
¿Me quedaría linda la blanquirroja con el nueve en la espalda? — Dije con
humor.
Ella sonrió con ojos esclarecidos.
—No te he visto las piernas para decir que tienes pinta de pelotero; aunque
espero que no seas un pendejo como muchos de ellos— dijo con seriedad a
pesar de la broma.
Asentí y seguí oyéndola.
Te cuento que en casa tanto a mis hermanas como a mí no nos gusta el
fútbol, por eso disculpa si no he visto alguno de tus goles— dijo abriendo
los brazos e inclinando la cabeza con una mueca de resignación.
—Tienes suerte que mis partidos nunca hayan sido televisados— contesté
sonriendo y seguí hablando: Jugué en juveniles durante mi niñez y
adolescencia. Luego... por algunos temas, me dediqué a estudiar otras
carreras.
—Seguro fue porque en los entrenamientos no le metiste gol ni al
arcoíris— dije tapándose la boca para evitar reír.
También sonreí.
—Bueno… ¿Qué puedo decir que refleje algo de humildad? Actualmente,
Paolo Guerrero es un buen reemplazo— le dije.
Ella empezó a reír otra vez.
—Lo conozco porque todos hablan de él como el goleador; aunque más lo
he visto en canales de otra índole— mencionó con cierto humor.
—Es el mejor jugador peruano de la historia— le dije emocionado.
¿Ya te dije que no me gusta el fútbol? — contestó con sarcasmo.
Abrí los brazos elevando los hombros.
—El fútbol ocupa el primer lugar de las cosas menos importantes de la
vida— le dije en modo apasionado reflexivo.
Y, entonces, debido a que nunca jugaste como Oliver, ¿Qué estudiaste? —
Preguntó y no me dejó responder porque añadió: Espera, espera. Déjame
adivinar.
Se llevó las manos al mentón y frunció un poco el ceño para decir: No
tienes facha de abogado, tampoco llevas el casco de ingeniero, no te he
visto en el mundo de la arquitectura y dudo mucho que vendas productos
por catálogo. Creo que eres…
La miré fijamente esperando su respuesta.
—La verdad, no tengo ni la menor idea— dijo después.
—Vendo productos para una empresa piramidal— le dije.
Me vio confundida y dijo: ¿Es en serio? Entonces... ¿todo este rollo por
conocernos estuvo planeado? Seguramente es ahora cuando sacas a relucir
tu catálogo de bebidas energéticas o cursos online que me harán rica.
Empezamos a reír.
—No tienes apariencia de ser ingenuo— dijo enseguida con seriedad.
¡Espera! ¿Eres médico? Arremetió al instante. Moví la cabeza en negación.
—Ya sé, ¿dentista? —
—No—.
—Pero tienes linda sonrisa, eh—. Me sonrojé un poco.
—Diablos, parece que no obtendré el premio mayor— dijo agachando la
cabeza.
¿Cuál es el premio? — Quise saber.
—Que me invites un helado— respondió con una sonrisa gigante.
—En ese caso, te daré una nueva oportunidad. Tienes solo tres opciones
para adivinar— dije con algo de seriedad.
—Vale; pero déjame pensar. Quiero ver más allá de tu vestimenta, tu
sonrisa, el corte de cabello y demás para sacar una acertada conclusión
porque, créeme, ese helado de tres bolas en ‘Dulce Placer’ lo vale— dijo e
hizo una mueca de estar pensando llevándose ambos dedos índices a los
extremos de su cabeza.
—No sé cómo se me ocurrió decir que eras doctor. Si tienes el cabello
larguísimo. Además, no llevas el traje típico de abogado y tienes las manos
suaves lo que me lleva a pensar que no trabajas en construcción de ninguna
índole o especie; entonces creo que eres algo referente a la publicidad.
Me miró como si hubiera acertado.
—Eres publicista, ¿verdad? — dijo metiendo una moneda a la máquina de
bebidas.
Sacó una botella de agua y me vio esperando la confirmación. Moví la
cabeza de un lado hacia otro.
Ahora sí, ¡ya lo tengo! — dijo como niña emocionada.
—Eres… Eres… ¡Rayos! No lo sé— dijo rendida y le dio un sorbo
importante a su bebida.
—Te ganaste tu helado a pesar que hayas fallado— le dije como si se
tratara de una niña.
—Soy ceo, community manager, software y business de una empresa
estelar— le dije con evidente acento burlesco.
¿Y cuál es tu labor en ese puesto? — dijo con obvia intriga.
—Me dedico a responder los comentarios de Facebook— le dije con una
risotada que acompañó en un estallido parecido.
—Estudié Literatura y Lingüística— conté enseguida.
Me gustan las carreras de antaño porque bien lo dije, vivo en el ayer.
—Y porque seguramente también te gustan las letras— dijo. La vi
directamente a los ojos.
—Lo digo por los libros que lees— aseguró al instante.
Le sonreí metiendo una moneda a la máquina para obtener una gaseosa.
¿Sabes? Confieso que jamás lo hubiera adivinado— dijo con seriedad;
aunque sentí cierta ironía.
—Por si acaso, yo sí sé diferenciar: Ahí, allí y ay— agregó con humor.
—Descuida, te corregiría sutilmente si no lo sabrías— le dije y volvimos a
caminar.
¿Eres profesor de Literatura y Lenguaje?, ¿En qué universidad trabajas? Yo
estudié en La Richi; pero parecemos ser de la misma edad y seguro no me
enseñaste en cursos básicos. ¿O trabajas con niños?, ¿Es verdad que hay
que tener muchísima paciencia para con los críos? Cuando era niña no era
tan loca como ahora. Bueno, un poco; pero siempre atendía a la maestra
Soraya y al profesor Wilfredo, ambos me tenían mucho cariño.
Dígame, joven literato, ¿Dónde demuestra y enseña sus habilidades con la
lengua española? — me dijo intercalando emociones en cada párrafo.
—Espera, espera. Esto parece un interrogatorio— le dije exigiendo calma
con las manos.
Ella me miró con una tímida sonrisa y se apegó a mi cuerpo una vez más.
—Dejemos de hablar de mí por un rato— le dije viéndola de reojo. Asintió
con la cabeza luciendo un rostro muy dulce.
¡Épale señorito! Seré justa y le dejaré hacer algunas preguntas más— dijo.
¿Eres venezolana? — Fue lo primero que pregunté por su acento final.
—No, ¿Por qué? — dijo extrañada.
—Por el acento que acabas de utilizar—.
—Trabajo con venezolanos y a veces se me cuela alguna que otra frase—.
—Comprendo. Ahora abundan; pero muchos me caen bien— le dije.
—Hay de todo, eh. Por suerte, he contratado personas honestas que hacen
bien su parte del trabajo— contó.
—Aparte de ser arquitecta y apasionada al arte, ¿tienes alguna otra
vocación? Aunque estoy seguro que te vendría bien ser vendedora— dije
con una risa.
—No soy una lectora asidua por falta de tiempo; pero tengo cierto atractivo
por la saga de Harry Potter, también canto en karaoke; aunque suelto unos
tremendos gallos y suelo echarme en la cama para ver películas o series
mientras como canchita— contestó.
¿Por qué te gusta la arquitectura? ¿Es una pasión heredara? — Le dije
mirándola de reojo.
—Un toque— dijo sacando su celular del bolsillo de la chaqueta. El sonido
era el intro de Star Wars.
¿Sabes qué acaba de suceder? — Me dijo con el celular en la mano.
¿Qué pasó? — Dije esbozando una sonrisa como si fuera a contar un chiste.
—Olvidé que hoy es el cumpleaños de mi hermana— dijo agitando su
mano y mordiendo parte de su labio.
¿Qué? ¿Hoy es el santo de tu hermana y tú estás conversando con un
extraño? — Fue lo único que se me ocurrió decir.
Se llevó las manos a la cabellera como quien piensa preocupada y
respondió con ese humor irónico que la empezó a caracterizar: Después de
compartir cigarrillos dejaste de ser un extraño.
—Te acompaño a que tomes tu taxi o tu micro; aunque en estos tiempos ya
todos usan Uber— le dije acelerando el paso.
—Descuida, tengo auto— dijo sacando unas llaves del otro bolsillo.
—Te acompaño al estacionamiento— le dije.
¿Sabías qué tengo mi propio sitio con nombre y apellido? — Dijo con esa
bendita y sutil ironía.
La miré sorprendido.
—Te estoy molestando, ni que fuera la presidenta— dijo con una risita.
Mientras caminábamos rumbo a la escalera y luego descendíamos iba
contándome sobre la celebración de cumpleaños de su hermana.
—Gabriela está en Londres; pero haremos un Zoom familiar para cantarle
Happy Birthday—.
—Pensé que harían una reunión o irían a un karaoke— dije.
—En casa solo estamos mi madre y yo; mis hermanas viven en Europa y
mi señor padre en los cielos. Por eso y gracias a la tecnología podemos
vernos en tiempo real y festejar como si no estuviéramos tan lejos— dijo
con calma.
Llegamos al estacionamiento y me hizo una pregunta: ¿Te doy una
jaladita?
—Vamos— dije. ¿Hace cuánto manejas? Quise saber después.
—Cuando era niña me ponía en las piernas de Raúl… La miré confundido.
—Mi padre es Raúl—. Lo llamo por su nombre por la confianza que
tenemos. Él solía manejar muy cauto cada vez que íbamos todos y yo le
pedía que me enseñara. Saltaba a sus piernas, cogía el timón y andaba.
Así fue como aprendí.
Presionó un botón de su manojo de llaves y se prendieron las luces traseras
de un Veloster naranja.
—Por ser mi invitado te daré el gusto de poner la música— dijo con
frescura en la sonrisa.
—Prometo no ser deprimente— le dije.
—Aquí nada nos puede afectar— respondió saliendo del aparcado.
Sintonicé ‘El alma al aire’.
—Me gusta Sanz. Es de mis favoritos en música romántica— dijo
avanzando rápido a pesar de las cuadras cortas.
¿Y si le bajamos las revoluciones? — Le dije viéndola de reojo. Ella sonrió
cogiendo el timón con una mano.
—Lo siento cariño; pero tengo un cumpleaños moderno al cual asistir—
dijo derrapando en una esquina.
—Felizmente vivo cerca— dije nervioso.
¿No te gusta la adrenalina? — dijo girando el cuello para verme.
—Me gustaría vivir tanto como mi abuela— dije sujetándome del asiento.
—Es solo una subidita. No te asustes— dijo con aires de soberbia subiendo
a velocidad.
¿Ves? Ya llegamos. Ya no puedo correr porque el muchacho de amarillo
requiere de mi ticket—. Rebuscó en su chaqueta y en sus bolsillos de
pantalón.
Échale dos onzas de volumen, por favor— dijo cuando salimos del
estacionamiento.
Justamente la canción terminaba.
¿Qué canción quieres escuchar? — Pregunté observándola de reojo.
—Elige ‘Read my mind’ de The Killers en tu Spotity—.
—Tengo mis canciones en la memoria interna— respondí tímidamente.
¿Qué? Ah, ahora comprendo porque quieres mi Messenger y no mi
WhatsApp— dijo con una risa en burla.
—Puedo poner Youtube— di una solución.
—Eso me haría más que feliz— dijo y al sintonizar la canción empezó a
tararear, mover la cabeza de arriba hacia abajo y cantar con un inglés muy
fluido.
—Luego me pones una de Chacalón que yo escucho de todo— dijo
sonriendo.
¿A ti qué te gusta? Cuéntame— añadió cuando nos detuvimos en el
semáforo.
—Antes me hubieran gustado solo las baladas, ahora estoy ampliando mis
horizontes y oyendo otros géneros a excepción del horrendo reggaetón—
dije. Por ejemplo, acoté teniéndola con el cuerpo hacia mí prestando total
atención, más tarde voy a ponerme a escuchar a The Killers porque la
canción que pusiste estuvo chévere.
—Sí, ‘The Killers’ es genial. Al rato me pasas tu WhatsApp para enviarte
algunos temas que podrás descargar en tu Ares— dijo con una sonrisa.
—Descargar en Ares era sinónimo de infectar la computadora— dije
riendo.
—A menos que bajaras porno— dijo mirándome con ojos achinados.
—Nunca fui de esos— dije esbozando una sonrisa.
—Entonces, ¿Siempre escuchas de todo? — Pregunté después.
—De todo, todito. Escucho desde cumbia, pasando por baladas, algo de
salsa y bachata y hasta algunas canciones de reggaetón; aunque para
concentrarme en el trabajo prefiero la música clásica porque aflora la
inspiración— comentó mirando de nuevo al frente.
—También me gusta el latín— acotó enseguida.
—En las reuniones con los amigos de la universidad no dejábamos de
escuchar a ‘Los Bacanos’— dijo con aires nostálgicos.
—Sí, el latín era bueno. En cada fiesta que iba se oían canciones de Jerau,
Lucas Arnau, Danni Úbeda, Hoja de Parra, Los Bacanos, entre otros que no
tengo más en la memoria — hice mención y sintonicé ‘Te doy mi amor’.
¡Qué buena canción! — Gritó al oír los primeros ritmos.
—‘Te doy mi amor, ahí te lo pongo al lado de la luz del sol’— cantó con
sincronizados movimientos de hombros y manos.
—‘Cuando quieras aquí está mi corazón. Yo te lo guardo para mañana’—
acompañé con la misma efusividad, aunque sin gestos.
—‘Si no estás conmigo hoy’— terminamos a la par.
El siguiente semáforo era mi parada. Se lo hice saber indicándole y
comentando que debía bajar allí. Se estacionó y paró el motor a pesar que
no debió.
—Bueno, Mariana, ha sido un enorme gusto el haberte conocido. ¿Me das
tu Messenger, digo WhatsApp para seguir en contacto? — Le dije
estrechándole la mano en señal de despedida.
¿Te puedo decir algo sin que me llames bruja? — Dijo al momento de
converger nuestras manos.
—Las brujas tienen nariz larga y uñas puntiagudas. Preparan pócimas con
piel de niños y vuelan en escobas. Tú tienes un lindo auto, ojos preciosos y
una silueta ideal para abrazar. Jamás te llamaría así—.
Sonrió ligeramente ruborizada.
¿Sabes? Creo que no fue casualidad conocerte, sino una especie de
causalidad. Como si estuviéramos unidos por un hilo, no rojo, sino lila que
es mi color favorito— dijo con asombrosa seguridad.
Me quedé mirándola.
—Esto, Bryan, se trata del destino, porque mientras charlábamos o
escuchábamos música, me iba preguntando, ¿Por qué tenía que asistir hoy
al Mall y tener que toparme con este muchacho tan encantador? No fue
causa o culpa mía, sino obra de una fuerza mayor que nos condujo a ese
lugar, porque según contaste, viniste únicamente por un helado y yo a ver
mi obra cuando pude hacerlo en cualquier otro momento; pero elegí al
igual que tú… Este mismo día.
Sin involucrar al Tarot ni a entes celestiales, creo que es el destino quien
nos junta en la realidad como si ambos caminos llegaran exactamente a la
misma intersección.
De repente por eso nos caímos tan bien en un par de diálogos que luego
terminaron en una canción conjunta— dijo con seguridad, disparando
emociones en diversas frases y siempre con el verde esmeralda en la
mirada. No me di cuenta que nuestras manos estaban juntas.
—No serás bruja; pero sí estás un poco loca— dije con una sonrisa y sentí
que apretó mi mano.
—Si estamos destinados, según dices, me iré sin pedirte el número y en la
siguiente curva nos volveremos a encontrar— le dije.
—Alguien me dijo que mucho depende de la actitud que uno siempre
tome— respondió. Nueve, nueve, seis, ocho, cinco… Fue diciendo y yo
anotando.
—Si esto es como creo que es nos volveremos a ver— dijo con seguridad.
Además, me debes un helado, añadió sonriendo.
—Por supuesto, no vivo en Júpiter, estoy a dos cuadras. En cualquier
momento podrás visitarme o agendaremos una cita por llamada para
compensar tu helado— le dije.
—Entonces, ¿crees que estemos destinados? — Quiso saber con una
sonrisa.
—Creo que acabamos de encontrarnos en la misma vía; pero
desconocemos el rumbo de la avenida— dije y abrí la puerta del auto.
Debes ir a cantar un ‘Happy Birthday’, acoté sonriendo.
—Con esta máquina llego en diez minutos— dijo encendiendo el motor.
—No aceleres mucho que no estamos en competencia de Fórmula 1— le
dije con un gesto de manos tras cerrar la puerta.
—Fue divertido conocerte— añadió con una despedida gestual.
—Pienso lo mismo y me llevo algo de tu locura— respondí y la vi arrancar.
— ¡La locura está en alma! — la oí en un grito mientras avanzaba. Al llegar
a casa encontré a Rodrigo esperando en la entrada.
— ¿Saliste con la morena? — Preguntó mientras estrechaba la mano.
Hice un gesto de negación y lo oí decir: Vamos por unos tragos.
Cruzamos el parque con dirección al Oxxo que reemplazó a mi casera
empatándonos con otros amigos que se asomaban por distintas direcciones.
Desde que Ezequiel encontró el amor en el cumpleaños de su prima, Carlos
se casó de civil y religioso, Manuel arribó al interior del país por una
jugosa propuesta de trabajo; Fernando se enamoró de una colega en el
hospital donde trabaja como médico interino y a los dos meses rentaron un
apartamento en San Borja, Jeff cumplió siete u ocho años con su novia
Elena con quien lleva conviviendo cinco meses y Orlando, mi último
hermano, el segundo soltero de la familia, navega por Panamá en un barco
mercante, tuve que reemplazarlos. Rodrigo tenía veintitrés, era ayudante de
cocina en un restaurante de comida china y estudiaba Gastronomía en uno
de esos tantos institutos nuevos.
Lo conocía del barrio porque habíamos coincidido en muchos partidos. Él
era portero de un equipo que nunca pudo vencernos.
Marco era su primo, tenía veinticinco, trabajaba como fotógrafo para una
revista de bodas y subía imágenes de toda índole tanto a Instagram como
Facebook donde poco a poco iba siendo reconocido. Cuando lo conocí me
pidió que lo ayudara a conseguir más seguidores. Subí una historia con una
foto de su trabajo y el enlace de su página.
Guillermo era quien más se acercaba a mi edad. A sus veintiocho trabajaba
en marketing digital para una empresa de artefactos de computadora, nunca
tocó una pelota; pero conocía buenos sitios para ir a comer.
Desde que coincidimos salimos a bares y discotecas en busca de diversión
sin límites porque ninguno de los cuatro buscaba una relación por falta de
estabilidad emocional debido a la reciente ruptura de Rodrigo con su novia,
el desamor total de Guillermo, a quien no le han otorgado fortuna amorosa
y la desastrosa y según hizo mención alguna vez, tóxica, relación de Marco
con una mujer muy celosa. Mi historia con Daniela ninguno la sabía; eran
niños cuando ella y yo deleitábamos amor.
Sin embargo, la tenía clavada en el fondo de mi corazón y recordaba en
cada paso que daba a pesar que algunos parezcan distintos a los que viví
con ella. Nosotros compartíamos el fin de semana olvidando que existimos
el resto del tiempo, nos embriagábamos conversando de situaciones banales
y conquistábamos muchachas a quienes no veíamos más.
En la universidad aprendí a involucrarme en situaciones efímeras cada vez
que culminaba una relación de meses cuando entendía que no podía ir a la
misma intensidad que esa persona.
Más tarde comprendí que los amores inmediatos eran un factor interesante
para hilvanar historias sin tener que cosechar sentimientos.
Cuando mis camaradas universitarios se comprometieron en romances
estables al igual que mis amigos del barrio y la familia, conocí a este grupo
de sujetos porque el embriagarse en soledad a veces resulta deprimente.
Desde el tiempo en que comencé a vivir solo, mudamos la fiesta a mi
terraza y las féminas que íbamos conociendo en los distintos sitios que
abordamos por estudio o trabajo siempre eran invitadas. Ellas caían en
grupo bajando de dos o tres taxis poco antes de la medianoche con
intenciones de quedarse hasta el amanecer o algo más.
Esa noche fue una de tantas, compramos el licor respectivo y arribamos
hacia mi casa. Subimos a la terraza siendo perseguidos por Dolly, a quien
saludamos muy amablemente con caricias en la nuca y barriga y nos
instalamos alrededor de una mesa para empezar a disfrutar de la noche.
Conversamos sobre partidos de fútbol, la participación de Perú en las
eliminatorias que siempre es un vaivén y sucesos diarios en el trabajo que
sirven como anécdotas graciosas, tal es el caso de Rodrigo, quien contó que
una señora de avanzada edad le pidió que cocinara exclusivamente para ella
en su casa de San Isidro.
—No desperdicies la oferta de la Sugar mommy— dijo Guillermo con una
carcajada.
—No interesa que haya nacido el siglo pasado, importa que tenga dinero—
añadió después.
—Además, las señoras son maduras; ellas no celan, solo te cancelan las
tarjetas de crédito— dijo Marco denotando experiencia.
Todos lo miramos. Yo con cigarrillo en los labios y celular en la mano
revisando los mensajes de las chicas que estaban, según dijeron, a diez
minutos de mi casa.
¿Qué? ¿Acaso me van a decir que nunca salieron con una vieja? — dijo
abriendo los brazos con aires de reclamo.
Aguantamos la risa para que nos contara.
—Yo necesitaba una cámara Canon de alta gama para mis sesiones
privadas. Además, no se gana mucho fotografiando a novias con vestidos.
Fue entonces cuando conocí a esta abuela, digo, señora. ¡Bueno, ya! Era la
abuela de quien supuestamente se iba a casar. Tenía el cabello rojo, labios
bien pintados y para ser tan vieja sí que estaba rica. Salimos algunas veces.
Me compró una cámara por mi cumpleaños y hasta le dije te quiero—
terminó el relato con una risa.
Todos nos echamos a reír imaginando lo sucedido.
—No vayas a escribir mi historia, eh— dijo señalándome con una sonrisa.
—Si el cuento les daría pesadillas a mis lectores— dije ante la carcajada
del resto.
Tocaron el timbre. Rodrigo y Guillermo se asomaron con notable rapidez y
en coro dijeron: ¡Llegaron las minas! Al ataque muchachos.
—Yo abro— les dije sabiendo que ellos se tomarían unos minutos
aglomerándose en el baño para arreglarse y peinarse como niños en su
primera cita.
—Bienvenidas otra vez— les dije a las chicas, quienes me dieron un beso y
abrazo en señal de saludo. Se veían guapas con diminutos vestidos, tacones
altos, maquillaje ligero, aires de frescura, bolsos colgando de los antebrazos
y latas de cerveza en mano como si se hubieran adelantado a la festividad.
Lorena, una morena que conocí en una discoteca de Barranco, comandaba
el grupo. Ambos solíamos conversar entre semana organizando la reunión
de sábado o intercambiando ideas graciosas sobre temas en común.
Claudia, su prima, llevaba el cabello largo, negro y lacio, los labios gruesos
y una altura de 1.70 sin tacones. Tenía un romance con Rodrigo a quien
conoció a fondo en salidas cotidianas porque trabajaba como anfitriona de
una marca de energizante cerca al Chifa donde él hacia sus prácticas. Cuentan
que más de una vez pasaron la noche en un hotel de la misma avenida para
llegar puntual al laburo. Rodrigo no nos había contado de ese detalle; pero
el chisme corría. Anita era amiga de ambas, se conocieron en una de las
tantas reuniones que tuvimos enganchando a Guillermo desde el momento
en que la vio por su baja estatura y piernas fornidas como su trasero que
parece un durazno. Guimo la afanaba todos los sábados con resultados
escasos; aunque sabíamos que quien la sigue, la consigue.
Giovanna o Gio para los amigos era quien más trago bebía y mejor bailaba.
En su Facebook colocó imágenes de la danza árabe que entonces practicaba
y en su Instagram privado subió videos del Pole Dance que aprendió a
dominar. Todos tenían el vídeo descargado en su celular.
De acuerdo a los sucesos cotidianos de cada sábado los invitados fueron
emparejándose de modo natural como destinados a compartir la noche y
explotar en caricias en los baños porque los cuartos estaban cerrados.
Pasadas las horas empecé a sentirme extraño como aburrido de la rutina de
cada sábado y sus pormenores tan establecidos y a veces sin sentido.
Lorena me hablaba acerca de una película que vio en Netflix mientras que
mis compañeros se besuqueaban con sus chicas sobre la silla o a hurtadillas
en una esquina oscura.
Yo pensaba en Mariana y su repertorio cuando recibí un golpe en la rodilla.
¿Qué piensas acerca de lo qué te acabo de decir? — Me dijo la morena
interesada en mí desde el momento en que nos conocimos en Barranco y
tuvimos un conato de besos en la pista de baile de la discoteca.
—Disculpa, Lore, tengo la cabeza en otro lado—.
¿Estás ebrio o drogado? — Dijo con una sonrisa. Moví la cabeza de un lado
hacia otro.
—Entonces, ¿menos plática y más acción? — dijo con una mirada y sonrisa
pícara.
Lo mismo había ocurrido el sábado pasado, nos habíamos encontrado las
mismas personas y comprado los mismos tragos para empezar a demostrar
afecto íntimo pasada la una de la madrugada y luego acceder a la
habitación para potenciar el deseo materializándolo en un ávido acto
sexual.
—Claro, vamos— se me ocurrió decir robotizado y sentí la vibración de mi
celular.
Lorena me cogió de la mano y descendimos rumbo al segundo piso. Ella
decidió entrar un rato al baño y la esperé en el umbral de la puerta
revisando los mensajes.
Todo parecía ser igual hasta la llegada de aquellos mensajes.
—Hola Bryan, buenas madrugadas, disculpa que te moleste, seguramente
estás en los brazos de Morfeo, solo quería que supieras que este es mi
número para cuando decidas volver a verme—.
La foto en el perfil con lentes de sol acomodada en el auto estacionado y el
atuendo como para ir a la playa debía pedírsela en cualquier momento.
—Hola Mariana, no molestas, ando despierto porque soy un vampiro—
escribí.
—Los vampiros de ahora son pálidos y ñoños, yo prefiero al Drácula de
Bram Stoker. ¡Ese sí es un vampiro de verdad! — dijo con emoticonos de
diablito y ojos con corazón.
—Hoy me divertí bastante contigo. Eres una persona increíble, me caes
muy chévere— le dije con un corazón azul.
—Pienso exactamente lo mismo. Justo ahora que estaba en mi cama
después de andar dibujando me puse a pensar en lo que tuvimos por la
tarde que decidí adelantarme a escribirte— leí.
Y debajo de la conversación salió: Escribiendo…
Lorena salió del baño colgando de su mano el sostén, que según hizo
mención un segundo después, le incomodaba demasiado.
Se trepó en mí como gacela para besarme con pasión desenfrenada. Yo
tenía el celular en la mano con la conversación abierta y apoyándome en la
pared recibiendo sus besos en los labios y cuello, sintiendo como
desabrochaba mi
pantalón jeans al tiempo que se agachaba después de mirar atrás por si
alguien bajaba.
Me dio una mirada rápida con sonrisa que pude ver a pesar de la oscuridad
y entregó un oral que me hizo ver luciérnagas.
Se levantó un rato después, cogió de la mano y nos metimos a la
habitación. Se tiró a la cama tras quitarse el vestido quedándose
únicamente en ropa interior, la cual como acostumbrado ritual debía de
sacar a lentitud.
Apagué la luz y la oí decir: Ven… Que tengo muchas ganas de ti.
Miré el celular. Mariana había escrito como cinco líneas en párrafos que no
tuve tiempo de leer porque un grito, ¡Deja el teléfono y ven aquí! Me
desconcentró.
Tuvimos sexo hasta el amanecer.
Abrí los ojos y la vi dormida a un lado con el cuerpo dándome la espalda y
cubierta con edredón hasta la altura de los senos. Me levanté de la cama y
cogí el celular. Por suerte quedaba algo de batería.
—Parece que el vampiro se metió a su sarcófago. Descansa, corazón— fue
lo primero que leí; pero subí el cursor para leer desde el principio.
—Bueno, no quiero sonar a chica desesperada por ver a un hombre; pero
siento que tuvimos excelente química, ¿no crees? Ambos reímos mucho,
nos gusta la música en general y compartimos una tarde magnífica
olvidándonos de la hora y los cumpleaños— escribió junto a varios
emoticonos.
Mensaje eliminado, apareció después.
—Hola Mariana, disculpa la demora, ayer…
Volteé para ver a Lorena durmiendo sobre mi cama y seguí escribiendo:
Me quedé dormido con la tele encendida.
¿Qué te parece si nos vemos el sábado? Me confirmas cuando despiertes—
terminé de escribir añorando cambiar de rutina.
—Hola, buen día, acabo de despertar. Ya pues, nos vemos sábado—
respondió Mariana.
Eran las diez y media.
—Buenos días, espero que hayas dormido bien. Entonces, ¿En el mismo
lugar? — escribí con un corazón azul.
—Sí, todavía hay sitios que no has visitado de ese grandioso centro
comercial. Y bueno, no me levanté como lo hacen en las novelas; pero
después de una ducha podré decir que me veo linda— dijo junto a un
sticker de oso riendo a carcajadas.
Añadí algunos corazones tras escribir: Yo creo que siempre te ves linda.
Debajo de la conversación apareció: Escribiendo.
—Hola guapo, ¿Qué hay para desayunar? — Oí a Lorena abrazándome por
detrás con las manos surcando mi pecho.
¿A quién le mandas tantos corazones? — Preguntó con molestia.
—Pensé que tenía exclusividad— dijo alejándose y levantándose de la
cama. Cogió sus cosas y arribó hacia la puerta con los tacones en la mano.
¿Gustas una taza de café para calmar el mal humor mañanero? — Se me
ocurrió decir.
—Prefiero que llames un Uber— respondió con seriedad. Y, ¿podrías
pasarles la voz a mis amigas? O, déjalas. Yo me voy sola.
Se vistió y salió de la habitación con dirección al baño. Aproveché para
llamar al taxi.
—No volveré a verte— dijo después de hacerse una cola en el cabello y
colgar su bolso en el hombro.
—Creí que no teníamos algo formal— le dije.
—No, no lo es; pero tampoco me gusta compartir— dijo enojada, bajó las
escaleras y se oyó el sonido de una puerta cerrarse con rudeza.
Gracias, qué amable. Y dime, ¿Qué vas a desayunar? — escribió Mariana.
—Voy a prepararme un jugo especial y untar palta a mis tostadas— agregó
un minuto después.
Me envió la foto enseguida. La imagen se veía exquisita.
—Tomaré café y comeré unos panes con mantequilla y mermelada— dije
suponiendo que habría en la cocina.
—Al rato conversamos— escribió junto a un sticker de beso.
—Nos escribimos por la tarde— respondí enseguida.
Me puse una camiseta vieja, barbijo y armado con artículos de limpieza
volví a la terraza para enfrentarme a la desgraciada consecuencia que es
organizar reuniones en la casa.
Además, vivir solo, es olvidar que alguien te preparará el desayuno. A
menos que Dolly tuviera convicción de empleada doméstica.
Mis padres estaban de gira en Europa recolectando vivencias que nunca les
hicieron falta hasta que el cáncer atacó a la familia; mis hermanos
conviviendo con sus novias y yo, dueño y vigilante de una casa grande,
debía de encargarme del mantenimiento y la cocina a pesar que la idea de
vivir solo me resultara prodigiosa por el asunto de tener los requerimientos
necesarios para leer y escribir tranquilo.
Una semana después, le envié un mensaje de voz a Mariana al momento de
salir de casa luego de tardar un tiempo atípico acomodándome el cabello.
La esperé exactamente en el mismo sitio donde nos conocimos por decisión
unánime y me sorprendió con una frase viniendo de atrás: ¿Tienes un pucho
que me invites?
—Hola— le dije al voltear. Se veía preciosa luciendo un pantalón jeans
oscuro, calzado negro, chaqueta del mismo color y camiseta gris con un
logito irreconocible en la izquierda.
El cabello lacio y sedoso, los ojos verdes más claros que antes, de repente
por la ayuda del sol y gafas ahumadas en la cabeza.
—Hola, que gusto verte de nuevo— dijo con una sonrisa y acercándose
para darnos un abrazo como si nos conociéramos de años.
Olía exquisito.
— ¿Sabes de qué me he percatado? — Dijo sacando los lentes de la cabeza
y colocándolos en su remera de cuello en uve.
Elevé las cejas esperando su respuesta.
—Que no hemos hecho planes— dijo con una pequeña risa.
Lo cual… me parece estupendo porque generalmente muchos de los planes
no suelen funcionar.
— ¿Vamos por un café? Sé que suena a cliché; pero realmente me encanta
el café… Aunque ahora, estaré bien acompañado— dije e hice un ademán
señalando la entrada.
—Más que un cliché parece un dejavu— dijo andando a la par rumbo a la
puerta de entrada.
¿Sabes qué es lo siguiente qué ocurrirá? Añadió e hizo una pausa para
sentenciar con enfático optimismo: Que seguramente la pasaremos
increíble.
— ¿Pedimos para llevar y damos vueltas por sitios que no conoces? —
Propuso mientras caminábamos.
—Tú serás mi guía— le dije y como acto siguiente entrelazó su brazo con
el mío. Me asintió bien esa posición.
Pensé en los sábados pasados con tanta persona que a pesar de compartir el
licor y la cama seguían siendo desconocidos y lo bien que en unos minutos
la andaba pasando cuando abruptamente Mariana detuvo el recorrido frente
a un escaparate de vestidos de novia.
— ¿Sabes? Mis hermanas están felizmente casadas y a mí alguna vez me
gustaría casarme a pesar que tuve una pésima experiencia— me dijo
manteniendo la mirada en un vestido en especial.
Yo… No creo en príncipes azules que proponen matrimonio de rodillas
porque, aunque vistan de seda y sonrían bonito te mienten a la cara usando
el mismo argumento con personas que también se encuentran en la misma
sintonía creyendo que la falsedad es como piedra que se hunde…
Sin saber que flota. Y la luz le llega.
¿Te conté que me engañaron?
Me dio una mirada fría cuando lo dijo.
Por meses creí ser la culpable. Yo y mis ideales románticos por llevar una
relación duradera a estados sublimes y perpetuos junto a un imbécil que le
susurraba palabras de amor en igual tono a cada mujer que se le cruzaba.
Giró el rostro hacia el frente y continuó: Se casó con otra estando conmigo.
¿Puedes creerlo? Preguntó dándome una mirada rápida con el ceño
fruncido. No supe que decir.
Y para colmo… Su esposa me dio una llamada reclamando mis mensajes
preguntando su ubicación por un fin de semana que estuvo en ausencia.
¡Me quedé en shock! Enfatizó.
Le reenvié los mensajes a la chica para salvar mi honor. ¡No era la zorra
con quien se acostaba estando casado! Era la novia leal que tenía antes y
durante su matrimonio con otra mujer.
Soltó una sonrisa después de la rabieta.
¿Sabes? No me importó si me creyó o no, solo quería cuidar mi orgullo
herido; aunque lo que realmente sí me jodió… fue que a mí nunca me
preguntó si quería casarse conmigo.
Tal vez, ni siquiera me amaba. Qué se yo, ya no me interesa. Hizo un gesto
con las manos como quien arroja algo al piso.
Cada quien es libre de creer lo que sus ojos engañados ven y alguna vez a
todos nos rompen el corazón, concluyó sonriendo a pesar de una angustia
lejana.
¿Alguna vez pensaste en casarte? — Preguntó con la mirada en frente.
—No. Nunca se me atravesó por la mente cometer dicha locura—. Ella
sonrió. Pude verlo por el reflejo del vidrio.
—Yo sí quisiera casarme. Pero no con un príncipe azul, tampoco porque
mis hermanas están felizmente casadas…
¿Ni por seguir los pasos de tu ex? —
¡Mucho menos por eso! —
—Sino porque me parece una idea romántica y… Hizo gestos con las
manos como quien intenta hallar una palabra adecuada… Mágica—.
Dio una media mirada al techo como quien reflexiona.
¿Sabes? Siempre he creído que el verdadero amor dura toda la vida y al
momento de casarme quiero estar totalmente segura de que será por
siempre— dijo con un suspiro.
Sonreí.
¿Por qué lo haces? — Preguntó.
—Porque veo que aún no olvidas ser romántica—.
Cogió mi mano y nos adentramos en la tienda. Una señorita nos atendió
preguntando con dulzura, ¿Para cuándo es la boda? Nos miramos
cómplices de una artimaña improvisada y respondimos: Para dentro de un
par de meses; aunque todavía no sabemos el año.
La chica nos vio extrañada y sugirió que diéramos una vuelta para observar
el catálogo en vitrina.
—Este me gusta— dijo en voz alta cogiendo el vestido para sentir la tela.
¿Se lo quiere probar? — Propuso la señorita muy gentil. Mariana me miró
sonriente esperando mi aprobación.
Cuando salió del camarín me di cuenta que había visto a un ángel.
Primero dio un par de pasos hacia adelante como si estuviera en una
pasarela manteniendo la mirada fija en mí rosando el mentón con sus dedos
para enseguida dar la vuelta y retornar. Al estar en el umbral del camarín
elevó el vestido en un acto rebelde para mostrar algo de sus piernas y sacó
la lengua para después guiñar el ojo y terminar en una risa.
—Le asienta muy bien el vestido a la novia— dijo la señorita quien
prácticamente tuvo que acomodar mi mandíbula.
Y yo que creí que los ángeles vivían en libros de ficción, pensé.
Salimos del lugar con dirección a la cafetería de la vez anterior, adquirimos
lo mismo en viceversa y durante los primeros pasos sin destino aparente me
dijo: En el tercer piso han abierto una librería enorme, ¿vamos a echar un
ojo? Tal vez ya esté a la venta el nuevo libro de Harry Potter. Sonrió
viendo como asentía con la cabeza y abordamos la escalera eléctrica que
nos condujo al lugar.
‘Lápiz y papel’ una librería nacional abrió su primera filial en el Mall del
Sur un par de días atrás.
¿Emocionado? — dijo al verme sonreír.
¡Extasiado! — Le dije acelerando el paso para toparme con las primicias en
busca de un ejemplar para las noches de lunes a viernes.
—‘Jaque al psicoanalista’— le mostré a Mariana. Es la secuela que tanto
estaba esperando, añadí.
—Mira esta preciosa edición de ‘Cien años de soledad’— le dije después.
¿Vas a necesitar una canasta? — Preguntó con algo de ironía cuando me
vio coger y mostrarle ‘Rayuela’ en una edición especial.
—Creo poder llevarlos en la mano— le dije.
—Voy a dar una vuelta a ver si encuentro el libro que busco— me dijo y se
perdió por las columnas de letras compaginadas.
Yo seguí revisando y buscando libros para mi colección y otros para leer
por primera vez.
Quedé atrapado con los de historia. Colección de libros sobre el Imperio
Romano y mitología griega fueron como imán para mis ojos y manos.
—Disculpe, ¿va a necesitar ayuda? Quizá pueda traerle una canasta— me
dijo un amable empleado.
Sonreí recordando a Mariana.
—Te lo agradecería— le dije. El muchacho volvió con una canastita
práctica y la llené con los libros que llevaría.
Sabiendo que debía de detener mis ansias por seguir comprando me acerqué
a la caja para cancelar.
—Buenas tardes, ¿tarjeta o afectivo? — Dijo el mismo empleado. Lo pensé
un instante.
—Visa, por favor—.
¡Espera! ¡Espera! Falta este— oí a Mariana gritar estirando el brazo por
encima de mi hombro para añadir otro libro a la canasta.
—‘La última tarde’ de Bryan Barreto— dijo viéndome de reojo.
—Tiene suerte, está con el cuarenta por ciento de descuento— dijo el
muchacho pasando los libros por la registradora.
—Qué suerte la mía, ¿no crees? — Dijo mirándome de reojo de forma muy
evidente. Yo no volteaba; pero sonreía.
—Espere, ¿Por qué tanto descuento? — Le pregunté al empleado.
Lo cogió, miró por varios ángulos y respondió: Es una edición antigua.
¿Tiene idea de cuándo traerán la nueva edición? — Quiso saber Mariana.
—Déjeme ver en el sistema— dijo con amabilidad.
Mariana se apoyó en mi hombro viéndome fijamente esperando que voltee
para lanzar su arsenal de preguntas. Yo no lo hacía, actuaba desentendido
de la situación y a la espera de la respuesta del joven.
—A fin mes tendremos la nueva edición y un libro del mismo autor que
podrá encontrar en novedades— dijo y siguió con su labor.
—Gracias— respondió Mariana y cogió la novela antes de que la metieran
en una bolsa biodegradable.
—‘La última tarde’ de Bryan Barreto— dijo en voz alta.
¿Un nuevo libro del mismo autor? Si ni siquiera escribe, pensé en voz alta
recordando a mi editor y sus artimañas publicitarias.
—Disculpen, ¿le puedo hacer una pregunta? — Dijo el muchacho poco
después de alejarnos de la caja.
Ambos volteamos.
¿Es usted el autor del libro? — Dijo dubitativo en sus palabras y muecas.
—Sí, Bryan… Barreto, dinos, ¿eres quien escribió esta obra? — Dijo
Mariana con su clásica ironía.
—Sí. A menos que el tipo de la foto no sea yo— dije con una sonrisa.
El muchacho salió del mostrador y se acercó para decir: ¿Me puede firmar
un ejemplar? No pude asistir a la feria del libro. Tenía fiebre y no podía
moverme de la cama. Sonrió y sacó un lapicero de su bolsillo.
—Cuando lo vi sabía que era usted a pesar que ahora luce otro tipo de
peinado— dijo con una sonrisa nerviosa.
—La foto es antigua— le dije con una sonrisa y dibujé mi firma en la
primera hoja.
—Para Alexander Ramírez, por favor. Y si puede abajito escriba: Para
Clara Ramírez, mi hermana, que es recontra fan de sus escritos. Ella
siempre visita su Blog. Tiene catorce. Y no pudo asistir a la feria sola.
Es una lástima que solo se presentara una vez— fue diciendo con distinta
clase de emociones.
—Lo mismo le dije a mi editor— le dije al muchacho mirando a Mariana,
quien tenía el libro atesorado a su pecho. Pero, sabrán que hay muchos
autores que también quieren y deben ser promocionados, dije al terminar de
autografiar la obra.
¿Una selfie? — pidió con la cámara prendida acercándose para posar. Le di
mi mejor sonrisa.
—Gracias, es usted muy amable— nos estrechamos la mano.
La historia es increíble, ayer terminé de leerla, añadió el joven entusiasta.
—Me alegra que lo hayas vivido con esa intensidad— le dije y el
muchacho volvió a su labor.
De repente, un par de muchachas se acercaron.
Disculpe, ¿Podríamos sacarnos una foto? — pidió la de anteojos.
—Yo les tomo, posen al lado del señor— dijo Mariana haciéndoles el
favor. Ellas a los lados y yo en el centro. La foto salió para las redes.
¿La nueva edición está aquí? — Oí que le preguntaron al joven tras
despedirse.
—Acabamos de abrir, a fin de mes nos llega esa edición— oímos que
respondió.
—Que pequeño alboroto el que armó, señor escritor— dijo de forma
distendida saliendo de la librería.
Sonreí mientras caminábamos.
¿Cuándo pensabas decirme? — Preguntó pasos después.
—Nunca me preguntaste en qué trabajaba— le dije.
¡Claro que lo hice! Pero solo dijiste que estudiaste Literatura y no que eras
escritor de novelas… románticas, por cierto—. ¿Ves? Yo sabía que eras un
romántico empedernido, añadió enseguida abriendo el libro y guardando el
empaque en su bolsillo.
—Dime algo, Mariana— le dije deteniéndome en pleno pasadizo.
Hizo un ademán abriendo las manos en armonía con un moviendo de
quijada.
—Tú ya lo sabias, ¿verdad? — le dije esbozando una sonrisa y con la
mirada en sus ojos verdes que parecían claros y oscuros según la luz.
—Más o menos— fue lo primero que dijo.
Abrí las manos como señal para que siguiera argumentando.
—Hace años asistí de casualidad a una feria de libros en Larcomar. Allí
estaba un sujeto de cabello corto, pantalones negros y casaca jeans
hablando acerca del amor en su forma más sublime frente a no más de
treinta a cuarenta personas que suspiraban con sus palabras. De entre todo
lo que dijo, porque llegué tarde a la presentación, oí una frase que
sucumbió en mí debido a que me acababan de engañar, no el tipo del
casamiento, sino un sujeto anterior...
El escritor en el estrado dijo: ‘Amar siempre será poder hacer algo más por
ver a tu pareja contenta’.
Sentía que nunca habían hecho algo más por verme feliz. Siempre era yo
quien debía de cuajar o aceptar hasta que ocurrió lo que te conté y me
cansé.
—No tengo en mente dicho suceso. En mis inicios me llevaron a un
montón de conferencias, ferias y demás para promocionar mi primer libro
de cuentos que luego, según una opinión netamente propia, resultó no ser
tan bueno como creía; algo que es totalmente natural al ser mi primera vez.
Porque después sentí que con la novela que tienes en mano pude trabajar
una historia mejor en distintos aspectos.
En fin... el punto es que, me alegra que te haya servido o llenado lo que dije
aquella vez.
Ella sonrió.
—Y entonces, hace una semana te vi intentando prender un cigarro y quise
acercarme para tan solo... saludarte.
Pero nos envolvimos en esto— acotó con una sonrisa brillosa.
¿Aquella vez llegaste a comprar el libro? — Quise saber.
—Sí, tengo tu libro; aunque no está firmado debido a que te fuiste muy
rápido o fui yo quien decidió dar una vuelta y no te encontró más.
Ahora tengo el nuevo; aunque dicen que es antiguo. ¿Crees que estoy
llegando tarde? — dijo con una risa.
—Creo que estás llegando en el momento propicio— le dije. Ella sonrió.
¿Me cuentas de qué trata la novela o prefieres que le eche una ojeada? —
dijo dándole una sacudida veloz a las páginas.
Cogí la novela quitándosela con facilidad y rapidez sin que ni siquiera lo
sintiera y le dije: Jamás leas un libro en frente del autor.
¿Por qué? — dijo devolviéndome el acto de robarse el libro; aunque pude
esquivar su mano teniéndola muy cerca de mí.
—Puedo escuchar esos latidos veloces— dije con suavidad.
Posó su mano en el corazón y preguntó, ¿hay una conexión con el libro?
Me vio con seriedad, volví a mi posición normal y le entregué la obra.
—Toda novela es autobiográfica. Por eso prefiero que leas mi libro sentado
en el mueble de tu casa con las piernas sobre una mesa de centro o regada
en la cama de tu habitación en un silencio total para mayor concentración.
Aunque, podrías hacerlo en cualquier lugar y momento, a excepción de
aquí— le dije esbozando una sonrisa.
—No te lo puedo prometer. Acabas de incitar mi curiosidad— dijo
achinando los ojos.
—No lo puedo evitar. Pero no responderé a ninguna duda— le dije
sonriendo al final.
—Quiero que te pongas en mi lugar. Me acabo de enterar que el chico con
quien salgo es un escritor reconocido…
—Ni tanto, eh— interrumpí.
¿No crees que es intrigante que quiera conocer su obra? — Dijo viéndome
con las cejas elevadas.
Se veía muy tierna.
—Tienes razón. Yo también estaría ansioso por conocer su trabajo; sin
embargo, trataría de respetar su posición establecida—.
¿Te puedo convencer con un helado? — Preguntó observándome con la
cabeza puesta a un lado y esos verdes oscuros clavados en mis ojos.
—Con una buena hamburguesa con papas fritas y gaseosa— respondí
usando mis manos para recrear la amplitud de mi pedido.
Ella sonrió y pasó su lengua por los labios en señal de exquisitez.
—Justamente… antes de entrar a la librería estaba pensando en ir a comer
una pizza; pero ahora me acaban de dar ganas de devorar una de esas
hamburguesas que mencionas— dijo imitando mi gesto de las manos.
¿Vamos al patio de comidas y hacemos el pedido antes que el estómago
empiece a crujir? — Le dije de forma distendida.
¡Vamos! Ah, por cierto, tengo vales para canjear por unas ofertas— acotó
mientras caminábamos.
—Muéstrame para saber que elegir— le dije estirando la mano.
—Están en mi celular, ¿acaso creías que eran cupones físicos? — dijo en
una risa.
La di una mirada junto a una sonrisa.
—Ah, entiendo, eres el chico que vive en la década pasada— dijo en burla.
Subimos por la escalera electrónica más próxima y aceleré el paso por
causa del hambre llegando rápido a la última plataforma; pero al voltear no
encontré a Mariana.
Ella se encontraba de lo más relajada y fresca leyendo el libro apoyado al
barandal de la escalera subiendo a paso de tortuga.
La esperé observándola en todo momento para analizar sus reacciones que
únicamente se basaron en acomodarse el cabello por las orejas.
Se sorprendió al verme arriba, hizo una sonrisa y nuevamente se enganchó
a mi brazo para aventurarnos adonde nos lleve el hambre.
De repente, un sonido provino de su barriga.
¿No has desayunado o almorzado hoy? — Le dije viéndola de lado.
—Me levanté tarde porque pasé gran parte de la noche trabajando— dijo y
me pareció extraño.
—No podría imaginar que te desvelas. No tienes registro de amanecidas
como los tengo yo— le dije pasando mis dedos por las sienes.
—Esas rayitas te hacen ver más lindo y maduro— dijo aferrándose todavía
más.
—Por si acaso, yo uso cremas— dijo después sacando la lengua como acto
burlesco hacia ella misma.
No le creí.
Nos paramos en frente de Burger King, hicimos una cola pequeña de dos
parejas y decidimos el pedido en el momento en que el joven carismático
de la caja nos preguntó e informó que los vales eran del año pasado.
—Es curioso que a pesar de tener hambre incluyendo sonidos de barriga
uno todavía tenga tiempo para pensar que ordenar— hice una graciosa
reflexión en voz alta; pero Mariana ni siquiera me oyó. Ella estaba a un
lado, apoyada en la pared, leyendo la obra mientras que yo con ticket en
mano esperaba la orden.
¿Interrumpo? — Me acerqué posando en frente.
¿Por qué si tanto te gusta el fútbol no fuiste futbolista? — Preguntó
elevando la mirada por encima del libro.
—No tuve el talento suficiente para destacar ni la perseverancia para
continuar— le dije con franqueza.
—Yo creo que realmente no le hacías gol ni el arcoíris— dijo sonriendo.
Entonces, ¿Por qué aquí dice que hiciste un golazo que rompió la red y la
pelota fue a impactar contra una camioneta arruinando el faro? — Añadió
con una expresión de asombro.
¡Eso no dice! Tampoco soy tan exagerado. Solo menciono un golazo como
los que metía en aquellos tiempos— le dije con una sonrisa y oí el llamado
de la comida.
—Te espero en la mesa del centro— dijo yendo hacia allá con los ojos
puestos en las hojas y el andar lento para no tropezar.
A pesar de colocar en la mesa la bandeja con hamburguesas gigantes, un
ejército de papas y una gaseosa al polo, ella siguió enfocada en la lectura de
forma inmune.
—Daniela, lindo nombre. ¿Fue tu primer amor? — Dijo con la mirada en
mí y las manos en las últimas hojas del primer capítulo.
—Dije que no resolvería dudas— respondí y cogí una hamburguesa para
devorarla sin compasión.
Cerró el libro y me siguió llevándose un par de papas a la boca.
¿Sabes? Nunca he tenido la oportunidad de charlar con un escritor— dijo
cogiendo otro par de papas.
Yo le roseaba salsa de tomate y mayonesa a la carne.
—Es natural que se me ocurra hacerle alguna que otra pregunta, ¿no crees?
— Le dio un sorbo a su bebida sintiendo el frío en su cabeza.
Reí ocultando la carcajada con mi mano.
¿Me podrías contar algo de ti como escritor? Quiero saber acerca del
proceso de escribir, ¿Cómo se te ocurren las historias?, ¿Cómo o qué te
inspira? Y ¿Cómo empiezas a escribirlas? — Dijo volviendo a coger otro
par de papitas.
¿No vas a comer tu hamburguesa? Está buenaza— le dije e hizo caso omiso
a mi sugerencia.
—La inspiración no es el rayo de Thor que te ilumina y llena de magia para
escribir sin detenerte. De hecho, es un trabajo arduo con muchas horas en
frente de la computadora buscando hilvanar una oración— dije con los ojos
en los suyos. Ella comía papitas en un intento de sonrisa entusiasta y atenta
a las palabras.
—En estos momentos las historias están teniendo una fiesta en mi cabeza.
Mentalmente las voy formando, emparejo y doy giros o finales supuestos
hasta estar en frente de mi ordenador para simplemente trasladarlas a la
realidad—.
Ella le dio un sorbo lento a su Coca Cola bien helada.
—Yo soy de los autores que escriben lo que viven y lo funden con
ficciones creando un puente muy equilibrado entre la realidad y la
imaginación que cualquier lector cruza sin percatarse del sitio donde está.
En referencia a las emociones siempre uso las que tengo porque son
honestas—.
—Así quien lee se siente identificado con lo que escribes— dijo sacando a
la hamburguesa de su cajita.
—Esa es la recompensa— dije dándole un sorbo a mi gaseosa y sintiendo
la frescura en la garganta.
—Muchas veces soy yo el personaje de lo que escribo porque siento que mi
vida es una historia con capítulos distintos que necesito volver idioma para
dejarlas ir— dije otorgándole el último mordisco a mi sanguche.
¿Y adónde van? — Preguntó de inmediato.
—A los lectores o a veces a ninguna parte—.
¿Sabes por qué leo tu libro tan fervientemente a pesar que dijiste que no lo
hiciera? — Dijo tras un mordisco.
Extendí los brazos y las manos esperando su respuesta.
—Por la primera frase. La leí y sentí que debía de involucrarme en este
libro. Me hizo creer que no solo es tu historia, sino la de muchas personas
en el mundo, de las cuales tanto tú como yo no tenemos idea de quienes
puedan ser. Esto me conduce a sentir admiración por ti.
Sonreí cuando lo dijo y al verla seria quité la sonrisa para seguir oyéndola
hablar con tanta sobriedad.
—No es sencillo tener empatía hacia los demás. Yo misma a veces no
puedo hacerlo. Tú me ves risueña y carismática; pero muchas veces no
pude entender lo que otros sentían sin decírmelo. Mi padre, por ejemplo,
nos ocultó su enfermedad hasta que no pudo más y tuvimos que llevarlo de
emergencia una tarde de abril dándonos cuenta de una verdad que tenía
reservada solo para él. Entonces me pregunté, ¿Cómo no pude verlo? ¿Por
estar enfocada en mis estudios?, ¿Por no mirarlo más allá de su semblante
habitual? O tal vez nunca tuve esa empatía que en ti he notado con facilidad
porque al leer esa frase, bien lo dije hace un rato, sentí que capturabas a
muchas personas a la misma vez que seguramente también pasaron por lo
mismo.
Es admirable lo que haces, Bryan Barreto y este libro no debería estar con
el cuarenta por ciento de descuento— concluyó su argumento variado en
emociones.
—Tu padre debió ser un tipo extraordinario para olvidarse de sí
mostrándose bien para que puedan desarrollar sus actividades sin
preocupaciones— le dije estirando mi mano para converger con la suya.
¿Te das cuenta lo fácil que se te hace entender a las personas? — Dijo con
una sonrisa y usando su otra mano para atrapar la mía.
—A veces me lamento por acciones que no pude prevenir por no pensar un
poco más en lo que podría pasar— le dije viendo nuestras manos juntas y
elevando la mirada hacia sus ojos llorosos.
—Y otras veces pienso que ya estuvo escrito en la mente de esa persona
actuar de determinada manera a pesar de todo lo que muchos puedan decir
o hacer— agregué después como si estuviera hablando conmigo mismo.
¿Y a cuántos crees que lograste llenar de emociones con este libro? — Dijo
sonriendo a pesar de un hilo de lágrima que resbaló por su mejilla.
Me acerqué para secarle la lágrima.
—Las lágrimas opacan al color de tus ojos— le dije al momento de
pararme y dar el giro para acercarme a su rostro.
Ella sonrió tímidamente.
—Gracias— dijo después.
Me quedé viendo sus ojos intentando buscar una historia en su profundidad
a medida que acercaba mis labios a los suyos viendo como las persianas de
su mirada se iban cerrando para que pudiéramos fundirnos en un inevitable
beso que… Interrumpió el soundtrack de Star Wars.
Volví a mi asiento oyendo que maldijo en voz baja y cogió el celular para
responder: Hola amiga, dime, ¿Qué pasó?
Caí sobre el espaldar y bebí mi gaseosa.
—Todo bien, tranquila, no interrumpes— le habló y me dio una mirada que
decía lo contrario.
Sonreí al entenderla con claridad y busqué papitas en las cajitas.
—No lo olvidé. Dime, ¿a qué hora piensan ir? — dijo después. Yo comía
las papitas sobrevivientes a la comilona.
—Iré con el chico del que te hablé— hizo mención atrapando mi atención.
Me puse firme y le hice un gesto señalándome absorto.
Tapó parte del celular y me dijo: Ahorita te explico.
¿Ir adónde? — Quise saber. No respondió.
—No sé si sabe cantar; pero seguramente adora hacer el ridículo tanto
como nosotras— dijo entre risas.
Yo la miraba confundido.
—Listo flaca, allá nos vemos plan de… Vio su reloj y sentenció: ¡Diez en
punto, eh! —.
—Te mando muchos besos— añadió con voz amorosa.
Guardó el celular, me pegó una mirada y preguntó, ¿Vamos al karaoke con
mis amigas?
¿Puedo pensarlo mientras termino de comer las papitas? — Dije escarbando
con mis dedos en las cajitas—.
—Si tienes otros planes, puedo entender— comentó después.
¡La última! — Dije cogiendo y alzando la papita como un tesoro. Ella
sonrió.
—A estas locas no las veo hace siglos porque nuestros trabajos son
distintos y los tiempos no llegan a alcanzar.
Además, más de una ya está comprometida y hasta con hijos pequeños.
Hace meses que acordamos en vernos; pero nunca se dio hasta hoy que
milagrosamente acaban de confirmar.
La miraba mientras hablaba con muecas y ademanes que recreaban la
situación que relataba.
—Siempre vamos a un karaoke en Lince. Se puede decir que es nuestro
lugar favorito; aunque no estoy segura si habrá cambiado porque hace años
que no lo visitamos— añadió y como niña inocente colocó su cabeza sobre
las manos para volver a preguntar: ¿Me acompañas? Hizo un parpadeo
lento a sus ojitos verdes que se vieron como ventanas y sonrió para
endulzar el instante.
No me perdí en Creta ni en los escalones de Escher y vengo a sucumbir
ante el laberinto de pasiones que genera su mirada.
—Hiciste bien en decirles que no sé cantar— le dije ante su alegría
trasladada a un par de palmas de emoción.
El reloj en la muñeca marcaba las ocho y cuarto, supuse que habría tiempo
para dar un recorrido más.
¿Te gustan los videojuegos? — Preguntó frotando sus manos con un jabón
líquido que extrajo del bolso.
—Me quedé en el mundo ocho de Mario World en Super Nintendo y jugué
algo de Mario Party en el 64. Desde ahí, no sé qué otras consolas
salieron—.
—Ah, cierto, eres el chico del pasado— dijo en broma. Pues, te cuento que
acabo de comprarme un Play 3 y sus juegos son alucinantes. Andaba
pegadísima con Gran Turismo 6 pero tuve que dejarlo porque el trabajo no
se hace solo. Ojalá fuera así, ¿te imaginas? Hacer un clic y tenerlo listo,
parecido a una película de Adam Sandler—.
—No me agrada ese sujeto cuyos papeles son de niño grande— dije en
broma. Además, qué aburrido sería no involucrarse en el proceso del
trabajo.
Siento que, si yo no lo hago, nadie podría hacerlo como quiero, concluí con
seriedad.
—Buen punto— respondió asintiendo con la cabeza.
¿Cuál de los dos? ¿El del actor o de hacer uno su labor? —
—El segundo, porque así odien a Adam, yo siento que lo adoro— dijo con
ternura.
Pero... A lo que iba era que, ¿y si vamos a jugar un rato? Digo, no Atari,
sino videojuegos modernos.
¿Jugar Play a tu casa? — Dije con un pícaro gesto de ojos.
—No bobo. A la sala de juegos del mall. Creo que está a unos metros—
dijo señalando las luces de neón al fin del pasadizo.
—Ah, entiendo, porque si fuéramos a tu casa no perdería el tiempo
manejando autos virtuales— le dije con humor.
Ella empezó a reír.
—Y sobre Adam Sandler, creo que exageré un poco porque ‘Papá genial’
me resulta muy divertida— fui diciendo a medida que iba asintiendo
dándome la razón.
Caminamos juntos hasta el tacho de basura donde arrojé las envolturas y
dejé la bandeja encima de las otras para continuar el trayecto hasta la sala
de juegos.
¿Qué consolas nos recomienda? — le pregunté a una señorita vestida de
azul ubicada en la entrada.
—‘Tierra de zombies’, ‘Viajes espaciales’ y demás— respondió sonriente.
—Espero encontrar la canasta de baloncesto, los penales de fútbol y los
discos veloces— le dije a Mariana, quien me vio extrañada.
¿Esos juegos existen? — Preguntó confundida.
¿Nunca fuiste a Larcomar cuando eras adolescente? Allí había una sala de
juegos llamada Moy en donde todo era sinónimo de diversión— Le conté
mientras nos adentrábamos en busca de un juego llamativo.
¿Moy? ¿De qué año me estás hablando? Seguro mi abuelo los conoce tanto
como tú— dijo con humor.
—No te hagas, Mariana, bien que sabes— le dije apoyándome en una
consola con pistolas para derribar muertos vivientes.
—Te estoy bromeando. Obvio que lo recuerdo, tenemos la misma edad, no
lo olvides— me dijo sonriendo.
—Nunca me dijiste tu edad— le dije.
—Tú tampoco— contestó.
¿Es importante? — Le dije tras meter una moneda.
—Para matar zombis no interesa que edad tengas— dijo. Y aquí, se meten
dos monedas, añadió introduciendo otra.
Derrotamos a los muertos vivientes de mucha mejor calidad gráfica que la
extinta sala Moy de un lejano tiempo en Larcomar.
Mariana quiso abordar una misión espacial en una nave estéticamente
idéntica a las que he visto solo en documentales; quise envidiablemente
saber conducir la nave tan bien como lo hacía mientras se creía una heroína
del espacio liberando a los humanos de un séquito de horripilantes
alienígenas.
Cuando me tocó subir hice un completo desastre volviéndome un antihéroe
para el mundo imaginario del juego.
—Te falta práctica— me dijo con palabras medio burlescas.
Quise continuar con el juego hasta encontrar el sentido correcto de la
misión. Perdí diez veces; aunque a la siguiente casi logro vencer al jefe de
los extraterrestres.
—Estaban chéveres los juegos; aunque nunca me llegaría a enviciar. Para
mí, son cuestión de un rato— añadí mientras caminábamos con dirección a
una máquina de bebidas.
— ¿Lo dices por qué no pudiste vencer al alíen? — Dijo con una sonrisa.
—De quedarme un tiempo más, podrían darme un diploma a mejor
jugador— respondí ante su risa.
Me dio un golpecito cariñoso diciendo que era un picón.
—Así solían llamarme en los partidos de fútbol cuando íbamos perdiendo y
luchaba para alcanzar el empate a como dé lugar inventando faltas a mi
favor con tal de acercarme al arco rival— le conté entre risas.
Adquirimos un par de helados con chispas de chocolate para refrescar la
garganta en lugar de las gaseosas y resolvimos quedarnos un rato apoyados
en el barandal con la mirada puesta en el nivel inferior porque un corso de
artistas musicales y teatreros se lucían en las inmediaciones del pasadizo.
— ¿Alguna vez has pensado en actuar? — Me dijo con la mirada puesta en
el show.
—Nunca se me pasó por la cabeza, ni siquiera tengo esa aplicación que
ahora muchos usan— comenté viéndola de reojo.
— ¿Cuál? — Quiso saber con la mirada en mí.
—No recuerdo el nombre; pero es una en la que sale un fondo musical que
debes imitar con gestos de labio y ademanes según el tema elegido— le
dije.
—Qué aburrido. Prefiero mis videojuegos— respondió y continuamos
viendo el espectáculo.
—A mí me gusta el circo y el teatro— dijo después.
Soy fan de La Tarumba. Siempre asisto con la familia porque nos gustan
los temas que proponen y la forma como los desarrollan. Es un circo muy
original y sin animales en cautiverio, añadió emocionada.
— ¿Cuál fue el último que viste? — Le pregunté con los ojos en sus gestos
cuando empezó a hacer un repaso en su memoria.
—Fuimos a ver ‘Caricato’, ‘Tempo’, ‘Gala’ y mi favorito ‘Quijote’.
¿Sabes? Me encanta porque uno se vuelve parte de lo que muestran, es
como si jugaran con tus emociones sacándolas a relucir de un modo
fantástico.
Es un show muy cultural al que deberíamos ir.
Asentí con la cabeza y le dije: Encantado de acompañarte.
Sonrió de una manera muy tierna y se asomó un poco más al punto de
colocar su cabeza en mis hombros para terminar de mirar a los bailarines y
músicos cursar el pasadizo.
Volvió a recibir una llamada.
Un momento— dijo sacando el celular y alejándose como quien no quiere
hacerlo.
—Hola amiga, dime— oí.
—Ya. Bacán. Buenísimo. Entonces, a las once en punto nos vemos allá—
dijo emocionada y tras colgar me preguntó, ¿tomamos unas cervezas
fumando cigarrillos antes de partir?
—Ni siquiera a Issac Newton se le hubiera ocurrido algo tan brillante— le
dije frotando las manos.
—Hace meses me pegué con su biografía en History. El tipo podrá ser un
prodigio; pero jamás se bebió un trago ni tuvo una mujer— dijo
sorprendida.
—Muchos de los genios suelen ser así— le dije.
—Stephen Hawking no lo es tanto, de hecho, es todo un pícaro. Incluso
aparece en varias series, entre ellas, ‘The Big Bang Theory’, mi favorita—
añadió mientras bajábamos hacia el sótano.
—Me encanta ese sujeto. Es brillante. Cuando habla sobre los agujeros
negros y los mundos paralelos pienso que sencillamente te abre la mente…
Hay tanto por saber y vivimos tan poco— dije con sentida reflexión.
—Bueno… bien lo dijo un filósofo alguna vez: Yo solo sé que nada sé—
dijo con seriedad y caminamos un par de pasos hasta toparnos con una
amplia barra de madera con cinco a seis empleados ágiles llenando y
entregando jarras de cerveza artesanal a quince soles según decía en un
letrero escrito con tiza.
Nos sentamos en un mueble sumamente cómodo y esperamos que una
señorita de remera negra llegara a la velocidad de la luz para apuntar el
pedido. El lugar era grande y agradable porque las mesas estaban separadas
con una buena distancia para que las conversaciones no se interrumpan
entre sí.
Pedimos dos jarras para comenzar y Mariana tenía cigarrillos en su bolso.
—Sheldon me parece el personaje más odioso y gracioso de esa serie— le
dije al momento de prender el cigarro.
— ¡Me encanta Sheldon! Es divertido, inteligente, sumamente irónico sin
querer y muchas veces suele ser muy tierno— dijo Mariana.
Llegaron las cervezas y siguió: Su trastorno obsesivo compulsivo, sus
fobias y alergias lo vuelven un ser grandioso, concluyó. Bebió un sorbo de
cerveza y acotó: ¿Sabes? También me gusta Rajesh; aunque a veces parece
un idiota.
Se metió una carcajada en ese momento. Pero, es lindo.
Recuerdo un capítulo en el que ambos compiten por tener más espacio en la
oficina y el dulce Rajesh mete un escritorio enorme para molestar a
Sheldon, quien después le suelta una bomba arruinándolo por completo.
Volvió a carcajear.
—A mí me gusta Penny. O sea, no solo por ser muy atractiva, sino porque
se adapta bien a los muchachos vacilándose mutuamente. Me agrada como
se adentra y se vuelve parte del grupo estando o no con Leonard. Además,
es muy divertida, hábil y locuaz— le fui contando y luego bebiendo.
—Sí, es tan linda como graciosa. Y también muy astuta porque en más de
una ocasión venció a Sheldon; sobre todo cuando jugaron Halo— dijo entre
risas. Bebimos las dos jarras como si hubiéramos culminado una maratón y
seguimos conversando de su serie favorita destilando capítulos y personajes
hasta que nos aproximamos a las diez con cinco, según vio en el reloj con
forma de chapa ubicado en una columna en frente.
—Vamos yendo, corazón, que no quiero faltar a este reencuentro de
ensueño que capaz no vuelve a ocurrir— dijo guardando el libro en el bolso
y dejando para la cuenta con la frase yo invito.
Con un gesto de manos le dije a la muchacha que el dinero estaba en la
mesa. Le agregué un par de soles como propina y apagué el cigarrillo.
— ¿Qué otras series te gustan? — Preguntó en dirección al
estacionamiento; pero yo tenía la mente en una duda.
—Mariana, ¿te sientes en condiciones para manejar? —.
—Yo trabajé en Rápidos y Furiosos junto al pelado ese— contestó con su
típica ironía. Prendió el motor, la música e invitó a pasar con una dulce
frase: Ceniciento, suba adelante y no tema.
Me hice la cruz con exageración ante su risa y coloqué mis libros detrás.
—Uy sí, ahora todos nos volvemos creyentes— dijo con humor
sintonizando una canción de Mark Anthony.
—Me encanta este flaco con voz de oro— mencionó saliendo del sitio. Yo
me preparaba para las curvas peligrosas a máxima velocidad; pero a
diferencia de la vez anterior esta vez fue lento y seguro.
Prendí un cigarrillo bajando la luna para sentir el viento.
—Me gusta Dark porque los viajes en el tiempo son mi fascinación desde
que tengo uso de razón— le fui contando tras una bocanada de humo sin
aros.
—Dark es chévere. La vi todita en un par de semanas desvelándome junto a
una taza de té— dijo viéndome con una sonrisa.
—También me gusta ‘Breaking Bad’, ‘Two and ha half men’, ‘How I Met
Your Mother’ y demás. He visto muchas series— comenté a medida que
salíamos del mall.Pasamos Risso y nos detuvimos en un local con luces de
neón en los exteriores donde fácilmente se podía leer: ‘Cantando por un
sueño’.
—Aquí es— dijo estacionando sin apagar el motor.
Encontró su celular prendiendo la luz del auto y pude notar la carcasa con
la imagen del mítico villano de Star Wars.
—Voy a llamar para confirmar. Quizá aún no llegan o ya están adentro—
me dijo con el celular en la oreja.
Solo asentí.
Saqué mi teléfono para verificar mensajes o llamadas mientras ella hablaba.
Me sorprendió la cantidad de mensajes que tenía de los distintos grupos en
donde mis nuevos camaradas preguntaban airadamente sobre mi ubicación
actual no hallando respuestas ni siquiera en las llamadas porque el celular
estaba en silencio.
Ya es tiempo que empiecen a hacer planes sin mí, pensé leyendo los
mensajes.
—Muchachos, disculpen; pero hoy no podré atenderlos en mi mansión—
escribí con algunas caritas tristes y otras riendo.
Contestaron a la velocidad de la luz haciendo alusión a distintas situaciones
en las que pensaban que me hallaba envuelto.
—Los veo la otra semana— acoté sin mayor explicación y con las mismas
caritas.
En el grupo de familia, mi mamá enviaba fotografías en Madrid, Sevilla,
Barcelona y Coruña, lugares en donde, según dijo párrafos atrás que recién
leía, estuvo paseando junto a mi viejo y unos amigos del barrio que ahora
radican por allá.
Se veía merecidamente feliz después del cáncer que la atacó hace un par de
años y logró vencer con su poderosa y descomunal fe que la aferró a una
vida que ahora disfruta como precisa en las imágenes.
—Corazón, están adentro, vamos— dijo Mariana; pero me mantuve quieto
mirando las fotografías como quien llega a extrañar.
— ¿Vas a estacionar en este lugar? — Le dije alejando la vista de la
pantalla. Un sujeto alto y ancho vestido con traje oscuro le indicaba un
lugar desde su consolidado sitio en el umbral de la puerta de entrada.
—Parece que quiere que me ponga en diagonal— dijo y en un movimiento
a lo Toretto logró acomodar el auto ante el pulgar elevado del portero.
—Aparte del inglés, también debes enseñarme a conducir— le dije.
—Cuando quieras. ¿Qué auto tienes? —
—Tengo una bicicleta que uso sin rueditas— le dije con humor.
—Qué curioso. Yo nunca aprendí a manejar una— dijo con una risa.
Bajamos del auto y nos acercamos a la entrada.
¿En serio? — Quise saber intrigado.
Me miró como quien lanza un chiste y le creen.
Mariana reconoció a la seguridad, a quien saludó estirando la mano e
intercambiando una sonrisa lo cual hizo que evitara revisarme como lo hizo
con los tipos detrás.
—Roberto es amigo mío, tiene años trabajando aquí— dijo cogiendo mi
mano para acelerar el ritmo hacia las escaleras tapizadas de rojo oscuro con
curva en medio.
En el segundo nivel zigzagueamos mesas con grupos de parejas hasta
ubicarnos en la puerta tres de un box privado.
Una chica de cabello negro como sus ojos nos abrió sorprendiéndose con
exageración al estar en frente de Mariana, a quien abrazó con suma calidez
como si no se hubieran visto en años. La siguiente persona en asomarse fue
una muchacha de tez morena y cabello rizado capaz de tapar la espalda de
Mariana al momento de darle el abrazo. En una ojeada noté la presencia de
dos tipos, uno de ellos cantaba vistiendo un traje de oficina con corbata en
el bolsillo y el otro sonreía viendo a las amigas reencontrarse.
—Diana, te presento a mi… amigo especial, Bryan Barreto— dijo después
de un buen rato estando pegadas como niñas emocionadas.
—Carla, él es Bryan, de quien te hablé hace un rato— volvió a decir.
Saludé a ambas con beso en la mejilla y se hicieron a un lado para que
podamos ingresar.
Luego de saludar a Walter y Javier, parejas de las muchachas, nos pidieron
muy amablemente que nos adelantemos a la celebración llenando el vaso
en frente con whisky, gaseosa o hielo según el criterio de cada uno.
Era sábado por la noche y solo había ingerido un par de cervezas, mi
ferviente sed rebasó el vaso para secarlo en un santiamén justo en el
momento en que el trío cogió micro y empezó a cantar ‘El último adiós’ de
Paulina Rubio.
Yo bebía sentado con las piernas cruzadas observando detenidamente el
accionar de Mariana emulando movimientos de la cantante mexicana con
gestos propios que se diferenciaban de sus amigas, no solo porque se
encontraba en el centro, sino porque era mi foco de atención.
Me gustaba su espontaneidad para cantar desafinadamente con muecas y
gestos graciosos que provocaban mi risa y encanto a la vez.
Terminada la canción pidieron otra entre murmullos de chicas que no se
ven un tiempo importante y desean volver a realizar las calamidades que
hicieron en la secundaria.
Sonó ‘Baby one more time’ y ellas enloquecieron entre risas y sonrisas que
eran como brillos estelares.
Javier, el oficinista, me dio un golpe en el codo para tomar mi atención.
—Nuestras chicas son terribles, ¿verdad? — se echó a reír queriendo
impactar su vaso con el mío. Le di una sonrisa y un salud.
—Luego salimos los tres para hacerles competencia— dijo sacándose el
saco como si se tratara de una contienda.
—Yo no canto ni en la ducha— respondí con una risita y seguí viendo el
espectáculo de Mariana y su equipo.
—Disculpa mi intromisión, ¿desde cuándo están saliendo? — volvió a
hablarme.
—Somos amigos— le dije con la vista en frente.
Mariana coreografiaba los movimientos del baile mejor que sus amigas con
la atención puesta en mi sonrisa y yo le mostraba el vaso elevado como
símbolo de admiración.
¿Te las imaginas bailando así por el día del maestro? — preguntó Javier
acercándose a mí para conversar.
No di una respuesta certera. Estaba observándola bailar y oyéndola cantar
en un inglés afinado y con dicción.
—Estoy casado con Diana desde hace cuatro años y nunca la vi tan feliz
como hoy— dijo asomando su vaso al mío. Volví a darle un salud. Bebió
de golpe y también bebí.
—Nos conocimos en la universidad. Ambos estudiamos derecho, yo soy un
año mayor; pero ella parece tener mucho más físico que yo— dijo con una
risa final.
No me gustan los deportes, prefiero estar leyendo… O bebiendo, acotó y se
sirvió otro trago.
¿Y tú, a qué te dedicas? — Preguntó al retornar.
Mariana también regresó, se veía agitada, contenta y sedienta; cogió mi
vaso y se sirvió gaseosa con hielo.
¿No tomas Mari? — Consultó Carla sentada en las piernas de su pareja.
—Vine en auto— dijo usando las manos como conduciendo.
¿Ya van a salir los hombres? Queremos verlos soltarse una rolita— dijo
Carla animando a su novio, el chico de camiseta con banda de rock, quien
parecía negarse en silencio.
—Corazón, ¿no quieres cantarme una canción? — Dijo viéndome
tiernamente a los ojos.
—Bro, vamos a destronar a las reinas del canto— dijo Javier golpeándome
el codo con confianza.
Le di una mirada seca.
—Dale, ve a cantar con los chicos— dijo Mariana colocando su mano en
mi antebrazo.
Carla levantaba a Walter quien como niño tímido en una fiesta no quería
pararse de su asiento; Javier doblaba su saco, se elevaba el cuello de la
camisa y solo le faltaba darse un par de cachetadas para sentirse listo
mientras que yo tras beber medio trago y regalarle una sonrisa a Mariana
me enlisté en el grupo.
—Señores, ¿Qué canción proponen? — Dijo Javier como un comandante.
¿Qué les parece ‘Amante bandido’? — Propuse.
—No, esa es para que se la dediques a Mariana cuando estén solos—
respondió Javier en modo burlesco.
—Creo que es precisa para un momento divertido como este— le dije.
—Tiene que ser una canción poderosa. Algo que no puedan vencer—
añadió haciendo puño en sus manos.
Walter me dio una mirada encontrando complicidad.
¿Y si cantamos una de Libido o Soda Stereo? — Propuso Walter.
—‘Como un perro’ se la podrás cantar a Carla cuando terminen—
respondió Javier con una risotada que cubrió con su mano.
—Yo siempre le canto ‘Persiana americana’ como preámbulo— respondió
al instante. Mientras que tú no enciendes la libido de tu chica, sentenció
con sutileza.
Sonreí soltando una risa ligera.
—Disculpa, Walter, solo bromeaba— dijo Javier queriendo hacer las paces
estrechando la mano para que ambos podamos colocarlas encima como una
especie de hurra grupal.
—Muchachos, así no haya un trofeo de por medio, la cuestión es divertirse.
Para eso he venido— dije con franqueza.
Ambos asintieron con la cabeza para enseguida alienar las palmas de la
mano.
En el mueble, las muchachas que conversaban entre sí empezaron a pifiar
con gestos exagerados y risas burlescas que resultaron tiernas.
¿A qué hora piensan cantar? No demoren tanto, es solo una canción—
decían entre risas.
¡Ya sé! Cantemos ‘Música ligera’— dijo Javier muy motivado.
¡Excelente! Le metemos a esa canción— dijo Walter porque en sus venas
corría sangre rockera.
A mí me pareció una decisión adecuada; sin embargo, tenía ganas de darle
una elección al molestoso abogado.
—Yo pongo la canción— les dije.
Javier cogió un micro en especial porque dijo que tenía mayor proyección.
Tanto Walter como yo lo vimos igual a los demás.
—Por si acaso, si somos Soda, yo soy Gustativo— dijo con un guiño de ojo
alucinándose un papi.
Walter y yo nos miramos confusos sin saber que acotar.
—Chicas, disculpen la espera; pero allá vamos— dije ante la algarabía de
las féminas y di un giro para sintonizar la canción.
El rockero volteó para darme una mueca cómplice y casi me gana la risa.
—‘Yo y tú, tú y yo, No dirás que no, No dirás que no, No dirás que no,
Seré tu amante bandito—…
Se escuchó ante la efervescencia de las chicas, quienes prácticamente
babearon al escucharnos tan desafinadamente.
Walter se olvidó de su pasión por el rock para improvisar singulares pasos
de baile acercándose a su novia como un galante amante bandido mientras
que yo a medida que reía lo imitaba en faceta divertida asomándome a
Mariana para darle un beso en la mejilla como señal de aprecio y galantería
con movimientos al ritmo de la música.
Ambas chicas rieron y exageraron en sus gestos de coquetería en referencia
a sus chicos que se mostraron en evidente momento divertido.
Javier era el único que no reía. Se mostró serio y desconcertado hasta que
Diana le pidió con ademanes que soltara alguna risa.
Aun así, no quiso entrar en sintonía con nosotros quedándose quieto a un
lado como niño resentido.
En la siguiente canción quiso dársela de solista. Pidió micro aprovechando
que estábamos sentados y soltó gallos creyéndose Travolta ante la mirada
cándida de su prometida, quien aplaudía a cada uno de sus ritmos.
Salimos del box poco antes de las tres de la madrugada. Éramos de los
últimos en dejar el karaoke; Javier había arrasado con el whisky
adueñándose del micro, Diana pidió un Uber que estuvo afuera en cuestión
de minutos; Walter y Carla caminaron abrazados y entre risas,
zigzagueando sillas desacomodadas mientras que Mariana y yo, cogidos de
la mano como novios habituales, andábamos a paso lento detrás de los
cuatro recordando las divertidas canciones que intentamos cantar antes que
Javier se emborrachara y quiera el escenario para él solo creyéndose un
divo.
Afuera nos esperaba Roberto, quien nos despidió con un chiste: Cada vez
que ustedes vienen tengo que cerrar tarde.
Walter ayudó a Diana con Javier para subirlo al taxi y arribaron con gestos
y muchos besos volados prometiendo seguir acordando más encuentros.
Carla tenía hambre; pero no había sangucherias a la redonda. Walter
sugirió cocinar en casa, me di cuenta que vivían juntos, entonces
detuvieron un taxi que apareció por fortuna y nos despedimos formalmente
acordando lo mismo que la pareja anterior.
Mariana y yo nos quedamos un rato afuera recostados en el auto
estacionado viendo como Roberto cerraba el local despidiéndose con un
gesto militar.
Encendimos un par de puchos que no pudimos fumar dentro conversando
sobre los hechos en el karaoke.
—Mis amigas son geniales, tiempo que no las veía, nos conocemos de la
secundaria— dijo arrojando una bocanada de humor y la colilla al piso.
—Sí, son chéveres. Se nota que tienen buena química; aunque de sus
novios quien mejor me cayó fue Walter porque el otro es un completo
idiota— le dije.
—Javi siempre ha sido así. Es parte de su personalidad y Diana lo soporta
porque lo quiere. Además, es un buen padre que se preocupa mucho por su
hijo. Claro que a veces tiene actitudes medias bobas; pero, ¿Qué le vamos a
hacer, ¿no? Hay todo tipo de gente en este mundo— dijo volviendo a
fumar.
—Yo conocí a un sujeto similar— conté y me dio una mirada atenta.
No éramos tan cercanos que digamos; pero, así como Kiko y el Chavo, este
fulano siempre quería sobresalir. Una vez me compré un celular sapito que
en esos tiempos era tecnología de punta y al momento en que lo vio, aparte
de
destilar defectos a diferencia de mis amigos que me felicitaron, fue a la
tienda Tim y adquirió uno un poquito mejor para presumirlo en mi cara.
Un completo imbécil. Mariana empezó a reír.
¿Sabes? fulanos así ves en todos lados. Solo hay que saber manejar la
situación— dijo y le dio una piteada al cigarrillo. Yo, por ejemplo, estoy en
un mundo prácticamente lleno de hombres; aunque ahora somos más las
mujeres quienes estamos gobernando en el campo de la arquitectura.
Debido a ello, antes de llegar a esta empresita, me ha tocado lidiar con cada
jefe recontra patán que por convicción y pasión a lo que hago he podido
superar y tener hasta mi propia oficina con un par de tigrillos a quienes
escueleo un rato— fue diciendo con una voz elocuente.
—Por eso cuando te conocí no se me ocurrió otra cosa que felicitarte por la
labor que realizaste— le dije ante su sonrisa. Para mí es increíble tu
capacidad para crear, Mariana, pues creo que tienes un talento alucinante,
añadí.
Ella me escuchaba sonriente.
—Gracias, corazón— dijo acercándose para acomodar su cabeza en mi
hombro.
—Creo que he tomado demasiado— dijo al oído.
—Solo tomaste dos vasos, el resto fueron de gaseosa—respondí
abrazándola por encima de los hombros.
¿Sabes? — Dijo tirando otro cigarrillo y recostada en mi pecho siendo
atrapada por mis brazos… Me gustas mucho.
Me miró después de decirlo.
—Te creería si lo dijeras sobria— le dije con una sonrisa.
¿Acaso crees que me voy a embriagar con dos vasos? — Dijo soltándose y
poniéndose en frente.
Erguí el cuerpo acercándome de a poco viendo sus gestos y oyendo sus
palabras acerca de cuan sobria se encuentra.
—Tú también me gustas, Mariana— le dije cogiéndola de la cintura y
atrayéndola hacia mí.
—Pues tardaste mucho en decirlo— dijo con seriedad y pude verme
reflejado en el verde de sus ojos.
—Y yo no te oí decirlo bien— contesté rápidamente.
Nos miramos fijamente esbozando sonrisas cómplices y contagiosas.
—Bien. Me gustas mucho, Bryan Barreto— lo dijo con firmeza.
—Y tú, me gustas lo suficiente como para…
Esquivó el beso con un movimiento certero de cuello haciendo que caiga
en su hombro.
¿Para? — Preguntó con seriedad.
—Me gustas como para decírtelo en un beso— le dije.
—Creí que dirías como para tener una relación— dijo y elevó su cabeza al
cielo despejado.
¿Has pensado en tener una relación conmigo? — Quise saber.
Volvió su cabeza al frente y respondió entrelazando mi cuello con sus
manos: No quiero inmiscuirme en un romance que termine con otra herida,
por eso prefiero que nos dejemos llevar como caudal de un río.
—En ese caso— dije acercándome al punto en que nuestros labios
convergieron en un beso bajo el manto oscuro de la noche y en una calle
silenciosa.
Justo cuando creí curarme de amores, vengo a conocerte, pensé después del
beso como una voz interior queriendo escapar.
—No tengo intenciones de empezar un romance si voy a terminar
dañándote— le dije dándole un abrazo.
—Hace mucho que no me sentía tan bien en los brazos de alguien— la oí
decir.
No pronuncié palabras. Solo la seguí abrazando.
—No quiero enamorarme, Bryan— añadió en voz baja. Ya tuve demasiada
mierda en mi vida, dijo en una rabieta.
—A mí las moscas no se me acercan— le dije con humor. Ella soltó una
risa estando atrapada en mi regazo.
Zafó de la cárcel de mis brazos y pidió que subiéramos al auto para irnos a
casa porque era relativamente tarde.
¿Te hago una pregunta? — Dijo mientras avanzábamos por la misma
avenida en dirección contraria.
—Las que quieras—.
¿No tienes a nadie esperando en tu casa? — Dijo tomándose el tiempo para
verme la cara.
—Vivo solo con mi mascota— le dije.
—Ya sabes a lo que me refiero— dijo enseguida.
—No. No tengo ningún tipo de relación con alguien— contesté y la vi
asentir. No hay anillos de compromiso ocultos en mis bolsillos, añadí con
humor.
—Bien… ¿Cuáles son tus intenciones conmigo? — Preguntó pasándose
por poco el semáforo en rojo.
¿No crees que deberíamos hablarlo en otro momento que no sea
conduciendo de madrugada con alcohol en las venas? — Propuse con
mesura.
—Voy a estacionar para conversar— me dijo. Asentí con la cabeza.
Llegamos a un sitio desolado donde pudo parar el auto.
Se acomodó en el asiento de tal manera que me tuvo en frente. Yo no pude
hacer lo mismo por mi poca flexibilidad.
—No voy a pedir disculpas por mis dudas y falta de seguridad— fue lo
primero que dijo.
—Me parece muy bien— respondí.
—Quiero que sepas que no soy una de esas golfas que solo tienen romances
nocturnos— dijo después. Volví a asentir con la cabeza y acoté: Créeme,
eso lo sé.
—Yo puedo ser capaz de entrar en confianza con facilidad y eso no implica
que me voy a besuquear con alguien a quien no vuelva a ver más— enfatizó
mirándome a los ojos.
Amiguera, sí soy, ¡Zorra, no! Aclaró con el índice en alto. Si te hablé esa
vez fue porque sentí curiosidad, ¿entiendes? Volví a asentir con el cabeza
acompañado de una sonrisa.
—Es verdad lo que te dije hace un rato. No busco una relación, tampoco un
choque y fuga, quiero que esta madera se empiece a trabajar de a poco.
¿Comprendes? — Dijo abriendo las manos.
—Claro, entiendo. Quieres que vayamos de a poco, conociéndonos más en
cada salida hasta que termines muy enamorada de mí— le dije con una
sonrisa.
¡Exacto! Aunque no se te será tan fácil, eh— dijo señalándome con el dedo
y achinando los ojos.
—Mira, he tenido percances amorosos y solamente no quiero volver a
pasarla mal. Me estoy cuidando bastante para no involucrarme con idiotas
y realmente tú pareces ser un buen chico— dijo con una vibra optimista.
Sentí que también debía abrirme.
—Yo también, Mariana. Bueno, a diferencia de ti, no he tenido esa
desdicha; pero sí una relación que se truncó por azares de la vida. Desde
entonces no he vuelto a relacionarme sentimentalmente con nadie— le dije
con franqueza.
¿Qué sucedió contigo? — Preguntó de inmediato.
¿Por qué conmigo? —
—Porque presiento que ella no tuvo la culpa— dijo con una leve elevación
de hombros.
—Ella decidió tomar otro sendero sin avisar. Yo imagino que un día
amaneció sintiéndose disconforme con la realidad y arribó hacia otro plano
sin contárselo a nadie. Tal vez lo vio como un escape, quizá, una salvación.
Pasé noches enteras intentando hallar una respuesta a su… fuga; pero con
el paso del tiempo entendí que a veces las personas toman decisiones muy
personales que destruyen los planes del supuesto destino que los une a
otros seres para así poder desarrollar una actitud solitaria con un plan
alterno o imprevisto sin tener al lado a ese mundo que alguna vez lo
acompañó. A veces la gente suele ser muy egoísta, Mariana y también se
debe respetar— le dije con seriedad.
¿Qué crees que le hiciste para que fugara de tu vida? — Preguntó
interesada y curiosa.
—Amarla hasta que las fronteras de la realidad enciendan sus luces de
aviso… Sin que fuera suficiente— le dije.
¿Sabes qué es imposible no preguntar, ¿verdad? — Dijo después. Me dio
una mirada fija y añadió: ¿El libro trata de ella?
—Preferiría que lo hicieras después. No quiero malgastar el tiempo de esta
noche conversando sobre amores del ayer— le dije con una sonrisa fresca.
¿Y qué propones? — Dijo, ingenua sin imaginar que me acercaría para
besarla a quemarropa con una pasión que fue creciendo en efervescencia
con facilidad y rapidez al punto que nos sentimos muy pegados y deseosos
por construir un puente entre la atracción y la libido.
Pero nos separamos por un empujón seguido de: ¿Qué intentas hacer?
—Dejarme llevar— respondí.
—Yo también, obvio; pero no me gusta ir tan de prisa—.
¿Y si dejamos de pensarlo tanto? — Le dije.
—Empiezo a sentirme nerviosa— dijo y noté una tembladera en su cuerpo.
—Estoy bromeando, tengo frío— dijo enseguida con una risa. Volví a
besarla con delicadeza.
—Me gustas mucho, Mariana. Tu mirada, tus ojos; tu sonrisa y tu risa; tus
gestos y tus palabras; tu pasión y tu arte; todo en ti tiene sintonía
atrayente— le dije y fue esbozando una sonrisa.
—Y tú me gustas a mí porque te siento distinto; aunque muchos digan que
son distintos. Pero… yo realmente te siento distinto— dijo mirándome a los
ojos y correspondiendo un beso corto.
Es como si… Estuviéramos destinados, sentenció sonriendo ligeramente.
—Quizá, Mariana o tal vez y simplemente estamos construyendo algo— le
dije.
—O escribiéndolo— respondió. Y nos acercamos para otro beso.
Estábamos tan cerca que podíamos oír nuestros latidos por el silencio de la
noche y sentir la respiración como brisa de verano.
—Me dejaré llevar porque en tu mirada te empiezo a conocer— dijo
pasando su mano por mi rostro. Y siento como si estuviéramos conectados,
añadió.
—Depende de nosotros cuán lejos queremos llegar en este caudal— le dije
y nos besamos suavemente aumentando la intensidad en segundos y con
abrazos que se volvieron en cómplices de una pasión que se inauguró como
ventiscas que azotaron los cuerpos llevándolos a caer sobre la planicie del
asiento.
Ella arriba y yo abajo en una mirada honesta y sin palabras que puedan
reflejar lo que deseamos con las manos desprendiendo las prendas a pesar
del espacio. Frotó sus manos en mi pecho y abdomen tatuado
observándolos con sonrisas en señal de deseo y con la mente curiosa en su
significado; pero las preguntas las obviamos cuando me hice cargo de su
blusa y vi unos senos timoratos que quiso esconder con las manos
excusándose del frío. Avivé su fulgor usando mis tibias y suaves manos a
medida que besaba su cuello con la sutileza necesaria para promulgar
lujuria.
El pantalón salió con cierto impedimento y jalé el gatillo del asiento para
que cayera hacia atrás sintiéndola encima al borde del éxtasis mutuo al
estar compartiendo intimidad a pesar de las únicas prendas sin zafar.
Nos besamos mientras que en movimientos veloces íbamos desnudando por
completo los cuerpos ansiosos por querer fundir las pieles olvidando las
palabras y con miradas fugaces que no se limitaban a los ojos.
Mariana y yo sentimos la misma libido cuando los sentidos y los secretos
de abajo se unieron en un primer brote de pasión que pudo llevarnos a la
luna en un santiamén.
Se sujetó de mis hombros y del espaldar inclinado, besó mis pectorales y se
agarró de la cuerda del lado de la puerta para mayor proyección y sensación
de adrenalina recorriendo su cuerpo desnudo dentro de un auto y en una
calle desolada sobre un tipo de quien comenzaba a enamorarse.
—Te quiero y lo tengo dentro de mi pecho antes de que nuestros cuerpos se
conocieran— me dijo junto a un orgasmo e inclinándose hacia adelante
para que pudiera escucharlo al oído. Retomó su posición como estatua que
tambalea, como una diosa griega puesta en escena con sonrisa perfecta y
cabellos desparramados, con mis manos en sus senos y mis palabras únicas
diciendo: Yo también te quiero y lo siento más ahora que tengo tu piel.
Nos abrazamos pegados a la planicie del asiento con los órganos juntos
después de la explosión y esos suspiros que surgieron sin detenerse. Leve
sudoración de mi frente y los cabellos cayendo en mi cara. Las manos como
atándola y su piel junta como si fuera la misma. Unidos por dos corazones
que latieron a la par en todo el proceso y por palabras que no pudieron salir
a causa del cansancio.
No estoy seguro de los minutos que estuvimos así, solo sé que la luz blanca
al frente me cegó un instante llenándome de preocupación inmediata por si
algún curioso estuviera con cámara dispuesto a hacernos famosos en las
redes.
—Vamos a vestirnos— le dije al oído con dulzura.
—Sí, esa luz me acaba de asustar— respondió.
Como acróbatas nos pusimos las prendas y al momento en que quiso
arrancar el motor nos dio una sorpresa.
¿Todo bien? — Quise saber al verla ligeramente preocupada a pesar de los
cabellos desorbitados.
—Doris no quiere encender— me dijo y sonrió suponiendo que sería
cuestión de un rato.
¡Enciende, carajo! — la oí decir con amargura al cabo de dos minutos. Le
dio un golpe al timón y puso su rostro encima tras intentarlo varias veces.
¿Qué ha pasado? — Dije con calma.
—Parece que… nos quedamos sin gasolina— dijo mirándome de lado con
la cara en el timón.
—Pero, ¿Cómo es posible? — Fue mi pregunta absurda.
Se reincorporó al asiento y contó como quien realiza un repaso de los
hechos pasados: El viernes saliendo del trabajo me detuve en el grifo antes
de volver a mi casa. En el market compré un delicioso sanguche con jamón
y queso más una gaseosa bien helada para amortiguar el hambre mientras
que el joven surtía y limpiaba el parabrisas. Y ahora que recuerdo, no me
dieron mis vales para el sorteo. Creo que olvidé pedirlos. ¿Sabías qué están
rifando una camioneta Jeep? La falta que me hace tener una máquina de ese
calibre.
Podría llevar mis planos, accesorios y a toda mi familia en la parte de atrás.
Soltó una risa y siguió: Hoy pasé la mañana con mi mamá, a quien llevé a
la peluquería, después a la librería para que compre su ejemplar de Walter
Riso y terminamos el día en el Jockey Plaza adquiriendo unos zapatos para
la oficina.
No soy fan de los tacos; aunque siempre es necesario tener algunos bonitos
para cualquier eventualidad.
¡Oye! ¿Cuándo dijeron que salía la nueva edición de tu novela? Quiero
comprársela a mi mamá y regalársela a mis primas.
—Lo que pasa es que recién acaban de editarla y al parecer, según me
dijeron ayer, en una semana estará en las librerías de Lima y el Perú— le
dije.
Asintió con la cabeza.
—Estuve leyendo poco esta semana, no suelo tener mucho tiempo libre de
lunes a viernes porque trabajo desde las nueve hasta las seis o siete.
De ahí… llego a casa a seguir trabajando; aunque, bien dices, hacer lo que
uno ama no es un trabajo. Sin embargo, no me da ese tiempito que requiero
para mis lecturas, los videojuegos y el dibujo libre— fue contando con
ademanes y muecas de acuerdo a la situación. Siempre viéndose linda y
llena de carisma.
—Y… entonces, ¿olvidaste echarle gasolina hoy por la mañana o en algún
pasaje del día? — Quise saber desorientado y curioso.
¡Cierto! — Dijo llevándose una mano al mentón. Parece que eso fue lo que
sucedió, mi querido escritor, concluyó con ternura dejándose caer en mis
piernas.
¿Sabes? Tampoco tengo batería en mi celular. ¿Me prestar el tuyo para
enviarle un mensaje a mi mamá? No quiero que se preocupe— dijo
mirándome desde abajo. Yo acariciaba sus suaves cabellos lacios.
¿Y qué piensas decirle? —
—Que estoy varada con un escritor que me gusta y con quien acabo de
hacer cositas en el auto— dijo con humor.
La vi extrañado.
— ¡No seas tonto! Le diré que estoy bien— agregó enseguida.
No quería darle mi celular, el conato de mensajes sugestivos que iban y
venían desde todos los confines del mundo y de algunas partes de Lima
podrían contradecir notablemente a mis actos y palabras anteriores.
—Si tienes algo que ocultar, no me interesa, eh. No soy de las chicas locas
que andan revisando celulares, solo quiero enviar un mensaje— dijo
minutos más tarde entre fastidiada y distendida.
—No tengo problemas en prestártelo, el asunto está en cómo sacarlo— dije
con humor elevando y estirando el cuerpo para coger el celular del bolsillo.
—Envía tu mensaje o haz la llamada requerida— le dije entregándole.
—Sí que eres tan fanático de Goku como yo de Star Wars— dijo viendo la
carcasa de Dragon Ball.
¿Es verdad que tienes la habitación repleta de afiches? — Quiso saber
marcando un número en el celular.
—Tenía…
¿Y eso? Bueno, de ahí me cuentas—.
—Ma, ¿estabas dormida? Estoy llegando en un rato, no te preocupes. Te
quiero— dijo con dulzura.
—Listo. Muchas gracias—.
Guardé el celular. Ella siguió recostada en mis piernas.
¿Y ahora cómo son las paredes de tu habitación? — Preguntó.
—Azules. Aunque he colgado algunos cuadros y demás— le dije.
—Qué aburrido. Hubiera sido divertido ver los pósteres de Dragon Ball
hasta en el techo— dijo con una sonrisa.
—Bueno… Tocaba crecer y redecorar— le dije.
—En parte tienes razón— respondió.
—En un rato amanece— le dije acariciando sus dóciles pelos.
—Es la primera vez que comparto un amanecer con alguien— dijo
moviendo el cuerpo hacia un lado y usando las manos como almohada.
Seguí frotando su cabello por petición de ella hasta que únicamente se fue
oyendo su respiración y mis manos cesaron quedándose quietas sobre su
hombro y cabeza.
El alba nos sorprendió en el horizonte mostrando la calle y las casas
alrededor incluyendo un parque que podía ver desde allí. Al cabo de unos
minutos el panorama se alumbró achinando mis ojos que tuve que tapar con
una mano.
Mariana dormía plácidamente en mi regazo y yo miraba al sol tomar forma
indicando un nuevo amanecer.
—Parece que un valiente tendrá que ir al grifo a dos cuadras de aquí para
traer gasolina— dijo Mariana desde su cómoda posición. Y además, una
botella de agua bien helada, un par de sanguches con jamón y queso y una
menta.
—Espera, ¿hay un grifo cerca? — le dije desde arriba.
—Acabo de recordarlo, amorcito— me dijo con ternura.
Empecé a reír y como venganza cogí sus cachetes para jalarlos un rato.
—Que rico es dormir en tus piernas— dijo levantándose. Diablos, espero
que nadie esté pasando o van a pensar que estoy haciendo otra cosa, añadió
con una sonrisa y se acomodó los cabellos frente al espejo.
—Todo lo que hicimos anoche quedará como un recuerdo en la mente de
los protagonistas— le dije revisando el celular para mirar la hora y los
mensajes.
—Espero que tengamos más de esos recuerdos— dijo acercándose para
darme un beso.
—Por supuesto... Sin embargo, ahora debo ir por combustible por qué;
aunque viva solo, tengo una mascota a quien alimentar— le dije y salí del
auto deteniéndome un rato en el espejo retrovisor para peinarme.
—Te ves guapo, no necesitas arreglarte tanto— dijo con una sonrisa. Cogió
su cartera buscando y sacando artículos de belleza y a lo lejos la oí decir:
No olvides los sanguches con jamón y queso.
Lo que daría por un café y un tamal, pensé saboreando la boca al tiempo
que andaba rumbo a la estación de servicio.
Regresé con las dos manos cargando tanto el combustible como el
desayuno y no encontré el auto estacionado en el lugar de antes.
Me sentí aterrado. Miré hacia todas las direcciones dando un giro completo
sobre el eje con la angustia al límite hasta que pude notar su presencia
agitando la mano desde la ventana.
¿Te perdiste, corazón? — Me dijo con una sonrisa. Se veía arreglada.
—Pensé que te habías ido— le dije sonriendo a pesar del nerviosismo
causado.
¿Adónde? — dijo abriendo los brazos. Cogió el sanguche y le dio una
mordida.
—Creo que hay dos avenidas iguales. Ya no estoy seguro ni donde estoy—
le dije entre risas.
—Yo creo que se trata de una falla en la matriz. ¿Sabías que estamos en
una dimensión alterna de las muchas que existen? — dijo con el sanguche
cerca de su boca.
—Sí creo en mundos paralelos; pero pienso que ahora solo se trató de un
espejismo producido por el sol y la resaca— respondí y pidió con gestos
que comiera el sanguche.
Abrí el envase del café y a pesar de la calentura le di un sorbo importante.
—Esto es vida, el resto son mentiras— le dije saboreando el oro negro.
Desayunamos en el auto usando el celular para escuchar música aleatoria
hasta que recibí una llamada de un número que ella supo reconocer.
—Hola ma, buen día, ¿Qué tal amaneciste? — la oí decir.
—Ya pues, suena bien, estoy en…— me dio una mirada para que le dijera
la hora y solté una según el reloj en el minimarket.
—Son las ocho y tanto— le dije en voz baja y usando los dedos.
—A las diez estoy en casa, ¿te parece si me doy una ducha y luego vamos
para allá? Y sí, estoy con mi amigo, ya lo conocerás. Claro, sería genial. A
ver, déjame preguntarle porque justo estamos desayunando en el auto,
¿Puedes creerlo? Nos moríamos de hambre— fue diciendo, cubrió el
celular y preguntó: ¿Almorzamos hoy?
— ¿Con tu madre? — Pregunté sorprendido.
— ¿No te molesta? — Dijo al instante.
—Sí, vamos— le dije y sonrió emocionada.
—Listo, mami, ahí nos vemos. Yo también te quiero— culminó la llamada,
me devolvió el celular y consultó: ¿Nos reencontramos por la tarde?
En mi cabeza no apareció ningún plan que pudiera evitar su idea.
Los ojos verdes, la sonrisa, la espontaneidad, la sencillez y el buen humor
cuajaron de manera exacta para que inevitablemente accedería a su
invitación.
—Claro, ¿Dónde nos encontramos? — Pregunté dándole la estocada final
al sanguche.
— ¿Vienes a mi casa? — Dijo ante mi mirada absorta.
Es una broma, ¿nos vemos en el Óvalo Higuereta? Preguntó después.
—Ya pues, chévere— le dije y enseguida salí del carro para llenar el
tanque.
—Listo, acaba de engullir hasta la última gota— le dije con el pulgar
arriba. Prendió el motor y celebramos con una sonrisa conjunta.
—Esta mañana tengo ganas de The Strokes— dijo y con un volumen
importante inició la canción. Bajé un poco para que se pueda oír mejor.
—Julián Casablancas aparte de sumamente guapo es un excelente
cantante— mencionó usando su mano como micro. Parecía como si hubiera
ingerido el envase completo de café y un par de onzas más por la actividad
locuaz que tenía mientras avanzábamos a velocidad moderada por la
avenida.
—‘Last nike’ es mi predilecta—. Luego pongo ‘Reptilia’ que seguramente
te gustará. Me dio una mirada y prosiguió: Deberías soltarte el cabello, te
verías muy sexy. Me encantan los tipos de cabello largo, sugirió con una
sonrisa pícara.
—En el Face e Instagram tengo fotos con distintos peinados, seguramente
podrás guardar alguna— le dije. Y la canción está chévere, me agrada
como suena.
—En tu casa la bajas de Kazaa— dijo con una risotada. Reí.
—Y dime, ¿con qué nombre te encuentro en Facebook? — Pregunté
entrando a la aplicación para verificar unos comentarios.
—No te hagas el tonto conmigo, corazón. Estoy complemente segura que
me buscaste en las redes horas después de conocernos— dijo con un guiño.
—Y es por eso que pregunto—.
No estoy registrada en ninguna red social. Esas cositas no me llaman la
atención y solo generan distracción. En la secundaria tuve Messenger, Hi5
y Myspace. Mis amigas tenían Sexyono, ¿así se llamaba, ¿verdad? —.
No dije nada; pero sonreí.
—Me terminaron por aburrir y las desconecté. Comencé a estudiar en la
universidad, aparecieron el Facebook, Twitter, Instagram y esa nota en la
que bailas o haces mímicas según un tema; pero nunca me atraparon.
Siento que mi vida privada no la merece el mundo— concluyó con una
risa.
Uso WhatsApp para estar conectada con mi familia, amigas y trabajo,
añadió.
—Te entiendo claramente. Yo, por ejemplo, uso mucho las redes para
promocionar mi trabajo de escritor publicando textos en el Blog, Face e
Insta para que más personas me conozcan. De lo contrario, no me leería ni
mi abuela— dije con una sonrisa.
—Claro, tú necesitas más las redes que yo. Así puedes compartir y
expandir tu literatura con el mundo mientras que yo reservo mi mundo solo
para quienes quiero— dijo mirando al frente.
Doblamos en una esquina y propuso una pregunta totalmente distinta.
¿A qué le temes? —.
Nos paramos en un semáforo por causa de un oficial. Pensé en su pregunta.
—De niño, a las arañas. Antes, a la muerte, como muchos seguramente;
pero ahora, a nada— le dije con seriedad.
¿Seguro? — Avanzamos en una señal del policía. Yo pensaba de nuevo en
la pregunta.
—Al olvido— le dije.
¿A qué te olviden? — Preguntó.
—A que pueda olvidar— contesté.
¿Por qué no querrías olvidar? —
—Porque hay recuerdos que deberían permanecer como bloques de oro en
la bóveda de la memoria— le dije.
—Yo le temo a las cucarachas voladoras desde que una me persiguió desde
la cocina de mi tía hasta la calle—.
Reí mientras contaba.
¿Sabes? Tengo miedo a morir y no encontrar a nadie en el más allá— dijo
con nostalgia.
—‘We are stardust’ lo tengo tatuado. Y es lo que creo que somos— le dije
compartiendo melancolía.
—Espero que te equivoques, corazón y el día que me toque volar pueda
recorrer un jardín precioso junto a las personas que se adelantaron— dijo
con tristeza.
Si es así, ¿le darías un abrazo por mí? Pensé.
—Estaría bien que me dejaras en la siguiente esquina— le dije indicando
un paradero entre la Avenida Benavides y la Avenida Caminos del inca.
—Puedo dejarte en el precioso Mall donde nos conocimos— sugirió.
—No quiero que des una tremenda vuelta para volver— respondí.
—Vale. ¿Te veo a las dos? — Dijo estacionando el auto.
—Hablamos por WhatsApp para optimizar detalles— le dije poco antes de
abrir la puerta.
Nos dimos un beso veloz e intercambiamos un suave te quiero.
—Que fácil se hacen querer algunas personas— dijo como reflexión.
Apoyé mis manos en la puerta cerrada y mirando por la ventana contesté:
Es química, no destino.
Ella sonrío.
En casa me reencontré con mis hermanos, quienes habían llegado de visita
y encontrado sus habitaciones tal cual las dejaron además de un techo
reluciente. Fernando jugueteaba con Dolly mientras que Jeff telefoneaba
con un restaurante por la tardanza con el pedido.
¿Dónde estabas, bandido? — Dijo Fernando viéndome llegar con facha de
agotamiento.
—Por ahí, por allá, haciendo lo que un hombre soltero realiza— le dije con
humor y nos estrechamos la mano.
Jeff agitó su mano como saludo.
—Pedimos el desayuno. Traerán chicharrón, camote, tamalito, un par de
jugos, café y demás ¿deseas? — Dijo con una sonrisa de oreja a oreja.
¡Excelente elección! — Le dije con los pulgares elevados y la boca
haciéndose agua.
¿Te sigues juntando con tu nuevo trío de giles? — Quiso saber mientras
subía las escaleras rumbo al segundo piso.
—Ayer los dejé plantados— dije con una risa. ¿Estuviste con una de tus
amiguitas? Volvió a preguntar.
—Tal vez— le dije y me perdí en el baño.
Descendí exactamente cuando el motorizado llegó. Me hallaba reluciente y
perfumado. Nos acomodamos en la mesa y gozamos del exquisito
desayuno.
¿Qué tal estuvo la juerga? — Preguntó Jeff.
—Recontra chévere. ¿Ustedes todavía recuerdan lo que era beber hasta el
amanecer? — Les dije con irónico humor.
—Yo ya estoy retirado; pero me hacen falta un par de rones— dijo
Fernando comiendo su tremendo sanguche sin importar el volumen del
abdomen porque con novia y trabajo estable subir un par de kilos no afecta
en mucho.
—Deberíamos organizar una reu cualquier fin de semana para volver a las
andabas al menos por un sábado— mencionó Jeff, quien, a diferencia de mi
otro hermano, había seguido un régimen impresionante de dieta y ejercicios
que lo llevaron a perder quince kilos manteniendo el ritmo desde entonces.
No por eso enamoró a su chica, con quien estuvo desde mucho antes.
—Muchachos, ¿se van a quedar en casa? Voy a dormir un rato. Gracias por
el desayuno— les dije al terminar de comer.
—Acabamos y nos vamos; pero me voy a llevar a Dolly a pasear con Elena
por el ‘Parque del amor’— dijo Jeff después de un sorbo de jugo de
papaya.
—Hace tiempo que no voy por esos lares— dije reflexivo.
—Ve a dormir, la otra semana salimos a almorzar en mancha, te pasamos la
voz por el grupo— dijo Fernando y me vieron subir a lentitud mostrándoles
una sonrisa.
Me levantó el sonido del celular a dos metros de distancia en un rincón del
escaparate que sostiene el televisor haciéndome correr como loquito en el
pasadizo de un manicomio hasta contestar la llamada.
—Hola demorón o dormilón, ¿te animas a almorzar conmigo o decidiste
pasar la tarde en cama? — dijo Mariana con dulce voz.
Eran las dos en punto en el celular.
—La única forma de llegar a tiempo es que me recojas en el extraordinario
Mall que dibujaste— le dije.
Ella soltó una risotada.
¡Sabía que te quedarías dormido! — dijo entre risas.
¿Te parece si nos encontramos en una hora? Preguntó después.
—Ya pues, chévere. En una hora entonces— le dije divisando la
desordenada habitación.
—Ahí nos vemos, corazón—.
Una hora fue suficiente para darme otra ducha, vestirme y acomodar las
prendas regadas sobre el piso.
Estuve parado en el sitio donde nos conocimos esperando su venida con la
mirada puesta en el celular y las esquinas intentando hallar entre la
multitud su estelar presencia.
De repente, un auto tocó el claxon al frente de mí. Me di cuenta que
Mariana y una mujer de cabello similar y gafas de sol se hallaban adelante
haciendo gestos con las manos.
—Los fines de semana la gente abunda como abejas de un panal—
comenté con humor al ingresar.
—Hola joven, un gusto conocerlo— dijo la señora volteando
exclusivamente para estrechar su mano.
—Ella es Gloria, mi mamá, quien propone ir a comer un exquisito pollo a
la brasa— dijo Mariana compartiendo sonrisa con la señora, quien a mi
parecer resultaba ser una copia exacta de ella.
Sanguche de jamón y queso, chicharrones y tamal, pollo a la brasa, ¿me
quieren engordar como a Hansel? Pensé y sonreí.
—Un gusto, señora. Acabo de conocerla y ya me parece brillante su
propuesta— le dije con una sonrisa.
La señora Gloria mencionó una pollería ubicada en Miraflores, la conocía
por Guillermo; aunque no había tenido oportunidad de asistir.
—Bry, ¿Cómo te encuentras hoy? Aunque, antes que nada, ¿te puedo
llamar así? Disculpa la confianza, es que en un par de horas han hablado
maravillas de ti al punto que siento conocerte— dijo la señora mirándome
desde el retrovisor.
—Descuide, puede llamarme como mejor le parezca y no se deje llevar por
todo lo que dicen de mí— le dije y la oí preguntar: ¿Cómo es que alguien
tan joven se propone ser escritor? Pregunto porque en mis tiempos y
Mariana sabe que no son muchos, los escritores eran gente mayor con
habanos y bufandas hablando de política en distinto mítines. Yo a ti te
percibo como un chico fresco y relajado, con la mente libre y el aspecto
sencillo sin tanto abrigo de casimir caro.
—En primer lugar, nunca me ha gustado la política. Lo que me apasiona es
contar historias, escribir vivencias propias, anécdotas de amigos,
experiencias que compartí con alguien en especial; reflejar mis
sentimientos y emociones en el papel y ver como muchos disfrutan de lo
que escribo— le dije con seriedad.
Y respeto a lo físico, creo que eso depende mucho de la personalidad del
autor. Yo prefiero andar relajado y sin preocupaciones, dedicado a lo mío y
sin forzar a la inspiración.
—En un mundo de caretas lo mejor es mostrar un rostro genuino— añadió
Mariana sonriendo desde el espejo.
—Mariana no me quiere prestar tu libro— dijo la señora.
—Antes tengo que terminarlo— respondió Mariana.
¿Piensas escribir otro? — Preguntó la señora Gloria acomodando el cuerpo
para verme.
—Estoy trabajando en eso— le dije sin detalle.
—Los escritores como los pintores y cualquier otro artista jamás muestran
una obra inconclusa— volvió a acotar Mariana.
¿Te puedo dar una idea para una historia? — dijo la señora, miró a su hija
quien mantenía la vista en frente y como una amiga en confianza fue
contando: Yo tuve una historia de amor muy bonita con el padre de
Mariana. La vi a ella por el espejo. Tenía la vista en el camino.
—No sé si Mariana te ha contado; pero hace un tiempo perdimos a un
hombre maravilloso— dijo la señora con melancolía.
Fijé de nuevo la mirada en Mariana desde el espejo. Ella continuaba viendo
la avenida.
—Raúl Alfredo Quiñones Del Águila, el amor de mi vida, subió la escalera
al cielo hace unos años y siempre parece como si fuera ayer el día en que
nos dejó— dijo la señora como si me tuviera mucha confianza.
—Nunca habrá un mañana; pero aprendimos a vivir con su legado— acotó
Mariana volteando para intentar mirarme.
El apellido atravesó mi cabeza en un santiamén divagando supuestos que
serían resueltos segundos más tarde.
—No era mi padre de sangre; pero lo consideré como tal desde el momento
en que vino a nuestra vida con la sólida intención de querer sumar. Se hizo
parte de nuestra familia con admirable vocación y pasión, su destreza para
lidiar con los problemas de mis hermanas adolescentes, ayudarme con las
tareas de la escuela y pasar el rato con mi madre eran extraordinarias.
Se ganó su sitio en la mesa y el corazón de las mujeres bajo el techo— dijo
Mariana esforzándose para que no se le corte la voz.
Su madre le dio una palmada en el hombro en señal de consuelo.
—Cuando el padre de mis hijas nos abandonó la pasamos muy mal.
El gobierno andaba jodido y los terroristas asechando la ciudad, a veces no
teníamos ni siquiera para el pan; fue entonces que conocí a este ángel
elegido del cielo para cuidarnos. Primero llegó con la etiqueta de amigo,
¿recuerdas, Mariana? Aunque creo que eras muy pequeña para acordarte.
Cecilia, mi hija mayor, se acuerda de mucho. Ella lo quería muchísimo
porque compartieron momentos de padre e hija durante todas sus etapas;
incluso, él la llevó de la mano al altar en su matrimonio. Allí ya estaba
enfermo de lo que finalmente lo llevaría de vuelta al cielo—.
De los ojos de Mariana brotaban lágrimas. La miré desde el espejo en
frente y le dije: ¿Todo anda bien? Estiré mi mano por encima del asiento
para sentir su hombro. Ella sonrió desde el espejo sin limpiarse las gotas en
sus ojos verdes y haciendo converger su mano con la mía dijo: Estoy bien,
gracias. Es solo que recordar esos tiempos me llena de emoción. Una que,
definitivamente, me devuelve las ganas de seguir sonriendo. Sonrió
enseguida como el arcoíris que sale con el sol y la lluvia y añadió para el
grupo: Mi papito Raúl se sentaba a mi lado para verme dibujar, me guiaba
los trazos y enseñaba técnicas para las expresiones de los rostros. En cuarto
o quinto de secundaria me hizo una pregunta importante: ¿Quién deseas ser
de aquí en adelante? Y yo, que ya la tenía clara, respondí: Una gran
arquitecta como tú.
Él fue mi inspiración. Incluso, la tesis, la desarrollamos juntos. Pasamos día
y noche trabajando en el proyecto con su eterna frase: ‘Recuerda que de la
conducta de cada uno depende el destino de todos’.
Alejandro Magno, pensé.
Hablar de Raulito es motivo de alegría, concluyó.
—Raúl y yo nos conocimos de casualidad; aunque debo reconocer que
puso demasiado esfuerzo en llegar a mí— dijo la señora haciendo brillar su
semblante. Nos hicimos amigos con facilidad, empecé a contarle mi
desdicha porque le agarré confianza y él comenzó a entenderme sin juzgar
y con simpleza. Al cabo de un par de años de amistad lo invité a la casa
porque celebraríamos el cumpleaños de Cecilia y haríamos una especie de
reunión entre familia y amigos. Lo que pasó allí fue digno de admirar.
Recuerdo que no teníamos dinero para el mago que tanto deseaba Ceci,
Gabi y Mari, las tres siempre bien unidas habían planeado el cumple
añorando que quizá no podía darles.
Cuando llegó Raúl se dio cuenta que las niñas estaban aburridas con la
música y los pocos bocaditos que pude comprar para el menos festejar; fue
entonces que se acercó a Ceci y le dijo: ¿Por qué la cumpleañera tiene la
cara larga?
Ella le explicó lo ocurrido y enseguida, todos, incluyéndome, porque no
tenía ni la menor idea de su talento escondido, nos percatamos que Raulito
había sido aprendiz de mago durante su vida universitaria.
Nos deleitó con unos trucos maravillosos dándole vida al cumpleaños de mi
hija, quien desde ahí le dio su cariño.
—Desde entonces siempre que hacíamos un cumpleaños le pedíamos a mi
papito que mostrara sus trucos de magia— acotó Mariana con emoción.
No te imaginas la cantidad de niños y niñas que llegaron en los próximos
cumpleaños, dijo después con una sonrisa.
Ceci, Gabi y yo nos volvimos famosas en la escuela porque el alumnado
sabía que nuestro padre era mago.
¡Qué buenos tiempos, carajo! Sentenció deteniéndose en el semáforo en
rojo.
—Anécdotas como esa tenemos miles. Raulito era todo un personaje. Un
tipo, quien aparte de espléndido marido y padre bondadoso, tenía un
sentido del humor digno de elogiar. Siempre tenía una frase, un argumento
o una acción para que sonrías. En casa nadie podía estar triste o tener
problemas, él todo lo solucionaba— dijo la señora con amor brotando de
sus palabras.
Y es por eso que me gustaría honrarlo escribiendo esas vivencias, dijo al
final. Mariana sonreía en sintonía a recuerdos que iban liberándose en su
mente, uno de los cuales quiso compartir.
—Cuéntanos, Barbie querida, de que tanto te andas riendo— dijo su madre
tal cual amiga.
—Una vez fuimos a la Feria del hogar…
—Me encantaba ese lugar— interrumpí de un brochazo.
—Diversión asegurada— dijo Mariana usando las manos para exagerar.
Siguió manejando y fue contando mirándome desde el espejo: Entramos a
un juego llamado ‘La novia de King Kong’ en donde una chica enjaulada
se transformaba en una monstruosa y asesina gorila que atacaba al público.
Asentí recordando el espectáculo y un par de presencias junto a unos
primos. Mi papito, Ceci, Gabi y yo estábamos adelante porque éramos los
primeros de la fila; tú no estabas, recuerdo bien, le dijo a su madre, quien
confirmó haber ido a comprar dulces White Rabbit.
Se apagaron las luces, una espectral voz de fondo comenzó a narrar la
historia de la mujer gorila y tanto mis hermanas como yo no nos
percatamos que una muchedumbre se hallaba detrás; entonces, al momento
en que comenzó el show y la mujer se fue transformando en un gorila
horroroso en un acto alucinante para ese tiempo, Raulito, quien siempre
andaba un paso delante de
todos, se dio cuenta que el asunto se complicaría, es por eso que dé a
poquito nos fuimos alejando colocándonos detrás de la multitud; sin
embargo, el gorila, como parte del juego, salió de la jaula y espantó a la
gente acercándose y dando leves vueltas alrededor del sitio lo que
inevitablemente ocasionó la locura del público, adolescentes a por
montones, quienes se cayeron al piso en manada. Nosotras estábamos atrás,
libres y resguardadas del alboroto; pero Raulito no pudo salir y como era
chiquito, media 1.65, fue aplastado por los chibolos.
Mariana soltó una risa estruendosa, tanto su madre como yo también
reímos. Me acuerdo que Ceci empezó a llorar preocupándose o creyendo
que tendríamos que recogerlo con cuchara. Vinieron los de seguridad y
prendieron las luces. Le pude ver la máscara al gorila que en realidad se
trataba de un joven y terminamos riendo cuando salimos. Fue una
experiencia demasiado graciosa.
Nunca más entramos a ese juego.
Le dio un par de golpes al timón soltando carcajadas y se le escapó un
claxon.
¿Quieres ver una foto de nuestro querido Raulito? Tengo una en mi cartera;
pero cientos en el celular— dijo su madre, abriendo la galería y
enseñándome las fotos.
Mirando la foto del señor Raúl junto a Mariana y sus hermanas en una
playa del sur de Lima, ellas en fila de acuerdo a su edad sobre un flotador
de tiburón y la señora Gloria en ropa de baño y sombrero bien pegada a su
pareja, todos sonriendo y con gestos de mano para el impacto del flash que
inmortalizaría el momento, pensé en Daniela y su desdichada relación con
su padre al punto en que me hubiera gustado que tuviera lo que Mariana,
hermanas y yo, tuvimos.
—Mira, aquí ya están más grandecitas. Esto fue en la graduación de
Cecilia, quien terminó el colegio y de inmediato ingresó a Psicología—
dijo la señora Gloria mostrando una foto antigua que fue escaneada de mal
forma.
—No le enseñes esas fotos. Allí todavía no usaba brackets— dijo Mariana
exagerando el fastidio.
—Siempre con el cabello largo y lacio— dije viéndola por el espejo.
—Y sonriendo— añadió emulando la sonrisa de la foto.
—Cecilia se comprometió y casó con Henry, su novio de toda la vida,
también sale en la foto, es el chiquillo de terno holgado y pelos medios
parados. Se puso muy guapo en la adolescencia. Estudiaron lo mismo y
antes de terminar la carrera se comprometieron en una linda y muy familiar
ceremonia. Para entonces, Raulito ya estaba muy enfermo; pero jamás lo
dijo.
Muchas veces pensé en su capacidad para ocultar su padecer y mostrarse
vivaz y sonriente para conmigo y mis hijas en la rutina y la celebración.
En la luna de miel de Chechu y Henry, él sufrió una fuerte
descompensación y tuvimos que llevarlo de emergencia.
—Mi mamá quiso llamar a mi hermana para avisarle lo ocurrido; pero
conociéndola seguramente vendría volando. Sin embargo, mi papito no
quiso que lo supiera. Dijo que se pondría bien al cabo de un día y no era
justo arruinar la felicidad de sus hijas con preocupaciones efímeras— acotó
Mariana, volteó a la derecha en una esquina para entrar a una calle y
aseguró: Ya estamos cerca.
—Después nos enteramos que su mal provenía de un cáncer de páncreas—.
—Qué terrible— dije en voz baja.
—Era su destino— dijo la señora Gloria. Mariana se adentraba en el
estacionamiento del restaurante.
—Hacernos feliz durante más de veinte años y morir dejándonos mil y un
recuerdos, era su destino— culminó de contar Mariana y apagó el motor.
—Y, entonces, ¿Qué te pareció la historia? — Dijo la señora Gloria
desabrochando el cinturón de seguridad.
—Chévere, bonita y memorable. Creo que al señor Raúl en lugar de un
libro deberían construirle un monumento— dije con la confianza que me
dieron.
—Él tiene uno bien grande dentro de nuestras almas— aseguró Mariana y
ambas salieron del auto mostrando una sonrisa similar.
Nos adentramos en el restaurante y dirigimos a la única mesa libre.
Al mozo lo asaltamos con un pedido establecido desde que arribamos y en
voz baja oí que la señora le dijo: Si te apuras, habrá buena propina.
El crujido de los estómagos remeció la mesa. Ambas se miraron cómplices
de la ferviente hambruna que yacía en sus barrigas y se excusaron con una
frase simultánea: No hemos desayunado como deberíamos.
Cualquiera que las viera de espalda podría notar la similitud de los cabellos
y la silueta confundiéndolas con notable facilidad. Quizá eso fue lo que le
ocurrió al hombre que se asomó al cabo de unos minutos, justo después que
la señora Gloria preguntara, ¿y qué nos puedes contar de ti? Aparte que
eres un gran escritor, sonriera por el excesivo halago y estuviera dispuesto
a responder con oraciones pausadas nombrando algunas de las actividades
que realizo.
—Gloria Torres, que acertado es el destino que nos coloca en el mismo
sitio— dijo un señor de apariencia madura, cabellos como nieve, sonrisa
exacta como
recién pulida con carillas y atuendo formal a pesar de ser domingo
confundiéndose de hombros.
Estoy sentado con unos colegas a unas dos mesas de aquí, añadió
acercándose para clavar un beso en la mejilla de la señora Gloria, quien se
encontraba al lado de su hija.
La señora no se levantó de la silla, recibió el saludo con un abrazo diciendo
que almorzar en familia es parte de la rutina de los domingos y que la
elección del restaurante fue obra de su hija, a quien el fulano saludó con un
ademán en señal de reverencia adjuntado un cliché de galán antiguo: ‘Si no
me decías que era tu hija, pensaría que es tu hermana’. Sonrió otra vez y
me estrechó la mano sin que nos presenten pronunciando con gruesa voz
las siguientes palabras: Ingeniero Rodolfo López Arias Gamarra, para
servirle.
—Mucho gusto— le dije correspondiendo su potente apretón de manos
viendo de forma inevitable, por el volumen del artículo, su reloj dorado y
un séquito de anillos de grueso calibre incrustados en cada dedo.
Le di una mirada mientras le hablaba a la señora Gloria con sutil seducción
encontrándole un parecido físico a Martin Sheen.
Tras un par de frases que solo ellos entendieron y sellando la cita para una
fiesta el sábado siguiente se marchó despidiéndose con gestos de manos y
sonrisa.
¿Quién era ese sujeto, ma? — Preguntó Mariana en relación a su madre y el
tipo galante.
—Un amigo del trabajo. De hecho, es el dueño de la empresa— dijo su
mamá.
¿Lo agregamos a la lista de fans? — Dijo Mariana haciendo de su dedo un
lápiz y de su mano un papel.
—No me voy a fijar en nadie porque sigo de luto— respondió la señora
Gloria con absoluta sobriedad.
—Pero, ma, alguna vez vas a tener que volver a empezar— dijo Mariana
con casi la misma seriedad.
—Sí, hija; pero ese algún día no es hoy— contestó la señora. El mozo
apareció con las bebidas y las ensaladas.
—El sujeto es de los más guapos pretendientes que te he conocido, ma.
Porque él que te envía flores a la oficina no es tan agraciado que
digamos— dijo Mariana con una dosis de humor.
—No voltees, capaz querrá volver— se molestó la señora.
—Pero… lo acabas de invitar a la fiesta del sábado— recriminó Mariana.
—A tu escritor también lo iba a invitar— dijo viéndome fijamente.
—Disculpen, ¿de qué me perdí? — Dije viéndolas en una ráfaga.
—Cierto, justo estaba por decirle— añadió Mariana.
¿Qué soy uno de tus pretendientes? — Dije con una mueca de molestia.
Llegó la parrilla reposando exquisita sobre la mesa.
—Duplicaré tu propina— le dijeron al mozo, quien sonrió.
—No seas bobo. Eres el único de la cola— dijo Mariana.
La señora Gloria empezó a atesorar partes de carne, pollo y papas a su
plato.
—Haremos una fiesta el sábado por el cumpleaños de mi mamá y estás
cordialmente invitado— me dijo y le di una mirada a la señora para que
asegurara.
—Lo único que tienes que traer es una buena botella del trago que más te
guste— dijo y respondí: En ese caso, ahí estaré.
Devoramos la parrilla en cuestión de minutos y nos acostamos en el
espaldar para reposar.
—Me provocan unos cigarrillos— dijo Mariana.
—No fumes, cariño— sugirió su madre.
—No me has contado algo más de ti— me dijo la señora sentada de lado y
con medio brazo en el espaldar.
—Pues... me gusta escribir. Trabajo en un nuevo libro de cuentos, quiero
llevar un curso de guion de cine y teatro, experimentar en nuevos géneros
para salir de mi zona de confort y explotar en el mundo de la literatura— le
dije ante la mirada atónita de Mariana, quien inevitablemente me dio un
golpe de codo para preguntar, ¿Por qué no me contaste que querías hacer
películas?
—Se me ocurrió ayer por la noche— le dije con una sonrisa.
¿Tienes idea de cómo escribir una película? — Quiso saber su madre.
Mariana me miraba de lado.
—Sí, tengo la estructura en la cabeza; pero lo que me falta es la técnica que
se construye con la práctica— le dije.
—Me imagino que ideas tienes de sobra— añadió la señora. Llegó el mozo
por la cuenta y metí la mano a la billetera.
—No te preocupes, nosotras invitamos— dijo Mariana poniendo su mano
en mi pierna.
—Disculpen; pero ya está cancelado— anunció el muchacho.
Nos fijamos en el sujeto a unas mesas atrás alzando la mano con una
sonrisa de oreja a oreja.
¡De ninguna manera dejaré que alguien pague el almuerzo de mi familia!
dijo la señora con una actitud feroz. Dígale al señor que yo me haré cargo.
El mozo retornó y enseguida volvió.
—Dice que insiste— dijo el joven tímidamente. Y que me quede con el
vuelto, agregó con una voz casi entrecortada.
—Ok, ¿está bien almorzar gratis al menos una vez al año, ¿no? — Dijo
resignada y parándose de la silla.
—Ma, si quiere invitarte, está bien— dijo Mariana frotándole la espalda.
—Ese no es el problema, sino como querrá que se lo agradezca— dijo la
señora con un poco de fastidio.
—Si me permiten opinar, creo que el señor solo está siendo amable— dije.
—Bueno, está bien— dijo y antes de salir le agitó la mano en señal de
despedida. Rodolfo se levantó de la silla y comenzó a avanzar hacia
nosotros; pero la señora Gloria dio un par de pasos más rápidos
ganándonos la carrera en dirección al auto.
—Mi ma siente que le está siendo infiel a Raulito aceptando esta clase de
invitaciones, hasta las flores las arroja a la basura luego de olfatearlas un
rato— contó Mariana saliendo del restaurante a paso lento.
—Cada persona lleva un luto distinto en el corazón— le dije. Subimos al
auto y nos recostamos sobre el espaldar.
¿Qué les parece si vamos por unos helados? — Propuso la señora al
momento en que salimos del parqueo.
—Realmente, se los agradezco; pero estoy a punto de estallar— dije
frotando mi barriga.
—Nosotras podríamos seguir comiendo; pero creo que ya tuvimos
suficiente— dijo Mariana. Más bien, el sábado probarás el chanchito a la
caja china que Doña Juanita prepara como el maná de los dioses, acotó
guiñando el ojo.
—No sabes lo rico que cocina esa mujer— dijo su madre con un gesto de
exquisitez.
—No sé cómo ustedes pueden seguir hablando de comida— dije volviendo
a frotar la barriga.
—Bry, ¿Tienes un horario de trabajo o escribes por inspiración? —
Preguntó la señora.
—Generalmente escribo en las primeras horas de la mañana y leo lo escrito
durante la tarde o noche para quitar o añadir alguna que otra cosa— le dije.
O, a veces… Simplemente borro la hoja entera y vuelvo a escribir, dije
después con una sonrisa.
¿Cómo es qué te inspiras? — Quiso saber la señora Gloria.
—Ya le hice esa pregunta— interrumpió Mariana.
—Bueno, ¿Qué te inspira o te llena? Es decir, ¿Qué es lo que te motiva
para escribir? — dijo la señora viendo a su hija para que esté de acuerdo
con la pregunta.
—Escribo para llenar los espacios vacíos de la vida o de los que no tengo
recuerdo. Para expresar lo que siento o pienso y porque alguien en alguna
parte del mundo se sentirá identificado con un texto especifico—.
—Muy interesante— dijo la señora asintiendo con la cabeza.
Mariana se adentraba en la carretera aumentando la velocidad como tanto le
gusta.
¡Aquí sí se puede correr! — mencionó en una aceleración.
—Hija, por favor, me asusta cuando vuelas— dijo su mamá sujetándose del
asiento a pesar de tener el cinturón.
Sintonizó ‘Vive la vida’ de Coldplay avanzando a una velocidad
importante para su madre, justa para ella y su carácter y gustosa para mí
que deseaba con urgencia estar en el baño de mi casa.
Al cabo de diez minutos visualizamos el Mall del Sur y sentí la satisfacción
de poder llegar a tiempo.
—Cariño— le dije tocándole el hombro en un arriesgado movimiento hacia
adelante. Me dio una mirada rápida de reojo y me oyó decir: Déjame en el
mall para que no hagas muchos giros.
Desaceleró. A su madre le devolvieron el alma y mis ganas de asistir al
trono aumentaron considerablemente por un asunto fisiológico que no iba a
comentar.
Salgo del auto, acelero los pasos, bajo por las escaleras y entro al baño,
pensé. Revisé mis bolsillos hallando un par de monedas para pagar el
servicio y miré el centro comercial en su gran esplendor. Sin embargo,
Mariana no se detuvo.
—Aquí puedes dejarme— le dije dos veces. No me hizo caso. Se
escuchaba ‘Fix you’ y movía los labios como quien canta para sí mismo.
—Mariana, nos pasamos el mall— dijo su madre dándole un golpe en la
pierna.
—Cierto, perdonen, ¿te dejo en tu casa? — Dijo volteando para verme con
una sonrisa pícara.
Ya estábamos cerca. Asentí con la cabeza sintiendo un crujido maligno en
el vientre suponiendo que en cualquier momento ocurriría una desgracia.
—Mariana, por favor, con el permiso de tu mamá, ¿podrías acelerar? — Le
dije sabiendo que el siguiente crujido sería fatal.
No sé con qué cara me habrá visto la señora que su pregunta, ¿todo bien?
La hizo de una forma muy preocupante.
—Nada estará bien si no llego a tiempo— le dije aguantando algo repulsivo
a punto de explotar.
¡Maldición, Mariana! Acelera— dijo la señora en un grito entre chistoso y
preocupante.
Y su hija presionó el acelerador.
Llegamos a mi casa tras un par de indicaciones veloces. Nos detuvimos en
la entrada, saqué las llaves y salí del auto despidiéndome con gestos.
Caminé con joroba hacia la entrada, abrí la puerta con prisa y escalé hasta
el segundo piso para refugiarme en el baño por varios minutos.
¿Ves que a veces es bueno creerse meteoro? — Escribió Mariana en un
mensaje provocando mi risa.
¿Ves que no hay nadie en casa vigilando por las ventanas? — Contesté con
ironía.
—Parece que gané la competencia— escribió con un sticker de personaje
guiñando el ojo.
—Excelente carrera, llegamos primeros— respondí con un emoticón de
rostro sonriente.
—La pasamos chévere este fin de semana. Te veo el sábado. Escribe
mucho, besos y abrazos de ambas— escribió con un corazón grande y
palpitante.
—Ahí estaré. Gracias por el almuerzo, les mando los mismos cariños—
respondí con corazones azules.
Distendido sobre el mueble de la sala con una taza de café sobre la mesa de
centro y la laptop en las piernas me dediqué a trabajar en el nuevo libro
hasta la medianoche, hora en la que el sueño me atrapó por completo.
A diferencia de los tiempos de antaño en los que llevaba retazos de hoja
con la dirección anotada, ahora tenía el Maps del celular para ubicarme.
Había comprado una botella de ron cubano y cigarrillos para no asistir con
las manos vacías. Lucía un atuendo casual que iba desde un pantalón
oscuro, remera absolutamente negra y un blazer de tono similar junto a un
calzado que hacía armonía con el resto. El peinado en moño y los anteojos
que uso para escribir que olvidé quitarlos por estar apurado.
El taxi me dejó a una cuadra porque me gusta caminar para agitar el
nerviosismo impuesto desde la adolescencia cada vez que asisto a una
reunión como invitado.
Mis camaradas de los sábados dejaron mensajes que revisé sin contestar
porque tenía el celular con el mapa abierto indicándome que a solo dos
casas estaba la suya.
Avenida Los Insurgentes, Mz 3 Lote 7. San Miguel, decía la ubicación
virtual con una voz prodigiosa diciendo al oído que te encuentras en el sitio
idóneo. Elevé la mirada corroborando el lugar, una casa de color blanco,
amplio portón de lado, dos pisos y puerta marrón cerrada.
Le envié un mensaje y encendí un cigarrillo. Terminé de fumar y todavía
no respondía. Toqué el timbre dos veces y me recibió el mismo señor
galante de que conocí en el restaurante.
—Buenas noches, joven, ¿Qué se le ofrece? — Dijo como si no me
recordara.
—Hola, busco a Mariana— le dije estrechándole la mano.
Me vio de pies a cabeza correspondiendo el saludo con una mirada gruesa.
—Hola corazón— oí detrás del tipo alzando la vista para observar a
Mariana, preciosa con un vestido negro con los hombros, espalda y parte
del pecho libre, caminando hacia mí a pesar de los tacones, luciendo una
sonrisa esclarecedora y sublime que terminó en un beso en la mejilla junto
a un largo abrazo. Olía tan exquisito que podía quedarme el resto de la
noche pegado a su cuerpo.
Ella eclipsó por completo el mal sabor de ver al tipo arrogante.
—Me alegra mucho que vinieras, por un instante pensé que te quedarías en
casa a escribir y no quisieras acompañarnos en esta fiesta— dijo
manteniendo nuestras manos juntas.
—Escribí de lunes a viernes para tener un espacio esta noche— le dije con
una sonrisa.
—Vamos a que saludes a mi mamá, seguro estará gustosa de verte— dijo y
atravesamos el pasadizo con escalones de piedra que nos dirigió a la sala.
Allí me percaté de la presencia de Walter y Carla, quienes se hallaban al
frente y agitaron sus manos para saludar.
—Hola muchachos, gusto verlos— les dije acercándome para saludarlos.
¿Cómo has estado? ¿Hoy volveremos a cantar ‘Amante bandido’? —
—Si Javier o Martin Sheen no se roban el micro— le dije.
—No ha venido el abogado del diablo; entonces podemos hacer un
compacto de nuestras canciones— respondió Walter con una sonrisa.
—No chicos, hoy no habrá karaoke— dijo Mariana.
—Además, siendo francos, ustedes no cantan, sino gritan— dijo Carla y
empezamos a reír.
—Veo que están adelantados, déjenme saludar a la cumpleañera y servirme
de este trago— les dije y me acerqué a la barra en donde un bartender me
preparó una cuba libre.
—Buenas noches, joven novelista, veo que como buen escritor gusta de la
bebida— dijo la señora Gloria elegantemente vestida con un traje de
flamenco.
¡Feliz cumpleaños, señora! Muchas gracias por la invitación— le dije con
un abrazo. No me había contado Mariana que por sus venas recorre la
sangre española, acoté.
—Mi madre es oriunda de Andalucía y yo llevo esa sangre flamenca por
mis venas— dijo luciendo una pose de baile muy glamurosa que captó la
mirada de muchos de los invitados.
—No solo eres bella, sino también talentosa— dijo un señor de traje azul y
largo bigote que se acercó para darle un afectuoso beso en la mejilla.
—Julián Torres Valdez, un placer— se presentó con notable acento
español. Le di la mano y recibí mi trago por parte del bar.
—Tío, él es escritor, deberías de leer sus obras— dijo Mariana acoplándose
al grupo.
¡Hombre! ¿Qué es lo que escribáis? — Quiso saber el señor de bigote que
deseaba emular a Dalí.
¡Ostia tío! Ya me dieron ganas de danzar— interrumpió la señora Gloria
con voz alta.
Mi mamá ha estado bebiendo desde que llegaron los invitados. Ahora
empieza su gran estelar— dijo Mariana con humor.
Quien conducía la música sacó una guitarra de su repertorio y comenzó a
tocar ante el encanto de la señora, quien, llevada por el licor, la buena vibra
del ambiente y la celebración de su onomástico de número desconocido,
comenzó su espectáculo musical de flamenco ante la mirada, sonrisa y
palma del público que hizo una redondéela para contemplarla.
Yo bebía al tiempo que miraba, Mariana estaba a mi lado sujetando mi
mano y los presentes intercalaban palmas con halagos.
De repente, Rodolfo apareció en escena quitándole la guitarra al joven
músico para colocar una pierna sobre el cajón y continuar deleitando al
público con la música española; aunque esta vez no solo tuvo su ritmo
propio, sino también la actuación de un galante que fue inquietando a los
invitados con sus singulares movimientos, tales como el hecho de echarse
de rodillas en completa disposición de la señora, quien se lucia con
brillantez danzando
como si estuviera en un tablao de Sevilla. El chasquido de dedos y la
coreografía se llevaron la completa atención dejando de lado la actitud del
trovador, quien al culminar la canción se levantó, cogió de la mano a la
flamenca para que juntos le hicieran una reverencia a los conocidos en
frente que gastaron sus manos en aplausos.
Para entonces estaba junto a Walter y Carla, quienes hablaban en voz baja
acerca de la actitud pedante de Rodolfo, quien poco antes de querer
acompañar a la dueña del santo, estuvo con ellos hablando, sin que nadie le
pregunte, acerca de su compañía y la posición actual en el mercado.
—Jamás le pregunto a alguien a qué se dedica a menos que se me agoten
los temas de conversación— dijo Walter con una risa.
—El tío pelo blanco, vino, nos hizo una salud y comenzó a contarnos que
acaba de facturar un palo verde en tan solo dos meses— dijo Carla
colgándose del hombro de su pareja.
—Lo conocí hace unos días— dije. Ambos me miraron esperando el
siguiente argumento; pero Mariana nos interrumpió apareciendo
repentinamente.
—Mis tías quieren saber dónde pueden comprar tu libro— dijo con alegría.
—Así que eres escritor— dijo Walter dando un sorbo a su trago.
—Y mi tío el de bigote extraño te quiere hacer unas preguntas— añadió
pegándose a mi cuerpo.
—Ustedes son algo más que simples amigos— dijo Carla con confianza.
—Somos amigos especiales— respondió Mariana.
¿Con derechos? — Volvió a decir Carla.
—Nos conocemos mientras compartimos experiencias— dije.
—Así que has publicado un libro— Dijo Walter viéndome directamente a
los ojos con la copa de vino a la altura de su boca.
—Sí, de hecho, ya que Mariana no se cansa de hacerme cherry, aprovecho
para decir que pueden conseguirlo en librerías de Lima y provincia.
Después, gustoso les escribo mi rúbrica— dije y le di sorbo a mi ron.
—Te digo algo, brother. La publicidad en un libro es el boca a boca, el
comentario tras comentario, porque los libros transmiten experiencia y la
única forma de conocerla es escuchándola o viviéndola— dijo Walter
haciendo un salud conmigo.
¿Cuántos libros compraste después de escuchar a un amigo recomendarte
uno? Añadió después de beber.
—Ninguno—. Me vio extrañado.
—Porque se los pedía prestado y no devolvía— dije con humor y todos
rieron.
—Pero... lo hacías porque te interesaba lo que él decía del libro— aseguró.
—Claro, entiendo tu punto. Por eso siempre pido que recomienden mis
obras después de leerlas; aunque actualmente solo tenga una. Sin embargo,
manejo un Blog, tal vez puedas darle una ojeada en tu tiempo libre— le
dije.
Asintió con la cabeza e intercambiamos números telefónicos.
—Escribir un libro es un logro importante y además, con Mariana tienes a
una buena publicista— dijo Carla con humor.
—Sí, ella es muy dulce y encantadora— le dije de una forma particular
porque lo siguiente que dijo me hizo sonrojar: Parece que vi un brillo
especial en tus ojos.
¿Interrumpo? — Dijo Rodolfo acercándose con botella de whisky en la
mano y en un par de vasos pequeños.
Nadie lo vio venir.
—No, señor. Y díganos, ¿la está pasando bien? — Dijo Mariana con
mesura asomándose al sentir su venida.
—De maravilla, señorita— respondió con voz chueca y quiso entregarnos
sus vasitos, los cuales sostuve, porque Walter, justamente, le prendía un
pucho a su novia.
—No son para ti, escribidor, sino para las damas— aseguró con voz
fastidiosa.
—Señor Rodolfo, él está queriendo ser cortés— dijo Mariana.
Y no, yo no quiero beber porque debo cuidar a mi mamá, aseguró al
instante.
—Tu madre puede cuidarse sola— dijo con desfachatez. Walter cogió un
vaso y le dijo: Disculpe, míster; pero siento que está comportándose
maleducadamente con personas que lo están tratando con amabilidad.
Por favor, le sugiero que el respeto, guarde respeto.
—Lo siento, lo siento, he estado bebiendo de más. ¿Puedo servirle un trago
a la señorita? — Dijo con la boca de lado e intentando mantenerse erguido.
Carla accedió para complacer al viejo suponiendo que después zafaría.
Walter no estuvo de acuerdo; pero no se rehusó.
¿Así que eres escritor? — Me dijo hincando su mano en mi pecho haciendo
sonar escandalosamente el reloj dorado que colgaba de su muñeca.
—A veces— le dije.
¿A veces? — respondió con forzado gesto de cejas.
—Ahora no estoy escribiendo— respondí ante la sonrisa del resto.
—Dime algo, ¿Cuánto gana un escritor? Es verdad que no son bien
remunerados— dijo intento hallar mi mirada con sus ojos desviados.
¿Se refiere a ganancia monetaria o a la recompensa emocional? Porque yo
estoy contento con lo que hago— le dije con parsimonia.
El tipo se puso firme mirándome a los ojos como si dejara a un lado su
estado de borracho.
—Jovencito, ¿Qué otra ganancia válida existe aparte del dinero? — Dijo
con sombría seriedad.
—Muchas, una de ellas, por ejemplo, la satisfacción de lograr un sueño—
le dije con seguridad.
El sujeto empezó a reír burlándose de mi respuesta, se asomó a Walter y le
dijo: Este huevón piensa que ser escritor es lograr un sueño.
—Lograr un sueño es ser ingeniero industrial como yo— respondió girando
el cuerpo hacia mí. Ser uno de los mejores y ganar muchísima lana en el
camino. Hizo el gesto de dinero frotando los dedos.
Walter lo vio extrañado.
—Los escritores son una sarta de idiotas depresivos que terminan
pegándose un tiro en la cabeza— dijo nuevamente con aires burlescos.
Y todo por querer zafar de su miserable y patética vida, añadió con coraje
en frente de mí con los cabellos ligeramente despeinados, el aliento fétido y
la corbata desajustada esperando (o quizá, no) que tuviera una reacción.
—Disculpe, ¿consume cocaína para actuar así o es así por naturaleza? —
consultó Walter viéndome después.
¿Y a ti qué te importan mis vacilones, perfil de águila? — Le dijo con una
mirada gruesa. ¿Crees que venir con una camiseta de Kiss es estar vestido
acorde a una celebración de esta naturaleza? ¡Vago! Acotó despectivo.
—Mariana, voy a llamar a tu mamá para que saque a este infeliz— dijo
Carla enojada yendo a buscar a la señora.
—No, amiga, yo misma lo haré— respondió Mariana poniéndose en el
centro de ambos.
Walter sujetó a Carla de la cintura y la atrajo a su sitio para evitar que sea
parte del conflicto.
—Corazón, está ebrio, no le hagas caso— dijo dándole la espalda a
Rodolfo y alejándome un poco creyendo que alguno de los dos podría
responder con agravio físico.
—Señor, ¿podría retirarse de la casa? — Le dijo indicándole la puerta.
—Solo si la dueña me lo pide— respondió altanero.
—Yo soy la dueña y le exijo que se retire antes que todos se enteren lo
patético que es usted— aseveró Mariana con furia.
—Bien, me iré— dijo alzando las manos como víctima.
—Ahí va la aspiradora humana— oí a Walter decirle.
—Señor Rodolfo, que placer tan desagradable conocerlo bien— le dije y
cogí a Mariana de la mano para observar juntos como se iba en tambaleos.
Rodolfo cruzó el umbral y tropezó con un escalón cayendo de lado. Reímos
a causa del evento, se levantó viendo su camisa con barro y pasto y aceleró
el ritmo hacia la puerta de la casa como el sinvergüenza que es.
Carla y Walter se acercaron mostrando gestos de desagrado para con el
tipo.
—Ese tipo es un reverendo imbécil, ¿Qué carajos tiene para hablarte así?
Ni siquiera te conoce. Mi mamá tiene que saber qué clase de sujeto es. Ya
se jodió. Nunca más pisará mi casa— estuvo diciendo Mariana viéndose
linda con tanto coraje.
Tranquila, preciosa. ¿Y si olvidamos el evento con un salud? — propuse.
—Buena idea, brindemos porque la estamos pasando chévere— dijo
Walter. Además, a Carla le gusta mi nariz y eso es lo importante, acotó en
broma.
Mariana seguía fastidia. Me asomé a su oído y le dije: Te viste muy
hermosa en esa rabieta. Sonrió y respondió: ¿Puedo brindar con gaseosa?
No se me ocurrió que lo hicieras con licor, le dije. Fui a traer Coca Cola y
verterla en su vaso. Walter se me acercó en la barra con dos vasos. Que
rollo el que casi se arma, eh. Sí, loco, ese tipo es un imbécil. Hiciste bien
en no responder. Me dio un golpe en el hombro y un guiño. Es la primera
vez que vengo a la casa de Mariana, no iba a quedar como un malcriado.
¿Te gusta mucho, ¿verdad?
Recogió sus vasos, uno con vodka y otro con ron. Sonreí. Demasiado, diría
yo; pero trato de no ponerlo en evidencia. Él sonrió. Quizá controlaste tu
coraje con ese inepto; pero aquí todos nos damos cuenta que babeas por
ella.
¿Qué? Abrí los brazos en sorpresa. Carla es su mejor amiga y ella me
cuenta que está súper enganchada contigo. Es una gran mujer, amigo y tú
pareces ser un buen sujeto. Desde ya… me caes muy bien. Le di una
sonrisa y volvimos. Miré al fondo ignorando a las personas que charlaban
entre sí para enfocarme en la belleza de Mariana, quien conversaba con
Carla y daba un giro de cuello para fijar su mirada en mí. Sonreímos
cómplices de lo que sentimos y junto a Walter retornamos al sitio.
La sujeté de la mano cuando brindamos por la fiesta y los cuatro como
nuevos compañeros.
—Amigos y amigas, sigamos moviendo el esqueleto— escuché a la señora
Gloria gritar llena de alegría y entusiasmo por su cumpleaños.
Los invitados se empataron en la sala cuando la música de ‘El gran combo’
se escuchó. Los adultos mayores bailaban felices a pesar de la lentitud de
sus cuerpos, el hombre de bigote se lució con unos pasos originales ante su
esposa, quien le seguía el ritmo como en los tiempos mozos. Varias
personas bailaron al ritmo de la canción ‘Un verano en Nueva York’
incluyendo a Carla y Walter, a quien esta vez no tuvo que insistirle tanto,
pues el hombre del sombrero y la camiseta de Kiss se hallaba tomado y con
el cuerpo encendido olvidando la vergüenza que podrían haberle otorgado
sus pésimos pasos de baile. Descoordinación total reflejaba mi amigo
Walter, rockero tradicional, salsero por ebriedad y buena onda como
sociable cuando entra en confianza.
Yo había llevado clases de salsa para distraer la mente y bajar la tensión del
cuerpo, conocía la canción por los tiempos en las discotecas y las juergas,
le pedí bailar a Mariana estirando la mano en dirección a la sala y nos
acomodamos entre nuestros amigos y el tío de bigote junto a su esposa.
Coordinamos movimientos e improvisamos vueltas al compás a la música
intercambiando sonrisas tras cada voltereta y una vez pegados nos dimos
un beso rápido para volver a alejarnos con las manos juntas.
¿Y si ponemos un latín? — Propuso Mariana yendo a la consola del joven
músico que también era DJ.
Enseguida se empezó a escuchar ‘Te doy mi amor’ de Los Bacanos.
Mariana se acercó rápidamente y cogió mi mano para que no saliera del
círculo donde estábamos bailando minutos atrás; aunque en dicha ocasión
ninguno de los mayores nos quiso acompañar, salvo Walter y Carla que se
colocaron a nuestro lado para también mover el esqueleto al ritmo de una
canción de un pasado tiempo estupendo.
‘Quisiera ver tu amor colgado de la luna, para así verlo y no tener mi noche
oscura’, se oía mientras dábamos una leve vuelta cuyo revés nos atrajo para
confundir sonrisas.
‘Solo adorarte y sentir tu piel desnuda, pa amanecer amarradito a tu
cintura’ le hacía caso a la letra sujetando su cadera y atrayéndola hacia mí a
pesar que no hubo beso que selle eso que espectadores afirmaron en
mentes.
‘Te doy mi amor, ahí te lo pongo al lado de la luz del sol, cuando tú quieras
aquí está mi corazón’ entraba por los sentidos, Mariana y yo nos miramos
largo rato como si el tiempo se hubiera dado a la fuga y la gente en los
alrededores tuviera la visión en sus asuntos, tanto la pareja de amigos como
el músico se encontraban en lo suyo, nosotros nos acercamos cada vez más
lento
y con sonrisas cómplices para entregarnos un beso corto que pudo y debió
ser apasionado si es que estuviéramos solos debajo de la luna.
‘Thinking out loud’ se escuchó porque posiblemente al administrador de
canciones le pareció romántica nuestra puesta en escena. La bailamos lento
con risas claras y miradas fijas haciéndonos dueños de la sala con ganas de
querer atraparnos a besos e intercambiar veloces frases salidas del corazón.
Al rato, sintonizaron una canción de la vieja escuela de salsa que hizo que
los parientes y los amigos se acumularan en la pista que dejamos para
dirigirnos al patio con césped en donde un par de sillas con mesa de centro
deshabitadas nos esperaban impacientes lejos del conato de gente y música.
Las abordamos por un rato para gozar de un tiempo a solas en donde
inevitablemente preferimos los besos a la charla.
Mariana subió a mi pierna cruzando los brazos en el cuello para mayor
proyección de los besos que iniciaron tiernos y dulces intercalados con
sonrisas convirtiéndose en intensos y apasionados que no pudimos
controlar. Nadie veía porque las sillas estaban a la derecha de la ventana
abierta y debíamos de estirar el pescuezo para observar a los bailarines. El
auto cubría el centro del patio y a un lado había un caminito para llegar de
la puerta de entrada a la de la sala. Además, los invitados se divertían tanto
con el mix salsero que el DJ soltó que a nadie le importó la presencia de
dos jóvenes que a hurtadillas se escondieron en un rincón a oscuras para
que los besos sean feroces y no tan tibios, para que las manos tocaran los
senos puntiagudos y no se queden quietas. Besé su cuello ocasionando una
excitación que pude oír a cabalidad y profundidad a pesar del ruido de la
canción que no pude reconocer y ella descendió la mano por encima y
luego debajo de mi pantalón para darse cuenta de lo que produce con
besarme.
Una escalera decorada con macetas pequeñas y arboleda serpenteante se
hallaba a nuestro lado. Conducía al cielo, según lo vi en su mirada y sonrisa
traviesa. Yo, que acababa de aguantar el hecho de golpear a un sujeto para
no dar mala impresión; ciego por la pasión y la libido, seguí sus pasos
rumbo a la habitación con ventana abierta a la que dicha escalera conducía.
Recuerdo ver a Mariana con sonrisa de oreja a oreja estirando su mano para
que no mermara porque antes le había comentado que le temo a las alturas
a pesar de solo tener un piso de distancia. Sin embargo, la calentura me
llevó a la locura de adentrarme a la habitación cayendo de espalda sobre un
colchón y sin prender la luz ni verificar a ojo veloz el ambiente, nos
comimos a besos en una seguilla que tuvo como acto constante el hecho de
quitarnos las prendas
deseosos y lujuriosos por tenernos en cueros y sentir el aroma de las pieles
que convergieron haciéndose una junto a esos latidos imperativos y
respiraciones altas que nadie sería capaz de oír.
Besé sus labios bajando por el mentón y clavando besos en el cuello que
más parecieron ligeras mordidas de un vampiro enamorado que ocasionó la
agitación de su pecho y enseguida, una vez regada sobre la cama y sin la
visión correspondiente a toda su anatomía, tatué sus senos con besos leves
y ligeros en excelsa dimensión dedicándole a cada uno un tiempo prudente.
Seguí el camino descendente hacia el santo grial de su naturaleza divina y
supe cómo hacerla estallar en lujuria para que rogara en voz elevada que
estuviera encima lo antes posible. Hice caso rato después porque me gustó
quedarme ahí; morder y besar los muslos, subir por los pechos de vuelta y
darle un beso rápido a los labios para acomodarme encima y darle una
mirada a los ojos verdes que fue lo único que pude ver antes de fundirnos y
volvernos uno en minutos que parecieron el infinito.
Elevé sus piernas a la altura de los hombros, me sentía fogoso y deseoso
por tenerla en el total sentido de la palabra. Miraba su rostro escuchando
solo sus gemidos y por ratitos me atreví a darle una que otra nalgada que no
tuvo negación por recibir. Toqué sus senos mientras penetraba su cuerpo a
una intensidad de menor a mayor y viceversa de acuerdo a un tácito ritmo
establecido y me puse a un lado varios minutos más tarde para que tomara
rienda suelta a su libido y subiera a mi cuerpo con los cabellos desechos y
sueltos, los gemidos como ecos y la respiración al borde que aumentó
cuando se moldeó conmigo con movimientos suaves y vibrantes
sosteniendo mis muslos y luego acomodándose en frente para besar los
labios y tocar los pectorales.
Inesperadamente, la atrapé con mis brazos en uno de esos movimientos y
en un susurro a su oído le dije, eres mía, para enseguida y sin avisar, hacer
vibrar mis caderas penetrándola de esa manera a un son imparable e
insaciable que la llevó a la luna en un viaje frenético.
Soltó una grosería por el placer suscitado. Una sonrisa que se vio a pesar de
la oscuridad y sacó los cabellos de la cara para volver a la posición habitual
moviéndose a su antojo con mis manos en sus senos tocando como artista
que intenta dar unos retoques a su obra final.
No teníamos noción del tiempo. Todo se había vuelto como un círculo
vicioso de placer maravilloso en algún rincón del paraíso. Yo estaba detrás
besando sus hombros y espalda, susurrándole cuanto me gustaba y que otro
tanto la
deseaba, sintiendo sus nalgas como duraznos a la altura de un miembro
como mármol que cada vez que plantaba besos en su medula quería
ingresar en el tesoro para que estallemos de nuevo en efervescencia; pero la
música abajo había cesado y los sentidos puestos en alerta hasta que
nuevamente sintonizaron un rock de los lejanos como símbolo del recuerdo
oyéndose voces disparatadas reuniéndose otra vez en la sala.
Improvisé un movimiento basado en que mi abrazo cubría su cuello
mientras la penetraba, nos pareció exquisito durante un tiempo; después
incliné su cuerpo para darle mayor amplitud a la penetración y le rendí
culto a su trasero con cuatro nalgadas furtivas.
Se paró de la cama y estiró la mano para que también saliera; me puse
detrás cogiendo sus caderas y penetré su cuerpo con rima frenética hasta
que ambos concluimos el último orgasmo cayendo desparramados sobre las
sábanas sin pronunciar palabras durante cierto periodo.
—Mi visión confusa por el licor me hace ver criaturas en el techo — le dije
con la mirada arriba y una sonrisa en señal de comicidad.
—Son Dementores. Cada vez que apago la luz y me acuesto boca arriba los
observo—.
Le miré de reojo.
—Cuando era niña creé un campo magnético para impedir que me toquen;
pero con el paso del tiempo se volvieron más poderosos, entonces tuve
dominar mi Patronus— dijo con asombrosa seriedad.
Una imagen de Hello Kitty brilló en frente.
—Ese es. Aunque también sirve como lámpara— añadió con una risita
colocándose encima de mi pecho.
¿Me ves? — preguntó con ternura.
—No, aunque te siento— le dije rozando su rostro con las manos. Se
recostó sobre mis pectorales acomodándose tiernamente.
Estuvimos en silencio por un periodo oyendo únicamente a nuestros
latidos.
¿Sabes? — Dijo elevando la cabeza. Vi sus ojos verdes porque el brillo era
fuerte.
—Dime— respondí jugueteando con sus cabellos.
¿Estaría bien si te dijera que te amo? —
—Si es honesto y te harás cargo de lo que dices… está muy bien—.
—Siempre me hago responsable de lo que digo— aseguró… Y siento que
es la primera vez que soy capaz de decirlo. Nunca antes lo he sentido…
Aquí, en el corazón. Hincó mi pecho y siguió: Es como si una avalancha de
emociones
y sentimientos me llevaran a ti. Siento que estoy enamorada, Bryan; pero a
la vez tengo miedo de volver a errar y sentirme desdichada.
Al inicio creí que podríamos salir y divertirnos mientras nos conocíamos.
Jamás imaginé que me enamoraría tan rápido de ti.
Tenemos buena química, excelente física y estamos destinados, dijo en una
sonrisa que pudo brillar más que cualquier lámpara en la oscuridad.
Yo también sonreí.
Te veo a pesar de la oscuridad y creo que estoy mirando al espejo de mi
alma. Sé que no crees en estas vías simultáneas; pero siento que estamos
destinados, finalizó dejándose caer de nuevo en mi pecho.
—Mariana… Si yo dijera que también te amo, ¿me concederías el honor de
quedarte conmigo hasta que nos desvíen de rumbo al final de nuestras
vidas?
le dije viendo como alzaba nuevamente su rostro mostrando una bella
sonrisa.
—Me iría contigo hasta al infierno como Orfeo y Eurídice— respondió. Y
nos abrazamos tan fuerte que hasta pudimos intercambiar almas.
—Te amo en mil idiomas, Bryan Barreto— dijo entusiasta.
—Te amo en todas las lenguas, Mariana Benavides— repetí sonriendo. Y
volvimos a recostarnos sabiendo que nos quedaban un par de minutos
dentro de la habitación.
Nos percatamos que la música se había paralizado más de la cuenta y oímos
crujidos provenientes de la barriga cuando alguien a viva voz mencionó
que pasarán la cena dentro de poco.
—A esa señal yo sí le hago caso— dijo Mariana con humor parándose de la
cama y colocándose su primera prenda. La seguí con el pantalón y luego la
remera; había dejado mi blazer sobre la silla y recién lo recordaba; me puse
los zapatos y arreglé el cabello sin prender las luces. Mariana tardó un par
de minutos más en vestirse y acomodarse los cabellos para luego abrir la
puerta lentamente y en un giro decir: Vamos rápido que no hay moros en la
costa.
Salimos de la habitación con dirección a la escalera atravesando un
pasadizo con dos puertas, una de las cuales seguramente sería de un baño.
Dos personas estaban sentadas en el último escalón de la escalera de
madera cuyo lustre brillaba con fuerza. A primera impresión conversaban
distendidamente con cubiertos en las manos a la espera de la cena. Vieron a
Mariana asomarse acomodándose los zapatos de tacón mientras que yo
acerté la puerta del baño para no levantar sospechas que denotaran en
malos entendidos ante una familia que recién iba conociendo.
—Sobrina de mi corazón, ¿Qué es de tu vida?— Oí al señor hablarle con
cariño levantándose de la grada para darle un abrazo de pariente borracho
que intenta ser amoroso con la familia.
—Ando bien, tío. Eres tú quien se pierde y solo aparece en fiestas—
respondió Mariana con su clásico irónico humor.
El señor se echó a reír acusado por su pareja, la joven sentada a su lado,
que le decía: ¿Ves por qué siempre te digo que debes visitar a la familia?
—Nena, soy un hombre muy ocupado— contestaba el tío abrazando a
Mariana.
—Augusto… Debemos venir más seguido— mencionó la joven. Mariana
zafó de los brazos del tío y le pidió a la muchacha que la acompañara a la
cocina porque quizá tanto su madre como Juanita requerirían de un poco de
ayuda.
Cuando ambas bajaron me dio una mirada. Yo estaba escondido detrás de
la puerta del baño, peinado y con el rostro mojado, escuchando y mirando
el panorama hasta que el tío Augusto se concentró en el celular enganchado
con una versión moderna de Pac- Man. Fue entonces que aceleré el paso y
lo atravesé sin que se diera cuenta.
Después Mariana me contaría que su tío Augusto es adicto a los juegos en
línea y que junto a su novia María Joaquina suelen compartir escenario en
obras teatrales siendo allí el origen de su romántico y bohemio idilio.
Me instalé junto a Walter y Carla y esperé a que Mariana saliera de la
cocina para decirme que nadie se había percatado de nuestra ausencia.
La comida estuvo sabrosa. Sentados en una hilera de cuatro asientos
disfrutamos de lo crujiente y exquisito que estaba el chanchito con su papa
dorada y su respectiva gaseosa para Mariana y con ron para mí.
Al cabo de una hora los invitados se fueron marchando entre tambaleos,
abrazos afectuosos en señal de despedida, carcajadas sobre las ocurrencias
vertidas y agradeciendo la invitación tanto a la señora Gloria como a
Mariana.
—Muchachos, ya me voy a dormir, gracias por venir, nos vemos luego—
dijo la señora Gloria despidiéndose de los cuatro restantes y subiendo las
escaleras con la atenta mirada de su hija por si algún engañoso escalón le
ocasionara un resbalón.
No pasó mucho para que nuestra pareja de amigos también decidiera partir
asumiendo que su taxi se hallaba afuera.
Mariana y yo nos quedamos solos ante el desastre de la sala causado por
colillas de cigarro, trozos de papa, licor derramado y hasta un par de
envolturas de chicle.
—Me iré cuando salga el sol— le dije tocando su pierna.
—Sí, para que puedas ir seguro— respondió sonriendo.
—Mientras tanto descansemos sobre la silla— le dije.
¿Y si te quedas a dormir? — Propuso con una mirada pícara.
—Quisiera; pero no puedo. Tu madre va a necesitar quien la acompañe al
baño dentro de un par de horas— le dije con humor.
—Entonces, ¿Qué te parece si más tarde comemos un buen ceviche? —
—Si logro levantarme, te escribo— le dije con una sonrisa y me dio un
beso.
¿Sabes qué es lo único que detesto de las fiestas? — Dijo parándose de la
silla. El tremendo desastre que hacen en mi sala. Abrió los brazos
señalando el panorama. ¡Parecen niños! Repitió con enfado.
Me paré de la silla con el trago en la mano y le dije: ¿Tienes una escoba
extra para ayudarte a limpiar? Es mejor hacerlo ahora para que no huela feo
más tarde... Y tengas tiempo de ir a comer el ceviche conmigo, acoté
sonriente.
—Tengo tres escobas. Una para mi mamá, otra para mí y una por si viene
mi prima. Así podemos viajar juntas— dijo con humor. Reímos un rato y
caminamos hacia el servicio donde guarda los artículos de limpieza.
Desde su celular sintonizó una canción de Maluma con la frase: La
volveremos a escuchar si es que no terminamos rápido.
Acabamos en cuestión de segundos y nos acomodamos en las sillas del
patio oyendo a Gustavo Cerati.
¿Te hago una pregunta? — Dijo con la vista penetrando mis entrañas.
—‘Cruza el amor como un puente’— le cantaba despacio mientras la oía.
¿Dónde estuviste todo este tiempo? — La oí preguntar.
—Viéndote a través de mi persiana americana— le dije y planté un beso.
—A veces pienso, ¿Por qué no te encontré antes? Y sin embargo, otras
veces creo que se trata del momento justo— dijo en reflexión.
—Pues… ¿Dónde estaba antes de conocerte?... Viviendo de prisa.
Enamorándome como si fuera para siempre. Creyéndome escritor. Sin
brújula en un mar de asfalto. Esperando en una esquina sin la intención de
encontrarte.
Y aprendiendo a sonreír distinto desde que me tratas suavemente— le dije
y la vi sonreír.
El alba nos sorprendió haciendo que tapáramos la vista y entráramos a la
sala que hace poco habíamos dejado limpia.
Mariana dio un bostezo tan grande como la boca de una leona ante mi
sonrisa en frente, lo cual señaló la despedida inminente en un abrazo y un
par de besos
acordando vernos por la tarde para aventurarnos a lo incierto si es que el
sueño no nos captura en la cama.
El taxi por aplicativo apareció afuera al cabo de tres minutos. Me acompañó
a la entrada y nos abrazamos fuertemente a pesar del cansancio.
—Gracias por venir. Ver a mi mamá bailando sonriente, me hace sentir
contenta. Además, tenerte fue un privilegio. Te amo en mil idiomas— me
dijo en un intento de sonrisa.
—Yo también te amo en mil y un idiomas, preciosa. Y fue un honor estar
aquí— le dije y nos despedimos.
Por la tarde desperté con una llamada. Creí que se trataba de Mariana o
alguno de mis hermanos, por eso salté de la cama para coger el celular
cargando al lado del televisor.
—Hola— dije viendo borroso el nombre en la pantalla por mi estado
soñoliento.
—Hola, ¿Cómo estás? Te llamaba para informarte que el sábado treinta
haremos una conferencia sobre la nueva edición de ‘La última tarde’ con
firma de ejemplares y demás. ¿Te parece bien a las cinco de la tarde? —
dijo una voz seria y segura.
—Eduardo, qué buena noticia. Me alegras el domingo. Sí, claro, a las cinco
estaría bien— le respondí a mi editor.
—Bien amigo, te mando el afiche por whatsApp para que lo cuelgues en
las redes. Ya sabes que tenemos que meterle punche a la publicidad para
que pueda ir la mayor cantidad de gente— dijo con la seriedad que lo
caracteriza.
—Sí, Edu, estoy seguro que rebalsará en lectores— contesté optimista.
¡Así se habla, amigo! Entonces, te mando el afiche y lo cuelgas de
inmediato. Yo haré lo mismo en la página de la editorial y las otras redes—.
—Listo, así quedamos. Abrazo grande—.
Eduardo Garibaldi, editor del Grupo Editorial Máquina del tiempo, envió la
imagen del poster que colgaríamos en nuestras redes para promocionar la
presentación de la nueva edición de la novela.
Subí la foto a mi estado en WhatsApp, tomando café sobre el mueble de la
sala la publiqué en Facebook y tras darle una mordida a mi pan con tortilla
la posicioné en Instagram.
Cada vez era mayor la cantidad de lectores que le daba corazón, me gusta y
compartía una publicidad mía.
—Acabo de crear un evento, invita a tus lectores— escribió Eduardo
reenviando mi estado.
—Listo, allá voy— contesté con un emoticón de guiño.Verifiqué el evento
en Facebook e invité a los cinco mil contactos que tengo en el perfil y los
otros miles de mi fanpage sabiendo que Edu haría lo mismo por su parte.
Me di una ducha refrescante riendo debajo del grifo por causa de la
emoción y al salir en toalla sobre la cintura volvió a sonar el celular.
No respondí de inmediato. Enviaron varios mensajes seguidos y volvieron
a llamar.
En bóxer me acerqué para coger el celular. Era Mariana quien llamaba.
—Hola precioso, ¿estás en tu casa? — Fue lo primero que dijo.
Hace años que nadie me llamaba así.
¿Hola?, ¿estás ahí o te comió la lengua el ratón? —
—Hola Mariana, ¿Cómo estás?, ¿Recién despiertas? —
—Te cuento que al momento en que te fuiste mi madre salió del cuarto
para dirigirse al baño a arrojar el vino, champagne y whisky que bebió—.
—Diablos, ¿y se encuentra bien? — Pregunté ligeramente preocupado.
—Sí; aunque estableció una regla: No quiero que nadie me moleste durante
el resto del día— dijo imitando a la rigurosidad de su madre.
—La entiendo. La resaca tiene esos efectos. Y, entonces, ¿no haz dormido?

¿Sabes? Estoy acostumbrada a no dormir, a veces me desvelo haciendo
proyectos—.
—A partir de ahora debo llamarte vampiresa— le dije con una risa.
—Dime corazón, ¿estás en casa o saliste con tus amigos o familia? —
¿No te dije? Mis amigos están casados y mi familia en lo suyo— le dije.
¿Piensas escribir hoy? — Quiso saber.
—Acabo de recibir una buena noticia— le dije emocionado.
¿Me la cuentas mientras almorzamos? — Propuso con entusiasmo. Eran las
dos de la tarde.
—Sí, claro, es una buena idea, ¿Cómo hacemos? —
—Acércate la ventana— dijo lentamente.
Recostada en el auto al que suele llamar Doris luciendo jeans casuales,
camiseta oscura y zapatillas Converse, los cabellos sueltos cayendo por los
hombros, el negro intenso en sus labios finos, los pies entrelazados
formando una pose segura y sensual se hallaba afuera de mi casa elevando
la mano para saludar con entusiasmo al saber que me había sorprendido.
¿Bajas? — Dijo por el teléfono enviando un beso volado.
Al momento en que abrí la puerta se tiró hacia mí para darme un abrazo.
—Felicitaciones, acabo de ver tu estado. ¡Qué gran noticia! Cuéntame a
detalle que es lo que están preparando para fin de mes— dijo emocionada.
—Aunque… ¿Qué te parece si lo conversamos mientras almorzamos? —
Dijo al oír el crujido del estómago.
Ingresamos a la casa y Dolly la recibió con su ritual amoroso y honesto
exclusivo de las mascotas. Se lanzó moviendo la cola y pronunciando
onomatopeyas en señal de afecto para que al ritmo de adjetivos tiernos e
hincando las rodillas la saludaran frotando su ornamental barriga.
¿Ya es mamá? — Decía Mariana acariciando sus tetillas al aire.
—No, solo está lunada— le respondí. Ellas siguieron en lo suyo
intercambiando lenguazos en el rostro y caricias en la barriga, tetillas y
rostro terminando con un beso en la nuca y el hecho de elevarla para que
les sacara una foto.
¿Me dijiste que vives solo, verdad? — Dijo dando una ojeada sigilosa al
ambiente tras dejar a Dolly en su cama.
—Mis padres están en el extranjero y mis hermanos con sus parejas. Dolly
y yo nos hacemos compañía— le dije. Mariana miraba la decoración de la
sala como un acto natural de su pasión por la arquitectura y el diseño de
interiores.
¿Tu mami es artista? — Quiso saber deteniéndose en un cuadro en
particular.
—Mi tía pinta cuadros en sus tiempos de ocio y se los obsequia a mi vieja
en sus cumpleaños— le dije con una sonrisa.
—Ya quisiera que me regalen cuadros tan bonitos— dijo Mariana con una
sonrisa.
¿Te puedo ofrecer un vaso de agua o gaseosa? — Le dije viéndola dar una
vuelta por la sala.
—Coca Cola bien helada con tres peces de hielo y sin ron, por favor— me
dijo. Y, ¿no te importa si echo un vistazo, verdad? No quiero incomodar,
dijo después.
—Puedes hacer lo que gustes menos brincar sobre los muebles porque
acaban de traerme la funda recién lavada— le dije con comicidad.
Ella sonrió curioseando por los rincones de la sala.
Volví con las bebidas y le pregunté qué íbamos a almorzar.
¿Hacemos un ceviche? Pasé por un restaurante que andaba repleto y me
dieron ganas de comer uno— dijo llevándose las manos a la barriga.
—Ya pues, chévere. Hagámoslo rápido que muero de hambre. Aunque...
¿Sabes cómo preparar? — Le dije con duda.
—No tengo ni la menor idea… Pero podemos ver un tutorial en Youtube,
¿Qué dices? — sugirió.
¿Y si pedimos un delivery? Digo, para facilitarlos la vida— propuse.
—No seas bobo, preparemos un cevichón. Estoy segura que nos saldrá
bien— insistió cogiendo mi mano y llevándome hacia la cocina.
—Aquí tengo lo necesario para preparar el ceviche a excepción del
pescado— le dije y vi como impactó su mano contra la frente.
—He visto un mercadillo a unas cuadras, ¿vamos a comprar el pescado? —
Vi el reloj en la muñeca y sugerí: Mariana, son casi las tres, ¿no crees que
mejor vamos al supermercado? Asintió y resolvió apurarme bebiendo la
gaseosa en un santiamén.
En el Supermercado Metro nos aventuramos en los pasadizos de pescados y
mariscos hallando lo que venimos a buscar y adjuntando un six pack de
cervezas para amenizar la preparación.
Mariana también quiso comprar cigarrillos, un par de paquetes de pop corn
para más tarde y otra gaseosa por si acaso.
Acercándonos a la caja mirando juntos la pantalla de su celular en donde un
fulano de voz curiosa preparaba un ceviche como los dioses oí una voz
conocida decir: Ahora entiendo porque nos abandonas cada sábado.
Rodrigo junto a Guillermo se encontraban en la caja pagando por unos
chorizos.
—Estamos haciendo un asado en casa de Rodri, te avisamos; pero nunca
respondiste— dijeron en coro.
—Parece que faltaron los chorizos porque con los de ustedes no alcanza—
dije con humor y todos, incluyendo al cajero, reímos.
—Si gustas tú y tu amiga pueden ir más tarde— dijo Guillermo mientras se
iban.
—Les aviso— les dije despidiéndonos con gestos.
¿Quiénes eran? — Preguntó Mariana saliendo del supermercado.
—Unos tipos con quienes solía salir antes de conocerte— le conté.
¿Por qué no quisiste ir a su parrillada? Podríamos haber ido y pasarla bien
entre parejas— sugirió.
—Ellos no están casados; mis amigos de antes con quienes compartí
muchas vivencias son los que están en prisión— le dije con humor.
Mariana sonrió.
—Entiendo, ya se me hacía raro que estuvieran comprometidos a tan corta
edad— dijo. Y, ¿Por qué no te juntas con los otros? Quiso saber.
—Supongo que la vida de casado es complicada. Además, tienen hijos y
eso les genera otra clase de responsabilidades— le dije. ¿A ti te gustaría
eso? — quiso saber intrigada.
¿Casarme o tener hijos? — le devolví la pregunta.
¿Cómo te imaginas en ambos casos? — dijo estirando una sonrisa.
—Feliz— se me ocurrió decir con franqueza.
¿Feliz como ahora o más feliz? — quiso saber.
¿Qué tan feliz puede ser alguien con familia e hijos que lo aman? —
—Infinitamente— respondió.
—Y es por eso que nunca acordamos juntarnos— dije con una sonrisa.
Llegamos a la casa y nos dirigimos a la cocina.
¿Sabes? Si nosotros seguimos juntos podríamos conciliar una familia. Sería
bonito, ¿no crees? — dijo y sentí que volteaba para ver mi reacción.
Yo lavaba el pescado poco antes de cortarlo.
—Claro; aunque yo prefiero no planear y dejar que las cosas pasen— le
dije.
—Es solo una idea. De que ocurra o no, dependerá mucho del tiempo en
que estemos consolidados— añadió seriamente.
—Y que tan enamorados— le dije.
—Obviamente, corazón— dijo picando las cebollas.
¡Hey, corazón! Se corta en cubos, por si acaso— dijo al rato
interponiéndose en mí para sujetar mi mano y guiarme con el cuchillo.
—Yo únicamente soy bueno para las letras— le dije con una sonrisa.
—Ve haciéndolo mientras exprimo limones—. Me dejó solo un instante y
oyó un ruido ligero.
—No me digas que… ¡Rayos! Lávate y cúbrete la herida antes que mueras
por hemorragia— gritó y giró el cuello para verme subir las escaleras
rumbo al baño.
Cuando regresé parecía tener el almuerzo listo. Orgullosa me mostró el
platillo como salido de un restaurante cinco estrellas y dijo: ¿Ves qué no es
tan complicado? Comamos que el ceviche se saborea al instante.
Froté mis manos a medida que pasaba la lengua por los labios poco antes
de almorzar en la mesa del comedor.
Estaba delicioso, mucho mejor que el ceviche del sujeto en el video,
comenté en un halago. Ella sonrió contenta de escucharlo.
Tras al almuerzo subimos a la habitación.
¿Dónde están las estrellas y los afiches de Goku? — Preguntó mirando los
alrededores.
—Sabía que vendrías y lo cambié en cuestión de segundos— le dije
cogiendo el control remoto.
—Es broma. Te dije que mi habitación había mutado— acoté. Sonrió
asintiendo con la cabeza.
—Aun así… Imagino las paredes y el techo como lo describe tu libro.
¿Hace cuánto ocurrieron los hechos que relatas? — Quiso saber
recostándose en la cama.
Prendí la tele.
—Creí que sacarías el VHS de algún cajón de tu madriguera— dijo con
humor.
—Tengo Netflix porque las casetes ocupan mucho espacio— respondí con
una sonrisa.
—No quiero ver películas, quiero que me cuentes más de ti— dijo desde su
posición, echada con una pierna ligeramente afuera y apoyando su cabeza
en una mano con la mirada en mi trasero.
Di la vuelta y me acomodé a su lado.
—Hace… No lo sé. A veces parecen años y otras veces minutos—.
—Ella… ¿vive por aquí? — Me dio una mirada de intriga.
—A unas cuantas cuadras—.
—El parque Rompecabezas… ¿realmente es como piezas de un puzzle
gigante o era parte de una metáfora? — quiso saber intrigada.
Sonreí recordando el lugar.
—Cuando amas ir a un sitio lo conviertes en algo mágico— le dije.
¿Cuándo tiempo estuvieron juntos? — Preguntó e hizo una mueca como
quien piensa.
—No me digas que no lo recuerdas porque sé que sí. Todos recordamos
cuanto tiempo estuvimos con las personas con quienes nos relacionamos.
Yo por ejemplo, a lo máximo que llegué fue a los dos años con once meses
porque cerca a los tres me di cuenta que me engañaba desde mucho antes—
dijo con una risa burlesca hacia sí misma.
—Daniela y yo tuvimos un romance distinto. Nunca contabilizamos el
tiempo que estuvimos juntos, porque simplemente lo disfrutábamos—.
Pensé en ella en ese momento. Era un recuerdo vago y lejano, ella llegando
a mi casa un día cualquiera, de forma inesperada, sorprendiéndome por la
mañana y yo bajando a recibirla después de un baño rápido.
¿Todavía sientes algo por ella, verdad? — Dijo al verme meditando.
—No me preocupa, eh. A menos que tengas intenciones de querer volver
con ella; entonces yo sería un obstáculo y tendría que dar un paso al
costado a pesar que ayer dijiste que también me amabas— dijo con
frialdad.
¿Acabaste el libro? — pregunté.
—No. Estoy en la parte donde conoces a su mamá en el cine. Me pareció
divertido imaginarte nervioso. Supuse que a esa edad uno suele sentir
nervios por cualquier situación— dijo.
—Sí, esa escena es grandiosa. Imagina conocer a alguien que no le caes
bien, a quien engañaste yendo a su casa con otro nombre y usando una
faceta distinta, quien no quiere que estés con su hija por las vicisitudes del
momento y verla de una manera tan inoportuna como inesperada fue como
si hubiera subido a una montaña rusa con los ojos vendados. Sin embargo,
el encuentro salió espléndido. Terminamos por llevarnos muy bien— relaté
casi emocionado.
Mariana me miraba fijamente observando a detalle cada uno de mis gestos.
Aún no respondes a mi pregunta— dijo con seriedad.
—Mi amor por ella es parte del pasado. Uno que no recuerdo, me inspiró a
un libro y dejé que volara— le dije.
¿Seguro? —
—Existe un único camino, Mariana. Y es el que ahora tengo contigo— le
dije cogiendo sus manos.
—Gracias por ser honesto conmigo— dijo esbozando una sonrisa—. Se
escuchó el sonido del timbre.
¿Llegaron tus hermanos? O tal vez es una vecina pidiendo azúcar para
poder chismear— dijo con humor.
—Mis dos vecinos tienen sus casas en venta— le dije. Quizá sea Jeff o
Fernando, déjame ver, acoté con un ademán de ir.
—Si fueran tus hermanos entrarían con sus llaves, ¿no crees? — Dijo
volviendo a sujetar mis manos jalándome hacia ella.
Nos besamos siendo interrumpidos por el timbre.
—Van a seguir tocando— le dije.
—Y nosotros estaremos ocupados— respondió. Volvieron a tocar otro par
de veces.
¿Sabes? Tienes razón. Ve y vuelve pronto— dijo sonriendo a pesar del
fastidio.
—Hay una canción de Cerati con Spinetta que me gusta mucho. Ponla en
Youtube, te la dedico— le dije esbozando una sonrisa en el umbral de la
puerta.
—No tardes, corazón— respondió cogiendo el control remoto en una pose
sugerente.
—Voy a mandar al infierno a quien sea que esté tocando para volver de
inmediato a tu lado— le dije mordiéndome los labios.
Bajé al primer piso oyendo el inicio de la canción y abrí la puerta
topándome con Lorena, quien con lata de cerveza en mano se colgó de mi
cuello con la intención de capturarme en un beso que pude esquivar.
¿Qué haces acá? — Le dije increpándola.
—Estuve tomando con unas amigas y me dispuse a ir a la parrillada en casa
de Rodrigo; pero pensé en venir a visitarte para que puedas
acompañarme— dijo lanzándome una bocanada de humo.
Aunque… antes, ¿crees que podamos tener un delicioso así de rápido?
Añadió queriendo entrar como si fuera su casa.
—No, no puedo— le dije deteniendo su andar.
¿Qué pasa?, Ah, ya entiendo, crees que seguimos peleados. Bueno, te
disculpo si lo hacemos como hace un par de semanas. Saca las cuerdas y
las esposas que quiero que me arreste, oficial— dijo con voz sensual.
—Lorena, debes irte— le dije con firmeza.
¿Qué tienes, ah? ¿Ya no te gusta coger conmigo? — Dijo molesta.
—Perdón, ¿me explican qué es lo que ocurre aquí? — Dijo Mariana con las
manos en la cintura desde los primeros peldaños de la escalera.
Lorena la vio, me miró y dijo: ¿Es con ella con quien te mensajeabas?
—Hola, soy Mariana, ¿tú eres? — dijo asomándose y estrechando la mano.
Yo no sabía cómo actuar.
—Lorena—.
Se dieron la mano.
—Mira, Lorena, ¿has oído la frase ‘Dos soles no pueden brillar en el
mismo cielo’? —
La chica se sintió confundida.
—Disculpa, no te entiendo—.
—Era de esperarse... Sin embargo, el punto es que no puedes estar aquí—.
¿Y quién eres tú para impedirlo? — Increpó la muchacha.
—Soy quien dirige esta embarcación. Quien tiene el derecho de estar aquí.
La persona idónea para este señor— dijo con seriedad.
¿Qué es idónea? — Dijo Lorena rascándose la cabeza. Mariana se llevó una
mano a la frente de forma exagerada.
—Oye, yo solo he venido a tener sexo— dijo.
—Lo sé. Por eso, ¿conoces la casa de Rodrigo, verdad? Pues, allá te
esperan una sarta de mentecatos que podrían satisfacer tus necesidades. Así
que con el respeto que no debería ofrecerte… Te pido que te marches— le
dijo estirando el brazo con mano abierta.
Lorena hizo una mueca de extrañeza.
¿La sacaste de una biblioteca? — Me dijo con muecas en señal de
confusión.
—Buenas tardes, Lorena— le dije.
—Sí, me largo, ya se me fueron las ganas de coger contigo— dijo yéndose.
—Hasta nunca— respondió Mariana con mesura y articulando las manos
en señal de despedida.
Cerró la puerta con la misma parsimonia y caminó hacia la habitación sin
dirigirme la palabra ni voltear.
Adentro acomodó la cama, recogió su chaqueta e hizo ademan de partir. La
detuve.
¿Podrías darme permiso? — Dijo con el rostro serio.
—Quiero explicarte lo que acaba de suceder— le dije estando en frente.
¿Sabes? No necesito esto. Ya tuve demasiada caca en mi vida…
—Sí, lo sé, por eso te quiero explicar…
¿Explicar? ¿Me crees idiota? Todo está cantado— dijo con la misma
seriedad.
—Mariana, escúchame…
—Mira, Bryan, yo ahora tengo la potestad para largarme de una situación
que no me favorece y en la que no me siento cómoda. Estuvo todo muy
bonito hasta hoy que me doy cuenta la clase de imbécil que eres y no
quiero que lo niegues. Solo eso te voy a pedir. Y permiso, por favor—.
De un arrebato me hizo a un lado y cuando encontré reacción bajé para
impedir que se fuera únicamente alcanzando a verla doblar la esquina.
Me di cuenta que me bloqueó del chat cuando intenté escribirle tiempo
después.
Maldije un par de veces y tirado sobre la cama observaba el techo
maquinando una estrategia para resolver el problema.
A media semana le di una llamada. Contestó a la tercera.
¿Qué te parece si hablamos? — Le dije calmado.
¿De qué? — respondió cortante.
—De nosotros— le dije.
—No hay nosotros— aseguró.
¿Y si me escuchas? — Le dije.
—Ya vi suficiente— sentenció.
—Pero… debes escucharme—.
¿Para qué? — Dijo en voz alta.
—Para conocer la verdad— le dije.
—No hay nada que no haya visto. ¡Ya te dije lo cansada que estoy de estos
rollos! ¡Adiós! — dijo furiosa.
—Mariana, tienes que escucharme… Colgó.
Timbré de nuevo al día siguiente; pero desvió la llamada dos veces. Decidí
no hostigar más.
El sábado, harto de tanto pensarla, recordando nuestros pocos momentos e
imaginando aquellos que pudieron suceder, me animé a buscarla.
Tenía tatuada en la mente la ubicación exacta de su casa, un par de buses
me dejaron en el paradero y una caminata ligera me condujo hacia el hogar
de dos pisos blancos con portón marrón y patio grande con césped.
Allí toqué el timbre sabiendo que la comunicación telefónica se deshizo y
esperando que abriera Juanita o la señora Gloria para no tener que lidiar de
inmediato con el enfado de Mariana.
La puerta se abrió y salió Rodolfo desmembrando su corbata con agitación,
se detuvo en frente de mí, dio una mirada con ojos de furia y siguió su
camino.
Detrás venía la señora Gloria ligeramente triste, quien al verme dijo: Ese
tipo es un verdadero patán, me acaba de despedir porque no quise que
tengamos un romance.
¡Que se vaya al infierno! Añadió con coraje.
Di la vuelta para verlo partir deseando darle el alcance y meterle un puñete;
pero la presencia de Mariana me contuvo, quien detrás de su madre decía:
Ma,
¿Adónde se fue ese cretino? Voy a reventarlo si te vuelve a hablar así. Ya
tuvimos mucho con el espectáculo que hizo en tu cumple.
—Mariana, alguien vino a buscarte— dijo la señora abriendo paso para que
pueda verme.
—Ay no, hoy no quiero saber nada acerca de rufianes— dijo dándonos la
espalda y surcando la sala.
¿Pasó algo entre ustedes? — Preguntó la señora Gloria con mesura.
—Un asunto que vengo a solucionar— le dije.
—Pasa hijo, será mejor que lo conversen bien— dijo haciéndose a un lado
para que entre.
Me senté en el mueble de forma automática.
¿Te puedo ofrecer una taza de café? — Propuso calmada.
—Muchas gracias—.
—Mari puede ser muy linda y divertida y manejar un carácter del carajo a
la misma vez— fue contando dirigiéndose a la cocina.
Me quedé pensando en que había ido en un mal momento.
—Eres un buen muchacho, Bryan, seguramente en un rato querrá que
conversen porque siempre hay dos versiones de lo que suele ocurrir— dijo
su mamá colocando la taza en la mesa de centro.
—Sí, esa es la razón de mi visita inesperada— le dije dándole un sorbo al
café.
—Por cierto, te quiero pedir disculpas por lo del sábado con Rodolfo…
—No se preocupe, quedó olvidado—.
—Lo que pasa es que Mari estuvo hablando tanto acerca de tu labor como
escritor que los parientes comenzaron a tener interés en ti dejando de lado a
Rodolfo, quien con licor y celos encendidos sacó a relucir la clase de
persona que es— fue diciendo con voz tenue.
—Qué tipo para más patético— creí pensar; pero lo dije en voz alta.
Perdone, no quise expresarme de ese modo, acoté.
—Descuida que esa no es una revelación— me dijo con una sonrisita.
Además, me acaba de despedir. Seguro lo escuchaste gritar.
Yo no había oído mucho.
Aunque viéndole el lado positivo. Creo que tendré tiempo suficiente para
dedicarme a mi verdadera pasión, el diseño de moda, añadió esbozando una
sonrisa.
—Ma, dile al señor que ahora bajo— oímos a Mariana desde arriba.
¿Ves? Solo tienes que esperar a que se le bajen las revoluciones— dijo
asegurando su intuición y parándose del mueble en frente.
—Le deseo suerte con su nueva labor— le dije y la seguí con la mirada
hasta que se adentró de vuelta en la cocina.
Mariana bajó a paso lento con una cola en el cabello y un atuendo de casa.
—Los dejo a solas— dijo la señora subiendo las escaleras filtrando el té en
su taza.
—Sube con cuidado, ma, la otra vez casi me caigo por apurada— dijo
Mariana y la reemplazó en el sofá.
Estaba seria, con las piernas cruzadas y acomodada en el espaldar a la
espera de mis argumentos.
—Sé que no quieres hablar conmigo y es por eso que te escribí una carta—
le dije con seriedad.
Me vio extrañada.
—La voy a leer en voz alta— acoté. Hizo un gesto para que continúe.
Saqué la carta del bolsillo de mi chaqueta y comencé a leer.
Mariana… Conocerte no fue la luz al final del laberinto al que mi vida se
dirigía. Fue el destello al que me aferré y seguí para hallar la luz.
Quiero contarte un poco de mí. Tuve un amor al que un día le crecieron
alas y voló lejos de mí. Desde entonces las luces se apagaron o puede ser
que me cegara y envolviera incansablemente en situaciones efímeras para
intentar ir más allá de los recuerdos queriendo coleccionar sucesos para
obstaculizar el pasado.
Que aparecieras en mi vida ha sido una bendición, un momento ingenioso
de la naturaleza o tal vez estoy empezando a creer que se trata del destino;
aunque estoy aquí por convicción propia para ofrecer una disculpa, el
descargo emocional abriendo las válvulas de mi corazón y ofrecerte en
instancia un amor novedoso cuyo origen proviene de tu encanto.
Siempre estuve con las emociones atadas al cuerpo, con los sentimientos
ocultos; pero las pieles libres navegando en mares poco profundos que se
volvían desiertos por culpa de un pasado que decidí olvidar avanzando a
velocidad y sin mirar atrás.
Aunque… Jamás olvidé lo que el amor pudiera hacer en mí, es por eso que
cuando te conocí nos conciliamos tan bien en una atmósfera sagrada y
honesta en donde nosotros supimos adquirir la química y física necesaria
para conjugar lo que somos y sentimos en un andén que tiene nuestros
nombres.
Lo que intento decir, Mariana, es que te quiero en mi vida desde que supe
de ti, nos hicimos uno en el auto y la cama, nos amamos con una
asombrosa facilidad y llegué a comprender que el amor volvió como un haz
de luz poderoso con igual brillo que el de tu sonrisa para hacerme feliz por
siempre, tal cual, requiero y necesito tanto como tú; es entonces que esta
llamarada de emociones y sentimientos netamente auténticos y sinceros son
solo por ti.
No hay nadie detrás ni después, estamos nosotros en este nuevo camino que
hemos construido juntos con una coraza enorme que divide al pasado y con
los sentidos puestos en el horizonte que nos espera.
Te quiero en esta nueva y prodigiosa vida porque así lo he decidido y
porque quizá así lo han decidido naturaleza y destino, dioses u oráculos…
Pero al fin y al cabo, lo quiero porque estoy aquí abriéndote mi corazón y
mostrándote el amor que hoy y espero que durante mucho tiempo sienta
por ti. Te amo Mariana. ¿Podemos seguir siendo nosotros? Aunque esta vez
seamos novios, aunque ya lo hayamos sido; sin embargo, nos faltaba una
pregunta.
¿Quieres estar conmigo?
Doblé la carta dejándola caer en la mesita que nos dividía.
—Quiero que seas totalmente honesto conmigo porque como tú estoy
volviendo a creer en el amor y sus nuevos horizontes— me dijo inclinando
el cuerpo y entrelazando las manos.
—Te acabo de abrir mi corazón, lo siento si no hallaste una historia
interesante; pero la verdad está sobre la mesa, tómala y sigamos adelante—
respondí estirando la mano con la mirada en sus ojos.
Nuestras manos convergieron.
—Te amo, no quiero aplicarle explosivos a las columnas para que todo se
venga abajo. Quiero que sigamos construyendo hacia el cielo— dijo
esbozando una sonrisa.
—Hasta las estrellas—.
—Con cimiento en base a honestidad y confianza, por favor, te lo pido—.
—Te lo aseguro, Mariana. No habrá más vicisitudes de ese calibre. El
pasado se quedó en un libro y las argollas restantes las tiré al mar—.
—Te amo. Ven y abrázame de una vez— dijo abriendo los brazos y me
levanté para caber en su abrazo.
La cargué teniéndola atada a mi cuerpo porque no cabíamos en el mueble
individual, nos dirigimos como canguros hasta el otro sector cayendo en el
amplio sofá. Allí nos vimos cara a cara; ella debajo, yo encima y nos
besamos tras una sonrisa incrementando el deseo por tenernos en cueros
que no pudimos desarrollar por la presencia de su madre, quien, aunque en
su habitación, podría aparecer en cualquier eventualidad.
—Vamos a mi cuarto— propuso después de un conato importante de besos
que terminaron por pasarnos factura.
—Vamos de una vez que no aguanto el deseo— le dije con una sonrisa, nos
paramos del mueble y subimos las escaleras con dirección a su habitación.
Encendió las luces y divisé un mundo bien apegado a su personalidad.
Fotografías suyas en un espejo grande sobre la repisa con artículos de
belleza que estoy seguro nunca necesita, un par de cuadros abstractos en la
pared de la cama, un closet gigante color negro con las puertas cerradas
como si necesitaras de una clave para entrar, una enorme cantidad de
pliegos de papel
de todo tipo parados en una esquina, muchísimos artículos de escritorio
regados como juguetes de niña, una cama con varias almohadas, una tele,
un librero, el mundo, más planos, una chaqueta en la silla y el control en mi
trasero cuando me recosté.
—Si hubiera sabido que vendrías habría ordenado— dijo mientras nos
besábamos al borde de la cama.
—Apaga las luces y me olvido del mundo— respondí enseguida.
—No. Quiero verte desnudo— dijo tras el beso mirándome de pies a
cabeza. Con sus manos desprendió el cinturón y el botón del jeans para con
una pícara sonrisa sacarlo de un tirón.
¿Qué deseas que hagamos hoy? — Preguntó subiéndose a la cama y
quedándose de rodillas frente a mí.
¿Qué te gustaría que te hiciera? — Le dije acariciando sus labios y mejillas
poco antes de devorar su boca quitándole la camiseta holgada a la altura de
los ojos aprovechando ese instante para entregarle otros besos en los labios
y encender más su libido besando su cuello.
Tiré la remera al suelo y me deshice de su brasier para plantar besos en sus
senos bien tallados como si estuviera dibujándolos y volví a su cuello para
estirar sus cabellos con la mano izquierda mientras mordisqueaba
levemente su parte sensible del cuello, el punto cerca de la clavícula.
Le di la vuelta como en una danza para besar los hombros a medida que
tocaba los senos con ambas manos sintiéndola gemir en deseo y le mandé
un susurro diciendo que era mía obteniendo como respuesta la palabra
demuéstralo.
Retrocedí levemente viéndola como caía sobre la sábana y usando el
celular para sintonizar música puse ‘Y si amanece por fin’ para así
continuar mi desnudez al tiempo que miraba lujuriosa mordiéndose los
labios como los tatuajes iban saliendo a relucir.
Únicamente en ropa interior fui asomándome como una fiera que ataca a su
presa desnudando su cuerpo a medida que lo iba besando recorriendo cada
fibra de su majestuosidad con parsimonia y ternura al punto que los
decibeles lujuriosos estuvieron al borde del estallido.
—Ahora sí, apaga la luz, mi amor— dijo al momento en que no pudo
resistir más.
—Puedo ser muy romántico y sin embargo, no dejar de ser un demonio.
Cierra los ojos, mi cielo— dije pasando mis dedos por su mirada.
Fundimos las pieles, yo encima, ella debajo, a un ritmo rápido e intenso sin
detenernos ni siquiera para soltar un gemido profundo, dejando las pieles y
el alma juntas como dos seres que nacieron para converger y lo logran con
tanta sencillez a los compás de una canción que quedó olvidada y
reemplazada por esos gemidos veloces que se oyeron más de lo habitual.
Inclinó el cuerpo hacia adelante decidida por tenerme más cerca y apretó
sus manos alrededor de mi cuello para gemir cerca de mi rostro mostrando
una sonrisa extasiada para dejarse caer enseguida.
Me puse de lado para entrelazar mi brazo a su cuello con delicadeza y
cierta rudeza teniéndola firme y quieta para elevar un tanto el trasero y
teniéndolo a la altura del miembro duro como monumento fui penetrando
su ser a medida que trascurrían un par de canciones.
Las frases que nos dijimos de lado oscilaron entre el amor y el deseo.
Después quiso andar arriba y yo me quedé sobre la sábana extasiado y
agotado aunque todavía ardiendo. Me sorprendió con un oral tan suave y
fresco que me sentí en un rincón del Edén, en un santiamén subió abriendo
las piernas y acomodándose exacta en mí entrepierna como si su cuerpo y
el mío cuajasen sin problemas. Sus movimientos vertiginosos de ida y
vuelta, más el hecho de tocarse los cabellos elevándolos para que no
fastidiaran mientras mantenía un son armónico y preciso la hacía llenarse
de efervescencia que se expresaba en leves dosis de rápidos gemidos que
repentinamente aceleraban dejando caer los cabellos para obtener
movimientos bruscos que ambos disfrutábamos.
Yo tocando sus senos o con las manos a la cintura y ella deslizando un
poco el cuerpo hacia atrás o viniendo hacia adelante para soltar frases que
me hacían sonreír.
Se hizo imposible cuantificar el tiempo que estuvo arriba, mucho menos
esos gemidos voraces que soltó cuando sujeté sus caderas e hice mi
movimiento de arriba hacia abajo manteniéndola encima hasta que explotó
en un orgasmo que la condujo a rendirse sobre mi pecho. Me dio una
sonrisa con los cabellos desparramados y se quedó dormida.
Las fuerzas se reanudaron cuando cayó la noche. Una mano sigilosa
empezó a tocar mi miembro despertándolo del letargo y poniéndolo duro
más rápido de lo habitual para enseguida, todavía dentro el edredón,
acomodarse encima para moverse a lentitud.
—Soñé que seguíamos haciendo el amor— me dijo entre la oscuridad.
Cogía sus senos como dos finos duraznos que me acercaba para besar y
saborear provocando que siguiera inquieta encima de mí.
— ¿Te puedo sujetar las manos y los pies? — Propuse en un susurro.
—Sí— oí.
— ¿Tienes algo con lo que pueda hacerlo? —
—Un par de bufandas en el colgador; pero son de Harry Potter— dijo algo
distendida.
No me pareció impedimento.
Nos paramos de la cama, ella adelante y yo detrás, la música ya no sonaba,
abrí sus piernas usando las mías y traje sus brazos hacia mí para amarrarlos
con una chalina y las piernas con otra.
Incliné su cuerpo para que pudiera penetrarla a fondo oyendo sus gemidos
a pesar de taparle la boca con la mano. Le di un par de nalgadas, después
otra y otra mientras consumía su cuerpo y la sentía querer soltarse como
acto natural por sentirse atada mientras besaba su espalda y le susurra que
era mía.
La puse de rodillas para que me diera un oral manteniendo las muñecas y
los tobillos atados usando mis manos para coger el mentón y hacer una cola
en el cabello.
Acabé y la desaté antes de caer sobre la cama. Me siguió acomodándose a
mi lado.
—Nunca pensé que fuera una experiencia tan excitante— me dijo
jugueteando con su dedo en mi pecho.
¿Puedo hacerlo yo? — Propuso y le di una sonrisa.
—Dame cinco minutos, amor. No soy un robot— le dije con una risa.
—Lo siento… pero soy adicta a ti—. Sonrió y me dio un beso. Se levantó
de la cama y recogió las bufandas.
Jamás, en mi inocencia, creí que usaría estos accesorios para tan vil
ocasión— dijo con ironía.
Sí que lo disfrutamos— le dije con la voz agotada. Me dio una mirada
perversa.
¿En tu casa tienes algo mejor que podamos usar? — Preguntó.
—Te sorprenderías si te dijera lo que tengo— le dije.
Sí que es un demonio, señor escritor— dijo y sin dejarme descansar se
acercó a mí como una gata asomándose a su presa con un moño en los
cabellos y las bufandas en las manos, cogió mis brazos y los ató a los palos
de la cama.
—Espero que no sea una versión alterna de El juego de Gerald— le dije.
Amarró ambas muñecas y preguntó en un susurro: ¿De quién eres?
—Tuyo— contesté para aumentar su calentura.
Dio un giro certero colocando el trasero casi en mi rostro y su boca en
frente de mi miembro que renacía de solo imaginar lo que se venía.
—Esto lo vi en la página de Rampolla— aseguró.
Nunca antes me sentí tan conectado a ella en ese goce mutuo de felaciones
durante un tiempo indeterminado.
Subió rato después para concluir su faena con libres movimientos
tocándose los senos como si fueran mis manos, sintiéndose dueña de mi
cuerpo y entrañas para conducir su ser a un orgasmo final que la condujo a
caer de nuevo sobre mí.
Le exigí que soltara mis manos para que pudiera darle un abrazo.
Nos mantuvimos en silencio durante un ligero período hasta que alzó la
cabeza e hizo una pregunta curiosa y fuera de contexto: ¿Por qué nunca la
detuviste?
— ¿Es conveniente hablar de amores del pasado sobre la cama de mi actual
pareja? — Le dije con algo de humor.
—Se me ocurrió preguntar. Suelo ser poco ortodoxa— dijo viéndome con
una sonrisa. Además, si el pasado está enterrado, no habría problema en
contarlo.
—No está enterrado. Sino alejado. Lejos de aquí. A cientos de miles de
kilómetros de aquí sin deseos de venir y sin condiciones para un
reencuentro. Nos dividen dos planos distintos. Y bueno, sobre tu pregunta,
sí, la detuve con mi amor, con mis ganas de querer estar… juntos.
Con mi actitud para convertir los malos ratos en especiales… pero aun así,
un día resolvió volar y no regresar—.
¿Te molesta que actuara de esa forma? — quiso saber sigilosa.
—No, ahora no. Antes… Sí. Y hasta creo que la odié por ser tan egoísta.
Aunque… Con el tiempo me di cuenta que las personas suelen tomar
decisiones que las implican solamente a ellas y he intentado verlo de esa
forma para seguir adelante—.
—Según iba leyendo el libro, ¿sabes qué sentía? Una fuerte envidia. Si, sé
que suena extraño; pero para mí no es más que una novela, sino la historia
de tu vida y tú no eres cualquier persona, eres mi novio y con quiero pasar
el resto de mis días por más loco que suene eso… Es solo que ustedes
tuvieron algo tan sincero y hermoso que me hubiera gustado vivir algo
similar. Tal vez a muchos les pareció sentir lo mismo. Creo que tú ya
tuviste al amor de tu vida y aunque rompieron no hubo culpables porque
quedaron recuerdos preciosos y pienso que no podrías amar a alguien como
lo hiciste con ella. Creo que ese fue el origen de mi envidia—.
Aun así… Seguí leyendo. Quería conocer el amor en tus vivencias.
—En su momento, Daniela y yo nos enamoramos, pasamos buen tiempo
compartiendo anécdotas y atesoramos recuerdos; fue el amor de mi vida y
hasta soñamos con pasar la eternidad juntos. Sin embargo, a pesar de tanto
amor, no ocurrió porque ella…
¿Ella? —
—Desapareció de la faz de la Tierra sin dejar rastro como el rocío de una
rosa en un alba de primavera… Dándole el final a ese capítulo de mi vida.
Pues, yo seguí siendo el mismo, claro que repleto de distintas situaciones
que moldearon mi sendero de mil y un formas; pero sabiendo, a veces
inconscientemente, que alguna vez me iba volver a enamorar. Entonces, te
vi y fue como si el mundo se hubiera detenido para que todos mis sentidos
se enfoquen en ti.
Nos volvimos lo que somos en un par de semanas— concluí con un afecto
en su cabello.
Mariana sonrió, pude ver su brillo a pesar de las luces apagadas.
—Tú eres el amor de mi vida, Bryan. Creo en ti, en lo que sientes y cada
vez que leía tu libro sentía que quería un amor así. Un amor tuyo que
aprendí a sentir mientras nos íbamos involucrando en diferentes situaciones
con risas, sonrisas y momentos de frenesí que surgieron por dejarnos llevar.
No creía en el amor porque nunca lo conocí hasta que apareciste tú y
pintaste mis días con el color de tu sonrisa, tus locuras y ocurrencias y esa
linda manera de hacerme sentir protegida y especial.
Espero que sigamos siendo honestos, detallistas, respetuosos, románticos y
muy apasionados tal cual somos— dijo con una lágrima de emoción
cayendo por sus mejillas hasta llegar a mi pecho.
—Te amo el tiempo que dura esa sonrisa y la lluvia en tus ojos esmeralda
quiero que sea nada más que por alegrías.
No hay nadie en este camino, los amores del ayer y los romances vagos se
esfumaron cuando apareciste.
Eres el amor de mi vida, Mariana, porque siendo como eres estás a la
medida de mis sueños. Eres la mujer ideal y siento que muchas veces lo
estoy gritando cuando te veo; pero hoy te lo digo en frente en este susurro
nocturno—.
—Es el destino quien nos ha unido, corazón— dijo entre lágrimas de
emoción.
—Enamorarme de ti fue mi elección. No me enamoro de tu bella
existencia, me enamoro de tu andar en la vida laburando en lo que te gusta,
por tus pasiones con el dibujo, tu gusto por las bufandas que hoy
necesitamos, tu sonrisa cándida y tu devoción por la familia; tus sueños
logrados y tus
misterios por conocer; la personalidad completa que me encandila y el
objetivo que tienes por amarme. Elegí enamorarme de ti por ser como
eres—.
—No sabes lo feliz que soy sabiendo que me amas por quien soy—.
—Te amo por auténtica y genuina, con defectos y virtudes; por tu sonrisa y
tus cabellos; por tu emoción de ahora y tus expresiones diarias; por
mantener tu personalidad a pesar de todo, por luchar y por estar— le dije y
nos dimos un abrazo muy efusivo confundiendo lágrimas y sonrisas
desnudos sobre la cama. De repente, alguien tocó la puerta un par de veces.
—Seguro es mi mamá, voy a preguntarle qué es lo que desea— dijo
Mariana todavía oculta por mis brazos.
—Ma, dime—.
—Hija, he preparado fideos a lo Alfredo, ¿desean? —
—Delicioso— me dijo golpeando el pecho.
—Claro que sí, en diez minutos bajamos— respondió.
¿Todo anda bien por ahí? — Preguntó la señora.
—Más que bien, mamá— dijo Mariana.
—Me alegra. Los espero en la sala— dijo con amabilidad.
—Será mejor que bajemos antes que empiece a crujir la barriga— dijo
Mariana parándose de la cama.
—Todavía no prendas las luces que mis ojos se achinan— le pedí
siguiendo sus pasos.
Mariana se vistió en un tris y salió de la habitación diciendo que iría al
baño. Caminé cerca a la cama recogiendo mis prendas colocándome
primero la camiseta y después el jeans que se hizo difícil por la falta de luz
y en ese andar hacia el interruptor pisé un artículo que olvidaron levantar
provocando una fuerte sensación de dolor que contuve para no maldecir en
voz alta. Prendí la luz y me di cuenta que se trataba de un lego.
¿Por qué rayos Mariana tiene piezas de lego tiradas en el piso? Pensé con
enfado.
Ella vino peinada y sonriente diciendo que se había dado una ducha rápida.
Le pregunté por el lego. Me dijo que era de sus aficiones primarias y que
suele tener muchos en un cuarto que usan como depósito a pesar que
algunas piezas estuvieron rodando por los confines de su habitación.
Me recosté sobre la cama para ponerme las zapatillas mientras ella se
miraba en el espejo y luego acomodaba algunas prendas regadas sobre la
silla del escritorio como quien intenta hacer algo aprovechando un tiempito
muerto.
— ¿Por qué tienes tantas cosas afuera de su sitio? — Le pregunté con una
sonrisa anudando los cordones.
—Como te dije, disculpa el desorden. A veces llego del trabajo y dejo las
cosas en cualquier parte para dedicarme a leer o dibujar; aunque
mayormente sigo trabajando en la habitación contigua que uso como
oficina—.
—Sí, me imagino, porque aquí no cabe ni un alfiler— le dije con humor.
—Pero sí cabe un lego— dijo con una sonrisa.
Su madre volvió a llamar con dulzura: Chicos, esto se come calientito.
—Voy bajando, ya sabes cómo llegar— dijo y me dio un beso con sonido
para adelantarse.
Me acerqué al espejo para verificar mi peinado, acomodar el moño en el
cabello y no verme tan desafinado; aunque seguramente su madre sabría lo
que hicimos en la habitación.
Las fotografías que circundaban atraparon mi atención. Mariana y sus
etapas, podría llamarse el álbum en el espejo. En la mayoría de las
imágenes se veía sonriente en medio de la familia y amigos de acuerdo a
capítulos que iban surcando en su vida.
El señor Raúl se hallaba entre las fotos, quien con grueso bigote y a pesar
de la baja altura protegía con brazos estirados a las hermanas Benavides
que sonreían para la cámara a la orilla de la alberca de un club de verano.
En otra foto se veía a Mariana graduada de la escuela mostrando su
diploma con sonrisa entrañable. Las tres hermanas juntas en una fiesta
elegante con vestidos similares. Ella sobre un caballo durante la
adolescencia. En otra foto aparecía de niña construyendo con sus legos.
Malditos legos, pensé.
Junto a Diana y Carla aparecieron en varias fotos tomadas en distintas
épocas y finalmente la foto de graduación de la carrera de arquitectura.
El cajón de la repisa lavanda estaba abierto. La intriga me condujo a
curiosear encontrando, aparte de un peine y un par de cremas para el rostro,
un conjunto de pastillas para dormir, lo cual me trajo una rara impresión.
Oí un llamado proveniente desde la sala y me apuré; sin embargo, el
escaparate de libros fue como un imán para mi vista.
Dicen que los libros de una persona muestran algo acerca de su
personalidad. Harry Potter y su saga, revistas de arquitectura e interiores,
Megan Maxwell, filosofía de Platón, un tomo de Historia del Perú, Paulo
Coelho cuyos títulos ni siquiera revisé, una excelentísima edición de
Drácula, varios clásicos bien conservados de una edición muy hermosa,
más libros sobre arquitectura y una colección de ejemplares de autoayuda
con títulos ‘¿Cómo superar una
infidelidad?’, ‘Pasiones tóxicas’, ‘Aprendiendo a decir adiós’, ’13 pasos
para superar un duelo’, ‘Enamórate de ti’ y el que destacó entre el resto fue
‘Razones para seguir viviendo’.
—Corazón, te estamos esperando, ¿todo bien o te volviste a golpear con un
lego? — Gritó mientras iba subiendo.
Acomodé los libros con prontitud; pero uno se cayó justo al momento en
que entró preguntándome si estaba bien.
¿Estás husmeando en mis cosas o tardas porque eres un presumido y te
quieres ver bien frente al espejo? — Dijo con una mirada inquietante.
—Quiero verme lindo para ti— le dije con una sonrisa.
Guapo eres, o ¿Quieres qué te preste un libro? — Preguntó asomándose.
—No, ya tengo una cuadrilla de ejemplares por leer— respondí.
¿Y entonces por qué ese está tirado en el suelo? — Dijo señalando el piso.
Es curiosa y admirable la forma como las personas suelen cuidar tanto sus
libros al punto de saber cómo estaban formados.
—Bueno, ¿tal vez podrías prestarme este libro? — Le dije recogiéndolo del
piso.
¿‘Comer, rezar, amar’? — Dijo confundida.
—Me gustó la película. Adoro a Julia Roberts— le dije.
¿Quién no adora a esa mujer? Pero, bueno… se devuelve, eh— dijo con un
guiño. Me sujetó de la mano y salimos de la habitación.
—Amor, ¿y el libro que compraste? Tal vez te lo pueda firmar— le dije.
—Debe estar por ahí. A la próxima que vengas voy a ordenar y limpiar la
habitación para que no vuelvas a dañarte el pie y plantes tu autógrafo en los
ejemplares de tus letras— dijo viendo que cojeaba a medida que
bajábamos. Su madre nos esperaba en la sala. El platillo de fideos con salsa
a lo Alfredo estuvo tan rico como el que cocinaba mi tía en la pubertad
cuando hacíamos reuniones de primos y ella deleitaba al público con su
receta favorita.
¿Te gustó la comida? — Preguntó la señora luego de permanecer callada
durante la cena.
—Deliciosa, muchas gracias— le dije.
—Muy rico, ma. Si no te gustara el diseño, pondrías un restaurante— dijo
Mariana cogiendo mi mano por encima de la mesa.
¿Te he contado que mi mamá diseña unas prendas preciosas? — Preguntó
Mariana viéndome exageradamente.
La señora Gloria, quien había permanecido en mutismo comenzó a hablar.
—Sí, de hecho, como le dije a Mari, pienso dedicarme de lleno a esa pasión
que tengo desde niña— dijo con una sonrisa.
—Y yo te apoyo, ma. Es lo que siempre te ha gustado y ya es hora de
hacerlo estallar— dijo Mariana, me dio una mirada y consultó: ¿No es
verdad que las personas deben vivir de lo que aman?
—Por supuesto— dije automáticamente. Mariana sonrió y su madre
también.
—Ustedes dos son un claro ejemplo de vivir haciendo lo que les
apasiona— dijo viéndonos con ternura.
—Sí ma, es por eso que te motivamos a luchar por tus sueños. En primer
lugar, alégrate por dejar ese cansino trabajo que tantas veces te dije que
abandones y en segundo lugar, emplea el tiempo que tendrás para diseñar
tu fabulosa colección. Luego podrás sacarle algunas fotos. Nosotros
seríamos tus modelos oficiales; al editarlas colocando tu logo y marca las
subes a tu fanpage para que las personas conozcan tu trabajo y adquieran tu
ropa. O también podemos organizar un show room, pasarelas y demás. Yo
conozco muchísima gente a quien le gustaría lucir tus diseños. Incluso,
siempre te comento que Carla y Diana todavía recuerdan la vez que las
salvaste con el vestido de promoción. Ellas no encontraron uno a la medida
de sus gustos y mi mamá les diseñó uno increíble al punto que robaron más
de una mirada— contó con emoción.
La señora Gloria esbozó una sonrisa llena de entusiasmo.
—Y no te preocupes por la inversión, que yo te puedo dar— añadió
Mariana viéndola con ternura. Su madre sonreía llevándose las manos al
pecho.
—Gracias, hijita, siempre tan noble— dijo acercando su mano para que
rozara su brazo.
—Aun así, debo demandar a ese idiota— mencionó con algo de coraje.
—Si me permiten opinar… diría, ¿Qué vale más? ¿Su tranquilidad
emocional o lidiar nuevamente con la vulgaridad de ese sujeto? —
Mariana vio a su madre como quien trata de hacerle entender mi razón.
—Si pues. Yo realmente prefiero no volver a toparme con ese cretino—
dijo calmando su coraje.
—Claro que deberá ponerle una demanda; pero a su requerido tiempo.
Primero encuéntrese en paz. Nadie en este mundo deberá nunca quitarle la
tranquilidad— le dije con cierto énfasis en mis palabras.
—Sí, joven, tiene razón. Primero debo calmarme, realizar mis sueños y
después lo machaco como hormiga— dijo con un gesto de golpear la mesa.
Todos reímos.
La señora con mejor ánimos se levantó de la silla para llevar los platos a la
cocina, quise ayudarla; pero desistió.
Mariana y yo nos sentamos un rato en el mueble de la sala para reposar
poco antes de despedirnos.
Su madre apareció mostrando una sonrisa y subió las escaleras rumbo a su
habitación tras un movimiento de manos en señal de despedida.
—Gracias por aconsejar así a mi mamá— dijo Mariana recostándose en mi
hombro.
—Me gustó que nos viera como ejemplo— respondí.
—Ahora tendremos más tiempo juntas— dijo con alegría.
Ese trabajo la ataba y cansaba bastante. Ella decía sentirse cómoda; pero yo
sabía que muy adentro de sí, quería dedicarse a otra cosa.
En ese tiempo teníamos muchas deudas, básicamente en gastos médicos
que ocasionó la enfermedad de Raulito, añadió oculta en mi regazo.
Yo no estaba trabajando en el puesto que tengo ahora, por eso mi mamá
aceptó la propuesta de asistente y pudimos salir adelante. Mis hermanas
nunca se enteraron acerca del vendaval de deudas que tuvimos porque no
queríamos molestarlas. Ellas tienen su familia allá en Europa y nos gusta
verlas contentas. Además, si podríamos resolverlo solas, lo haríamos bien.
Me dio la cara y culminó: Ahora que tanto hemos superado es tiempo de
una revolución.
—Muchos pasamos por situaciones similares, a veces las tormentas
parecen nunca cesar; pero cuando llega la brisa junto a las aguas en paz,
nos olvidamos de esos días oscuros, ¿verdad? — le dije en reflexión.
—Sí, mi escritor favorito. Yo te conocí, mi mamá vivirá de sus pasiones y
comeremos perdices siendo felices— dijo con fervor dándome un abrazo.
Por cierto, volvió a darme la cara, ¿Cuándo es la presentación de la nueva
edición de tu novela?
—Fin de mes, ¿irás, no? — le dije acariciando sus suaves cabellos.
¡Por supuesto! Allí estaré en primera fila— dijo muy emocionada y me dio
un abrazo afectuoso sabiendo que enseguida me iría.
En la puerta de su casa nos quedamos otro rato. Nos habíamos despedido
con un beso y otro abrazo y al momento en que me iba cogía mi mano para
pedirme otros cinco minutos como adolescentes enamorados.
Accedía sonriendo. Volvíamos a abrazarnos y nos manteníamos así hasta
que de nuevo me tenía que ir; pero otra vez sujetaba mi mano para pedir un
minuto más.
Sonreía de una manera única como si dejara a un lado las palabras para
decir mucho con esa sonrisa preciosa y rectangular con dientes exactos y
pintada de un ligero color negro. El aroma adictivo de su suéter adormecía
las piernas quedándome quieto a su lado. No había forma de huir de sus
tenazas y sentir el beso en el cuello podría ser peligroso si lo hiciera más de
dos veces. Se lo hice saber para oír su risa como un eco instaurado en el
pabellón de mis oídos y nos tambaleamos un poco como dos ebrios de un
amor honesto que nos ambientaba.
—Será mejor despedirnos o tendré que pagar las consecuencias— dijo con
una sonrisa tras darme otro beso en el cuello.
Nuestras manos se desataron mientras nos alejábamos. Intercambiamos
sonrisas como enamorados que no desean dejar de contemplarse y
doblando en la esquina dejamos de visualizarlos.
El sábado a las diez de la mañana recibí la llamada de mi editor, quien
acostumbrado a la puntualidad, obsesionado por los detalles y sumamente
honesto, me dijo: Nos vemos a las cuatro en punto. No irá ningún taxi a
recogerte, tampoco habrá prensa internacional y Dios quiera que vayan
todas esas personas que pusieron asistiré.
Unos chicos de un canal de Youtube te quieren entrevistar. También habrá
catering de tragos y agasajos para los presentes.
Vístete bonito para las fotos y no dejes de sonreír. Ahí te veo, amigo. Ya
sabes que hacemos lo posible para seguir avanzando.
Eduardo Garibaldi y su editorial independiente han confiado en mí desde
que empecé la travesía por escribir volviéndonos amigos con el paso del
tiempo. Gracias a la demanda de lectores en el país y el extranjero junto a
la ayuda de unos contactos que logró obtener pudimos enviar la novela a
otros países.
Su frase ‘ya sabes que hacemos todo lo posible para seguir avanzando’ la
he escuchado cientos de veces y cada vez se asemeja más a la realidad.
A diferencia de mi editor, suelo tomarme un tiempo para todo y a veces me
olvido que este no tiene misericordia.
El desayuno después de la llamada vino con una taza de café y tostadas,
hubiera deseado que Mariana estuviera a mi lado; pero tuvo que ir a la
oficina a resolver un asunto junto a sus colegas acordando en vernos allá.
La presentación se realizaría en la librería ‘Atlántida’ del Óvalo Gutiérrez,
mis hermanos vendrían para almorzar e iríamos hacia allá; pero faltando
poco para las dos reorganizamos el plan. Ellos también irían de frente.
Tras una larga ducha elegí el atuendo acorde al momento. Tono oscuro
como acostumbro y con el moño bien acomodado para que los cabellos no
se caigan. Salí de casa dejando a Dolly bien alimentada y con los juguetes
dispuestos a ser destruidos, la puerta de las habitaciones cerradas y un par
de candados en la principal más la seguridad de un vigía en caseta.
En el camino pensé en Daniela, en el hecho de que escribir la novela fue
por obra únicamente de ella. Imaginarla en el estrado durante la primera
presentación hubiera sido un sueño maravilloso; pero ahora, varios años
después, me enorgullece no ser el único que la conoció.
De lunes a viernes el tráfico limeño es caótico; aunque los sábados se
aligera y eso ayudó a que el bus que suele ir lento avanzará a velocidad
ganándole a las manecillas del reloj que de a poco se acercaban a la hora
pactada.
A las cuatro en punto estuve en la entrada del lugar acordado fumando
cigarrillos para apaciguar los nervios, anhelando una cerveza bien helada
para remojar la garganta y a la espera de Edu, quien apareció al rato
estacionando su auto Kya Rio rojo pasión cerca de mi presencia. Presionó
el claxon para asustarme ignorando que estaba con audífonos porque de lo
contrario hubiera saltado.
Nos dimos un afectuoso abrazo porque no nos veíamos hace un tiempo
importante siendo una conferencia sobre escritura y publicación de libros
en una universidad privada la última ocasión que nos juntamos. Previo a
ello habíamos asistido a charlas en colegios e institutos promocionando las
obras de la editorial y la mía en especial.
¿Viniste en autobús? — Preguntó viendo el aparcado vacío.
—Sí, no me gusta manejar— respondí con una bocanada de humo.
—Y dime, ¿Cómo va el nuevo libro? Espero que estés trabajando duro,
eh— dijo colocando su brazo sobre mis hombros.
—Estoy avanzando. Voy ocho cuentos de doce posibles—. Encendió un
cigarrillo.
—Han pasado siete años desde la primera novela que publicaste y recién
escribes otro libro, ¿no crees que deberías apurarte? — Dijo elevando las
cejas y abriendo bien los ojos como sorprendido y a la vez preocupado.
—No se me hace sencillo escribir, me bloqueo demasiado. Además, estuve
enchufado con la tesis. Cuando la terminé me puse a escribir casi todos los
días—.
—Entiendo, socio; pero deberías apurarte— dijo golpeando mi pecho.
Se puso en frente, dio una bocanada de humo y comentó: Las críticas sobre
la novela fueron muy buenas, a bastante gente les llegó al corazón. Espero
que el libro de cuentos sea igual de intenso. ¿Ya tiene nombre?
—A veces vuelvo a leer los comentarios para motivarme—. Eduardo
sonrió.
—Estoy pensando en llamarlo: ‘Emociones del tintero’— le dije.
—‘Emociones del tintero’ repitió pensativo, mirando el suelo y dando leves
pasos resonando contra el suelo sus zapatos bien lustrados.
Me gusta. Son cuentos con emociones que fueron atrapadas en la tinta y
que el libro las libera— dijo con énfasis y sonriendo al tiempo que hacia
puño en su mano.
Sonreí tras una piteada.
Volvió hacia mí y otra vez puso su brazo sobre mis hombros para hablarme
muy de cerca: Esta nueva edición de ‘La última tarde’ promete porque a la
gente le encantó tu libro; pero como tu mentor y amigo, te aconsejo que
mejores tu técnica con el paso de los manuscritos. No te duermas en los
laurales, mi socio.
Me dio una sonrisa y arrojó el cigarrillo para adelantarse hacia la puerta de
entrada.
—Vamos a romperla en esta nueva presentación— me dijo con un ademán
para que lo siguiera.
—Se tú mismo, no te pongas nervioso y disfruta de las emociones de tus
lectores— añadió masajeando mis hombros mientras nos adentrábamos.
Sentados sobre sus mochilas, observando libros e intercambiando ideas
ligeras se hallaba un grupo de muchachos, quienes al vernos se pasaron la
voz.
—Señor Eduardo, buenas tardes, soy Carmen del canal de Youtube
‘Lectores sin fronteras’, ¿podemos empezar la entrevista? —
Edu dio la vuelta y me hizo la consulta. Asentí con la cabeza.
La muchacha se acercó para presentarse e indicarme que fuera a la mesa
donde daría las firmas para que respondiera unas preguntas mientras el
chico de gorra con símbolo de Batman grababa la entrevista.
—Bryan, te haré unas cinco preguntas sobre tu carrera de escritor y al final
te pido dos cositas: Aconsejar a los visitantes para que sigan sus sueños de
escribir y decirnos dónde conseguimos tu libro.
—Estoy de acuerdo. Empecemos de una vez— le dije con una sonrisa.
Su otro compañero, uno de suéter inca, me colocó un micro en la camiseta.
—Listo, en tres, dos, uno… Iniciamos— dijo Carmen, indicándole al
cámara y al joven de suéter para que se percate que nadie interrumpa
porque la gente comenzaba a llegar.
—Hola lectores sin fronteras, hoy estamos en vivo desde la librería
Atlántida para la presentación de la segunda edición de la novela ‘La
última tarde’ de Bryan Barreto, a quien le haremos algunas preguntas.
Vi a Mariana aparecer por la entrada. Intercambiamos sonrisas cómplices.
Ella se quedó en el umbral observando la situación. Vestía casual, se veía
preciosa. Quería pararme y darle un par de besos; pero debía de responder a
la primera pregunta.
¿Desde cuándo escribes y cuál es tu inspiración? —
Desde que tengo uso de razón me enamoré de la escritura y uso como
inspiración los componentes que los caminos de la vida me entregan.
Mariana sonreía recostada en la entrada con el bolso marrón oscuro
colgando de su mano izquierda.
¿Cuánto tiempo tardaste en escribir la novela? —
Mariana frotaba su mentón y achinaba los ojos, sacudía el cabello que caía
por su mirada y sonreía tan claro como la blusa dentro de su casaca.
No recuerdo bien; es un proceso largo, solitario, penoso y mágico cuyo
resultado es el molde exacto de mi alma adjunto a sus páginas.
¿Qué nos puedes decir acerca de los personajes? — Mariana me sacaba
fotos.
Los personajes viven sus vidas reales en torno a una ficción. Ellos ríen,
lloran, apuestan para ganar o perder, disfrutan, bailan, cantan, juegan a la
pelota, se enamoran, llenan de pasión y viven con intensidad como si el
mundo se fuera a acabar.
Mariana volvió a tomar atención. Se veía linda con esa chaqueta tipo blazer
de tono oscuro en armonía con la blusa blanca.
¿Actualmente trabajas en un nuevo proyecto? —
Pensé un poco antes de responder. A veces los escritores ocultamos en lo
que trabajamos a menos que al frente tengamos al editor.
Sí… algo se cocina en mi escritorio; pero no voy a profundizar en eso,
añadí con una sonrisa.
—Pero, ¿nos dirás de qué trata? Al menos un adelanto, por favor— dijo la
entrevistadora con una sonrisa y las manos como suplica.
Mi chica en el umbral dejaba pasar a un grupo de muchachas ofreciendo
disculpas por estar obstaculizando la entrada sin intención. Se fue
asomando y me miraba mientras lo hacía.
Bueno, a diferencia de este libro, el nuevo proyecto es un compilado de
cuentos que estoy seguro se robará sus emociones.
—Siempre le colocas una buena dosis de sentimiento a cada texto,
¿verdad? Porque cuando te leemos sentimos que nos explota el amor en el
rostro y deseamos enamorarnos para no seguir perdiéndonos de su magia.
¿Qué crees o piensas del amor en la actualidad?—
Mi novia de los cabellos castaños lacios que caen por sus hombros esbozó
una sonrisa dándome una mirada fija como quien espera una respuesta
asertiva que conoce e igual le gustará saber porque el contexto es distinto.
El amor es el mismo en todas las dimensiones, etapas o capítulos en los que
los personajes reales y de ficción se encuentren; lo que cambia es el modo
como ellos lo sienten y expresan a pesar que muchos mantengan la esencia.
Pienso que ahora hay muchas maneras de demostrar amor y todas se
encuentran válidas, no hagamos de la tecnología un martirio mecánico para
decir te amo, sino una oportunidad para expresarnos más o mejor, como
esos amores a distancia que saltan en alegría por video llamadas o aquellos
romances que todavía se envían cartas escritas a mano y también
intercambian stickers de WhatsApp con símbolos amorosos. Es así, al
tiempo que el mundo avanza, el amor se mantiene ampliando su forma y
manera de demostrarlo.
Yo creo que mientras exista honestidad y compromiso habrá amor del
bueno.
—Apunten eso, chicos y chicas: Mientras exista honestidad y compromiso,
habrá amor del bueno y sobre todo, sano.
Por supuesto, añadí.
—Bryan, para terminar, ¿nos das un par de sugerencias acerca de cómo
escribir sin morir en el intento? Aquí hay mucha gente que anhela saber el
truco para volverse escritor.
Sonreí a la cámara que se puso en frente.
Realmente, no hay truco mágico ni un libro de recetas de cómo ser escritor,
puede que uno nazca con esta vocación o la adquiera con el paso del
tiempo; pero ni con talento ni vocación se logran las metas.
Uno debe tener constancia, perseverancia y pasión por las letras para poder
construir historias que contengan sentimientos, emociones y estén a la
altura de quienes leen para que se terminen haciendo parte de la historia.
Además, sugiero mucha lectura, buen ojo para los detalles, empatía y
pasión desbordante.
—Atentos, eh— dijo la entrevistadora con un guiño a la cámara.
—Bueno, ha sido un placer enorme el tenerte aquí y esperemos que la
presentación de hoy sea maravillosa—.
Muchas gracias por la entrevista, estuvo muy chévere y espero que se
queden a compartir esta tarde con nosotros.
—Tenemos un montón de personas en línea, esperan ansiosos el inicio de
la presentación o están viniendo para aquí. En un rato estaremos
reanudando la transmisión. Nos vemos— le dijo a la cámara y cortaron.
Mariana vino hacia mí. Nos saludamos en un abrazo, me dio un café que
tenía en el bolso, lo bebí de golpe y la oí decir que estuvo muy chévere la
entrevista. Se asomó Edu, los presenté, después vino la muchacha que nos
entrevistó y pidió sacarnos una foto. Todos posamos, incluyéndola. Luego
me saqué una con la chica y le pedí que me sacara una con Mariana. No era
la primera foto, teníamos cientos; pero sí la primera en un evento como tal.
Vinieron otras decenas de flash hasta que un presentador de la casa librera
uso el micro para decir: Buenas tardes, ¿ya estamos listos para la charla
literaria?
La gente empezó a acomodarse en los asientos blancos de atrás y los
marrones con colcha de adelante en donde Mariana, Edu, el gerente de la
librería y otros connotados más se acomodaron murmurando entre sí acerca
del evento a empezar.
Yo hablaba por WhatsApp en el grupo de la familia respondiéndoles a mis
hermanos sobre la ubicación del lugar que no podían hallar.
—En unos minutos iniciamos, ¿les parece? — Propuso el presentador de
traje plomo, cabellos blancos y mediana estatura; pero con potente y
elocuente voz. Mis hermanos y primos aparecieron por la entrada
ocasionando alboroto por su prominente tamaño y su turbulenta actitud
para los eventos en masa porque suelen ponerse nerviosos y actuar como
niños.
Venían junto a sus novias. Elena con Jeff, Emilia con el recién llegado
Orlando y Luciana con Fernando; al lado estaban Ezequiel, Gonza y Sebas,
primos cercanos con quienes compartimos la vida.
Todos voltearon para verlos por la forma como ingresaron. Entre risas,
chacota y sonrisas caminaron por los pasadizos de libros hasta toparse con
el público. Los esperé poco antes para saludarlos, conversar un rato sobre
su falta de ubicación e invitarlos a sentarse.
Eduardo me llamó para acomodarnos en la mesa sobre una tarima
improvisada diciendo que comenzaría a hablar después de que el
presentador le otorgara el micro. Me pareció buena idea que el editor dijera
unas palabras antes de darme el paso.
Eran cincuenta a sesenta personas de distintas edades acomodadas en los
asientos blancos luciendo emocionadas, serias, curiosas y ansiosas de
acuerdo a su edad o estado de ánimo.
Desde mi posición podía ver la chacota de mis hermanos y primos
molestándose entre sí como niños nerviosos; pero parando el juego por
obra de sus novias, quienes como rígidas madres les pedían calma y
atención.
Reconocí algunos rostros vistos en las redes, quienes sonrieron y les
devolví la sonrisa. Mariana en frente, fácilmente siendo la más hermosa del
evento, sobria y resoluta, brillando como un sol cada vez que sonreía, con
las piernas cruzadas y los cabellos divinos; orgullosa y contenta, en medio
de la hilera de sillas y contándoles a quienes tenía al lado que era la novia
del autor en frente.
—Buenas tardes con los presentes, en esta oportunidad vamos a presentar
la segunda edición de la novela ‘La última tarde’ escrita con Bryan Barreto
y publicada por el Grupo Editorial Máquina del tiempo de Eduardo
Garibaldi— dijo el sofisticado presentador.
Las personas aplaudieron con efusividad, entre ellos un señor de escasa
cabellera situado en la primera hilera.
Edu recogió el micro.
—Más que un honor, es un placer estar aquí. Agradezco a los
organizadores y los presentes y seré breve porque a quien realmente
quieren escuchar es a mi estimado, entonces diré que estoy contento que
volvamos a publicar esta obra. La editorial en conjunto con el autor
llegamos a la maravillosa conclusión de que debíamos de lanzar una nueva
edición, igual de extensa, preciosa y con distintos detalles que ya el escritor
les irá contando.
Por mi parte, espero que puedan acercarse al escaparate a adquirir el libro
tras culminar la charla y los dejo con mi amigo a quien esperan oír.
Muchas gracias.
La gente aplaudió. Eduardo se levantó de la silla, dejó el micro y volvió a
su asiento.
—Hola lectores, en primer lugar, al igual que Edu, quiero agradecer su
presencia y ser lo más breve posible para que podamos sacarnos una selfie
después de firmar sus libros— dije con una sonrisa ante la algarabía del
público.
Todos tenemos una historia de amor que contar; pero muchos preferimos
ocultar y reservar para nuestro rato sobre la cama mirando el techo
añorando que ese tiempo sublime fuese perpetuo.
La novela narra otra historia de amor, una que al leer te traslada a tu
vivencia personal devolviéndote al tiempo exacto en que la supiste gozar.
Muchos lectores me han escrito diciendo que la obra los conduce a
momentos memorables junto a personas con quienes gozaron del amor en
toda su magnificencia y esplendor hasta que lo vieron desaparecer en un
horizonte de olvido que los condujo al recuerdo, uno que atesoran y recrean
en la mente mientras miran estrellas y observan el rostro de esa persona o
simplemente reviven con la misma persona que nunca se fue y siguió a
vuestro lado para darles uno y cien motivos para seguir enamorados.
La novela es una historia honesta que viví hace algunos años y de la cual
aprendí a desprenderme a medida que la iba escribiendo y así dejándola
para siempre entre las páginas del libro. De repente es por eso que cuando
la leen oyen latidos entre sus letras. Es mi corazón ardiendo entre sus hojas.
No obstante, aunque he dicho que aprendí a inmortalizar los hechos en las
líneas, los personajes y algo de mí se quedaron por siempre en esa etapa. Y
es así como nacen las historias.
En esta nueva edición he añadido episodios que la mente me ha revelado y
quitado algunos que estuvieron flojos, para así pulir una mejor obra.
Les aseguro que el contenido sigue siendo explosivo y la historia la misma
a pesar que la lean por décima vez.
Para finalizar y dar paso a la ronda de preguntas y respuestas que tanto
disfruto y continuar con la firma de libros que adoro, quiero decirles que:
‘Hay historias que nunca tienen final a pesar que la realidad les haya dado
uno’.
¡Muchas gracias por estar! Y los escucho preguntar.
El público aplaudió levantándose de sus asientos con amplias sonrisas.
Los lectores me asaltaron con preguntas de toda índole. Algunos hicieron
más de una, otros lanzaron tres de frente y no les dieron tiempo a los
mayores que también deseaban preguntar y terminaron haciéndolo a fina
voz cuando el alboroto se detuvo.
Durante al menos cuarenta minutos estuve contestando a las interrogantes.
La última pregunta vino por parte de Mariana, quien se levantó, cogió el
micro y preguntó, ¿puede el autor responder una pregunta más? Asentí con
una sonrisa y la escuché decir: Usted que habla tanto del amor y sus
dimensiones,
las etapas del enamoramiento, dicta consejos sobre romances y le confían
sus historias amorosas para que pueda escribir cuentos, además de su
notable novela que leí y disfruté, me diría sin reproches, ¿Cómo está su
corazón ahora?
Todos en la sala se mantuvieron firmes y expectantes.
—‘Tengo el corazón contento’ como diría una canción que mi madre suele
escuchar— dije ante el suspiro de la gente.
Aunque, si quiero profundizar y me gustaría hacerlo porque enamorados
estallamos en expresiones con bastante facilidad, quiero decir que me
siento como en una singularidad.
¿Qué es una singularidad? Es cuando entras en un hoyo negro y logras
atravesar su inmenso umbral para llegar a un lugar en donde el tiempo y el
espacio se distorsionan haciendo que todo se vea como una pintura
surrealista. Es así como me siento. Y ha sido alguien sumamente especial
quien me condujo hacia ese magnífico sitio.
¿Y saben algo más? No me quiero escapar.
Me levanté y agradecí con una reverencia.
La gente aplaudió parándose de las gradas para mayor énfasis.
—Sí que estuvo muy buena la presentación. Ahora les pediré que formen
una cola para la firma de ejemplares— dijo el presentador. La gente
murmuraba entre sí sin hacerle mucho caso.
La novela, la selfie y el escritor vienen juntos, dijo un intrépido cogiendo el
micro para hacer una broma.
Todos rieron.
Eduardo me trajo un café. Él también bebía uno, platicamos un rato sobre
cómo había estado la conferencia y esperamos a que los empleados de la
librería prepararan lo necesario para la firma.
—Muchachos, por si acaso, solo necesito de mi café y un lapicero negro.
No necesito más— les dije con una sonrisa al verlos entusiastas queriendo
cambiar el decorado de la mesa y colocar una cantidad importante de útiles
de escritorio.
—Parece que la cola va a llegar hasta la tienda de la siguiente esquina—
dijo Mariana con una gran y bonita sonrisa. Me dio un abrazo y añadió:
Estoy tan orgullosa de ti que me enamoro más.
—Yo también desde que aprendió a desenvolverse con el público— agregó
Eduardo con una sonrisa distendida tal cual su corbata liberada. —En las
primeras charlas era un poco tímido. Ya me siento más seguro— les dije.
¡Oye, estuvo chévere! — Dijo Fernando acercándose junto a Jeff y Carlos.
—Bacán, ah. Vino harta gente. Desde niños hasta ancianos— mencionó
Carlos señalando con la mandíbula a señoras de altísima edad.
—No te burles de mi abuelita— le dijo Mariana con seriedad. Ellos me
miraron.
—Disculpa, no sabía que era pariente tuyo— le dijo con acento serio.
Mariana y yo reímos.
—Te estoy bromeando. Soy Mariana, un gusto. Ustedes deben ser los
hermanos del escritor— dijo presentándose.
Se dieron la mano entre sonrisas.
—Ya conocen la razón de mi ausencia en los fines de semana— les dije.
El resto de primos también se acercaron luego de curiosear en los
escaparates.
—Socio, en cinco empezamos, no hay que dejar que se vayan sin su libro—
dijo Edu con un golpe en el hombro. Dijo permiso y se fue.
—Tu editor tiene el símbolo de dólar en los ojos— dijo Mariana y a
alrededor reímos.
—El dinero no es indispensable; pero sí importante— dijo Jeff.
Nosotros ya tenemos el libro, te esperamos afuera para darle espacio al
resto.
—Si pueden siéntense en las sillas de niños o den un paseo, esto terminará
en quince o veinte minutos— les dije.
—Muchachos, ¿les puedo sacar una foto? — Se acercó el fotógrafo de la
editorial, a quien en todo momento le estuve sonriendo para la mejor toma.
Emparejados mis hermanos, como centinelas los primos, Mariana y yo en
medio, la foto estuvo como portada de mi Facebook.
Temblaron mis manos después de tantas firmas. Mi sonrisa, en todas las
fotografías, estuvo honesta y encajada. Y recibí más abrazos y
felicitaciones que en mi propio cumpleaños.
Jamás llegué a sentirme tan contento por hacer lo que me gusta y la sonrisa
de oreja a oreja de Edu, a un lado de mí; aunque lejos del lente de la
cámara, con brazos cruzados y frotándose el mentón, mostraba el otro lado
del mundo literario, pues en sus ojos cabían dos grandes símbolos de dólar.
Me despedí de Eduardo con un apretón de manos. Él se quedaría a
optimizar el detalle de las ventas y charlar un tanto con el gerente del local
y un caballero de calva apariencia que estuvo divisando el evento.
Salí de la librería en busca de mi chica y hermanos a quienes encontré
regresando desde el pasadizo continuo con bolsas del supermercado
ubicado en el sótano.
Reían mientras que Mariana hablaba con ademanes incluidos acerca de
alguna situación chistosa.
—Hey, guapo, a las chicas y a mí nos dio hambre y resolvimos comprar lo
justo y necesario para una parrillada. Tus hermanos aceptaron la idea y se
encargaron de comprar los tragos que tanto te gustan. ¿Qué te parece?—
dijo con una sonrisa mostrando iniciativa.
Mi rectangular sonrisa fue la respuesta idónea.
Llegamos a casa y nos alistamos en la terraza. Jeff y Elena acostumbrados
a preparar asados en el balcón de su nuevo apartamento nos mostraron sus
dotes parrilleros luciéndose como nunca ante los comensales ansiosos por
devorar las carnes.
Bebíamos ron y vodka al tiempo que charlábamos sobre la conferencia y
sus distintos matices. Mariana hacía mención a la cantidad de gente que fue
y Luciana sorprendida respondía que cuando Fernando le comentó acerca
de su hermano escritor no pensó que tuviera tanta acogida porque en la
actualidad muchos andan pegados a programas sin sentido.
Yo todavía creo que las personas pueden enamorarse de un libro, respondí
y bebí mi brebaje de dioses escuchando a Fernando acotar que aunque
existe mucha basura televisiva aún hay personas que intentan hacer cultura.
La chinita asintió con la cabeza para enseguida decir: En el área donde
trabajo hay muchas personas que leen, voy a recomendarles tu libro.
Además, creo que deberías dar una charla en la universidad. Yo era parte
del movimiento cultural de la facultad y pude organizar eventos como
recitales poéticos, teatrales y demás.
A la gente siempre le motiva explotar ese lado artístico que tienen a pesar
que no pudieron hacerlo de forma profesional.
Admito que no iban muchos espectadores; aunque el resultado siempre era
anecdótico y bonito.
Voy a coordinar y te aviso. ¿No tengo que sacar cita, verdad?
¡Para nada! — dije con una sonrisa. Yo encantado de asistir, me gustan esos
eventos. Una vez fui jurado en un recital de poesía en donde ganó una chica
con una voz alucinante, les conté. También he hablado en colegios,
universidades y demás. Todo lo que sea cultural o literario es adónde voy,
añadí.
Mariana me miraba con una sonrisa.
—Apropósito y espero que no sea indiscreción, ¿ustedes cuánto tiempo
llevan saliendo? — Dijo Luciana aferrándose a Fernando por la ventisca
repentina.
¡Buena pregunta, Luci! Yo también quería saber lo mismo— dijo Elena en
un giro veloz que hizo mover su clara melena ondulada.
—Nosotros tampoco teníamos idea de tu existencia—añadió Ezequiel
asomándose por detrás.
Sebas y Gonza solo miraron con tragos en sus manos.
—Bueno, dicen que los escritores suelen ser misteriosos— comentó la
chinita Luciana.
—Pero ahora es tiempo de saber hasta el mínimo detalle— enfatizó Camila
frotándose las manos.
Mariana entrelazó su brazo con el mío poco antes de responder. Carlos se
mantuvo callado; aunque expectante.
¿Qué puedo decir? — Dijo Mariana sintiéndose intimidada como pocas
veces.
—Con confianza, cuéntanos, ¿Cómo es el escritor en la cama? — Dijo
Ezequiel como broma.
Las chicas lo miraron con el ceño fruncido y luego una sonrisa.
—No puedo dar detalles acerca de eso— contestó Mariana con ligereza.
—Para ser honesta, ambos acordamos en no llevar el tiempo, simplemente
nos enamoramos mientras vivimos, disfrutamos, sentimos, sonreímos, nos
expresamos el amor que vamos recolectando y explotamos en sonrisas con
el afán mutuo de querer lograr y alcanzar grandes cosas como pareja. Por
ejemplo, yo quiero que siga creciendo como escritor y él espera lo mismo
para con mi profesión. Pienso que no se trata tanto del tiempo juntos, sino
de cuantos momentos hermosos vayamos teniendo—.
—Qué bonito. ¿Y qué piensa al respecto, el señor escritor? — Dijo Luciana
elevando la mirada para verme.
—Que acabo de abordar un transbordador espacial rumbo a la felicidad—
respondí.
¿Y ustedes cuándo se casan? — Ataqué en una pregunta a Luciana y
Fernando.
¿Ya está lista la parrilla? Me muero de hambre— respondió Fernando
mirando a Jeff y Elena en un afán por zafar de la duda.
—Todavía no tenemos planes; aunque pronto vendrán sorpresas— dijo
Luciana acomodándose en sus piernas.
— ¿Y eso implica aumentar de peso? — Dijo Ezequiel con un gesto
exagerado de circunferencia en su barriga.
—Aunque creo que eres tú quien se adelantó a ese hecho— dijo Carlos en
referencia a la barriga de Ezequiel ocasionando una carcajada grupal.
—No, aun no pensamos en tener hijos. Como mujer es mi anhelo; aunque
todavía quiero lograr algunos otros sueños que tengo— dijo Luciana en
modo reflexivo.
—Nosotros tampoco— le dije de inmediato.
—Aunque… a veces lo he llegado a imaginar— añadió Mariana ante mi
asombro. Las miradas se enfocaron en ella.
Desde esa vez que lo conversamos en tu cocina no he dejado de pensar en
eso, acotó viéndome.
El grupo murmuró.
—Creo que deberías dejar de tomar, mi amor— le dije en broma.
—Estoy tomando gaseosa, bobo— respondió con un golpe en mi pierna.
—Nosotros lo hemos pensado y hasta planificado en varias ocasiones,
¿verdad, mi gordo? — Dijo Elena desde su posición pasando su mano por
la espalda del asador.
Los ojos se enfocaron en ella a excepción de los míos, que veían a Mariana
preguntándome en la mente, ¿Qué estaría pensando en referencia a tener
hijos?
Elena contaba algo de su versión al tiempo que su novio preparaba la carne
y acotaba un comentario en respaldo a lo que decía.
—Entonces, creemos que dentro de un par de años, cuando terminemos de
pagar el apartamento, podemos empezar a trabajar en un heredero—
concluyó Elena con una sonrisa de emoción.
—Amor, ¿realmente piensas tener hijos conmigo? — Le dije a su oído.
Mariana volteó tras un cosquilleo y respondió: Contigo podría surcar el
universo con dos globos.
—Y yo contigo podría ir al Jardín de las Hespérides y robar las manzanas
doradas—.
Ella sonrió.
—Nosotros seríamos capaces de navegar el Pacífico en un barco de
papel— me dijo.
—Podríamos construir constelaciones de un suspiro. Armar pirámides con
los dedos. Caminar por laberintos de Creta con los ojos vendados. Vencer a
Goliat. Desafiar a los dioses y hacernos inmortales— le dije con una
sonrisa.
Ella me miraba fijamente con los ojos brillando.
—Juntos somos como la Tierra y la Luna, nos necesitamos a la medida
exacta para que la vida funcione— dijo acercándose más.
—Es tu boca mi destino inmediato y tus labios el manjar más sabroso— le
dije.
—Y son tus ojos como mares que quiero descubrir— dijo.
—Y los tuyos esmeraldas que transmiten no solo honestidad—.
Una mano surcó su cuello y nos besamos sin importar los curiosos
sintiendo el brote de emociones que rebalsó en el interior de ambos
corazones como si se inundaran sus paredes y fueron las almas quienes se
confundieron para moldearse entre sí al tiempo que una canción de Cerati
se oía de fondo como eco y la realidad se veía nublada e ignorada siendo
nosotros los dueños del mundo por los segundos que duró el beso.
—Si ya dejaron de amarse, pueden servirse— dijo Jeff con humor.
Elena nos entregó un par de platos. Mariana agradeció y se levantó para
recoger las carnes en la mesa. La seguí para imitarla y llenar mi vaso con
ron emulando al resto de la banda que no solo bebían y comían, también
fumaban y hablaban de mil y un temas en común.
Se escuchaba ‘Zoom’ cuando nos sentamos a comer saboreando la sazón
del asador y oyendo la charla de los otros que discutían sobre quién era el
mejor jugador de la actualidad.
Fernando decía que Cristiano Ronaldo era mucho más completo y capaz
que Messi, mientras que Ezequiel, quien tiene un tatuaje del 10 argentino
en su pierna, lo defendía a puño y diente con argumentos altamente sólidos
que más de uno aceptaba como cierto; sin embargo, el más sensato era
Gonzalo, quien afirmaba ver a dos grandes de la élite mundial y se sentía
agradecido por eso. Pensé lo mismo, no lo dije por tener un trozo de carne
en la boca y a punto de ingerirlo con ron al tiempo que Jeff agregaba que su
mejor jugador siempre fue ‘El fenómeno’ y que nadie podría igualarse.
También le di la razón; pero no pude afirmarlo por estar bebiendo.
Sebas comentó que deberíamos de ver menos fútbol y jugar básquet como
solía practicarlo los sábados por la tarde en su ex colegio.
A Mariana no le interesaba mucho el deporte rey, tampoco el básquet; ella
hablaba con Luciana y Elena acerca de grupos musicales desde electrónica
hasta cumbia, tenían tanto en común que incluso sintonizaron sus gustos
ante los muchachos que concentrados en la plática futbolera no se
percataron que oían ‘Roar’ de Katy Perry.
Orlando y Emilia desaparecieron de la parrillada sin que nadie se diera
cuenta; aunque entendíamos tácitamente que se merecían un reencuentro de
ensueño sobre la cama.
El grupo comenzó a hablar sobre películas y series vistas en Netflix y los
comentarios llovieron en frente de mí, que no había tenido oportunidad de
mirar mucha televisión.
Elena eligió una canción de Clean Bandit, Ezequiel volteó para decir que
sería el siguiente en sintonizar una canción; pero no le hicieron caso. Las
mujeres manejaban la música sentadas a un metro de nosotros conversando
entre sí.
Al rato se oyó una canción que a todos nos agradó. ‘Algo está cambiando’
de Julieta Venegas. Continuamos con la charla acerca de situaciones del
pasado tales como anécdotas y demás mientras que en el otro grupo las
chicas intercambian argumentos en una plática muy amena.
Volvió Cerati con ‘Puente’ y Mariana se emocionó señalándome con una
sonrisa diciendo que era para mí. Le devolví la sonrisa y envié un beso.
Más de uno no pudo permanecer alejado de su pareja a pesar que solo nos
separaba medio metro, volvimos a juntarnos en una redondéela amplia con
la condición de que cada quien seleccionara una canción a su gusto.
Mariana escogió ‘Te doy mi amor’ de Los Bacanos firmando el titulo como
nuestro. Nos sujetamos de la mano oyéndola y compartimos miradas
olvidando el tema en conversación. Otra vez teníamos nuestro breve
tiempo de romance apartados del mundo que nos rodea. Ella recostada en
mis hombros y yo acariciando sus suaves cabellos tras dejar el vaso sobre el
piso.
¿Por qué estuvimos tanto tiempo distanciados? — Me dijo de repente.
—Porque siempre fuimos ‘prófugos’— dije junto a la canción de fondo.
—Amor, hemos estado menos de veinte minutos conversando en grupos
diferentes y a medio metro de distancia— añadí con una risita irónica.
—No, bobo. Me refiero a que recién nuestros caminos se han cruzado
luego de haber estado separados por años— dijo con la mirada en mis ojos.
Por eso creo que es el destino; aunque haya tardado un tanto en
encontrarnos. Sin embargo, ahora que lo pienso con mayor proyección,
creo que está bien que nos topáramos en este presente, porque de lo
contrario, tú estarías deambulando en otros sectores amorosos y yo
enfocada en ser una arquitecta prestigiosa.
Y simplemente no nos hubiéramos juntado, acotó con mucha seriedad.
—Mi mente no maquina tantos supuestos. Mi cuerpo dice que te quiere
ahora sobre la cama mientras que el corazón palpita puros te amo— le dije.
—Te amo en mil idiomas y quiero lo que tu cuerpo caliente incite— dijo
con una sonrisa.
La cogí de la mano y susurré al oído: ¿Y qué estamos esperando, mi cielo?
¡Qué termine la canción! — gritó para cantar ‘Crímenes perfectos’. Nos
levantamos de las sillas ignorados por los presentes que conversaban
airadamente sobre política teniendo de fondo a un reggaetón antiguo.
Zafamos de la terraza descendiendo a hurtadillas y con besos rápidos en los
escalones para no tropezar.
Nos introducimos en mi habitación empujando la puerta con los cuerpos
impartiendo caricias y besos, olvidamos apagar las luces y nos tiramos a la
cama para continuar con lo que empezamos desde el momento en que la vi
entrar a la librería.
Se sacó los zapatos mientras me quitaba la camiseta teniéndola en frente
con los labios mordiéndose y los ojos como faros. Pidió una canción,
encendí la tele y se oyó ‘Nuestro amor será leyenda’ de Alejandro Sanz.
Volví a verla rendida sobre el edredón sin blusa y con el brasier a punto de
estallar. Lo quité en un santiamén contemplando sus preciosos senos, los
cuales inmediatamente me dispuse a besar produciendo calentura en su
interior y unos gemidos débiles que poco a poco aumentaban en decibeles.
Resolví sacarme el pantalón para quedarme únicamente en bóxer.
Alejandro Sanz cantaba ‘Eso’ y yo la desnudaba con suavidad para
plantarle besos
cálidos en los muslos a medida que, curiosamente, se escuchaba ‘Desnuda’.
Usé la dentadura para robar su intimidad y sentir el aroma del tesoro que
estaba a punto de devorar con besos lentos y frenéticos como si estuviera
saboreando sus labios.
Gemía más y movía la cabeza de lado en lado en señal de placer. Estiraba
sus manos para tocarme la nuca como deseando que me quedara ahí; pero
no alcanzaba a rozar mis cabellos cuando me disponía a besar sus pies tan
dóciles como porcelana.
La vi de frente como un lobo a punto de comerse a su presa, se veía
preciosa en completa desnudez como si ángeles escultores del cielo
hubieran dedicado su vida para crearla.
Sigilosamente fui subiendo desde los muslos hacia sus senos para sentir su
calidez con las manos y besarlos como si estuviera moldeando una figura
exacta.
Mordí sus labios, planté besos en el cuello y el mentón; en las mejillas y las
orejas junto a un susurro que decía ‘te deseo, eres mía’ para que el cuerpo
tuviera un temblor evidenciando lujuria que encaminó a las pieles a una
fusión de cuerpos al tiempo que penetraba sus entrañas con claridad y
mesura incrementando decibeles sin avisar; tan repentinamente que la hacía
explotar. Surgió el fetiche por los pies que conspiró con mis ansias por su
piel, razón por la cual, al tiempo que penetraba su intimidad con las piernas
sobre mis hombros, besuqueaba sus dedos una y varias veces a la vez.
Nos pusimos de lado. Alejandro Sanz cantaba ‘Cuando nadie me ve’ yo
besaba sus hombros contando sus pecas atrapadas en mi memoria y
diciéndole al oído, los lunares de tu espalda son como lunas de Saturno y
estos besos el hacedor de tus supernovas.
Se estremecía estirando el cuello, los cabellos cayendo de lado a la altura
de sus pechos y mis manos quitándolos para cogerlos por completo al
tiempo que dibujaba su espalda a besos como quien descubre una silueta
perfecta.
Recogí sus cabellos atrapándolos en una cola con la mano izquierda y
alzando la misma para que estirara el cuello y así besarlo en su complejidad
sin dejar rastro, solo pasiones efímeras como un vampiro libidinoso
dispuesto a comerse su cuerpo entero.
Mis besos perforan tus entrañas llegando hasta el alma, le dije tras el goce
en su cuello.
Ella estiraba su mano intentando coger mi intimidad, la tuvo en sus manos
y fue agitando provocando el delirio que me hizo acelerar el ritmo y
acomodarme a la altura idónea para penetrar su ser.
Estábamos tan juntos que podíamos oír nuestra rápida respiración, una
veloz palpitación y a lo lejos una canción acerca de una amiga y las
pretensiones del autor.
—Amor… Amor — dijo mientras hacíamos el amor.
—Dime, mi cielo— respondí al oído debilitando el ritmo.
—Tengamos un bebé— dijo ante mi asombro.
Me detuve por completo y giró el cuerpo poniéndose en frente. Sonreía con
unos ojos cristalinos.
—Quiero que seamos tres— dijo con ternura y la mirada fija en mis ojos.
Mis latidos aumentaron.
Lo pensé un instante.
Vi nuestra historia en ese instante.
—Está bien, amor… hagámoslo— dije dejándome llevar por la pasión
dominante de sus dulces palabras.
Subió mostrando emoción en sonrisas y se acomodó para que volvamos a
sentir el placer en pausa.
¿Y si conciliamos esta noche? — Propuso con una sonrisa viéndome
fijamente a los ojos.
Le regalé una sonrisa ante su mirada dulce y brillosa como solo la tendría
una mujer enamorada.
—Mi marciana, te amo— le dije inspirado en la canción de mi cantautor
favorito. Ella me miró sorprendida, sonriendo, con los ojos luminosos y se
acercó para darme un beso y ofrecer un susurro que decía: Quiero darte
todo el amor que mereces y mucho más. No habrá finales esta vez.
—Contigo no existen los epílogos— respondí sonriendo y nos abrazamos
fuertemente manteniendo los cuerpos y las intimidades conectadas.
Empezó a moverse lento, sonreía, se acomodaba los cabellos, gemía,
estiraba su brazo en mi muslo, torcía el cuerpo hacia atrás, volví a gemir y
sonreía otra vez evidenciando placer y amor en poderosos destellos.
Pensaba en sus palabras, en sus hechos presentes y la forma tan noble y
honesta de amarme al punto que me llené de un coraje potente y sincero
para coger sus muslos y moverme frenéticamente de tal modo que
conciliamos en orgasmos y nos rendimos cayendo a la medida de los
cuerpos que todavía seguían enganchados.
—Eso fue demasiado… Bueno— dijo en un suspiro.
—Estuve en el Olimpo— le dije sintiéndola recostarse sobre mí.
A lo lejos comencé a oír risas acompañadas de música que poco a poco se
iban diluyendo siendo reemplazadas por sonidos de zapatos impactar con
los escalones y palabreo incoherente que terminaron en puertazos de
habitaciones cuyas camas serían testigos de un glorioso fin de la noche.
Cuando apagué la televisión escuché los sonidos del colchón encima de mí;
pero me concentré en la respiración de Mariana y drogado por el aroma de
sus cabellos y pieles en alto fui cayendo en un profundo letargo.
Desperté por causa de unos golpes en la puerta. Abrí los ojos, Mariana
estaba a mi lado viéndome desde hace rato; sonriente y desnuda; aunque
cubierta hasta los hombros, soltó un bostezo gigante elevando las manos y
le respondió al autor de los golpes: Estamos ocupados; aunque si es para
comer, estamos dispuestos.
—Iremos a ‘Los dos piratas’, ¿se animan por un cevichazo? — gritaron. No
reconocí la voz.
—Qué rico. ¡Levántate, corazón! Y vamos a darles el alcance— me dijo
parándose de la cama en dirección a sus prendas regadas en el suelo.
—No me mires, pervertido— dijo con una sonrisa. Yo le veía el contorno
adecuado para mis besos inclinándose para recoger su trusa mostrando de
casualidad ese grandioso trasero que tantas veces supe acariciar.
Dio la vuelta con la intimidad cubierta de negro y me dijo: ¿Ya piensas
pararte?
—No hasta que termines de vestirte— respondí mordiéndome los labios.
—Tus hermanos nos están apurado, date prisa, por favor— dijo esbozando
una sonrisa a pesar de su tono amargo.
Se puso la blusa en un santiamén y se acercó al espejo para acomodarse el
cabello con utensilios sacados de su bolso.
Me asomé a su lado estirando mis brazos alrededor de su cintura y dejando
caer mi mentón en sus hombros.
—Que fácil se te hace ser hermosa— le dije con un beso en la mejilla.
Eres como una diosa porque no necesitas de tanto para verte preciosa,
añadí. Ella le sonrió al espejo. Le di un mordisco en los hombros.
—Por favor, amor, ayer ya tuvimos suficiente— dijo sintiendo algo en su
colita.
Reímos.
—Me retracto— aclaré repentinamente. Me miró por el espejo. Tu belleza
dejaría sin oportunidad a todas las diosas del Olimpo. Sonreí y abrí la
puerta adentrándome en el baño. Salí y me vestí.
Mariana esperaba oyendo ‘Mi marciana’ con letra para aprendérsela rápido.
Mis hermanos bajaron junto a sus novias entre risas, comentarios acerca del
restaurante y algo más que no llegamos a entender. Pasaron por la
habitación y a coro dijeron: ¿Nos acompañan o piensan improvisar en la
cocina?
¡Ya vamos!, ¡Ya vamos!— respondió Mariana en un grito capaz de oírse en
los cuatro pisos de la casa.
—Los esperamos en la sala— respondió una de las chicas con igual voz.
Llegamos al restaurante ubicado a unas cuadras de la casa, nos
acomodamos y tuvimos la oportuna presencia del camarero, quien recogió
los pedidos y se marchó dejando canchita y cocteles de regalo.
El regreso del mozo con las fuentes de ceviche, jalea y arroz con mariscos
incluyendo las gaseosas interrumpió la charla sobre los hechos de la noche.
Comimos y bebimos en mutismo por el asedio del hambre en las barrigas;
pero poco después de satisfacer dicha necesidad impartimos comentarios
sobre los platos seleccionados hasta que una llamada especial asaltó el
ambiente poniéndonos en frente del celular de Jeff, quien había acogido por
la aplicación Zoom la inesperada y muy sentida telefoneada de nuestros
padres desde el viejo continente.
Elena y Jeff fueron los primeros en saludar agitando las manos y esbozando
sonrisas. Luciana y Fernando aparecieron en escena mostrándose felices
ante la emoción de nuestros viejos que nos veían juntos como últimamente
pocas veces.
Ellos hablaron tras aumentar el volumen que no pudieron aplicar bien.
—Hola hijos, ¿Qué tal les va? Que maravilloso verlos juntos. Así debería
ser siempre— dijo mi mamá llena de emoción casi al borde de las lágrimas.
Orlando y Emilia saludaron a la misma vez: Hola ma y pa… ¿Cómo les va
por allá? ¿Dónde están ahora?
—Hijito, te ha crecido la barba, te pareces al Che Guevara— dijo mi vieja
con el humor acostumbrado.
—Dígale que se afeite, por favor, señora— interrumpió Emilia con su
clásica sonrisa con orificios en las mejillas.
¡Orlandito! Debes afeitarte, por favor. Te verás más joven y apuesto—
decía mi mamá, quien enseguida preguntó por mí, que estaba tomando la
gaseosa por la sed que te produce la resaca.
—Por ahí he visto un par de fotos de Bryan con una guapa señorita— dijo
cuándo la cámara se fue acercando.
La detuve para que me viera. Se veía igual de linda con la sonrisa bien
puesta, mi viejo a su lado mostrando sus canas motivo de bodas de plata y
algo más con su camisa a rayas abrazando a su esposa en cada instancia,
quien volvía a tomar el control preguntando como me había ido en la
presentación.
¡La pasamos chévere! Fueron muchas personas incluyendo a los presentes.
Las fotos las subí a las redes, vi que le diste me gusta y comentaste— le
dije con una sonrisa.
—Sí, las fotos están muy bonitas. Me encantó que fueran todos, incluyendo
a Sebas y Gonza a quienes estoy viendo por ahí; pero dime, ¿Cómo se
llama esa bella dama con quien te vi bien acompañado? — dijo junto a una
sonrisa.
Mi viejo interrumpió hablándole: No lo molestes, seguro no quiere hablar
de eso ahora.
Todos oímos y reímos.
—Hola señora, buenas tardes o noches, soy Mariana— se presentó frente a
la cámara que cogía con mis manos.
—Hola Mariana, te ves mucho más linda en persona que en fotos— dijo mi
vieja y le habló a mi padre a su lado: Mira, es su novia. Se ven lindos, ¿no?
Nuevamente sonrió mirando la cámara para decir lo siguiente: Espero verte
cuando vaya a Lima.
—Gracias señito, usted también está regia. Ya comprendo de dónde sacaron
tanta pinta sus hijos— dijo Mariana sonriéndole.
—Cariño, dile a los muchachos que se acerquen porque queremos darles
una noticia— dijo mi mamá.
Mariana les hizo un gesto para que vengan. Se acercaron en mancha
colocándose detrás.
—Hijos, nueras y sobrinos, queremos contarles que…
Se les veía distorsionados; pero seguían hablando como si no se dieran
cuenta del desastre.
—No los escuchamos, ¿Qué están diciendo? — Dijimos a la par.
—Oye, ¿Qué pasa con tu aparato? — Le dije a Jeff, se asomó y dijo que
seguro se trataba de la señal. Cogió el celular y lo elevó de forma
automática como si estando arriba pudiera arreglarse.
—No es tu fono, es el de ellos— dijo Orlando e intentó ingresar al chat por
intermedio del suyo.
—Yo tampoco puedo conectarme, parece que están sin señal y no se dan
cuenta— dijo después.
—Entonces… ¿Qué hacemos?, ¿Cómo le decimos? — Quise saber.
—A mí lo que me intriga es lo que están hablando— mencionó Fernando.
—Y no tenemos ni idea de lo que es— dijo Orlando fastidiado.
—Cuelga y apaga el cel. Lo prendes y vuelves a llamar— propuse.
—Pero… cortaría toda comunicación y no sé qué hora es allá. Quizá y
cuando lo encienda ya estén dormidos— respondió.
—O tal vez ocupados en lo suyo— dijo Luciana con humor. Todos la
miramos.
¡Dios mío, amor! Que cosas raras piensas— dijo Fernando con exageración
viéndola con una sonrisa.
—Mis padres lo hacen desde que era niña y no le veo algo de malo, es más,
para la edad en la que están resulta mejor que una caminata. Además de ser
menos peligrosa— fue contando con naturalidad.
—Amor, comprendo la intimidad de las parejas; pero estoy seguro que
nadie quiere conocer los detalles— dijo Fernando con una sonrisa.
—Ya lo apagué. Voy a encenderlo y llamarlos— mencionó Jeff.
¿Alguna vez viste a tus padres tener relaciones sexuales? — preguntó
Mariana. Tu mamá es hermosa, debe tenerlo loquito a tu viejito, añadió
ante la carcajada del resto.
—No lo sé, corazón. El día que vea eso me pego un tiro en la cien— dije
con una risa.
—Yo nunca los he visto. Imagino que lo harán en silencio debajo de la
frazada o tal vez de costadito y así hacen menos ruido— dijo Mariana
como una broma.
—Creo que ponen una almohada detrás de la cama— añadió Luciana.
¡Demonios! Entonces, ¿Vieron lo mismo que yo? — Dijo Orlando en un
grito angustioso; aunque humorístico.
Todos lo miramos abriendo los brazos.
—Vi una cojín en la esquina de la cama— sentenció con una contagiosa
carcajada.
—Estoy volviendo a llamar— interrumpió Jeff. Elena se le asomó para ver
la pantalla.
—No contestan, seguro se les fue la señal— mencionó al rato.
—Allá deben ser las diez u once, quizá y simplemente se fueron a dormir
sin perversas intenciones a menos que por ahí una mano traviesa
interfiera— dijo Elena mirando a las chicas que ocultaron su risa con la
palma de la mano.
—Bueno, seguro más tarde escribirán en el grupo lo que nos iban a
contar— dijo Jeff con seriedad. El mozo apareció y nos dio la cuenta.
Intencionalmente los hombres del grupo se esparcieron dejándole la boleta
a Jeff, quien de un grito los trajo de vuelta: ¡Oigan! Ya no soy el único a
quien le aumentaron el sueldo.
Dividimos la cuenta entre los hermanos y los primos, las chicas
propusieron preparar un postre llegada la noche y eso nos pareció
estupendo.
Gonza y Sebas se abrieron poco antes de salir del restaurante aludiendo
cansancio y ganas de estar en cama tal cual lo hizo Ezequiel a las primeras
horas de la mañana motivo por el cual no pudo acompañarnos.
Elena y Jeff decidieron visitar el supermercado para las compras de su casa
y los ingredientes para el futuro postre. Luciana y Fernando resolvieron
acompañarlos acordando entre ambas chicas fusionar conocimientos en
repostería para deleitar al grupo.
Emilia y Orlando tenían ganas de saciar una necesidad intrínseca que no
pudieron satisfacer por completo debido a que, según dijo ella en broma,
alguien se quedó dormido víctima de la borrachera. Aunque, el menor de
los hermanos acusó que se trató de cansancio.
Juntos regresamos a la casa, ellos subieron a su habitación a velocidad y se
encerraron ignorando hasta a Dolly, quien después de almorzar se hallaba
regada sobre el mueble descansando y a la espera de la llegada.
La saludamos un rato para hacerla sentir importante y arribamos hacia la
habitación para tirarnos a la cama.
Mariana se quitó el brasier sintiéndose liberada, abrió los brazos tras un
sonido en señal de agotamiento y estiró las piernas para sentirse aliviada.
Yo estaba en frente observando su proceder mientras buscaba una canción
que sintonizar.
¡Esa canción me gusta! Ponla, por favor— indicó con el dedo. ‘Y, ¿Si fuera
ella?’ Se escuchaba.
¿De qué crees que trate la canción? — Le dije.
—De una mujer, obvio— respondió asomándose con los pechos
descubiertos.
—Pero no cualquier mujer— comenté.
¿Entonces? — Quiso saber con intriga.
—Acerca de la idea de una mujer. Él habla sobre una mujer idónea para
con su vida entera, por eso habla de muchos rostros y otros nombres; pero
cuando la encuentra se trata de una mujer perfecta en sintonía con sus
sentidos, el camino y el destino. Cuando te enamoras encuentras a la mujer
correcta así te enamores una o cien veces, siempre será la indicada. Por eso
no es cualquier mujer, sino una que se adueña de tu corazón—.
¿Y tú crees que yo sea esa mujer para ti? — Consultó con una mirada fija.
—Todos los hombres buscamos a una mujer a la par con nuestros sentidos
y el camino que recorremos… Y yo tengo el gusto de tenerla en frente— le
dije acercándome para darle un beso.
El beso fue volviéndose intenso y las prendas restantes saliendo al ritmo de
la canción y la siguiente en una composición casual de sucesos haciendo
que los cuerpos desnudos se mezclen entre baladas que podrían descifrar
con franqueza lo que sentimos y no decimos por gozar de nuestras pieles.
Dormimos con la música como eco y las manos juntas intercambiando
sonrisas poco antes de caer en el sueño.
De nuevo el sonido de la puerta nos despertó. Maldije tener a mis hermanos
cerca; aunque disfruté de la exquisitez que prepararon como lonche.
Leche asada más un pastel de vainilla acompañado con su respectivo café
fue el maná del domingo entrada la noche.
El siguiente viernes por la tarde, escribía el cuento que completaría el
compilado cuando recibí la llamada de Mariana. Generalmente solía tener
el celular en frente con el volumen en silencio y viendo de reojo la pantalla
por si la llamada fuese importante.
—Hola, mi amor, ¿Cómo te fue hoy? — Fue lo primero que le dije tras
dejar las teclas en alto.
—Hola corazón, te llamaba para preguntarte si me harías el favor de dejar
de extrañarte y podrías acercarte a la oficina a recogerme— dijo con
ternura.
—Encantado de satisfacer tu necesidad de mí— le dije. Se escuchó una
risa.
¿Qué te parece si vamos por unas copas a Mangos de Larcomar? — Hace
mucho que no iba a ese lugar.
—Sí, está bien, ¿en una hora? — Propuse.
—Ya, genial, termino de hacer unas cositas y salgo para allá—.
—Ahí te veo, amor. Te adoro—.
—Te veo al rato, te amo—.
Terminada la llamada seguí con el relato.
Aparecí en Larcomar en el tiempo pactado. Le envié un mensaje de
WhatsApp preguntando su ubicación a medida que caminaba por las aceras
del exterior contemplando como a pesar de los años el lugar sigue siendo el
mismo y yo tan distinto.
—Amor, estoy cerca— respondió junto a un sticker.
Me detuve en una pared para contemplar el interior en una vista
panorámica recordando las veces en las que junto a amigos nos perdimos
entre sus pasadizos en busca de nuevos entretenimientos.
Daniela acaparó mi mente en ese momento. Ella y yo estábamos en una
esquina teniendo detrás de nosotros al mar iluminado por la luna; pero
concentrados en nuestras miradas.
Manuel y Kelly corrían con las manos juntas apurados por el tiempo de
permiso y con ganas de un helado.
Divididos por las macetas interpuestas en los pasadizos nos hallábamos los
cuatro teniendo un instante romántico junto a nuestra respectiva pareja
poco antes de la despedida.
Eran tiempos en donde el amor era sublime e ingenuo, fugaz y a la vez
perpetuo, dedicado pero iluso, mágico y también puro; aunque débil e
insensato.
—Hey, disculpa la demora, prácticamente no habían estacionamientos— oí
a Mariana decir abrazándome por la espalda.
Giré el cuerpo y le di una sonrisa.
—Tuve que lidiar con un idiota para que pudiera ceder el paso— dijo
fastidiada. Pero, no importa, ¡Ya estoy aquí! Enfatizó sonriendo.
Achinó los ojos viéndome con el cuello ligeramente a la izquierda y dijo:
¿Todo anda bien, corazón? Te noto medio perdido.
Resoné la cabeza para salir del recuerdo y le dije: Todo chévere, amor,
¿Vamos por esos tragos?
—Sí, claro, pero; ¿realmente andas bien? —
—Sí, desde que estás aquí, las cosas andan genial— le dije cogiéndola de la
cintura para darle un beso.
¿Sabes? Terminé el libro— dijo con los ojos en los míos. Y lo único que
puedo decir es que fue emocionante.
¿Te puedo hacer una pregunta sin incomodar? — Asentí con la cabeza.
¿Sientes que hiciste lo suficiente para intentar detener su decisión? —
—Ahora sí. Antes creí y pensé… Que pude hacer algo más. Pero ya no—.
—Yo también pienso lo mismo con respecto a mi padre. Él, por ejemplo,
cómo te conté la otra vez, ocultó muy bien su enfermedad al punto que
recién nos enteramos cuando fue imposible taparlo.
Llegué a pensar que fui egoísta al no fijarme en los detalles por andar
metida en mis asuntos universitarios y demás; pero luego entendí que él así
lo quiso por el bien de nosotras. Tal vez, si yo hubiera sabido que estaba
muy enfermo no me concentraría tanto en ser quien soy.
Quiero verlo de ese modo para entenderlo y sentirme tranquila como lo
vengo haciendo en silencio— dijo con seriedad.
—Comprendo, amor. E igual yo; aunque en ese entonces no pensaba como
ahora o no tenía el conocimiento necesario para lidiar con asuntos de esa
índole, era simplemente un adolescente enamorado que creía que el amor lo
podía solucionar mágicamente todo y sí, todavía lo pienso, solo que ahora
creo que existen otras vertientes que también podrían sumar.
Yo no sabía que podía ser capaz de tanto porque desconocía su dolor; ahora
podría notarlo y hacerle comprender de distintas maneras que podemos
arreglarlo y salir adelante; pero la vida es así, ¿no crees? Un aprendizaje en
base a experiencias y la gente toma decisiones de acuerdo a su sentir— le
dije.
¿Por qué no fuiste al velorio ni al entierro? — Disculpa, si te incomoda, no
vuelvo a preguntar.
—No, descuida, han pasado muchos años. Además, casi siempre me hacen
preguntas acerca de la novela, estoy acostumbrado; aunque mayormente
me reservo el derecho a contestar; sin embargo, se trata de ti y te confío mi
verdad—.
Esbozó una sonrisa.
—Quise quedarme con el recuerdo de cuando era feliz conmigo. De
repente por eso tomé la decisión de escribir ese final—.
—El final es brillante; pero… ¿fue real?
—Real, sí. Porque significó el cierre de un episodio que debía tener fin—.
—Y el comienzo de muchos— me dijo.
—Espero que contigo no existan epílogos— le dije con una sonrisa.
—Tendremos muchos capítulos que contar— dijo sonriendo y dándome un
beso.
—A veces creo que nuestra conexión se trata porque vivimos cosas
semejantes y nos necesitamos mutuamente, tal vez sea ese el motivo por el
cual el destino nos juntó— dijo después del beso con ojos enamorados.
—No importa quien haya escrito nuestra historia, interesa que pueda
abrazarte y sentir que el mundo nos favorece— le dije abrazándola
fuertemente.
—Te amo— oí decirme al oído.
—Te amo aquí y ahora y también lo siento en las otras dimensiones en
donde estemos juntos— le dije viéndola a los ojos.
—Te amo tanto que tendrías que engordar para que pueda caber en tu
interior— me dijo con una sonrisa. Se la devolví y nos besamos otra vez.
¿Crees que deberíamos ir a mi habitación y saciar nuestras ganas de estar
juntos? — Propuse con una mirada seductora.
—No amor, ya tuvimos suficiente entre semana, quiero unos cocteles… Y
tal vez, después podamos ir a tu casa— dijo con una pícara sonrisa.
Nos sujetamos de la mano y caminamos con dirección al restaurante.
Separamos una mesa para dos desde donde se puede mirar al mar en su
completa dimensión y en una noche con espléndida luna este brilla en el
horizonte.
Mariana contó sobre su trabajo, desde los proyectos de la empresa hasta los
chismes de oficina. Siempre sonriendo y haciendo ademanes, luciendo los
cabellos sedosos y divinos que a veces caían por sus hombros y los llevaba
hacia atrás, en donde su blazer reposaba y yo miraba su blusa deseando y a
la
vez no que algún botón se libere. Soñando despierto con tenerla en mi
cama; pero oyendo su relato acerca del trabajo que tienen planeado para
otro centro comercial, en donde ella, estaría también como encargada. Algo
por lo cual brindamos con alegría.
Le hablé sobre la pronta culminación del nuevo libro y aludiendo a la
broma le dije que de no estar aquí ya estaría acabado. Ella respondió que la
recompensa vendría después y la inspiración llegaría enseguida.
Pedimos otro par de tragos porque estábamos entretenidos charlando de los
sucesos diarios que evocan más emociones de las que uno cree porque
hablarlo con alguien a quien le importa lo que haces resulta ser un ejercicio
más que entretenido. Aunque… de pronto, llegó una llamada.
—Mamá, ¿Qué es lo que pasa? … Espera, no logro entenderte bien.
¿Podrías hablar más despacio? Estoy con Bryan en Larcomar, ¿Qué
sucede? —
Su rostro cambió por completo cuando fue oyendo lo que iban diciendo. Se
hizo pálido el color de sus mejillas.
¿Qué? Pero, ¿Qué sucedió?, ¿fue algo que comió o qué? ¡Voy para allá!
Llévala de inmediato donde Harry. ¡Corre, hazlo de una vez, que estoy
saliendo para la casa!— dijo mientras pedía que me levante al tiempo que
se paraba, recogía su bolso y dirigía hacia la salida.
—Cancela el otro pedido, te espero en la esquina, voy a sacar el auto— me
dijo con voz de preocupación y adelantándose.
La esperé donde indicó. Apareció abriendo la puerta mientras andaba, subí
y aceleró.
¿Qué pasó, amor? — Le dije viéndola llorar mordiendo su mano en puño.
¡Maldita sea, mi perra se está muriendo!— dijo con tristeza y enojo.
Tomamos la avenida y avanzó a velocidad a pedido personal.
—Pero, ¿Qué es lo que sucedió? —
—Mi mamá dice que no respira, la está llevando al veterinario— dijo con
la mirada en la pista.
¿Crees que haya comido algo indebido? —
—No lo sé. Aunque espero que solo se trate de una indigestión del carajo—
. Su madre volvió a llamar diciendo que ya estaba en la veterinaria junto a
Nala, a quien revisaban con diagnostico reservado.
La noticia calmó a Mariana.
—Disculpa que hayamos salido volando del restaurante…
—No te preocupes, amor. Es un asunto realmente importante— le dije con
la mano en sus rodillas.
Llegamos diez minutos después. Detuvo el auto en la Veterinaria ‘El Edén
de las mascotas’, abrió la puerta y salió desenfrenada en dirección a la
entrada, dio varios golpes y le permitieron ingresar. Seguí sus pasos
encontrándola hablando airadamente con su madre. Me asomé a un doctor
y pregunté por la situación de la perrita Nala de raza Schnauzer. Me
respondió que estaba en el otro sector siendo atendida por Harry Esteban y
que debía de esperar. Volví a donde estaban las mujeres, quienes ahora se
hallaban ligeramente calmadas; aunque con la incertidumbre a tope.
Mariana se mordía las uñas, su madre cubría el rostro para secar las
lágrimas. Se abrazaron sentadas en la misma banca y yo me quedé en frente
a la espera del veterinario.
Al cabo de unos minutos salió el doctor quitándose la mascarilla al tiempo
que se asomaba.
—Mariana, señora Gloria, no podemos hacer mucho. Parece que el viaje de
la valiente Nala está acercándose a su fin y será mejor que entren a
despedirse— les dijo con nostalgia.
Ambas se abrazaron con fiereza y empezaron a llorar desconsoladamente.
Harry me dio una mirada tras explicar a las dueñas acerca de la silenciosa
enfermedad que arremetió contra la mascota a causa de su longevidad y
con seriedad me dijo: Cuando estén listas, diles que pasen, por favor.
Asentí y lo vi alejarse.
Más tranquilas; aunque todavía con los ojos húmedos escucharon por parte
mía las indicaciones del veterinario. Asintieron a la par. Mariana se levantó
y me dio un fuerte abrazo. Le dije que esperaría y luego la acompañaría.
Entraron juntas y me quedé a la espera.
Con el rostro desquebrajado y las lágrimas filtrándose por las manos que
intentaron cubrirlas salió la señora Gloria volviéndose a sentar en el mismo
lugar. Inmediatamente supe que debía de entrar y consolar a Mariana.
Me adentré y la vi inclinada acariciando a Nala, quien se encontraba
conectada a un aparato que le propinaba minutos de vida, llevaba los ojos
dóciles, el rostro cálido y el cuerpo sereno y estirado de lado recibiendo las
caricias que hace más de una década vino aceptando como recompensa por
su encanto natural.
—Mi dulce Nala, el tiempo de ir a los cielos, ha llegado. Te deseo un viaje
de ensueño porque fuiste una mascota increíble con tu espontaneidad y
carisma innato, el derroche de afecto en forma de lengüetazos que siempre
nos entregaste y el más sincero amor que solo tú fuiste capaz de ofrecer.
Lograste hacernos sentir muy felices durante varios años a pesar que
rompiste mis zapatos nuevos y las almohadas de mi madre, depositaste tus
necesidades en cada rincón de la casa y ladraste a las dos de la madrugada
de un lunes.
Con tus locuras perrunas, siempre te amamos, pequeña— decía otorgándole
caricias suaves entre lágrimas.
Me asomé colocando mi mano en su hombro. La cogió con media vuelta y
le indicó a Harry, que acababa de llegar, que era el momento.
Se aferró a mis brazos en llanto desconsolado dejando ir a su perra amada.
—Hasta siempre, Nala. Saluda al papito Raulito con lenguazos en el
rostro— le dijo cuándo cubrieron su cuerpo con una manta donde cayeron
las últimas lágrimas.
Salimos y nos reencontramos con su madre. Ambas se dieron un abrazo
afectuoso entre lágrimas mesuradas y palabras en señal de mutuo aprecio
hacia Nala.
¿Piensan enterrarla o recurrir a la cremación? — Quiso saber el veterinario,
quien también se veía afectado.
—Queremos esparcir sus cenizas en el jardín donde siempre jugaba— dijo
Mariana secándose las lágrimas.
—Bien. Eso haremos. Y… lo siento mucho; pero les aseguro que con
ustedes tuvo una vida dichosa— dijo esbozando una sonrisa.
—Tenía una vida de reina— respondió la señora Gloria mejor de
semblante.
—La casa prácticamente era su castillo— añadió Mariana con una sonrisa.
—El mundo siempre será mejor con mascotas y personas que se amen
mutuamente— reflexionó Harry antes de despedirnos.
Volvimos a casa, les preparé café y nos sentamos en el mueble.
—Hija, ¿crees que Nala y Raúl ya se han encontrado en el cielo? —
Preguntó la señora Gloria visiblemente afectada; aunque con la voz no tan
entrecortada.
—Seguramente ahora están echados sobre el jardín jugueteando como
siempre— respondió Mariana en modo reflexivo.
—Ma, ¿sabes cómo los imagino? — Le dijo sujetando sus manos. Ambos
la miramos atentos a su relato.
—Raulito está apoyado a un árbol gigante que le da sombra después de
haber jugado a la pelota y a lo lejos aparece Nala corriendo a velocidad
dirigiéndose a sus brazos. Mi papito se alegra de verla y ambos convergen
en un saludo de ensueño como tantas veces solía ocurrir cada vez que
llegaba de trabajar y Nala lo recibía con lenguazos en la cara— dijo riendo
al final.
—Ellos están felices y nosotros debemos alegrarnos por haber compartido
esta vida junto a seres tan maravillosos— dijo la señora como reflexión.
Asentí con la cabeza y bebí el café.
¿Te acuerdas cuándo vino? — dijo Mariana, me dio un golpecito en la
pierna y siguió: Era pequeña, amor, tan chiquita que podría caber en mi
mano. Recuerdo haberla abrazado y puesto a dormir en mí regazo. Sus
ojitos se abrían tiernamente y a la justa le cabía un beso en la nuca.
Yo la miraba enternecido por su relato.
—Yo no quería tener perros, Bry; pero ellas y Raulito quedaron
enamorados en un chasquido. Entonces, por mayoría, ganaron. Sin
embargo, con el paso del tiempo, la terminé queriendo muchísimo— contó
la señora Gloria.
—Íbamos al parque de la vuelta con pelotas para que corriera tras ellas.
Me acuerdo que más de una vez nos caímos queriendo ganarle en carrera—
dijo Mariana entre risas.
—Era una perra amorosa, tierna y bonita; desastrosa para con las sandalias
y los zapatos; pero siempre amigable. Nunca ladró a ningún invitado;
aunque sí lo hacía con los gatos que a veces surcaban el techo— contaba la
señora desarrollando gestos para con cada escena.
—Yo también tengo mascotas— dije. Ellas me miraron. Primero tuve a
Pinina, quien al igual que Nala murió pasados los diez años. Me tatué su
nombre y huella en la espalda; ahora tengo a Dolly, a quien queremos y
cuidamos, todavía es bebé así que tiene mucho amor por dar— dije ante la
mirada dulce de la madre y la hija.
—Los animales tienen el cielo ganado desde que nacieron; pero prefieren
pasar su vida con nosotros— dijo Mariana esbozando una sonrisa.
—Y lo único que intentan en su vida… Es darnos su amor sin distención—
respondió su madre con la misma sonrisa.
El domingo fui a visitarlas porque querían que estuviera presente en la
emancipación de las cenizas.
Fuimos al parque a la vuelta de su casa. Mariana estaba mejor de
semblante, sonreía como de costumbre; la señora Gloria también se
encontraba en calma y cargaba el cofre con las cenizas hasta llegar al sitio
preciso para la íntima ceremonia.
—Aquí es donde solíamos jugar y aquí es donde quiero que permanezcas
por siempre— mencionó Mariana sujetando la urna que se le fue dada.
Su mamá cogió una cámara para inmortalizar el rito, yo estaba a su lado y
Mariana recitando un verso inspirado en Nala escrito la noche de su deceso.
Nos dio una mirada y abrió la urna para esparcir las cenizas lanzándolas al
aire formándose mágicamente la silueta de la perrita que desapareció en lo
que duró un instante.
Ambas creyeron que se trató de una despedida.
De vuelva a casa, la señora Gloria resolvió tomar una siesta y nosotros nos
quedamos en la sala viendo la televisión hasta entrada la noche.
Una mañana de los primeros días de verano andaba escribiendo con el café
a un lado y la música a volumen medio para no desconcentrar cuando recibí
una llamada de número desconocido la cual desistí responder. Sin embargo,
el número continuó marcando y la curiosidad me asaltó.
Dejé el trabajo y respondí: Hola, ¿Quién habla?
—Hola amor, soy yo, mi celular se quedó sin batería y le pedí prestado a
mi amigo— dijo como si nada raro estuviera pasando.
—Entiendo, amor, ¿y cómo estás? — Le dije de forma distendida.
—Bien, bien. Pero… ¿Sabes? Hay algo que tengo que decirte— dijo con
repentina seriedad.
¿Qué ha pasado? ¿Es algo malo? — Dije ligeramente preocupado.
—No, amor. De hecho, es bueno; aunque me pone muy nerviosa y
ansiosa— dijo con matices en la voz.
—Sí, lo presiento. Seguro por eso no esperaste hasta vernos— le dije con
algo de humor para que se relaje.
—Bueno… Sí, lo que pasa es que me siento ansiosa por contarlo— me
dijo. En ese momento, Jeff ingresó a mi habitación sin tocar la puerta.
¡Mañana vienen a Lima!, ¡Mañana vienen a Lima!, hay que organizar una
reunión de bienvenida— me dijo emocionado y alterado.
A su lado estaba Elena, quien también decía: ¿Es Mariana? Dile que le
escribo al WhatsApp para acordar lo que podríamos preparar.
¡Qué los hombres se encarguen de los tragos y nosotras de la cena! Gritó
con emoción junto a su novio.
—Amor, dame un minuto. Han venido Jeff y Elena, parece que están algo
atrofiados de la cabeza y quieren decirnos algo— le dije.
—Sí, los acabo de escuchar, parecen alterados o emocionados, ¿todo anda
bien, corazón? — respondió Mariana.
¿Qué sucede? — Les dije a los intrusos.
—Nuestros viejos vienen mañana a Lima— dijo Jeff con bastante
efusividad y mostrando una sonrisa de oreja a oreja.
¿Es cierto lo que acabo de oír, corazón? — Dijo Mariana en alta voz.
¡Sí, amiga, nuestros suegros vienen mañana! Tenemos que organizarnos
para armar una reunión de bienvenida— gritó Elena bien emocionada.
—Dile que está bien, que me escriba para acordar— me dijo después y se
lo repite a ambos.
—Oye amor, mejor te lo cuento mañana, ¿vale? Ve con tus hermanos,
seguro tienen mucho de qué hablar. Te amo en mil idiomas— me dijo
enseguida.
—No amor. No me dejes con la intriga, cuéntame, ¿Qué ibas a decirme? —
le dije botando a la pareja con actos gestuales.
—Mi cielo, justo ahora acaba de llegar el jefe. Mañana te cuento, ¿vale? —
me dijo con calma.
—Bueno, bueno, está bien. También te amo— le dije.
—Y dile a Elena que me escriba. Ya estamos hablando, te amo en mil
idiomas— respondió con rapidez.
Dejé el celular y el cuento a un lado para concentrarme en las palabras de
Jeff, quien volvió para contarme los pormenores acerca de la llegada.
Comprendí que la noticia en el restaurante algún tiempo atrás se trató de
eso. Enseguida llamamos a Fernando y Orlando para que vinieran a
conversar.
Una vez juntos nos sentamos en el mueble de la sala para organizar una
reunión familiar.
El día de la llegada me levanté ansioso como niño en la mañana de
navidad. Mariana y Elena habían organizado el plan de bienvenida que
consistía en que los hermanos fuésemos a recogerlos al aeropuerto y
regresando tendríamos un almuerzo familiar para conversar sobre los
sucesos rutinarios de aquí y allá.
Más tarde, vendrían familiares de ambas partes, incluyendo primos y
sobrinos. Según Fernando, los tragos debían de estar como soldados de
plomo sobre la mesa y guiado por las palabras de Orlando, no debían de ser
solo rones ya que a mi viejo le gusta el whisky con dos peces de hielo y un
habano en la mano.
Jeff añadió que daría a exponer su talento para los cocteles de bienvenida
mientras que, finalmente, Fernando conduciría al aeropuerto.
Faltando cinco minutos para el abordaje nos encontrábamos estacionados
en un semáforo en rojo renegando por la inesperada tardanza culpa de un
vehículo malogrado en la Avenida Javier Prado.
Jeff y Orlando se adelantaron cuando ingresamos al aeropuerto mientras
que Fernando y yo hallábamos un aparcado.
Al momento de estacionar y quitarnos los cinturones de seguridad para
seguir los pasos de los dos hermanos adelante recibimos una llamada.
—Muchachos, ¿están juntos? Estoy llamando a Jeffrey; pero no
responde— dijo Elena mediamente preocupada.
—Se ha adelantado porque llegamos un poco tarde, ¿Qué ha pasado?— le
dije.
—Malas noticias— respondió a regañadientes.
¿Qué pasó? Cuéntanos— dijo Fernando acercándose para hablar. Puse el
celular en altavoz.
—El vuelo se ha retrasado un día— dijo con pena.
¿Qué? ¿En serio? ¡Carajo! — Dijo Fernando golpeando el timón.
—Por favor, avísenle a Jeffrey para que no esté dando vueltas en vano por
el aeropuerto— nos dijo con seriedad.
—Ya, ahora lo llamo— le dije y colgué.
¡Maldita! ¡Carajo!— Dije con enojo y ademanes como si estuviera
golpeando algo.
¿Y ahora qué carajos vamos a hacer con lo organizado? — Dije en busca de
una solución.
¡Ya se fue a la miércoles!— respondió Fernando resignado.
—Al menos no es un asunto grave— dije al rato apoyado en el espaldar.
—Si pues, seguro se trató del mal clima— añadió Fernando más calmado.
Salimos del auto después de intentar llamar a Jeff y Orlando.
No queríamos adentrarnos en el aeropuerto para no parecer dos idiotas que
andan esperando a personas que nunca llegarán. Por eso esperamos a que
ellos volvieran o recibieran las llamadas que le estábamos dando apoyados
en el carro y fumando cigarrillos.
—Jeff, hubo un problema, se ha retrasado el vuelo para mañana— dijo
Fernando cuando al fin pudo entrar la llamada.
— ¡Qué mala suerte! Pero; al demonio. Mañana volveremos. ¿Dónde están
para darles el alcance?— oí a Jeff en el altavoz.
—Parece que fue un asunto climatológico. Estamos cerca a la entrada. Aquí
los esperamos— comentó Fernando.
Prendimos otro cigarrillo y cada uno empezó a revisar su celular a medida
que los esperábamos.
—Hola guapa, supongo que ya sabes lo que pasó. Ya estamos de regreso…
¿Qué te parece si improvisamos algo para divertirnos hoy?— le escribí a
Mariana con un emoticón de cierta insinuación sexual.
—Ahí vienen con cara de pocos amigos— dijo Fernando señalándolos.
Efectivamente, parecían dos soldados derrotados.
—Mañana venimos, no queda de otra— dijo Jeff sudoroso y resignado.
¡Diablos! Qué situación tan jodida; pero bueno, a veces pasa, ¿no? —
comentó Orlando con puño en ambas manos y pidió un cigarrillo que se le
fue concebido.
—Voy a llegar y tomarme una botella de ron para calmar este malestar—
añadió subiendo al auto.
—Me robaste la idea de la mente— le dije e intercambiamos sonrisas.
—Sí, a mí también me dieron ganas de beber para bajar las revoluciones—
comentó Jeff mirando desde la ventana.
—Lo que más me molesta es que haya sido repentino; pero también
entiendo que son situaciones cotidianas en los aeropuertos— comentó
Fernando con cierta mesura a medida que arrancaba el vehículo.
Asentí con la cabeza y encendí otro cigarrillo. Jeff y Orlando se sumaron.
¿Se acuerdan de mi amigo Alexander? — contó Jeff.
Asentimos y siguió contando: A él una vez le retrasaron el vuelo por dos
noches y un día quedándose varado en Río con los bolsillos vacíos y las
tarjetas fulminadas.
Tuvo que hacer de los asientos de la sala 9 su hotel cinco estrellas—
terminó de relatar entre risas.
—A nosotros nos pasó algo similar en Santiago; aunque fue porque
debíamos de esperar el siguiente abordaje rumbo a Buenos Aires.
Pasar la noche en esos asientos por más cómodos que fueran no es tan lindo
que digamos; aunque… La experiencia sirve para escribir— conté tras una
piteada.
—Yo no pude dormir— comentó Fernando. Se detuvo en el semáforo en
rojo y siguió contando: Y cuando al fin pude conciliar el sueño… Llegó
una manada de escolares en su viaje de promoción y se quedaron a nuestro
lado haciendo harto chongo. Quise ahorcarnos como Homero a Bart.
Volvimos a reír dejando de lado el mal sabor de la noticia.
Entre cigarrillos y latas de cerveza que adquirimos en un grifo seguimos
conversando acerca de una de las tantas anécdotas sobre viajes que
soltamos durante el trayecto de regreso hasta que divisamos la emblemática
reja ploma con iniciales del apellido.
Abrí la puerta e ingresamos confusos por el ambiente oscuro y desolado
que nos condujo hasta el umbral de la sala en donde un grito estremecedor
y en conjunto decía: ¡Sorpresa, muchachos!
Las luces se prendieron y vimos que nuestros padres estaban rodeados de
las personas a quienes invitamos y las chicas que organizaron el evento y la
broma, todos sonriendo y dispuestos a recibirnos en abrazos que
inevitablemente nos dimos en un asedio amoroso que podría haber durado
el resto de la tarde.
Los susurros en los abrazos no se oyeron por la música de época que
empezó a escucharse; pero el cariño embalsamado en nociones verdaderas
fluyó con facilidad en besos y afectos que dijeron más que cualquier
palabra.
La emoción de mi madre se vio reflejada en lágrimas y sonrisas que se
confundieron entre los abrazos y los besos que se desparramaron entre el
grupo al punto que estuvimos al borde de caernos sobre el mueble.
Nos separamos para vernos las caras, las mismas que vimos en video
llamadas y fotografías desde el grupo de WhatsApp, en donde la rutina de
ambas partes se contaba y mostraba en cualquier momento y circunstancia
para que no nos hiciéramos tanta falta; aunque ello algunas veces resulte
imposible.
Elevamos tragos que nos servimos para calmar las emociones y celebrar la
llegada e hicimos un salud entre los seis por el tiempo en familia y las
distancias más cortas.
Enseguida se acoplaron las chicas, cada una al lado de su compañero,
regalando sonrisas y disparando emociones de distintos modos, cada quien
de acuerdo a su sensibilidad.
Ellas organizaron la sorpresa, lo habían confesado entre risas. Yo quise
saber cómo lo habían logrado en tan poco tiempo, entonces oímos a Elena
decir que acordó con Mariana en mandarnos al aeropuerto mientras que
nuestros padres llegaban en un taxi por aplicativo confabulándose con ellas
para sorprendernos tras casi un tiempo importante en ausencia.
Luciana y Emilia estuvieron de acuerdo con la broma; aunque dudaron si
íbamos a caer tan redondo como lo hicimos. Mi mamá se encantó con
Mariana, ni siquiera tuve que presentarlas para que tuvieran una conexión
preciada en cuestión de segundos, bastaron un par de miradas y el
intercambio de sonrisas para que iniciaran una amistad.
Nos sentamos en la mesa con el resto de invitados que iban desde tíos hasta
primos y tres sobrinos que se quedaron en el mueble a jugar con Dolly.
Comimos y bebimos al tiempo que hablamos sobre los sucesos diarios
tanto de Madrid y Lima, los viajes que desarrollaron en el viejo continente
y los acontecimientos que vivimos cada quien por su lado en la capital
peruana.
Terminado el almuerzo nos repartimos en asientos formando un círculo
para conversar con la aleatoria música de fondo.
Mi viejo contaba sus sensaciones cuando visitó el Coliseo romano, lo
escuchábamos como niños atentos al cuento junto a los primos cercanos de
siempre y los tíos parlanchines que interrumpían el relato con acotaciones
indebidas mientras que en el otro lado se hallaba mi mamá junto a Mariana
y Elena conversando acerca de un tema que las mantenía de risa en risa,
razón por la cual, tanto Luciana como Emilia se acercaron para compartir el
suceso y por ende la carcajada.
Acotábamos experiencias futboleras del medio local y los próximos cotejos
de una selección que pintaba bien para clasificar al próximo mundial;
aunque todavía no estaba el asunto cerrado lo que ocasionaba
incertidumbre.
De entre mis hermanos y primos, Ezequiel y yo éramos los únicos
optimistas que añoraban resultados benéficos en Buenos Aires y Lima para
cerrar con broche de oro las eliminatorias; sin embargo, las nefastas
campañas anteriores y el pesimismo innato de mis tíos y el resto de
hermanos hacían presagiar, según su opinión, una ingrata eliminación -
porque según enfatizaron en conjunto- ‘era casi imposible sacar un punto
en Argentina’.
Ser un apasionado del fútbol es tenerle fe a mi selección, dije tras beber mi
trago. Y en consecuencia, presagio cuatro de seis para irnos a Rusia,
sentencié y di una piteada a mi cigarrillo.
Ellos murmuraron sabiendo que en análisis podría ser posible; no obstante,
su pesimismo los solía llevar a la negación y por lo tanto a la respuesta
contradictoria. Aunque entre ellos, mi Papá y Orlando lograron conciliar
con mi idea y les pareció acertado el hecho de sacar cuatro puntos de seis
posibles. Mi mamá les mostraba a las chicas fotografías de los paisajes que
conoció, los regalos que compró para cada una de ellas por tenerles mucho
cariño y aunque no bebían como nosotros, salvo Elena y Luciana,
conversaban felices mostrando veraces sonrisas tras cada comentario.
Cuando se habla de fútbol las emociones vuelan. Mis tíos, pesimistas de
antaño, contagiaban a mis hermanos y sus hijos recordando resultados
negativos de eliminatorias pasadas creyendo que podrían repetirse. Yo
luchaba a capa y espada hablando únicamente del presente y dando a
entender que solo necesitábamos de cuatro de seis para soñar con clasificar
al mundial.
Ezequiel, Orlando e Iván, mi padre, entendían, el resto no tanto porque eran
muy testarudos; aunque sentía que también soñaban porque muchos lo
hacemos de alguna manera u otra a pesar que intentamos ser realistas.
Yo lo soy y también sueño, por eso creía solemnemente que estábamos a
punto de meternos a la copa del mundo tras tres décadas de ausencia.
Olvidamos el tema futbolero para introducirnos en otros. Mariana me
miraba de reojo y sonreía mientras conversaba con las chicas. La música se
oía y los tragos iban y venían de la cocina acumulándose cada vez más
botellas vacías. Lo que era una reunión familiar para comer, beber y charlar
fue volviéndose una fiesta ya que imprevistamente llegaron otros familiares
tras visualizar las fotos del reencuentro en las redes y como solíamos vivir
cerca el tramo se hacía corto.
Rápidamente la casa se llenó de personas con los mismos apellidos e igual
actitud alborotadora debido a que varios de la familia suelen ser muy
activos y habladores, es por eso que se empezaron a formar grupos en
donde soltaban temas hasta por los poros.
Mariana, yo y el resto de mis hermanos junto a sus novias y un par de
primos armamos una redondéela para charlar y beber; en otro sector
estaban mis tíos expresándoles su afecto y admiración hacia mis padres y la
sala en su totalidad se hallaba repleta de personas a quienes conocíamos y
apreciábamos de diferente manera.
De repente, ante el asombro del grupo en donde estaba, apareció un tipo de
voluptuosa barba asomándose por el umbral de la puerta con la timidez de
un invitado llegando tarde.
A primera vista no reconocí a mi gran amigo Manuel, quien abrió los
brazos al verme sentado en frente con vaso de ron en mano y cigarrillo en
la boca, viéndolo confundido en un intento por descubrir su identidad.
¿Tan rápido se te subió la fama que ya no reconoces a los amigos? — Dijo
con ironía abriendo los brazos tan amplios para que pudiéramos abrazarnos
en un saludo muy afectuoso.
Había crecido o al menos eso sentí. Sin embargo, llevaba zapatillas como
astronauta capaces de aumentar un par de centímetros a su estatura.
Tenía la barba de un náufrago, una casaca enorme que lo hacía ver gordo y
una gorra para ocultar los pelos que van desapareciendo conforme avanza
en edad.
¡Irreconocible! — Dijeron Jeff y Fernando cuando lo vieron acercarse. Se
saludaron con apretones de mano y nos dispusimos a tomar ron para
ponernos al día con nuestras vidas.
Le presenté a Mariana; pero ella ya lo conocía por el libro.
—Manuel, qué gusto conocerte. Se mucho de ti por los textos de mi
novio— le dijo. Él sonrió y respondió: Espero salir bien parado de esos
relatos.
—Lo único que siempre dice de ti es que eres un poco loco— dijo Mariana.
—Bueno, eso es cierto— contestó Manu sentándose a nuestro lado.
¿Y hace cuánto qué estás en Lima?— Le pregunté.
—Desde hoy por la mañana— me dijo sonriendo.
¿En serio?, ¿Y dónde te estás quedando? Seguro que en la casa de alguna
muchacha — le dije con una mirada cómplice.
En la casa de mis abuelos. ¿Te conté que heredé el segundo piso? —
respondió.
—Qué chévere. ¿Es tu nuevo apartamento de soltero? — le dije
codeándolo.
—Algo así; aunque… al igual que tú también estoy en algo con alguien—.
¿En serio? Cuéntame, brother, ¿con quién andas? — le dije mostrando
mucho interés.
Bueno… es una larga historia, mejor te lo comento al rato— dijo con aires
de misterio.
—Estaré atento— le dije proponiéndole un salud. Impactamos nuestros
vasos con ron.
—Y dime, ¿tienes algo serio con esa chica? — dijo y ambos fijamos
nuestras vistas en Mariana, quien charlaba con mi madre al otro lado de la
sala.
—Sí. De hecho, me siento muy enamorado— le confesé a mi amigo.
—No sabes cuánto me alegra escucharlo— respondió esbozando una
sonrisa. Yo también estoy enamorado, acotó enseguida y bebió su trago.
¿Y de quién se trata? — Quise saber insistente. Mariana apareció para
sorprenderme con un abrazo.
—Ustedes dos sí que hacen una buena pareja— dijo dándole otro sorbo al
ron.
—Muchas gracias, Manu— respondió Mariana.
—Llegar de la Ciudad imperial, ver a mi amigo contento y beber este
néctar de dioses es justo lo que necesito para ser feliz— dijo reflexivo y le
dio un seco y volteado a su segundo vaso en menos de quince minutos.
—Brother, ¿Cómo supiste que estábamos reunidos en mi casa? —
—Tengo una bola de cristal desde donde puedo observarlos— dijo
haciendo un círculo con sus manos.
Vi tus historias en Instagram y me animé a venir. O, ¿debía de escribirte al
Messenger para acordar? Agregó con una risa.
—Ustedes dos viven en el ayer— dijo Mariana con humor.
—El Messenger, Hi5, Myspace y los encuentros en los alrededores de
Larcomar me hicieron el tipo que ahora soy— dijo Manuel en reflexión.
—Jeff, mira como bailan tus padres— gritó Elena golpeando a su novio en
la rodilla para que prestara atención. Todos la oímos y nos enfocamos en la
pista de baile en donde mis viejos movían el esqueleto al ritmo de una salsa
que les fascina.
—Vamos a acompañarlos— le dijo Luciana a Fernando y ambos salieron a
bailar a pesar que Fernando tuviera dos pies izquierdos.
—No seas un robot. Improvisa unos movimientos— dijo Ezequiel entre
risas.
—‘La rueda’ es un clásico de clásicos— mencionó Manuel cantando y
aplaudiendo a la vez.
Mariana me cogió de la mano y prácticamente arrastró a la sala para que la
acompañara a bailar.
¡Ese brother solo sirve para escribir!— dijo Manuel en voz alta junto a una
carcajada ignorando que me había inscrito en un curso de baile durante
algunos veranos pasados.
—Manu, ven a bailar. Por si acaso, Yolanda no está casada— le dije
animándolo y enseguida se acopló al grupo junto a la prima guapetona.
La última pareja en animarse al bailetón fueron Emilia y Orlando quienes
estuvieron considerados como los peores bailarines de la tarde que
empezaba a ponerse de noche.
Después del baile, Iván, mi padre, tomaba whisky con sus cuñados y
camaradas desde tiempos prehistóricos; Amanda, mi madre, charlaba con
sus hermanas contándose anécdotas en el viejo continente y nosotros
conversábamos sobre experiencias divertidas de nuestra época de gloria.
Manuel llegó y pareció como si el tiempo solo hubiera pasado para su
aspecto físico, porque su mente todavía se encontraba en los primeros años
del nuevo milenio.
Recordaba a detalle las experiencias que disfrutamos en la pubertad desde
las interminables horas en la cancha al frente de la casa en donde
jugábamos a la pelota día y noche apostando torres de taps de Pokemón
para el ganador hasta las historias de terror que nos contábamos a
hurtadillas en un rincón del parque a medianoche de un viernes.
Hablaba sobre sucesos que la mente no alcanzaba a recobrar; aunque
mientras iba relatándolos a viva voz y con cierta emoción algo empezaba a
florecer en la memoria.
¿Te acuerdas cuando nos persiguió la señora Tristán después que rompimos
la ventana de su casa de un pelotazo? — dijo a carcajadas.
El par de copas que bebió despertaron su lejano interés por el licor, algo
que, según me contó por mensajes de WhatsApp, dejó por estar enfocado
en el trabajo. Un laburo bien remunerado en una empresa de turismo en el
mismísimo Cusco, lugar al que, a pesar de su completa magia y belleza, no
pudo adoptar como su hogar, razón por la cual volvió después de unos
años.
¿Se acuerdan cuándo íbamos a la playa en el coche antiguo del señor Iván?
¡Qué buenos tiempos! Yo nunca aprendí a nadar. Hasta ahora le temo al
mar. Por eso prefiero meterme unos buceos en la orilla— dijo soltando
exuberantes risas con una sonrisa que podría verse a pesar de la barba.
—Me acuerdo que te zambullías junto a los Muy Muy— dijo Ezequiel
entre risas.
—Y que una vez una ola grande lo arrastró hasta la arena por quedarse
dormido en la orilla— recordé y conté a viva voz.
¡Oye sí, mi brother! ¡Qué locura! Yo estaba echado y relajado disfrutando
del sol y la orilla cuando de repente una ola de cinco metros me arrastró
hasta el fondo. Casi muero— relató Manuel con ademanes y emoción
desbordante. Todos bebimos con la risa encima.
¿Y las veces que íbamos a jugar pelota a la cancha de fútbol para once?
Éramos tan apasionados que hacíamos dos equipos de cinco para jugar en
tremenda cancha— contó Ezequiel emocionado.
—Por suerte, yo siempre iba bajo los cuatro palos— mencionó Jeff
orgulloso de lo que entonces era un puesto para los que corrían menos.
—Pobre, mi Jeffrey, seguro le decían que tape porque estaba gordito— dijo
Elena, quien apareció para posarse detrás de su novio.
A todos nos pareció gracioso su comentario.
Mariana cogió mi pierna y se apoyó en mis hombros demostrando
cansancio.
—Fui gordo desde que nací hasta mis casi treinta— dijo Jeff y
repentinamente se paró para elevarse la camiseta.
¡Rayos!, ¿Cuándo te volviste Arnold Chuacheneger? — Dijo Manuel
exagerando su asombro.
Incluso, estiró el brazo para tocar su abdomen.
—Ya no le den de tomar a mi brother. Acaba de salir de la abstinencia y
puede que se embriague con sencillez— dije para el grupo entre seriedad y
broma.
—Lo que pasa es que he perdido mi cultura bebedora por estar concentrado
en el trabajo. Además… Allá no tengo a nadie— respondió Manu con una
sonrisa a pesar de última frase penosa e hicimos un salud.
—Antes jugábamos pelota más seguido, deberíamos volver a las canchas
como antes— dije para el plantel.
—El otro sábado regresamos— dijo Ezequiel con seguridad.
—Ya pues, ¿Quién más se apunta? — Dije para el grupo.
—Yo también; pero no voy al arco. Ahora seré el delantero— aseguró Jeff.
—Gonza y yo estamos fijos— aseguró Fernando.
El resto también firmó su presencia para el fútbol de la siguiente semana.
Manuel seguía tomando el ron como si se tratara de agua.
—Mi loco, tiempo que no te veo, felizmente que no haz engordado, de lo
contrario, Marina no se hubiera fijado en ti— me dijo en voz alta.
—Mariana. Soy Mariana, Manuel, el personaje de la novela— dijo mi
chica con humor.
—Sí, lo siento, ya sabes, el alcohol y sus cositas— respondió con una
sonrisa.
—Oye…— dijo acercándose a mi oído. ¿Sabes algo? Estuve hablando con
la innombrable.
¿Con quién? —
Me alejé un poco de Mariana para poder escucharlo bien.
—Con… el amor de mis amores— dijo como si estuviera cantando.
¿Tú hermana? — dije confuso.
—No, loco, estuve hablando con Kelly— dijo con seguridad.
Lo vi fijamente cuando lo oí. Y por alguna extraña razón volvió el Manu de
antes. Ese cuyo único tema de conversación era Kelly.
¿Y cómo así? — Se me ocurrió preguntar.
—Es la larga historia que te quiero contar— dijo volviendo a beber y
sonriendo al tiempo que me abrazaba.
—Cuéntame ahora— le dije con cierta seriedad y mucha intriga.
—No estoy en mis cabales como para recordarlo por completo; pero sí hay
algo que te puedo decir es que… Estamos retomando nuestras
conversaciones de antes— dijo y lo vi sonreír como si estuviera enamorado.
Sus ojos brillaban mientras bebía y no dejaba de sonreír.
—Hay historias que nunca terminan, ¿verdad? — Añadió mirándome
fijamente a pesar de sus ojos cada vez menos ubicados.
Asentí con la cabeza.
—Y, ¿Quién de ustedes piensa hacerme abuela de una vez? — Gritó mi
vieja asomándose desde el otro sector abriendo los brazos y enseñando una
enorme sonrisa.
Le había crecido el cabello, aumentado en algo de peso y manejaba como
tantas veces una facilidad impresionante para hacernos sonreír.
Elena se dejó caer sobre los hombros de Jeff susurrándole algo al oído.
Luciana y Fernando esbozaron sonrisas cómplices a una broma. Orlando y
Emilia ignoraron el comentario haciéndose los desentendidos; pero
Mariana tuvo una respuesta distinta, ella cogió mi muslo en un pellizco
extraño y se dio la vuelta en un giro para verme a los ojos y decir, hay algo
que te quiero contar.
Las palabras de Manuel hablándome a un costado enmudecieron como la
música de fondo, el acercamiento de mi mamá se hizo lento y las personas
formando el círculo desaparecieron. Mariana hablaba despacio y sus
palabras se repetían como eco en mi mente siendo verificadas por esos ojos
verdes esmeralda que yacían en frente testigos de mi reacción inmediata
que fue la quietud con leve esboce de sonrisa como acto natural.
Elevé las cejas en señal de asombro y terminé de sonreír para enseguida
preguntar, ¿de qué se trata, amor?
—De nosotros— dijo sonriendo de una manera mágica, con ese toque
luminoso en la mirada y la calidez de sus manos cogiendo las mías.
No supe qué decir, tampoco tuve reacción. Me quedé en silencio viendo
como ella seguía hablando… Aunque algo intuía en el fondo de mis
entrañas.
¿Sabes? Hoy me hice una prueba— dijo trasladando mi mano hacia su
abdomen, el cual miré anonadado con la mandíbula llegando al piso y
dándole una mirada frenética a sus ojos cristalinos. Mirada que pudo
haberlo dicho todo; aunque siempre es necesario que las palabras salgan.
¿Qué piensas al respecto, corazón? — La oí decir todavía manteniendo su
mano sobre la mía que yacía en el abdomen aún plano.
Mi primera reacción fue darle un abrazo poderoso que pudiera hacerle
entender la emoción que empieza a habitar en mí.
¿Es en serio lo que estás tratando de decirme? — Dije con alegres dudas.
—Nunca te he mentido— dijo con ternura y volvimos a abrazarnos con
fuerza.
—No puedo creerlo, Mariana. Realmente vamos a ser padres— le dije y a
mi lado alguien escuchó.
—Disculpen, estoy borracho; pero no sordo. ¿Es verdad lo que acaban de
conversar? — Dijo Manuel con los ojos dislocados.
—Sí bro; pero mantente en silencio— le dije con un gesto haciendo de
cierre mi boca.
—Vaya… Vaya… Vaya…— dijo en reflexión mirando la nada en un
estado de completa embriaguez.
—Pues… ¡Felicitaciones! Serán unos padres grandiosos. No saben lo feliz
que me siento por ustedes.
A ti… te conozco poco; pero siento que eres una gran chica capaz de
enamorar y hacer feliz a mi queridísimo brother de toda la vida— dijo con
entusiasmo y sorpresivas lágrimas queriendo abrazarnos.
¿Qué es lo que está sucediendo allí? — Quiso saber Elena, que conversaba
con mi mamá acerca de un tema en común.
¿Por qué lo acaban de felicitar? — Preguntó Emilia haciéndose la
confundida.
—Seguro por el libro que acaba de estrenarse— dijo Orlando totalmente
perdido.
—Sí, por eso mismo— les dije con una sonrisa.
¿Seguro? Porque yo oí otra cosa— dijo Emilia viéndonos con los ojos
achinados.
—Yo no escuché nada, solo vi a un loco expresando su afecto— dijo
Luciana provocando la risa del grupo.
¿Qué anda pasando que nadie me cuenta? — Dijo mi mamá al frente junto
a Jeff y Elena.
—Mariana, hija, ¿me puedes contar lo qué ocurre? — le dijo con una
sonrisa. Mariana me codeó.
—Jeffrey y Elena me estaban contando sus planes para hacerse padres.
Ellos primero quieren culminar unos pendientes para aventurarse a una
nueva odisea. Idea que me resulta sensata y madura; aunque… Ya quisiera
ser abuela. Pues… el cáncer y los viajes me hicieron reflexionar.
Y no quisiera irme de este mundo sin conocer a un nieto. Claro que respeto
las decisiones de cada quien y será cuando mejor les parezca— dijo mi
mamá reflexiva, entre sonrisas, con aires de nostalgia y finalmente
elevando su vaso con gaseosa para brindar. Ella siempre mostraba matices
de emociones en cada uno de sus argumentos, la hacía verse muy singular y
simpática.
—Salud por usted, señora Amanda y su esperado retorno— dijo Elena
elevando su vaso con vodka.
El resto la siguió como ejemplo ante la sonrisa de mi madre.
—Y entonces, ¿Por qué estaban felicitando a mi querido hijo? — dijo con
su innata curiosidad.
—Manuel acaba de llegar después de tiempo y está feliz porque han
publicado la nueva edición de la novela donde él aparece en un importante
papel protagónico— le dije a mi vieja.
Manuel estaba a punto de perder el conocimiento; aunque oyó lo que dije y
brindó conmigo por eso.
—Cierto, vi las fotos, están geniales. Ese libro es increíble, ¿lo leíste,
Mariana? Aparecen mis hijos, Manuel, yo y la protagonista principal— dijo
siempre con una sonrisa.
—Sí, señora Amanda, estaba muy bonito. Yo no sabía que era un escritor
famoso, no me lo dijo cuándo nos conocimos; entonces, asistimos de
casualidad a una librería y fue allí cuando vi su novela. El resto se trató de
un inevitable enamoramiento. Su hijo es un buen escritor; pero mejor
novio— dijo con ternura.
Mi mamá le sonrió como lo hacen las madres contentas por sus hijos.
—La historia es tan emocionante que me hace llorar— dijo mi madre.
Muchos de aquí conocimos a esa linda muchacha, lástima que las cosas
hayan acabado de ese modo, añadió con dosis de nostalgia.
—El final… A diferencia de la realidad, es muy esperanzador— acotó
Mariana.
—Bueno… Lo que realmente importa es el presente y parece que ustedes
dos andan muy enamorados— dijo acercándose a nosotros y sentándose al
lado de mi chica.
—Cuéntame más de ti, muñeca. ¿Cómo es que conociste a mi hijo? ¿Qué te
gusto de él? Y ¿ya lograste que aprendiera a cocinar? No imaginas la
cantidad de mensajes que me enviaba preguntando: Ma, ¿Cómo se hace el
arroz?,
¿Cómo puedo freír un huevo? Y demás— decía mi vieja en son de broma
ocasionando nuestra risa.
Aproveché que suegra y nuera charlaban avergonzándome un rato para
acercarme a Manuel, quien conversaba con Yolanda, para investigar más
sobre la forma como retomó pláticas con Kelly.
—Mi brother era el novio de la mejor amiga de mi chica y solíamos salir en
pareja a Larcomar, el Parque del amor y demás lugares.
También bajaban a vernos jugar pelota; aunque en ese entonces yo paraba
más en la banca; pero ahora me ha picado el bicho por meter goles.
Tal vez puedan venir el sábado para vernos pelotear— le decía a mi prima,
quien antes de divisar la presencia del único borracho de la fiesta charlaba
con Steph, otra prima, con quien los gustos musicales, los estudios y el
trabajo tenían en común.
—Hey bro, ¿Cómo vas? — Le dije al colocarme a su lado para escuchar su
charla.
Steph y Yolanda me hicieron un gesto dándome a entender lo que ya sabía.
—Estás borracho y enamorado, mi brother— le dije entre risas.
—Sí, mi bro, me la paso hablando de Kelly y nuestras vivencias lejanas al
punto que he creado un diario acerca de lo que hicimos hace años.
¿No te gustaría leerlo? Capaz inventas otro libro. Una especie de Spin-off
sobre Manuel y Kelly— dijo sonriendo y dejándose caer en mí regazo.
Mis primas nos vieron de reojo mostrando sonrisas y siguieron en lo suyo a
un lado del mueble.
—Manu, ¿en serio te escribes con Kelly? — Quise saber con interés.
—Brother… Realmente me hablo con ella— respondió trabajando su voz
para mantenerla firme.
Sacó el celular de su bolsillo para mostrarme sus conversaciones.
—Primo, es la primera vez que un hombre intenta afanarme hablándome de
su ex novia— dijo Yolanda con una sonrisa símbolo de burla y dulzura.
—Ojalá mi ex hablara así de mí cada vez que se embriaga— acotó Steph.
Resolví no contestar a sus comentarios burlescos.
Manuel acercó su celular para que pudiera leer bien.
¿Ves? Estamos en contacto desde hace varios meses; incluso, en más de
una ocasión hemos acordado en vernos. Ya sabes, tener un ‘remember’—
dijo sintiéndose contento por sus charlas.
Cogí el celular para verificar los mensajes.
Kelly Rodríguez: Hola Manuel, ¿Cómo estás? Yo bien, saliendo del trabajo
pensando qué cenar. ¿Y tú?
Manuel: Te cuento que hoy recordé cuando fuimos al Jockey Plaza y nos
metimos al Simulador 3D de Happy Land.
Kelly Rodríguez: Amigo, no entiendo lo que estás hablando. Manuel: ¿No
te acuerdas? Te encantaba ese juego.
Kelly Rodríguez: Creo que te confundiste de chat. La siguiente
conversación trataba de esta manera:
Kelly Saldarriaga: Hola Manuel, ¿Qué haces despierto a las 3am?
Manuel: Estaba pensando en ti. Recuerdo que íbamos a tu casa, nos
sentábamos en la sala y veíamos películas comiendo canchita junto a mi
brother y tu mejor amiga Daniela.
Kelly Saldarriaga: ¿Quién? No conozco a ninguna Daniela. ¿De qué
hablas? Una última ventana de chat decía lo siguiente:
Kelly Ludueña: ¿Me está invitando a salir, señor de logística? Acepto; pero
que no se enteren los otros, porque las parejas en el trabajo no están
permitidas.
Manuel: Nosotros ya supimos disimular, ¿te acuerdas la vez que visitamos
la casa de Daniela haciéndonos pasar por estudiantes de la academia?
Haríamos algo similar.
Kelly Ludueña: No te entiendo. Pero… Bueno, salgamos este fin de
semana. Manuel: Ya, genial. Entonces, ¿plan de ocho o nueve?
Kelly Ludueña: A las ocho estaría bien, después acordamos el sitio.
Manuel: Podría ir a tu casa.
Kelly Ludueña: No seas intenso, nos estamos conociendo. Manuel: Bueno,
es un nuevo comienzo. Ya nos vemos.
Los mensajes me desorientaron; pero no pude conversar con mi amigo
acerca del tema porque se encontraba dormido sobre mi hombro. Lo
recosté de lado en el mueble dejando el celular en su bolsillo y usando un
cojín como almohada.
Mariana me hacía señas para que volviera a su lado porque seguramente la
estarían asaltando en preguntas, le hice un gesto y se dio la vuelta.
Me levanté del mueble y caminé hacia la calle para que el aire me quitara la
confusión.
Prendí un cigarrillo y me recosté en el poste de luz para fumar con calma.
¿Qué sucede contigo, Manuel? Pensé. Les estás escribiendo a muchas
chicas llamadas Kelly creyendo que se trata de tu ex. Me aterra pensar que
otras cosas más andas haciendo de madrugada.
Arrojé una bocanada de humo, era una noche sin luna.
¿Todo bien, amor? — oí a Mariana asomarse por detrás. Giré el rostro para
verla venir.
—Necesitaba un poco de aire y menos bulla—.
¿Para pensar? — Preguntó.
—Algo así—.
Ella se puso en frente.
—Creo que mi amigo se ha vuelto loco— le conté mi percepción. —Sí que
estaba muy loco; pero fue porque hace mucho que no se ven y quiso
emborracharse un rato con los amigos de años— respondió Mariana
abrazándome por el cuello.
—No es solo eso. Siento que Manuel está obsesionado con el pasado— le
dije teniendo su cuerpo cerca al mío.
—Él… al igual que tú tuvo una gran historia de amor que supiste contar.
Imagino que es normal que no se le vaya de la mente lo vivido— dijo en
reflexión.
—Yo estoy lejos de esa época— dije en voz baja.
—No todos van a la misma velocidad— contestó. A veces algunas
personas se toman su tiempo para cerrar capítulos.
—Tienes razón— dije asintiendo.
Estará bien, dale algo de tiempo. No es fácil cerrar capítulos— aseguró.
—Yo tuve que escribir un libro— dije con una sonrisa.
— ¿Y cómo te sientes ahora? — Preguntó enseguida.
—Libre— dije como en un suspiro.
—Sea cual sea la locura de tu amigo, alguna vez cesará— dijo aferrando su
abrazo por el aire frío que nos rozó.
¿Y si vamos a tu cama? — Propuso mordiendo mi oreja.
—Te lo iba a pedir si no salías y regresaba a la sala— le dije en un susurro.
Cogió mi mano y nos adentramos con dirección a la habitación viendo
como los invitados andaban en las suyas.
¿Y si solo nos echamos y nos quedamos abrazados? — Le pedí.
—Me parece bien— respondió apagando las luces y acostándose en la
cama. Me puse a su lado cogiendo su cintura y con la boca a la altura de los
hombros.
¿Sabes qué puedo cambiar de opinión en cualquier momento, verdad? —
Susurré.
Ella sonrió.
Yo tocaba su trasero y mordía los hombros estirando su blusa.
Dio la vuelta de un golpazo poniéndose en frente y mirándome a los ojos a
pesar de la oscuridad.
—Estoy embarazada— dijo con una tímida sonrisa.
—Lo sé— le dije con una breve risa como si estuviera nervioso y
emocionado.
¿Y qué piensas al respecto? — Preguntó acariciando mis mejillas.
—Dímelo como tú, no con palabras de autor, sino con lo primero que salga
de tu corazón— acotó.
¿Vale decir que tengo miedo? Porque lo tengo; aunque nunca suelo
mostrarlo. Incluso, a pesar de estar aterrado, no soy capaz de reflejarlo— le
dije.
—Yo también estoy aterrada— añadió mostrando las manos temblorosas.
—Y también estoy contento. Es de las noticias más… Geniales que he
recibido en mi vida, supera por mucho a la vez cuando me llamaron y
dijeron que iban a publicar el libro. A cuando metí un golazo de media
cancha jugando para Alianza Lima, a aquel momento en que te conocí y
sentí que el laberinto podría volverse un arcoíris. A la vez en que nos
amamos por primera vez sabiendo que solo habría puntos seguidos en
nuestra historia.
Lo supera todo y aunque estoy emocionado y nervioso, bien lo estoy
demostrando, también me entusiasma y llena de vida como si una mañana
de verano estuviera apareciendo en mi camino. Así, con ese brillo intenso y
sublime, con un sol potente en lo más alto y mis ganas de vivir el día con
una gigante sonrisa capaz de iluminar el horizonte—.
¿Sabes? Me encantó decírtelo ahora. Aquí en tu habitación, teniéndote en
frente y a oscuras, mentalizados en crear una historia sin final y entusiastas
con el hecho de ser tres— dijo con una sonrisa y lágrimas causadas por una
emoción sinigual.
Nos abrazamos frenéticamente.
—Te amo, gracias por prender la luz del laberinto— le dije al oído.
—Te amo y te amaré por duplicado de ahora en adelante—.
Quedamos en asistir a la clínica para realizar una prueba de sangre que
consolide la noticia y sin embargo, a pesar que acordamos en ir un lunes
por la tarde lo postergamos para el miércoles al mediodía y terminamos
yendo el viernes a primeras horas de la mañana por la flexibilidad del
horario de su trabajo en aquel día.
Como en otras ocasiones fui a recogerla al edificio de la empresa alrededor
de las diez, hora en la que se haría un tiempo para asistir, tomar desayuno y
volver a pesar que el jefe, profesor suyo de la universidad, le habría dicho
que tuviera el día libre. Sin embargo, tratándose de Mariana y su afición
por el trabajo, esto no ocurriría.
Teníamos cita para las once y llegamos faltando cinco minutos por una
demora en el tráfico.
Nos acomodamos en una larga hilera de sillas y esperamos el llamado de
una joven enfermera con trenzas cayendo por los lados.
—Señorita Benavides Torres, acérquese, por favor— dijo al rato.
Ambos ingresamos al consultorio donde le harían la prueba y pidieron
amablemente que me quedara sentado a la espera.
Mariana me dio un beso y arribó hacia el cuarto con puerta de vidrio en
donde otra enfermera le realizaría el examen.
Al cabo de unos minutos nos dieron la noticia en un sobre sellado. Ella lo
cogió y abrió destrozando el papel en un santiamén.
Un enorme positivo con letras negras estaba escrito en la parte central, nos
alegramos un poco más y nos abrazamos entre sonrisas para enseguida
pasar al otro consultorio en donde nos esperaba la ginecóloga quien nos
daría unas pautas necesarias según dictaba el protocolo de la cita médica.
Nos sentamos al frente de un escritorio marrón en donde un ordenador
portátil, un estetoscopio, un recetario y un portafolio con lapiceros yacían
ordenados para facilitar la consulta.
—Muy buenos días, jóvenes— dijo una señora de chaqueta blanca y blusa
rosa por dentro, quien se acomodó sobre la silla giratoria y preguntó si se
había realizado una ecografía.
Mariana respondió negativamente.
—Tiene que realizarse una en este instante— sugirió en tono imperativo.
Nos miramos y accedimos.
La doctora Olga Castillo, según el nombre en el escritorio, llamó a la
enfermera que hizo la prueba y le pidió llevar a Mariana a la sala de
ecografías.
—Somos primerizos y desconocemos algunos de los pormenores— dijo
Mariana con frescura al momento en que Fanny, la enfermera, la conducía
a la sala.
—Descuide, yo entiendo y aquí estaré para cuando vuelva— respondió la
doctora con amabilidad.
Salimos del lugar, de nuevo me senté en el mismo asiento de espera y me
quedé a la expectativa de que saliera.
Creía que la ecografía sería necesaria para saber las condiciones del
embarazo, razón por la cual ambos aceptamos de inmediato.
Ella regresó y nos adentramos en el consultorio de la ginecóloga, quien ya
tenía la ecografía en su poder visualizándola detenidamente con lentes que
dejó caer sobre el escritorio para con voz sobria decir: Parece que tienes
amenaza.
Nos miramos confundidos.
¿Amenaza? — Dije.
—Tienes cinco semanas de embarazo. Dime, ¿has tenido dolores en el
vientre y sangrado vaginal? —
La miré esperando una respuesta.
—Bueno… Sí, un poco en los últimos días— respondió con dócil voz.
¿Por qué no me contaste? — Le dije preocupado.
—No era necesario. Solo eran dolores efímeros—.
¿Has sangrado? —
—Algo—.
—Mariana, ¿Por qué no me dijiste que estabas pasando por eso? — Le dije
elevando la voz.
—Joven, por favor— dijo la doctora estirando la mano abierta.
—Bien, lo que tienes que hacer es estar en reposo absoluto hasta que la
amenaza pueda pasar. No hay medicamentos, solo reposo y abstinencia
sexual—.
Mariana se veía afectada. Estuvo al borde de las lágrimas. Mi coraje se
detuvo y la sujeté de la mano para calmar la melancolía.
¿Les puedo dar un consejo? Todavía son jóvenes, no se dejen acabar por
esta clase de episodios. A muchas parejas les pasa…
Fue diciendo y yo cada vez sintiéndome lejano a la realidad como si la
mente se hubiera nublado y Mariana al lado asintiendo y aguantando las
lágrimas sujetándome la mano para no caer estuviera compartiendo el
mismo sentido. Salimos de la clínica en mutismo, con las manos sujetas y
las ganas desechas como pedazos de vidrio.
¿Puedes conducir? — Fue lo único que me dijo hasta llegar a su casa.
A la señora Gloria le pareció extraño vernos un día de semana al mediodía;
pero estuvo contenta por tenernos en casa justo para el desayuno.
No obstante, su semblante cálido fue mutando al tiempo que nos íbamos
acercando.
Me dio una mirada rápida preguntando con los ojos que habría pasado. Yo
no supe que responder; aunque mi rostro pudo haber hablado demás.
Mariana le dio un abrazo colgándose de su cuello y estallando en lágrimas.
La señora se llenó de preocupación y nos pidió sentarnos en el mueble para
conversar sobre los hechos presentes.
Ellas hablaban manteniéndose juntas en un abrazo, yo al frente con la
mirada de la madre encima y viendo como le daba palmas en la espalda
respondiendo con voz suave a las frases inentendibles de su hija.
¿Qué sucedió? — Nos dijo al separarse. Mariana lloraba
desconsoladamente y yo la miraba con pena y queriendo compartir sus
lágrimas; pero el cuerpo no lo permitía o es que tal vez los grifos en los
ojos yacían secos como desiertos.
Me asomé para sentarme a su lado, cogí su mano y la besé.
—Todo estará bien, mi cielo— le dije sintiendo como se recostaba en mi
hombro.
¿Qué les dijo el doctor? — Preguntó su madre preocupada.
—Lo que te digo, ma. Tengo amenaza de aborto— repitió con nostalgia.
—Pero… hijita, ¿Qué recomendaciones te dieron? — Quiso saber con
ternura.
—Reposo y más reposo— respondió desganada y entre lágrimas.
—Y eso es lo que tienes que hacer, preciosa— le dije acariciando sus
cabellos.
—Sí; pero siento que todo es mi culpa— dijo en una rabieta.
—No lo es, cariño— dijo su madre consolándola con una caricia en la
espalda.
—Tú no sabías lo que estaba pasando y solo hacías tu trabajo— le dijo
después.
—Lo siento, corazón, debí contarte— me dijo elevando la mirada. Creí que
no sería tan grave, ni siquiera lo vi en el internet. Simplemente no pensé
que sería preludio de esto.
—Amor… Ahora lo que realmente importante es que vayas a reposar para
que podamos ser tres— le dije con un sonrisa viéndola de frente.
—Sí, corazón, él tiene razón. Ve a ducharte y descansa un rato. Ya luego
llamas a Fabián para que te dé la semana libre— argumentó su madre.
—O algo más. No importa cuánto, lo que interesa es que esto pueda
pasar— le dije con las manos sobre las suyas.
—Sí, sí, definitivamente eso haré— dijo secándose las lágrimas.
No voy a perder a mi bebé, seguiré las recomendaciones y tendré un
embarazo adecuado, añadió con mesura.
—Así se habla. Ahora, ¿les parece si preparo café para nosotros y un tecito
de hierbas sanadoras para ti? — Dijo su madre con gran bondad.
—Gracias, ma— dijo Mariana esbozando una sonrisa. La señora se levantó
del mueble y caminó hacia la cocina.
Me recosté sobre el espaldar y exhalé con brusquedad.
—Espero que todo salga bien— le dije abriendo mis brazos para que
pudiera caber.
—Sí, amor, todo irá bien. Yo sé que sí— dijo con débil voz.
Tengo tantas ilusiones por ser padre que no quiero verlas caer como vidrios
rotos, pensé cobijándola en mi regazo.
—Ambos estamos muy ilusionados con la noticia, esa es la razón por la
cual Dios y el destino nos darán un bebé— dijo frotando su mano en mi
pecho como si hubiera leído mi mente.
Creeré en Dios y el destino cuando la vea en mis brazos, pensé acariciando
sus cabellos.
¿Me cuentas una historia? — Dijo elevando la mirada.
—No me siento inspirado— le dije.
—Eres escritor, inventa alguna, por favor, ¿sí?— insistió con ternura.
¿Cuál puede ser la trama? — Pregunté jugueteando con su melena.
—Acerca de nosotros— dijo con ojos brillosos.
—Para eso no tengo que inventar algo— dije esbozando una sonrisa.
—Nosotros… Tres— añadió cogiendo mi mano y llevándosela al vientre.
—Nosotros… Tres. Suena lindo— dije con un suspiro y una sonrisa.
—Suena perfecto— dijo ella mejor de ánimos. Sí, suena perfecto, dije para
mis adentros.
—Bueno… ¿Había una vez? No. El fin del verano trajo una última alegría.
Mariana, reina del universo, había quedado embarazada de quien narra la
historia y en su vientre habitaba la niña que seguramente igualaría su
belleza e inteligencia. Además acuñaría muchos de los extraordinarios
atributos del padre.
Se me escapó una risa. Ella se contagió.
¿Cómo sabes que quiero una niña?— Preguntó alzando la mirada.
—Lo intuí—.
—Y acertaste—.
—Habían pasado los meses necesarios para su concepción tras un
exabrupto que casi culmina en perdición. Pero… Ella rentando el vientre
encantado evitó junto a la valentía de su madre el nefasto desenlace
desarrollando una conexión especial cuyo poderoso vínculo cementó el
camino hacia la asunción.
Esa noche, a las doce como mandan los cánones, la princesa… Circe.
¡Sí, Circe! Anticipaba su salida hacia el mundo real, uno que durante días,
semanas y meses sus padres estuvieron construyendo y decorando para su
llegada.
Alarmados y emocionados, nerviosos y ansiosos, por la apertura del vientre
encantado solicitaron una nave para que los condujera al hospital o clínica
más cercana.
—Precioso, ¿una nave? ¿Es en serio? — dijo con una sonrisa y sus ojos
vidriosos.
—Sí, una nave; pero no un cohete, sino un barco estelar. Es como una
barcaza con remos para navegar en el universo eludiendo estrellas y
planetas a mucha velocidad porque en el espacio no hay tráfico— le conté a
detalle.
Ella sonrió.
¿Y Circe cómo era al nacer? — Quiso saber intrigada.
—Todavía no llegamos a esa parte, cariño—.
—Nos adentramos en un agujero de gusano para llegar más rápido.
Cortamos camino y aparecimos en la clínica. Afuera nos esperaban tu
familia y la mía como si nos hubieran leído la mente y apresurado en venir.
—Sí que fueron muy puntuales, tal vez les enviaste una nota en una paloma
mensajera— dijo con una risa.
—Levitando surcamos las escaleras hasta alcanzar la estancia de los
doctores. Uno de ellos tenía barba larga y blanca como la nieve, pensaste
que era Santa Claus y sonreíste. Sus ojos eran nobles y la chaqueta que
usaba tan pulcra como un algodón al igual que la de sus compañeros
incluyendo un par de enfermeras a quienes fácilmente se les podía ver las
alas recogidas.
Ellas se acercaron y te sedaron rozando tus ojos con sus suaves manos para
enseguida pedirme permiso para que pudieran adentrarse juntos hacia el
Partenón en donde Circe vería la luz por primera vez.
Desde un orificio de la puerta dorada miré la sala de partos que era como
una cúpula llena de adornos preciosos de antiguas culturas, cuatro
columnas griegas y dos romanas sostenían el lugar, el techo fue pintado por
Miguel Ángel, las paredes tenían dibujos de nacimientos, en ellos se podía
ver figuras de Jesús, Alejandro Magno y Cleopatra en sus inicios. Además,
los artilugios para la operación fueron diseñados por Da Vinci y el
conocimiento de doctores tan ancestral como divino capaces de hacer un
nacimiento de ensueño.
Todo salió perfecto. El doctor junto a su séquito de ayudantes con alas y
rostros divinos hicieron magia.
Circe vio la luz con ojos como los tuyos; aunque con una profundidad
exorbitante al punto que se podía ver al universo en su iris.
Cuando vi a Circe sentí como si el mundo se hubiera parado, como si las
estrellas, la luna y el viento se hubieran detenido. De hecho, bajaron del
espacio primos lejanos únicamente para contemplar el nacimiento, de abajo
salieron familiares de antaño, de esos que leímos en libros, de lugares
recónditos vinieron los héroes griegos para contemplar a su princesa e
infaltablemente también tuvimos la oportuna presencia de nuestra familia.
Yo fui corriendo para darle un abrazo a la princesa, para verla a los ojos y
sentir que veía tu mirada en su rostro; para sentirla cerca, para cargarla y
elevarla a los cielos para que pudiera mirar su reino, uno que hicimos
juntos
para ella, uno al que le dedicamos tiempo para que pudiera disfrutar sin
límites por su anchura infinita y su horizonte eterno.
La tuve cobijada en mis brazos un tiempo corto, te la devolví y la abrazaste
dándole un beso en la frente teniendo juntas una conexión fantástica.
Sonreías de felicidad pura y absoluta, ella tenía tu hermosura y tu piel,
plantaste besos en su cabecita y le dijiste el más honesto te amo. El cual te
devolvió con una sonrisa que ningún pintor podría igualar.
Enseguida me acerqué para las fotografías que saldrían en todas las
portadas del mundo, en todas las planas de revistas, en todas las páginas de
internet de aquí y allá en el más allá del allá.
Te recuperaste en un santiamén, te dieron el alta esa misma noche; aunque
ya era de mañana y resolvimos hacer una fiesta imprevista para
conmemorar el nuevo inicio de una aventura sublime y divertida que
empezaba ahora.
Llegaron de los fines del universo con sus carruajes volantes los dioses de
todas las mitologías.
Prepararon Maná y Dionisio se encargó del licor.
Nunca vieron a Satán y Yahvé en una misma mesa. Hubo música
compuesta por genios de la sinfonía que llegaron desde Viena para
conquistar tus nobles oídos.
Estuvo el humor de Garrick antes de visitar al doctor y Ninfas danzaron
luciendo coreografías de países africanos como centroamericanos.
Desfilaron sirenas destellando belleza y cautivando a más de uno que se
puso a ver la pasarela.
Alquimistas Persas mostraron juegos de luces y espadachines japoneses
asombraron con sus técnicas prodigiosas.
Vinieron los héroes que admiramos por los libros, hubo un concurso de
bebida veloz entre Thor y Aquiles, un duelo de tiro al blanco entre Héctor y
Odiseo, vencidas con los brazos entre Ajax y Heracles.
Estuvieron todos a quienes honramos por sus hazañas.
Perseo y Teseo se acoplaron al rato. Ariadna iba a ser la madrina y
Artemisa la segunda; pensamos en Hermes como padrino y en Atlas como
su acompañante. Queríamos que esté rodeada de gente admirable y por eso
elegimos de a cuatro. Claro que también se acoplaron tus hermanas, ellas
sumaron como grandes exponentes de la sangre que ahora corría por las
venas de una princesa reluciente.
Trajeron muchas estrellas como regalo, algunas constelaciones llevan ahora
su nombre y dijeron que la sorpresa sería un Pegaso.
Imagino que lo monta emulando a Belerofonte y llega al Olimpo para
reposar un tiempo antes de volver al jardín de las Hespérides que
sembramos para ella poco antes del encuentro de ensueño.
Se abrieron los mares para que el Kraken hiciera un festín de movimientos
divertidos y ocasionara nuestra risa.
Duendes nórdicos tejieron hermosos vestidos que podrá usar mientras vaya
creciendo, los diseñaron con hilos de oro en honor a sus cabellos brillosos.
Podrá jugar en el Taj Majal o deambular por Machu Picchu, podrá perderse
por los laberintos de Creta y salir por las aguas sobre el lomo de Dagón.
Podrá hacer lo que guste porque es una princesa capaz de viajar entre
espacios y dimensiones con solo dar unos pasos.
Hicimos una fiesta por ella, llena de invitados de honor, con juegos en
haces de luz y pinturas hechas por artistas renacentistas adornando las
paredes.
De todos los confines del mundo y de los cielos llegaron las personas más
ejemplares y locuaces, personajes que únicamente aparecieron para
conocerla después de que ambos le diéramos la bienvenida con besos y
palabras de amor sacadas de corazones enamorados desde que estaba en tu
barriga.
Todos en los recónditos sitios del cosmos… Llegaron para verla sonreír.
Una lágrima recorrió sus mejillas.
¡Circe! ¡Circe!, ¡Circe! Decían los dioses, los héroes y el resto de invitados
al tiempo que ella sonreía para deleitar a quienes hacían reverencia como
símbolo de adoración y admiración a su presencia— terminé de contar.
¡Circe! ¡Circe!, ¡Circe! Decían— Dijo Mariana con una fuerte y repentina
dosis de emoción.
Elevó ambas manos en señal de hurra pronunciando otra vez: ¡Circe!
¡Circe!
¡Circe! Y mostrando una gran sonrisa llena de efervescencia.
¡Circe! ¡Circe! ¡Circe! — Le seguí con el mismo énfasis.
¡Circe! ¡Circe!, ¡Circe!... Princesa… La galaxia lleva tu nombre— dijo con
suavidad y amor en cada entonación.
—Así es, amor. La galaxia lleva su nombre— dije y nos abrazamos
contagiados de entusiasmo por hacer del cuento una realidad.
¿Todo lo que cuentas ocurrió aquí? — Quiso saber después.
—Eso sucedió en un mundo paralelo, donde, bien dices, una galaxia lleva
su nombre.
—Entonces, ¿Qué sucede aquí? —
—Aquí Circe es una niña preciosa, tan hermosa como su madre y con el
encanto de su padre, con deseos por ser doctora o escritora, empática ante
el mundo y los animales y con una fascinación increíble por aprender y
vivir de sus pasiones—.
—Me encanta como la describes—.
—Es tu reflejo—.
Apretó mi cuerpo en un abrazo.
—Bueno, mi amor, ahora es tiempo que descanses— le dije levantándome
del mueble.
¿Crees poder escribir la historia para que me la envíes? —
—Claro, en casa la traslado a una hoja—.
Hice un gesto con las manos en señal de escribir. Ella volvió a sonreír y
también se levantó del sofá.
—Descansa tanto como puedas, mi cielo. Mañana hablamos— le dije y
envié un beso volado mientras me dirigía a la puerta.
¿Ya te vas? — Oí a su madre decir. Perdonen… Es que los vi tan
entretenidos que no quise molestarlos con el café.
—Para otra ocasión será— le dije sonriendo. Mariana subía las escaleras
con lentitud.
—Hija, ponte cómoda que en un rato subo con un té— le dijo mientras
Mariana subía.
Ella dio un giro y respondió: Te espero, ma.
Ya nos vemos, amor. Ve con cuidado, por favor. Volvió a subir y oímos el
sonido de un traspié.
¡Sube con cuidado, mi cielo! — le dije poco antes de abrir la puerta.
—Tenemos que cambiar de escaleras lo antes posible— comentó su madre
a la altura de la cocina.
—Ando medio somnolienta y estos peldaños tienen la edad de mi
bisabuela— comentó Mariana junto a una risa y siguió subiendo.
Vigilé sus pasos hasta perderla en el pasadizo. Entonces me fui.
La casa estaba vacía, mis padres salieron con Dolly a dar un paseo
nocturno y mis hermanos decidieron pasar la noche con sus novias.
Ya era una costumbre hallar a los cuatro pisos en ausencia de gente, lo cual
siempre me pareció estupendo porque así podría escribir a cabalidad sin
voces ni distintas clases de música, sin ruidos ni risas, ni siquiera un vecino
molestoso porque abandonaron las casas vecinas y los letreros de en venta
todavía no funcionan como imán.
Con música de fondo para tararear entre párrafos comencé a escribir el
relato inventado acerca del nacimiento de Circe que fue netamente
inspirado en el abdomen de Mariana y esa ilusión encantadora por
volvernos padres de una niña tan hermosa como prodigiosa.
Cuando se hizo de noche y a pesar de no rozar siquiera las nueve me entró
un fuerte sueño causado por el trajín del día y sus diversos matices como
montaña rusa. En consecuencia, resolví ignorar la rutinaria revisión de
redes y correo para lanzarme a la cama tras dejar el celular cargando sobre
una pila de libros que todavía no empezaba a leer.
Dentro del sueño un ruido que parecía lejano fue asomándose retumbando
en mis oídos hasta despertarme.
Me levanté de la cama y corrí hacia el celular. Un número no registrado
llamaba.
—Hola, ¿Quién habla? — Dije tras un bostezo.
—Soy la mamá de Mariana. ¡Ven a la clínica San Cipriano! Estamos en
emergencias— dijo con rapidez y preocupación.
¿Qué ha pasado?, ¿Qué ha pasado? ¡Maldita sea! Allá voy, allá voy— dije
con desesperación.
—Las cosas se salieron de control— repitió con mucha angustia y
preocupación.
Detuve el primer taxi que vi y arribé hacia el centro médico. Muchas cosas
pasaron en mi mente durante el trayecto, algunas resultaron indescriptibles.
Afuera me encontré con su madre, quien se veía despeinada y con los ojos
rojos. Notablemente preocupada con las manos en la boca y un andar en
círculos por la sala de emergencias.
Nos dimos un abrazo muy fuerte al momento de encontrarnos.
¿Qué ha pasado? Cuénteme, por favor— le dije prácticamente a gritos.
—Me acaban de decir que… tuvo un aborto— respondió con los ojos
húmedos.
Maldije una y diez veces haciendo puño y golpeando el aire en rabietas
inmediatas.
¿Dónde rayos está?, ¿En dónde está? ¡Dígame, por favor! — Dije en voz
alta sujetándola por los hombros.
—Le están haciendo un legrado— dijo con pena. Agaché la cabeza
conteniendo mi furia.
¡Mierda! ¡Carajo! ¡Mierda! — repetí con mucha frustración.
Tenía optimismo, supuse que siguiendo las recomendaciones evitaríamos
este evento, pensé que podría desarrollar un embarazo natural. Creí que
dioses o destino pondrían su mano en nosotros y nos ayudarían en algo.
Pero siempre fue así, no hay nadie cuidando ni vigilando.
—Le entraron fuertes dolores en el vientre durante la madrugada. Subí a
verla y la ayudé a vestirse para venir aquí. En ese momento me percaté que
las sábanas estaban mojadas de un sarro marrón que parecía ser sangre en
un estado preocupante.
Siguió sangrando en el asiento. Llegamos a emergencias y tras una revisión
nos dieron la desgarradora noticia para inmediatamente proceder a una
necesaria intervención— contó su madre sin poder evitar el dolor expuesto
en lágrimas.
Sentí el argumento como balas en el pecho; pero me mantuve quieto a
pesar que por dentro el alma estuviera gritando en rabia y el corazón
maltrecho agonizando.
—No debemos dejarla sola en este momento— dijo entregándome un
abrazo que no pude corresponder por quedarme sin fuerzas.
—Nunca me alejaré de ella— dije con repentina seguridad y coraje.
—Yo también estoy muy dolida y llena de melancolía. Las ilusiones que
sentía se fueron al tacho; pero debo ser fuerte para sobrellevar la situación.
Es como un duelo. Un aborto siempre es una tragedia. Va a tardar en
recuperarse emocionalmente y nosotros tenemos que estar para apoyarla.
Juntos haremos que no sea tedioso ni angustioso— me dijo cogiendo mis
manos como si fuera mi madre sacando fuerzas de alguna parte.
—Iré a verla. No soporto tanta espera. Necesito que me vea y sepa que
estoy con ella— le dije y con ímpetu me adentré en urgencias, atravesé un
pasadizo blanco con luces amarillas encima con doctores yendo y viniendo
presurosos y con archivos siendo leídos por enfermeras, pacientes en
camillas o sillas de ruedas, inyectados a suero u aparatos y familiares en
vigilia sentados en silencio en asientos de un corralón como pasaje del
infierno.
Le pregunté a una señorita que vi en el camino dónde se encontraba la
habitación de la paciente Mariana Benavides. Me indicó que justo acababa
de salir de una operación y debía de esperar a que se recuperara. Mentí
diciendo que lo haría y fui hacia su ubicación.
Entré en la habitación 603. Mariana se encontraba conectada al suero desde
su muñeca izquierda y cubierta a la altura de los hombros con un edredón
celeste. Los ojos cerrados y los brazos extendidos por encima; tenía el
rostro hacia un lado exponiendo las mejillas y parte de su melena.
Me acerqué presuroso volviendo lento el andar como para no despertar, me
detuve en una silla, cogí su mano para darle un beso y hablarle por si podía
escucharme: Hola amor de mi vida, aquí estoy.
Siento mucho que esto haya pasado; pero es algo que escapa de nuestras
manos. Nosotros… Nosotros lo quisimos y lo intentamos.
Se me entrecortó la voz en ese momento.
Nos enamoramos de la idea de tener una hija y aunque ahora se vea
truncada… Estoy seguro que tendremos suficiente tiempo para poder
lograrlo. Te amo. Sigue descansando.
Di unas vueltas por la habitación como guardián de su sueño hasta que vino
su mamá junto a un médico y su enfermera, quienes estuvieron mirándola
tras intercambiar saludo conmigo y pidieron que pasara la tarde en la
clínica por mera precaución.
La señora Gloria se acomodó en una silla y le entregó algunos besos en la
frente. Dejó una bolsa con artículos personales y me dijo que volvería a
casa para alistar su habitación. Le dije que fuera tranquila porque yo estaría
aquí para protegerla. Además, le sugerí que se diera una ducha y tomara
una siesta. Ella hizo el intento por esbozar una sonrisa dándome una
palmada en el hombro y se despidió de su hija con palabras de amor y
caricias en las mejillas.
—Avísame cuando estén llegando— dijo poco antes de irse.
—Claro, le doy una llamada— respondí.
La señora se veía agotada, pasar la noche en vela con fuertes dosis de
angustia y preocupación, desgasta a cualquiera.
Estuve sentado dándole besos a su mano, mirando como bajaba a cuenta
gota el suero y observando sus gestos de dormida; tan hermosa como
divina, como una bella durmiente. Me acerqué a la ventana y miré el
panorama urbano para distraer la mente que no dejaba de pensar en los
sucesos. En la sangre sobre la sábana, el dolor abdominal, el aborto
espontáneo y la tristeza actual, que,
aunque ligeramente disminuida, se veía reemplazada por la idea sensata de
que lo sucedido era relativamente natural y que no éramos la excepción en
un mundo lleno de tragedias.
Duele y mucho, como un luto, bien lo dijo su madre; pero debíamos de ser
fuertes para avanzar, reflexioné caminando por la habitación.
La vida me había dado un poder, a veces le dicen resiliencia y mi deber era
trasladarlo en forma de compasión, respaldo, paciencia y mucho amor en
distintas maneras, dije para mis adentros en otra reflexión.
Miraba la llegada de la tarde desde la ventana con su gente andar de aquí
para allá evidentemente preocupados, cuando de pronto, para bien y para
acelerar al corazón, Mariana me habló desde su cama con una voz tenue:
Hola amor. Lo siento mucho, no lo logramos… Pero creo estar bien.
¡Mi amor! — dije acercándome a velocidad. Me dejé caer sobre la silla
para acariciar su rostro precioso al tiempo que observaba una mirada dócil y
ligeramente húmeda.
Le di un abrazo un segundo después porque resulta ser mejor que cualquier
conjunto de palabras.
Ella apretó el cuerpo con una fuerza justa y al oído empezó a sonar el
chillido del dolor. Uno profundo como salido de un alma angustiada que
necesitaba expresar el malestar para intentar hallar el camino a la
serenidad.
—Lamento que esto haya ocurrido. Yo quería cuidarme como dijo la
doctora; pero inesperadamente se salió de control— dijo con voz
entrecortada y lágrimas rozando las mejillas.
Rocé su frente con las manos mientras la contemplaba.
—Fuiste muy responsable y valiente; sin embargo, a veces los eventos
escapan de nuestras manos. Ahora solo queda descansar— le dije con
calma. Pasé mi mano por sus cabellos quedándome en su mejilla.
—Yo te aseguro que todo estará bien, mi cielo— le dije con una mirada
fija. Le di un beso en la mejilla y volví a mi posición.
¿Adónde se habrá ido? — Preguntó de repente viendo el techo como
perdida en un firmamento.
¿Dónde crees que se encuentre Circe? — Preguntó girando el cuello para
verme.
—No tuvo oportunidad de conocer la luz— le dije.
—Claro que la vio— dijo y sonrió a pesar de los ojos húmedos. Me
mantuve en silencio.
—Creo que decidió volverse polvo de estrellas, viajar por el espacio y
fundar su galaxia en algún confín del universo— añadió sonriente.
¿Entonces podemos verla al mirar las estrellas? — Quise saber hipnotizado
por sus palabras.
Esbozó una amplia sonrisa.
—Vuela, mi niña sin cuerpo ni latido, que el espacio es tu casa y la realidad
todavía no satisface tu perfección— reflexionó y cerró los ojos como si la
estuviera encontrando en la memoria.
La galaxia lleva su nombre, pensé cogiendo su mano.
Me levanté de la silla y di unas vueltas por la habitación asomándome a la
ventana.
—No te vayas— la oí decir.
—Aquí estaré—.
Esbozó otra sonrisa y se quedó dormida.
Elevé la mirada viendo al sol caer y una lágrima recorrió mis mejillas
cuando como eco sus palabras anteriores resonaron en mi cabeza.
Le dieron el alta horas más tarde. Arribamos a casa y en el camino estuve
recibiendo una enorme cantidad de mensajes y llamadas que no pude
contestar.
Ella continuó el sueño en la parte trasera, echada y acomodada y yo la
vigilaba desde el espejo, la música como fondo porque así lo pidió y el
andar lento sin dar muchos giros.
En casa nos esperaba su madre, preocupada, atenta a las esquinas, con las
manos en la cintura y otras veces en los cabellos, anhelando la venida.
Mariana no quiso quedarse en la sala para entablar conversación de a tres,
prefirió subir a su habitación y no dejar que nadie la interrumpa. Ni
siquiera yo, a quien pidió encarecidamente que volviera a mi casa para
meterme dentro de la cama y tomara un descanso, según añadió, más que
merecido.
No quise hacerlo; aunque accedí a su pedido de querer estar sola.
Previo a acostarse se dio una larga ducha, pensé en que seguramente
confundiría las lágrimas con el agua tibia, se pondría un atuendo ligero y
no querría salir de la cueva de edredones.
La entendía, obvio; comprendía por completo su actual nostalgia, ese afán
voluntario por querer aislarse un rato; una noche o tal vez un par de días
para apaciguar el dolor en el alma. Pero a la vez, estaba preocupado, quizá,
algo intimidado por su actitud parecida a la de alguien en el pasado;
aunque, lógicamente, por instantes no quería entrar en comparaciones,
sobre todo por
el asunto de poder volverme loco. Y no quería ni debía entrar en locura,
tampoco incrementar la preocupación; solo debía seguir siendo fuerte y
tener el hombro duro para que la otra mitad se cuelgue y ande sin caer.
No le dije que me quedaría en su sala. Nos despedimos con un abrazo y un
beso y la vi subir a paso lento rumbo a la habitación.
Con la mente en calma, supuse que descansaría y aliviaría con el sueño
algo de angustia. Mañana podría ser un nuevo día en donde las penas estén
de bajada, pensé finalmente.
Su madre y yo compartimos otra taza de café, esta vez con un añadido
especial, una buena porción de escoses del siglo pasado que guardaba en un
estante. Dijo que junto al café nos liberaría de la angustia y tuvo algo de
razón.
Lo bebimos al tiempo que hablamos.
—Leí tu libro. Una noche lo cogí del librero y me puse a mirar. Quedé
enganchada con facilidad al punto en que no lo podía dejar. Recuerdo
haberlo terminado en dos noches.
Fue entonces cuando pensé, ¿realmente ocurrió? Es decir; ¿te sucedió?
—La realidad y la ficción son hermanas gemelas que a veces intercambian
roles. La historia es enteramente cierta y a la vez imaginaria.
¿Sabe por qué? Porque muchas tardes me hubiera gustado que todo fuese
un invento literario y otras veces, siento que está bien que ocurriera porque
debido a ello mi personalidad está hecha de plomo—.
—Es un libro honesto, por eso me gusta. Y, ¿es tarde para decir que
lamento tu perdida? —.
—Tengo a Mariana, no hay nada que lamentar. Con ella el mundo ha dado
el giro necesario para devolverme la felicidad—.
Su madre esbozó una sonrisa.
—Estoy segura que serán unos padres increíbles. Esto… lo que ha pasado
ahora, es tan solo un traspié. Un asunto de la naturaleza. Yo tuve tres hijas
sin ningún problema, mis niñas también; aunque… Una prima pasó por lo
mismo. Son circunstancias, eso voy a tratar de explicarle a Mariana para
que pueda volver a creer y no pierda ese encanto que tuvo cuando supo que
estaba embarazada.
No sabes… se puso muy feliz, los ojos le brillaban, pocas veces la vi así.
Quizá, cuando se graduó o cuando obtuvo la oportunidad de ser parte de un
gran proyecto como el centro comercial donde se conocieron.
Y sin embargo, si te soy sincera, ese brillo de entonces fue una luciérnaga
comparada con el sol que irradió de sus ojos cuando me contó que estaba
en cinta—.
La señora quiso llorar; pero se contuvo.
Quiero ver a mi hija con esa misma energía, añadió al borde del llanto.
—De su personalidad desbordan encantos con sencillez, todo el tiempo
tiene una potente luz que alumbra hasta el espacio.
Yo estoy seguro que saldremos de este mal episodio y volveremos a verla
sonreír porque a ella le asienta muy bien. Sin embargo, por ahora, creo que
es preferible no mencionar el tema de un futuro embarazo, que lógicamente
deseo; pero será mejor que nos tomemos un pequeño descanso en ese
aspecto y vayamos con calma. Lo que realmente importa es que se recupere
física y emocionalmente.
—Sí, sí, eso de hecho. Y nosotros estaremos aquí para respaldarla—
enfatizó.
—Por supuesto, aquí y también en mi casa, en los lugares donde ella es
feliz— le dije.
La señora sonrió secándose las lágrimas.
—Se ve que allá también la quieren bastante—.
—Es la favorita de mi vieja— dije sonriendo. La señora Gloria también
sonrió.
De repente, solté un bostezo gigante que se me hizo imposible no controlar.
—Creo que el caballero guardián también debería ir descansar— me dijo
con ternura.
—Sí; pero me gustaría seguir resguardando su sueño— dije y otro bostezo
salió.
—Descuide, caballero, yo seré su reemplazo. Estaré con ella el resto de la
noche, si es que me lo permite— dijo con dulzura.
¿Le hago una pregunta? — dije poco antes de despedirnos. Me hizo un
gesto abriendo las manos.
¿Por qué toma pastillas para dormir? —
—La muerte de Raulito nos afectó. Yo las tomaba y ella también, era para
calmarnos; pero ya dejamos de hacerlo, si viste alguna es porque nos falta
hacer limpieza— dijo entregándome calma.
En casa me esperaban mis padres sentados en el mueble principal de la sala
como intuyendo los hechos.
Les di un abrazo anhelando quedarme ahí por mucho tiempo y empecé a
contarles lo ocurrido durante el día.
Mi mamá se echó a llorar imaginando a Mariana a medida que mi padre la
abrazaba explicando que son situaciones que muchas veces llegan a ocurrir
por naturaleza propia; aunque nada evita que nos duela.
La querían bastante en casa, se preocupaban por su estado y deseaban en
conjunto su bienestar.
Mis hermanos se enteraron al día siguiente mostrándose afectados; aunque
deseando el mejor de los augurios tanto para ella como para mí.
Mariana seguía en casa, yo iba todos los días dejando de lado la escritura,
pidiéndole al editor que postergue algunos encuentros con lectores en
clubes de lectura donde no podría concentrarme para hablar de un libro
específico que ni siquiera había acabado de leer.
Eduardo entendió la situación y envió una condolencia en audio que de
alguna manera u otra también sumó para contrarrestar la pena.
Estuve un mes yendo y viniendo de la casa de Mariana, quien no quería ir a
la mía por motivos que no dejaba claro. Quizá era vergüenza o melancolía,
tal vez ambas juntas; pero siempre le hacía mención de los saludos de mis
padres y hermanos, a los que ella respondía con gracias y sonrisas ligeras;
se recostaba en el mueble y veíamos la televisión intentando buscar una
distracción.
Hablábamos sobre nosotros, acerca de superarlo juntos, de tenernos
mutuamente y de apoyarnos a cada instante. Su madre también sumaba,
ella preparaba el almuerzo y la cena según una dieta médica que era
únicamente para una semana; pero se fue extendiendo y por eso Mariana
comenzó a perder peso. También se cortó el cabello como acto de rebeldía
u osadía.
Quería cambiar, olvidar ese hecho viéndose distinta y yo lo comprendía;
aunque cuando preguntó por un tinte se me hizo difícil darle una opinión
asertiva ya que el purpura no iba a verse tan espléndido como suponía.
Entonces me dio una sonrisa, lo recuerdo con claridad porque estábamos en
la sala; yo sentado y ella acomodándose el cabello frente a un espejo grande
tras haber visitado al estilista.
—Amor, ¿Qué piensas del púrpura? — Dijo desde el espejo.
—Eh… Me agrada, es bonito; aunque...
—Creo que volveré a la adolescencia y me pintaré el cabello de color gris o
púrpura— dijo con seriedad elevando sus cabellos como jugueteando con
ellos.
Me quedé mudo. No sabía bien que decir porque siempre he respetado las
decisiones de cada persona a mí alrededor.
—Y... bueno, cariño, ¿no crees que sea algo incensario o excesivo? — Le
dije ligeramente persuasivo.
—En el trabajo la gente va vestida como quiere, no importan las
apariencias porque interesa el conocimiento; debido a ello y a que tú me
apoyas, voy a cometer la locura de pintarme el cabello de rojo como
aquellos tiempos de pubertad junto a Ceci y Gabi— dijo viéndose al espejo
con una sonrisa.
Sonreí, obvio; ella sonreía y yo lo hacía. Pero no estaba de acuerdo con el
hecho; aunque, lógicamente la iba a respaldar por verla con mejor
semblante.
—Tu cabello es hermoso al natural, se asienta bien con el color de tus ojos
y su aroma es delicioso al punto que me gusta drogarme cuando lo tengo
cerca; sin embargo, si deseas hacer un desastre, yo te apoyo con tal que
estés contenta— le dije con una seriedad tan absoluta que le terminó por
parecer graciosa.
Se dio la vuelta ocultando su risa con la palma de su mano y acercándose
me dijo: Sé que amas mi pelo castaño, sé que en lo primero que te fijas es
en los cabellos y es por eso que no estoy tan loca como para pintarlo, salvo
por el corte de las puntas que estoy segura te pareció exagerado a pesar que
accediste diciendo que me vería bella.
Me dio una sonrisa gigante en ese momento.
—El peso que me quitas— le dije abrazándola desde la cintura.
Debiste ver la cara de asustado que pusiste— dijo entre risas y nos dimos
un beso.
¿Sabes? Eres el mejor novio del mundo. Te amo, amor de mi vida. Gracias
por haber estado siempre conmigo, apoyar mis locuras y demás. Te
prometo que a partir de hoy volveremos a ser los de antes.
Me abrazó con fuerza descomunal capaz de romper mis huesos con ese
amor imperioso y honesto que llevaba dentro, dio una mirada fija, volvió a
decir te amo y nos besamos sellando el inicio de una nueva etapa.
—Te amo, mi cielo. Me alegra verte mejor y estoy seguro que llenaremos
el horizonte con nuevos bellos sucesos— le dije tras el beso.
—Ha pasado un tiempo importante desde que no nos sentimos cerca… Es
por eso que… ¿Sabes de qué también tengo ganas? — Dijo después con
una sonrisa mágica.
Se asomó al oído haciéndome sentir nervioso por el cosquilleo y la oí decir:
De que me hagas el amor.
—Pero… mi vida— intenté decir.—Sí, sí, sé que todavía no podemos…
Aunque ¿Tal vez podríamos intentarlo, no? — dijo con un guiño de ojo.
Sonreí.
Y volvió a llenarme de besos y abrazos rápidos y cariñosos; también me
hizo cosquillas y dio besos en el cuello; descendió con su mano por debajo
de mi pantalón y vi hacia arriba por si alguien estuviera bajando las
escaleras o mirando. Ella seguía traviesa y yo naturalmente me ponía duro;
aunque desistí cobardemente porque no me encontraba listo para tan
deliciosa aventura.
Había vuelto la Mariana de siempre después de treinta días de estar en un
estado de dolor y melancolía, sobre todo emocional, porque físicamente se
hallaba bien a la primera semana; aunque ahora, fiel a su estilo de bromista,
me dijo al tiempo que otra vez se miraba al espejo: Creo que comer sano y
tomar mucha agua ha logrado eliminar esa dosis de grasita que tenía
flotando. Sonreí cuando lo dijo y le pedí que volviera. Nos quedamos
abrazados sobre el mueble con la tele prendida y las sonrisas instauradas
nuevamente contentos y más que enamorados.
Me sorprendió para bien que planeara un fin de semana en mi casa con la
frase: ¿Y si el viernes vamos a tu casa y nos quedamos hasta el lunes?
Tengo ganas de estar en tu habitación… Puso su mano encima de mi
miembro y sentenció, ya sabes para qué.
—Es una excelente idea— contesté poniendo un cojín para disimular.
Su madre apareció con dos vasos de refresco y rápidamente sacó la mano.
—Además, podría ver a tu mami y a tus hermanos, a quienes extraño
porque son una familia súper divertida— dijo con una sonrisa.
Me encanta verte así, Mariana. Alegre, sonriente y reluciente— Dijo su
mamá dejando la bandeja sobre la mesa de centro.
¡Estoy de vuelta! — Dijo con énfasis y abriendo los brazos.
Su mamá se sintió tan contenta que hasta le salieron las lágrimas mientras
conducía sus manos a la boca en señal de asombro. Se dieron un abrazo
como amigas que no se ven en días y saltaron sobre el eje llenas de
entusiasmo.
Hablando con rapidez y ademanes acordaron en ir a almorzar a la calle para
terminar por cambiar los aires y darle un nuevo giro al tiempo.
¿Qué te parece si comemos y nos tomamos unos tragos en Fridays? —
preguntaron viéndome a la misma vez.
¡Yo voy adonde ustedes quieran ir!— dije con igual entusiasmo.
Ellas se emocionaron por mi respuesta o porque estaban felices y querían
seguir demostrándolo.
¡Sí, mami, hoy decidí estar bien! Ya estuve mucho tiempo en cuarentena,
así que a partir de ahora verán una mejor versión de mí— fue contando.
—Nos tenías preocupados, hijita. Tus hermanas también deben saberlo
porque ellas desconocen lo ocurrido, ¿crees que debamos contarles?— dijo
su mamá.
—Luego les escribo por el chat grupal. Ahora vamos a comer que me estoy
muriendo de hambre— dijo con su típica sonrisa preciosa.
Me levanté del mueble y para continuar con el buen humor añadí: Dijeron
comer y mi cuerpo se paró automáticamente.
Ambas dieron.
—Mi amor, tú te mereces el cielo y la tierra; pero mientras tanto te voy a
engreír con algo delicioso— dijo tocándome la barriga.
Me sentí intimidado porque me había salido una panzita.
—Bueno, ¿me dan unos minutos para alistarme? — Dijo su mamá.
—Yo también voy a arreglarme un poco— agregó Mariana.
—Creo que exageran porque no lo necesitan— dije con frescura; aunque de
igual modo subieron al segundo piso en dirección a sus habitaciones.
¿Sabes, ma? Tengo muchas ganas de diseñar. Después de comer voy a
dedicarme a dibujar, tengo grandes ideas en mente— fue diciendo mientras
subían.
—Eso es muy bueno, corazón. Vas a crear cosas increíbles— contestaba su
mamá.
Volví a recostarme en el mueble colocando las piernas sobre la mesa de
centro sintiéndome sumamente relajado y renovado hasta que descendieron
entre charla emana con dirección a la puerta de la salida.
Mariana se veía preciosa. Siempre se le hacía sencillo verse fácilmente
bella. Se lo hice saber en un susurro y me dio un beso poco antes de
abordar el auto.
—Amor, ¿crees poder conducir? — Pidió con las llaves en su mano.
—Claro, así perfecciono mi ruta— le dije cogiendo las llaves.
Mariana se sentó a mi lado y la señora detrás. Ella sintonizaba las
canciones que cantábamos muy desafinadamente ante la risa de su madre,
quien miraba desde el retrovisor sonriendo y aplaudiendo al ritmo de la
música de Cerati. Llegamos al restaurante en un tiempo mayor por la
lentitud de mí andar; aunque justifiqué el acto con un buen chiste:
Tardamos; pero llegamos. Así nos da más hambre.
Mariana y su madre sonrieron a pesar que sus barrigas resonaron.
Recuerdo que luego de almorzar pedimos tres tragos para comenzar y se
convirtieron en una docena. Pudieron haber sido muchos más; pero alguien
tenía de conducir.
Cuando volvimos a casa a alrededor de las nueve lo primero que hicieron
fue preparar café para apaciguar la ligera borrachera.
Las acompañé con el café en una charla continua que comenzó en la mesa,
se trasladó al mueble y siguió con la merienda.
Le dije a Mariana que debía volver a casa para escribir, tenía algunas ideas
en la cabeza para un texto. Además, el estar ciertamente alcoholizado
ayuda a escribir, es como si el licor hiciera florecer la inspiración. Ello
fusionado a la buena vibra con la grandiosa noticia del día, era un surtido
perfecto para una noche llena de magia.
Mariana respondió: Está bien, mi guapo escritor, vaya a escribir. Yo voy a
tratar de dibujar, porque tengo en mente un diseño alucinante para
guardarlo en mi almacén. Ya sabes, a veces creo y simplemente lo reservo,
ayuda a experimentar.
Yo estaba totalmente seguro que simplemente caería sobre su cama y se
quedaría dormida; pero estuvo buena la idea de crear y archivar.
Nos despedimos con besos y abrazos acordando vernos el fin de semana.
El lunes volvió al trabajo, la recibieron con un arco de globos, pastel y
muchos abrazos.
Se sentía como nueva, necesitaba volver para seguir con la vida, desarrollar
lo que le apasiona en una empresa que según rumores de oficina planeaban
ascenderla como jefa de un departamento, algo que terminó por
confirmarme el viernes a la tarde, justo poco antes de vernos.
Yo estaba escribiendo los últimos cuentos del nuevo libro cuando recibí su
llamada.
—Hola amor, te tengo buenas noticias— me dijo con parsimonia.
¿De qué se trata, mi cielo? — Quise saber.
—Parece que estás hablando con la nueva jefa—me dijo y estalló en
emoción.
¡Cuéntame a detalle!— le pedí compartiendo su entusiasmo.
Habló acerca del cargo que su jefe acababa de dejar por motivos personales
y que se encontraba libre para que alguien capaz fuera a reemplazar.
Al inicio, según sus palabras, no se sintió segura debido a la ausencia en la
oficina por las razones vividas; sin embargo, su capacidad y talento la
posicionaban como la sucesora ideal, lo cual se terminó por confirmar el
viernes a la tarde.
¡Felicitaciones, mi amor! Te lo mereces, trabajaste muy duro para lograrlo.
Es el inicio de una escalada sin límites— le dije con emoción.
—Tenemos que celebrarlo, amor. Espérame con una botella de vino y dos
copas grandes, llego en treinta minutos— me dijo feliz.
—Corazón, tenemos la casa sola otra vez. Hagamos lo que tanto
deseamos— le respondí.
¡Eso suena genial! Entonces, me apresuro. Te amo en mil idiomas y gracias
por siempre estar—.
—Siempre estaré para ti. No corras, eh. Ven con cuidado que aquí te espero
con los brazos abiertos y el cuerpo ardiendo—.
—Voy por ti, mi amor— repitió entre risas.
—Ven a mí— le dije.
Culminada la llamada reposé sobre el espaldar de la silla con una sonrisa
enorme sintiéndome orgulloso por los logros de mi chica. Enseguida,
guardé el archivo y fui a comprar una botella de buen vino para celebrar.
Al volver a casa recibí un WhatsApp de mi editor diciendo: Hey amigo de
mi alma, parece que ha llegado el momento…
Abrí el chat para verificar lo restante y leí: Me llamaron de ‘Bajo el agua
producciones’. Quieren que nos juntemos para hablar sobre una posible
película acerca de la novela.
Lo llamé.
¿Es en serio lo qué dices? ¡Cuéntame todo!— le dije con bastante emoción.
—Tranquilo, amigo mío, con esa emoción nos van a querer hacer la
película gratis y esa no es la idea— dijo con serenidad; aunque riendo
después.
—Ya me calmo, ya me calmo; ¡Pero cuéntame!— le dije con las manos y
pies moviéndose.
—Bueno, me llamaron hoy por la mañana diciendo que estaban interesados
en adquirir los derechos de la obra para realizar una película. También
quieren que participes como coguionista para que no pierda la esencia y al
parecer, mi estimado, están dispuestos a pagar muy bien— dijo con
asombrosa serenidad. Yo estaba como loco sin poder controlar los nervios
y la alegría.
¿Sigues allí? No se desmaye, señor escritor— dijo con una irónica risa.
¡Sí, acá estoy! Solo estaba… Haciendo volar la imaginación. Es que esto
parece… Irreal. Bueno, ¿Qué más?— le dije intentando calmarme.
—Entiendo, amigo mío. Esto es… ¿Alucinante, no? — dijo feliz.
—Obvio— respondí casi en un grito.
—Lo merecemos, mi estimado. Hemos trabajado duro por el estrellato y ya
tocaba un premio como este. Además, aparte del dinero que nos vamos a
llevar, de ahora en adelante verás el libro en prácticamente el mundo
entero— dijo notablemente emocionado aumentando el decibel de la voz.
¡Qué chévere! Buenísimo. Todo pinta de maravilla. ¡Qué excelente
noticia!— le dije igual de feliz.
—También te sacaré entrevistas en México, Argentina y España para el
siguiente año. Así que prepárate, ¡Qué vamos a viajar juntos y romperla en
el extranjero!— aclamó.
No me salieron palabras por tanta emoción.
—Ellos se van a encargar de la publicidad y los viajes. Nosotros
únicamente tenemos que poner nuestra mejor sonrisa y tú tendrás que
firmar una millonada de libros.
—Me tiembla la mano de solo imaginarlo— le dije con una risa.
¡Al fin estarás cerca de tus lectores de México, Colombia, Guatemala,
Argentina y el resto del mundo! Y… Además…
—Suena perfecto, Eduardo. Y… ¿Qué más sigue? — Quise saber
extasiado.
—Y... Bueno. No me quiero adelantar, eh. Sabes que soy un hombre
meticuloso que prefiere guardar en cautiverio las grandes noticias porque si
las cuento no salen; aunque en esta ocasión…
¡Ya cuéntame! Me desespero— le dije con la emoción en alto.
—Bueno, bueno, bueno… Si tenemos éxito en los lugares mencionados y
la película revienta la taquilla, es posible que nos expandamos al mercado
norteamericano y allí…
Ocurrió un silencio y sentenció: ¡Nos haremos jodidamente famosos! Y
muy ricos.
Imaginé símbolos de dólar en sus ojos y sonreí.
¡Qué recontra chévere! El hecho de imaginar mi novela traducida al inglés
me llena de algarabía— le dije desbordando en alegría.
—La idea es buenísima, hermano; pero hay que ir con calma, ¿vale? Esto
queda en nosotros, no le cuentes ni a tu abuela, eh.
—Claro, queda entre los dos— le dije dándole la razón.
—También es posible que lo traduzcan al portugués, francés, italiano y
demás; pero iremos de a poco— fue diciendo y yo alegrándome aún más.
¡Qué genial! Gracias por la noticia. Me siento más que contento— le dije.
—Orgulloso es como también debes sentirte— añadió serenamente.
—Por supuesto—.
—Y también excitado por el bollón de dinero que vamos a recibir— acotó
con una risotada.
—Sí, bueno, eso también es importante. Aunque... el hecho de imaginar la
novela en mil idiomas me resulta fascinante— le dije emocionado.
—Bueno, mi estimado, te dejo. Voy a almorzar con un par de poetas que
han pasado los filtros para publicar con nosotros—.
—Alguna vez viví algo similar. Qué tiempos, eh—.
—Y ahora mira hasta donde hemos llegado—.
—Sí, es verdad... Te deseo un buen acuerdo—.
—Espero lo mismo. Y, escribe, eh. No te duermas en los laureles—.
—Nunca… Y gracias por alegrar más mi día—.
—A eso me dedico. Abrazo, mi estimado—.
—Nos vemos, abrazo grande—.
Jamás me había ocurrido. Dos noticias buenas en un mismo día, en menos
de una hora, con instantes como intervalos, sobre una persona a quien amo
y acerca de lo que más me apasiona. Me sentí muy feliz; pero no sabía
cómo expresarlo, cómo sacarlo y hacerlo estallar. Solo oía los latidos con
rapidez y una sonrisa enorme se instauró para quedarse. Ya no era el sujeto
de antes que andaba pálido y preocupado por la situación trágica; había
vuelto a surgir mi optimismo espléndido y soberano.
El momento del estrellato literario estaba a punto de concretarse y a su vez,
mi chica, también estaba a punto o ya logrando, un premio extraordinario,
nada más podría ocurrir para que fuera un día fantástico.
Y lo mejor, es que recién empezaba.
Cuando Mariana llegó nos abrazamos fervientemente por los sucesos
metidos en la cabeza que queríamos compartir; aunque las miradas nos
pusieron en notable evidencia porque nuestra conexión era única al punto
que bastaba con vernos a los ojos para conocer los secretos de adentro. Ella
podía evaluar mi interior en una ráfaga de su iris verdoso.
¿Quién comienza? — Dijo al tiempo que entramos a la casa. Se hallaba
muy contenta.
—Las damas primero— le dije con una reverencia de manos. Ella sonrió.
¿Conversamos aquí o arriba? — Dijo jugando con las manos.
—Arriba— le dije.
E hice un gesto perverso.
Subimos a la habitación cogidos de la mano y no pudimos resistir el asalto
de besos que nos dimos al momento de hallarnos en el umbral como si
estuviera
predestinado o como si la magia de las paredes del cuarto promulgaran el
deseo; aunque, simplemente, era un asunto inevitable como los ríos del
alma creaban un delta en variedad de emociones y sensaciones.
Nos arrinconamos a un lado con los besos candentes y las manos sin límites
tocando los espacios que conducían al deseo.
—Sé que tenemos que hablar de nuestro día; pero antes tengo ganas de ti—
me dijo mientras que agitadamente abría el pantalón.
—Hay mucho que contarnos; pero tu aroma y tu piel son mi perdición— le
dije mientras besaba su cuello.
Desabroché la blusa para sentir el centro de sus pechos los cuales besé una
vez abierta de par en par y tras quitar el sujetador en un santiamén. Ella
movía la cabeza de lado en lado sintiendo el placer y apretaba mi nuca a
sus senos mordiéndose los labios.
Caíamos a la cama tras liberarnos de las prendas estando únicamente en
ropa interior y con los besos ardiendo en ganas por querer fundir el resto de
pieles. Las luces apagadas y sin música de fondo, dejándonos llevar por la
lujuria impuesta desde días atrás y que al fin podíamos saciar.
Besé la complejidad y hermosura de su ser sin límites ni fronteras plantando
mis labios en cada una de sus extremidades quedándome un tiempo
importante en los sitios en donde más florece la libido.
Y ella se deshizo en besos que proclamaron la conquista de mi cuerpo el
cual cabalgó a gusto durante un tiempo soñado impartiendo gemidos,
sonrisas y palabras en señal de deseo. Todo a un ritmo desenfrenado,
equitativo y exquisito que supimos apreciar y gozar.
Satisfechos y exhaustos, con una esposa colgada de su muñeca y una
corbata atada a su tobillo nos acomodamos de costado para descansar un
rato.
Pidió que sintonizara música y puse una de Sabina de título ‘Contigo’.
Me acomodaba el cabello en un moño, ella respiraba lento mientras sonreía,
se acoplaba a mi pecho y le quitaba la esposa. Cerraba los ojos y daba unos
besos en los pectorales al tiempo que sus brazos atesoraban mi cuerpo.
Le siguió ‘Aquello que me diste’ y ‘Saturno’ de un cantante que recién
conocí. La canción, según contó, la oyó de casualidad en el descanso de su
trabajo identificándose de inmediato y haciéndola suya.
De repente, cuando pidió que sintonizara otra vez la canción del nuevo
cantautor, hizo una pregunta: ¿Y si volvemos a intentarlo?
Elevó la mirada viéndome fijamente. Sintió dudas, por eso inclinó el
cuerpo para posar en frente y poder decir a viva voz lo siguiente:
Quiero conocer a Circe, sé que se encuentra en mí y necesita salir para que
podamos compartir el camino y la luz.
Esbocé una sonrisa.
¿Y si esta galaxia lleva su nombre?
En el relato… Dijiste que existen mundos paralelos en donde muchas
situaciones ocurren, tal vez sea esta parte del universo en donde ella…
Nace.
¿No crees que debemos seguir intentándolo?
Me convenció su palabreo honesto junto a una mirada segura.
—Amor, están a punto de darte el ascenso anhelado. Vas a tener más
responsabilidades de las que tienes, ganar un sueldo importante y hasta
tener que viajar para dar conferencias y demás acerca de tu trabajo… Fui
diciendo.
—Puedo hacerlo. Puedo con el embarazo y el ascenso. Puedo con Circe y
con mi profesión. Puedo con todo porque te tengo a ti— sentenció para
terminar por asegurarme que podíamos volver a intentarlo.
Estiró una sonrisa grandiosa y sus brazos domaron mi cuello para que
acercándose me dijera: Si no es contigo, es con nadie. La vida me trajo a ti
y yo quiero alcanzar el cosmos a tu lado.
Nos besamos enérgicos y apasionados sintiéndonos capaces de dominar el
planeta. Subieron los decibeles del deseo y nos sumergimos en nuestras
pieles para volvernos uno a medida que la noche caía y la luna reinaba
viéndose desde el único orificio libre de la cortina.
El amor nos ambientó en una atmósfera divina y sublime que nos atrapó y
condujo a la rendición de los sentidos ante las brasas ardientes de los
cuerpos que se fundieron vertiginosamente al punto en que los gemidos se
confundieron y las miradas extasiadas se intercambiaron junto a sonrisas
ligeramente amplias con brotes de risa por tanta aglomeración de pasión
desenfrenaba que terminó por desatar huracanes y volcanes que explotaron
en las pieles convergiendo con el sudor, dejando de lado el pudor y
saciando la necesidad del alma.
Caí rendido sobre sus pechos, agotado de tanto moverme a una marcha
locuaz con un palabreo atrevido y miradas penetrantes que surcaron la
mitad del cuerpo y algo más. Sí, ahí donde cayeron los besos y las caricias.
Usé el par de senos como almohada mientras que la oía decir adjetivos
indescriptibles sobre el encuentro íntimo despegando los últimos gemidos
que ponían en órbita a todo lo que sintió hasta caer en el mismo sueño
adonde me fui soltando un te amo que se oyó como eco en la profundidad
del letargo.
El paso del tiempo fue formulando las buenas nuevas que empezamos a
vivir. A Mariana le dieron el ascenso. Fuimos elegantemente vestidos a la
reunión por los honores en un hotel cinco estrellas. Sirvieron buffet que
hizo olvidar al arroz pastoso cocinado por mi hermano días antes, bebimos
champagne para el brindis oyendo las palabras del vicepresidente de la
empresa, un tal Xavier de apellido impronunciable para luego
embriagarnos a punta de ron y whisky hablando de coyuntura actual,
deportes, libros y proyectos arquitectónicos y literarios junto a sus
compañeros de trabajo, quienes se mostraban felices y orgullosos por la
noticia.
Mariana recibía elogios por parte de los invitados moviéndose de mesa en
mesa en donde extranjeros funcionarios de distinta categoría le rendían
honores por su capacidad profesional y liderazgo para el trabajo.
Ella iba y venía de grupo en grupo compartiendo el brindis a su nombre,
recibiendo calificativos y sacándose fotografías. Me sonreía desde
cualquier posición y yo la miraba orgulloso compartiendo una charla
amena con sus compañeros. Le daba una sonrisa y motivaba a que siguiera
impartiendo palabras con altos mandos para que se mantuviera en ese
circuito ya que en cualquier momento y en menos de lo que imaginamos
estaría a la par de sus distinciones.
Meche, su vecina de oficina, contaba relatos acerca de los inicios, en donde
se le veía empeñosa y talentosa; yo la escuchaba mirando a Mariana de
reojo, quien se encontraba hablando con una señora, esposa de un gerente,
intercambiando sonrisas tras el brindis y la foto. Se veía preciosa con el
vestido negro que elegimos, alegre y siendo capaz de brotar fuegos
estelares como aura; vivaz para charlar con los jefes y viéndome
repentinamente notando que la estoy mirando con el orgullo de un novio
cuya fascinación y admiración se pone en evidencia con sencillez.
Todo un ejemplo para seguir, comentaba Andrés. Llegará más lejos de lo
que se propone, añadió Julián. Es tan talentosa como buena persona, decía
Anita. Mariana se llevaba los elogios donde esté y los merecía todos una y
mil veces.
Cuando volvió nos abrazamos y dimos un beso. La cogí de la cintura
viéndola con una sonrisa y me pidió un baile para intimar entre ambos
luego de verla circular por los escenarios.
Danzamos una joya de la salsa de salón al lado de otras parejas que no
pudieron hacerlo mejor y nos dimos un beso como celebración en medio de
una fiesta que llevaba su nombre.
El maestro de ceremonias interrumpió el concierto para dar paso al
vicepresidente y su jolgorio de palabras en pro de quienes ahora asumen
nuevos cargos.
Cuando se refirió a Mariana las miradas y los aplausos estremecieron los
sentidos y el alma al punto en que ella no soportó tanta algarabía y se
escudó en mis hombros brotando un par de lágrimas causas de una emoción
concebida y merecida.
La invitaron a subir al estrado entre palmas y frases ornamentales en señal
de orgullo y merecimiento loable. Le hice un gesto para que subiera con la
cabeza en alto y el corazón latiendo a mil por el entusiasmo y la alegría.
Se veía hermosa con ese atuendo negro, el cabello suelto cayendo por los
lados porque jamás quiso usarlo atado, salvo para dibujar, radiante por
naturaleza manteniendo el brillo de su aura en alza y los ojos; aunque
ligeramente húmedos, preciosos como dos esmeraldas del fondo del mar.
Divina y talentosa como se lo comenté a sus amigos en más de una ocasión
como un novio enamorado.
Recogió el micro con una instaurada sonrisa rectangular, dio un golpe para
incitar al estimado y dijo: ‘Estoy aquí porque mis padres me dijeron que no
tuviera fronteras.
Yo creo que la vida es demasiado corta como para no vivir de lo que nos
apasiona y el mundo gira en beneficio del optimista. Siento que
últimamente todo está saliendo tan bien que tengo miedo de despertar; pero
estoy segura que de hacerlo veré a mi apuesto escritor al lado, tendré el
trabajo que amo, estaré cerca a las personas que aprecio y abriré los brazos
para recibir los horizontes manteniendo mi sonrisa y mis agallas.
Muchas gracias por estar y por ayudarme a crecer. Sigamos en la misma
senda que el triunfo es el destino’.
Las palmas no cesaron. A muchos le salieron callos de tanto aplaudir, yo
entre ellos, en frente, mirándola detenidamente aplaudiendo a flote con
sonrisa grande y entusiasmo en alza, feliz y orgulloso, encantado y
enamorado, viendo como la muchedumbre felicitaba a viva voz los logros
de mi amada.
Mariana descendió del estrado para acercarse y darme un abrazo en señal
de todo lo bonito que se puede sentir y nos confinamos a la celebración de
sus logros profesionales durante el resto de la noche.
Por parte de mi familia también se avivaron los fuegos de las buenas
nuevas. Orlando tuvo la oportunidad de embarcar hacia Japón, tierras
inexploradas para sus sentidos y la gran remuneración de su trabajo como
Marino Mercante
hicieron que acepte sin parpadear luego de una estadía notable en la capital
junto a la familia, novia y amigos.
Tocó partir sin pena y mucha gloria después de varios meses afrontando
una realidad llena de diversión y placer, en donde junto a Emilia
disfrutaron del día a día en un arrope de ternura, amor y alegrías extremas
al compás de los matices íntimos de una pareja.
Ellos acordaron mantener una relación sólida y segura a pesar de la
distancia sabiendo que en la actualidad la tecnología favorece y ayuda a no
sentir ningún estrago causado por la separación física y permite hasta verse
en tiempo real.
Desde la despedida recuerdo ver sus constantes intercambios de
comentarios en las fotos de las redes señal de un amor consolidado que
ninguna distancia marítima podría deshacer. Además, ella fue
constantemente invitada a las reuniones en casa como parte de la familia
fortaleciendo un compromiso pactado hace un par de años atrás.
A su vez, Fernando, tras haber logrado culminar una tediosa y a veces
larga; aunque requerida y apasionante carrera de medicina, firmaba su
primer contrato importante en una prestigiosa clínica por recomendación de
mi padre y sus colegas, quienes le dieron el visto bueno -no solo por ser
familiar, sino por su capacidad- y únicamente debía que amoldarse a una
nueva etapa. Para ello, su novia Luciana con quien hacia un espléndido
equipo tanto para el trabajo como para la chacota en las fiestas, le planteaba
la posibilidad de un casamiento que pueda de una vez fundirlos por el
ansiado y romántico hasta la eternidad.
Jeff y Elena permanecieron en lo suyo como de costumbre, más estables y
consolidados que nunca; aunque sin planes para engendrar herederos
porque a ambos los ascendieron el mismo año aumentando las ganancias
pudiendo así acabar de pagar el departamento y adquirir un auto para los
dos que primero condujo ella porque él no tenía licencia y tuvo que
inscribirse en un breve curso de manejo de los sábados por la tarde. Se les
ocurrió emprender viajes por el mundo antes de llenar la casa con
inquilinos de la misma sangre.
Mis padres no realizaron otra aventura; aunque en alguna oportunidad los
encontré curioseando en páginas de turismo acerca de ir a Egipto.
Mantuvieron la misma relación que tienen desde que los conocí, siendo un
ejemplo de longevidad amorosa para las parejas.
En casa vivíamos los cuatro incluyendo a Dolly; aunque todos los antes
mencionados tuvieran las puertas abiertas para cuando gusten quedarse.
Los domingos, por ejemplo, solíamos encontrarnos para la parrillada y los
tragos hasta el anochecer intercambiando anécdotas y experiencias como
miles de veces en el pasado y otras cientos en el futuro.
Una mañana recibí la llamada de Mariana, a quien imaginé en su nuevo
puesto, dentro de una gran y sofisticada oficina con todos los recursos
necesarios para plantear y crear ideas, interiormente diseñada a su gusto
minimalista con una ventana al paisaje en frente en donde los árboles y
jardines de un parque precioso le daban un panorama inspirador.
Estaría sentada frente a un ordenador de última generación, cerca habría un
par de celulares en silencio cuando crea, una cafetera a su disposición en la
otra esquina para beber al tiempo que observa las flores y un ejército de
asistentes que aparecen y desaparecen en un chasquido.
Vestida de forma casual y glamorosa como acostumbra para el trabajo,
dejando a un lado un proyecto en la pantalla para andar un ratito por los
rincones de esa oficina que bien podría ser mi sala; allí pensaría en
llamarme para decirme la noticia que viene azotando su mente con
vibraciones intensas, emocionantes y ansiosas, de las cuales debe y necesita
escapar, fue por eso que cogió el celular personal de su cartera y llamó:
Hola mi amor, no puedo más, tengo que decirlo… Creo que estoy
embarazada… Pero…
Hizo una pausa larga y continuó: Tengo miedo. Respiré hondo.
—Tengo mucho miedo a que vuelva a pasar… Pero se hizo inevitable que
saliera en cinta de nuevo… Ya sabes, por la última vez que lo hicimos sin
cuidarnos—.
—Nunca nos cuidamos— susurré. Soltó una risa.
—Bueno, mi cielo, hay que alegrarnos por la noticia y no agobiarnos por lo
que vivimos. Yo sé que esta vez sí lo lograremos— le dije con optimismo.
¿Y si vuelve a ocurrir? Tengo miedo, corazón. Me siento nerviosa y
ansiosa, no quería contártelo hasta verte el fin de semana para poder
hablarlo en persona; pero con el estrés del trabajo y las preocupaciones de
este supuesto nuevo embarazo, sentía que debía de liberarme de tanta
tensión contándotelo de una vez— dijo en un oleado de emociones.
—Tranquila, mi cielo. Era algo que también imaginé que llegaría a suceder.
¿Qué te parece si te recojo al trabajo y vamos a comprar una prueba de
embarazo? Luego podemos ver juntos los resultados— propuse con
parsimonia y cierta ternura.
—Está bien, amor. Plan de seis o siete vienes a buscarme. ¿Qué dices?
Porque antes tengo que resolver unos asuntos— dijo con más calma.
—Claro, preciosa, ahora que eres la jefa tienes más responsabilidades y
estoy seguro que no hay nadie en el edificio que haga el trabajo mejor que
tú— le dije entre broma y verdad.
Ella soltó una pequeña risa y respondió: Sí, tienes razón, es agobiante; pero
lo manejo. Ya sabes… Yo puedo con todo.
Aunque… Bueno, algunas circunstancias me hacen verme como una
humana cualquiera.
—Una humana excepcional— le dije.
—Te amo en mil idiomas. Gracias por siempre estar— me dijo con
dulzura.
—Siempre— le dije con suavidad. Y, bueno… Estoy emocionado; pero si
mi voz no lo demuestra es porque prefiero mantener la cordura— terminé
diciendo con mesura; aunque sonriendo y ella lo sabía.
¿Podrás mantener la compostura? — Preguntó y la imaginé sonriendo.
—No creo; pero lo intento— respondí.
—Al menos hasta vernos… Es que me siento algo nerviosa— dijo.
—Estaré calmado cuando te vea— le dije.
—Listo, mi cielo, hablamos por chat que tengo que realizar algunas
cosillas. Te veo al rato. Te amo mucho y aunque fue por teléfono, al menos
te lo dije. Debía hacerlo, amor… De lo contrario podría enloquecer— dijo
con una mistura de emociones.
—Está bien amor. Sigue con tu trabajo que yo seguiré haciendo lo mío y
más tarde nos encontramos. Te amo mucho— le dije y colgué.
No pude seguir concentrado en la edición del libro, paraba la lectura y
corrección para pensar en Mariana y Circe; en el abdomen que iría
creciendo y en los primeros pasos de una princesa que sería capaz de
conquistar nuestro mundo en el tiempo que dure su sonrisa. En todo lo que
podría llegar a suceder si es que el embarazo tuviera el rumbo esperado.
También sentí miedo, pavor para ser exacto, uno que te asalta
repentinamente con recuerdos nefastos de aquella noche, que aunque pude
olvidar, todavía me azotaba algunas madrugadas en pesadillas que nunca
quise contar.
Sin embargo, quería que las ilusiones por un horizonte de a tres tuvieran
forma corriendo más veloz que los miedos para dejarlos atrás y armar en un
ámbito genuino y sublime lo que tanto hemos estado anhelando. Para ello
debía de llenarme de optimismo y valentía para ser capaz de mostrar un
semblante
cauto y seguro que pueda contagiar a Mariana, quien seguramente tendría
lo mismo que yo multiplicado al mil.
A las cinco y media le escribí: Amor, estoy saliendo para allá. Nos vemos.
No respondió y supuse que estaría ocupada. Su WhatsApp no indicaba la
última conexión y tampoco había actualizado el estado.
De igual manera como habíamos acordado me dirigí hacia su trabajo.
Al llegar me adentré en el edificio de más de una docena de pisos
asomándome a la recepción en donde un par de señoritas me atendieron
con cordialidad.
—Señor Barreto, qué gusto, si busca a su esposa, ella está en la cafetería—
dijo poco antes de coger el teléfono la chica de uniforme gris.
Busqué entre las mesas y sillas, en la barra y en el segundo nivel; pero no la
vi por ninguna parte.
Regresé a recepción para comprobar la veracidad del comentario dándome
cuenta que las muchachas se encontraban ocupadas rellenando formularios.
Subí al piso de la empresa encontrándome con Adrián, Anita y Julián,
quienes sospechando mi presencia dijeron casi al mismo tiempo: Señor
escritor, la jefa se acaba de ir hace menos de una hora.
Maldije para mis adentros evidenciando fastidio provocado por mi
tardanza.
—Parece que tendrá que darle una buena explicación— dijo Adrián con
cierta confianza.
Me llevé las manos al cabello.
¿Saben a dónde se fue? — Pregunté para el grupo.
—Recogió sus cosas y se marchó diciendo que esta vez saldría más
temprano— dijo Ana con gestos que indicaban apuro.
—Dijo que nos encargáramos del trabajo y le enviáramos una copia—
añadió Meche apareciendo por detrás.
—Nos llamó la atención que Mariana, digo, la jefa, saliera antes porque
solemos irnos en mancha— comentó Julián viendo la hora en su reloj de
muñeca. Casi dentro de veinte o treinta minutos, acotó.
El resto asintió dándole la razón.
Hice una mueca con la boca y les dije: Está bien, muchas gracias.
Di la vuelta y salí del lugar para llamar a Mariana; pero no respondió.
Volví a la recepción y a pesar de que estaban ocupadas la misma chica que
me recibió al inicio me dijo: Perdone, señor… Acabo de recordar que
Mariana salió, volvió y otra vez salió con dirección al Parque Manco Inca.
Es que con tanta gente que viene y va… Una se llega a perder.
—Gracias— le dije y caminé a pasos agigantados con el celular timbrando
el suyo y enviando mensajes tras cada cuadra recorrida hasta alcanzar la
entrada del parque.
Mariana estaba sentada en una banca con el cuerpo inclinado hacia adelante
y las manos ocultando su rostro.
—Mariana, ¿Por qué estás aquí?, ¿No se supone que debíamos vernos en el
edificio? — Le dije al detenerme en frente.
Hizo un ademán invitándome a sentar.
Se dejó caer en mi regazo sin pronunciar palabras.
¿Qué sucede, amor? — Le dije en un susurro.
—No sé qué nos está pasando— dijo con tristeza elevando la mirada para
que pudiera ver su rostro.
Se veía notablemente maltrecha con lágrimas secas a la altura de las
mejillas, los ojos tan hinchados como rojos y con la voz entrecortada se
dirigió a mí mostrándome una caja pequeña que sacó del bolsillo de su
chaqueta.
—Mira y dime, ¿Qué es lo que está ocurriendo? — Dijo con pena y coraje
volviendo a ocultar la cara en sus manos para llorar sin compasión.
—No entiendo, preciosa, ¿Qué es lo qué pasa? ¿Qué es esto? — Dije y abrí
la envoltura hallando una prueba de embarazo con una línea recta.
Maldije para mí mismo abrazándola por detrás.
—Mariana, es solo una prueba. Sabemos que no son confiables ni seguras.
Más tarde podemos comprar otras— le dije optimista con el rostro en sus
hombros y en susurros.
Detuvo el lloriqueo secando las lágrimas con ambas manos y poniéndose
firme delante de mí para enseguida decir: Me hice tres pruebas. ¡Y en todas
salió el maldito negativo! ¿Puedes explicarme qué es lo que está pasando
con nosotros? O bueno, conmigo.
No sé qué está sucediendo con mi cuerpo, ¿Por qué no puedo quedar
embarazada? Tuvimos una perdida y ahora está volviendo a ocurrir. Es que
simplemente no lo entiendo y tampoco lo acepto.
¡Quiero a mi bebé! He soñado con ella desde entonces, la he visto en
sueños, amor… La he visto en mis brazos y tú en el umbral observándonos
danzar en círculos lentos. He conocido su mirada, su sonrisa y hasta su
aroma.
La quiero y no puedo tenerla. ¿Por qué por más que la vida me sonríe con
todo lo que tengo no puedo salir embarazada? Dime algo, por favor, que
me siento culpable, débil y llena de tristeza que no sé cómo ocultar…
Cayó en mis brazos brotando en lágrimas y esas pruebas fueron a caer al
piso.
No supe que decir durante varios minutos.
—Mariana… debemos agendar una cita con la ginecóloga. Quizá sea un
asunto que se resuelva con algunos medicamentos.
Que yo sepa muchas parejas tardan cierto tiempo en concebir un hijo.
A veces demoran hasta un año intentando e intentando teniendo respuestas
negativas como estas; pero manteniéndose animados y a la expectativa de
un nuevo desarrollo con actitud optimista y sin dejar de fabricar amor.
Creo que visitar a la doctora es necesario para que nos diga que es lo que
está ocurriendo en ambos, porque también yo puedo ser la causa y tras ello
trabajar en la construcción de nuestro futuro como padres siguiendo las
indicaciones médicas con la actitud que dio brillo a esta misión tan bonita
que tenemos y queremos lograr— le dije con tranquilidad sobando su
espalda y acariciando sus cabellos.
La noche cayó y el frío aumentó. Las palabras no volvieron; pero los
abrazaron se intensificaron. Las lágrimas se confundieron con la lluvia y
los cuerpos debieron andar.
Caminamos por el centro del parque bajo una lluvia incesante que me
obligó a quitar la chaqueta para usarla como paraguas.
A pesar del torrente, Mariana pidió que nos quedáramos bajo un árbol
grande y longevo cuyas raíces se veían como venas en el antebrazo y sus
prominentes ramas cubrían las gotas.
—Esperemos que pare de llover para poder avanzar— propuse.
Asintió con la cabeza, recogió una piedrita y comenzó a dibujar en el
tronco. Me acerqué para colocar mi casaca sobre su cabeza cayendo por los
hombros protegiéndola de las gotas que llegaban a filtrarse mientras que
usando la punta de la piedra dibujaba un corazón y escribía tres nombres
más la fecha actual.
Paró de llover. Andamos hasta el edificio y nos adentramos en el
estacionamiento.
No quiso manejar, me dio las llaves sin mirarme y salimos del parqueo sin
dirección aparente.
La veía de reojo, tocaba sus piernas y preguntaba, ¿Cómo estás?, ¿Te
sientes mejor? Si gustas podemos charlar ahora o en casa.
No tuve respuesta afirmativa.
Se recostó en el asiento con la cabeza hacia un lado contemplando la luna
meditando, pensando o soñando despierta. Yo conducía a paso lento
visualizándola por momentos y sin horizonte específico.
¿Cómo es tu relación con Dios? — Preguntó de repente todavía
manteniendo la vista en la calle.
Le di una mirada fija.
¿Sabes? A pesar de todo… Nunca he dejado de creer— dijo reflexiva. En
casa le decimos ‘El abuelo’. Solíamos ir a la iglesia cada domingo,
compartíamos momentos espirituales en semana santa y algo más que no
recuerdo. La veía de reojo mientras hablaba.
¿Crees que haya tenido algo que ver en esto? — Dijo viéndome por primera
vez en varios minutos.
—No lo sé, preciosa. No conozco su modo de actuar— le dije.
¿Y si voy a visitarlo? Quizá, pueda hablarle. Decirle que lamento no haber
vuelto tras la muerte de mi padre; pero no es que mi fe se haya diluido,
simplemente se trató de un aislamiento— contó en reflexión.
Tal vez me devuelva al camino. Podría… Con todo ese poder, hacerla
aparecer en nuestra vida, concluyó con un hilo de seguridad.
Se tocó el vientre y una lágrima cayó.
—Yo no soy partícipe de ninguna religión; pero si tú crees, yo creo
contigo— le dije estirando mi brazo hacia su abdomen.
Allí nuestras manos convergieron.
Esbozó una ligera sonrisa como símbolo de esperanza.
Di la vuelta en un cruce indebido ante su asombro y le dije: Por aquí queda
una iglesia, no es enorme; pero sí muy bonita. Lo sé porque una vez pasé
pensando que mis problemas se llegarían a resolver entrando. No lo hice.
Tampoco sé qué de qué religión es; aunque, supongo que dejan entrar hasta
a los ateos más feroces.
Ella volvió a sonreír.
Me detuve en la entrada. Unos carros se encontraban detrás y poco antes de
que comenzaran a molestar con sus bocinas le pedí que bajara y se
adelantara mientras hallaba un lugar donde estacionar.
Lo hizo de inmediato como si algo o alguien la estuvieran esperando
adentro con la respuesta a su incertidumbre.
Dejó mi chaqueta en el asiento y se adelantó con pasos veloces saludando
con reverencia a las personas bien vestidas y sonrientes que estaban
paradas a los lados como quien espera a alguien o algo que los devuelva a
sus sitios.
Pensé en Dios como no lo he hecho en años, en su traición para abandonar
a Daniela cuando ella más lo necesitó, en su ausencia para con Mariana
cuando ella lo requiere, en su inexistencia en mi vida y en ¿Por qué tendría
que ser
una esperanza? No obstante, caminé hacia la iglesia con las manos dentro
de la casaca en un andar lento y serio como quien no quiere llegar y solo
espera que ella encuentre respuestas para su agónico clamor y salga con los
brazos abiertos porque a veces creer es acompañar y no redimir.
Un señor que había notado mi presencia se acercó para entregarme un
afiche preguntando si iba a entrar a la misa. Moví la cabeza en señal de
negación y me quedé viendo el celular a un lado.
Al rato, una señora muy longeva con vestido largo de sobrio color me hizo
una pregunta similar: Disculpe, joven, ¿va a ingresar?
Tenía calidez en su mirada, la voz suave y la edad tan avanzada que debería
estar en casa y no repartiendo volantes en la calle.
—No, solo estoy esperando a alguien— le dije con una mueca en forma de
sonrisa.
Seguí viendo el celular. Miraba un chat con mi editor, quien pedía agendar
una cita con los productores preguntando el día y la hora adecuados.
Le escribí diciéndole que eligiera la fecha. Respondió que ya lo había
hecho porque tardé dos minutos en contestar.
Nos veríamos mañana al mediodía en el Hotel Los Delfines. Debía de ser
puntual, lucir apuesto y dejar las emociones en el tintero.
Eduardo siempre aconsejaba evitar mostrar sentimientos cada vez que se
cierra un trato, así la otra parte no se aprovecha del ‘feeling’ para disminuir
privilegios sabiendo que igual aceptarás.
Acordamos en un par de palabras, Mariana no salió y algunos señores me
mostraron el camino hacia adelante con calidez en cada sonrisa como
anhelando cordialmente que fueras parte de su entorno; entonces decidí
entrar ignorando cualquier reverencia por vocación propia.
Las personas se encontraban de rodillas y con la vista en el suelo ocultando
el rostro con ambos manos en señal de oración. Mis ojos siguieron el rastro
de Mariana hasta que un cura portador de sabiduría y experiencia por las
canas, el porte y las manos entrelazadas en completa serenidad me dijo:
Disculpe, por su expresión… ¿Viene a confesarse?
—Tardaríamos toda la noche— respondí con seriedad.
—No tengo horarios— contestó cálidamente.
—Este no es mi lugar. Yo vine a acompañar a mi novia— le dije para
deshacerme de su pregunta.
Asintió y respondió: Pues, tome asiento y siéntese como en casa que aquí
todos son bienvenidos.
—Muchas gracias— le dije con un gesto de pulgar.
—Y si tiene algo que contar… Estaré siempre para escucharlo—
agregó con la parsimonia de un padre y se marchó.
Noté la presencia de Mariana en frente, de rodillas y con las manos juntas
hacia arriba. De delante de ella se hallaba una cruz decorada y luminosa
resguardada por velas y dos sujetos de estatura mediana con atuendo
blanco.
A paso lento fui acercándome observando de izquierda a derecha a la gente
rezar con mucha convicción como si el destino fuera a cambiar saliendo del
lugar. La cogí del hombro con suavidad e hizo un gesto para quedarme a su
lado manteniéndose en la misma posición. Me quedé sentado visualizando
y oyendo la ceremonia como un forastero.
Adelante, los hombres de blanco propusieron una cola para entregarles el
cuerpo y la sangre materializados en vino y ostia a quienes se asomen.
Mariana sintió que debía ir. Yo me quedé sentado sintiéndome un extraño.
El señor canoso vestido de negro volvió a asomarse para decir, ¿no desea
recibir el cuerpo y la sangre de Cristo? Tal vez ayude a apaciguar…
Le di una mirada y siguió: Las tempestades de su vida.
—No creo que alcance para mí— le dije. La cola ya era enorme.
—Tenemos suficiente para todos, pues Cristo es grande— respondió
elevando las manos.
Me di la vuelta y formé en la cola de un modo automático.
Desde mi posición, casi al final de los reclinatorios podía ver a Mariana,
quien recibía la ostia y luego se le concebía una bendición con manos en
cruz.
Cuando volvió zafé del grupo y le di el alcance para salir.
—Un segundo, quiero preguntarle algo a este señor— me dijo cuándo nos
encontramos.
Habló con el mismo cura que me dirigió la palabra un par de veces. Yo
estaba a unos metros, ella hacía señales con las manos contándole a
resumen lo vivido e indicó su vientre. Cuando lo hizo, el señor me miró y
pensé que iba a llamarme; pero no se le ocurrió. Siguió hablando con
Mariana con la parsimonia de un abuelo y noté que sonrió cuando llevó su
mano al vientre poniéndola encima de las manos de Mariana como quien
bendice o intenta proyectar algo. Realmente no pude entenderlo bien.
Se dieron un abrazo tal cual padre e hija y volvió a mi lado. Antes de irnos
el señor elevó su mano para despedirse.
— ¿Qué te dijo, amor? — Le pregunté.
—Dios te ama más allá de los confines de la realidad y él sabrá cuando
bendecirte con un bebé— me dijo con seriedad.
—Espero que esta vez Dios no se equivoque. ¿Vamos al auto? — le dije.
—Un momento— dijo acercándose a una de las señoras para recibir su
afiche.
—Creo que voy a empezar a visitar la parroquia cerca a mi casa— hizo
mención leyendo el artículo.
—Está bien, amor— le dije cogiendo su pierna.
—Si gustas... Podríamos ir— añadió viéndome de lado.
—No lo sé, amor. Quizá— respondí esbozando una sonrisa.
¿Perdiste la fe por lo ocurrido con Daniela? — preguntó alzando la vista.
Él la abandonó. Desde entonces dejé de creer— le dije con la mirada en
frente.
—Y, sin embargo, fue tu idea venir aquí— dijo y giré para verla esbozando
una sonrisa.
—Creí que te haría sentir mejor y yo hasta conversaría con Dios por tu
sonrisa— le dije estirando mi mano para converger con la suya.
—Entrar a la iglesia ha rebobinado mis emociones y puesto en modo
optimista— me dijo acariciando mi mano.
La miré de reojo cuando puso mi mano sobre su vientre.
¿Y si hacemos un examen de sangre? — Consultó con mejor semblante. Le
di una mirada rápida esbozando una sonrisa.
—Tengo fe, amor— dijo apretando nuestras manos a su abdomen. Fe...
Nunca supe de qué se trató hasta hoy, medité.
—Está bien, amor, hagámoslo. Confío en que… Tal vez nos sorprenda un
milagro— le dije compartiendo su nuevo humor.
¿Dijiste milagro? — Dijo con una sonrisa grande.
—Se me escapó— dije con otra sonrisa.
—Tengo la esperanza que nos sorprenderá ese milagro— dijo esbozando
una sonrisa como flor en el desierto.
A medida que andábamos en dirección a una clínica cercana pensaba en
una mistura de situaciones.
Aparte de la confianza renovada y su fe instaurada, los negativos regados
en la acera del parque eran prueba tangible de que lo siguiente que podría
ocurrir era otro inminente negativo que quizá podría ser fatal y no quería
volver a verla deprimida y metida en la habitación. No deseaba atravesar
otra vez por esa situación. Ya estaba cansado de tanta tragedia. Y, sin
embargo, también quería creer. Aferrarme a ese momento de fe y volverlo
parte de mí.
Mariana como quien lee mi mente, tocaba mi mano y decía: Si yo creo, tú
también puedes creer, ¿vale? Y si ambos creemos juntando nuestras
creencias de distinto índoles, yo con mi fe y tú con tu optimismo, yo con
mis ganas y tú
con el pundonor de siempre estar, entonces puede ocurrir. Y si no es ahora,
corazón, quizá será después. Pero será entre nosotros dos.
—Te amo en mil idiomas, Mariana— fueron las palabras que salieron de
mi corazón.
Te amo en mil idiomas, mi cielo. ¿Nos quedamos en tu casa hoy? — dijo
con el renovado humor.
—Encantado— respondí con una cálida sonrisa y la vi acostarse sobre el
asiento para descansar el cuerpo y la mente.
En Lima el tráfico se vuelve tedioso y horrible en hora punta, a partir de las
siete en la Avenida Javier Prado se complica uno la vida.
Allí estábamos, atorados y ansiosos; ella intentando barajar el asunto
respondiendo mensajes y yo adormecido frente al volante preguntándome
por instantes si realmente sería buena idea comprar un auto.
Avanzamos a paso de tortuga, las horas pasaban más rápido y los mensajes
terminaron de ser contestados. Mariana tiró de la palanca debajo del asiento
y se echó a dormir sin decir algo. Yo seguí viendo al frente, puse algo de
música en volumen bajito y mantuve la marcha de acuerdo al andar de
quienes dominaban la pista.
No llegamos a ningún centro médico. Estuvimos atascados en la avenida
durante horas al punto que Mariana, por suerte, cayó en un necesario
letargo despertando poco antes de llegar a mi casa.
—Tengo ganas de seguir durmiendo— fue lo primero que dijo al llegar.
—Si tuviera la suficiente fuerza para cargarte lo haría— le dije recostado
en el espaldar.
—Si la tienes, amor... ¿me cargas, por favor? — dijo viéndome de reojo
con los ojos achinados.
Se me ocurrió consentirla.
Cabalgamos hacia la habitación, empujé la puerta de un puntapié y
tratándose de un abordaje le dije con delicadeza de aeromoza: Señorita,
acabamos de llegar a su destino. Por favor, deja de ahorcar a su novio y
póngase cómoda sobre la cama. Cayó exageradamente con los brazos
abiertos.
—Generalmente no realizo estos servicios; pero tú eres la excepción— le
dije y quité sus zapatos.
Ella abrió la boca para un bostezo.
—Parece que necesita una buena dosis de talco— dije con humor y la vi
sonreír.
Con los zapatos y calcetas afuera seguí con el pantalón, el cual se me hizo
sencillo porque ayudó elevando un poco las caderas y estirando las piernas.
—Que suaves son sus pieles— le dije con una voz sensual. Volvió a
sonreír.
—Ahora, voy a quitarle la blusa— me fui acercando, le di un beso en los
labios con mucha delicadeza y por arriba saqué la prenda.
—Usted ha sido tallada por los dioses, creo que ni siquiera el mismísimo
Miguel Ángel podría metaforizar su belleza—.
Se llevó una mano a la boca en señal de exagerada sorpresa.
—Me gusta tanto que desearía poder conquistar sus pieles a base de
besos— dije suavemente y di uno, dos y tres besos en sus muslos.
Se estremecieron.
—Sabes que no haremos el amor— dijo con los ojos cerrados.
—No estoy tan seguro, preciosa— le dije con voz sugerente.
Subí con besos recorriendo sus piernas, abdomen y senos al punto que me
detuve en ambos para saborearlos con mayor detenimiento.
—Amor, no tengo ganas— repitió sin buen humor.
—Te entiendo, corazón— dije; pero aun así seguí ascendiendo hasta su
cuello y labios. Me acerqué al oído y le susurré: ¿Y si te doy ganas?
Se estremeció.
—Siempre lo logras; pero hoy no quiero— dijo serena.
Abrió los ojos como un búho y me miró con seriedad.
—Realmente, no quiero hacerlo— insistió.
—Entonces, ¿Qué te parece si jugamos a las cosquillas? — Le dije
sonriendo y comencé a cosquillear para que se moviera, riera y luego dijera
un basta tan serio que fue capaz de remecer el cuarto.
—Solo quiero dormir, ¿vale? — aseguró.
—Bueno, está bien— le dije con calma.
Se dio la vuelta dándome la espalda y cubrió con el edredón hasta los
hombros.
¿Podrías apagar la luz, por favor? — Mencionó después. Lo hice
enseguida.
Yo no podía dormir por pensar en los sucesos del día hasta que me
interrumpió con una pregunta.
Amor… ¿Hay algo que no me has dicho? — consultó intrigada.
¿Acerca de qué, amor? — Le hablé sin ver su rostro. Se dio la vuelta hacia
mí.
—Sé que tienes algo importante que decir; pero no lo quieres compartir.
Te conozco, no duermes porque piensas— comentó segura.
—Bueno, estaba pensando en los sucesos de hoy…
—Amor, ya hablamos de eso. Dime lo otro— interrumpió.
—Mañana tengo una cita con Garibaldi y unos productores que quieren
hacer una película basada en la novela… Y me siento algo nervioso— le
dije con tenue voz.
¿Y eres tan bobo que no lo mencionaste en ningún momento? — Dijo
dándome un golpe en el brazo.
Se levantó estirando medio cuerpo dirigiendo su cara hacia mí.
—Bueno, amor… Estaba pensando en ti y nuestra futura bebé— dije con
mesura.
—Te amo, bobo— dijo con coraje y ternura. Pero… debes de contarme
esta clase de cosas importantes que ocurren porque somos un equipo y lo
sabes—.
—Sí, amor; pero recién me lo hicieron saber hoy por la tarde— ratifiqué.
¿Quieres que te acompañe? — Propuso sonriendo.
—Por supuesto. Somos un equipo— le dije con seguridad.
—Bien. Iremos— aseguró.
—Está bien, amor— respondí seguida. Ella me dio un beso veloz en la
mejilla recostándose en mi regazo.
Vayamos a dormir porque la cita es a las nueve, añadí dándole un beso en
la cabeza.
—Cielo— la oí decir.
—Dime—.
¿Hacemos el amor? — Dijo entre dulzura y lujuria alzando la vista.
Le di una sonrisa perversa y nos camuflamos por debajo del edredón para
fusionar los cuerpos y las almas hasta la madrugada.
A la mañana siguiente me despertó una llamada.
—Hoy puede ser un gran día, mi socio y amigo— dijo Eduardo con una
voz entusiasta.
—Pienso lo mismo. Estoy seguro que todo saldrá chévere— pronostiqué
emocionado.
—Eso no lo dudo y recuerda dejar las emociones en el tintero. Seamos
cautos, serios y absolutamente profesionales— sugirió con la misma
emoción.
—Excelente. Me alisto y allí nos vemos— le dije de inmediato.
—Bien. Te veo al rato. Y que la fuerza nos acompañe— dijo con el mismo
entusiasmo.
Enseguida levanté a Mariana con besos en las mejillas.
—Amor, tenemos que alistarnos para la reunión— le dije en un susurro.
¿Sabes? Soñé contigo y Circe. Íbamos a una conferencia de tu libro y te
veíamos hablar con la actitud que siempre le pones y aplaudíamos junto al
resto del público. Es un presagio— dijo con una sonrisa enérgica al abrir
los ojos por primera vez en el día.
—Qué lindo sueño. Esperemos que se vuelva una realidad— le dije
viéndola a los ojos con la cabeza apoyada en el brazo y estirando una
sonrisa.
—Vamos a meternos a la ducha antes que se nos pase la hora— dijo
después y fue lo siguiente que hicimos.
Nos apresuramos para vestirnos porque el tiempo en el baño se extendió
más de lo debido por culpa de las vibraciones de su cuerpo cerca al mío
debajo de un grifo con agua tibia.
Ella tenía un compartimiento dentro del closet exclusivamente para ropa
que usaría las veces que estuviera en mi casa. De allí sacó un pantalón
casual y una blusa fina que iba en concordancia con los zapatos. El
maquillaje ligero porque su belleza innata brilla con naturalidad y la sonrisa
rectangular con labios pintados de negro, tal cual la camisa que yo llevaba
porque es de mis colores predilectos y quería estar al compás de su figura.
Usé un blazer como la noche y el peinado acostumbrado y ella completó su
atuendo con una chaqueta menos oscura que la mía.
Se veía preciosa acomodando detalles de su cabello frente al espejo al
punto que me hizo olvidar el tiempo que tardaríamos en llegar al hotel de la
cita para acercarme un momento y colocar mi mentón sobre sus hombros
susurrando palabras de deseo y admiración provocando temblor en su
cuerpo y sonrisa en su rostro dejando que mis manos delimitaran parte de
su figura y descendieran de sus senos hacia su vientre, lugar donde decidí
quedarme un rato para sentir como podría ir creciendo en igual horizonte
de un amor que no iba a tener fronteras.
Dio la vuelta y me besó. El beso pudo conducirnos a echarnos sobre la
cama y devorarnos como en la ducha; pero el tiempo apremiaba y la
marcha debía de empezar.
Intercambiamos sonrisas suponiendo lo que haríamos al regresar y
avivamos el deseo por apurarnos.
Ella condujo y yo me encargué de la música. Veía sus pendientes cayendo
por sus orejas y esbozaba sonrisas mientras cantaba ‘Te doy mi amor’
como la primera vez que nos conocimos, cambiando el atuendo y las
etiquetas, los sentimientos y los caminos sin dejar de ser nosotros más
encajados en una vida que decidimos vivir y tal vez hayamos tenido cierta
ayuda del destino para juntarnos sin la intención de despegarnos.
¿Alguna vez imaginaste que podrían hacer una película de tu libro? — Dijo
girando el cuello para verme. Sonreía de una manera fácil y preciosa,
orgullosa y segura de lo que llegaría a suceder.
—Antes creía que el libro nunca se publicaría; pero cuando ocurrió sentí
que cualquier cosa podría llegar a pasar. Que quieran hacer una película del
libro es una ilusión muy grande y bonita. Edu dice que debo tener mesura;
pero contigo me confieso emocionado con la idea; aunque, lógicamente,
debo de tener los pies sobre la tierra. Y sí, creo que alguna vez lo soñé— le
respondí con una mirada veloz y una sonrisa ancha.
—Todo saldrá bien, amor. Es un buen libro, es una historia honesta, a
mucha gente le ha gustado y que hayan sacado una nueva edición dice
mucho de la demanda de lectores; entonces, te aseguro que esta reunión
será únicamente para cerrar pormenores— dijo con asombroso optimismo.
Yo mantuve la sonrisa.
—Todo es tan repentino que tengo miedo a despertar por cualquier….
¡Rayos! ¿Qué fue eso, amor? — Reaccioné tras recibir su pellizco.
—Te acabo de despertar, ¿y sabes adónde vamos? — Dijo viéndome de
reojo.
¡A qué hagan una película del libro! — Gritamos a la par y comenzamos a
reír como dos locos enamorados y emocionados.
¿Y sabes algo más? Posiblemente quieran traducir la novela a otros
idiomas. ¿Te imaginas lo genial que eso sería? — Le dije sonriendo.
¡Fantástico, mi apuesto escritor! Te mereces eso y mucho más por ser tan
persistente y apasionado con la escritura— me dijo contagiada de emoción.
Eduardo se encontraba en la entrada del hotel vestido con un impecable
traje y lentes oscuros alucinándose un James Bond limeño, nos dimos un
abrazo y le estrechó la mano a Mariana como buen caballero.
—Ella es tu amuleto, ¿verdad? — Dijo con una sonrisa. Asentí con la
cabeza.
—Bien, mi socio, te digo algo: Hoy haremos historia— dijo tocando mi
pecho varias veces y enseñando una gran sonrisa.
—Estoy seguro que este día será inolvidable— fue lo primero que se me
ocurrió decir.
—Así se habla, mi hermano; pero recuerda reservar las emociones. Una vez
que cerremos el acuerdo podemos abrir una botella de escoses y celebrar
como locos— aseguró con una expresión eufórica. Sin embargo, dijo con el
índice en alto. Antes vayamos con calma.
—Estoy segura que les irá muy bien. Ustedes dos han trabajado largo
tiempo por un logro como este— añadió Mariana con una mágica sonrisa.
Ambos la miramos sonriendo.
—Este trato nos conviene a todos. Hagamos que salga positiva esta
reunión— dijo Eduardo como capitán del equipo.
Entramos al hotel en dirección al restaurante. En una mesa del centro se
hallaba un grupo de personas bien vestidas, uno de ellos era calvo, había
una mujer de cabello rubio y largo y un individuo gordo con boina a
cuadritos.
Se presentaron como Lizardo Brown, director de la productora, Catalina
Herrero, gerente de marketing y publicidad y Fabián Gómez, encargado del
casting y la adaptación de libros para guiones.
—Somos una productora nueva que quiere abrirse paso en el mundo
cinematográfico produciendo películas basadas en libros y elegimos su
obra porque la historia nos atrapó y también porque hemos visto que tiene
buena repercusión en lectores de distintas edades— dijo el señor Lizardo,
quien llevaba barba con forma de candado y la cabeza calva, jugueteaba
con un lapicero y hablaba con seriedad usando su gruesa voz.
—Bien. Según lo conversado por celular, ustedes piensan comprar los
derechos de la obra y tener la potestad para expandir la película en el
continente; sin embargo, me gustaría que hiciéramos un contrato por
ganancia en porcentajes— dijo Eduardo con la misma seriedad y los ojos
en señal de dólar.
—Con la película, el libro como tal, fácilmente podría volverse un Best
Sellers y eso favorecería enormemente al autor tanto en el ámbito
comercial como económico y por supuesto, también a su casa editorial—
mencionó la señora Catalina, rubia y de ojos azules, tendría la edad de mi
madre y según sus palabras el asunto pintaba de maravilla.
—Tengo pensado trabajar con el señor Barreto en la escritura del guion
para que no se pierda la esencia— acotó Fabián mirándome y asintiendo
con la cabeza.
—Todo lo mencionado por mis camaradas, por la compra de los derechos
del libro únicamente para la película— dijo Lizardo viéndonos a los ojos en
una ráfaga.
—Usted, dijo refiriéndose a mí, podrá tener los derechos de su libro en las
ventas como obra literaria y con la ayuda de nuestra campaña publicitaria
se hará cientos de veces más famoso que ahora. Esto ayudará a que
podamos seguir trabajando en próximas películas sobre sus novelas—
acotó.
Mis ojos se iluminaron y se me hizo imposible no sonreír expulsando esas
emociones que revoloteaban en mi interior imaginando los supuestos al
tiempo que oía sus ideas.
Giré el cuerpo para mirar a Mariana creyendo que compartía la emoción;
pero me di cuenta que tenía el rostro tenso como si algo le estuviera
haciendo algún mal.
¿Todo bien, mi cielo? — Pregunté cogiendo su mano.
—Me duele demasiado el vientre; no sé qué es lo que tengo— dijo con
evidente malestar.
¿Crees que Robert Urriaga y Melina López serían una buena dupla para
interpretar a Daniela y a ti respectivamente? — Dijo Fabián, el sujeto de
boina a cuadros y tirantes del mismo color.
Eduardo interrumpió mencionando una película taquillera donde ambos
fueron protagonistas.
¡Claro! Ellos son los mejores actores tanto de Perú como de Argentina y
seguramente de América— dije con una sonrisa.
—Parece que ya tienen planeado el esquema para la producción—
mencionó Eduardo.
—Así es, señor Garibaldi. Nosotros hemos venido únicamente a cerrar el
trato. Hoy no nos iremos sin sus firmas— aseguró el director.
Eduardo me dio una mirada. Sabía que el plan nos convenía a ambos.
Mariana seguía mal. Estaba torcida y sin poder mantenerse dentro del
ambiente.
—Amor, creo que voy avanzando— me dijo con voz triste y rostro de
angustia.
La abracé por encima de los hombros sintiendo un ligero temblor en su
cuerpo.
—Mi vida, ¿Qué ocurre? — quise saber en un susurro.
Ella no respondió inmediatamente.
—A mí me parece bien— le dije a Eduardo y Lizardo sabiendo que
esperaban mi respuesta.
Mariana se levantó de la silla con lentitud.
— ¿Se encuentra bien, señorita? — Consultó Catalina con la vista en alto.
—Creo que es por algo que comí— respondió Mariana apoyada en el
barandal de la silla.
Todos la miraron con cierta preocupación.
—Disculpen que no pueda acompañarlos; pero seguramente terminarán la
reunión en buenos términos— les dijo intentando mostrar un mejor
semblante. El resto asintió en señal de comprensión.
Yo también me paré de la silla cogiendo del hombro a mi editor, quien
realizó la misma acción.
—Un momento, por favor— les dijo a los productores. Nos fuimos a un
lado.
—Edu… Mariana está con unos fuertes dolores, voy a llevarla a una clínica
y si hay tiempo regreso. Confío en que podrás sacarle provecho a la
conversación y haremos historia— le dije tenue e imperativo.
¿Y si le pedimos una pastilla al camarero? Tal vez se trate de un simple mal
estomacal. Esta reunión es trascendental— dijo con reacciones de fastidio.
—Lo más conveniente es que vayamos a un centro médico. Sé que este
evento es importante; pero ella es valiosa. Necesito llevarla a que le pongan
suero o algo para calmar su malestar— le dije con ímpetu y seriedad.
Eduardo entendió asintiendo con la cabeza mientras se rascaba los cabellos.
—Está bien. Vayan con cuidado que yo me encargo— me dijo resignado.
Mariana se hallaba a un lado colocándose la chaqueta esperando por mí.
—Señores, disculpen mi repentina ausencia, tengo un asunto importante
que atender; sin embargo, estoy seguro que lograremos consolidar algo que
nos beneficie mutuamente. Dejo a potestad del señor Eduardo Garibaldi mi
decisión— les dije y despedí con gestos de manos por el apremio.
—Nos hubiera gustado poder hablar más contigo para conocer tus
nociones, ideas, nuevos proyectos literarios que quieras llevar a la pantalla
grande y demás— dijo el jefe con resignación.
—Estoy seguro que esta charla se extenderá y allí podremos seguir
conversando de lo que se avecina junto a nuestro querido escritor— dijo el
editor volviendo a su asiento.
Me asomé a mi novia y la abracé para caminar a la par rumbo a la salida.
—Amor, yo puedo pedir un taxi, tú debes quedarte a cerrar el trato— me
dijo con ternura mientras caminábamos.
—Tú eres más importante que cualquier trato— le dije y seguimos
caminando hasta llegar a la puerta.
Al salir nos detuvimos por su voluntad.
—No. No voy a dejar que vayas conmigo. Pediré un taxi seguro e iré a mi
casa a descansar. Tú ve y haz que tus sueños toquen la realidad— dijo con
seguridad a pesar del dolor.
—Mariana, vamos a la clínica para que te hagan un chequeo, esta
conversación puede extenderse o esperar— insistí al verla adolorida.
—No. Esto es importante para tu carrera. ¿No comprendes que estas
oportunidades no suelen ocurrir de un día para otro? Es única— me dijo
con énfasis.
Inhalé y exhalé.
—Amor, quizá sea el batido que ingerí. Iré a casa, tomaré una manzanilla y
me recostaré sobre la cama— dijo en calma poniendo su mano en mi
pecho.
La miré fijamente a los ojos y después pegué una mirada al fondo
contemplando a Garibaldi hablándoles en ademanes a los productores
atentos a cada detalle.
—Te están esperando, mi cielo. Ve a cerrar ese trato. Yo estaré bien, lo
prometo— dijo acariciando mis mejillas.
Sacó el celular y marcó a un taxi.
Cinco minutos después se aparcó un auto moderno en frente.
—Señorita, ¿pidió un servicio? — Dijo un muchacho desde la ventana.
Mariana correspondió con un gesto de manos.
—Entra y demuestra lo buen escritor y mejor persona que eres— me dijo
con una sonrisa y nos dimos un abrazo.
—Por favor, me escribes cuando llegues— le dije y abrí la puerta de la
parte posterior.
Ella entró al auto.
—Sí, mi cielo. Te amo en mil idiomas. ¡Ve y destrúyela! — dijo enérgica
con el puño alzado.
—Vaya con cuidado, por favor—le dije al taxista.
—Por supuesto, señor— aseguró con cordialidad.
Nos dimos un beso desde la ventana y nos despedimos agitando las manos.
Arrancó y se perdieron al doblar la esquina. Enseguida volví a la mesa.
—Disculpen la ausencia, señores. Tuve un inconveniente con mi novia;
pero ya estoy de vuelta para concretar lo acordado— les dije
acomodándome en el asiento.
—Un hombre que prefiere salvaguardar la salud de su pareja en lugar de
cerrar un contrato magnífico es un tipo con quien me gustaría trabajar—
dijo el jefe con orgullo y satisfacción en su sonrisa.
—Espero que la joven se encuentre mejor— añadió la señora Catalina.
—Ella estará bien, gracias— le dije asintiendo con la cabeza.
—Gracias por volver— lo oí decir a Eduardo en un susurro.
—Agradécelo a ella por ser tan valiente— le dije.
—Y entonces, ¿tienes planeado escribir más libros de este calibre? —
Quiso saber el señor Lizardo.
—Tengo pensado escribir una continuación— le dije ante su atenta mirada.
Ni siquiera Eduardo Garibaldi sabía esta noticia.
—Excelente— dijo el señor Brown frotándose las manos.
—Entonces tendremos material para rato— añadió el guionista
emocionado.
—Haremos tanta publicidad que verán tu rostro hasta en los carteles de las
avenidas— dijo Catalina realizando un apunto en su libreta rosa. Eduardo y
yo nos miramos y sonreímos cómplices de lo que estábamos logrando.
El plan estaba consumado.
—Bien, aquí traje los documentos para la firma— dijo el jefe sacando de su
maletín elegantemente negro un conato de hojas.
Pero en ese momento, se acercó el mozo para preguntar si íbamos a comer.
—Y a mí que me suena la barriga— respondió el director sintiéndose en
confianza.
Señores, ¿Comemos y luego firmamos? — Propuso enseguida.
—Es mejor leer y firmar un contrato con la barriga llena— contesté con la
misma empatía.
Todos reímos como si fuéramos un grupo de amigos.
—En un minuto pasamos a la mesa por el buffet— le dijo Eduardo al
mozo, quien asintió y se fue no sin antes preguntar por un vino o una
bebida.
El jefe pidió un par de vinos, los cuales seguramente valdrían un ojo de la
cara.
—Para acompañar y celebrar— enfatizó.
Los presentes se dirigieron hacia los platos de comida y aproveché esa
situación para escribirle a Mariana.
—Preciosa, ¿ya en casa? Avisa, por favor. Te amo en mil y un idiomas—.
—Amor de mi vida, ya en camita— dijo adjuntando una foto. Se veía
divina a pesar del pijama.
—Mi ma te manda saludos y te desea mucha suerte— añadió.
—Gracias. Te amo, ya nos vemos al rato— le escribí junto a una selfie.
—No te apures, cariño. Disfruta tu nuevo trato— escribió con besos.
Agregué algunos stickers y le dije: Te dejo descansar, mi preciosa.
—Te amo en mil idiomas— escribió agregando una foto con beso volado.
Sonreí y me acoplé a los señores para también llenar mi plato con sabrosa
comida.
Volvimos a la mesa y conversamos de temas similares.
Hablamos sobre libros que se volvieron películas y tuvieron mucho éxito,
incluso, films que fueron más famosos que los libros y algunos libros que
tuvieron pésimo desempeño en la pantalla grande por el mal manejo de los
directores.
Se habló del director, un mexicano de apellido Montecarlo, sería quien
dirija las riendas del proyecto; querían que lo conozca, también a los
actores y al resto de los trabajadores que suman, en sí, a todos, porque
deseaban que la
película se asemeje al máximo a lo escrito en el libro y así poder enganchar
al público y atraparlos para la secuela.
Yo estaba encantado, conocía el trabajo de Montecarlo y los actores, por
ratos parecía un sueño y sonreía al darme cuenta de la verdad. Una que de a
poco iba armándose frente a mí.
Terminamos de comer, vieron su reloj sintiéndose apurados o en un intento
por presionar la firma y fue Catalina, quien con una sonrisita estiró los
papeles para la lectura y la firma tanto mía como de mi estimado editor.
—Bueno, si por mí fuera, firmaría sin leer— dije para la gracia del grupo.
—Eres un escritor muy simpático, a diferencia de otros que andan
amargados— dijo el jefe aludiendo a mi sentido del humor.
—Sin embargo, como cabeza del grupo, yo quiero darle una ojeada— dijo
el editor.
Me dediqué a beber la copa de vino mientras él revisaba el documento a
detalle.
—Listo, conforme— dijo Eduardo Garibaldi, cogió el lapicero y firmó. Me
quedé pensando en la película, la dibujé en la mente en un santiamén,
alejándome de la realidad durante un rato.
—Señor escritor, le toca firmar— dijo mi amigo y editor con una sonrisa y
un golpe de codo sabiendo que me distraje.
—Por supuesto, disculpen la distracción. Lo que pasa es que por un
instante creí estar soñando— dije direccionando mi mano al papel.
—Los sueños que habitan en nuestras cabezas hoy convergen con el
presente— dijo el director y firmé sin titubear.
—Hagamos un brindis por este exitoso contrato— dijo Eduardo soltando su
emoción.
—Salud por ustedes y nosotros, por los libros, las películas y los éxitos que
están por llegar desde que nos conocimos en la presentación del libro—
dijo el señor Brown.
Elevamos las copas y las impactamos diciendo salud.
Revisé mi celular, no había mensajes de Mariana. Su última conexión
sucedió hace casi una hora, justo poco después que nos escribimos.
Supuse que estaría durmiendo, por eso no quise llamar.
—Bueno, señores, ha sido un gigantesco placer conocerlos y cerrar el
contrato.
Ahora, los esperamos ansiosos en nuestras instalaciones para que conozcan
al resto del equipo que haremos de la novela un film igual de inolvidable—
dijo el cabeza del grupo levantándose de la silla.
El resto lo siguió.
El editor y yo intercambiamos apretones de mano y abrazos con los
caballeros como símbolo de franqueza y prosperidad mutua.
Enseguida, resolví colocar un post en las redes dando a conocer de forma
muy ligera lo que estaba por venir.
El resultado fue una cadena de comentarios positivos, inquietos y curiosos
que en algún momento debía de responder; pero quería hacerlo con una
imagen, por eso esperaría que el diseñador me envíe el póster de la
película.
Caminamos juntos hacia el estacionamiento, vimos que ellos subieron a
una camioneta Audi color plomo y arribamos a nuestros autos como dos
niños contentos y emocionados por lo sucedido y lo que estaría por venir.
¡La hicimos, mi escritor favorito! ¡Somos unos genios! Vamos a romperla.
Tendremos no solo una fortuna en nuestras cuentas bancarias, sino también
mucha fama— decía Eduardo con exuberancia en sus gestos.
¡Sé que sí! Estoy seguro que el proyecto saldrá súper chévere— le respondí
con igual emoción.
¿Vamos a mi piso? Tengo una botella de whisky que quiero abrir— dijo
con alegría.
Titubeé por pensar en Mariana.
El editor insistió: ¡Vamos! Merecemos una celebración con un buen trago.
Supuse que ella estaría descansando, entonces accedí a su invitación.
—Vamos. Te sigo— le dije con una sonrisa.
—Genial. Allá nos vemos— dijo con ademán de militar y una sonrisa muy
rectangular.
—Ahí te veo, tigre— le dije imitando su sonrisa.
¡Ese soy yo! El tigre de los negocios literarios— gritó sacando la cabeza
por la ventana de su auto y estirando la mano en puño.
Arrancó y se adelantó haciendo un último gesto en señal de seguirlo.
Llegué al auto, abrí la puerta, me senté y llamé a Mariana. Quería avisarle
que iría a la casa de Eduardo para tomarnos unos tragos como celebración y
que lo mejor sería que fuera mañana a su casa para asistir a la clínica a que
le hicieran la postergada prueba de sangre; pero no contestó. El celular
estaba apagado.
Creí que se le habría terminado la batería y seguramente estaría rendida
sobre la cama.
Imaginarla dormida de lado con las mejillas suaves y el cuerpo cubierto por
el edredón con figuras de fresas con ojos me hizo sentir tranquilo. Prendí el
carro y lo seguí.
Su auto habitaba al lado de una moto también suya, a la cual nunca me
atrevería a subir. Le envié un mensaje diciendo que acababa de llegar,
respondió abriendo la puerta eléctrica y saliendo por el balcón para
invitarme a subir.
A paso de tortuga vencí a los escalones pensando que debía de meterme al
gimnasio o retomar los partidos de los sábados. La puerta de su
departamento, el último de un edificio exclusivo de cinco pisos, se hallaba
abierta y noté la mitad de los cuerpos de un par de presencias sentadas en el
mueble lavanda.
Supuse que eran amigos de la editorial, gente a quienes conocía y que
también debían de integrarse a la celebración; sin embargo, no imaginé
encontrarme con mi amigo Manuel junto a una muy atractiva muchacha.
¿Manu? — Dije asombrado.
—Me dijeron que harían una película sobre tu novela y que querían
conocer a los personajes de carne y hueso para que sean bien
interpretados— dijo abriendo los brazos en señal de un saludo muy
afectuoso.
Nos dimos un abrazo poderoso por el siempre gusto de vernos.
—Llamé a Manuel ayer por la noche para que se reuniera con nosotros—
dijo el editor trayendo a la mesa de centro una botella de escoses altamente
fino y un par de vasos.
Le hablé del proyecto y de la posibilidad de conocernos para enriquecer la
película, acotó abriendo el whisky.
—Y yo acepté gustoso porque también fui parte de esa etapa tan
maravillosa. Además, quizá Kelly también se entere y vayamos juntos al
estreno— dijo Manuel con una ligera sonrisa.
—Qué chévere, mi bro. Me alegra que estés aquí porque tú eres parte
fundamental de esta historia— le dije estrechándole la mano.
—Hola, yo soy Maribel, asistente del señor Garibaldi — se presentó la
muchacha con acento colombiano.
Eduardo me miró con una sonrisa pícara y agregó: Ahora que estaremos
más ocupados, necesitaré de una calificada asistente personal.
Maribel no solo es guapa, sino también muy hábil e inteligente, añadió
sentándose a su lado. Ella le sonrió colocando su mano sobre su pierna.
—Mucho gusto, señorita, yo soy…
—Sí, te conozco, he leído tus escritos. Son muy lindos— dijo sonriendo
tímidamente.
—Muchas gracias— respondí con una sonrisa ligera.
Eduardo me guiñó el ojo.
—Sírvanse, por favor y hagamos un brindis por los éxitos que se
avecinan— dijo después con buenos ánimos.
Vertí licor y encendí un cigarrillo de esos morados.
Hicimos el brindis respectivo y nos acomodamos en el mueble de la sala
iniciando una celebración que duró hasta entrada la noche.
Junto a Manuel nos retiramos dejando que mi estimado editor tuviera una
madrugada triunfal junto a su joven y carismática nueva asistente.
¿Alguna vez pensaste que harían una película con tu libro? — Preguntó
Manuel acercándonos al auto.
—Ni siquiera creí que escribiría un libro— respondí distendido.
—Por una promesa, tarde o temprano, lo escribirías— me dijo con
seriedad.
—Sí... Aunque durante años no me sentí capaz— le confesé.
—Ahora que las cosas parecen ir muy rápido, ¿no te desconcierta un poco?
— Quiso saber.
—Sabes que yo siempre estoy con los pies sobre la tierra. Aunque... A
veces me gustaría que Daniela estuviera aquí para contarle sobre está
fantasía hecha realidad. Sin embargo, los giros de la vida son así— le dije
con una sonrisa.
—Ella lo está viendo y viviendo desde alguna parte. Kelly también lo sabe,
seguro verá las redes y nos mirará elegantes en la alfombra roja— dijo y
soltó una risa.
También sonreí.
—Aunque... ¿Crees que quiera acompañarme? Es decir; ¿Y si le digo para
ir? Pues, ella también forma parte de la historia, ¿Piensas que podría
aceptar?— dijo con la vista en mí que andaba manejando.
Justamente de algo similar te quisiera hablar... ¿Realmente conversas con
ella? O, simplemente se trata de una idea que quieres realizar— le dije
dándole una mirada rápida para prestar atención a la calzada.
—A veces pienso que sigo anclado en el ayer— reflexionó. A veces creo
que estoy tan enamorado de ella que incluso no tenerla me hace bien,
añadió con melancolía. Y después esbozó una sonrisa.
Nunca la pierde.
—Y sí, tengo un plan...
Le di otra mirada veloz esperando que me lo contara.
—Pero todavía no es momento de realizarlo— acotó con las manos juntas
cerca a sus piernas.
—Y dime, ¿Qué opina Mariana de esto? — Quiso saber cambiando de
tema.
—Ella está feliz. Estuvimos juntos en la firma del contrato; pero tuvo un
tema de salud que le impidió quedarse— le conté sin ponerle énfasis.
¿Todo anda bien? — Dijo con una mirada intuitiva.
—Sí. Ella es una mujer fuerte, estará bien— le dije esbozando una sonrisa.
—Me cae bien— dijo observando por la ventana. Tuviste suerte de
encontrarla en un mundo catastrófico en donde los amores se extinguen con
facilidad, añadió en reflexión todavía con la vista en el panorama urbano.
Quise decirle: Alguna vez también encontrarás a alguien a la medida de tus
sueños. Pero... Tenía tan idealizada a Kelly dentro de su mente y corazón
que sería como faltarle el respeto a su sentir.
—Espero que pronto me toque vivir una situación similar— dijo viéndome.
—Por supuesto— aseguré.
Llegamos a su casa.
¿Sabes qué puedes contar conmigo para todo, verdad? — dijo colocando su
mano en mi hombro como amigo que intuye lo ocurrido.
—Por supuesto, mi brother— le dije estrechándole la mano al detener el
auto.
—Mándale saludos a Mariana y si un fin de semana están libres podemos ir
a algún sitio a cenar o armar una parrillada en la terraza de tu casa o la
mía— dijo apoyado en la ventana del auto con aires de frescura.
—Suena bien, lo coordinamos por WhatsApp. Yo pongo la carne y tú las
bebidas— le dije con una sonrisa.
—Genial. Ve con cuidado y acelera un poco que hemos demorado un
montón en llegar— dijo con humor tocando la puerta con suavidad.
—Nos vemos— le dije viéndolo asomarse a la puerta de su casa.
No quería contarle los sucesos reales de la tarde porque Manuel tenía
muchos asuntos en la cabeza con su interminable romance con Kelly, las
responsabilidades de su trabajo y el hecho de abrirse paso en una vida que a
avanza sin detenerse.
La casa de Mariana queda a una hora y media a distancia de la mía si vas
en bus, en tren llegas en treinta minutos exactos; pero en auto con una pista
liza y vacía podría tardar unos cuarenta minutos. Pensé en ir; sin embargo,
el sueño y el mareo por el licor me condujeron a casa como medida de
precaución.
Allí bebí agua mientras devoraba el pollo a la brasa que hallé en el
microondas y dormí plácidamente sabiendo que había sido un gran día.
Como a las once de la mañana mi vieja entró a la habitación para hacerme
una pregunta airada tras un puertazo que pareció un temblor como aquellos
días de juventud en donde su presencia bulliciosa era mejor que cualquier
despertador.
¿Manejaste borracho? —. Llevaba el ceño fruncido.
—No, nunca haría algo así, ¿Por qué? — Le dije confundido y soñoliento.
—Encontré un desastre en la cocina— dijo con nuevo humor logrando que
sonriera con los ojos achinados.
—Envíale mis saludos a Mariana— añadió antes de zafar de la habitación.
—Le mandaré tus saludos— le dije alzando la voz.
Salí de la cama para adentrarme en la ducha y refrescar el cuerpo con agua
fría. Me vestí de modo casual, tomé una taza llena de café y me despedí de
mis padres quienes conversaban en la sala para dirigirme hacia la casa de
Mariana conduciendo su auto y sintiéndome el dueño de la calzada con una
mistura de música que iba desde baladas hasta electrónica.
El plan en mente era llegar, saludarnos con un poderoso abrazo, darnos
algunos besos, conversar sobre los hechos de ayer, preguntar sobre la
situación actual e intentar ir a algún centro de salud para librarnos de la
duda. Me detuve en las afueras sin apagar el motor y toqué el claxon
pensando que saldría corriendo y subiría de inmediato para dirigirnos a lo
acordado desde antes; pero nadie salió. Apagué el auto y bajé para
asomarme a la puerta.
Toqué el timbre dos veces y esperé con los brazos cruzados con temple de
acero sin dejar que la mente me llenara de supuestos que preocuparan.
Abrieron la puerta. Era su madre, quien sonreía inquieta invitándome a
pasar haciéndose a un lado y saludando con una frase particular: ‘Es un
buen día para estar contentos, ¿verdad?’ Miré al frente y contemplé un
enorme cartel en vertical bien trabajado a mano y con letras preciosas en
las que decía:
‘Lo logramos, mi amor’. Dejé de lado todas las dudas y nociones
vertiginosas que me atraparon durante el trayecto cuando Mariana apareció
luciendo hermosa como de costumbre y sonriendo igual de inquieta que su
madre; pero con seguridad en el andar veloz y a pasos agigantados como
quien intenta llegar rápido a los brazos de su hombre.
Caímos justos entre sonrisas y tras un beso sin dejar que hable o siquiera
piense, me entregó una caja azul con moño rojo que pesaba tanto como una
pluma.
La recogí absorto y la oí decir con desbordante euforia: Anda, ábrela.
La sonrisa que vi pudo iluminar más que un millón de soles.
Sus ojos pudieron haber dicho más de mil palabras en un segundo y sus
latidos veloces podría escucharlos a pesar de la distancia.
Adentro encontré un sobre con sello de clínica, el cual abrí con sencillez y
timidez, leyendo con letras subrayadas la frase: Positivo para embarazo.
Sonreí confuso, cogiendo los cabellos y acercando el documento a los ojos
para leer con detenimiento. Era cierto, había quedado embarazada; era
verdad, lo habíamos logrado.
Mis palabras no fueron capaces de interpretar los mandatos del corazón;
pero mi acción inmediata, el abrazo poderoso y los besos apasionados, se
acercaron en mucho a lo que quería ofrecer desde mis adentros.
¡Habían sido tres malditas pruebas en negativo! Y una de sangre con
resultado positivo que abría el sendero rumbo al paraíso.
Pero, ¿En qué momento ocurrió?
Era la pregunta en desarrollo mental que todavía no sacaba a relucir por
estar pegado a Mariana saboreando el aroma de su cuello, oyendo el rugido
de sus risas confundiéndose con la mía, entregándonos besos locuaces y
frescos que iban a caer en los lados de la cara y terminamos con las manos
sujetas y las miradas quietas sabiendo que seríamos padres y eso nos volvía
algo locos.
Tal vez por eso dimos giros de baile sin música ante la vista atónica de su
madre, quien se acercó para felicitarlos y empezar a contar la anécdota que
dio respuesta a mi interrogante.
—Ayer…— comenzó; pero de inmediato Mariana tomó la rienda del
relato.
—Fuimos a la clínica Santa Lucia porque no soportaba el dolor en el
vientre— fue contando.
—Estaba casi al borde del llanto y eso que ella es muy fuerte— interrumpió
su madre.
—Le conté a la doctora lo que habíamos vivido en las últimas semanas,
incluyendo las tres pruebas en negativo y sugirió que realizara una de
sangre. Quise llamarte para que pudieras venir; pero también supuse que de
Los Delfines hasta aquí es casi una hora y además seguramente estarían
puliendo ese contrato.
No me quedó otra opción que hacerlo sola. Bueno, junto a mi mamá.
La señora estiró su brazo para rodear sus hombros.
—Por los tres negativos, creí que saldría negativo— acotó su madre.
—Yo en ningún momento, te juro amor, creí que saldría negativo—
enfatizó Mariana con enérgico optimismo.
Sonreí.
—A los pocos minutos me llamaron. Dieron la hoja con el resultado y nos
pusimos súper felices— contó emocionada y llena de felicidad.
—Pero... La ginecóloga quiso conversar con ella para explicarle las razones
de las pruebas anteriores y darle las recomendaciones del caso— agregó su
mamá.
—Obvio. Pero eso fue después— respondió Mariana haciendo un alto con
manos.Tras la pausa, siguió: Primero nos abrazamos súper fuerte entre risas
estruendosas que llamó la atención del personal médico y algunos pacientes
en espera quienes también compartieron la alegría.
¿Primer embarazo? Preguntaron. Asentí y me felicitaron. Incluso, las
enfermas me extendieron su afecto. Todos estaban muy contentos en esa
clínica, creo que será el lugar al cual iremos para los chequeos posteriores.
Anótalo, mamá.
—Sí, hija, es la clínica Santa Lucía—. Asentí con una sonrisa.
—Maravillosa historia, mi cielo. Me hubiera encantado compartirla
contigo; pero, ¿Por qué no me llamaste? Quizá llegaba a tiempo— le dije
sin salir del asombro.
—Bueno... Aparte de pensar que estabas en la reunión, el celular se apagó
sin que me diera cuenta. El alboroto por el dolor, los exámenes necesarios,
la preocupación a flote, la ansiedad imparable, el nerviosismo en alto y…
Lógicamente los desbordes de felicidad me hicieron olvidar la noción del
tiempo— dijo con un tierno gesto de resignación.
—Sin embargo… añadió con énfasis y mostrando el dedo índice. Fue allí
cuando se nos ocurrió darte la sorpresa— sentenció ampliamente sonriente.
—Una sorpresa realmente hermosa— dije con una sonrisa y me acerqué
para abrazarla.
—Amor y… ¿Qué te dijo la doctora? — Quise saber.
—Hija, debes contarle sobre los cuidados— volvió a intervenir la señora.
¿Qué les parece si nos sentamos para hablar sobre eso? — Propuso
Mariana.
Proseguimos a acomodarnos en el mueble.
—Yo voy a traer cafecito, ¿vale? — dijo la señora Gloria.
—Me robó la idea, señito— le dije. Su mamá se dirigió a la cocina.
¿Qué te dijeron, amor? — Pregunté con las manos en sus rodillas.
—Que se trató de un falso negativo— me dijo segura.
Yo la vi confundido.
—Primera vez que escucho ese término— le dije sin salir de la confusión.
—Yo también— dijo entre risas nerviosas.
—Ambos somos nuevos en estos temas; debemos reconocer que nos faltó
información— le dije con una sonrisa todavía acariciando sus piernas.
¿Y si tuvimos ayuda divina? — dijo mirándome seriamente.
—No lo sé; pero si fue así, les agradezco a los dioses de todas las
mitologías— le dije dándole un beso en la frente y otro en los labios. —
Aunque; los verdaderos créditos son para ti. Tú y tu arsenal de esperanza y
optimismo produjeron el milagro — dije abrazándola intensamente.
—Ambos somos cómplices y causantes de que hayamos logrado
concebir— añadió esbozando una sonrisa dentro de mi pecho.
Nos separamos para manifestar sonrisas emocionadas y volvimos a
besarnos hasta ser interrumpidos por el café de una entusiasta Doña Gloria.
Realmente lo necesitaba. Siempre necesito de un café cargado con dos
cucharitas de azúcar y servido hasta el tope como para besar la orilla.
Le di un sorbo importante y seguí oyendo a Mariana hablar contenta y con
dosis de misticismo: ¿Has escuchado la frase ‘Bebe Arcoíris’?
—Nunca en ninguno de los más de mil libros que leí desde que quise ser
escritor visualicé una oración similar; aunque ahora que lo dices me parece
una frase maravillosa— le dije denotando emoción en una gran sonrisa.
—Un bebé arcoíris nace después de una perdida. Se le dice de ese modo
porque colorea el ambiente gris y triste que invade a los padres tras la
tragedia entregándoles esperanza y amor. Es un rayo de luz multicolor que
dibuja un nuevo camino— dijo colocando sus manos en el vientre.
—Tenemos a un bebé arcoíris apuntando nuestras vidas a nuevos
horizontes en donde la luz de su existencia sabrá guiarnos— acotó y sus
palabras fueron capaces de tambalear con vigor a mi corazón.
Le entregué un abrazo sumamente intenso y efímero porque quería que
siguiera hablando.
¿Sabes? Siento y pienso que ella hará que nos amemos mucho más— le
dije al oído como un susurro en puro amor.
¿Todavía se puede amar más? — Quiso saber asombrada con una chispa de
risa.
—Siento que te amo el doble. No, el triple o el cuádruple. Muchísimo más
que ayer y en mil idiomas, de aquí al infinito, hasta la última constelación,
desde la profundidad del mar hacia el cosmos, de vuelta al infinito y para
siempre— le dije sonriendo en desbordes de emoción con besos en sus
mejillas.
—Yo también siento que te amo infinitamente más. Tanto que podría crear
infinitos en los instantes en que te veo — respondió serena y contenta.
Le regalé una sonrisa con los ojos humedecidos por la sorpresa y sus
palabras.
—No sabes lo emocionada que estoy. De repente en algún momento
flaqueé; pero ahora me siento convencida que estoy completa. Nuestro hijo,
tú y yo seremos una familia increíble y nos tendremos por siempre— dijo y
una lágrima se le escapó como símbolo de ferviente alegría.

Inclinamos los cuerpos y sujetamos las manos para compartir una sonrisa y
decirle con los ojos en su mirada: Un nuevo camino se aproxima, seguro
será color arcoíris y nos otorgará más de una risa. Hará que nos
enamoremos mucho más y tengamos una diversidad de gratos sucesos;
pero quiero que sepas que también resultará novedoso y como principiantes
en este hecho
glorioso tendremos que dar lo mejor de nosotros para lidiar con lo que se
avecina y saberlo atesorar para el disfrute diario de una etapa espléndida.
—Seremos unos padres responsables, divertidos, algo locos y sumamente
amorosos— dijo entre risas.
Me dio una mirada y prosiguió: Es un nuevo sendero, bien dices, mi amor;
pero será uno que nunca olvidaremos. Uno que viviremos fervientemente
con abundante felicidad, viajes divertidos, mucho humor, respeto en todos
los sentidos, amor en todas sus dimensiones y muchas sonrisas como risas.
Y además… ¿Sabes? Tú tendrás que escribir sobre cada suceso como
nuevos capítulos de un libro acerca de nosotros tres.
¿Te imaginas escribir un libro sobre la paternidad? Podría llamarse ‘El
escritor haciéndose padre’. Suena bien, ¿no? Hablarías sobre tu papel de
súper papá con la bebe o los niños que vayamos teniendo e irás contando
nuestras locas aventuras en los confines de la casa. El día a día o los viajes
que tengamos.
Eso ya lo dejo a tu criterio porque eres el escritor. Yo solo te pido que me
leas un relato cada noche, terminó de hablar con emoción en lágrimas.
Esbocé una gran sonrisa y contesté: Allí podría ir contando mis
experiencias como padre primerizo, las anécdotas como el primer cambio
de pañal, la primera palabra que pronuncie, los divertidos y tiernos
momentos que tendremos y cualquier acontecimiento que vayamos
sintiendo y viviendo a lo largo y ancho de esta linda etapa.
—Pero antes, deberás describir a la futura madre. Hablar sobre sus cambios
físicos e intrínsecos, acerca de su labor diaria, de los cuidados y de lo
hermosa que se pone con la pancita grande— fue diciendo con sonrisas.
—De cuanto la amo a cada instante, de lo magnífica que se ve de perfil, de
esos cabellos revoloteados y divinos, de la sonrisa intacta de madre
primeriza, de las visitas a la doctora señalando que tendremos una niña, de
su bienvenida— fui agregando con entusiasmo. Mariana lo imaginaba.
—Del Baby shower, de su primera fiesta de cumpleaños, de los múltiples
hechos que iremos gozando mientras nos vayamos transformando en los
padres geniales que seremos— culminó y me dio un abrazo.
—De lo lindo que nos falta por vivir— concluí en su oído.
—Estoy feliz, amor. Tan feliz que tengo ganas de abrazarte fuertísimo y
nunca dejarte. Y, aunque me gustaría que hiciéramos el amor, la doctora
recomendó un alto en mi vida sexual hasta pasados los tres meses—
comentó con las cejas elevadas y el dedo índice en horizontal cubriéndole
los labios
—Espera... ¿Qué? — Dije con el rostro inmerso en exagerados gestos de
fastidio.
—Es broma, bobo— dijo con una carcajada.
¿Entonces?, ¿Si nos tendremos como Adán y Eva sobre la cama? Porque
enloquecería como Sanson de no tenerte cerca de mi piel— le dije con una
vista sugerente radiografiando su cuerpo en un santiamén.
—Solo por un par de semanas, corazón. Sé que me deseas con locura; pero
hay que tener paciencia, ¿vale? — dijo con dulzura.
Respiré hondo de forma exagerada y le dije: Esta bien, amor. Tendré
paciencia.
—Es uno de tus dones. Y luego vendrán recompensas— contestó con otra
mirada sugerente y reímos a la par como cómplices de mutuos deseos.
Días posteriores fuimos a mi casa para compartir la noticia con la familia.
Mi mamá estaba regada en el mueble con los pies descalzos leyendo una
revista. Dolly la acompañaba acomodándose en un rincón. Al vernos se
quitó los lentes a medida que recién estrenaba y se levantó para saludar con
una sonrisa usual. Mariana, quien se hallaba nerviosa y ansiosa, no dejaba
de
sonreír y reír, me miraba y hacía gestos para que me apresurara con la
noticia. Ella se dio cuenta que algo pasaba y de inmediato la cogió de
manos para que le contara lo ocurrido.
Se dieron un abrazo entre risas y sonrisas, felicitaciones y augurios acerca
de un futuro fantástico. Enseguida nos sentamos y fuimos contando a
mayor detalle los pormenores de lo trascurrido durante los últimos días.
Mi padre apareció al cabo que un rato, venía de la tienda con una Coca
Cola de litro en presentación de vidrio precisa para la garganta.
Mariana y mi mamá le relataron la noticia a viva voz aun manteniéndose
lejos de la sala y fiel a su humor respondió: Hubieran avisado antes para
comprar una gaseosa más grande y agregarle un buen ron cubano.
Ellas rieron. Yo también, que bajaba del segundo piso tras ir al servicio
recibiendo en apretones de mano y abrazos sus enérgicas felicitaciones
proponiendo de acuerdo a la frase de mi padre ir por ese bendito ron.
— ¿Alguien dijo ron? — dijo Ezequiel junto a Gonza que habían venido a
visitar y se llevaron una grata novedad.
— ¡Genial! ¡Seremos tíos! — dijeron casi al mismo tiempo cuando se
enteraron y nos dieron un abrazo cariñoso.
— ¿Quiénes serán tíos? ¿Otra de las primas salió embarazada?, ¿De nuevo
Yolanda o esta vez fue Angélica?— Preguntó Fernando asomándose por el
alboroto en la sala.
— ¡Mariana está embarazada! Ven, baja para felicitar a los futuros
padres— gritó mi madre con algarabía.
— ¿En serio? ¡Qué chévere! Mis felicitaciones a los dos. Ya podemos
armar un equipo de fútbol— dijo a medida que descendía y nos daba su
afecto en abrazos.
— ¿Quién acaba de salir embarazada? Y parece que no es una prima porque
abajo andan gritando como locos— se escuchó arriba y se oyeron pasos de
tacón descender con rapidez.
Elena adelantándose a Jeff se entrelazó en un abrazo junto a Mariana. Mi
vieja fiel a su estilo espontáneo realizó una video llamada para comunicarse
con Orlando, quien tomaba un descanso en su recamara curioseando en las
redes con la laptop sobre el abdomen.
— ¡Hijito! Hola— le dijo haciéndole gestos con las manos y estirando el
celular para mayor proyección.
— ¿Qué ha pasado? ¿Por qué están exageradamente contentos? ¿Es el
cumple de alguien y no me acordé? O ¿Se sacaron la lotería? Avisen para
dejar de trabajar— hizo mención con una sonrisa de confundido.
—La noticia que te voy a dar es mejor que mil loterías— dijo y le pidió a
Jeff que cogiera el celular para poder ampliar el panorama.
— ¡Vas a ser tío! ¡Tu hermano y Mariana van a tener un hijo! — Gritó con
efervescencia y es por eso que le salieron algunas lagrimitas.
—Ya era hora que uno de nosotros te vuelva abuela— dijo con humor y
nos dio su bendición con besos volados y brazos cruzados en señal de
abrazos. En menos de cinco minutos, Emilia le escribió a Mariana
felicitándola por la noticia. Le siguieron otros primos y muchos amigos en
distintos grupos.
Jeff y Elena prometieron armar la fiesta de bienvenida para la niña.
Fernando y Luciana, que recién acababa de enterarse y enviaba saludos,
acordaron hacerse cargo de la mitad de los gastos del parto si decidíamos
realizarlo en la clínica donde trabajan; Orlando enviaba sus vibras y
prometía una celebración descomunal cuando estuviera de vuelta mientras
que mis padres, muy felices ambos, anhelaban ser parte importante del
desarrollo y crecimiento del bebé, a quien lo imaginaron de distintos sexos,
nombres, profesiones, oficios y demás, todo en cuestión de minutos.
Jamás los vi tan entusiastas con una noticia, tal vez porque era la primera
vez que uno de sus hijos los volvía abuelos.
Por último, Ezequiel y Gonza, primos muy cercanos, dijeron que le
inculcarán la pasión al deporte rey que tanto nos une.
Esa tarde sacaron un par de rones para celebrar con mesura porque al día
siguiente muchos debían de asistir a sus empleos con distinta
responsabilidad, lo cual, a pesar de la gran noticia, no ameritaba faltar.
Como tantas veces conversamos de temas afines, nociones a futuro de lo
que sería una paternidad y situaciones anecdóticas pasadas y puestas en
plano
supuesto, tales como el hecho de imaginarme jugando al fútbol con mi hijo.
Algo que realmente me colmó en emoción porque el deporte rey es mi
pasión y ver a mi niña patear la pelota junto a mí teniendo a Mariana como
arquera resultó fascinante.
Cuando Mariana regresó a casa se enteró que su madre le había compartido
la noticia del embarazo a gran parte de su árbol genealógico en un acto de
suma exaltación amorosa por querer hacerlos parte de tan sublime suceso.
—Amor, entré y encontré a mi mamá recostada en el sillón hablando con la
familia por Zoom, contó con carcajadas en un audio de WhatsApp.
Además, estuvo bien que ellas no supieran los contratiempos que vivimos
para llegar a esta etapa porque a veces es mejor contar únicamente lo
bueno— añadió en otro audio.
—Tu mami es un encanto, seguramente estaba más que feliz con la noticia
que no pudo soportarlo y se le dio por contar el secreto— le dije en un
audio.
—En parte es comprensible. No estuvo en los embarazos de mis hermanas
porque ellas parieron allá. Obviamente, sí conoce a los nietos; aunque
también debe ser lindo verlos nacer, ¿no crees? — acotó reflexiva.
—No podría saberlo, amor. Ahora que lo mencionas lo estoy dibujando en
la mente y parece ser un momento extraordinario— le dije con un suspiro
final.
—Estoy de acuerdo, debe ser increíble; pero iremos paso a paso. No deseo
apurarme creando imágenes porque quiero que resulte en sintonía con las
etapas de un embarazo natural— comentó con seriedad.
—Aunque a veces sea complicado porque justo ahora estoy empezando a
imaginar nuestro futuro— acotó con una risita.
—Comprendo a tu mamá porque le ocurre casi lo mismo a la mía,
prácticamente ambas están viviendo el embarazo de sus hijos por primera
vez. Y dime, ¿Qué estás pensando? Me interesa e intriga saberlo—
respondí.
—Muchas cosas, corazón… Como hemos comenzado a vivir este proceso,
lo feliz que somos con la noticia, la alegría locuaz de las familias, el
horizonte que se aproxima y las novedades que irán viniendo… Me
entusiasman, emocionan, contentan y a veces también atemorizan; pero
como ya pasamos lo peor, siento que el porvenir no solo nos sonríe, sino
también nos augura un sendero extraordinario— dijo con destellos de
alegría en forma de risitas.
—Yo siento y pienso lo mismo, mi cielo. Hemos atravesado una situación
difícil y en el presente únicamente nos queda fortalecer los lazos amorosos.
Seguir amándonos, recibir el horizonte con los brazos abiertos, apoyados
por quienes forman nuestro círculo familiar y mostrar las mejores sonrisas
para lo que se avecina, que, según enfatizas y pienso idéntico, es y será
extraordinario—.
Mariana tardó en responder.
—Disculpa la demora. Y sí, mi amor. Seremos felices el resto del tiempo
porque nos hicimos dueños del reloj y cómplices con el universo tendremos
a nuestra niña que se hará acreedora de un amor ilimitado— dijo contenta.
—Estamos destinados a ser tres… O más si lo permitimos— contesté
dejándome llevar por el entusiasmo.
—Fue Dios y el destino quienes nos juntaron en este camino y a nosotros
solo nos queda ser felices— dijo en un audio.
—Y ahora, voy a descansar, lo necesito y creo que tú también. Te amo en
mil idiomas, futuro papi— dijo en un último audio.
—Yo también te amo, mamacita hermosa. Buenas noches—.
Oí risas en el siguiente audio junto a la frase: Descansa, corazón. Te amo.
—Te amo, sueña conmigo— respondí y no volvió a conectarse.
Me senté en un carrito de montaña rusa y aventuré en la pista de subida y
estrepitosa bajada con zigzagueantes curvas durante tres semanas.
De esa manera puedo describir lo que fue compartir el tiempo con Mariana,
quien sufrió mareos, constantes idas y vueltas al baño de su casa o la mía,
en donde se encargó de arrojar el almuerzo o algún dulce que se le ocurrió
ingerir y pidió insistente que fuera a adquirir.
Los dolores en el vientre que parecieron preocupantes; pero según una
llamada a la doctora resultaron naturales de un embarazo cesaron entrando
en la semana tres y los mareos se fueron días después.
Yo no me daba cuenta; pero ella se miraba al espejo y notaba el abdomen
cada vez más curvo y estirado. La sensación provocaba emoción junto a un
inmediato: ¡Mira, amor, está creciendo!
Un cansado escritor por las amanecidas escribiendo y las constantes idas y
venidas a su casa con salidas nocturnas a adquirir provisiones no se
percataba, de repente por la actitud somnolienta, que efectivamente, dicho
templo se veía cada vez más amplio y hermoso.
Acabábamos de tener relaciones después de un importante tiempo de para,
me encontraba regado sobre la cama totalmente desnudo y con el
agotamiento en su máxima expresión debido a las horas que tuvimos de
intimidad y la acumulación de madrugadas escribiendo; quizá por eso, no
le noté la ligera elevación de su abdomen. Sin embargo, tras esa revisión
frente al espejo de su habitación, decidió volver a la cama -pero no para
dormir- pues, la libido se volvió a encender en su ser con impecable
sencillez al punto que deseó a su hombre encima o debajo, de lado o
parado; pero bien adentro.
Y yo, entusiasta y fanático de su cuerpo, accedí a la petición sin palabras
para retomar las actividades corporales en el menor plazo posible.
El tiempo avanzó como atleta en una carrera de postas.
Los primeros y más bravos tres meses le dieron el paso a la siguiente etapa,
en donde Mariana comenzó a olvidar los mareos y vómitos sin dejar de
lado los antojos, pues se convenció (porque creo que nunca lo fue) amante
de los alfajores de esos que te venden exclusivamente en una tienda,
contienen un ingrediente distinto a las otros, quizá, el sabor del manjar
blanco o ese extra de azúcar impalpable. El asunto estaba en que cada
domingo debía de asistir a la tienda y comprar tres a cuatro cajas de
veinticuatro unidades para satisfacer los deseos culinarios en versión postre
de mi chica. A mí también me gustan los alfajores, no tanto como ella en
esa etapa; aunque llegó un punto en el que ni con cafecito podía pasarlos.
Por suerte, la doctora le dio un régimen exclusivo en cereales y pastas,
además de frutas y mucho yogurt sin tener que dejar a los benditos
alfajores; aunque dándoles un poco más de énfasis a lo sugerido.
El segundo trimestre tomó la posta, ella se sintió bastante bien,
desarrollamos más actividad sexual que cualquier pareja habitual, esto
condujo a que tuviéramos que comprar una nueva cama, una Queen, como
le llaman, la adquirimos en una tienda por departamento y la estrenamos al
instante en que la dejaron instalada. Para entonces había llegado el primer
cheque de la película, el dinero rebalsaba de mi cuenta de ahorros y ni qué
decir del editor, quien acababa de comprarse un nuevo auto. Fue allí, justo
al tiempo que le comentaba sobre el ingreso, desnudos sobre la enorme
cama y con las piernas entrelazadas, que quería tener un auto. No uno como
el editor o como el de mi hermano Orlando que tiene un deportivo negro
noche con puertas levadizas, sino un auto familiar 4x4 que sirva para los
paseos.
A Mariana la idea le resultó estupenda, por eso respondió con humor: Justo
pensaba en ¿Cuánto tiempo más este escritor va a usar mi bello auto para ir
a sus conferencias literarias? Sonrió y añadió: Lo que necesitas es un carro
acorde a quien eres. ¡Un impecable ganador, corazón! Y una camioneta te
caería excelente. No es derroche, es proyección.
Además… Yo todavía no pienso cerrar la fábrica, sentenció sonriendo de
una manera muy tierna y elocuente.
E inevitablemente, se me ocurrió llenarla de besos junto a cosquilleos que
la hicieron reír hasta más no poder y enseguida volver a emancipar
pasiones amatorias.Una mañana manejé por última vez el auto de Mariana
en un acto con sentimientos encontrados que exageré para hacerla reír con
el beso en el volante y la frase: Es hora de despedirnos, Doris. Nos
divertimos mucho avanzando a paso de tortuga y compartiendo la música
en nuestros viajes hacia San Miguel.
Mariana soltó una carcajada ante la mirada del empleado de la
concesionaria que nos ayudó a elegir la camioneta correcta para albergar a
la próxima familia en viajes al campo, zoológico, museo o parque de
diversiones.
Algunas tardes después, sorprendí a todos en casa con mi nueva
adquisición. En ningún momento Mariana dejó de trabajar, los primeros
meses por cuidados y recomendaciones de la doctora prefirió el ‘home
office’ impuesto por la empresa; pero pasado el tiempo de preocupación
volvió con fiereza a su oficina y silla giratoria porque en casa, según decía,
se aburría. Además, Mariana era una mujer muy activa que no se puede
quedar en un solo lugar, por eso las veces que iba a su casa la encontraba
paseando por la sala con la laptop en mano y a otras veces dibujando en su
taller con la atención de un artista que no se inmuta ni por los temblores.
Volvió a la oficina para sentir que su vida no iba a cambiar sintiéndose
activa en el desempeñando de la labor que tanto le apasiona.
La respaldé, lo mismo hizo la doctora y ni qué decir de la empresa. Los
altos mandos estuvieron más que a gusto de tenerla de vuelta. También sus
compañeros y sus pupilos, quienes le prepararon una sorpresa de
bienvenida tras casi tres meses alejada del piso.
El segundo trimestre se hizo lento; pero bonito. Atrás quedaron las
amanecidas y las ojeras, la montaña rusa se detuvo y la normalidad se
estableció.
Mariana se escribió en un taller de ejercicios para mujeres en la dulce
espera. Allí conoció a algunas amigas con quienes practicó yoga y
desarrollaron distintas actividades tales como los pilates con globos
gigantes teniendo largas conversaciones cada vez que terminaba la clase.
Yo iba a recogerla, a veces entraba para observarla ejercitarse; muchas
veces fui parte del grupo porque también se requiere de las parejas para
algunos ejercicios. Practiqué un poco de yoga que ayudó en mi relajación y
por consiguiente pude concentrarme en escribir debido a que andaba
ligeramente bloqueado y muchas veces hasta le firmé ejemplares de la
novela a las nuevas amigas de mi chica cuyas hijas primerizas leyeron la
obra en la escuela.
El editor en uno de sus movimientos magníficos logró posicionar el libro
de cuentos en la rúbrica de varios colegio, razón por la cual aumentaron los
lectores y en consiguiente las ventas, las conferencias y los talleres que
implementamos para intercambiar ideas sobre literatura y escritura.
Yo tenía un título universitario en Literatura y Lingüística que no ejercía
con firmeza porque las ventas de los libros y el pago por la película me
otorgaron facilidades para escribir sin preocupaciones; aunque la llegada de
un nuevo integrante, la idea de comprar una vivienda propia y los otros
planes a futuro como viajes y demás; sin todavía incluir la escuela inicial y
gastos académicos porque soñaba con un hijo altamente capaz, podrían
colisionar mi economía en cualquier momento. Es por tal motivo que
accedí a dar un taller de Creación literaria en un par de colegios privados.
Entrando al último trimestre, con Mariana luciendo un abdomen amplio y
precioso, que miraba de reojo cada vez que se paraba y vestía de corto para
salir a caminar previo a su trabajo porque habían ocasiones en las que se
quedaba en mi casa o yo en la suya y como rutina de seis a siete salía a dar
un par de vueltas a la manzana en una caminata relajante, que según dijo,
ayudaba a liberar ideas arquitectónicas para novedosas propuestas.
Cuando volvía la esperaba con el desayuno tanto en su casa como en la mía.
Ella comía cereal con yogurt, fruta y un té para llevar y yo cafecito con
tostadas light porque tenía algunos kilos demás debido a que también adherí
uno o dos antojos.
Antes de dormir nos echábamos de costado para oír los latidos de quien
rentaba el vientre como un rito sagrado que tanto nos fascinaba.
Hola, ¿hay alguien ahí? Preguntaba acercando mi boca y le daba un beso.
Enseguida, respondía con golpecitos de tambor desatando emociones.
Hola, preciosa, ¿Cómo andas por ahí? Decía. Y nuevamente tocaban las
paredes del abdomen más perfecto que he visto.
Te habla tu papá, estoy esperando por ti para divertirnos mientras
aprendemos, compartir sucesos preciosos al tiempo que nos conocemos y
prometo ofrecerte lo mejor de mí durante nuestro convivir, le decía con voz
calmada y ante la sonrisa de Mariana cuyos ojos se humedecían por la
emoción.
Tu mami te ama, mi princesa. Ya falta poco para tenernos en un abrazo y
bajo un techo donde podamos caber los tres, añadía Mariana acariciando el
vientre. Cada noche, recostados sobre el mueble de la sala de mi casa o la
suya, en su habitación o la mía; yo de rodillas o estirado, enfocaba los
sentidos en su vientre para oír los golpes y sonidos de un ente creado por la
pasión y el amor de ambos, que nos mirábamos y sonreíamos sintiéndonos
más que dos, inundados por un amor con destellos de alegría que
ofrecíamos con honestidad
y sin límites, al ser dentro de ese mundo que llevaba Mariana consigo
sabiendo que cuando abra los ojos y vea la primera luz de su nuevo parque
de diversiones tendrá a dos padres amorosos que la llenarán de amor
durante el tiempo que dure su existencia y quizá, algo más.
Mariana y yo teníamos la idea de hacerle vivir una vida fantástica con
mucho engreimiento, conocimiento, amor y compasión por la humanidad y
todo ser viviente, queríamos que fuera mejor que nosotros en alma y
corazón; pero debíamos de inculcarlo de a poco, por eso le contaba
historias acerca de los seres habitan en la Tierra junto a nosotros.
—Aquí hay aves que surcan los cielos con majestuosidad, sueltan sonidos
particulares que las distinguen en clases y también físicamente resultan ser
distintas; pero todas son bellas en su originalidad y forman parte del tesoro
del cielo.
Además, habitan seres preciosos que dominan los mares, muchos de los
cuales son enormes y parecen salidos de los mitos que te iré relatando— le
dije al vientre encantado.
—Tendrás un par de mascotas. Tal vez un perrito proveniente de Dolly o
un gatito si lo prefieres. Ellos son seres nobles que comparten la rutina con
nosotros y su única convicción y visión es darnos su compañía y amor. Por
eso, debemos respetarlos y quererlos— contaba Mariana con ternura.
—Al mirar al cielo verás las constelaciones y te darás cuenta que muchas
estrellas parecen lejanas; aunque… ¿Te cuento un secreto? Todas se
encuentran en la mirada de tu madre y la tuya. Por eso cuando vengas… Yo
dejaré de ver el cosmos para enfocarme en tus ojos. Allí donde está el
universo— le dije ante la mirada dulce de la futura madre.
—Y el mundo… aunque veas en las noticias o los diarios, siempre será un
lugar bonito para vivir. Aquí nacerás y estoy segura que harás historia en
cada andar que des porque tu sabiduría y el potencial que tendrás moldeará
el camino de muchos y harás del planeta un sitio mejor para los humanos—
decía Mariana con aires de sabiduría.
—Nunca estarás sola, princesa. Nosotros estaremos forjando tu camino;
pero te harás el destino. Quiero que seas lo que quiera que seas con tal que
siempre seas… simplemente feliz— le decía estirando una sonrisa.
—Y nosotros haremos de tu felicidad un camino sencillo que disfrutarás a
cabalidad sin vergüenza ni prejuicios. Con aprendizaje y sonrisas— decía
Mariana con el índice en alto.
—No te hemos visto aún porque queremos esperar; aunque ya te amamos
con el amor de este mundo y el resto del universo— le decía junto a un
cálido beso en la cima de la panza
—Y nunca dejaremos de amarte, princesa— decía Mariana frotando su
mano cerca donde mis labios cayeron.
—Nos tendrás para siempre, Circe— la oí decir implacable y segura.
Para siempre, tal cual, dicta la palabra, añadió viéndome.
—Para siempre, los tres de la mano; cuatro, quizá— sonreí al decirlo.
Ella compartió la sonrisa y acoté: Amándonos a diario dibujando alegría en
cada paso que surquemos de esta grandiosa vida que nos empieza a tocar
vivir.
—Porque es así como lo soñamos, anhelamos y forjamos— añadió Mariana
cogiendo mi mano.
—Y es así como será, princesa. Te lo prometo— le dije dándole un nuevo
beso a la cima de la panzita y otro en los labios de la madre.
—Te lo prometemos, princesa— dijo Mariana y colocó un beso de su mano
donde había caído el mío.
—Y si hay algo que también debes saber, es que tu madre tiene las
respuestas a las preguntas más buscadas en un abrazo y con sus propias
palabras convertidas en suspiros al oído. En ella encontrarás el
conocimiento absoluto de la vida y un manantial de razones por las cuales
existir. Tu mami contiene el elíxir de la vida en sus caricias, color de iris y
alegría— le dije para finalizar con la vista en los ojos nuevamente húmedos
de la volátil en emociones próspera madre.
—Y tu padre escribirá los versos más preciosos en honor a tu nombre y
personalidad intentando acaparar en obras lo que habita en su interior
dirigido con empeño y sinceridad hacia su personita favorita— acompañó
Mariana con una sonrisa enamorada.
Y de repente, el vientre conquistado dio varios golpecitos como respuesta a
nuestros argumentos. Mariana me miró, yo la vi directamente a los ojos y
entonces lo supimos.
Había llegado el momento de conocerla.
Y fue así, que en los primeros días de los últimos tres meses decidimos
realizar la ecografía que nos indique si es niño o niña.
Sin embargo, no era el único plan. Yo tenía un as bajo la manga para
después de la cita en la clínica.
La seguridad de Mariana por tener una niña opacó a la incertidumbre. Ella
la había soñado una y diez veces, la había visto en su mente andando por
los pasillos de una casa, sentada junto a mí leyendo un libro, a su lado
aprendiendo a dibujar y a los tres observando la televisión. Estaba tan
segura que no dudaba y yo contagiado por su afán también lo intuía como
aquel relato que le conté hace un tiempo atrás.
—Tendremos una niña, mi amor. Circe ya tomó forma en mi vientre, solo
nos queda esperar su aparición— decía mientras avanzábamos en mi auto
de estreno oyendo una canción de Pablo Alborán.
—Circe ya tiene ganas de conocer el mundo que construimos para ella— le
respondí viéndola de reojo.
—Ella es como la canción de Alejandro Sanz: La chica de los cuerpos y los
rostros que aparece en este presente siendo ella— decía Mariana en
alborotado entusiasmo. Es como un poema de Neruda leído una noche de
estrellas tan brillantes como sus ojos y su alma, añadía contenta e inspirada.
Sintonicé la canción para que completara su sentir.
—Pronto estaremos juntos, mi princesa— le decía al vientre estirando el
brazo para sentir su calidez. Mariana posaba su mano encima y yo
continuaba hablando sentido: El reino que te espera es tan igual como un
Olimpo y tu magia que inunda hará florecer margaritas en cada uno de tus
pasitos de porcelana por los rincones de una casa.
—Ella espera por nosotros y nosotros por ella— acotó Mariana con esos
ojos húmedos que podrían descifrar al fuerte sentir en su corazón. Ese amor
tan inquieto, vertiginoso, poderoso y elocuente que nunca dejaría de sentir
por su princesa.
Le di una sonrisa y la oí concluir: Estoy completa, amor. Feliz y satisfecha.
Este, presiento, será uno de esos días que nunca olvidaremos.
Estiró el cuerpo para darme un beso veloz e intercambiamos sonrisas para
enseguida gritar al son de la canción que se escuchaba.
Llegamos a la clínica donde le dieron el sagrado positivo. Sacó cita para la
ecografía y reconoció a las enfermeras quienes un rato más tarde la
llamaron para que ingrese a la sala. Se sentía ansiosa, quería que le dieran
una respuesta de acuerdo a su intuición, salir contenta con la ecografía 4D
y colocarla en un marco después de mostrársela a medio Perú y algo de
España.
Si algo he aprendido es que el sexto sentido de Mariana dispone del
noventa por ciento de una verdad; sin embargo, de ser al revés ya pensaba
en las academias de fútbol en las que podría empezar a jugar.
Entramos tan contentos que contagiamos a los profesionales, quienes entre
sonrisas preguntaron si éramos primerizos para enseguida comentar que
entendían nuestro elevado entusiasmo.
Me senté a un lado de la camilla donde ella estaba recostada con bata
blanca y sonrisa instalada y una señorita de lentes acompañada de una
enfermera le indicaron que viera la pantalla mientras el aparato circulaba
sobre su vientre.
—Vaya... Parece que será una mujercita. ¡Felicitaciones, chicos! — dijo la
doctora esbozando una sonrisa.
¡Te lo dije, mi amor! ¡Lo sabía! La tuve en mente y en sueños. Ya la he
visto en mi memoria y sé cómo termina esta historia— decía Mariana con
una sonrisa de oreja a oreja y estirando su mano para coger la mía.
—Los tres juntos recorriendo el infinito— le dije compartiendo su
emoción.
—Una niña muy bien de salud— añadió la ecografista ante nuestra sonrisa
de notable conmoción alegórica a una inexplicable felicidad.
—La enfermera imprimirá la ecografía y se le dará en un santiamén—
comentó la doctora, quien estuvo limpiando el vientre y ofreciendo
indicaciones.
Miraba la pantalla queriendo reír por la sensación tan fantástica que yacía
en mi interior, por una noticia tan increíble que me hizo olvidar el pasado y
hasta el futuro para concentrarme únicamente en el segundo en el que mi
hija, la dueña de mi vida, aparecía en el monitor como una luminiscencia
compuesta por dos almas que se encontraron como cartas de la baraja de un
mismo destino.
Una lágrima cayó manteniendo la vista en la imagen que nos dio, sentí la
caricia de Mariana queriendo limpiar mis mejillas, nuestras miradas puestas
en la foto observando al ser cuyo nacimiento se aproxima para cambiar
rotundamente nuestras vidas volviéndolas más que extraordinarias.
—Ninguna de mis letras podrá describir jamás a tan bella mujer— le dije
concentrado en la imagen.
Mariana sentada al lado sonreía, secaba mis lágrimas y decía: Es el fruto de
nuestro amor, comparte las mitades de nuestros corazones y será la dueña
de nuestros caminos. Es nuestra persona favorita.
—Estoy feliz, amor. Tal vez… nunca lo fui como hoy— le dije queriendo
partir en llanto; pero viéndola fijamente imaginado que Circe tendría su
rostro y sus ojos y quizá mi sonrisa, la cual creé cuando me dio un beso y
un abrazo.
Jamás me sentí tan feliz, mis emociones quisieron desbordar, salirse de
control y provocar el éxtasis total en mi ser; pero me quedé largo tiempo
contemplando la figura perfecta de Circe, la princesa del universo, el
cosmos, la Vía Láctea, el mundo, mi vida y el camino, atrapada entre mis
manos como si estuviera durmiendo o esperando la luz del primer día.
Y entonces lloré dejándome llevar por los sentimientos encontrados, por
tanto sufrimiento pasado, por tanta angustia retenida en los confines del
abismo de mi alma, por ese lado oscuro de un corazón con misterios que no
reveló, por la soledad en tantas ocasiones, por todo ese comprimido de
nostalgia que al fin se evaporaba mientras mis sentidos adherían al cuerpo
el hecho de tener el formato de mi hija en frente a punto de ver la luz de un
mundo que imaginé y construimos exclusivamente para ella porque todo
llegó a tener sentido, ya que lo vivido, las pasiones y los logros condujeron
a su existencia.
Mariana y yo, sentados en el auto, dentro del estacionamiento,
observábamos detenidamente cada partícula y cada aspecto de la hermosa
criatura allí en frente sabiendo que cada vez restaban días, horas y minutos
para tenerla en los brazos.
—Circe, ya vienes y aquí te esperamos para compartir el camino asfaltado
en tulipanes que diseñamos para ti— le dije con un beso en la imagen y una
caricia en el vientre.
—Muy pronto seremos tres y nos amaremos tanto que los por siempre
serán reiterativos— repitió Mariana con similar emoción.
Encendí el motor y salimos de la clínica intercambiando sonrisas.
—Tengo hambre, ¿vamos por unos tacos, hamburguesas, murciélagos o lo
que sea? — Dijo Mariana con humor al tiempo que nos formábamos en la
pista.
—Tu hija también tiene hambre, parece que quiere… Se llevó los dedos al
mentón y afirmó: Una deliciosa pizza con mil sabores menos con piña.
—Amor, esa es una blasfemia— le dije con una mirada seria.
Ella sonrió.
—Te aseguro que a Circe le gustará tanto como a su papá— le dije
después.
—Bueno, con tal que de lunes a viernes almuerce verduras, los sábados
tendrá su recompensa en pizza o hamburguesas— dijo con una sonrisa
imaginando el suceso.
—Yo no aseguro intentar cumplir ese protocolo— le dije viéndola de reojo.
Ella volvía a sonreír posando su vista en el vientre encantado.
—Seremos unos padres encantadores y consentidos— aseguró ante mi
sonrisa como respuesta a su acierto.
—Ella nacerá en un hogar establecido, consolidado y lleno de amor— le
dije acercando mi mano a su esférica panza.
—Merecemos lo que nos ocurre, corazón. Por ser como somos, luchadores,
tenaces, honestos y enamorados de la idea de tenernos por siempre— dijo
mirando en frente con la mano apoyando el rostro cerca de la ventana.
—Estoy enamorado de cada uno de tus ideales morales; de tus virtudes y
manías, de ese afán por ser la mejor en el trabajo y tu nueva profesión de
madre; de tu gracia universal y tus caricias suaves como pétalos; de tu don
para escuchar y tu magnificencia para soñar con el juntos por siempre
eterno.
Te amo, Mariana, por encerrar a la nobleza del mundo en tu ser— le dije
con la vista en frente, viéndola de lado de ratito en ratito para no perderme
de la calle, oyendo su respiración acelerarse, el lagrimeo cayendo por las
mejillas y los ojos rojizos en emoción respondiendo a las palabras con un
abrazo poderoso y varios besos sagaces en la mejilla susurrando un te amo
en mil idiomas que conmocionó al corazón como tantas cientos de veces.
Se recostó inclinando el espaldar, bajé el volumen de la música; pero
comentó que no lo hiciera. Tarareó la canción ‘Siempre es de noche’ de
Alejandro Sanz mientras miraba el paisaje urbano pensando en Circe, la
vida y los caminos; seguramente también en el trabajo y la familia. En todo
lo que suele pensar y más, lo leía en su mente cada vez que paraba en un
semáforo y observaba su belleza de reojo queriendo acercarme para darle
un beso; aunque limitándome solo a sentir las pieles de su exacto abdomen.
Colocaba mi mano sobre la suya y luego la quitaba para conducir. Parecía
dormida; pero no lo estaba. Descansaba los ojos de rato en rato tarareando
o cantando sus partes favoritas de ‘Viviendo de prisa’… ‘Aún sueño donde
me jurabas ser princesa y haz resultado ser toda una reina’ se escuchaba de
su voz.
‘Aún pienso cuando te soñé y haz resultado ser una linda princesa’ le
cambiaba la letra y sonreía mirando la calle, a mí cuando no me daba
cuenta, al vientre conquistado y la ecografía en sus manos.
La maternidad le asintió tan bien que hasta los vestidos largos le quedaban
estupendo, no solo era hermosa, también radiante, como si en cada paso
que daba florecían margaritas y tras cada suspiro se creara una brisa.
Fuimos de compras algunas veces porque gran parte de sus tardes en el
centro comercial las realizó junto a su madre o sus amigas. Salían un
sábado al mediodía y volvían de noche con bolsas cargadas hasta del
cuello.
Los atuendos los modelaba en mi habitación o la suya, la desnudez de una
embarazada es un soneto de la perfección, el vientre esférico y bonito, los
nuevos lunares en la espalda y ese perfil maravilloso atrapaba mis sentidos
con impresionante sencillez mientras iba poniéndose un vestido turquesa,
otro blanco, uno celeste y el que llevaba lunares chistosos. Ni que decir de
las medias con fresas y sandias para cubrirse del frío y su sensual ropa
interior que anhelaba quitar.
Conjugaban a plenitud los anhelos libidinosos con la admiración física para
el jolgorio constante de sucesos sexuales sobre la cama con maniobras que
íbamos sorteando causando placer y risas.
—Amor, ¿no se supone que mi pizzería favorita está doblando en la
esquina que acabamos de pasar? — Dijo como si tuviera un mapa en la
cabeza.
—Aún no iremos hacia allá— respondí con una pícara sonrisa.
¿Me quiere secuestrar, señor chofer? — Dijo con una mirada de ceño
fruncido.
—Te quiero mostrar algo— le dije esbozando una sonrisa.
¿Una sorpresa? — Preguntó llevándose un par de dedos al mentón. Sonreí
poniéndome en evidencia y se frotó las manos.
—Circe, tu papi nos dará una sorpresa antes de llevarnos a comer— le
habló al vientre conquistado poco antes de poner su mano en mi hombro.
—Quiero que tengamos algo que sea netamente nuestro— le dije casi en un
susurro, ella siguió contemplándome el rostro con los ojos cristalinos, yo
estiraba sonrisas viéndola preciosa como una rutina fantasiosa.
Puse la mano de nuevo sobre la panza y pronuncié otras palabras: Mi sueño
está cumplido. No puedo pedirle más a Dios y la vida.
Mariana me dio un abrazo cuando nos detuvimos, uno tan fuerte y tierno
que sentí a dos almas conquistar y confundirse con la mía en el tiempo
perpetuo que haya durado ese afecto.
Detuve el auto en una calle de nombre ‘Madrid 346’ y le pedí sutilmente
que se colocara en los ojos una corbata que extraje de la guantera con una
pícara sonrisa.
— ¿A qué está jugando, señor escritor? Le recuerdo que no estamos en la
intimidad de nuestra habitación — dijo con una sonrisa nerviosa.
Sus manos movedizas y por ratos duras acompañaban a las mías en
dirección a la sorpresa a paso parsimonioso y ansioso por ambas partes.
— ¿Adónde vamos, mi amor? Me pones muy nerviosa, disculpa si te
aprieto muy fuerte— la oí decir queriendo soltar más que una risa.
—Ya estamos cerca, preciosa; faltan tres metros para llegar— le dije
queriendo no soltar tantas emociones.
—Listo, llegamos. Puedes mirar— le dije al pararnos. Me puse a un lado
para que pueda contemplar el regalo deshaciéndose de la corbata.
Se liberó a velocidad, frotó los ojos y miró un edificio de cinco pisos color
gris con amplias ventanas, balcón y vista prodigiosa con enorme puerta
principal color marrón con vigía sentado en una cabina de adentro.
En el tercer balcón había un letrero con la palabra: ‘Nuestro hogar’
colgando en un sutil cartel con caligrafía cursiva.
— ¿Es en serio? — Dijo con duda y asombro, las manos en los labios y las
cejas en alto, casi a punto de voltear y quieta mirando hacia adelante y
arriba.
—Es un apartamento sumamente amplio, con tres habitaciones, dos baños,
una sala preciosa, una cocina con todas las comodidades, un cuarto extra
que puedes usar como taller y un balcón muy grande en donde asar la carne
o simplemente mirar las estrellas— le dije en un susurro abrazándola por la
cintura.
Mariana me miraba con las manos en el rostro y los ojos llorosos volteando
para abrazarme con efervescencia.
—Las alfombras, persianas y demás todavía no las colocaron porque quiero
que las elijamos juntos— le dije sonriendo y ella seguía viéndome con los
ojos húmedos y los abrazos cada vez más intensos.
—Ah, cierto, tu trabajo está a la vuelta— añadí en un beso sobre su frente.
— ¡Lo sé! ¡Lo sé! Vi estos apartamentos tantas veces deseando poder vivir
en uno de ellos— dijo entrando en llanto emocional y apretando los
cuerpos.
—Lo intuí— le dije esbozando una leve sonrisa.
—Gracias, mi amor. Gracias por tanto, corazón. Te prometo que lo
volveremos un hogar. Te amo, amor de mi vida— dijo viéndome fijamente
con el iris verde tratando de emular el sentir completo de su alma y nos
besamos apasionadamente sintiendo golpecitos que provenían del vientre
queriendo decir también sus propias sensaciones.
Las dos miradas posaron enfáticas en la panzita, me puse de rodillas para
clavar un beso en el centro y en un palabreo único decirle: Circe, este será
nuestro hogar.
—Subamos para que lo veas por dentro— le dije reincorporándome y nos
adentramos cogidos de la mano como una futura familia feliz.
Saludos al amable vigilante, adentramos en un ascensor amplio y
presionamos juntos el piso correspondiente entregándonos un beso al
tiempo que ascendíamos.
Mariana tuvo el honor de abrir la puerta, contempló anonadada el interior
imaginado que la princesa lo recorrería a pie como dueña de un reino cuya
planicie estaría a la altura de sus pasitos, yo me vi junto a ella leyendo a
Shakespeare sobre un mueble en el balcón regocijando su cuerpo al mío al
tiempo que le hablo de un amor como el de Romeo y Julieta.
Se recostó en un mueble individual deshabitado, yo me puse a su lado
inclinado para darle un beso en la mejilla y oír a las voces de la barriga
dictar sensaciones que íbamos hilvanando en el interior como palabras
honestas de una princesa a punto de ver la luz y encender los faros del
horizonte prodigioso de sus padres.
—Está lindo el lugar, corazón. Cada detalle, cada habitación y cada
compartimiento son tan bonitos como finos— dijo emocionada, sin dejar de
lagrimear, contenta y yendo de rincón en rincón comprobando la realidad
con sus manos y pies, imaginando a su hija andar presurosa entre
carcajadas frenéticas y honestas que podrían quedarse grabadas como ecos
en las paredes.
—Después del parto nos mudamos— comenté acariciando sus cabellos
cuando volvió a acomodarse en el sofá.
Atesoró su cuerpo a mi mano recorrer parte de sus mejillas cerrando los
ojos para soñar despierta con los sucesos que inevitablemente surcarían en
matices multicolor nuestra nueva rutina.
—Te amo— la escuché aferrada a la mitad de mi cuerpo parado a su lado.
De inmediato, me puse al frente y de rodillas para verla a los ojos verdes
cristalinos por el conato de emociones y las descollantes sensaciones
confesando en primera instancia mi sueño por vivir juntos hasta volvernos
dos ancianos que se nutren en recuerdos.
— ¿Te das cuenta que el destino nos unió y el amor nos fusionó? — me
dijo estirando los brazos para alcanzar mi cuerpo capaz de caber en su
regazo enamorado en el centro.
Afirmé a su interrogante dentro de sus abrazos. Ella siguió contándome lo
siguiente que ocurriría.
—En estos días le comento a tu suegra que me iré a vivir con mi novio.
¿Qué crees que diga? Yo pienso que se pondrá tan feliz que incluso querrá
llorar; pero la detendré, porque dos mujeres dramáticas y sensibles son
demasiado— dijo teniéndome en su regazo.
—Asegúrale que iremos a visitarla de vez en cuando. Digamos, cada
cumpleaños— le dije con una breve risa que compartió con ligereza.
—Nunca imaginé que esto ocurriría. ¿Sabes? No puedo dejar de mencionar
lo feliz que me siento, es como si al fin, toda la alegría del mundo se
conjugara en mí, en nosotros, en los tres y pudiéramos amasar una fortuna
en amor capaz de durarnos la eternidad— dijo inspirada y emocionada.
—Bien lo dijiste, amor. Nos merecemos esta etapa, construimos este
horizonte y aunque el destino nos puso en marcha, somos artesanos de esta
felicidad— respondí junto a otro beso en los labios.
—En casa estarán felices por no verme más— añadí como broma al
alejarnos.
—Tu mami querrá que vuelvas cada sábado y tus amigotes te extrañarán en
la terraza de la casa; porque aquí nadie más que familia entrará— hizo
mención.
—Yo no creo extrañar a nadie, con ustedes dos, estoy más que completo—
le dije con un beso en la pancita.
—Iremos cada domingo a tu casa y también a la mía. Podríamos preparar
parrilla, ver películas o series en familia; conversar sobre los distintos
asuntos que transcurren en el día a día, abrir una botella de vino o pasear en
conjunto. No nos imagino alejándonos de la familia, son parte voluntaria de
nosotros y le debemos más de lo que creemos— recopiló reflexiva por la
sensibilidad abrazando sus sentidos.
—Es apacible cuando las familias coloraban en sintonía por las causas que
las unen, ¿no crees, amor? — le dije con la cabeza en alto como quien
piensa.
—Eres un hombre extraordinario, corazón. En mi casa, te adoran y en la
tuya, te aman; el público lector te quiere y yo vivo encandilada por ti— me
dijo esbozando una majestuosa sonrisa.
—Es lo que siempre quise— le dije en tímida voz al ser acorralado por sus
brazos.
Y lo tengo ferviente en el día a día de una rutina que atesoro vivir, acabé
con una voz tan suave que pudo confundirse con los latidos en su pecho o
las palpitaciones de Circe dentro de su cuna.
—Corazón, dime algo— dijo y congeniamos en miradas. ¿Cómo se te
ocurrió sorprendernos con tan divino detalle, por así decirlo? Yo creí que…
quizá podríamos vivir en tu casa o la mía, ajustar cuentas e intentar
alcanzar el techo propio dentro de uno o dos años. Pero esto… Abrió los
brazos queriendo circundar el sitio y viéndome de nuevo comentó: Es
perfecto, al ser nuestro hogar.
—Lo compré con el resto del dinero que recibí por la película y unos
ahorros que tenía en el banco para evitar endeudarnos hasta viejitos— dije
sonriente.
Era un departamento o recorrer el mundo en soledad, añadí con algo de
gracia.
Pero… Te conocí y me di cuenta que anhelo una familia. Mi sueño es
construir este hogar a tu lado.
Aquí, debajo de este pecho con próximas arañas, en estas paredes blancas
con futuros ecos de risa, quiero que comencemos nuestra vida familiar,
acabé con mi mejor sonrisa.
—Es increíble. Realmente, es maravilloso todo lo que puedes hacer por
nosotras. Por eso y más, te amamos como lo hacemos y lo seguiremos
cosechando siempre— me dijo entre lágrimas y en un abrazo poderoso.
—Yo me voy a encargar del decorado. Pintaremos el cuarto de Circe,
colocaremos alfombras persas, cortinas automáticas, algunos cuadros
surrealistas, una pequeña biblioteca y demás. Todo déjamelo a mí, yo me
encargo de hacer de este apartamento nuestro hogar— acotó con
exuberante entusiasmo nuevamente articulando las manos para señalar el
ambiente.
—Soy feliz, amor. ¡Tan feliz que podría bailar! O cantar. Tal vez, gritar.
Enloquecer de alegría o simplemente darte un abrazo— dijo llena de
emoción queriendo pararse para encajar de nuevo en un abrazo con giros
leves sobre el eje emulando a una danza sin música que nuestros pasos
inventaron y los besos detuvieron dentro de un lugar que forjaremos como
nuestro.
—También soy muy feliz a tu lado, Mariana— le dije tras el beso y
posamos las cabezas juntas para que las vistas se confundan y las manos
converjan sobre el sitio que alberga a la princesa del recinto.
—Y Circe es tan feliz como nosotros— añadió con nuestras manos
surcando su piel cuya atención del resto de sentidos pareció quedarse
inmortal en su perfecta anatomía.
Habíamos consolidado el sueño. El hogar y la familia, la luz y el arcoíris, el
amor y sus matices, el horizonte y el destino, la pasión y la escritura, las
risas y las caricias, el universo podía caber dentro de la casa y allá afuera el
mundo seguiría en pie mientras que nosotros estaríamos bailando en alegría
en una ruleta de a tres con sonrisas que emanan el amor más puro y
sensato.
El resto de la semana visitamos tiendas de decoración, yo iba como
acompañante porque la conocedora en temas era Mariana, cuyos gustos
coincidían con los míos o a veces me sorprendían para bien porque mi
mente literaria no abarcaba sus genuinas nociones en interiores tan
fantásticas que impresionaban a mis sentidos.
Ella sabía dónde comprar, qué elegir de acuerdo al ambiente, la calidez y la
familia, en pro de un bienestar que los colores te llegan a generar, no en un
afán por querer imitar a alguna amiga o vecina, sino por darle un estilo
único al hogar, con cuadros surrealistas que tanto nos encantan y aunque no
cuestan millones se asemejan en mucho a los originales.
Una docena de marcos para fotografías de nosotros que irán a un pasadizo
profundo el cual llamó ‘Teatro de recuerdos’ en donde, según decía,
posarían nuestros mejores momentos acomodados por fecha para así tener
una simpática escala de tiempo de nuestras vivencias. La idea me pareció
magnífica porque adoro las líneas de tiempo de la historia universal y
atesoro cada uno de nuestros momentos inmortalizados en imágenes que
inspirarán a relatos cada vez que deambule por la casa.
Sugirió pintar el cuarto de la niña de un tono neutro para que poco a poco
ella le fuera dando forma de acuerdo a sus gustos y aficiones. La idea era
no acaparar, sino darle espacio y libertades para que pudiera ser ella misma
a medida que fuera avanzando en vivencias, edades y emociones al son de
su propio descubrimiento.
Cuando hablaba de decoración en interiores con solvencia y elocuencia
recorriendo los establecimientos que escogió para las compras pensaba en
lo genial que era como profesional y madre usando sus habilidades para
crear cosas maravillosas como la decoración en la sala, el cuarto de la bebé
y nuestra entrañable habitación haciéndolas lucir, -por ahora, en la mente-
como sitios netamente nuestros qué conjunto a lo que haríamos y
sentiríamos dentro, podrían acaparar a las emociones del cosmos en cuatro
paredes.
Un escritorio compacto, un vinilo, mesa de noche y lámpara, el resto lo irá
colocando según sus pasatiempos, decía nombrando los caracteres
indispensables para el cuarto de Circe mientras caminábamos y elegía con
dedo y mirada, sonrisa y emoción en abrazos recreando en su cabeza y en
consiguiente la mía el dibujo del sitio nombrado.
Mientras tanto, como aun es una bebé, añadió en una risa breve, vamos a
poner una cuna preciosa con juegos giratorios, amplia para su comodidad y
una cámara escondida en un oso de peluche que nos indique en todo
momento su compostura al tiempo que estamos haciendo nuestras
actividades, sugirió andando por los aparcados de la tienda para recién
nacidos con entusiasmo, fascinación por los detalles, exploración en la
aventura de ser primeros padres y proyecciones en beneficio de una familia
que compartirá un sano hogar.
Nos asomamos al sitio de cunas y escogimos un color blanco llamada
‘Dreams of baby’. Yo no tenía idea de que las cunas tuvieran nombre.
Venía con cambiador instalado y una serie de detalles bonitos y cuidadosos
que la muchacha encargada explicaba con detenimiento hablando sobre el
confort de la cama, rígida y sólida, las barras y sus justos centímetros más
el resto de características que la consolidaban como una cuna exacta para
una princesa.
La llevamos, aseguró Mariana después de la explicación y volviendo a
colgarse de mi cuello en un abrazo repleto de emoción.
Al carrito la agregamos una tonelada de juguetes didácticos de colores y
con figuras animadas del momento, una bacinica con cara de unicornio,
varios biberones, un coche muy chévere y seguro color negro para las
salidas, muchísimas y hasta creo que demasiadas prendas y una figura de
Goku que se coló.
Al final tuvimos que recorrer el centro comercial cada uno con un carrito
porque Mariana, enamorada de la idea de verla muy pronto, no quería
olvidar ningún detalle. Estaba entusiasta, alegre y emocionada, me
contagiaba su optimismo y su sonrisa que accedía a todo lo que decía,
incluyendo el delantal de Batman para que papi cocine alguna vez.
Al menos eso último le resultó sensual.
Casi llegando a la salida recordó que faltaba una almohada para lactancia.
Había adquirido un cojín, una manta que combinaba perfecto y también
quería la almohada. Dijo haberla visto de reojo en un stand; pero ya no
deseaba seguir caminando.
Fui y se la traje en cuestión de minutos encontrándola sentada y disfrutando
de un sabroso helado que provocó haciendo inevitable que comprara uno el
doble más grande ante su risa.
—Tuvimos suerte de comprar un auto grande— le dije cuando llegamos al
estacionamiento. Ella respondió diciendo que éramos tan compatibles que
coincidíamos hasta en lo más mínimo por la proyección a futuro que
tenemos.
Pañales a por montones, toallas, baberos y demás, acapararon la guantera
trasera. El resto de cosas fueron en los asientos.
Los empleados de la tienda donde adquirimos los productos que no cabían
en la camioneta aseguraron que los mismos llegarían pasados dos a tres
días a nuestro querido apartamento sin comisión por envío.
Mariana y Circe a mi lado, abrochadas al cinturón de seguridad, música de
fondo para cantar y tararear y todos felices rumbo a la casa para descansar
antes de, inevitablemente, asistir a un restaurante por una sabrosa pizza con
piña como nuevo y último antojo para el padre y sin el condimento especial
para la madre que anhelaba la americana con harta aceituna verde como sus
ojos.Había olvidado por completo la Feria del libro en Lima, mi editor me
lo hizo saber en un correo. Allí estuve durante la tarde firmando ejemplares
e impartiendo ideas literarias. Mariana no pudo asistir por sentirse muy
agotada debido a que gran parte de la semana estuvo ordenando sus cosas
en maletas ignorando el yoga; pero sin faltar al trabajo a pesar que más de
una vez le sugerí que se tomara su tiempo porque podría hacerlo de a poco;
sin embargo, ella es una mujer a quien le gusta estar activa.
Un par de días más tarde me llamaron diciendo que ya podía mudarme, la
noticia cayó como anillo al dedo porque ese trajín de ir hasta su casa o ella
venir a la mía resultaba cada vez más tedioso y la concesionaria del edificio
al fin resolvió darnos el visto bueno para la inminente mudanza.
Esa misma tarde la recogí, detuve el auto y abrí la maletera ante su
asombro.
— ¿Puedo entrar y subir a tu habitación para recoger tus maletas? — Le
dije con seriedad.
— ¿Es en serio?, ¿Ya resolvieron el tema de la documentación? — Dijo
asombrada.
— ¡Ya podemos mudarnos! — Le dije abriendo los brazos con una sonrisa.
En otra ocasión hubiera dado un salto espectacular y yo empleado un giro
volviendo hélices a sus piernas; sin embargo, a pesar de la lentitud de su
andar y lo preciosa que se ve con el abdomen gigante pudimos abrazarnos
como cómplices de un hecho increíble.
Llevamos lo almacenado de su habitación incluyendo las compras que
realizamos y durante una tarde nos dedicamos a colocar las cosas donde
debían ir. Por suerte el auto era grande y tenía espacio suficiente hasta para
subir el colchón, sus materiales de trabajo y unos cuantos portafolios con
diseños.
Mariana indicaba el lugar y yo lo dirigía hacia allá como quien atiende a las
peticiones de una sabia en el diseño de interiores recostada sobre el mueble
con la barriga grande, los cabellos lindos y la sonrisa amplia.
Llegada la noche pudimos acomodar en excelente proporción los artículos
de nuestro hogar.
Nos sentamos en el suelo, ella sobre un cojín sumamente cómodo y yo
sobre una revista de vestidos de novia que una amiga le regaló.
—Mañana mismo nos encargamos de traer lo demás. Compramos unas
mesas, artículos para la habitación, el baño y llenamos la refrigeradora con
todo menos licor— me dijo con seriedad y la vista evidente con un gesto de
reojo.
—Sí, porque los tragos irán al bar que también vamos a adquirir— le
respondí con la lengua afuera en burla. Ella asintió con una sonrisa y me
acerqué para darle un beso.
—Pasemos la noche aquí— propuso tiernamente.
—Pero... Olvidamos la tele y los libros— le dije timorato.
—Nos tenemos a nosotros, los temas salen hasta por los poros— me dijo
sonriendo.
—Está bien, quedémonos— le dije y se recostó en mis piernas boca arriba.
Después tiré el colchón en medio de la sala y nos echamos para descansar
intercambiando anécdotas de cómo nos conocimos, acerca de cómo nos
enamoramos, los aspectos que nos gustaron y las veces que nos peleamos
llegando a la conclusión de ser exactos el uno con el otro como dos partes
de una misma manzana. O, un universo.
Los amores no necesitan ser perfectos, sino vivir equilibrados en constante
aceptación de las mitades y con la misión de mejorar con el paso del
tiempo. Amar se vuelve un ejercicio rutinario y fácil con luces de afecto en
detalles, con momentos grandiosos que irán a marcos clavados en un
pasadizo, conociéndose al máximo tras cada día e involucrándose
mutuamente en sus labores y pasiones sumando y apoyando cada idea
fantasiosa que termina en gloriosa.
Dos mitades distintas que se amoldan con sencillez para volverse una
enamorándose cada noche como la primera vez que se dijeron te amo con
la mirada fija y las manos juntas. El amor es aprender el uno del otro
teniéndose en la tempestad y la diversión, las pasiones y las tragedias, en
los distintos matices que los caminos ofrezcan.
Mariana y yo éramos un gran equipo, nunca lo supimos tan bien hasta que
decidimos tener a Circe y nos enamorados de la idea de ser una familia.
Éramos capaces de cualquier cosa porque nos amábamos con la verdad. El
amor es una ecuación constante cuyo resultado siempre es uno.
Nosotros éramos ese universo.
Por la tarde del día siguiente realizamos las últimas compras. Un camión
condujo hasta el departamento y los empleados nos ayudaron a instalar la
cama, mesa, tele, libros y demás. Enseguida, apareció el otro transporte
trayendo lo adquirido dos a tres días antes con el resto de artículos para el
cuarto de Circe.
La refrigeradora estaba repleta de comida y bebida de acuerdo al gusto de
ambos, los cuadros en su lugar, las fotografías impresas en un baúl a la
espera de ser puestas en la pared, los servicios higiénicos relucientes, las
camas listas y ordenadas, una tele gigante en la habitación y otra en la sala
frente al mueble, una biblioteca con colecciones de libros, un mini bar con
mis tragos
favoritos para los invitados o el relajo mientras escribo, acordamos no
fumar y los domingos podríamos invitar a las familias a cenar.
Una vez instalado hasta el mínimo detalle elemental, abrí una cerveza y me
tiré en el mueble. Mariana estaba a mi lado con un vaso de té, la abracé y
con el índice izquierdo le mostré el alrededor diciendo: Tenemos un hogar
casi completo, lo único que falta es la llegada de la princesa.
— ¿Sabes? Aún nos falta algo— hizo mención. Se levantó del mueble a
paso parsimonioso y colocó la fotografía de la ecografía en el centro del
pasadizo donde caerían el resto de imágenes.
—La primera de cientos— dijo dando un giro para ver su sonrisa.
Ahora sí, solo nos queda esperar, añadió con la mano en el vientre
indiferente al impacto espontáneo del flash de mi cámara retratando su
imagen perfecta cerca a otra imagen perfecta en un recuerdo imborrable.
Mis amigos de antaño, los camaradas con quienes me divertí durante la
época universitaria y algo más, hasta que resolvieron adelantarse al
casamiento, organizaron una parrillada en un club campestre a una hora y
media de Lima, a la cual únicamente asistirían hombres para embriagarnos
hasta las últimas consecuencias, contar una infinita cantidad de anécdotas
de tiempos mozos o de locura como los llaman y comer la especialidad de
quienes tuvieron que adaptarse a la cocina por obligación.
El solo hombres no me pareció tan buena idea como el resto del argumento,
por eso sugerí que también fueran las novias o esposas en sus respectivos
casos; pero dijeron que necesitaban un alto en sus vidas. Una noche
exclusiva para ellos en donde podrían divertirse a cabalidad y luego volver
a sus casas por la tarde para reencontrarse con la familia. Entonces la idea
me terminó por parecer sensata y divertida. Además, podría tomarlo como
una noche de despedida de soltero, ya que seguramente con el nacimiento
de Circe y las revistas de vestidos que encontré tiradas en el mueble estaría
en los tiempos de descuento mi etapa de escritor sin compromiso para
involucrarme en un no tan inmediato; pero sí inevitable matrimonio. Lo
cual, extrañamente, me resultaba tan aventurero como sublime.
Es como cuando sientes que es la etapa ideal para una decisión de tal
magnitud porque hallaste a la mujer correcta en el tiempo adecuado.
Le dije a Mariana que saldría el viernes por la noche y volvería el domingo,
ella no quiso quedarse sola en el apartamento y comentó que se quedaría en
casa de su madre para compartir los días con ella ya que la siguiente
semana empezaríamos una rutina de mil emociones hasta el fin de los días.
Cuando le conté acerca de la idea de solo hombres soltó una carcajada
añadiendo lo siguiente: Parece que a tus amigos les urge una escapada.
—Bueno, dejando la broma, se lo merecen. La idea del club me parece
estupenda, seguramente la dio una de sus esposas para que no ensucien la
sala— dijo con el mismo humor.
—Pensé lo mismo, mi cielo; aunque yo no necesito de escapadas, porque
estar contigo es fantástico. Sin embargo, quiero acompañarlos un rato ya
que no los veo desde el último ciclo de la universidad— le dije con cierto
ánimo.
—Espero que la pasen chévere y así como organizan escapadas de
hombres, también acuerden una salida en familia. Podríamos ir a un club
con piscina para niños y habitaciones grandes para divertirnos durante un
par de días. Claro que esas vacaciones las tendríamos después que nazca la
bebé— comentó airosa.
—Claro que sí. Lo voy a proponer y seguramente iremos acordando con el
paso de las semanas— respondí con el entusiasmo el alto.
Se acercó para darme un beso de despedida y llevar mi mano hacia su
vientre. Todo al mismo tiempo. El amor triplicado en una imagen.
Recogí mi morral y lo puse en el auto. El plan era dejarla en casa de su
madre y dirigirme hacia allá; pero había pasado la noche anterior meditando
sobre el casamiento y el hecho que podría ser increíble para ambos
comprometernos en matrimonio poco después que Circe viera la luz y ella
seguramente fiel a su estilo tuviera un breve paso por el gimnasio y las
dietas.
Así que se me ocurrió, en el instante en el que estábamos dentro del auto a
las afueras del hogar, sin tener un anillo ni un argumento altamente sublime
y romántico que empiece con una ligera reseña acerca de cómo nos
conocimos y creando en versos una línea de tiempo de cómo me fui
enamorando de ella dando a conocer sus encantos, facetas, pasatiempos y
demás, que, obviamente me fascinan al punto de sentir este poderoso y
honesto amor, la sujeté de la mano mirándola a los ojos y riendo porque
ambos siempre estamos sonriendo para hacerle una pregunta sincera, ¿Qué
te parece si nos casamos después del primer año de Circe?
Sonrió, vio nuestras manos juntas, también el abdomen que daba pálpitos y
respondió con dóciles palabras: Es una gran idea, amor de mi vida.
Creí que nunca lo dirías, estoy sorprendida, porque durante largo tiempo
pensé que nunca llegaríamos a casarnos, no por mí, sino por ti, quien a
pesar de ser muy romántico no tenías esa fantasía y yo empezaba a dejar de
respetar esa idea para iniciar un proyecto de convencimiento hasta llevarte
al altar.
Sonreímos.
—Me adelanté— le dije rozando sus mejillas. Asintió con la cabeza
mostrando una bella sonrisa.
—Circe, tu papi se quiere casar conmigo— le habló con ternura.
—Y quiero que lo hagamos cuando nazca para que salga en las fotos— le
dije.
—Fotos que van a decorar nuestro pasadizo de ensueño—respondió
acercando su mano a la mía.
Nos besamos tiernamente y compartimos una sonrisa.
—Dime algo, ¿Cómo se te ocurrió? — quiso saber intrigada en dulzura.
—Pues… Acaricié su vientre dándole una mirada, la elevé para ver el
esmeralda en sus ojos y dije: Te amo, eres la madre de mi hija, el amor de
mi vida, una mujer increíble, inteligente y divertida. Nos comportamos
como un equipo en toda circunstancia y siento que no hay excusas para no
aventurarme al casamiento contigo porque creo en lo profundo de mi
corazón que nos tendremos en esta y en las otras vidas que existan porque
no habrá nadie que sea como tú.
Mariana soltó lágrimas que acompañaron a su risa y sonrisa y nos
abrazamos muy fuerte como símbolo de un amor en constante expansión.
—Te amo demasiado, amor de mi vida. Cuando la princesa vea la luz nos
casaremos con la promesa del juntos por siempre— dijo emocionada.
Arribamos a su casa escuchando las canciones que formaron parte de la
historia y nos despedimos en un abrazo caluroso quedando en vernos
dentro de poco para continuar impartiendo amor y compartiendo reseñas de
una historia preciosa e inigualable que engendramos a cada instante.
No podía aparecer en el lugar con las manos vacías, paré en una licorería y
compré dos botellas de ron y un par de cajetillas de cigarro. Uno de ellos
tendría en el bolsillo el vacilón de cuando teníamos dieciocho y las
experiencias se irían multiplicando mientras la noche fuera avanzando.
Verlos después de tiempo fue descomunal, nos abrazamos como si
hubieran pasado décadas a pesar de hablarnos por chat y rápidamente nos
sentamos en redondéela para beber, charlar, brindar y asar las carnes de
rato en rato.
Olvidamos el trabajo, nadie era ingeniero o abogado, psicólogo o profesor,
éramos simplemente los amigos que esperan ansiosos el fin de semana para
meterse unos tragos en alguna discoteca de estreno o las acostumbradas y
disfrutan en júbilo hasta ver al amanecer creando historias de toda índole
que con los años fueron a inspirar al único escritor del grupo.
Cada dos horas le escribía a Mariana y respondía de acuerdo a lo que iba
haciendo. Me contó que estaba buscando que ver en la televisión y
comiendo palomitas de maíz junto a su mamá, después dejó de contestar y
supuse que la serie o película estaría interesante.
Alrededor de las cuatro o cinco de la mañana, cuando muchos amigos se
hallaban durmiendo en las sillas o en el piso ignorando el par de
habitaciones que rentaron para descansar, me recosté en un mueble para
verificar mi celular. No tenía mensajes ni llamadas de Mariana cuya última
conexión había sido hace dos horas.
Dos valientes todavía bebían conversando borrachos acerca de sus temas
sentimentales, no quise intervenir porque mis asuntos amorosos andaban
floreciendo, por eso decidí cerrar los ojos un rato.
Una llamada me levantó. La luz del alba hirió mis ojos, saqué el celular sin
poder mirar el número y hablé con un intento de voz sobria.
—Hola, dígame.
—Mariana sufrió un accidente— dijo la voz desesperada que oí en pausa.
Durante años viví con un miedo profundo que nunca pude apagar.
Temía recibir la visita inesperada de una persona que me informe sobre una
tragedia y llore en mis brazos; también me aterraba inconscientemente el
hecho de coger el celular y aceptar una llamada desconocida cuya voz
entrecortada cuente que algo ha ocurrido sin que yo pueda evitarlo.
— ¿Qué carajos dices? — Fue lo primero que dije levantándome de la silla
tan veloz como pude dirigiéndome hacia el auto tras rebuscar las llaves en
el bolsillo.
—Quiso ir por agua y tropezó cayéndose por las escaleras— dijo la voz
llorosa.
Maldije un y cien veces arrancándome los cabellos en una rabieta colérica
y llena de angustia con agitación en el corazón.
Subí al auto de inmediato.
— ¿Dónde está? Dime, ¿Dónde carajos están? — Empecé a gritar.
—Su mamá la acaba de llevar a emergencias, me dijeron que te llame. Yo
soy la vecina— dijo con notable angustia.
— ¿Hace cuánto pasó?, ¿En qué clínica están? — Pregunté al tiempo que
arrancaba el vehículo saliendo del club y acelerando en la avenida con la
destreza de un hombre desesperado.
—No lo sé, no lo sé, estoy tan nerviosa que no lo recuerdo. Llame a su
madre, por favor— dijo la mujer junto a sollozos.
Colgué y llamé a su mamá con el auto a velocidad.
— ¿Qué pasó, señora?, ¿Dónde están? ¡Estoy yendo para Lima! — le dije
preocupado y angustiado.
—Lo siento, fue mi culpa. ¡Me dormí! Y la dejé sola en su habitación.
Quiso ir por agua y se tropezó— contó con desazón y melancolía.
Maldije consecutivamente golpeando el timón con brutalidad.
—Estamos en la clínica Santa Lucía. Ella está dormida, se dio un fuerte
golpe en la cabeza; pero nos preocupa la bebé— dijo como si estuviera a
punto de llorar.
—Dígame que no le ocurrió algo malo a mi princesa— dije con las
lágrimas recorriendo las mejillas.
—Dios la cuida, tengo fe que en un ratito nos darán una respuesta
positiva— dijo en sollozos; aunque queriendo entrar en calma.
—Me llama ni bien sepa algo. Estaré llegando en menos de una hora— le
dije imperativo y colgué.
Recé entre lágrimas pidiéndole al de arriba que la bebé se encuentre sana,
que Mariana solo tenga un golpe y cuando me acerque reconozca mi rostro
y nos demos un abrazo que ratifique nuestros sueños de amor.
Oré como nunca lo hice añorando un leve accidente que nos preocupara un
poco y todo vuelva a la normalidad al atardecer. Me sentí arrepentido por
asistir a la fiesta, quise retroceder el tiempo para negarme a la invitación,
sentí prudente quedarme en casa a su lado o atravesar la noche juntos en
nuestra habitación. Tantos supuestos aglomeraron mi cabeza mientras
avanzaba a velocidad con los sentidos en alerta, confesiones interiores,
oraciones solemnes y lágrimas de intranquilidad, desasosiego y angustia
capaz de ahogarme.
Adentrándome a la ciudad recibí otra llamada. Contesté de inmediato con
la vista en la calzada añorando la cercanía de la clínica donde alguna vez
nos dieron los resultados que abrieron la compuerta al cielo.
Era su madre llorando, no podía hablar por tanto llanto, sus palabras se oían
entrecortadas y le pedí calma para que pudiera entenderla.
—Mariana está bien... pero perdió al bebé— dijo en una frase que se repitió
varios segundos en los vagones del alma y el corazón derritiendo cada una
de sus partículas.
Dicen que las tragedias se repiten aquí o en otras vidas, que a veces un
hombre no logra resistir tanta angustia y dolor y en una rabieta con coraje y
frustración interna propone un acto en contra de sí mismo para acabar con
tanta miseria.
Aceleré después de tirar el celular y darle golpes al timón, pegué un grito
capaz de destruir las estrellas y con las manos sujetas al volante con odio
hacia el mundo y el destino recorrí la avenida a cientos de kilómetros
perdiendo el control e impactando contra un poste de luz.
Debí morir en ese accidente.
Los médicos dijeron que la bolsa de aire me mantuvo con vida porque de lo
contrario me hubiera partido la cabeza.
Tuve heridas mínimas y algunas contusiones que una semana en cama y las
pastillas solucionaron por completo.
Visité a Mariana en otro pasillo de la misma clínica en una trágica ironía.
El choque ocurrió a cinco minutos de llegar, según un comentario que oí.
Había salido prácticamente ileso, salvo por el dolor de cabeza y las heridas
mencionadas en las piernas sin tener los huesos rotos como una especie de
trágica fortuna, la cual no sentía ni asimilaba, mucho menos al momento en
que vi a Mariana desde una ventana cerca a la puerta de su habitación
ubicándola rendida sobre la cama con la cabeza a un lado en dirección a la
luna desde donde la veía con el brazo izquierdo conectado al suero que
goteaba, envuelta en sábanas blancas hasta la altura del cuello,
seminconsciente, con los ojos paulatinamente cerrados y abiertos, inmóvil,
con rasguños en las mejillas y los cabellos desorbitados; divagando, creí, en
situaciones y supuestos dentro de su mente; preciosa, sin dudarlo, divina,
como siempre; pero muerta a pesar que la máquina cerca todavía señalaba
flujo positivo en su corazón.
—No quiere recibir a nadie— oí a una robusta enfermera cuando quise
abrir la puerta para entrar e intentar reanimarla en un beso.
—Soy su esposo— le dije imperativo con una mirada gélida.
Vio un apunte en un grueso portafolio y respondió: Aquí dice que no es
casada. Lo siento, no puede pasar.
—Bueno, soy su pareja. Íbamos a casarnos dentro de unos días o meses, no
recuerdo bien— le dije con un movimiento rápido de cabeza.
Pidió mi nombre y se lo di tras una pausa.
—Sí, es correcto, usted es su novio; pero que aun así, no quiere verlo. Ni a
usted ni a la señora Gloria— dijo con seriedad elevando la mandíbula
prominente.
— Igualmente me gustaría ingresar— le pedí estirando la mano para coger
el pomo que parecía estar congelado.
— ¡No, señor! No puedo permitirle el paso— inquirió sacando mi mano de
la puerta.
— ¡Debo entrar! Necesito sacarle de ese estado— prácticamente grité.
—Le acabo de decir que no puede entrar. Además, usted no debería estar
aquí, sino en cama por lo mal que se encuentra— sugirió con molestia en
una vista de arriba hacia abajo.
— ¿Ya le dieron el alta? Voy a llamar a mi compañera para que lo
derive— dijo interponiendo el cuerpo en la puerta.
Otra enfermera apareció. Era alta y delgada. Mucho más dócil que la
primera.
—Vámonos, señor— me dijo entrelazando su brazo al mío.
Ella estará bien dentro de poco y seguro querrá saber de usted, añadió
llevándome a paso lento.
No quise alejarme. Quería entrar y verla despertar. Acariciar sus mejillas.
Curarla con besos. Decirle que la amo y que lo siento. Hablarle de algo que
la anime o simplemente estar a su lado.
— ¡Mariana! ¡Mariana! Lo siento mucho, mi amor. No sé qué es lo que
pasó, lo lamento tanto— le dije entre lágrimas arrodillándome cerca a la
puerta tras zafar de los brazos de la enfermera frustrado en estériles
intentos por querer entrar.
Las enfermeras se ayudaron para levantarme del piso y dirigieron a la
habitación de donde salí.
— ¡Estoy harto de esta vida del carajo! Cansado de tanta tragedia, ¿Por qué
me salvaron? ¡No debió funcionar esa maldita bolsa de aire! — Grité con
odio y coraje al punto que tuvieron que sedarme para que entre las
enfermas y otro médico me trasladaran a la cama con los ojos ligeramente
cerrados cayendo finalmente en un inevitable letargo.
Desperté al día siguiente, mis padres y un médico estaban en frente,
conversaban; pero no los escuchaba. Me vieron abrir los ojos y se
acercaron.
Mi madre lloraba, frotaba mis mejillas y la frente como quien intenta
apaciguar tanta tristeza escondiendo la suya. Mi padre cogió la mano y
preguntó cómo estaba. Asentí lentamente sin pronunciar palabras.
El doctor diagnosticó el alta y sugirió una terapia con el psicólogo por el
escándalo de ayer y el impacto post traumático que podría tener
provocando en cualquier momento de la rutina un nuevo acto desenfrenado
o planeado por hacerme daño o quitarme la vida.
Nunca asistí a la terapia. Volví al departamento junto a mis padres y les
pedí que me dejaran solo. No quisieron. Les aseguré que no cometería
ninguna otra estupidez y se marcharon diciendo que llamara ante cualquier
eventualidad.
De noche, me asomé al balcón con un vaso de ron, me sentía desecho y
vacío, cansino y frustrado, me puse a llorar atravesándose en mí como
flechazo salvador la idea de tirarme.
No lo hice porque quizá entre las estrellas alguien susurró el impedimento.
Pasé la noche en vela regado en un rincón del balcón. Oí el celular y lo cogí
sabiendo que era la señora Gloria. Me dijo que iría por Mariana a pesar que
las dos primeras veces no quiso verla; pero ya tocaba el alta y quería que
fuera con ella.
Temprano nos dirigimos a la clínica. Mariana se veía demacrada, con ojos
morados de tanto llorar, un collarín y una muleta porque su tobillo se había
torcido ocasionando la trágica caída de aquella enorme y antigua escalera.
Su abdomen no era el mismo, estaba plano, inerte y fulminado, me mató
verla así; pero la ayudé a caminar haciendo que use mi hombro como
soporte.
No hablaba. Solo reaccionaba a la ayuda con la mirada perdida y los
cabellos ocultando su rostro.
Llegamos al departamento. La noche anterior con pensamientos suicidas y
lleno de alcohol estuve guardando todo lo referente a Circe dentro de su
habitación, la cual cerré con llave para que nadie pudiera tener acceso.
Recostamos a Mariana sobre la cama y salimos para dejarla descansar.
—Ha sido una tragedia horrible— me dijo su madre en un abrazo.
—Yo no sé cómo es que sucedió; pero siento que toda es mi culpa. Dios
quiera que ella me perdone— añadió entre lágrimas.
—Usted estaba durmiendo. Ella fue por agua y ocurrió sin que nadie
tuviera culpa. Solo… Dios y el destino fueron los causantes— le dije
viéndola a los ojos compartiendo su dolor en lágrimas.
—Mariana está desecha. Tomará tiempo su recuperación, tenemos que
estar más juntos que nunca para salir adelante— me dijo con nostalgia y
seriedad.
—Estaremos siempre para ella— le dije de la misma manera.
Nos dimos un abrazo en señal de despedida y antes de que se fuera, me
dijo:
¿Y tú, cómo estás? Dicen que… el choque no fue un accidente.
—Lo único que importa es hacer todo lo posible por volver a ver a Mariana
sonreír; entonces el mundo también sonreirá— expuse sereno.
Esa noche me quedé en el mueble cambiando canales sin la intención de
detenerme en uno. Fui al balcón y encendí un cigarrillo, miré las estrellas
en busca de una respuesta, le pregunté al de arriba de quien tanto hablan
como salvador, ¿Por qué tanta desgracia vino a caer en mi vida? Y no tuve
respuesta, ni siquiera una señal. Su inexistencia era cierta, no lo ves hasta
que la atrocidad aparece y no hay quien te salve. No hay quien te respalde.
No hay quien consuele. A veces, y simplemente, te carcome la melancolía.
Oí un grito de horror y corrí desesperado hacia la habitación, abrí la puerta
y vi a Mariana inclinada sobre la cama llorando al instante en que entré
diciendo con voz solloza y desgarradora, ¿Por qué me han robado a mi
niña? Las manos en su vientre vacío como si ángeles de la muerte la
hubieran raptado mientras dormía.
La abracé y sus manos se clavaron en mi espalda junto a un llanto grotesco
que jamás podría detener y mis lágrimas mudas se confundieron con las
suyas como dos torrentes de los ríos de un infierno instalado en nuestra
casa.
No hubo palabra que calmara tanto dolor, tampoco abrazos capaces de
apaciguar tanta angustia, ni siquiera un antídoto celestial que
milagrosamente nos devuelva a un día antes de la tragedia para soñar con
que podemos evitarla.
—Quiero enterrarla— dijo entre tanto llanto. Quiero… que descanse en
paz, añadió con la voz destruida como si las palabras que tanto alguna vez
amé sirvieran como acido ante mi rostro que escucha y volvía a llorar sin
gritar, agotada del griterío, derrotada en mi regazo maltrecho, de barro, a
punto de desquebrajarse y perdido como el sonido de su sollozo
adentrándose en los laberintos que conducen al alma oscureciéndola de a
poco.
Quiero que siga durmiendo como cuando la vimos en sombras, acotó oculta
en mis brazos, melancólica y sacando fuerzas para aclarar las ideas. La
abracé más que fuerte para que el dolor se ahogara, le dije sin palabras
tanto de lo que sentía y otro tanto de lo que lamentaba y seguramente me
oyó en silencio porque nos separamos y a la vista conjunta en húmedos
ojos nos dijimos sin voz que ambos habíamos sido los culpables.
El abrazo duró la noche, una larga, atroz y lenta; Mariana cayó dormida en
mi regajo y la dejé caer en la cama para continuar divisando la nada en el
balcón, embriagado y solitario, meditando y añorando que el mundo vuelva
a ser como alguna vez lo soñamos.
Las gestiones se realizaron deprisa. Por la tarde del día siguiente, la
enterramos en el mismo cementerio donde se encuentran el Señor Raúl, su
padre, y Daniela.
Es curiosa la forma como los cuerpos que jamás coincidieron en mirada y
habla se funden en alma en alguna plataforma desconocida.
Solo fuimos los dos.
Ella no pudo pronunciar palabras, era llanto y dolor. Angustia y rabia.
Yo dije unas líneas que escribí la noche anterior después de que Mariana
pudo conciliar el sueño con sus manos en el vientre como si la hubiera
encontrado en ese espacio maravilloso.
Tal vez fue esa la razón de su repentina sonrisa mientras todavía dormía a
pesar del alba y mi estado etílico acomodándome a su lado.
‘Circe... Lamento que no hayamos podido coincidir. Quizá, nuestras luces
no se mezclaron en este presente y los senderos se desvanecieron poco
antes de tu llegada; pero estoy seguro que nunca te olvidaremos a pesar que
no tengamos ningún recuerdo tangible, pues nos hiciste vivir una etapa
increíble en donde tu madre y yo nos enamoramos más que nunca.
Quiero que sepas que tengo tu nombre tatuado en mis costillas con una
frase que define tu ser para mí, también decir que… Fuiste la razón de mi
felicidad y el propósito real de mi vida. Lamento que nos hayamos perdido,
a veces la vida nos sorprende con tragedias y solo nos queda ser fuertes
para salir adelante e intentar, tal vez con el tiempo, volver a crearte, con el
mismo nombre y rostro, anhelar esos pacitos de porcelana sobre la planicie
de la sala e imaginar el sonido de tu voz diciéndonos Papá o Mamá...
Aunque ahora queda entender que formas parte de una galaxia lejana, una
que lleva tu nombre, porque dicen que las princesas que fallecen antes de
ver la luz se vuelven galaxias en lo profundo del infinito y será allí donde te
vea cada vez que eleve la mirada y observe tu nombre convertido en
constelación.
Te amaremos por siempre’.
Me quebré al hablar, iba a caer, ponerme de rodillas y dejar que las
lágrimas inunden el aposento de la princesa; pero me contuve por Mariana
envuelta en una túnica, llorosa y dolida, con lentes negros tal cual su
atuendo, apretando mi mano muy fuerte tras cada palabra, queriendo soltar
los versos en su corazón que fueron hondando más allá de su sentir,
callados por la angustia, frenados por el ácido en la garganta y
manifestados únicamente en lágrimas.
Salimos del lugar a paso lento y sin hablar; de la mano, ella recostada en mi
hombro y yo viendo el camino sin ánimos de nada a pesar de tener el afán
necesario por querer avanzar sin tener que olvidar; aunque el sendero de la
completa melancolía recién estuviera iniciando como un martirio
establecido en un hogar convertido en caverna.

El departamento estaba desolado. Mariana volvió al trabajo y yo a la


escritura para así despejar en algo la mente. Salió la fecha para el estreno de
la película y existió una habitación que nunca abrimos.
Las noches se hicieron más oscuras que nunca, a veces la escuchaba llorar a
escondidas en el baño y otras veces las lágrimas se confundían con las
letras del teclado por la madrugada.
No pude hilvanar ninguna frase, el dolor no se quitaba con escritura, era
como sarro impregnado en el alma, como esas agujas que no salen porque
siempre están penetrando.
Dolía el cuello en intentos por crear frente a un ordenador con hoja en
blanco cuya frase se escribe y borra; quemaba el corazón sin emoción ni
sentimiento como trozo de carne ardiendo y el alma se evaporaba tras cada
mañana.
A veces solo Circe se veía escrito en mis páginas como inicio y epílogo.
Mariana llegaba del trabajo, tiraba la cartera y se recostaba en el mueble,
prendía la tele y ojeaba una revista. No nos dirigíamos la palabra, encendía
un cigarrillo en el balcón con una copa de vino y se dirigía a su habitación.
Al minuto se oía un llanto incesante. Iba a su rescate y nos abrazábamos
muy fuerte intercambiando lamentos profundos en angustia que se
confundían con las lágrimas.
No habíamos hallado la medicina para la melancolía. El trabajo hasta la
noche no servía, la escritura no renacía, la casa no era un hogar, sino una
prisión con nostalgia en cada rincón y había una habitación con llave que a
veces mirábamos deseando abrir para olvidarnos de todo incinerando lo de
adentro.
La oía hablar dormida. Le conversaba: Circe, mi princesa, ¿Dónde estás?
Déjame conocerte, sé que eres como en… El sueño que tuve. Quiero que
mis brazos converjan con los tuyos, princesa. ¿Dónde se encuentra tu
galaxia?
Dime… Para encontrarte, decía abriendo los ojos e inundándolos al
instante.
Me abrazaba de golpe y se echaba a llorar, yo estaba a su lado porque había
olvidado lo que es dormir. Andaba pensativo mirando el techo, añorando y
soñando con encuentros imaginarios que se acentúan bien a los de sus
sueños. Amanecía y la rutina era igual. Ella al trabajo y yo a la escritura, a
veces no desayunaba ni almorzaba. Bajó de peso y perdió el brillo en la
mirada.
Bebía y fumaba en el balcón, se tiraba a la cama, lloraba e iba por ella hasta
quedarnos dormidos. No hablábamos, no quería tocar el tema y ella
tampoco decir ni escuchar. Estábamos muertos y la fotografía de la
ecografía seguía en el pasadizo.
Volví a fumar y beber al tiempo que intentaba escribir creando únicamente
el nombre de una princesa sin alma ni rostro que aparece en mis sueños y
quiero atrapar en mi literatura en fallidos intentos.
Adelgacé, desconecté las redes y no pagué más el saldo del celular. Me
olvidé del exterior y mantuve mis días y noches arraigado a ilusiones de
escritura fantaseando con crearla en letras hasta que Mariana llegaba
cancina de un trabajo que poco a poco le parecía un escape a una pasión.
Vivimos de ese modo durante seis meses, éramos cavernícolas en un
apartamento de lujo, nos aislamos de los amigos y sus inagotables ganas
por invitarnos a salir. No vimos a nuestros padres y tampoco hicimos el
amor; aunque algunas noches tuvimos sexo como fricción entre dos
cuerpos que no tienen nada en común. Llegamos a creer que el amor se
había ausentado o ido al cielo junto a la bebé; pero no hicimos esa
mención, estábamos acostumbrados a las noches largas y oscuras con
arrebatos de desolación.
Ella empezaba el llanto sobre la cama o el sofá, intentando preparar una
taza de café o simplemente andando y deteniéndose en cualquier parte del
piso para estallar en dolor y correr a mis brazos que la esperaban, que la
querían calmar, que la buscaban en todo momento para apaciguar su dolor
olvidando el propio.
Algunas veces salía de la habitación y me encontraba en el balcón fumando
cigarrillos y terminando de beber una de las tantas botellas de ron que
habitan en el bar, me sujetaba de la cintura recostándose en mi espalda y
decía:
¿Ves su galaxia? Mis ojos todavía no son capaces de mirarla, ¿y los tuyos?
—Los míos lo serán cuando los tuyos lo sean— respondía en un suspiro.
Lloraba sobre mi espalda, daba un beso corto en el cuello y pedía volver a
la cama. Íbamos y nos acostábamos para dormir hasta más allá del
amanecer.
A veces no trabajábamos, hacia una llamada o enviaba un mensaje y se
quedaba la mañana entera en la cama, regada o durmiendo. A veces
pensativa, a veces en silencio, a veces con lágrimas y a veces oculta por el
edredón. A veces atada a mi cuerpo y a veces en soledad.
—En sueños la encuentro. En sueños estamos juntos— decía en tristes
suspiros.
—Con los ojos cerrados observo su galaxia— repetía con la cabeza en
dirección al techo.
—Si por mí fuera dejaría el trabajo y me quedaría durmiendo para siempre,
porque así podría tenerla. Porque así podríamos estar juntos. Los tres,
corazón. Tú, yo y Circe en una galaxia con su nombre— contaba
esbozando una rara sonrisa en ojos húmedos que muestran desolación e
ilusión a la vez.
—Yo la he soñado e imaginado; pero ni siquiera puedo escribir mi propia
melancolía— respondía penoso. Tampoco puedo plasmar su ser en mis
letras, siento como si no pudiera imaginarla a pesar que lo anhelo, añadía
acomodado a su lado queriendo rozar mis manos con las suyas puestas
como candado sobre su vientre desencantado.
Ella no me miraba. Se mantenía firme con la vista arriba.
—Cada vez me siento menos escritor porque siento que la magia se fue a
un agujero en el infinito. Allá donde ella pertenece. En esa galaxia que
lleva su nombre, en ese lugar que inventó cuando no vio esta luz— repetía
con lágrimas copiando su posición con la vista en el techo vacío.
Nos abrazábamos para compartir la tristeza, para contagiarnos en
melancolía y sentirnos mutuamente miserables y trágicos ambientados en
un lugar donde la nostalgia se encontraba en cualquier rincón y la desazón
parecía ser lluvia sobre un mismo techo. Pero no podíamos seguir así, no
otro mes más aparte de los primeros seis.
Una mañana me levanté distinto, cogí la tarjeta del psicólogo e hice una
cita. Las primeras sesiones las realizamos juntos, después nos separaron
por intervalos de una hora y el siguiente mes fui el único en asistir.
Empecé a sentirme bien, la melancolía se volvió literatura y la angustia del
alma derritiéndose de a poco. Comencé a liberarme del dolor aceptando la
tragedia como un evento que escapó de nuestras manos y creyendo, en un
asunto meramente personal, que ella estaría conmigo en una dimensión
alterna. La idea me consolaba y otorgaba cierta paz para dormir por las
noches; aunque a veces ríos de dolor recorrían las mejillas.
Mariana trabajaba mucho más que antes, llegaba de noche y contaba lo
ocurrido, se veía mejor y eso era bueno; aunque solo se trataba de una
careta porque al momento de tocar la cama, de verse en el espejo para
sacarse los aretes, de meterse al baño para ducharse o estar preparando
alguna bebida caliente, comenzaba a lagrimear junto a sollozos que se
trasformaban en llanto descontrolado; uno, que según el psicólogo, era
necesario botar.
Yo me acercaba y le daba un abrazo, alguna que otra palabra de aliento
como ‘saldremos adelante’, ‘estamos juntos en esto’ pero ella respondía
con otra pregunta, ¿Cómo saldremos adelante si ya no hay más metas?,
¿Cómo estaremos juntos si lo único que hacemos es actuar como si la
hubiéramos olvidado? ¡Yo no quiero olvidarla! Añadía con fuerte y
doloroso llanto.
Yo no la olvido y tampoco espero hacerlo; pero el doctor indicó que
debemos ir asumiendo que no la tendremos y pensar en nuevas nociones a
futuro, tales como, quizá, volver a intentarlo, le decía junto al abrazo.
¡No! Yo ya no quiero tener más bebés. Y nadie va a decirme lo que tengo
que hacer. Yo no quiero olvidarla, amor. Quiero que mi vientre vuelva a ser
como antes. Quiero tenerla en mis brazos. La quiero a ella. A mi princesa.
La escuchaba sin hallar argumentos, sin respuesta y adjuntando su padecer
a mi interior también dañado; pero con intentos por seguir de pie.
Íbamos al mueble, yo no lloraba porque no tenía más lágrimas. Me sentía
en la etapa de superación y en el camino de la resignación.
El psicólogo dijo que mi resiliencia podría ayudar a Mariana, la protegería
de la angustia y volvería fuerte. Eso hacía o al menos lo intentaba.
Una noche asistí a una cita con el editor y el dueño de la productora para
ver el tráiler oficial de la película en casa de Brown.
Mariana no quiso ir a pesar que insistí. Quería que estuviéramos juntos en
un evento importante, no solo para compartir el momento, sino cambiar de
aires; pero se negó en tres ocasiones deseando quedarse rendida sobre la
cama tras mirar el cielo por la ventana.
Mis manifestaciones de emoción no estuvieron a la altura del trabajo; pero
nadie quiso decirlo. Ellos se levantaron de las butacas y aplaudieron frente
a la pantalla entre sonrisas colmadas de orgullo.
Quise entrar en sintonía, sentir exactamente lo mismo y más, porque debía
de estar emocionado y contento por el gran trabajo realizado; sin embargo,
mis sentimientos se hallaban moribundos. No salían del corazón. Se
encontraban timoratos y agotados, exhaustos de tanto luchar contra la
adversidad.
A pesar de eso intenté sonreír un par de veces más sacando a relucir una
emoción profunda que parecía oculta.
Aunque no pude trabajar en conjunto con el guionista por mi voluntaria
ausencia; la película, por lo visto, coincidía con el libro y los personajes se
parecían tanto a nosotros en dicho tiempo que era como si hubiera vuelto al
pasado en carne propia reencontrándome conmigo mismo más allá de una
obra literaria. Aquello fue el detonante justo que propició mi sonrisa.
— ¿Qué opina sobre el tráiler, señor escritor? — oí que preguntaron.
—Estoy seguro que los lectores saltarán de sus butacas por los ataques de
emoción que tendrán— le dije con una sonrisa real que parecía forzada.
— ¡Eso es lo que buscamos! — dijo Lizardo Brown dándome un apretón de
manos.
—Es el reflejo fílmico de lo literario—agregó el editor.
—Sí. Es tal cual lo imaginé— dije sereno, sin más sonrisas que regalar.
—Bien, bien, estoy contento por eso. Seguro que en el estreno muchos
brincarán de sus asientos como lo dijo Barreto.
Ahora, ¿les parece si vamos a cenar? Tengo una cocinera que nos espera
con un buffet de ensueño— dijo haciendo un gesto con la mano en señal de
exquisitez.
Yo no quería ir. Me sentía emocionalmente confuso. Había cumplido con
estar y ahora deseaba partir.
Llamé y escribí a Mariana con la intención de preguntarle si deseaba algo
de cenar para llevarle de retorno a casa. Un capricho, quizá; algo que la
hiciera sentir ligeramente bien.
Podríamos cenar e intentar charlar. Probablemente las noticias presentes
estarían hondando en mi como novedosas nociones para bien y tuviera la
necesidad de emular el bienestar en casa como un acto natural, pensé.
Nunca respondió. Ni mensajes ni llamadas. Me dejó un visto tan grande
como el comedor de la casa de Brown.
Supuse que estaría dibujando en su taller, viendo el cosmos desde el balcón
o simplemente no tendría ganas de saber de mí.
Me senté al lado de Eduardo y su novia teniendo al frente a Lizardo junto a
su esposa. El dueño propuso un brindis por la película con la conmoción en
alto y la sonrisa bien ancha que imitó sin dudar y con sentir el buen editor
al tiempo que ambas mujeres esclarecieron en orgullo por sus parejas
reflejando el entusiasmo en largas e intactas sonrisas y desde entonces no
me percaté de cuantas copas de vino bebí.
Garibaldi y Brown, tras la cena, acomodados distendidos sobre sillas, con
las piernas dobladas y los sacos abiertos, alegres, orgullosos y sonrientes
como si el mundo se tratara de ese instante, compartían experiencias
laborales en círculos literarios y de cine teniendo en común la satisfacción
de hacer dinero con el arte. Algo que en mis inicios no lograba captar
porque solo deseaba escribir, ver mi libro en escaparates y ser feliz
recibiendo los comentarios asertivos de una tanda de lectores que me
impulsaban a seguir.
Con el tiempo conocí a mi editor; quien domina muy bien el tema de hacer
plata con manuscritos porque de lo contrario no tendríamos semejante
oferta. Él, indirectamente, me enseñó a aceptar que a veces es necesario
recibir una buena paga por lo que escribes.
Brown contaba sobre sus otros negocios alejados de lo fílmico cuando me
di cuenta que detrás del comedor había una importante colección de
cuadros que atraparon mi atención.
—Lizardo, tiene una linda colección de pinturas— comenté interrumpiendo
la aburrida charla política que iniciaron de repente.
—Gracias. Te invito a dar un recorrido para que aflore tu inspiración.
Eduardo y yo te esperaremos abriendo otra botella de vino— dijo con
amabilidad como quien entiende la ausencia en la conversación y anima a
relajar la tensión en un paseo privilegiado sin desenfocarse de la trama.
Me levanté de la silla y fui asomándome hacia el sector continúo
sintiéndome ligero de tanta carga en palabreo incensario y frívolo del cual,
sin querer, era parte.
—Está abatido y algo perdido. No ha tenido un buen último semestre— oí
a Eduardo decir cambiando su semblante alegre a uno empático y
desconcierto.
—No imagino cómo se debe sentir; pero la vida es así y todo sirve para
escribir— respondió Lizardo solemne en cada oración, reflexivo y crudo.
Eduardo le entendió el mensaje y volvieron a chocar sus copas en brindis.
Recorrí el salón mientras que las cabezas charlaban de temas que ignoraba
y las mujeres se hallaban fumando sobre los sillones conversando sus
propias nociones de la vida y los caminos en viajes que pronto circularían.
Me detuve frente a una copia muy profunda y grande de ‘La joven de la
perla’ contemplando a detalle la expresión de la musa cuando de pronto me
asaltó una tierna voz con una pregunta.
—Señor escritor, ¿le puedo hacer una entrevista? —
Di un giro y vi a una niña bonita de cabellos castaños, ojos verdes oscuros
y overol morado sosteniendo una colorida libreta de apuntes.
Circe... pensé al momento de verla.
Me di un remezón y hablé en voz alta.
—Hola pequeña, ¿es para tu trabajo de escuela? — Le pregunté con una
sonrisa inclinando el cuerpo para estar a su altura.
—Así es, señor. ¿Me ayuda?— Mencionó sonriendo de dulce manera.
—Encantado de brindarte una entrevista. Pregunta lo que quieras, soy todo
oídos— le dije amigablemente.
Nos sentamos frente a frente sobre sillas grandes y antiguas que hacían
armonía con el resto del decorado.
— ¿En qué o en quién se inspira? — Empezó a preguntar sacando del
bolsillo de su overol un lapicero con cabeza de unicornio.
—En mi novia, en el amor en sus distintas dimensiones; en la vida y sus
caminos; en las emociones que tengo y las que invento; en los sentimientos
que están en el aire o los dirigidos; en todo lo que pueda volverse
escritura— le dije con una sonrisita.
La niña de cabellos castaños también sonrió y escribió la respuesta con
lentitud.
— ¿Qué se siente ser famoso? — Preguntó elevando la mirada con ojos
brillosos.
—Es lindo cuando recibes el cariño de la gente; pero es complicado cuando
intentas tener una vida normal— le dije y la vi anotar otra vez.
Sus ojos eran claros como dos esmeraldas de la profundidad del mar y la
sonrisa tan pura como el corazón de un ángel guardián.
— ¿Qué siente cuando escribe? — Fue la siguiente interrogante.
—Es como si estuviera volando— le dije abriendo los brazos como quien
emula un ave.
Ella sonrió añadiendo una leve risa. Luego escribió en su colorido
cuadernillo.
—Dos más y terminamos. La primera, ¿está escribiendo un nuevo libro? —
Quiso saber manteniendo el lapicero pegado a la hoja en el cuadernillo.
—Acabo de escribir un libro de cuentos, lo van a publicar después de la
película y pienso escribir otra novela cuyo tema aún no está en mente— me
confesé.
—Entiendo. Seguro usted necesita vivir la experiencia para luego
contarla— dijo con tierna seriedad.
Asentí con la cabeza y le dije: Necesito tenerla en las arterias para hacerla
escritura.
—Y mi última pregunta es, ¿Cuándo estrenan la película?
Y... ¿me regala un par de boletos para ir? — dijo con un dulce movimiento
de pestaña y ceja.
—El próximo mes y no vas a necesitar entradas, ¿eres hija o sobrina del
señor sentado allí? — Dije señalando al dueño a quien solo se le veía el
perfil y parte de su grandilocuente sonrisa.
—Me llamo Aurora y fue un gusto conocerlo— dijo con una sonrisa
esclarecedora y preciosa, se levantó de la silla, acercó y dio un abrazo
susurrando con calidez: No esté triste, ella sabe que existe.
Aquí... la puede encontrar. Hincó en su corazón. Me dio una sonrisa y
agradeció para caminar sin voltear hasta perderse doblando en una esquina
del salón.
Fijé la mirada en sus huellas hasta que oí a Eduardo decir: ¡Señor escritor,
venga para acá! Todavía tenemos mucho de qué hablar.
Lizardo Brown apoyó las palabras con un ademán de manos insistiendo mi
retorno.
—Disculpen la demora, me distraje viendo las pinturas y conversando con
una pequeña— les dije asomándome.
—No te preocupes. Acordábamos continuar haciendo películas de tus
obras— dijo el editor con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos con billete
de dólar.
—Así es, señor escritor, nosotros tres haremos maravillas fílmicas que nos
llevarán al estrellato y... desembolsarán buen dinero— dijo el dueño de la
productora con un guiño de ojo.
—En ese caso, no debo perder más tiempo charlando y tengo que ponerme
a escribir— dije con irónico humor.
Ellos rieron exageradamente víctimas del licor asintiendo con la cabeza
para darme la razón y proponiendo un brindis por esos éxitos que están por
llegar.
—Salud por los libros que haremos películas— dijeron como hermanos
gemelos y bebieron de un golpazo.
Tomé como si no hubiera tenido suficiente.
—Y entonces, ¿nos hablas sobre esa continuación que tienes en mente? —
Dijo Brown otra vez con el guiño.
Eduardo me dio un golpe suave en el hombro como quien se siente
orgulloso o espera que cuente mi idea con libertad.
— ¿Qué puedo decir? Es una historia intensa y sublime la que tengo en
mente; aunque hace falta volverla idioma— respondí para ambos.
—Los escritores nunca hablan de sus ideas— dijo Garibaldi con sensatez.
—Con tal que después nos sorprendas, yo estaré gustoso— dijo Brown
sereno proponiendo un nuevo brindis.
Yo ya no podía recibir otro trago más; aunque sentí que lo necesitaba. Era
como si el licor me hiciera sentir ligero a pesar de los excesos que
conjugaron en una inevitable visita al baño.
Al salir, retorné a la misma posición con la intención de zafar.
—Bueno, señores, tengo que dejarlos. Mi novia y la escritura me están
esperando— les dije teniendo al cuerpo inundado en vino.
—Adelántate, amigo, yo todavía tengo para rato— dijo el editor
sintiéndose como si no hubiera bebido tanto como yo.
—Tenemos para dos botellas más— añadió el jefe en un salud con
Eduardo.
—Ve a casa, estimado, nosotros te tendremos en nuestras charlas— acotó
el editor con una sonrisa.
—A ti y a tu literatura que me encanta leer y producir— dijo el dueño entre
risas cómplices con su compañero.
—Nos vemos, señores— les dije tras estirarles la mano.
Ah, por cierto... Lizardo, regálale un par de entradas a tu sobrina Aurora.
Seguro querrá ir con alguna amiguita de la escuela, añadí antes de salir del
comedor.
—No hay niños en mi casa— respondió confundido.
— ¿Acaso Aurora no es su hija o sobrina? — Pregunté ante la mirada
quieta de Eduardo.
—Que yo sepa... No hay ninguna Aurora en este hogar— dijo sonriendo a
pesar de estar confundido.
— ¿Hija de algún empleado? Tal vez, de la cocinera— quise saber.
—Cariño... ¿conoces a una pequeña de nombre Aurora? — Le preguntó a
su esposa sentada del otro lado.
Movió la cabeza en negación y siguió hablando con su nueva amiga acerca
de un viaje a Turquía.
—No conozco a ninguna Aurora, cariño. A menos que no me hayas
contado de ella— dijo después en broma.
La asistente de Eduardo se echó a reír cómplice de la broma sabiendo que
si caía bien podía coquearse con gente adinerada.
—No soy fan de los niños ni del adulterio. Tengo un hijo adulto, quien
ahora estudia en Houston. ¿Y tú Eduardo? — Dijo Brown cambiando su
semblante simpático a uno más sobrio.
La esposa del director asentía con la cabeza y le conversaba algo en
referencia a su marido, la asistente también asentía para darle la razón.
—Por el momento, no. Aunque... con el tiempo, ¿Quién sabe, no? — dijo
tratando de sentirse en concordancia conmigo.
—Tal parece que el vino me pasó factura— dije frotándome el rostro.
Será mejor que me adelante antes que termine haciendo el ridículo, añadí.
—El vino y los asuntos personales cuya intimidad respeto... Aunque,
déjame decirte algo, amigo— fue diciendo Lizardo con voz de ebriedad
saliendo de su asiento exclusivamente para acercarse con un ligero
tambaleo.
Estiró el abrazo para colarlo por mis hombros y siguió: Aquí nos
preocupamos y buscamos el bienestar de quienes consideramos socios y
amigos porque no solo nos enfocamos en los negocios, sino también en el
augurio seguro de nuestros camaradas.
Con esto quiero decir que siempre contarás conmigo.
Me dio un abrazo al terminar.
—Estimado, sabemos que estás atravesando por un mal momento y quiero
que sepas que, aunque no seamos tan cercanos como deseo o quizá porque
eres muy reservado con tu privacidad y se respeta totalmente... Yo estaré a
tu lado no solo como editor y promulgador de obras, sino también como un
amigo a quien se pueda acudir. Además, si me permiten filosofar... Quiero
decir que el tiempo sabrá recompensarte — dijo Eduardo con bastante y
rara emoción en sus ojos cristalinos despidiéndose en un abrazo.
—Muchas gracias por su consideración. Estoy seguro que seguiremos
haciendo historia— les dije al despedirme.
Ella se quedaron atónicos, serenos y hasta nostálgicos, todavía parados
cerca de sus asientos con la vista en mí que me iba a paso presuroso.
Caminé hacia la salida pensando en la pequeña, en la silueta de su rostro,
en sus cabellos castaños, la ternura en la voz, su actitud sin reparos, la
sonrisa brillosa y la curiosidad innata creyendo que tal vez Circe hubiera
sido así.
Recordé su frase final adentrándome en el auto que esperaba en las afueras
y derramé algunas lágrimas añorando la existencia de Circe en la figura de
Aurora que apareció por causa del exceso de vino para decirme que existe...
Quizá en una galaxia que lleva su nombre.
Dolía la inexistencia de mi niña, con quien soñé algunas veces a pesar que
todavía no lograba capturar su imagen en la escritura.
En sueños los dos jugábamos en un columpio, ella soltaba carcajadas
mientras le daba un empujón para que rozara los cielos con los pies.
La silla retornaba vacía como si se hubiera elevado hasta alcanzar el
cosmos.
A veces caminábamos cogidos de la mano sobre la nieve como si no
existiera un horizonte. A veces era yo quien andaba solo sobre la acera
blanca. Otras veces despertaba y la encontraba dormida a mi lado. Yo tenía
un libro en el regazo y ella el dedo dentro de la boca. Abría los ojos y
miraba a Mariana.
A veces la niña agitaba sus manos apoyada en un árbol cuyos frutos recogía
y yo me acercaba sin poder llegar.
A veces compartíamos el mueble Mariana, Circe y yo leyendo una obra
clásica e impartiendo dudas y preguntas tras cada capítulo terminado.
Cada vez que me levantaba veía la oscuridad y sentía el silencio. Al lado
Mariana sonreía en sueños como si la tuviera presente, como si
compartieran la mesa para el desayuno, una clase de la escuela, el ajedrez,
la risa frente a una película de comedia o los abrazos incansables e
inagotables y retornaba al letargo con el anhelo de querer encontrarlas para
formar en sueños lo que tanto hemos deseado y no podido conjugar.
Yo aparecía por la esquina y mi niña recorría la acera gritando: ¡Papi,
llegaste! Abría sus brazos de par en par para que convergieran de forma
exacta con los míos.
A veces me imaginaba escribiendo frente al ordenador siendo interrumpido
por el ruido de su calzado asomarse a velocidad al tiempo que su cálida voz
repetía una y otra vez que era momento de cenar.
Algunas veces no soñaba, tan solo imaginaba a Mariana soñar con vernos
los tres contando las estrellas desde el balcón. O, simplemente,
compartiendo el almuerzo entre charla y risa. Como una familia normal.
Como tanto nos hubiera gustado disfrutar.
Y a veces creía que soñaba y el tiempo pasaba, el amanecer aparecía y yo
seguía con los ojos cristalinos de tanto añorar sucesos que no solo deberían
ser mentales.
Asomado en la ventana con la mirada en las afueras recordaba los sueños y
pensamientos sintiendo asfixia en el corazón. La agonía no se iba a pesar
de la resiliencia y el poder por seguir hacia un rumbo desconocido sin un
plan de contingencia.
El tiempo jamás me la iba a devolver y tampoco hacer olvidar.
Aunque ante el mundo mostrara mi sonrisa; las cámaras y las firmas
retrataran mi alegría; las charlas y las conferencias sean un despliegue de
amor sin fronteras, mi alma estaba desecha y la mente caótica.
Es por eso que no podía seguir de pie; aunque a veces pareciera de plomo e
incitara a Mariana a seguir adelante con argumentos sólidos y reales que
ella no quería escuchar. Y tal vez, yo tampoco creía del todo porque hay
momentos en los que uno simplemente se pregunta, ¿Qué hay más allá?,
¿Por qué seguir?, ¿Por qué tendría que haber un mañana? Si los planes a
futuro y los sueños más honestos y sublimes cayeron en lo profundo de un
abismo muy similar al Tártaro.
A veces… Ya no queda nada por qué luchar.
Las lágrimas reflejaban mi frustración y agonía mental como sentimental
viendo como el auto avanzaba mostrando las calles oscuras y desoladas.
Yo podía mostrar una sonrisa, beber e ignorar lo vivido; pero siempre
habría un momento de debilidad. Una etapa dura, un sitio para llorar sin
que nadie observe, ni siquiera un chofer que se oculta detrás de una
mampara oscura y no sabe a quién lleva.
Hice puño por odio a los dioses y el destino, a la vida y al camino y me di
cuenta que toda mi fuerza no bastaba para olvidar a la princesa que hoy
también yacía en un cementerio.
Su existencia sin recuerdo era mi tragedia.
Mariana lo sentía peor, ella se había perdido en el océano de la melancolía
y su única barcaza era el trabajo. Lo demás le resultaba ser una especie de
monotonía implantada.
Hasta yo, quien por varios medios intentaba dirigirla a un nuevo sendero
que ni siquiera creía que había. Tal vez, imaginaba que juntos podríamos ir
desasiendo la niebla y creando otro camino.
Paramos en un semáforo. Revisé el celular y no encontré mensajes de
Mariana. La llamé y tampoco contestó. Comprendí que quizá estuviera
durmiendo o dibujando en el taller con el teléfono en silencio; aunque tal
vez únicamente ignorándome.
Se hizo costumbre que se escondiera en el taller durante gran parte de la
madrugada dibujando y creando. Ocupando la mente en el trabajo para no
acordarse de la tragedia ni de mí dejando el celular apagado o ignorado con
la cabeza enfocada en el arte y los cabellos con moño. Regla y utensilios en
mano dispuesta a crear sus sueños en matices surrealistas que luego
destruía prendiéndoles el fuego de su cigarrillo tras haberlo roseado con
vino en una inesperada rabieta.
Escuchaba el desastre y entraba apurado viéndola sentada en un rincón
echa un manto de lágrimas gritando a balbuceos cómo hubiera sido su vida
con ella.
Nos abrazábamos muy fuerte para llorar en silencio olvidando el retrato
que se hace cenizas sobre un escritorio de madera.
A veces no bastaba con ocultarse porque los recuerdos se filtran
apareciendo hasta en el más mínimo detalle explotando en la cara con una
convulsión repentina de lágrimas en una esquina de la cocina, en donde en
posición fetal se sentía resguardada de esos demonios que la azotaban de
pronto con hechos mentales que la revolcaban en agonía.
Me acercaba para darle un abrazo y calmarla con palabras motivacionales
que le robé al especialista y otras que inventé por querer ayudar.
‘Amor... Circe no quiere vernos así. Tenemos que salir adelante para
hacernos tres muy pronto’. Ella contestaba moviendo la cabeza, yo callaba,
me empujaba y luego me abrazaba. Lo hacía fuerte, muy fuerte y se
calmaba.
Íbamos a la cama y apagábamos las luces. A oscuras susurraba mirando el
techo como si estuviera hablando por parte de ambos.
‘Pequeña... No sabes la falta que nos haces. Aquí te esperamos porque en
sueños te encontramos’.
Mariana dormía y yo cuidaba sus sueños compartiéndolos en mente al
tiempo que observaba el techo frotando su espalda y cabello.
Creía que en sueños, en esa dimensión alterna, Mariana, Circe y yo
hallábamos una galaxia para los tres.
Las veía con los ojos cerrados cada vez que detenía la lectura nocturna y
las imaginaba en el mueble conversando de algún tema, viendo la tele o
jugando con legos sintiéndolas tan real como si los hechos imaginarios
estuvieran ocurriendo en una dimensión paralela detrás del espejo o dentro
de la mente soñolienta de Mariana. Entonces, en ese delirio voluntario en el
que solía introducirme, pensaba que tal vez lo hubiéramos logrado en un
sitio al otro lado de la galaxia.
Circe nacía. La veíamos hermosa y divina como en sueños, como aún no
logro capturarla en letras. Compartíamos cada una de sus miles de
situaciones según la etapa que iríamos viviendo. Mariana y yo nos
volvíamos unos padres atentos y amorosos, tendríamos una mascota,
saldríamos al parque para jugar a la pelota, daríamos un paseo por los
confines de la capital, no habría noche que no cenemos juntos, miraríamos
a la princesa crecer, jugar, disfrutar, sonreír... existir... vivir. Hacerse quien
tanto quiere ser y ser feliz.
Mariana nunca tendría un accidente, solo se trataría de un mal sueño, una
de esas pesadillas de embarazo. Iríamos a la clínica y la contemplaría salir
de su vientre dorado para enseñarnos el inicio de un maravilloso y único
camino.
Sucedió. En alguna parte ocurrió. Quería pensar que sí. Aunque nunca lo
compartí y sé que Mariana también lo sabía; pero ella tenía una forma
personal de encontrarla. Lo hacía en sueños y retrataba en marcos; aunque
nunca le bastó. Y a mí tampoco con imaginar porque la realidad era distinta
y trágica. Llena de melancolía y desolación que cada vez; aunque quería
convencerme de lo contrario, nos iba succionando hacia un profundo hoyo
negro.
Hay un apartamento desolado con matices de dolor en cada esquina, un
suelo inconcluso sin sus pisadas, una madre sin cuna y un escritor que
imagina a su niña sin cuerpo ni alma para poder materializarla en sus textos
junto a ese montón de sentimientos que no sabe aún cómo decir.
El taxi me dejó en la entrada, la casa estaba más oscura que la noche, creí
que habría terminado de trabajar y estaría durmiendo con una sonrisa
porque solo en el sueño sonríe.
Abrí la puerta y entré sin promulgar ruido. Sigiloso fui a la cocina y bebí
agua. Con el vaso en la mano caminé hacia la habitación principal inquieto
por el silencio de la casa; aunque suponiendo que estaría echada de lado y
yo debía de acurrucar el cuerpo cerca para sentirnos.
Me di cuenta que del cuarto de Circe brotaba un rayo de luz. Alarmado
aceleré los pasos abriendo la puerta por completo y al entrar a la habitación
encontré
a Mariana tirada en una esquina con las prendas de la niña regadas en el
suelo junto a algunos juguetes.
Tenía un conjunto pegado a sus brazos ensangrentados y lloraba; aunque
sin gritar como si lo hubiera hecho toda la noche y ya no le quedaran más
fuerzas.
— ¡Amor! ¿Qué hiciste? — Grité al asomarme observando sus muñecas
cortadas.
La levanté con rapidez y conduje hasta el lavadero, abrí el grifo y metí sus
manos.
La herida no era tan profunda como pensaba. No quería verse en el espejo y
se cubría la cara girando el cuello hacia un lado.
—Mariana— le dije al terminar de secar sus manos y brazos queriendo
argumentar como tantas otras veces, pensando en un consolidado conjunto
de oraciones que digan que lo siento, que la amo y que debemos seguir
avanzando; pero tampoco estaría tan seguro de sentirlas, a excepción del te
amo, porque eso hierve en mi alma y quizá sea la única razón por la cual
sigo en pie. La miré fijamente a pesar que no detenía sus ojos en mí, puse
una venda alrededor de las muñecas pensando en las palabras que tendría
que decir, en todos esos hechos que debía de contar y explicar por milésima
vez que son eventos de la vida, sucesos que Dios ni nadie impone, porque
solo ocurren como un azar, como una elección aleatoria, como quien vive y
quien muere, una selección natural o una disposición sin precedentes, algo
no destinado, ni programado, simplemente un acontecimiento trágico que
nos cambia y arruina la vida repentinamente; pero que no llega a ser el fin...
aunque lo parezca.
Yo no tenía más argumentos correctos a pesar que muchas veces los dije a
plenitud; aunque con palabras que se detenían por la inseguridad del
corazón de quien las dicta a pesar que salían con coraje y honestidad, con la
mirada en ella, en sus ojos bonitos; pero frágiles, acariciando sus mejillas
mojadas y cogiendo sus manos decaídas.
—Mariana… Te amo demasiado, tanto que podría dar mi vida por ti; pero
me destruye ver como intentas acabar con la tuya sin luchar— fue lo único
que dije después de todo lo que anteriormente dije, luego de mis miles de
argumentos que iban tenues y fueron volviéndose seguros por causa de la
resiliencia interior; aunque también se hicieron débiles por el ataque
repentino de angustia que suele venir.
De cualquiera manera u otra, era yo quien añoraba colocar la primera
piedra de un nuevo camino que cada vez parecía ser una neblina.
Ella no habló. No tenía nada qué decir. Su mirada perdida hablaba, sus
manos suaves no decían mucho, su cuerpo con kilos menos evocaba
desinterés y aunque su mente trabajaba en proyectos laborales, ella se
sentía perdida cien veces más que yo. Pero el suicidio nunca es la solución.
Había entrado a la habitación en mi ausencia, sentado en la cama y llorado
bastante, imaginado que la tiene cerca y se ríen un rato, pensado que
duerme y le entrega un beso, creía que la hallaría jugando en el piso y la
acompañaría a tomar el té, se sacarían una instantánea para las redes y
prepararían la cena mientras me esperan. Yo llegaría y las vería contentas y
emocionadas, recibiría sus abrazos y sus besos para compartir la cena en un
ambiente bonito y familiar.
— ¡Sí, también lo pensé Mariana! — Le dije en un susurro. No se inmutó.
— ¡Yo también la amo! Yo también la encuentro en sueños, yo también la
deseo aquí y ahora. Yo también quiero que esté con nosotros. A mí también
me duele no tenerla, la imagino a nuestro lado en cada momento que vivo y
por más que no pueda escribir sobre lo que siento y mucho menos acerca de
ella, también quisiera que podamos crearla de nuevo.
Mariana, yo también estoy hecho añicos. Pero… intento no ahogarme.
¡Ayúdame a ayudarte a salir adelante! — Se lo dije con una rotunda
tenacidad.
Hubo un silencio importante.
— ¿Sabes? — la oí pronunciar. Quiero… Yo, quiero…
—Dime, amor. Pídeme lo que quieras. Si gustas podemos irnos de viaje,
tener unas vacaciones anticipadas y despejar la mente— propuse
acariciando su frente.
Visitemos Atenas, vamos a París, demos una vuelta por Sao Paulo,
echémonos en una playa, tengamos un rato libre andando en una plaza de
Madrid. Vayamos o hagamos lo que deseas; pero estemos juntos y de pie.
Me miró como no lo hizo antes y dijo: No quiero estar más aquí.
—Bien, ¿Qué lugar deseas conocer? Yo iría contigo hasta la última
constelación con tal de verte sonreír — le dije con ánimos revoloteados.
—No lo entiendes— dijo despacio.
Callé para que siguiera.
—No quiero estar más aquí— dijo con la vista en mí después de varios
minutos pérdida en otros avatares mentales.
—Pero… es nuestro hogar— le dije intentando coger sus manos.
—Ya no lo es. Circe murió y yo también por dentro. Lo de hoy fue una
estupidez que no debí cometer… Pero es que siento como si no
perteneciera a este sitio. Todo me recuerda a ella; aunque no la tengamos,
la habitación donde estaría jugando o durmiendo, el piso donde daría sus
primeros pasos, el mueble donde veríamos la televisión, la sala para cenar y
hasta tú me la recuerdas y no quiero que eso se aglomere en mi cabeza
porque me hace perder la razón y querer desaparecer… Aunque amo
recordarla.
Quiero volver a casa, acostarme en mi cama y no despertar en mucho
tiempo para así tenerla en sueños.
—Aquí o allá, igual vamos a recordarla. No quiero que te vayas— fue lo
primero que dije.
Me gustaría que tuviéramos la oportunidad de abrir un nuevo sendero,
derribar estas barreras y salir adelante como pareja. No necesitamos
olvidarla, sino entender que la vida dio este giro y podemos seguir
luchando en busca de un nuevo horizonte, le dije viéndola a los ojos con la
seguridad de mi alma.
—Ya no somos quienes éramos. Yo estoy muerta y tú moribundo. No veo
más caminos. Lo siento— dijo llorando junto a la sobriedad de sus frases.
—Creo que todavía podemos seguir siendo un universo— le dije con
firmeza.
—El universo expiró y eres el único que no se da cuenta— respondió y me
dio la espalda sobre la cama.
—Amor... Descansa. Mañana charlamos con más calma. Te amo— le dije
dándole un beso en la mejilla en señal de buenas noches.
—No hay más mañanas— contestó como en un susurro.
—Dibujaremos uno— le dije en un ansiado augurio.
— ¿Con qué pinceles? — Dijo en un giro rápido con rostro lloroso.
—Con los mismos que hemos venido usando hace meses— contesté
esperanzado.
Su mirada húmeda dirigida a mis ojos se veía desvanecida en optimismo.
—Llegamos al fin del camino. Buenas noches— sentenció volviendo a
darme la espalda.
Me tiré con la vista en el techo y algunos sucesos imaginarios acerca de
Circe y otros emblemáticos sobre nosotros aglomeraron la mente hasta caer
en el sueño.
Abrí los ojos tras un profundo y necesario letargo en donde como tantas
veces las encontré por capítulos, estiré la mano para sentir su presencia y
mostrarle de alguna manera u otra lo que podríamos crear en un nuevo
amanecer; pero no la encontré hallando únicamente el conato de almohadas
que aferraba a su vientre sin cuna cada vez que dormía.
Incliné medio cuerpo para capturar una imagen completa de la habitación
encontrándola tal y como la vi antes de dormir. Recorrí la sala y el balcón
hallando los mismos resquicios de la noche anterior. Le di una llamada;
pero no respondió enviándome directamente al contestador.
El cuarto de Circe estaba cerrado y pregunté por si estuviera adentro. No
dio ningún indicio de estar metida como lo hizo ayer.
En su trabajo nadie la había visto llegar. Me senté en el mueble y tras
refrescar el rostro con las manos observé una hoja doblada apoyada en el
florero con rosas marchitas. La cogí de inmediato y con dirección de vuelta
al balcón la estuve leyendo.
—Hola, salí temprano para que no lo impidas con tus extraordinarios
argumentos para amarnos por siempre. Lo lamento; pero yo no me siento
capaz de seguir amando.
Estaré en casa de mis padres, no te recomiendo ir. Necesito estar sola.
Deberías pensar en tu futuro y abrir el nuevo camino que tanto mencionas.
Tal vez solo tú puedas atravesarlo. Yo no y no por débil, sino por exhausta.
Una vez hablaste acerca de una galaxia lejana en donde Circe deambula
como dueña de ese espacio, quizá durmiendo pueda acceder a ese lugar.
Eso no quiere decir que me vaya a suicidar. Ese fue un acto sin pensar que
no volveré a cometer y por eso estoy en busca de mi paz emocional.
Allá no la puedo encontrar porque todo me la recuerda y aquí, aunque el
accidente ocurrió, no tengo las imágenes mentales que alborotan mi día,
sino una calma que poco a poco, yo imagino, hará bien en mi vida.
Perdón si piensas que no me das paz. Pero es que ahora lo siento así.
Eres un hombre extraordinario y siento que te amé tanto como pude;
aunque hoy, no sienta exactamente lo mismo, por como dije, el universo
que construimos se desvaneció. Ahora cada uno debe dibujar su propio
sendero. Tienes las respuestas a muchas preguntas, eres fuerte y romántico;
sé que intentas que volvamos a tener el mismo horizonte... Pero, realmente,
estoy harta de seguir luchando. Y esta tragedia me ha cambiado, no sé si
para bien o para mal, pues solo quiero no pensar. No estar. Sentarme.
Distraerme.
Quiero hallarla en sueños. No añorar tenerla en mis brazos. Solo
conformarme con su recuerdo. Quiero... hallar una paz mental que no
puedo tener contigo cerca a pesar de tu magia y tu poder. Lo siento,
disculpa si sueno egoísta o soy una persona nefasta; pero te soy honesta,
siempre lo fui y mereces que lo siga siendo. Aunque... ya no te ame y lo
mejor sea que nos separemos.
Nos rompimos y ambas partes deben tomar otros rumbos. Cuídate—
finalizó el texto.
Pensé en dejarlo caer por el balcón en una rabieta espontánea. Se me cayó
otra lágrima en frustración. Entendí su posición.
Respiré hondo y me di cuenta que habíamos terminado; aunque una de las
partes no estuviera conforme y la otra hallara su paz en otro sendero.
Las tragedias nos destruyeron, pensé doblando la carta y guardándola en el
bolsillo de la chaqueta.
Me recosté nuevamente en el mueble colocando la cabeza en el espaldar y
con la mirada en el techo pensando en sus palabras una y otra vez para
asimilar su accionar.
Tal vez tengas razón, Mariana. No hay más caminos para nosotros y aquí
existen recuerdos que se usan como dagas directas al corazón.
La porcelana está minada y parece que en las paredes se esconden risas que
nunca se soltaron. Me destruye como ráfagas de sol ardiente el andar por
los pasillos donde nunca se establecieron nuestros momentos. Veo la
ecografía pegada en el centro del sitio y no soy capaz de quitarla;
masoquista y romántico, irresponsable e iluso, la contemplo anonadado con
vaso de ron en mano añorando su realidad, queriendo que pueda ver la luz,
para de ese modo salvarnos, no hacer que nos perdamos por su padecer,
sino carcajear enamorados elevando el cuerpecito dorado a los aires de este
hogar que es una caverna señalándola con sonrisas brillosas y palabreo
poético todo lo que nos comienza a hacer sentir dentro de dos corazones
cómplices y enamorados de la idea de ser padres, esposos y amigos el
tiempo que dure el palpitar de las almas en conjunto a la vida, uno que, así
durara un segundo, se parecería en mucho al infinito.
¡Yo también la extraño, Mariana!, ¡A mí también me duele y marca!
Pero… ¿Qué quieres que haga?, ¿Qué te patee el tablero?, ¿Qué me enoje y
desfigure la casa?, ¿Qué tire los marcos y golpee la tele?, ¿Qué me llene en
coraje y quiera volver a matarme?, ¡Qué me vuelva loco y cometa un
crimen!, ¿Qué puedo hacer, Mariana? Si como tú, me estoy cayendo en el
abismo, perdiendo en el laberinto, sucumbiendo ante la melancolía y
carcomido por la angustia, viendo como a su vez, te marchas sin decir
adiós, medité en gritos internos, rabia profunda que se iba para adentro,
malestar completo en la mente y liquidando las botellas de un bar a la orilla
de la terraza.
Por la noche, desgastado, desolado y triste, ingresé a la habitación de Circe
con trago de ron en mano ubicándome en la misma posición en donde
encontré a Mariana desecha con las muñecas marcadas de sangre para
intentar recrear su sentir y volverlo todavía más adherido a mí por si algo
no hubiera entendido o cierta sensación no estaría adjuntando a mis
sentidos. Con un afán netamente propio, delirante y hasta fantasioso quise
verlas sentadas al filo de la cama conversando entre sonrisas mágicas
acerca de un libro que acababan de leer.
Yo atravesaría la puerta, las vería juntas como dos ángeles y las atraparía
en un abrazo con besos tiernos en sus frentes, me acomodaría a su lado para
que me dicten sus percepciones, las oiría contento, emocionado y
encandilado, sintiéndome con tanta sencillez, el hombre más afortunado del
mundo.
Pero… ellas desaparecieron de la faz de la tierra en un santiamén. Se
escaparon de mi vista en un parpadeo, se disiparon como la neblina cuando
terminé mi trago y las lágrimas inundaron las mejillas, no estuvieron más
en frente de mí y yo no pude capturarlas para siempre en un abrazo. Y
aunque jamás las haya tenido, sentí extrañarlas cuando dejé de mirarlas.
Mariana lo sintió. Ella nos tuvo en sueños, ingresó y sintió que era real.
Perdiéndose por completo al momento de vernos desaparecer.
Pensé en ellas hasta el amanecer divagando entre supuestos que
ocasionaron distintas clases de emociones para concluir con la decisión de
tener que deshabitar la habitación con el fin de acabar con tanta tragedia.
Doné la mayoría de los artículos que compramos a personas que los
necesitaran a excepción de un par de prendas que quise conservar por un
asunto sentimental.
Hice de la habitación mi oficina para escribir colocando un escritorio con
ordenador, el librero del otro sector, una silla grande, accesorios y demás.
Durante los primeros quince días en soledad me dediqué a escribir
inspirándome en la hija que nunca habíamos podido tener y pude crear en
amplitud el cuento que alguna vez a Mariana le conté.
Fue la primera vez que escribí acerca de Circe.
No supe nada de Mariana durante otros quince días. Intenté llamarla
algunas veces; pero su celular se hallaba apagado. Desconectó el
WhatsApp porque dejó de aparecer en el mío y llamé a su madre un par de
veces; aunque también salió que estaba apagado.
Le di el tiempo necesario para que hallara la paz que tanto dejó en claro
que buscaría y una mañana tras un mes y tanto estando alejados resolví ir a
verla con la intención de retomar porque el amor todavía palpitaba en mi
corazón y sentía que tal vez podríamos volver con la idea de amarnos al
tiempo que vamos avanzando en un horizonte distinto que nos envuelve en
calidez y nos cura.
Mariana tenía razón. Yo era muy romántico y obstinado, lleno de esperanza
y con argumentos sólidos en base a un amor que yacía en mi interior.
Pero lo que ella no sabía era que su presencia en mi vida restableció el
sentido por querer amar hasta el último latido.
Fui a buscarla. Recogí unas rosas preciosas del jardín vecino y me asomé a
su trabajo. Al ingresar pregunté por ella al toparme con sus compañeros
más cercanos.
— ¿No lo sabe? La jefa pidió su cambio para Europa— fue la frase que
marchitó las flores en la mano y los sentimientos en el pecho.
Quedé anonadado.
De inmediato salí con dirección a su casa tras vagos intentos por llamar
desde el ascensor y el pasadizo del edificio sintiendo la ansiedad crear
sudoración en el cuerpo y un prominente nerviosismo que intentaba darme
soluciones a los supuestos que invadían la mente. Llegué a su casa y toqué
el timbre con cierto desespero. Su madre me recibió en la entrada
mostrando el rostro serio como no queriendo invitarme a pasar.
— ¿Qué sucede, señora?, ¿Ya se agotaron los granos de café? — Dije con
molestia e ironía.
—No, no es eso, corazón. Sabes que Mariana no quiere verte. A mí a la
justa me dirige la palabra— dijo con pena en el rostro afligido.
—Sí, lo sé, me lo escribió en esta carta— dije mostrándole el escrito sacado
del bolsillo.
—Creo que esto se salió de control, estuvo a punto de quitarse la vida. Yo
no sé qué haría si eso llegara a suceder— dijo con tristeza cubriéndose
parte de la cara.
— ¡No! Eso no tiene que ocurrir. ¡No otra vez!— dije con voz alta.
— ¿Ya lo ha intentado dos veces? — Preguntó preocupada y me di un
remezón de cabeza queriendo retornar a la realidad.
—Cuando volví a la casa la encontré en el cuarto de…
—Sí, dijo que entró para despedirse. Pero no sé si de la niña o de ella
misma. La siento tan confusa y lejana, no parece mi hija— dijo con tristeza
reflejada en lágrimas.
—La depresión es así. A veces sientes que no puedes seguir luchando
contra los sentimientos de culpa y desolación encontrando como insana
respuesta detener al corazón en un acto desesperado y trágico por no sentir
más— le hablé por experiencia.
Su madre empezó a llorar en mis brazos.
—No quiero que se repita. No quiero verla con los brazos cortados. ¿Qué
puedo hacer? Ya fueron al psicólogo y conversaron durante meses, me lo
contó sin mirarme. Habla por ratitos y después se calla. Mira la nada o los
cuadros; piensa mucho, duerme bastante y en la madrugada dibuja hasta
que me acerco y la encuentro sobre el escritorio…
— ¿Soñando con una sonrisa? — Le pregunté en un susurro.
—A veces, ¿Por qué? — Quiso saber elevando la cara.
—Tenemos que evitar que vuelva a ocurrir— le dije en primera instancia.
Ella necesita asistir al psicólogo, porque de alguna manera u otra, a mí me
hizo bien. O, al menos eso creo, añadí.
La señora Gloria se secaba las lágrimas frente a mí.
—Creo que ella ha encontrado una solución distinta. Al menos eso fue lo
último que me dijo— comentó con voz levemente serena.
—Señora, ¿sabe qué pidió trabajar en Europa? — Le pregunté cogiéndola
de los hombros.
—No, ¿Por qué lo haría? — Quiso saber confusa. Aunque, dijo después
meditando. Quizá puede que haya sido esa su solución.
—Escapar nunca es una solución— le dije con ímpetu.
—Para abrir un nuevo camino, lo es— escuché a Mariana apareciendo
detrás descendiendo a paso lento de las escaleras.
— ¿Es eso lo que quieres, Mariana?, ¿Anhelas escapar de lo que tenemos?,
¿Quieres huir de lo que construimos?— Le pregunté airadamente con la
vista en ella y las manos abiertas.
Su madre entró a la casa sigilosamente.
— ¿No te das cuenta? Nos destruimos y nos perdimos— me dijo
apoyándose en el inicio de la escalera con una macabra serenidad.
—Yo no me siento perdido; aunque mi alma esté desecha— respondí
imperioso.
— ¡Yo siento que he muerto! Qué no pertenezco allá ni aquí, por eso me
quiero ir— me dijo con coraje sacado de algún comportamiento de su
corazón. De repente, de un sitio que nunca pude conocer.
— ¿Por qué, Mariana? — Quise saber bajando el tono de la voz.
—Para buscar otro horizonte, tener tiempo para hallar eso a lo que llaman
paz— dijo con la misma parsimonia.
—Nosotros teníamos paz— le dije con la voz calmada.
—No existe paz entre nosotros— dijo desde su posición viéndome de
frente sin perdernos de nuestras miradas.
—Podemos reconstruirla juntos. Estamos en una situación complicada, lo
sé; perdimos el rumbo, también lo entiendo; pero nos necesitamos para
salir adelante. ¡De los dos depende! Somos un equipo, tú lo dijiste.
Podemos asfaltar un nuevo sendero, proyectarnos a futuro cogidos de la
mano, superar esta maldita tragedia que todavía nos retumba en la cabeza y
duele en las paredes del corazón y quizá, en algunos años, volver a
intentarlo, porque estoy seguro que Circe es más que una niña, es una idea
que nos unió más que nunca y nos hizo amarnos con impresionante locura.
¿Viste todo lo que logramos con solo pensar en ella?
Yo creo que podemos tenerla de vuelta, crearla otra vez en tus entrañas y
traerla a un mundo que nuevamente sabremos decorar para ella.
Te amo Mariana, no quiero que todo termine aquí, no quiero verte tomar
decisiones abruptas, tampoco ver cómo nos deshacemos de lo que hicimos,
porque quiero que nos sujetemos de la mano y luchemos juntos contra la
adversidad hasta hallar la paz que tanto anhelamos— le dije con pasión y
honestidad junto a un conato de lágrimas que no pudieron salir.
Hizo una pausa y dijo: Lo siento; pero a veces es mejor abandonar el
camino. No me siento capaz de amarte. Creo que todo lo que sentía subió a
los cielos junto a ella.
La miré queriendo hallar una verdad detrás de sus palabras, anhelando leer
en su interior algo que me incite a un argumento final; pero sus palabras
fueron tenaces y honestas. Jamás hubo mentiras en sus testimonios, yo le
creía todo lo que contaba; aunque aquella vez deseaba que no estuviera
siendo sincera.
—Entonces, ¿es el fin? — Dije despojado de ideas y nociones; aunque con
seriedad y la vista fija en sus ojos anhelando un arrebato de verdad
sofocada en el interior.
—No tenemos otra opción— respondió al borde del llanto.
—No las quieres dejar ver— contesté de inmediato.
Ella se dio vuelta para que no la viera llorar y entró a la casa subiendo las
escaleras con lágrimas rozando sus mejillas y el andar presuroso con
dirección a la habitación.
— ¡Mariana! — Grité adentrándome en la casa.
Ella se detuvo a media escalera, me di cuenta que habían cambiado los
peldaños.
—Vine a darte esto con la esperanza de conciliar en un compromiso— le
dije sacando del bolsillo del pantalón un cofre con sortija.
—Te amo. ¿Empezamos de nuevo? — Le hice la pregunta con los ojos
honestos en los suyos temblorosos. —Ya no se puede en esta vida. Siento
que si vuelvo voy a querer repetir esa estupidez y si me quedo voy a llorar
hasta quedarme sin lágrimas. Es por eso que prefiero volar y dejarlo... Todo
atrás— dijo y subió a velocidad.
— ¡Mariana! ¿Qué te parece la terapia de pareja? Nunca le diste la
oportunidad requerida. Vayamos juntos de nuevo. Estemos acorde a lo que
realmente sentimos, sigamos creciendo de la mano, desarrollemos la
promesa de amarnos por siempre— le dije con oraciones que parecieron
saetas que no llegaron a destino a pesar que las recibiera en sentidos.
Llegué al borde de la escalera y dudé en subir por las palabras de su madre
acongojada diciendo: No la sigas. Ya sabes cómo es cuando se enterca.
Déjala. Pronto se dará cuenta.
Me quedé quieto cerca al primer escalón sin esperanza alguna dándole una
mirada angustiosa y poco a poco serena con la cabeza agacha y deseos por
también querer salir de su casa.
—Voy a tratar de hablar con ella. Ustedes son una pareja estable, no puede
ser posible que se acabe así— dijo su madre colocando su mano en mi
hombro.
—No es necesario. Ya lo tiene decidido— le dije, di un abrazo a la señora y
caminé hacia la puerta de salida dejando en la emblemática mesa de centro
el cofre con el anillo.
Recorrí la acera de la calle hasta llegar a una tienda. Compré cigarrillos y
una cerveza, coloqué los audífonos dejando que la música se elija
aleatoriamente y seguí andando sin rumbo con la mente en nulo.
Esa noche volví a desconectar la tecnología que me rodea para profundizar
en mi soledad y entrar en reflexión recordando nuestra airada plática de la
mañana, los hechos que vivimos y los sueños truncados: aunque, también
pensé en los anhelos realizados que ahora gobiernan mi vida.
Mariana y Circe pasaron por mi mente lentamente y los más
extraordinarios ratitos vividos e imaginarios surcaron el mismo camino
hasta asomarse al borde del abismo de recuerdos.
Supe entonces que yo debía seguir, que no tenía por qué detenerme, que si
todo lo ocurrido me llevó a gozar de espléndidos momentos sin
consecuencias constantes de los mismos tendría que dejarlos ir para no
aferrarme a ellos; pero sí recordarlos de vez en mes para escribir acerca de
lo vivido porque mi literatura siempre fue autobiográfica.
Mariana apareció en un momento justo y nos convertimos en seres
increíbles que se amaron de manera locuaz y honesta hasta que logramos
conciliar a Circe, cuyo final terminó por separarnos debido a que los
caudales de amor se hicieron desiertos y los sueños junto a ilusiones se
evaporaron antes de cumplirse las promesas de amor eterno.
Aunque… Los romances duran el tiempo que la pareja lo indica y es allí en
donde alcanzan su infinito porque cada relación es un universo reflejado en
sí mismo.

***

Trescientos días después:

Mi vuelo a Madrid tardó una hora más de lo previsto.


El sábado presentaría mi nueva novela en la feria del libro de la capital
española.
Además, habría
ejemplares de ‘La última tarde’ y los otros libros de cuentos que también
publiqué.
Llegué al aeropuerto de Barajas y entre la multitud reconocí a mi editor,
quien junto a un colega me ayudaron con las maletas y dirigieron hasta el
coche que nos condujo al hotel.
En el camino hablamos sobre los pormenores de la feria, a la cual asistiría
por tercera vez consecutiva, solo que ahora me quedaría más tiempo en
España para realizar turismo y buscar inspiración para otras obras.
Me dejaron en la habitación y zafaron diciendo que harían algunos
pendientes mientras que descansaba.
No dormí. Abrí el ordenador y revisé otra vez un mensaje de Manuel, quien
tras el éxito de la película se animó a viajar a España en busca de Kelly
porque, según me dijo en la fiesta después del estreno, ‘No puedo vivir sin
el amor de mi vida. Necesito encontrarla para darle fin a mi historia’.
Lo planeó durante doce meses incluyendo una renuncia a un muy
remunerado trabajo. Todo por un amor de antaño que todavía no se quitaba
de la mente y mucho menos del corazón.
—Nunca es demasiado tarde para amar; pero sí para demostrarlo— le dije
en un abrazo de despedida.
Hace unos meses me escribió un mensaje diciendo: La encontré. Nos
citamos en una cafetería, dimos un abrazo realmente afectuoso y charlamos
durante largas horas.
Lo demás te lo cuento en persona.
Le respondí: Es posible que asista a la feria del libro de Madrid. Te aviso si
eso ocurre y nos encontramos para que me cuentes los hechos con lujo de
detalles.
Manuel no contestó el mensaje. Resolví llamarlo.
—Hola Manu, ¿adivinas dónde estoy? — Le dije en una video llamada.
— ¿En la habitación de un lujoso hotel? — Respondió mi amigo mostrando
su rostro afeitado quitándose algunos años de encima.
—Sí; pero aquí dice: Madrid— le dije mostrándole un afiche que me dieron
en el aeropuerto.
— ¡Qué chévere! Entonces, sí viniste para la feria. ¿Tienes tiempo para
vernos? O ¿tengo que sacar una cita? — Argumentó con ironía en una
sonrisa.
—Sí, claro, mi brother. Estoy en el hotel…— no pude terminar la oración
porque una niña de cabellos castaños y anteojos se acomodó en el regazo
de mi amigo y comenzó a juguetear con su rostro pasándole los dedos por
la boca y nariz mientras que él intentaba lidiar con la traviesa para
enfocarse en la cámara.
— ¿Hace cuánto que te fuiste? — Fue lo primero que se me ocurrió decir.
No me digas que… ¿Y no me avisaste? Añadí eufórico.
—Es una larga historia, te la cuento en… ¿una hora? — aseguró logrando
apaciguar a la dulce bandida.
—Ya pues chévere, ¿te mando mi ubicación? — Le dije sonriente y
articulando un saludo para la niña.
— ¡Grandioso! Mándame tu ubicación y voy a tu hotel— acotó mientras
que la pequeña mostraba su mano chiquita en cinco dedos abiertos.
—Ahí te la mando— le dije cogiendo el celular.
—Brother, está a quince minutos de mi casa. Salgo para allá. Espérame
abajo— dijo y se desconectó poco antes de zafar de la silla junto a la
encantadora pequeña que le sonreía a la cámara.
— ¡Dale hermano, te espero en recepción! — Le dije casi en un grito
entusiasta.
A veces las cosas ocurren tan rápido y de forma tan inesperada que a pesar
de escribir cientos de ficciones con mundos alternos no logro dejar de
sorprenderme por lo que pasa en frente.
La mejor inspiración siempre está en la realidad.
Nos encontramos en la cafetería del hotel y nos abrazamos tan fuerte como
pudimos e intercambiamos las acostumbradas sonrisas.
—Cuéntame y exagera, mi brother— le dije al instante en que nos
sentamos. Sonrió.
—Bueno, llegué a Madrid, me recibió mi hermana y fuimos a su casa.
Al comienzo extrañé mi querida patria; pero después me fui acostumbrando
a las calles madrileñas y…
¡Manu! Ve directo al grano. ¿Te encontraste o no con Kelly? — Le dije
exagerando mi emoción con un golpe de manos sobre la mesa.
— ¿Vas a escribir un libro sobre mi historia? — Preguntó sonriendo.
—Cuéntame, estoy ansioso por saber— recriminé.
—Sabía que escribirle sería en vano porque casi nunca entra a las redes. Es
como yo. Entonces, tras encontrar un número en su página web, la llamé.
No me sorprendió que estudiara psicología.
Asentí con la cabeza para que siguiera con el relato. Estaba jodidamente
nervioso cuando marqué.
Hola, soy Manuel, ¿te acuerdas de mí? Estoy viviendo en Madrid, vine aquí
por ti y me gustaría verte para poder aclarar unos asuntos del pasado.
¿Tienes tiempo este fin de semana? Prometo robarte solo un par de
minutos.
— ¿Le dijiste eso, así de pronto? — Pregunté asombrado.
Manuel asintió con la cabeza.
—Era la verdad o hacerme pasar por un paciente como aquella vez que nos
convertimos en alumnos de la academia— dijo y sonrió.
—Esa anécdota es memorable— le dije y realicé un ademán para que
continuara.
—Hola Manuel, a los años, qué gusto saber de ti. ¿Me llamarías loca si te
dijera que justo en este preciso momento acabas de pasar por mi cabeza? Es
que… Estoy viendo ‘La última tarde’ en Netflix.
No puedo creer que todo lo que alguna vez vivimos se haya convertido en
una película.
Eso fue lo que respondió—.
Después hablamos un toque más acerca de nosotros de una forma muy
superficial y vaga hasta acordar vernos el fin de semana en una cafetería
conocida.
Yo estaba muy nervioso, más que cuando la llamé. No sabía cómo
reaccionaría al verla, ¿en qué habría cambiado? ¿En quienes nos habíamos
vuelto con el paso de los años? Aunque, de cualquier manera, u otra, yo
sentía que me enamoraría de ella con solo mirarla. Así se haya pintado el
cabello de verde o tatuado de la ceja al dedo, ella seguiría siendo la misma
en esencia y eso me encantaría en un santiamén.
— ¿Y qué pasó cuándo se vieron? — Quise tras darle un sorbo al café.
—Éramos los mismos. Lo único que cambió fue que encajamos más en
nuestras vidas. Me contó que se graduó en psicología y estudió una
maestría en Barcelona, tiene su propio consultorio y trabaja en una clínica
privada.
Tuvo un romance con un colega; pero terminaron por falta de
compatibilidad.
¿Sabes qué les faltaba? —.
Elevé las cejas abriendo los brazos.
—El placer de reír por cualquier cosa— dijo sonriendo.
—De mí, le hablé sobre mi trabajo, acerca de nuestra amistad y la película,
sobre algunos amores que tuve y terminé con la pregunta que tanto ha
rondado en mi cabeza.
Kelly... ¿Qué nos pasó?
Me dijo que su primera reacción fue abstenerse por completo a cualquier
vínculo amical y sentimental que la uniera a su mejor amiga para no seguir
sufriendo. Se nubló y aunque después entendió que actuó egoísta, supo que
era demasiado tarde para todo, porque así las heridas habían sanado e
intentar retomar vínculos lograría que las cicatrices se abran.
Pensé en Mariana en ese momento.
Su madre no volvió a pronunciar palabra alguna acerca de esa etapa. Se la
llevó a España donde su tía y vivieron aquí desde entonces.
Pero... Una vez le dio un momento de debilidad, recordó nuestra historia
revisando un viejo diario que no tuvo el valor para quemar y encontró en
internet que habías escrito una novela. La descargó en virtual porque aún
no llegaba a librerías extranjeras y decidió enviar la fotografía como
símbolo de que a pesar de su ausencia y distanciamiento voluntario tiene en
mente a esos instantes en los que también supo ser feliz.
Sujetamos nuestras manos por encima de la mesa como si estuviéramos
conectados por imanes intrínsecos y compartimos una sonrisa a pesar de las
lágrimas en su rostro.
—Lo siento, Manu— dijo con voz tenue.
—No hay nada que disculpar— le dije enseguida. Y nos dimos un abrazo
muy fuerte.
—Después no sabía adónde ir, eran mis primeros días en Madrid y
prácticamente, salvo por el Bernabéu, no conocía otro sitio— contó con
una carcajada.
—Me llevó al Templo de Debod en donde viendo el atardecer nos
volvimos a enamorar misma película romántica— dijo Manuel en un
suspiro.
Empecé a dudar a pesar que quería creerle; aunque su locura podría haberse
expandido.
Me enseñó unas fotos desde su celular y salieron todas mis incertidumbres.
Lo seguí escuchando: Se nos hizo sencillo retomar lo que dejamos
pendiente porque siempre estuvo presente.
Derretimos los hielos en el alma con una mirada logrando que los
corazones aceleren su nuevo palpitar. Nuestros nombres se oyeron con
mayor estruendo en cada latido. ¡Rayos soy todo un poeta! Sonrió después
de esa frase.
Cuando nos besamos sentí que nada había pasado. Ningún tiempo ni
espacio, los únicos recuerdos que aparecieron fueron los que tenía con ella,
quien todavía mantenía la sonrisa después del beso que nos dimos allá por
ese tiempo y yo seguía siendo el mismo chiflado que le hacía cosquillas
para que riera. Caímos sobre el césped entre risas y sonrisas que nos
devolvieron a la adolescencia, nos miramos fijamente conociendo el
cambio en los rostros y los cuerpos enamorándonos más y pronunciamos a
la misma vez un te amo puesto en pausa desde el día en que nos separamos
al cual le adjuntamos la promesa de no dejarnos más.
Por eso, mi estimado amigo, dijo en otro suspiro... Te quiero invitar a mi
casamiento. Me dio una mirada profunda con una sonrisa enorme.
Me quedé estupefacto. Se detuvieron mis lágrimas de emoción al tiempo
que escuchaba su relato y mi sonrisa se quedó quieta tras oír la última
noticia.
—Te lo mereces, mi brother. Tú más que nadie se merece esta felicidad.
Eres un ejemplo a seguir. Tu amor y tu constancia fueron un importante
estandarte para que pudieras volver junto al amor de tu vida— le dije
levantándome de la silla para darle un abrazo tan poderoso como los de un
oso.
—Gracias, mi hermano. Nos casamos en dos meses. Realmente espero que
puedas quedarte para que podamos compartir este glorioso momento.
A Kelly le encantaría volver a verte. Además, en casa tienes una fan que
acaba de terminar de leer tu libro de cuentos. Se llama Mia y le encanta la
lectura— dijo emocionado.
—Todavía no he comprado el pasaje de vuelta— le dije con una sonrisa.
— ¡Genial! Entonces serás mi padrino— dijo dándome una palmada en el
hombro.
— ¿Y quién es Mia? — Pregunté intrigado.
—Kelly tuvo una niña con el sujeto con quien salía. El tipo desapareció al
mes en que ella nació y cuando volvimos me la presentó. Tuvimos una
inmediata e increíble conexión y los papeles para la adopción están en
camino.
Yo imagino que antes de la boda seré legalmente su padre— dijo con los
ojos húmedos de tanta emoción.
—Manuel, mi amigo de toda la vida, tienes una bella familia. Estoy
orgulloso de ti— le dije con un golpe en el antebrazo en señal de afecto que
recibió sonriente.
—Lamento mucho lo de tu hija, no tengo palabras que puedan servir—
añadió después cambiando a un semblante acorde a sus consuelos en
oración.
—Ella y Daniela son parte del universo— le dije esbozando una sonrisa.
—Así es. Y, dime algo, ¿has vuelto a hablar con Mariana? — Acotó
curioso.
—No en dos años y algo más— le dije distendido.
—Lo siento. En verdad me cuesta creer que terminaran de esa forma— dijo
con pena.
—Sí; pero no hablemos de eso. Lo que importa es que tú estás a punto de
casarte y yo estaré en una de las ferias más visitadas del mundo. Creo yo
que es motivo de celebración— le dije entusiasta entrelazándonos en un
abrazo.
—Espero que nos hagas un espacio entre la multitud de lectores que irán a
verte— me dijo sonriendo. Y, sí, a veces no puedo creer que me case; pero
es algo que me hace muy feliz, añadió estirando una amplia sonrisa.
—Tendrás que ir temprano para agarrar asiento en primera fila— le dije y
comenzamos a reír. Y, otra vez, déjame felicitarte. Te lo mereces, brother,
le dije seguro de cada palabra. Nos dimos un fuerte apretón de manos con
sonrisas elocuentes.
—Sabes, creo que tengo un par de entradas— le dije buscándolas en los
bolsillos de la chaqueta.
—Dámelas como regalo de bodas— dijo con humor y volvimos a
carcajear.
— ¿No las tienes en virtual? —Consultó notando mi intento estéril por
hallarlas en el pantalón.
—El feeling de unas entradas en físico es irremplazable— le dije todavía
queriéndolas hallas.
Asintió con una sonrisa y añadió con simpatía: Todavía tengo las primeras
entradas al cine, allá por los primeros años del dos mil. Y otro par de
entradas para el Bowling, ¿recuerdas? Son como un tesoro para mí y Kelly.
—Seguro se quedaron en el hotel, luego te las paso— comenté fastidiado.
—Ven a cenar a la casa un día antes de la feria, ¿Qué dices? Abrimos una
botella de vino o ron y la pasamos bacán— dijo y revisó el celular.
—Sería chévere. Me pasas tu ubicación y esperas en la puerta por si me
pierdo— le dije y recibí una llamada.
—Hola, soy la asistente de Eduardo Garibaldi. Me dijeron que te llamara
para informarte que en veinte minutos pasaré por ti para ir a la biblioteca
nacional. Allí conocerás a los escritores con quienes vas a compartir
escenario en la tertulia del tercer día de feria— me dijo con serio acento
español.
—Genial, comprendo; pero te espero en una hora porque ahora estoy
conversando con un amigo— le dije con la respectiva sobriedad.
—Está bien. En una hora nos encontramos en la recepción— dijo y colgó.
—Era la asistente del editor; aunque más parece un robot— dije con
humor. Manuel esbozó una sonrisa.
—Bueno, bro, ya no te quito más tiempo. Debo volver a casa porque Mia y
Kelly necesitan de mi presencia— dijo emocionado.
— ¿Quién lo diría, ¿no? El loco de Manuel convertido en un ejemplar
padre de familia— le dije al tiempo que nos levantábamos de las sillas.
—Y pronto seré un hombre casado— añadió orgulloso.
—Te felicito una vez más— le dije estrechándole la mano.
Regresé al hotel para desarrollar mis actividades como escritor
internacional invitado a la gran feria de libros de Madrid, como según decía
en un carné que colgaría de mi cuello durante el evento.
Días más tarde, poco antes de salir con dirección a la casa de Manuel y
Kelly, pensando en lo increíble que suele ser la vida para juntarlos de
nuevo, con la idea de adquirir una buena botella de ron cubano en alguna
licorería cercana y charlar entre risas y nostalgia durante un tiempo
importante, recogí las entradas en físico que yacían dentro de
‘Las sonrisas de un corazón en catorce relatos’, mi nuevo libro de cuentos
posterior a ‘Emociones del tintero’ y en ese momento me acordé
profundamente de Mariana.
Era ella acaparando mi vida en todas sus dimensiones, en esas facetas que
tanto me hicieron feliz y siendo descritos algunos sucesos en varios títulos
de un libro de cuentos que pronto en la capital española vería la luz en
Europa. También escribí acerca de Circe, de su galaxia y su fama dentro de
mi cabeza como un ente divino y celestial que duerme en mi alma y
también habita en los confines del espacio. Metí mis risas con los amigos
nuevos y los ratos de antaño con los antiguos, las carcajadas junto a
Mariana y esas vivencias espontáneas como sublimes que supimos
aprovechar y gozar.
No escribí tragedias porque estaba harto de las mismas. Por eso son
cuentos, así capturo solo los mejores momentos y los invoco en relatos que
escribí riendo y sintiendo al corazón libre de tanto amor.
Rápidamente abrí el ordenador y busqué la sede de la empresa en Europa.
Aparecieron tres lugares: Múnich, Londres y Madrid.
Supuse que no elegiría Alemania por el idioma; Londres podría ser porque
de niña soñaba con una foto en el Big Ben, le agradan las lluvias y tiene
facilidad para con el inglés; pero un cofre de recuerdos se abrió en la mente
y me recordó que tiene familia en España; Barcelona para ser exactos y que
tal vez, quisiera estar cerca; aunque no tanto, entonces inevitablemente
busqué en la sede de Madrid encontrando su nombre y fotografía en lo más
alto de la escala de puestos.
Se veía preciosa. El cabello un poco más corto, las mismas facciones del
rostro; aunque sin sonreír, con pestañas naturales, labios ligeramente
pintados, un atuendo sofisticado, los brazos cruzados y la mirada tan segura
como penetrante. Sentí que podía mirarme e intimidarme en un segundo.
La imaginé sonriendo después de la fotografía de rigor como quien aguanta
una risa para la imagen institucional. Bebiendo café al tiempo que atiende
trabajos sumamente importantes y guiando a los nuevos valores a seguir
sus sueños.
Supuse que había vencido la angustia tanto como yo; aunque a veces me
asaltaban momentos de dolor que poco a poco iban desapareciendo.
Averigüé la dirección de su casa en Madrid, la copié en el Maps del celular
y me di cuenta que daba la casualidad se hallaba a la espalda de mi hotel.
A veces la vida resulta ser un racimo de ironías. O tal vez, al destino le
gusta tomarse un par de descansos.
—Manu, voy a llegar una hora más tarde, no cenen sin mí— le escribí en
un mensaje.
— ¿Ya averiguaste dónde vive? — Dijo sugerente. La cena se puede
calentar; el amor se podrá enfriar. Aquí te espero, campeón— añadió con el
pulgar arriba.
Con la dirección en la pantalla fui caminando hasta lograr ubicar la cuadra
y el número donde se encuentra su casa.
No me detuve a meditar alguna estrategia de conquista, tampoco pensé en
argumentos románticos ni siquiera supuse que debía improvisar. Solo
deseaba verla y saber cómo estaba. Lo único que quería era estrecharle un
saludo, preguntarle, tal vez, ¿Cómo te ha ido?, ¿Es bonita esta ciudad?,
quizá, para quedarme en vacaciones.
Crucé la avenida de doble sentido para caminar por un estrecho pasaje
rodeado de jardines y arboleda que me condujo a un parque muy similar a
los tantos que circundan en la Lima donde crecí y memorizando el numeral
de la dirección me detuve en la entrada de la casa gris con amplias ventanas
en el segundo nivel cuyas persianas lavanda no daban rastro a observar lo
de adentro y un portón marrón oscuro cerca a la sólida puerta con palmera
en crecimiento a unos pocos metros.
Supuse que el jarrón de barro colocado de lado era parte de la decoración y
el gris en la pared distinto al blanco en su casa anterior una nueva
tendencia, si le agrego, mientras me acerco, que seguramente las cortinas
llevan maquinaria tecnológica para correrse en un botón, ella andaría a la
vanguardia que tanto le fascina.
Toqué el timbre, guardé, saqué y volví a ocultar el celular en el bolsillo
estirando la chaqueta por debajo y por las mangas soplándome en la mano
para enseguida frotarlas, verificando una última vez mi imagen en el reflejo
de la pantalla y a la espera inquieta por verla salir pensando en las distintas
reacciones que ambos pudiéramos tener.
—Hola, ¿Quién es? — Oí una voz familia.
—Hola señora Gloria, ¿Cómo está? A los tiempos— le dije dejándome de
nerviosismos sabiendo que me miraba por el agujero de la puerta.
Oí una especie de risa en señal de emoción y el sonido del cerrojo abrirse.
— ¡Hola, a los años, corazón! Estás idéntico a las fotos en las vallas de las
calles de la ciudad— dijo abriendo los brazos para saludarme.
—Vi tu película, estuvo buenísima. Mari, yo y las chicas nos pusimos a
llorar como niñas cuando la pasaron por Netflix— añadió enseguida con
mucha emoción teniéndome atrapado en un afectuoso abrazo.
—Me alegra que hayan podido verla— respondí con una sonrisa emulando
la suya, cogiendo sus manos cada vez más arrugadas como si dos años
fueran décadas y verificando si por detrás de su presencia alguien asomara.
—Supongo que estás en Madrid por la feria, ¿verdad? — Preguntó dejando
quieta a su exacta dentadura como si se trataran de tabletas de mascar
pegadas a su boca.
Asentí con la cabeza con cierta timidez.
— ¡Ay disculpa! — Se hizo a un lado y me dijo: Pasa, corazón. Déjame
invitarte una tacita de café como los tiempos en San Miguel— dijo con un
dulce carisma.
Entré timorato, vi la piscina ovalada con agua justa para un chapuzón, un
par de tarimas coloridas con colchonetas y flotadores con forma de
animales regados en el jardín y unos trinches cerca por si algún insecto
pareciera en el agua.
—Vamos a la sala, no te quedes afuera, por favor— dijo junto a un gesto
amigable viéndome estático observando a detalle el jardín de su casa.
La seguí adentrándome en una puerta de vidrio que se cierra de noche,
caminamos por un pasadizo con marcos de antaño en donde nunca se le vio
a Mariana porque pintores góticos y renacentistas quedaron como decorado
y me invitó a sentarme con otro ademán en uno de los tres muebles
ubicados en la sala, una amplia, con dos arañas preciosas, lujosas y
cuidadosas sobre mi cabeza e ignorando al resto del decorado por
enfocarme en su madre amigable y atenta frente a mí, dirigí el cuerpo al
sofá individual tan pulcro y cómodo como para leer durante una tarde de
abril o tomar una siesta después del trabajo.
— ¿Y cómo has estado? — Preguntó acomodándose en frente. Llevaba los
cabellos en canas camufladas entre los castaños, un atuendo de buzo para
día de semana y sonriente como muchas veces.
—Bien. Todo bien, ya sabe, trabajando duro por alcanzar los sueños
literarios que siempre tuve y que ahora están dando sus frutos— respondí
sonriendo viéndola a detalle y a la vez atento por si alguien, quizá Mariana,
apareciera de repente para asaltar mis emociones.
Es curiosa la manera como a pesar de compartir tanto tiempo con alguien,
sentirse tan apegados y en conjunto a sentimientos y horizontes, logran
volverse tan distantes al paso del tiempo al punto que no llegan a conocerse
como creyeron. Aunque a algunos les enriquece el nerviosismo de lo
inesperado, a mí me nubla, tanto que podría verla y no sabría qué decir. —
Veo que te va muy bien, hasta en la tele apareciste. Mari y yo te vimos en
una entrevista que diste para la CNN en donde hablaste de tus libros y los
proyectos que tienen para llevarlos al cine— comentó emocionada en
sonrisas y ademanes.
—Bueno, escribir siempre fue mi pasión como Mariana y la arquitectura.
Apropósito, ¿ella se encuentra en casa? — Le dije atento a sus gestos
sintiendo la duda aglomerar la garganta desde hace unos minutos.
—Mariana ya no tarda en llegar. Seguro tienes muchas ganas de verla—
dijo y sonrió otra vez con esa dentadura causa de los euros.
— ¿Y ella de verme? — Se me ocurrió preguntar.
—Muchísimas, corazón; pues a pesar del tiempo, ella se sigue
emocionando cada vez que te ve en la televisión o sale a la venta alguno de
tus libros— contó con dulzura.
Sonreí.
— ¿En serio? — Quise saber cómo niño curioso.
—Eres su escritor favorito— tuvo la respuesta perfecta.
Sonreí a pesar que hubiera podido llorar y ambas manifestaciones de
emoción hubieran sido válidas y reales.
—Apropósito, le traje un par de entradas para que puedan asistir a la feria
sin tanta fila— le dije hondando en los bolsillos de mi chaqueta.
—Gracias, siempre fuiste muy atento— contestó cogiendo las entradas y
viéndolas en su completa dimensión con lectura incluida.
—Corazón, déjame preparar los cafés y vuelvo— dijo enseguida
levantándose con lentitud y asomándose a la cocina deteniéndose en el
umbral con una pregunta, ¿todavía te gusta el croissant o eres de pan y
mantequilla?
Nunca antes me había propuesto ninguna de esas alternativas.
—Lo que usted prefiera, señora Gloria— le dije esbozando una sonrisa.
Ella prosiguió adentrándose en la cocina cruzando una mampara blanca.
Se veía idéntica, salvo por algunas canas que resaltaban de su cabello, las
arrugas en el rostro causan de la edad acelerada de su tiempo y el andar
cansino por obra de razones desconocidas.
—Si gusta la puedo ayudar— le dije parándome de la silla notando que no
hallaba los utensilios necesarios.
—No te preocupes, corazón. Yo puedo sola— contestó con la mano alzada
a pesar de estar de espalda.
Incliné el cuerpo hacia atrás y noté un blíster de pastillas regado en el suelo
a centímetros de la puerta corrediza.
—Señora, parece que se le cayeron unas tabletas— dije en voz alta.
—Déjalas en la mesa, son para la memoria. Ya imaginarás como empieza a
afectar la vejez— respondió con una risita.
Sin embargo, mientras no olvide tejer, voy a seguir siendo feliz, comentó
emocionada.
Me levanté del mueble, cogí las pastillas y dejé donde indicó esperando
impaciente que terminara de preparar los cafés con la magia de un barista.
Tras notar la demora y sentir que todavía tardaría un tanto más en el
artilugio cafetero, se me ocurrió dar una vuelta por la casa para curiosear
un poco, distender las piernas y plantar la vista en los retoques sin previo
aviso; aunque manteniendo la mirada en su silueta de espalda por si llegara
a voltear.
En una antigua repisa marrón de espejo con arte barroco había un ejército
de marcos de plata con fotografías de Mariana en el kínder, junto a su
maestra de la escuela primaria, en su fiesta de promoción entre sus padres,
la graduación de la universidad; quizá, la imagen más emblemática por la
amplitud de la foto y otra sesión con sus amigas y hermanas en distintos
años. De una mirada enlisté los capítulos de su vida contemplados en su
abandonada habitación de Lima parando en una asombrosa imagen nuestra
entre la multitud.
En el cumpleaños cincuenta y cinco de su madre, la primera vez que
socialicé con la familia Benavides Torres, en su casa de San Miguel,
cuando estábamos de enamorados, tomaron la fotografía de forma casi
imprevista, yo cogiéndola de la cintura, ella con una risa señalando al tío
fotógrafo, a mi lado estaba su amigo y del otro lado la novia del mismo en
un momento de absoluto relajo y por qué no, también felicidad, a pesar de
los exabruptos por el fallecido galán y recordando los pasos de baile con
besos en su sala, estiré una clara sonrisa que se vio reflejada en la luna de
en frente.
Nos veíamos tan contentos, espontáneos y con luces de enamorados que
seguramente halló en tales virtudes la razón de su conservación.
Atrapado por el recuerdo de aquella noche, recogí el cuadro para visualizar
los detalles de su sonrisa cuando empezábamos la relación y quise sacarle
una foto para adjuntarla a una colección privada en una carpeta del
ordenador de mi casa cuando se oyó un llanto incesante que provenía de
una habitación.
Giré el cuello para comprobar si la señora venía. El llanto seguía, Doña
Gloria era inmune al sonido, la mampara puede que impida el ruido,
sospeché intrigado. Ella ya no estaba de espalda. Yo no la veía, no sabía
dónde se había metido y el lloriqueo aumentaba al mismo decibel de mi
curiosidad.
Me acerqué a la puerta blanca de dicha habitación tras caminar a paso
sigiloso y la empujé suavemente hasta contemplar una cuna rosa con finos
detalles de buena madera, en donde una niña angelical chillaba al borde con
una carita preciosa a pesar de tener desconfigurada su sonrisa y los cabellos
ondeados ligeramente disparatados luciendo una playera de imagen de
unicornio y pantalones de buzo color lila en conjunto a sus medias
ignorando por completo a los muñecos giratorios de encima.
Paró el llanto al verme cambiando el semblante lloroso a uno asombroso, le
regalé una sonrisa y fui asomándome para con un cuchicheo decirle:
Hola pequeña, que gusto conocerte. El bebé se sentó en la cuna y pareció
estar atento a mis movimientos. Le di la espalda para leer su nombre con
letras de colores debajo de un arco iris pintado en la pared del cuarto con la
delicadeza y pasión de una artista.
—Tu nombre es Alba— dije dando un giro para verla sonreír haciendo un
gesto con ambas manos en señal de aplauso.
Me percaté que había fotografías en el otro extremo. Mariana y ella en una
sesión de fotos con fondo blanco. Mariana, la niña y un sujeto como de mi
edad, bien parecido y con atuendo formal en otra. Las mismas tres personas
en una fiesta con piñata y bocaditos cogiendo los carteles ‘1 mes’ en otra
imagen, una foto de los tres en un bautizo y una última en donde se ve a
Mariana junto a su madre cogiendo una biblia en la entrada de una iglesia.
Abajo la leyenda decía: ‘El tiempo de Dios es perfecto’.
—Eres la hija de Mariana— dije con sorpresa viendo a la niña sonreírme.
Le devolví la sonrisa y añadí para mis adentros: Estoy contento por ti,
Mariana.
Se oyó el sonido de una puerta abrirse y la voz de la señora decir: ¿Trajiste
las verduras que te pedí?
—Vengo del trabajo, mamá. ¿Tomaste las pastillas? Tienes que hacerlo
todos los días o vas a empezar a olvidar las cosas— respondió una voz de
antaño tan conocida capaz de envolverme en ansiedad.
— ¿Alba está despierta? — La oí añadir para corroborar mi teoría.
—Duerme plácidamente— oí a la señora decir, parecía que estuviera cerca
de mí, me asaltó la preocupación y estuve a punto de salir; pero la pequeña
cambió el rostro como quien intenta llorar. La detuve abriendo las manos
como jugando con los dedos frente a sus ojitos.
—Déjame darle un beso y salimos al supermercado, ¿vale? — oí a Mariana
sobrio y resoluta, diferente a las veces en las que solía ser más alegre.
—Está bien, corazón— contestó su madre.
—Y, por favor, mamá, ¿Cuántas veces te he dicho que no puedes entrar a la
cocina? La puerta se cierra, ¿y quién te abre?, ¿Qué pasaría si yo no llego
hasta la noche? — empezó a decir fastidiada.
—Lo olvidé. Quería un cafecito y un croissant para ver la tele y ya no supe
porque estaba adentro— dijo resentida.
—Tengo que quitar esa puerta; pero si lo hago, seguro olvidas apagar la
tetera. Ma, por favor, la cocina ya no es para ti. Quédate en el estudio, ahí
tienes tu almuerzo y los bocaditos que te gustan, no salgas hasta que yo
venga y juntas vemos tus grandes diseños— dijo con ternura.
Imaginé que se acercaba a su madre para darle un abrazo amoroso.
—Yo también te quiero— la oí decir después como si tuviera un altavoz.
Se oyeron sollozos, supuse que eran palabras en un afecto y sentí la
imperativa necesidad de salir de la habitación.
Se me ocurrió hacerle una seña a la pequeña para que viera en otra
dirección; pero Alba escuchó la voz de su madre hablándole al tiempo que
se asomaba logrando que la bebé entrara en un enigmático y sumamente
mágico movimiento entusiasta y emocional ignorando al dedo señalando
los muñecos de arriba, al hombre en frente tratando de buscar una
distracción para zafar y aventurándome casi al momento en que pudo entrar
a un comportamiento cerca de la habitación como una especie de refugio
para las cosas inservibles. Desde allí pude ver a Mariana atravesar el
umbral de la habitación al compás del sonido de sus zapatos de tacón,
luciendo una elegante falda negra y una blusa blanca de mangas larga, el
cabello como en la foto de la web y el perfil aerodinámico como la conocí.
Sonriente y soltando palabreos de amor mientras se adentraba para engreír
en dulces afectos a la niña que se convirtió en su nuevo horizonte.
No pude mirar el resto de la escena para no ponerme en evidencia, se
escuchó un cántico de amor tan puro y honesto que hasta las lágrimas
quisieron salir imaginándola atada al cuerpecito de la hija que tanto alguna
vez quiso.
—Mi hermosa Alba, disculpa la demora, se me hizo tarde; pero ya estoy
aquí para cuidarte. Te amo mucho, corazón de melón— oí y aproveché el
momento para zafar; pero me detuve a un metro de la puerta para verlas en
mágicos giros sobre un eje, una en lo alto y la otra viéndola sonriente con
ojos en luces. Idénticas como dos almas gemelas de barajas de una misma
vida.
Una lágrima resbaló contemplando la imagen de Alba y Mariana
impartiéndose amor en elocuentes decibeles comprendiendo a la vez que ya
no pertenecía a ese mundo.
La niña abrió los ojos y por el encima del hombro donde estaba su rostro
me regaló una última sonrisa e hizo un gesto con sus manitos como si nos
conociéramos de tiempo.
Tal vez, en otras vidas, pensé. Y me fui.
De repente, se escuchó el celular. Supuse que Mariana dejó a la bebé sobre
la cuna y respondió.
Cruzaba la sala con dirección a la salida cuando oí: Hola, te esperamos para
cenar. No tardes. Alba te manda cariños.
Una mistura de sensaciones recorrió mis entrañas mientras caminaba hacia
el hotel, entre ellas la emoción por haberla visto feliz. También tuve
nostalgia por no formar parte de ese nuevo universo, me dio gracia la
actitud entrañable y siempre simpática de su madre, me contenté por sus
logros laborales y el papel de madre que tanto quiso y al fin pudo lograr.
Me emocioné tanto que quise llorar; pero me contuve entendiendo que a
veces la vida te muestra una faceta horrorosa de la misma y luego de
algunos giros te devuelve al camino.
Mariana y yo no logramos conciliar ese sendero nublados por la tragedia a
pesar que vivimos grandiosos momentos.
El tiempo le dio la razón otorgándole una paz en otro andar y a mí todavía
mucho por escribir.
Cerca al hotel me llamó Manuel.
— ¿Ya vienes? Kelly, Mia y yo te estamos esperando. O, acaso...
—No. Eso no ocurrió...
— ¿Sabes qué el ron lo cura todo, ¿verdad? — dijo con algo de humor.
—No hay nada que sanar; aunque sí necesito de un trago— le dije.
—Bien. Entonces, te esperamos— aseguró amigable.
—Olvidé las entradas en la habitación. Las recojo y voy para allá—
respondí.
—No vamos a cenar ni abrir la botella de ron sin ti— aseguró.
—Llego en treinta minutos— le dije con ímpetu.
Al momento de aparecer en casa de Manuel le di un abrazo entendiendo las
señales de sus gestos en el rostro y le dije: Me satisface verla feliz.
—La felicidad de quienes amamos a pesar que no estén con nosotros es la
expresión de amor más noble— respondió en el abrazo.
El amor en todas sus dimensiones siempre es sublime, pensé.
Y nos adentramos para compartir con su linda familia hasta entrada la
madrugada. Intercambiamos anécdotas de antaño, comentamos acerca de
lugares visitados aquí o allá, los oí hablar de su historia de amor capaz de
emocionar o conquistar al corazón de cualquier poeta y culminamos la
jarana con dos botellas de ron vacías sobre la mesa, cigarrillos regados, la
cena fulminada y temas de conversación que quedaron pendientes en el
tintero por causa de un inevitable cansancio.
Cuando me fui, a pesar que pidieron acogerme, los vi abrazados en la
entrada, tiernos y maduros, distintos físicamente, por los rasgos en las
esquinas del rostro, los cabellos en cambios más acorde a quien son, las
prendas sobrias y las sonrisas iguales a como los conocí hace más de diez
años. Estiraron las manos para despedirse al tiempo que entraba en un taxi
por aplicación y retornaba a mi hotel diciéndoles en exageradas
articulaciones que los vería en unos días.
La feria de libros de Madrid es el evento en donde cualquier escritor
quisiera estar. Era mi primera vez como participante de una tertulia y
andaba más que emocionado junto a Garibaldi y su nueva novia encargada
de las fotos.
Me sentí a la altura de tan magno suceso compartiendo mesa con escritores
contemporáneos en una charla que se extendió por dos horas y algo más.
Tras un receso para beber y comer me indicaron que estuviera en un stand a
la espera de lectores ansiosos por un ejemplar de mis libros publicados;
aunque la nueva edición de ‘La última tarde’ fuera de los más solicitados.
De repente, en medio de la cola de decenas de lectores a la espera de la
firma de su ejemplar, vi a Mariana, la pequeña y hermosa Alba cuyos
cabellos se asemejaban a los de su madre y la señora Gloria asomándose
hacia mí como si se tratara de las únicas personas en tal olímpico
panorama.
Nuestras miradas se conectaron haciendo que dejara la pluma y me
levantara del asiento para acercarme a saludar mostrando una sonrisa de
emoción incapaz de manifestar en realidades lo que verdaderamente podría
habitar dentro de mí; aunque sus chispazos de afecto denotaran alegría a
pesar que me sintiera nervioso, ansioso y propenso a correr hacia sus
brazos.
Ella estiró la mano en señal de saludo e hizo un gesto indicando la cantidad
de personas que vinieron a adquirir mi libro mostrando asombro en una
mueca muy elocuente que cambió rápidamente por una ancha y bella
sonrisa capaz de iluminar nuestro camino como faro en la madrugada. Se
veía preciosa con un atuendo informal muy distinto a las imágenes en
redes, una playera blanca de cuello en uve, pantalones ceñidos y calzado
deportivo, los cabellos sueltos, lentes de sol sobre la melena y radiando
luces multicolor como si su aura se prendiera ante mí fue viniendo como en
sueños de antaño la imaginé.
— ¡Mi brother es un escritor famoso! — Escuché a Manuel atropellarme en
un abrazo. Kelly y la dulce Mia estaban a su lado luciendo el mismo diseño
de chaqueta.
—Preciosa, tu tío es famoso. Mira toda la gente que vino para que le firmen
el libro— le dijo a su hija, quien también se vio asombrada.
—Yo también quiero que firmen mis libros— dijo Mia con alegría jugando
con las manos en ansioso deseo.
—Pero cariño, acaba de hacerlo hace unos días— respondió Kelly
indicativa.
Yo miraba a Mariana, quien cada vez se encontraba más próxima andando
a paso lento junto a su manada de acompañantes a quienes hubiera deseado
no invitar indirectamente.
—Papi dice que tiene un nuevo libro y también quiero tenerlo— dijo la
pequeña con ternura.
Vi a Manuel rendido ante los pedidos de la niña, escuché de nuevo el
llamado a mi amigo con apelativo nunca antes oído.
— ¡Papi!, ¡Papi! Quiero el nuevo libro, por favor— volvió a decir la
parlanchina Mia de anteojos, vestido y chaqueta como una cenicienta
saliendo de una fiesta. A mi amigo hablándole de rodillas sobre adquirir la
obra de inmediato como un padre ejemplar que está a punto de darle un
inolvidable regalo a su pequeña.
—Brother, ¿me das un libro? — Me dijo distendido.
—Si me esperas hasta la tarde, te doy uno; pero si lo deseas para ahorita,
tendrás que acercarte al mostrador y coger de la pila antes que se agoten—
le respondí entre serio y bromista.
La niña intelectual colocó sus manos en la cintura como quien espera su
petición sin peros ni otras razones.
Kelly, viéndola desafiante, también se agachó para decirle: Cariño, ¿Qué te
parece si damos una vuelta y esperamos que se achique la cola?
Mia seguía sin comprender de razones, ella anhelaba su libro como
recompensa a su prodigio en la escuela.

—Mia, gustoso te lo firmo y no tienes que hacer cola— le dije


agachándome para estar a la altura de los tres.
Manuel y Kelly me dieron una mirada cómplice como preguntándome si
estaba seguro de lo que iba diciendo.
Por otro lado, Garibaldi y su fotógrafa, realizaban gestos para que volviera
a la silla del stand y continuara con la firma de ejemplares.
Cuando me reincorporé no volví a ver a Mariana. Se había perdido entre la
multitud. La fui buscando con la mirada mientras que Kelly le hablaba a
Mia acerca de la importancia de una feria de libros al tiempo que Manuel
se asomaba al stand para recoger un ejemplar oyendo las peticiones de
Eduardo porque volviera a mi lugar lo antes posible debido a que el sitio
comenzaba a aglomerarse de una manera alucinante.
Le di preferencia a la pequeña Mia estampando mi rubrica en la primera
hoja del libro, nos sacamos una foto los dos para su próximo perfil de
Instagram y otra junto a los dadivosos y amorosos padres poco antes de
retornar a mi puesto mientras que la familia se alejaba de mí con
intenciones de seguir recorriendo los pabellones de la feria.
Cuando volví a mi asiento predispuesto a continuar con la firma,
curiosamente, allí estaba otra vez. Apareciendo entre la multitud de lectores
con direcciones desiguales, diferenciándose del mundo por la luz en su
sonrisa como una divinidad que desciende de los cielos, andando sin
mirarme; aunque imaginando el lugar donde la esperaría voluntario como
un pacto de dos mentes cómplices o corazones destinados.
Todavía conducía el coche que llevaba a Alba con cinturón y juguete en
mano, al lado del sujeto simpático de la foto en el cuarto, junto a la señora
Gloria viéndose distinta a pesar del par de años, quizá víctima de una
enfermedad silenciosa, una dama con uniforme de empleada y un
cachorrito dálmata mirando al suelo, asomándose de a poco al sitio donde
se hallaba el stand de Grupo Editorial Internacional Máquina del tiempo,
allí donde, sentado y robotizado, impartiendo firmas y sonrisas para las
cámaras de apacibles lectores, se hallaba el escritor que dejó en la Lima
que alguna vez compartieron.
Me dio una sonrisa cuando se topó con mi mirada, le regalé una sonrisa
cuando alzó la mano y vi que le dio indicaciones en susurros al muchacho a
su lado, quien se percató de mi presencia y le dio una sonrisa cómplice para
enseguida coger el coche donde se hallaba la niña jugueteando con su
unicornio y fue acercándose sin detenerse al tiempo que yo también lo
hacía entre la multitud de lectores que giraba para ver al autor escaparse de
su mesa para reencontrarse con un amor del ayer o el presente.
—Hola— le dije estirando una ligera sonrisa al tenerla en frente.
—Hola— me la devolvió de igual manera teniendo los cabellos cayendo
por sus hombros.
Coincidimos en el centro de la feria. Entre la multitud y los libros. Siendo
dos a pesar del mundo que nos rodeaba. Tal vez, como una costumbre.
—Mira cuanta gente vino a verte— dijo en una alegoría con las manos y
orgullosa en la luz de la sonrisa dando un leve giro sobre su eje para tratar
de verificar el final de la cola.
—Vi tu foto en la página de la empresa. Gerente General, Mariana
Benavides— le dije haciendo un marco con las manos sin dejar de sonreír
ante sus mejillas ligeramente ruborizadas.
—Vivir de las pasiones, tarde o temprano, engendra beneficios, tú deberías
saberlo mejor que yo— respondió sutilmente.
Sonreí inevitablemente queriendo inconscientemente poder rozar su mano
con la mía.
—Qué estupendo. Sabía que llegarías muy lejos tanto en Lima como en
donde quisieras estar— añadí con orgullo.
Ella sonrió.
—Dime algo, ¿vas a estar firmando libros toda la noche? Porque parece
que la cola circunda la feria— dijo con humor.
—Si tienes un ejemplar, te lo firmo ahora mismo porque tienes un cierto
derecho exclusivo— le dije de la misma forma.
Compartimos otra sonrisa.
— ¿Sabes? — Dijo con su típico prólogo antes de un argumento deseando
por el movimiento de muñeca alcanzar en algo parte de mi mano.
Estoy contenta, orgullosa y emocionada por volver a verte, aclaró una idea
como noción muy arraigada a su anterior, una que quizá, había olvidado
sentir.
—Yo también estoy contento de verte— le dije inmediatamente como si
estuviera hipnotizado por sus ojos verdes y los cabellos lacios cerca de las
mejillas rojizas.
— ¿Y si…? — Se le ocurrió decir de repente y se fue acercando abriendo
los brazos lentamente como si estuviera pidiendo permiso para darnos un
abrazo.
—Por supuesto, yo también iba a consultarlo— le dije asomándome
lentamente a su regazo como si los tantos abrazos que alguna vez
compartimos estuvieran resquebrándose dentro de los cuerpos gélidos.
Convergimos en un afecto que pudo haber durado un segundo más que la
eternidad si no fuera porque compartimos otra realidad.
—Me alegra que te haya ido muy bien en esta ciudad— le dije tras el
abrazo.
—Gracias. Aunque... según dices, me hubiera ido igual de bien en Lima—
respondió tímidamente.
—Sin embargo, esto es lo que quisiste— le dije haciendo hincapié al
pasado.
—Sí... Eso creo— dijo y sonrió para ocultar su duda.
—Además, veo que tienes una linda niña— le dije con una sonrisa
distendida como si no me hubiera afectado dicho presente.
Me vio confundida. Las cejas fruncidas dejando ver una ligera grieta en la
piel causa del tiempo y el estrés.
— ¿Cómo dices? — La oí decir sin salir de esa confusión.
—Ah... ¿Te refieres a Alba? — Acotó en una pregunta que resolví contestar
con un robotizado gesto de mandíbula hacia abajo por no saber qué acotar.
—Sí, es muy linda. De hecho, es como una doncella— dijo y de inmediato
preguntó: Pero, ¿Cómo sabes que hay una niña en mi casa?
— ¿Qué, es que acaso tu mamá no te lo dijo? — Le devolví la pregunta con
la misma intriga.
Se puso las manos en las caderas en posición de espera cambiando el ceño
fruncido por una veloz elevación de cejas.
—Lo único que sé es que ibas a estar presentándote aquí— dijo con los
brazos estirados mostrando el ambiente.
Bueno... Eso cualquiera que mira la tele u observa los banners de las calles
lo sabría, acotó displicente.
—Fui a visitarte. Vi a tu madre, le di un par de entradas y conocí a la
pequeña doncella— relaté lo sucedido.
—Pero… ¿En qué momento? — Fue lo primero que mencionó.
Yo iba a comentar; pero se sacudió junto a una frase muy particular. ¡Ostia!
Digo, ¡Rayos!
Me quedé viéndola sonriente.
—Lo que pasa es mi mamá está padeciendo principios de Alzheimer y tiene
que estar medicada para no olvidar— dijo en primera instancia.
Quizá, solo se le pasó, añadió con resignación.
Iba a agregar algo para que se despreocupara y mi sentida pena en frases
que suenen a consuelo sin tener la intención de serlo; pero interrumpió en
un arrebato con una siguiente pregunta.
—Por si acaso, ¿te encontraste con Leo? — La oí casi igual de confusa.
Supuse que era el chico de la foto.
— ¿Quién? — Pregunté para asegurarme.
—Leonardo, mi primo. Está allí junto a mi mamá y la pequeña— dijo
señalándolos con el dedo en un giro de medio cuerpo.
— ¿Cuál de los dos es tu primo? — Quise saber manteniendo la vista en su
grupo familiar.
—El de rulos es Leonardo, el otro es Mauricio, su amigo especial— me
dijo junto a una risa.
—Entiendo, entiendo— dije con cierta risa que me causó el asombro.
— ¿A qué se debe esa risa? — Quiso saber con intriga; aunque emulando
en algo mi risa.
— Espera. Espera. ¡Ostia!, ¡Caramba! — Fue diciendo aumentando el
decibel de la carcajada.
¿No me digas que pensaste que Leo y yo éramos… pareja? Añadió en una
pausa de la risa.
—Yo... Yo… Bueno, yo creí que era algo tuyo— le dije avergonzado.
— ¿Realmente creíste eso? — Preguntó dubitativa con la mano en el
mentón.
—Bueno... quería no creerlo; pero he dejado de conocerte— le dije
resoluto.
—Me conoces tan bien como yo a pesar que nos hayamos distanciado—
respondió con seriedad.
— ¿O no es así? — Cuestionó enseguida viéndome a los ojos.
—El tiempo nos cambia de alguna manera u otra; aunque muchos
mantengamos la esencia y promulguemos nuestra verdad ante la sociedad y
el mundo, mientras que otros decidan distinto a lo que dicen sentir— le dije
en modo reflexivo.
—Puede ser— comentó. Aunque… existen factores que desvían caminos.
Agité ligeramente la cabeza por ambos lados.
—No creo que cambiemos lo que sentimos por lo que transcurre. Yo, por
ejemplo, nunca he dejado de escribir; sí, a pesar que de niño me dijeron que
no me daría rentabilidad; sí, a pesar que no publicaron mis novatos intentos
de novela, y mírame ahora, tú misma dices que no alcanza la vista para ver
cuántos vinieron por su libro. ¿Lo ves? No cambiar mi pasión por escribir
me condujo aquí— le dije sobrio y tranquilo.
—Te felicito por los logros. Realmente estoy contenta y orgullosa por ti—
manifestó sus sentimientos con claridad. Por tu convicción y tu proyección,
añadió para consolidar el argumento. Y, de acuerdo a lo que mencionas,
también existen desviaciones, senderos alternos que se inventan o crean
cuando la realidad te impacta en la cara y penetra en el corazón procreando
sensaciones que te impiden tener contacto con la verdad, las llamas
tragedias y marcan como estigmas en el alma. De allí hacia adelante, las
personas suelen cambiar, mutar, conducir a otro destino y no mirar atrás—
dijo con roces de euforia en cada palabra como si quisiera meterlas en mi
cabeza.
—Hasta que… añadió antes que pudiera responderle.
Sientes el cansancio por correr demasiado rápido queriendo huir del dolor y
te detienes, de repente tomando un capuchino en la cafetería de la esquina
del edificio donde trabajas o leyendo una novela en digital sobre un sofá en
una tarde de lluvia, giras el cuerpo y la mente deseando mirar el ayer que
abandonaste y encuentras nostálgica un pasado nublado como si los
dividiera cientos de años. Entonces, te golpea en el pecho la abrupta y dura
emoción de pensar sí hiciste bien en correr; aunque, madura y sensata te
das cuenta que de nada sirven los arrepentimientos a pesar que estos
mutaran sigilosos en recuerdos que aparecen cuando te comportas como
una simple humana llena de sentimientos encontrados, finalizó agachando
levemente la cabeza mostrando una sonrisa estrecha y tras una sacudida
veloz de las palmas en su rostro volvió arriba para decir: Me acostumbré a
sentirme bien aquí.
Tengo un buen trabajo, bien mencionaste, soy la gerente general de un área
importante, el salario es abismal; aunque quizá solo sirva para mantener la
piscina, darle una buena calidad de vida a mi madre, apoyar a la familia
con sus intenciones por ser padres en un mundo abierto, enviarles regalos
de cumpleaños a los sobrinos engreídos y cuando tengo tiempo viajar dos
horas en auto hacia la casa de mi hermana o ver en Amazon, Netflix,
Disney o demás canales las series novedosas de las que tanto hablan en la
calle.
Compro libros, tengo los tuyos, vine aquí por eso; pero, te confieso que no
se si iba a leerlos, a veces leo de reojo tu Blog y otras veces lo cierro
cuando empiezo, porque siento que quiero y no volver a ese pasado
nublado, me enfoco en el trabajo y pierdo la ilación del mundo, soy
importante aquí, bueno, lo sería en cualquier frontera, lo aseguraste; sin
embargo, a pesar que he cuestionado mi destino, presiento que esta fue mi
decisión y me estoy haciendo cargo de ella, acabó de hablar con mistura de
emociones que se vieron reflejadas en la encrucijada de un rostro cuyos
gestos conocía, mas no realicé ningún acto por saciar sus manifiestos de
sensaciones.
—Me satisface saber que has logrado tus cometidos adaptándote a una
ciudad nueva que prácticamente volviste tuya, lo digo por el trabajo, la
comunión con la familia y el desempeño presente que tienes.
Sobre mis obras, me da gusto que los tengas en el librero de tu casa y
reitero mi orgullo por tus metas, pienso que nada se construye sobre tibias
decisiones, por eso, tu fortaleza tiene estas recompensas.
No sé qué pueda acotar acerca de tus emociones; sin embargo, es grato oír
algo que viene de dentro de ti— le dije con voz tenue.
Ella esbozó una sonrisa ligera, vi que pudo secar un cúmulo de lágrima en
sus ojos esmeralda y habló en tono distinto casi enseguida.
—Y, dime, ¿cómo has estado?, ¿Qué ha sido de tu vida?, ¿En qué
manifiestas un cambio interesante o repulsivo?, ¿Qué planes para tu
llegada?, ¿Estarás únicamente para la feria o tienes deseos de recorrer la
ciudad? — Preguntó con notable interés y distendida como quien deja de
lado el sentimentalismo.
—Bien. Muy bien. La película fue un éxito. Ya la subieron a Netflix y
muchos la están viendo— le dije sonriendo tras dictar una respuesta fácil
que conocía a la perfección.
—Sí, la vimos en casa, también te vimos en las noticias y tu rostro con el
libro en cada valla de la avenida haciendo casi imposible el hecho de
olvidarte— me dijo con una sonrisa y los pómulos rojos.
Estiré una sonrisa forzosa.
—La publicidad es parte del proceso— le dije ampliando la sonrisa.
—Y a ti que no te gusta estar en todos lados— dijo irónica.
—Estoy aprendiendo a reservar mucho de mí y mostrar únicamente lo que
exige la editorial— le comenté.
—Siempre fuiste un libro abierto— me dijo reflexiva.
—Todavía lo soy; pero no para el público en general— contesté resoluto.
—Y, ¿Cómo te sientes? Me refiero a…
— ¿Emocionalmente? — Interrumpí.
Ella asintió con la cabeza.
—Sí, las cosas anduvieron saliendo muy bien en ese aspecto. Me
consiguieron entrevistas para canales internacionales, estuve en ferias de
México, Guatemala, Colombia y Argentina compartiendo mi literatura y
manteniendo la sonrisa que tanto acostumbro mostrar— le fui contando
mientras la veía sonreír causa de un profundo orgullo que empezaba a
emerger como si hubiera estado guardado cada vez que me veía en las
noticias.
—Y... ¿hay musas rondando en tu vida? — Quiso saber como si fuera una
amiga.
—Estoy enfocado en la literatura— respondí tajantemente.
— ¿Seguro? Porque en fotos de tus redes se te ve bien acompañado— me
dijo con cierta ironía.
—Creí que no usabas Facebook ni Instagram— le dije con el mismo tono.
—A veces Leonardo deja su perfil abierto y yo no puedo soportar la
curiosidad— dijo mordiéndose la uña.
—Ah, entiendo— le dije sonriente. Y bueno, ¿Qué te puedo decir? Salí con
alguien; pero...
—Pero... — quiso saber llena de intriga.
—El pero me lo reservo— le dije con una sonrisa.
Asintió con la cabeza en señal de resignación.
—Dime algo, ¿Haz pensando en mí? — Preguntó y la vi nerviosa. Sentí
que era la pregunta que tanto quería hacer.
—A veces de noche, nunca de día, siempre escribiendo y jamás enojado;
aunque aprendí a no hacerlo de noche, me distraje de día y en enfados te
pensaba.
Pero con el tiempo desapareciste de mi rutina y apareciste en sueños— le
dije con la vista en sus ojos verdes cristalinos que parecían emanar tantos
sentimientos como centellas.
— ¿Sabes? Tú no has dejado de estar en mi mente— me dijo viéndome
fijamente tras oír cada una de mis frases.
Tal vez, por eso, no he vuelto a enamorarme, ni salir con alguien; quizá, me
han dejado de interesar los romances, añadió una sonrisa y prosiguió: Me
comprometí con el trabajo y tengo una monotonía de ida y vuelta a la
oficina. Confieso que me gusta, la disfruto; pero por momentos me siento
nula, como sin vida, añorando y extrañando esos despampanantes ratitos de
risa y afecto que parecen estar detrás de la neblina. Allí donde tú te
encuentras.
Me leyó la mirada cuando acabó de hablar y supuse que por eso acotó:
Perdona si nunca te llamé o contesté a tus primeros mensajes.
Me sentía apagada, ilusa, perdida, insensible y buscando una paz que creí
encontrar sin darme cuenta que la hallaba en ti.
—Señor escritor, lo están esperando— oí a alguien hablar detrás de mí.
—Creo que Eduardo ‘iris de dólar’ te está llamando— comentó con una
sonrisa.
¿Cuántos años han pasado para él? Sus canas y arrugas son vestigios de su
ambición, aseguró al verlo agitar la mano por detrás de mí.
—Hay mucha gente ansiosa por un autógrafo— le dije sonriente.
Pero he esperado mucho tiempo por estas palabras, añadí prisionero de sus
ojos.
— Las palabras pueden esperar, porque los sentimientos no se irán.
Quienes no pueden esperar, son tus lectores— me dijo esbozando una clara
sonrisa.
—Quizá podamos ir por un café y continuar con la charla—propuse
emulando su sonrisa.
—No he construido ningún mall en esta ciudad. Ahora estoy en mansiones
para gente adinerada; pero conozco buenos lugares para ir a tomar un café
cerca de un acuario y lejos de personajes con símbolo de dólar en los
ojos— dijo con su clásico humor y sonrisa.
Además, todavía tengo mucho que decir, puntualizó con seriedad.
A menos que no quieras hablar de... Tú y yo, añadió finalmente.
—Creo que tienes razón, hay mucho de qué hablar. De ti, de mí y de tú y
yo sin importar que estemos cerca de acuarios o rodeados de ángeles
vertiendo agua de la boca— le dije sonriente.
— ¿Puedo saber cuánto tiempo te quedas en Madrid? — Preguntó
jugueteando con sus manos como si estuviera nerviosa.
—No hay vuelo de regreso— respondí seguro.
—Señor Barreto, están esperando— volvimos a escuchar.
—Anda. No los hagas esperar, por ellos estás aquí. Luego te doy una
llamada, ¿vale? — Me dijo queriendo rozar su mano con la mía como una
despedida.
—Llevo meses esperando que lo hagas— le dije con la vista en el iris verde
cristalino.
—Prometo hacerlo sin titubear— respondió y nos alejamos sin quitarnos la
vista con los dedos queriendo sentir la yema de los mismos como en un
retrato.
La vi avanzar con dirección a su familia ubicada en una rotonda para la
circulación de los lectores que iban y venían con ansias voraces por llegar a
tiempo a una de las tantas firmas de libros o grandiosas como efímeras
promociones de obras ubicadas en cada uno de los diferentes stands.
Mariana caminaba a paso timorato, yo la miraba como las veces en las que
solía quedarme viéndola preparar tortillas en la cocina, di la vuelta
pensando que tendría que enlistarme en la órbita de autor notando la
presencia de Eduardo y Bere atentos a mi llegada para saciar las ganas de
rúbrica en desesperados, sonrientes y emocionados lectores que me
recibieron entre afecto convertido en palmas hasta que, inesperadamente,
de los tantos pasos y los ecos en los pabellones, descubrí el particular andar
suyo con el aroma único de su ser avecinándose hacia mí para caber en un
abrazo exacto que se dio al momento en que volteé y ella apareció
elocuentemente feliz para atraparme en sus brazos y yo volverla prisionera
de los míos ante la atenta mirada de los seguidores, el parloteo del editor y
la conmoción de su fotógrafa, la vista de su familia y la muchedumbre sin
entender los hechos. En una feria prodigiosa de Madrid, con mis obras en
hilera y sus sueños de arquitecta logrados con notable proyección. Con
sentimientos encontrados, otros desafiantes y descongelados y muchos
inertes sin saber cómo ser expresados, en un abrazo sólido y veloz que
pareció eterno y necesario, con un palabreo al inicio inentendible por parte
de ambos por el apremio y la prisa y una frase al separarnos que escribió el
preludio de, tal vez, una nueva historia.
—No solo es química y destino, somos nosotros— la escuché decir frente a
mí y únicamente se me ocurrió esbozar una sonrisa como cortina que oculta
al ejército de sensaciones y emociones vertiginosas, honestas y sin nombre
que habitaban en mi corazón desde que la vi y mucho antes de ello.
Quizá, comprendió que no tenía palabra para el momento, me dio una
sonrisa tímida y bonita, repitió que debía volver o dejarme ir y aclaró que
nos encontraríamos al rato para tener esa charla en pausa desde hace más
de dos años.
Volví a la tienda para comenzar a firmar los libros de los ansiosos lectores
recibiendo la recriminación de Eduardo en gestos airados que ignoré por
estar sumergido en el evento romántico de hace unos segundos y me
encargué de dibujar dedicatorias personales según el rostro de cada uno de
los lectores que esperaron el instante en que se encontraron frente a su
autor predilecto tras verlo comportarse como el personaje que refleja en sus
obras en un particular y simpático suceso que comentaron rápido tras cada
firma y fotografía.
Lizardo Brown daba una charla acerca de películas inspiradas en libros al
mismo tiempo en otro sector y seguramente mis hermanos estarían
expectantes a las incidencias de la feria por las redes sociales.
Manuel y Kelly se habían ido a la parte de lectura infantil y Mariana junto a
su familia continuaron recorriendo los confines de la feria.
El siguiente de entre la multitud fue un señor de bigote y camisa a cuadros,
quien al momento de posar su ejemplar sobre el escritorio presto a ser
firmado me hizo una pregunta: ¿Usted cree que nosotros podamos hablar
unos minutos?
Lo miré y no lo reconocí.
Abrí la primera hoja y pregunté: ¿A nombre de quién desea la firma?
—Tu libro cuenta la historia que viviste con mi hija— dijo viéndome a los
ojos con una voz ronca por algún mal en la garganta.
Yo soy el padre de Daniela y quiero que sepas que ella aún vive, acotó con
sobria seguridad logrando que enfocara mi vista en su casi completa figura.
Pude reconocerlo a pesar de la distancia de los hechos; pero ninguna
sensación irradió en mí porque justo en ese preciso instante sonó mi celular
con una llamada entrante por parte de mi hermano.
—Jeff, ¿Qué tal? — La dejé al responder.
—Te he llamado siete veces— recriminó.
Había visto sus llamadas perdidas poco antes de responder.
Es Amanda, dijo después con voz preocupada
— ¿Qué ha pasado? — Le consulté alterado.
—Parece que el cáncer ha vuelto— dijo sin preámbulos y un silencio
importante me atrapó como si estuviera ignorando al resto del mundo.
Le hicieron una resonancia magnética y hallaron otro tumor. La van a
operar en estos días, tienes que venir, dijo ansioso, entrecortado,
preocupado y nostálgico.
El robusto señor de camisa a rayas con bigote canoso tal cual sus cabellos,
quien lucía ojeroso y con el peso de las décadas en partes del rostro,
esperaba una respuesta más allá de mi seña con la mano abierta.
Maldije para mis adentros parándome de la silla ante el asombro de
Eduardo y Bere, quienes se hallaban charlando con partidarios de otras
editoriales acerca de temas en común.
— ¿Exactamente cuándo la operan? — Pregunté presuroso. La cola de
personas comenzó a murmurar, a más de uno se le cambió el semblante, el
padre frente a mi resolvió salir de la situación zafando con libro sin firma
mientras que Bere se asomaba para preguntar por parte de Garibaldi acerca
de lo que andaba ocurriendo detrás de la llamada.
—El viernes— me dijo como una voz de ultratumba.
Era lunes. Medité una respuesta coherente que no nos afligiera más de lo
que podríamos estar.
—Voy para allá, salgo en...
Vi el reloj de muñeca, a la gente expectante en cuestión de segundos, la
cara de anonadado de mi editor, a su chica sin saber cómo atentar contra la
duda, y pensé en Mariana y una propuesta por hilvanar algo de lo que
fuimos en una charla nocturna que nos debilitara en rencores y mostrara
madurez en las emociones; pero ninguno de esos eventos podría ser más
importante que la salud de mi madre.
¡Dos horas! Tomo el primer vuelo a Lima en este instante, prácticamente lo
grité.
—Te esperamos, necesitamos a la familia completa— aseguró con
serenidad.
Tenemos que superar esta desgraciada situación, añadió debilitando su voz.
No puede ser posible que vuelvan a ocurrir esta clase de eventos, volvió a
decir cada vez más tembloroso.
—Tranquilo. Unidos somos una fortaleza. Voy a arribar hacia Lima en este
instante, solo tengo que recoger mi maleta del hotel— le dije dócilmente
como si lo tuviera en frente.
Oí el sonido de su respiración agitada.
— ¿Dónde está Iván y los demás? — Consulté después.
—En casa. Estamos a la espera de unos exámenes previos a la intervención.
La familia está desquebrajada. Nos ha caído como balde de agua fría.
Muchos no sabemos cómo actuar, creíamos que lo habíamos olvidado, es
difícil superar esta situación. Te necesitamos, en serio— dijo con intervalos
de angustia y serenidad.
Maldije de nuevo para mis adentros. La gente en la cola comenzaba a
ponerse nerviosa. Eduardo agitaba los brazos con la boca abierta y las cejas
arriba, ignoraba su proceder airado, también las preguntas tenues de Bere
acerca de lo que ocurría en la llamada y le pedía paciencia al estimado de
lectores con una mano abierta para que no se sintieran tan ansiosos como
ofuscados.
—Jeff, a más tardar, estaré mañana por la mañana. Coordina con la familia
entera para juntarnos en la casa y hacer fuerza para que la operación sea un
éxito. Ten fe, hermano, ella ya salió de una, podrá vencer a otra— le dije
con un puntazo de seguridad en el final.
—Ahí nos vemos, hermano— dijo entristecido. Aquí te paso con Fernando,
te quiere hablar porque dice que no respondes los mensajes.
—Fer, he estado tan ocupado con las conferencias y las firmas que no he
visto el chat— le dije de inmediato.
—Te escribí como cien veces. ¿Es verdad que vienes mañana? Te
necesitamos en casa, estamos todos rotos; pero tratamos de estar unidos. El
diagnóstico es reservado, los camaradas de nuestro viejo la van a operar de
nuevo, estoy seguro que saldrá bien; pero hay que tener cierto cuidado. Un
cáncer que regresa siempre es vengativo— dijo en un vaivén de emociones
acabando en una frase profesional digna de un serio doctor sin escrúpulos
para hablar con la verdad.
Ya no recuerdo cuantas maldiciones dije para adentro.
—Fernando, tranquiliza a Jeff, es raro verlo tan preocupado. Entiendo que
sea el más apegado; pero trata de ponerlo en órbita. No quiero que cometa
ninguna locura— le di indicaciones con serenidad.
—Ayer sufrió una crisis nerviosa, fue extraño verlo así. Pero, Elena lo
calma. Estuvieron tan involucrados en el mundo virtual que la realidad les
dio una fuerte cachetada— comentó en primera instancia con la calma que
lo caracterizó en los últimos años.
—Bien, bien— dije asintiendo con la cabeza. Y, ¿Cómo está Orlando?,
¿Viene o se le hace imposible? — quise saber.
—Está aquí junto a Jeff, Elena y Luciana, estamos todos juntos, incluyendo
a nuestro padre; pero no sabe que te llamamos. Ya imaginas, no le gusta
molestar a nadie— dijo con voz baja.
—Esa costumbre suya por querer adherir los problemas de salud solo para
él— le mostré mi fastidio. Lo mismo ocurrió hace años, mi vieja con
cáncer y él sin contarnos hasta que la operaron y fue imposible no darnos
cuenta. ¿Es que acaso seguimos siendo unos chiquillos? ¡Superamos los
treinta! Y podemos estar ocupados en nuestras profesiones o actividades e
igual preocuparnos por quienes amamos.
—Es tarde para hacerles cambiar de percepción a los mayores— dijo con
un ligero humor. Sin embargo, lo hace para no preocuparnos, para no
desviarnos de nuestra labor o sencillamente para no involucrarnos en una
pena. Es parte de su amor, supongo, acabó reflexivo.
—Bueno, ¿ya te dijo Jeff, ¿no? Voy para allá ahora mismo, llego mañana a
las siete u ocho, quizá nueve. Espérenme en casa, que nadie vaya al
aeropuerto, yo iré de frente en un taxi y te aseguro que saldremos juntos de
esta situación— le dije imperativo.
—También hay algo que debes saber— me dijo tibiamente.
— ¿Qué otra cosa pasó cuando me fui? — Pregunté perturbado.
—Puede que no superemos esta situación. Te lo digo, porque eres el más
fuerte de los cuatro. Si algo ocurre, hermano, abrázanos a todos, por
favor— dijo casi al borde del llanto.
—Fernando, no permitiré que suceda. Ve con los demás, apacigua las
tempestades y no le comentes a nadie que iré. Nos vemos, hermano— le
dije con una voluntad que quiso que pudiera imitar.
—Te esperamos. Buen viaje— dijo endureciendo la voz.
Tras la llamada, agité las manos por la cara señal de absoluta preocupación,
despeiné los cabellos y recibí la pregunta incómoda por parte de Bere.
— ¿Qué ha pasado? —
—Debo volver a Perú— le dije guardando el celular en el bolsillo y
recogiendo la chaqueta por detrás de la silla.
—Pero… no puedes— me dijo y le di una mirada tan desafiante que corrió
a llamar a Eduardo, quien de inmediato se asomó intercambiando sonrisas
rígidas y manos abiertas con los confundidos lectores y los otros editores
que murmuraban entre sí.
— ¿Qué ha pasado, estimado? — Consultó casi al oído.
—Eduardo, escúchame, mi madre está enferma. La operan este sábado y
debo estar con la familia— le dije con la mirada en su cara anonadada.
Esquivé su cuerpo tras colocarme la chaqueta y me dirigí al estimado:
Amigos y amigas, les pido una enorme disculpa por lo acontecido, tengo un
serio problema y debo retornar a mi país. ¿Les parece si postergamos la
firma?
Se oyó un conglomerado de sonidos dispares que no tuvieron concordancia
hasta que Bere tomó la posta que debió coger Eduardo y se dirigió al
público.
— ¿Y si le damos un aplauso a nuestro autor? Está agitado y atareado,
merece como cualquiera de nosotros un descanso, ¿no creen? —.
La gente asentía con la cabeza comprendiendo la situación y elaborando en
manos la sintonía de un cálido aplauso general.
— ¡Muchas gracias a todos! — Les dije con voz alta.
Prometo volver lo más pronto posible, añadí con un volumen menos fuerte
huyendo de la tienda de la editorial como un fugitivo.
— ¡Señor escritor! — Oí a Eduardo hablar con rudeza. Me detuve y di
medio giro para verlo parado con la corbata desatada, el saco abierto y las
manos abiertas al son de un rostro desencajado como su atuendo.
Se fue asomando de a poco ocultando sus manos en los bolsillos.
—Garibaldi, no tengo tiempo para más explicaciones. Te entiendo, brother,
es el máximo logro de un autor el estar aquí, acabamos de empezar, hemos
dado fantásticas charlas y seguramente esperas que me acalambre la mano
de tantos libros firmar y créeme, lo haría encantado porque aprecio a
quienes me leen; sin embargo, si te preocupan las ventas, me descuentas de
la paga o mejor aún, quédate con todo lo obtenido, tomate unas vacaciones
en Ibiza con Bere, quien se derrite por ti aunque siempre me cayó mejor
Jackie; pero ese es un asunto tuyo, yo no me meto. El punto es… que debo
irme.
Y, lo siento, no quiero decepcionar los planes, trabajamos mucho para
hacer historia y lo logramos, siéntete orgulloso por eso— acabé con una
palmada en el hombro poco antes de continuar mi trayecto.
—Lo de las vacaciones— me dijo haciendo que volviera a detenerme. Voy
a tomarlo muy cuenta. Es más, me gusta esta ciudad. Tiene un distintivo
muy particular. Jackie fue mi gran amor; pero la perdí. Voy a intentar
reestructurar mi vida amorosa y la paga llega como siempre cada cuarenta
días, ya no vas a tener que visitar la oficina. Te la enviaré por correo, no en
código de barra.
Ve, hermano, olvídate del mundo y enfócate en la familia que una vez me
enseñaste a apreciarlos como nadie, finalizó esbozando una sonrisa.
—Hicimos historia— añadió sacando las manos del bolsillo. Literaria y de
amistad, gracias por todo.
Abrió los brazos y convergimos por última vez en un abrazo.
—Es una buena chica, no la pierdas— le sugerí al oído.
Eduardo estiró una sonrisa y nos separamos.
Bere se acercó por detrás cuando me iba, se cobijó a su lado y estiró la
mano en despedida. Vi de reojo que se dieron un beso y sonreí suponiendo
lo que ocurriría.
Llegué al hotel y alisté mis cosas mientras compraba un boleto de avión
para el vuelo más próximo atareado sin pensar en otro escenario que no
fuera el de estar cerca de mi familia en la sala de mi casa.
El sonido de la puerta no distrajo mi afán imperioso por cerrar el seguro de
la segunda maleta presuroso por salir rumbo al aeropuerto.
— ¡Un momento, por favor! — Grité terminado el acto.
Sin verificar por el orificio ni oír respuestas a mi imperativo comentario
abrí la puerta para saludar y al mismo tiempo despedir a quien quiera que
esté tocando.
— ¿Es esta una especie de venganza? — La escuché decir.
Acuerdas un reencuentro para conversar y te marchas sin avisar, añadió con
los brazos entrelazados y el porte firme detenida en el umbral de la puerta.
—Mariana, lo siento, no tendremos esa charla— le dije queriendo hacerme
paso por su cuerpo.
—Volví al stand y lo encontré cerrado. Le pregunté al vigilante y no supo
qué decirme; una pareja de lectores mexicanos me dijo que vinieron a verte
y les informaron que tuviste que cancelar la firma por temas personales de
los cuales no estoy enterada— me dijo con roces de molestia.
¿Qué es lo que ocurrió? Añadió tras una pausa impidiéndome el paso con
su brazo estirado.
— ¿Es que acaso no fue suficiente con la información recibida? — Le
aclaré.
Y, por favor, necesito que me des permiso, acoté con la vista en sus ojos.
— ¿Adónde se marchó lo cortes? — Preguntó irónica.
—Tengo prisa. ¿Te puedo resumir la charla para evitarnos conflictos? —
Le dije.
Ella seguía apoyada en el umbral sin dejarme salir.
—Nos veríamos en un café a tu elección, hablaríamos distendidos de
situaciones y escenarios superficiales que son importantes y a la vez útiles
como costras de lo que realmente anhelamos mencionar.
Y cuando al fin, tras discutir sobre el clima de Madrid en comparación al
de Lima, o acerca de mis obras y tus proyectos; lográramos adentrarnos en
el cráter de la conversación, ¿Qué crees que podría ocurrir?
Ella me quedó mirando fijamente.
Personalmente, no iba a pedirte que volvieras conmigo. Mucho menos
asentir tiernamente a cada una de tus justificaciones bien remuneradas y
sumamente concretas para hacerme entender o mejor dicho, hacerte
asimilar, porque huiste. Tampoco íbamos a tener un momento romántico
como en las películas o las novelas, de esos que derriten los hielos y
encienden los fulgores que el tiempo nunca oprimió. Porque; aunque yo sea
un autor de romance, siento el golpe de los años, el coraje del
resentimiento, la pena de la perdida y la acumulación de rencor que
tristemente no se marcha porque sonríes junto a la otra persona.
Lo siguiente que pasaría, Mariana, sería una pelea campal en un ida y
vuelta de argumentos hirientes y desterrados que saldrían en varias
direcciones como saetas que perforan el corazón y dan gusto verlas herir
porque quizá a los humanos nos guste dañar a quienes nos dañaron o sea
únicamente parte del rencor por la mezquindad o de repente lo único que se
sienta en ese instante.
Y así es como se vería nuestra cita en el café. Nada más y nada menos;
aunque, quizá, el capuchino no sea tan rico como en Perú—.
— ¿Sabes? Eres un idiota. Un completo idiota— fue lo primero que dijo en
una rabieta.
—Uno muy honesto— aclaré.
—Vienes a mi casa, invitas a la feria, acuerdas una conversación, en cierta
medida, también me ilusionas y de pronto actúas como si nada importara.
¿Crees que solo habría eso por decir? Coraje compuesto por palabras.
Actitudes negativas al ritmo de frases. Ironías y sarcasmos como pan dulce
sobre la mesa. Comentarios banales y recuerdos forzados que no van a
ningún lado.
Pues, te equivocas. Porque yo sí iba a decirte lo que verdaderamente siento,
contarte mis secretos, hablarte con sinceridad, proponerte supuestos
tangibles y reales y no únicamente dejarme avasallar por tu evidente y muy
entendible noción nefasta de nuestra realidad.
¡Yo sí iba a esforzarme porque nuestros hilos todavía conecten! —
prácticamente gritó su última frase.
— ¿No lo ves, Mariana? Vine por la feria, de casualidad, pasé por tu casa.
Quería saber en qué andabas como un viejo conocido intenta desempolvar
un pendiente con alguien. No creas que íbamos a conectarnos de nuevo por
los hilos del destino. Eso suena demasiado mágico para ser real— le aclaré
con seriedad.
—Por tu mirada, la sonrisa, los roces de la mano, los ánimos que se vieron
reflejados en esos minutos que hablamos olvidándonos del planeta, creí que
aún era destino— me dijo tibiamente.
—Hace dos años cuando me dejaste con el anillo en la mano me di cuenta
que estuvimos destinados a durar un tiempo definido— respondí
tajantemente.
Ahora, si me disculpas, debo tomar un vuelo, acoté zafando de la
habitación rumbo al ascensor al final del pasadizo.
— ¡No puede ser cierto! Porque te amo — La oí decir en un largo eco.
Volteé para verla parada cerca de la puerta de la habitación con el rostro
serio, los cabellos para atrás y las manos abiertas como en ansiedad. No me
di cuenta de la humedad en sus ojos hasta que me asomé colocándome
frente a ella para responder a su frase.
—También te amo, Mariana; pero estoy dolido, fastidiado y molido.
¿Puedes creer que volvió el cáncer a mi familia?, ¿Es que acaso no fue
suficiente perder a Circe? Ni siquiera estoy asimilando el sueño de ver mis
obras en España y ya tengo que lidiar con diversas situaciones que
posiblemente terminen en tragedias. Y, por si fuera poco, tú me reclamas
atención, anhelas una conversación que no puedo ofrecerte y esperas un
amor que solo con palabras puedo decirte. No puedo, no puedo esperar algo
de ti, ya lo hice una vez y nos perdimos tanto como me perdiste; puede que
suene a soberbia o mezquindad; pero es que sencillamente no puedo volver
a colocar mis emociones en una realidad contigo porque en cualquier
momento podrás cambiar de postura y direccionarte a otro camino sin que
yo esté enterado.
No puedo volver a creer en tus sentimientos. Mucho menos en un presente
como este y con los acontecimientos que empiezan a atravesar en mi vida.
Por eso, en teoría, te amo; porque no estamos para hechos.
— ¿Sabes? No he dormido pensando en este episodio. Fui cobarde al no
responder tus llamadas. Quería… desaparecer, ¿lo entiendes? Ella se había
vuelto mi vida y cuando…
—Queríamos, Mariana— corregí.
—Lo siento mucho, no quise lastimarte—.
—Siempre dicen lo mismo los que lastiman— le dije sereno.
—Quiero que me entiendas— siguió hablando con docilidad. Comprende
que tuve una decisión airada y nublada, que me comporté egoísta y hasta
ilusa.
Te juro que no hubo noche en que pueda conciliar el sueño porque te
extrañaba a rabiar, incluso, no pude socializar, ni siquiera salir a rumbear
para olvidar; era el trabajo y mi casa, la empresa y los súbditos, los clientes
y el dinero. Era, tal vez, yo queriendo acelerar el ritmo para querer olvidar.
Porque cuando la perdimos, también me perdí, ¿lo entiendes?
No era yo, era alguien rentando mis emociones, no eran esos mis
sentimientos; yo jamás hubiera dejado al amor de mi vida en Lima por
sueños que tejería a su lado.
¿Es tarde para disculparme? Lamento la situación en tu casa, entiendo que
debas partir y que no expandas detalles hacia mí; pero por favor, no te
vayas sin asimilar lo que te estoy diciendo a corazón abierto.
Estiró su mano con la palma precisa para estar untada a la mía.
—Como me hubiera fascinado ver esta imagen cuando fui a buscarte
desesperado— le dije compartiendo su gesto.
Nos hubiéramos evitado capítulos perdidos de nuestra vida. Yo…
atravesaron varios escenarios en mi cabeza y continué con la idea, habría
estado aquí contigo. Estaríamos presenciando mis sueños y tus sueños,
tendríamos la oportunidad de reinventarnos y quizá, volver a intentar
conciliar a Circe como una pareja que se ama y por ello supera hasta a la
barrera más alta y el dolor más hondo; pero míranos como nos decimos
adiós.
Puede que esto sea el destino que nos depara.
—No me tengas más rencor— dijo con tímida ternura.
Nuestras manos convergieron dócilmente señal de lo que éramos.
—No hay nada que disculpar, Mariana; pero el resentimiento y el coraje
todavía siguen atorados en el corazón— le dije con franqueza.
—Me encargaré de disiparlos; no sé cómo ni cuándo; pero lo haré. Puede
que sea tarde, muy tarde; quizá demasiado tarde; pero lo intentaré— dijo
firmemente.
Y… puede que vuelva a enamorarte, añadió esbozando una muy breve
sonrisa que correspondí enseguida.
—Nunca se te hizo difícil— le dije.
Pero los tiempos son distintos, tal cual el presente y los horizontes, acoté
con la misma seria honestidad.
—No te volveré a perder— me dijo como queriendo asomarse un poco
más.
Yo no me moví más.
—Debo irme, el avión sale en una hora— le dije mirándola a los ojos.
—Iré por ti— aseguró ante mi sorpresa.
Sonreí.
—No me creas si quieres— añadió con otra sonrisa.
—No es necesario, Mariana. Aquí tienes una vida que lograste construir
con esmero y esfuerzo, no la abandones por un amor del pasado que bien
puede llegar a ser un dolor de cabeza.
—Necesitaba de tu disculpa, no de sermones— dijo con seguridad.
Puede que no sea hoy y tampoco mañana; pero auguro que el destino nos
tiene más que una sorpresa.
— ¿Y si no quiere escribirnos otro capítulo? — Le dije en un ademán por
irme.
—Lo escribiremos nosotros— la escuché decir con la mirada fija en mis
ojos como queriendo profundizar en el alma.
—Ha sido un gusto verte de nuevo— le dije en un abrazo que no esperaba.
Y, por favor, no cometas otra locura. Esta es tu ciudad, aquí está tu familia,
no necesitas más, añadí en susurros para alejarme enseguida.
—Todavía tienes una cita conmigo en un café, no lo olvides— la oí decir
quedándose detrás y el eco de su voz me acompañó hasta la fila rumbo al
avión.
Ubicado en un asiento al lado de la ventana me dispuse a esperar el arribo
tras enviarle un mensaje de aliento y fortaleza a cada uno de mis hermanos.
No había traído conmigo ningún libro porque no tuve un día libre para
realizar las compras, tampoco era amante de las obras digitales y mucho
menos soy de quienes escuchan música por largas horas porque los
audífonos arruinan los oídos. Tan solo posé la vista en la ventana y esperé a
que voláramos mientras me sumergía en diversas reflexiones.
De pronto, oí a alguien decir: Es un viaje de más de diez horas, ¿Qué le
parece si conversamos un poco como nunca antes lo hemos hecho?
Giré el cuello para ver de quien se trataba y me di cuenta que era un señor
con canas en el bigote y partes de la cabeza, suéter en uve sobre una camisa
a cuadros y gordura prominente. Cansino, con ojeras causa del desgaste, la
piel seca con esquirlas en las mejillas, la nariz hinchada y los ojos claros
que eran como una luz en un rostro perdido. Surcó su mano por sobre el
asiento que nos dividía y acotó: Enrique Velázquez, un gusto.
—Un gusto, señor Velázquez, ¿no cree que es tarde para conocernos? —
Le dije seco y frío.
—Tarde… ¿sabes cuántas veces usé esa palabra? — reflexionó
acomodándose en el asiento con las manos cruzadas sobre su barriga.
¿Por qué fue demasiado tarde para compartir tiempo con mi hija?
Cuestionó con su voz ronca sin emanar angustia ni dolor como si estos se
hubieran adherido a él desde hace más de quince años.
Volvió a mover su cabeza hacia mí y preguntó, ¿has ido a visitarla?
—No desde la última vez— contesté sin verter emoción.
—A veces la veo en sueños— contó junto a una extraña sonrisa.
Es curioso, ¿sabes? Nunca pude tener una cadena de momentos con ella y
cuando despierto extrañándola me doy cuenta que no puedo tenerla.
—La vida son los pequeños momentos que atesoramos junto a quienes
amamos— reflexioné.
Asintió con la cabeza. La aeromoza hablaba sobre el ascenso.
—Esto ayuda— dijo al callar la dama uniformada. Sacó del bolsillo de su
camisa una petaca ploma que desenroscó con rapidez y acercó a su boca
para beber.
Quince años, ¿Cómo pasa el nada misericordioso, ¿no? Mencionó tras
limpiarse los labios con la manga de su suéter.
—Sí, ayuda— le dije con razón.
Él quiso compartir su cantimplora de licor.
—Ya tienes edad para beber— comentó en una rara broma.
Ella también la hubiera tenido, reflexionó con la misma melancolía que
más parecía ser su propia voz.
El ron mojando la garganta me hizo sentir un alivio necesario.
— ¿Te casaste?, ¿Tienes hijos? — Preguntó y volvió a tomar.
Negué con un movimiento de cabeza.
—Estoy viviendo mi tercer divorcio— comentó. Le di una mirada seca
como quien escucha sin querer dar opiniones.
Me metí a un ring de box con la vida y recibí una golpiza de aquellas
durante muchos años. Perdí a mi ex mujer, no volví a tener hijos; los de ella
me dejaron de hablar por culpa de esta, -señaló a la petaca- y tras vender mi
camioneta me fui a vivir a Madrid.
—Creí que usted radicaba en Estados Unidos— interrumpí.
—Nunca viajé para allá— me dijo.
Sus ojos, lo más dócil de su cara desencajada, se parecían en mucho a los
de su hija.
—Estuve a punto de ir; pero desistí. Ella acababa de fallecer, abandoné a
mi mujer por causa de esa tragedia, el trabajo ya estaba perdido y me quedé
en Lima oculto en un apartamento que renté para sentirme más miserable
de lo que alguna vez me sentí— dijo y volvió a beber hasta acabar el ron de
la petaca.
Asentí sin tener algo que acotar.
—Me enteré que escribiste una novela sobre lo que ustedes vivieron y…
Le di una mirada sigilosa.
Como azares de la vida, te encontré en la feria del libro.
El avión acababa de establecerse sobre el aire. El tiempo de llegada, según
las noticias de un portavoz en la cabina, superaban las cinco horas para una
escala.
—Creí necesario inmortalizar nuestra historia— le dije esbozando una muy
frágil sonrisa.
—Se lo prometiste porque la amabas— dijo mirándome a los ojos como un
padre en busca de verdad.
La sonrisa se esclareció; quizá, acordándome de quienes fuimos; tal vez,
vestigio de una lejana nostalgia o simplemente, porque ella lo hubiera
querido.
Asentí con la cabeza con ligereza.
—El propósito por el cual quería conocerte y hablar contigo era para
preguntarte algo— me dijo logrando intrigarme.
—Dígame— le dije con serenidad.
El pecho se hinchó causa de una frenética y profunda inhalación de aire
para construir la valentía con la que recibiría a la respuesta de su inminente
pregunta:
¿Qué te hablaba mi hija de mí?
Los ojos como los de ella, la cara demacrada, el aire a licor de su cuerpo,
las prendas intactas desde días y el avión en repentina turbulencia; la gente
frente a móviles, las damiselas ubicadas en esquinas y nosotros divididos
por un asiento ausente, la pregunta, sucumbió en mi mente rebuscando
recuerdos que había borrado y tras cierta pausa, con su mirada acaramelada
en mí como si su hija estuviera viéndome desde lo más hondo de su alma,
le dije: Que lo amaba.
El señor soltó lágrimas que se confundieron con su sonrisa, una que,
probablemente no había vuelto a dibujar y esos grifos en los ojos
parecieron desiertos hasta que oyó la respuesta que tanto buscaba sentir.
Me agradeció en palabras inentendibles por la alegría y la tristeza que eran
como dos cánticos de amor y a la vez puntos finales a capítulos de una vida
dura.
Nos abrazamos y aunque uno de los dos no tuvo fuerzas para llorar,
sentimos que había llegado el momento de dejar el rencor y ser ambos
personajes de una misma historia.
— ¡Daniela vive en todos los que la amamos! — Le dije tras el abrazo
viéndolo secar las lágrimas y dejando la sonrisa.
—Gracias por lograr que nadie la olvide— me dijo estrechando su mano
como una despedida. La apretamos y cada uno siguió por su lado el tiempo
que duró el vuelo.

Fin

Autor: Bryan Barreto.

Todos los derechos reservados.

Lima. Perú 2018 – noviembre.

(Manuscrito para última revisión)

Libro – 02 de una saga de 05.

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