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Y sí, esta historia tampoco tiene epílogos a pesar que la realidad sea
insatisfactoria.
Inclinamos los cuerpos y sujetamos las manos para compartir una sonrisa y
decirle con los ojos en su mirada: Un nuevo camino se aproxima, seguro
será color arcoíris y nos otorgará más de una risa. Hará que nos
enamoremos mucho más y tengamos una diversidad de gratos sucesos;
pero quiero que sepas que también resultará novedoso y como principiantes
en este hecho
glorioso tendremos que dar lo mejor de nosotros para lidiar con lo que se
avecina y saberlo atesorar para el disfrute diario de una etapa espléndida.
—Seremos unos padres responsables, divertidos, algo locos y sumamente
amorosos— dijo entre risas.
Me dio una mirada y prosiguió: Es un nuevo sendero, bien dices, mi amor;
pero será uno que nunca olvidaremos. Uno que viviremos fervientemente
con abundante felicidad, viajes divertidos, mucho humor, respeto en todos
los sentidos, amor en todas sus dimensiones y muchas sonrisas como risas.
Y además… ¿Sabes? Tú tendrás que escribir sobre cada suceso como
nuevos capítulos de un libro acerca de nosotros tres.
¿Te imaginas escribir un libro sobre la paternidad? Podría llamarse ‘El
escritor haciéndose padre’. Suena bien, ¿no? Hablarías sobre tu papel de
súper papá con la bebe o los niños que vayamos teniendo e irás contando
nuestras locas aventuras en los confines de la casa. El día a día o los viajes
que tengamos.
Eso ya lo dejo a tu criterio porque eres el escritor. Yo solo te pido que me
leas un relato cada noche, terminó de hablar con emoción en lágrimas.
Esbocé una gran sonrisa y contesté: Allí podría ir contando mis
experiencias como padre primerizo, las anécdotas como el primer cambio
de pañal, la primera palabra que pronuncie, los divertidos y tiernos
momentos que tendremos y cualquier acontecimiento que vayamos
sintiendo y viviendo a lo largo y ancho de esta linda etapa.
—Pero antes, deberás describir a la futura madre. Hablar sobre sus cambios
físicos e intrínsecos, acerca de su labor diaria, de los cuidados y de lo
hermosa que se pone con la pancita grande— fue diciendo con sonrisas.
—De cuanto la amo a cada instante, de lo magnífica que se ve de perfil, de
esos cabellos revoloteados y divinos, de la sonrisa intacta de madre
primeriza, de las visitas a la doctora señalando que tendremos una niña, de
su bienvenida— fui agregando con entusiasmo. Mariana lo imaginaba.
—Del Baby shower, de su primera fiesta de cumpleaños, de los múltiples
hechos que iremos gozando mientras nos vayamos transformando en los
padres geniales que seremos— culminó y me dio un abrazo.
—De lo lindo que nos falta por vivir— concluí en su oído.
—Estoy feliz, amor. Tan feliz que tengo ganas de abrazarte fuertísimo y
nunca dejarte. Y, aunque me gustaría que hiciéramos el amor, la doctora
recomendó un alto en mi vida sexual hasta pasados los tres meses—
comentó con las cejas elevadas y el dedo índice en horizontal cubriéndole
los labios
—Espera... ¿Qué? — Dije con el rostro inmerso en exagerados gestos de
fastidio.
—Es broma, bobo— dijo con una carcajada.
¿Entonces?, ¿Si nos tendremos como Adán y Eva sobre la cama? Porque
enloquecería como Sanson de no tenerte cerca de mi piel— le dije con una
vista sugerente radiografiando su cuerpo en un santiamén.
—Solo por un par de semanas, corazón. Sé que me deseas con locura; pero
hay que tener paciencia, ¿vale? — dijo con dulzura.
Respiré hondo de forma exagerada y le dije: Esta bien, amor. Tendré
paciencia.
—Es uno de tus dones. Y luego vendrán recompensas— contestó con otra
mirada sugerente y reímos a la par como cómplices de mutuos deseos.
Días posteriores fuimos a mi casa para compartir la noticia con la familia.
Mi mamá estaba regada en el mueble con los pies descalzos leyendo una
revista. Dolly la acompañaba acomodándose en un rincón. Al vernos se
quitó los lentes a medida que recién estrenaba y se levantó para saludar con
una sonrisa usual. Mariana, quien se hallaba nerviosa y ansiosa, no dejaba
de
sonreír y reír, me miraba y hacía gestos para que me apresurara con la
noticia. Ella se dio cuenta que algo pasaba y de inmediato la cogió de
manos para que le contara lo ocurrido.
Se dieron un abrazo entre risas y sonrisas, felicitaciones y augurios acerca
de un futuro fantástico. Enseguida nos sentamos y fuimos contando a
mayor detalle los pormenores de lo trascurrido durante los últimos días.
Mi padre apareció al cabo que un rato, venía de la tienda con una Coca
Cola de litro en presentación de vidrio precisa para la garganta.
Mariana y mi mamá le relataron la noticia a viva voz aun manteniéndose
lejos de la sala y fiel a su humor respondió: Hubieran avisado antes para
comprar una gaseosa más grande y agregarle un buen ron cubano.
Ellas rieron. Yo también, que bajaba del segundo piso tras ir al servicio
recibiendo en apretones de mano y abrazos sus enérgicas felicitaciones
proponiendo de acuerdo a la frase de mi padre ir por ese bendito ron.
— ¿Alguien dijo ron? — dijo Ezequiel junto a Gonza que habían venido a
visitar y se llevaron una grata novedad.
— ¡Genial! ¡Seremos tíos! — dijeron casi al mismo tiempo cuando se
enteraron y nos dieron un abrazo cariñoso.
— ¿Quiénes serán tíos? ¿Otra de las primas salió embarazada?, ¿De nuevo
Yolanda o esta vez fue Angélica?— Preguntó Fernando asomándose por el
alboroto en la sala.
— ¡Mariana está embarazada! Ven, baja para felicitar a los futuros
padres— gritó mi madre con algarabía.
— ¿En serio? ¡Qué chévere! Mis felicitaciones a los dos. Ya podemos
armar un equipo de fútbol— dijo a medida que descendía y nos daba su
afecto en abrazos.
— ¿Quién acaba de salir embarazada? Y parece que no es una prima porque
abajo andan gritando como locos— se escuchó arriba y se oyeron pasos de
tacón descender con rapidez.
Elena adelantándose a Jeff se entrelazó en un abrazo junto a Mariana. Mi
vieja fiel a su estilo espontáneo realizó una video llamada para comunicarse
con Orlando, quien tomaba un descanso en su recamara curioseando en las
redes con la laptop sobre el abdomen.
— ¡Hijito! Hola— le dijo haciéndole gestos con las manos y estirando el
celular para mayor proyección.
— ¿Qué ha pasado? ¿Por qué están exageradamente contentos? ¿Es el
cumple de alguien y no me acordé? O ¿Se sacaron la lotería? Avisen para
dejar de trabajar— hizo mención con una sonrisa de confundido.
—La noticia que te voy a dar es mejor que mil loterías— dijo y le pidió a
Jeff que cogiera el celular para poder ampliar el panorama.
— ¡Vas a ser tío! ¡Tu hermano y Mariana van a tener un hijo! — Gritó con
efervescencia y es por eso que le salieron algunas lagrimitas.
—Ya era hora que uno de nosotros te vuelva abuela— dijo con humor y
nos dio su bendición con besos volados y brazos cruzados en señal de
abrazos. En menos de cinco minutos, Emilia le escribió a Mariana
felicitándola por la noticia. Le siguieron otros primos y muchos amigos en
distintos grupos.
Jeff y Elena prometieron armar la fiesta de bienvenida para la niña.
Fernando y Luciana, que recién acababa de enterarse y enviaba saludos,
acordaron hacerse cargo de la mitad de los gastos del parto si decidíamos
realizarlo en la clínica donde trabajan; Orlando enviaba sus vibras y
prometía una celebración descomunal cuando estuviera de vuelta mientras
que mis padres, muy felices ambos, anhelaban ser parte importante del
desarrollo y crecimiento del bebé, a quien lo imaginaron de distintos sexos,
nombres, profesiones, oficios y demás, todo en cuestión de minutos.
Jamás los vi tan entusiastas con una noticia, tal vez porque era la primera
vez que uno de sus hijos los volvía abuelos.
Por último, Ezequiel y Gonza, primos muy cercanos, dijeron que le
inculcarán la pasión al deporte rey que tanto nos une.
Esa tarde sacaron un par de rones para celebrar con mesura porque al día
siguiente muchos debían de asistir a sus empleos con distinta
responsabilidad, lo cual, a pesar de la gran noticia, no ameritaba faltar.
Como tantas veces conversamos de temas afines, nociones a futuro de lo
que sería una paternidad y situaciones anecdóticas pasadas y puestas en
plano
supuesto, tales como el hecho de imaginarme jugando al fútbol con mi hijo.
Algo que realmente me colmó en emoción porque el deporte rey es mi
pasión y ver a mi niña patear la pelota junto a mí teniendo a Mariana como
arquera resultó fascinante.
Cuando Mariana regresó a casa se enteró que su madre le había compartido
la noticia del embarazo a gran parte de su árbol genealógico en un acto de
suma exaltación amorosa por querer hacerlos parte de tan sublime suceso.
—Amor, entré y encontré a mi mamá recostada en el sillón hablando con la
familia por Zoom, contó con carcajadas en un audio de WhatsApp.
Además, estuvo bien que ellas no supieran los contratiempos que vivimos
para llegar a esta etapa porque a veces es mejor contar únicamente lo
bueno— añadió en otro audio.
—Tu mami es un encanto, seguramente estaba más que feliz con la noticia
que no pudo soportarlo y se le dio por contar el secreto— le dije en un
audio.
—En parte es comprensible. No estuvo en los embarazos de mis hermanas
porque ellas parieron allá. Obviamente, sí conoce a los nietos; aunque
también debe ser lindo verlos nacer, ¿no crees? — acotó reflexiva.
—No podría saberlo, amor. Ahora que lo mencionas lo estoy dibujando en
la mente y parece ser un momento extraordinario— le dije con un suspiro
final.
—Estoy de acuerdo, debe ser increíble; pero iremos paso a paso. No deseo
apurarme creando imágenes porque quiero que resulte en sintonía con las
etapas de un embarazo natural— comentó con seriedad.
—Aunque a veces sea complicado porque justo ahora estoy empezando a
imaginar nuestro futuro— acotó con una risita.
—Comprendo a tu mamá porque le ocurre casi lo mismo a la mía,
prácticamente ambas están viviendo el embarazo de sus hijos por primera
vez. Y dime, ¿Qué estás pensando? Me interesa e intriga saberlo—
respondí.
—Muchas cosas, corazón… Como hemos comenzado a vivir este proceso,
lo feliz que somos con la noticia, la alegría locuaz de las familias, el
horizonte que se aproxima y las novedades que irán viniendo… Me
entusiasman, emocionan, contentan y a veces también atemorizan; pero
como ya pasamos lo peor, siento que el porvenir no solo nos sonríe, sino
también nos augura un sendero extraordinario— dijo con destellos de
alegría en forma de risitas.
—Yo siento y pienso lo mismo, mi cielo. Hemos atravesado una situación
difícil y en el presente únicamente nos queda fortalecer los lazos amorosos.
Seguir amándonos, recibir el horizonte con los brazos abiertos, apoyados
por quienes forman nuestro círculo familiar y mostrar las mejores sonrisas
para lo que se avecina, que, según enfatizas y pienso idéntico, es y será
extraordinario—.
Mariana tardó en responder.
—Disculpa la demora. Y sí, mi amor. Seremos felices el resto del tiempo
porque nos hicimos dueños del reloj y cómplices con el universo tendremos
a nuestra niña que se hará acreedora de un amor ilimitado— dijo contenta.
—Estamos destinados a ser tres… O más si lo permitimos— contesté
dejándome llevar por el entusiasmo.
—Fue Dios y el destino quienes nos juntaron en este camino y a nosotros
solo nos queda ser felices— dijo en un audio.
—Y ahora, voy a descansar, lo necesito y creo que tú también. Te amo en
mil idiomas, futuro papi— dijo en un último audio.
—Yo también te amo, mamacita hermosa. Buenas noches—.
Oí risas en el siguiente audio junto a la frase: Descansa, corazón. Te amo.
—Te amo, sueña conmigo— respondí y no volvió a conectarse.
Me senté en un carrito de montaña rusa y aventuré en la pista de subida y
estrepitosa bajada con zigzagueantes curvas durante tres semanas.
De esa manera puedo describir lo que fue compartir el tiempo con Mariana,
quien sufrió mareos, constantes idas y vueltas al baño de su casa o la mía,
en donde se encargó de arrojar el almuerzo o algún dulce que se le ocurrió
ingerir y pidió insistente que fuera a adquirir.
Los dolores en el vientre que parecieron preocupantes; pero según una
llamada a la doctora resultaron naturales de un embarazo cesaron entrando
en la semana tres y los mareos se fueron días después.
Yo no me daba cuenta; pero ella se miraba al espejo y notaba el abdomen
cada vez más curvo y estirado. La sensación provocaba emoción junto a un
inmediato: ¡Mira, amor, está creciendo!
Un cansado escritor por las amanecidas escribiendo y las constantes idas y
venidas a su casa con salidas nocturnas a adquirir provisiones no se
percataba, de repente por la actitud somnolienta, que efectivamente, dicho
templo se veía cada vez más amplio y hermoso.
Acabábamos de tener relaciones después de un importante tiempo de para,
me encontraba regado sobre la cama totalmente desnudo y con el
agotamiento en su máxima expresión debido a las horas que tuvimos de
intimidad y la acumulación de madrugadas escribiendo; quizá por eso, no
le noté la ligera elevación de su abdomen. Sin embargo, tras esa revisión
frente al espejo de su habitación, decidió volver a la cama -pero no para
dormir- pues, la libido se volvió a encender en su ser con impecable
sencillez al punto que deseó a su hombre encima o debajo, de lado o
parado; pero bien adentro.
Y yo, entusiasta y fanático de su cuerpo, accedí a la petición sin palabras
para retomar las actividades corporales en el menor plazo posible.
El tiempo avanzó como atleta en una carrera de postas.
Los primeros y más bravos tres meses le dieron el paso a la siguiente etapa,
en donde Mariana comenzó a olvidar los mareos y vómitos sin dejar de
lado los antojos, pues se convenció (porque creo que nunca lo fue) amante
de los alfajores de esos que te venden exclusivamente en una tienda,
contienen un ingrediente distinto a las otros, quizá, el sabor del manjar
blanco o ese extra de azúcar impalpable. El asunto estaba en que cada
domingo debía de asistir a la tienda y comprar tres a cuatro cajas de
veinticuatro unidades para satisfacer los deseos culinarios en versión postre
de mi chica. A mí también me gustan los alfajores, no tanto como ella en
esa etapa; aunque llegó un punto en el que ni con cafecito podía pasarlos.
Por suerte, la doctora le dio un régimen exclusivo en cereales y pastas,
además de frutas y mucho yogurt sin tener que dejar a los benditos
alfajores; aunque dándoles un poco más de énfasis a lo sugerido.
El segundo trimestre tomó la posta, ella se sintió bastante bien,
desarrollamos más actividad sexual que cualquier pareja habitual, esto
condujo a que tuviéramos que comprar una nueva cama, una Queen, como
le llaman, la adquirimos en una tienda por departamento y la estrenamos al
instante en que la dejaron instalada. Para entonces había llegado el primer
cheque de la película, el dinero rebalsaba de mi cuenta de ahorros y ni qué
decir del editor, quien acababa de comprarse un nuevo auto. Fue allí, justo
al tiempo que le comentaba sobre el ingreso, desnudos sobre la enorme
cama y con las piernas entrelazadas, que quería tener un auto. No uno como
el editor o como el de mi hermano Orlando que tiene un deportivo negro
noche con puertas levadizas, sino un auto familiar 4x4 que sirva para los
paseos.
A Mariana la idea le resultó estupenda, por eso respondió con humor: Justo
pensaba en ¿Cuánto tiempo más este escritor va a usar mi bello auto para ir
a sus conferencias literarias? Sonrió y añadió: Lo que necesitas es un carro
acorde a quien eres. ¡Un impecable ganador, corazón! Y una camioneta te
caería excelente. No es derroche, es proyección.
Además… Yo todavía no pienso cerrar la fábrica, sentenció sonriendo de
una manera muy tierna y elocuente.
E inevitablemente, se me ocurrió llenarla de besos junto a cosquilleos que
la hicieron reír hasta más no poder y enseguida volver a emancipar
pasiones amatorias.Una mañana manejé por última vez el auto de Mariana
en un acto con sentimientos encontrados que exageré para hacerla reír con
el beso en el volante y la frase: Es hora de despedirnos, Doris. Nos
divertimos mucho avanzando a paso de tortuga y compartiendo la música
en nuestros viajes hacia San Miguel.
Mariana soltó una carcajada ante la mirada del empleado de la
concesionaria que nos ayudó a elegir la camioneta correcta para albergar a
la próxima familia en viajes al campo, zoológico, museo o parque de
diversiones.
Algunas tardes después, sorprendí a todos en casa con mi nueva
adquisición. En ningún momento Mariana dejó de trabajar, los primeros
meses por cuidados y recomendaciones de la doctora prefirió el ‘home
office’ impuesto por la empresa; pero pasado el tiempo de preocupación
volvió con fiereza a su oficina y silla giratoria porque en casa, según decía,
se aburría. Además, Mariana era una mujer muy activa que no se puede
quedar en un solo lugar, por eso las veces que iba a su casa la encontraba
paseando por la sala con la laptop en mano y a otras veces dibujando en su
taller con la atención de un artista que no se inmuta ni por los temblores.
Volvió a la oficina para sentir que su vida no iba a cambiar sintiéndose
activa en el desempeñando de la labor que tanto le apasiona.
La respaldé, lo mismo hizo la doctora y ni qué decir de la empresa. Los
altos mandos estuvieron más que a gusto de tenerla de vuelta. También sus
compañeros y sus pupilos, quienes le prepararon una sorpresa de
bienvenida tras casi tres meses alejada del piso.
El segundo trimestre se hizo lento; pero bonito. Atrás quedaron las
amanecidas y las ojeras, la montaña rusa se detuvo y la normalidad se
estableció.
Mariana se escribió en un taller de ejercicios para mujeres en la dulce
espera. Allí conoció a algunas amigas con quienes practicó yoga y
desarrollaron distintas actividades tales como los pilates con globos
gigantes teniendo largas conversaciones cada vez que terminaba la clase.
Yo iba a recogerla, a veces entraba para observarla ejercitarse; muchas
veces fui parte del grupo porque también se requiere de las parejas para
algunos ejercicios. Practiqué un poco de yoga que ayudó en mi relajación y
por consiguiente pude concentrarme en escribir debido a que andaba
ligeramente bloqueado y muchas veces hasta le firmé ejemplares de la
novela a las nuevas amigas de mi chica cuyas hijas primerizas leyeron la
obra en la escuela.
El editor en uno de sus movimientos magníficos logró posicionar el libro
de cuentos en la rúbrica de varios colegio, razón por la cual aumentaron los
lectores y en consiguiente las ventas, las conferencias y los talleres que
implementamos para intercambiar ideas sobre literatura y escritura.
Yo tenía un título universitario en Literatura y Lingüística que no ejercía
con firmeza porque las ventas de los libros y el pago por la película me
otorgaron facilidades para escribir sin preocupaciones; aunque la llegada de
un nuevo integrante, la idea de comprar una vivienda propia y los otros
planes a futuro como viajes y demás; sin todavía incluir la escuela inicial y
gastos académicos porque soñaba con un hijo altamente capaz, podrían
colisionar mi economía en cualquier momento. Es por tal motivo que
accedí a dar un taller de Creación literaria en un par de colegios privados.
Entrando al último trimestre, con Mariana luciendo un abdomen amplio y
precioso, que miraba de reojo cada vez que se paraba y vestía de corto para
salir a caminar previo a su trabajo porque habían ocasiones en las que se
quedaba en mi casa o yo en la suya y como rutina de seis a siete salía a dar
un par de vueltas a la manzana en una caminata relajante, que según dijo,
ayudaba a liberar ideas arquitectónicas para novedosas propuestas.
Cuando volvía la esperaba con el desayuno tanto en su casa como en la mía.
Ella comía cereal con yogurt, fruta y un té para llevar y yo cafecito con
tostadas light porque tenía algunos kilos demás debido a que también adherí
uno o dos antojos.
Antes de dormir nos echábamos de costado para oír los latidos de quien
rentaba el vientre como un rito sagrado que tanto nos fascinaba.
Hola, ¿hay alguien ahí? Preguntaba acercando mi boca y le daba un beso.
Enseguida, respondía con golpecitos de tambor desatando emociones.
Hola, preciosa, ¿Cómo andas por ahí? Decía. Y nuevamente tocaban las
paredes del abdomen más perfecto que he visto.
Te habla tu papá, estoy esperando por ti para divertirnos mientras
aprendemos, compartir sucesos preciosos al tiempo que nos conocemos y
prometo ofrecerte lo mejor de mí durante nuestro convivir, le decía con voz
calmada y ante la sonrisa de Mariana cuyos ojos se humedecían por la
emoción.
Tu mami te ama, mi princesa. Ya falta poco para tenernos en un abrazo y
bajo un techo donde podamos caber los tres, añadía Mariana acariciando el
vientre. Cada noche, recostados sobre el mueble de la sala de mi casa o la
suya, en su habitación o la mía; yo de rodillas o estirado, enfocaba los
sentidos en su vientre para oír los golpes y sonidos de un ente creado por la
pasión y el amor de ambos, que nos mirábamos y sonreíamos sintiéndonos
más que dos, inundados por un amor con destellos de alegría que
ofrecíamos con honestidad
y sin límites, al ser dentro de ese mundo que llevaba Mariana consigo
sabiendo que cuando abra los ojos y vea la primera luz de su nuevo parque
de diversiones tendrá a dos padres amorosos que la llenarán de amor
durante el tiempo que dure su existencia y quizá, algo más.
Mariana y yo teníamos la idea de hacerle vivir una vida fantástica con
mucho engreimiento, conocimiento, amor y compasión por la humanidad y
todo ser viviente, queríamos que fuera mejor que nosotros en alma y
corazón; pero debíamos de inculcarlo de a poco, por eso le contaba
historias acerca de los seres habitan en la Tierra junto a nosotros.
—Aquí hay aves que surcan los cielos con majestuosidad, sueltan sonidos
particulares que las distinguen en clases y también físicamente resultan ser
distintas; pero todas son bellas en su originalidad y forman parte del tesoro
del cielo.
Además, habitan seres preciosos que dominan los mares, muchos de los
cuales son enormes y parecen salidos de los mitos que te iré relatando— le
dije al vientre encantado.
—Tendrás un par de mascotas. Tal vez un perrito proveniente de Dolly o
un gatito si lo prefieres. Ellos son seres nobles que comparten la rutina con
nosotros y su única convicción y visión es darnos su compañía y amor. Por
eso, debemos respetarlos y quererlos— contaba Mariana con ternura.
—Al mirar al cielo verás las constelaciones y te darás cuenta que muchas
estrellas parecen lejanas; aunque… ¿Te cuento un secreto? Todas se
encuentran en la mirada de tu madre y la tuya. Por eso cuando vengas… Yo
dejaré de ver el cosmos para enfocarme en tus ojos. Allí donde está el
universo— le dije ante la mirada dulce de la futura madre.
—Y el mundo… aunque veas en las noticias o los diarios, siempre será un
lugar bonito para vivir. Aquí nacerás y estoy segura que harás historia en
cada andar que des porque tu sabiduría y el potencial que tendrás moldeará
el camino de muchos y harás del planeta un sitio mejor para los humanos—
decía Mariana con aires de sabiduría.
—Nunca estarás sola, princesa. Nosotros estaremos forjando tu camino;
pero te harás el destino. Quiero que seas lo que quiera que seas con tal que
siempre seas… simplemente feliz— le decía estirando una sonrisa.
—Y nosotros haremos de tu felicidad un camino sencillo que disfrutarás a
cabalidad sin vergüenza ni prejuicios. Con aprendizaje y sonrisas— decía
Mariana con el índice en alto.
—No te hemos visto aún porque queremos esperar; aunque ya te amamos
con el amor de este mundo y el resto del universo— le decía junto a un
cálido beso en la cima de la panza
—Y nunca dejaremos de amarte, princesa— decía Mariana frotando su
mano cerca donde mis labios cayeron.
—Nos tendrás para siempre, Circe— la oí decir implacable y segura.
Para siempre, tal cual, dicta la palabra, añadió viéndome.
—Para siempre, los tres de la mano; cuatro, quizá— sonreí al decirlo.
Ella compartió la sonrisa y acoté: Amándonos a diario dibujando alegría en
cada paso que surquemos de esta grandiosa vida que nos empieza a tocar
vivir.
—Porque es así como lo soñamos, anhelamos y forjamos— añadió Mariana
cogiendo mi mano.
—Y es así como será, princesa. Te lo prometo— le dije dándole un nuevo
beso a la cima de la panzita y otro en los labios de la madre.
—Te lo prometemos, princesa— dijo Mariana y colocó un beso de su mano
donde había caído el mío.
—Y si hay algo que también debes saber, es que tu madre tiene las
respuestas a las preguntas más buscadas en un abrazo y con sus propias
palabras convertidas en suspiros al oído. En ella encontrarás el
conocimiento absoluto de la vida y un manantial de razones por las cuales
existir. Tu mami contiene el elíxir de la vida en sus caricias, color de iris y
alegría— le dije para finalizar con la vista en los ojos nuevamente húmedos
de la volátil en emociones próspera madre.
—Y tu padre escribirá los versos más preciosos en honor a tu nombre y
personalidad intentando acaparar en obras lo que habita en su interior
dirigido con empeño y sinceridad hacia su personita favorita— acompañó
Mariana con una sonrisa enamorada.
Y de repente, el vientre conquistado dio varios golpecitos como respuesta a
nuestros argumentos. Mariana me miró, yo la vi directamente a los ojos y
entonces lo supimos.
Había llegado el momento de conocerla.
Y fue así, que en los primeros días de los últimos tres meses decidimos
realizar la ecografía que nos indique si es niño o niña.
Sin embargo, no era el único plan. Yo tenía un as bajo la manga para
después de la cita en la clínica.
La seguridad de Mariana por tener una niña opacó a la incertidumbre. Ella
la había soñado una y diez veces, la había visto en su mente andando por
los pasillos de una casa, sentada junto a mí leyendo un libro, a su lado
aprendiendo a dibujar y a los tres observando la televisión. Estaba tan
segura que no dudaba y yo contagiado por su afán también lo intuía como
aquel relato que le conté hace un tiempo atrás.
—Tendremos una niña, mi amor. Circe ya tomó forma en mi vientre, solo
nos queda esperar su aparición— decía mientras avanzábamos en mi auto
de estreno oyendo una canción de Pablo Alborán.
—Circe ya tiene ganas de conocer el mundo que construimos para ella— le
respondí viéndola de reojo.
—Ella es como la canción de Alejandro Sanz: La chica de los cuerpos y los
rostros que aparece en este presente siendo ella— decía Mariana en
alborotado entusiasmo. Es como un poema de Neruda leído una noche de
estrellas tan brillantes como sus ojos y su alma, añadía contenta e inspirada.
Sintonicé la canción para que completara su sentir.
—Pronto estaremos juntos, mi princesa— le decía al vientre estirando el
brazo para sentir su calidez. Mariana posaba su mano encima y yo
continuaba hablando sentido: El reino que te espera es tan igual como un
Olimpo y tu magia que inunda hará florecer margaritas en cada uno de tus
pasitos de porcelana por los rincones de una casa.
—Ella espera por nosotros y nosotros por ella— acotó Mariana con esos
ojos húmedos que podrían descifrar al fuerte sentir en su corazón. Ese amor
tan inquieto, vertiginoso, poderoso y elocuente que nunca dejaría de sentir
por su princesa.
Le di una sonrisa y la oí concluir: Estoy completa, amor. Feliz y satisfecha.
Este, presiento, será uno de esos días que nunca olvidaremos.
Estiró el cuerpo para darme un beso veloz e intercambiamos sonrisas para
enseguida gritar al son de la canción que se escuchaba.
Llegamos a la clínica donde le dieron el sagrado positivo. Sacó cita para la
ecografía y reconoció a las enfermeras quienes un rato más tarde la
llamaron para que ingrese a la sala. Se sentía ansiosa, quería que le dieran
una respuesta de acuerdo a su intuición, salir contenta con la ecografía 4D
y colocarla en un marco después de mostrársela a medio Perú y algo de
España.
Si algo he aprendido es que el sexto sentido de Mariana dispone del
noventa por ciento de una verdad; sin embargo, de ser al revés ya pensaba
en las academias de fútbol en las que podría empezar a jugar.
Entramos tan contentos que contagiamos a los profesionales, quienes entre
sonrisas preguntaron si éramos primerizos para enseguida comentar que
entendían nuestro elevado entusiasmo.
Me senté a un lado de la camilla donde ella estaba recostada con bata
blanca y sonrisa instalada y una señorita de lentes acompañada de una
enfermera le indicaron que viera la pantalla mientras el aparato circulaba
sobre su vientre.
—Vaya... Parece que será una mujercita. ¡Felicitaciones, chicos! — dijo la
doctora esbozando una sonrisa.
¡Te lo dije, mi amor! ¡Lo sabía! La tuve en mente y en sueños. Ya la he
visto en mi memoria y sé cómo termina esta historia— decía Mariana con
una sonrisa de oreja a oreja y estirando su mano para coger la mía.
—Los tres juntos recorriendo el infinito— le dije compartiendo su
emoción.
—Una niña muy bien de salud— añadió la ecografista ante nuestra sonrisa
de notable conmoción alegórica a una inexplicable felicidad.
—La enfermera imprimirá la ecografía y se le dará en un santiamén—
comentó la doctora, quien estuvo limpiando el vientre y ofreciendo
indicaciones.
Miraba la pantalla queriendo reír por la sensación tan fantástica que yacía
en mi interior, por una noticia tan increíble que me hizo olvidar el pasado y
hasta el futuro para concentrarme únicamente en el segundo en el que mi
hija, la dueña de mi vida, aparecía en el monitor como una luminiscencia
compuesta por dos almas que se encontraron como cartas de la baraja de un
mismo destino.
Una lágrima cayó manteniendo la vista en la imagen que nos dio, sentí la
caricia de Mariana queriendo limpiar mis mejillas, nuestras miradas puestas
en la foto observando al ser cuyo nacimiento se aproxima para cambiar
rotundamente nuestras vidas volviéndolas más que extraordinarias.
—Ninguna de mis letras podrá describir jamás a tan bella mujer— le dije
concentrado en la imagen.
Mariana sentada al lado sonreía, secaba mis lágrimas y decía: Es el fruto de
nuestro amor, comparte las mitades de nuestros corazones y será la dueña
de nuestros caminos. Es nuestra persona favorita.
—Estoy feliz, amor. Tal vez… nunca lo fui como hoy— le dije queriendo
partir en llanto; pero viéndola fijamente imaginado que Circe tendría su
rostro y sus ojos y quizá mi sonrisa, la cual creé cuando me dio un beso y
un abrazo.
Jamás me sentí tan feliz, mis emociones quisieron desbordar, salirse de
control y provocar el éxtasis total en mi ser; pero me quedé largo tiempo
contemplando la figura perfecta de Circe, la princesa del universo, el
cosmos, la Vía Láctea, el mundo, mi vida y el camino, atrapada entre mis
manos como si estuviera durmiendo o esperando la luz del primer día.
Y entonces lloré dejándome llevar por los sentimientos encontrados, por
tanto sufrimiento pasado, por tanta angustia retenida en los confines del
abismo de mi alma, por ese lado oscuro de un corazón con misterios que no
reveló, por la soledad en tantas ocasiones, por todo ese comprimido de
nostalgia que al fin se evaporaba mientras mis sentidos adherían al cuerpo
el hecho de tener el formato de mi hija en frente a punto de ver la luz de un
mundo que imaginé y construimos exclusivamente para ella porque todo
llegó a tener sentido, ya que lo vivido, las pasiones y los logros condujeron
a su existencia.
Mariana y yo, sentados en el auto, dentro del estacionamiento,
observábamos detenidamente cada partícula y cada aspecto de la hermosa
criatura allí en frente sabiendo que cada vez restaban días, horas y minutos
para tenerla en los brazos.
—Circe, ya vienes y aquí te esperamos para compartir el camino asfaltado
en tulipanes que diseñamos para ti— le dije con un beso en la imagen y una
caricia en el vientre.
—Muy pronto seremos tres y nos amaremos tanto que los por siempre
serán reiterativos— repitió Mariana con similar emoción.
Encendí el motor y salimos de la clínica intercambiando sonrisas.
—Tengo hambre, ¿vamos por unos tacos, hamburguesas, murciélagos o lo
que sea? — Dijo Mariana con humor al tiempo que nos formábamos en la
pista.
—Tu hija también tiene hambre, parece que quiere… Se llevó los dedos al
mentón y afirmó: Una deliciosa pizza con mil sabores menos con piña.
—Amor, esa es una blasfemia— le dije con una mirada seria.
Ella sonrió.
—Te aseguro que a Circe le gustará tanto como a su papá— le dije
después.
—Bueno, con tal que de lunes a viernes almuerce verduras, los sábados
tendrá su recompensa en pizza o hamburguesas— dijo con una sonrisa
imaginando el suceso.
—Yo no aseguro intentar cumplir ese protocolo— le dije viéndola de reojo.
Ella volvía a sonreír posando su vista en el vientre encantado.
—Seremos unos padres encantadores y consentidos— aseguró ante mi
sonrisa como respuesta a su acierto.
—Ella nacerá en un hogar establecido, consolidado y lleno de amor— le
dije acercando mi mano a su esférica panza.
—Merecemos lo que nos ocurre, corazón. Por ser como somos, luchadores,
tenaces, honestos y enamorados de la idea de tenernos por siempre— dijo
mirando en frente con la mano apoyando el rostro cerca de la ventana.
—Estoy enamorado de cada uno de tus ideales morales; de tus virtudes y
manías, de ese afán por ser la mejor en el trabajo y tu nueva profesión de
madre; de tu gracia universal y tus caricias suaves como pétalos; de tu don
para escuchar y tu magnificencia para soñar con el juntos por siempre
eterno.
Te amo, Mariana, por encerrar a la nobleza del mundo en tu ser— le dije
con la vista en frente, viéndola de lado de ratito en ratito para no perderme
de la calle, oyendo su respiración acelerarse, el lagrimeo cayendo por las
mejillas y los ojos rojizos en emoción respondiendo a las palabras con un
abrazo poderoso y varios besos sagaces en la mejilla susurrando un te amo
en mil idiomas que conmocionó al corazón como tantas cientos de veces.
Se recostó inclinando el espaldar, bajé el volumen de la música; pero
comentó que no lo hiciera. Tarareó la canción ‘Siempre es de noche’ de
Alejandro Sanz mientras miraba el paisaje urbano pensando en Circe, la
vida y los caminos; seguramente también en el trabajo y la familia. En todo
lo que suele pensar y más, lo leía en su mente cada vez que paraba en un
semáforo y observaba su belleza de reojo queriendo acercarme para darle
un beso; aunque limitándome solo a sentir las pieles de su exacto abdomen.
Colocaba mi mano sobre la suya y luego la quitaba para conducir. Parecía
dormida; pero no lo estaba. Descansaba los ojos de rato en rato tarareando
o cantando sus partes favoritas de ‘Viviendo de prisa’… ‘Aún sueño donde
me jurabas ser princesa y haz resultado ser toda una reina’ se escuchaba de
su voz.
‘Aún pienso cuando te soñé y haz resultado ser una linda princesa’ le
cambiaba la letra y sonreía mirando la calle, a mí cuando no me daba
cuenta, al vientre conquistado y la ecografía en sus manos.
La maternidad le asintió tan bien que hasta los vestidos largos le quedaban
estupendo, no solo era hermosa, también radiante, como si en cada paso
que daba florecían margaritas y tras cada suspiro se creara una brisa.
Fuimos de compras algunas veces porque gran parte de sus tardes en el
centro comercial las realizó junto a su madre o sus amigas. Salían un
sábado al mediodía y volvían de noche con bolsas cargadas hasta del
cuello.
Los atuendos los modelaba en mi habitación o la suya, la desnudez de una
embarazada es un soneto de la perfección, el vientre esférico y bonito, los
nuevos lunares en la espalda y ese perfil maravilloso atrapaba mis sentidos
con impresionante sencillez mientras iba poniéndose un vestido turquesa,
otro blanco, uno celeste y el que llevaba lunares chistosos. Ni que decir de
las medias con fresas y sandias para cubrirse del frío y su sensual ropa
interior que anhelaba quitar.
Conjugaban a plenitud los anhelos libidinosos con la admiración física para
el jolgorio constante de sucesos sexuales sobre la cama con maniobras que
íbamos sorteando causando placer y risas.
—Amor, ¿no se supone que mi pizzería favorita está doblando en la
esquina que acabamos de pasar? — Dijo como si tuviera un mapa en la
cabeza.
—Aún no iremos hacia allá— respondí con una pícara sonrisa.
¿Me quiere secuestrar, señor chofer? — Dijo con una mirada de ceño
fruncido.
—Te quiero mostrar algo— le dije esbozando una sonrisa.
¿Una sorpresa? — Preguntó llevándose un par de dedos al mentón. Sonreí
poniéndome en evidencia y se frotó las manos.
—Circe, tu papi nos dará una sorpresa antes de llevarnos a comer— le
habló al vientre conquistado poco antes de poner su mano en mi hombro.
—Quiero que tengamos algo que sea netamente nuestro— le dije casi en un
susurro, ella siguió contemplándome el rostro con los ojos cristalinos, yo
estiraba sonrisas viéndola preciosa como una rutina fantasiosa.
Puse la mano de nuevo sobre la panza y pronuncié otras palabras: Mi sueño
está cumplido. No puedo pedirle más a Dios y la vida.
Mariana me dio un abrazo cuando nos detuvimos, uno tan fuerte y tierno
que sentí a dos almas conquistar y confundirse con la mía en el tiempo
perpetuo que haya durado ese afecto.
Detuve el auto en una calle de nombre ‘Madrid 346’ y le pedí sutilmente
que se colocara en los ojos una corbata que extraje de la guantera con una
pícara sonrisa.
— ¿A qué está jugando, señor escritor? Le recuerdo que no estamos en la
intimidad de nuestra habitación — dijo con una sonrisa nerviosa.
Sus manos movedizas y por ratos duras acompañaban a las mías en
dirección a la sorpresa a paso parsimonioso y ansioso por ambas partes.
— ¿Adónde vamos, mi amor? Me pones muy nerviosa, disculpa si te
aprieto muy fuerte— la oí decir queriendo soltar más que una risa.
—Ya estamos cerca, preciosa; faltan tres metros para llegar— le dije
queriendo no soltar tantas emociones.
—Listo, llegamos. Puedes mirar— le dije al pararnos. Me puse a un lado
para que pueda contemplar el regalo deshaciéndose de la corbata.
Se liberó a velocidad, frotó los ojos y miró un edificio de cinco pisos color
gris con amplias ventanas, balcón y vista prodigiosa con enorme puerta
principal color marrón con vigía sentado en una cabina de adentro.
En el tercer balcón había un letrero con la palabra: ‘Nuestro hogar’
colgando en un sutil cartel con caligrafía cursiva.
— ¿Es en serio? — Dijo con duda y asombro, las manos en los labios y las
cejas en alto, casi a punto de voltear y quieta mirando hacia adelante y
arriba.
—Es un apartamento sumamente amplio, con tres habitaciones, dos baños,
una sala preciosa, una cocina con todas las comodidades, un cuarto extra
que puedes usar como taller y un balcón muy grande en donde asar la carne
o simplemente mirar las estrellas— le dije en un susurro abrazándola por la
cintura.
Mariana me miraba con las manos en el rostro y los ojos llorosos volteando
para abrazarme con efervescencia.
—Las alfombras, persianas y demás todavía no las colocaron porque quiero
que las elijamos juntos— le dije sonriendo y ella seguía viéndome con los
ojos húmedos y los abrazos cada vez más intensos.
—Ah, cierto, tu trabajo está a la vuelta— añadí en un beso sobre su frente.
— ¡Lo sé! ¡Lo sé! Vi estos apartamentos tantas veces deseando poder vivir
en uno de ellos— dijo entrando en llanto emocional y apretando los
cuerpos.
—Lo intuí— le dije esbozando una leve sonrisa.
—Gracias, mi amor. Gracias por tanto, corazón. Te prometo que lo
volveremos un hogar. Te amo, amor de mi vida— dijo viéndome fijamente
con el iris verde tratando de emular el sentir completo de su alma y nos
besamos apasionadamente sintiendo golpecitos que provenían del vientre
queriendo decir también sus propias sensaciones.
Las dos miradas posaron enfáticas en la panzita, me puse de rodillas para
clavar un beso en el centro y en un palabreo único decirle: Circe, este será
nuestro hogar.
—Subamos para que lo veas por dentro— le dije reincorporándome y nos
adentramos cogidos de la mano como una futura familia feliz.
Saludos al amable vigilante, adentramos en un ascensor amplio y
presionamos juntos el piso correspondiente entregándonos un beso al
tiempo que ascendíamos.
Mariana tuvo el honor de abrir la puerta, contempló anonadada el interior
imaginado que la princesa lo recorrería a pie como dueña de un reino cuya
planicie estaría a la altura de sus pasitos, yo me vi junto a ella leyendo a
Shakespeare sobre un mueble en el balcón regocijando su cuerpo al mío al
tiempo que le hablo de un amor como el de Romeo y Julieta.
Se recostó en un mueble individual deshabitado, yo me puse a su lado
inclinado para darle un beso en la mejilla y oír a las voces de la barriga
dictar sensaciones que íbamos hilvanando en el interior como palabras
honestas de una princesa a punto de ver la luz y encender los faros del
horizonte prodigioso de sus padres.
—Está lindo el lugar, corazón. Cada detalle, cada habitación y cada
compartimiento son tan bonitos como finos— dijo emocionada, sin dejar de
lagrimear, contenta y yendo de rincón en rincón comprobando la realidad
con sus manos y pies, imaginando a su hija andar presurosa entre
carcajadas frenéticas y honestas que podrían quedarse grabadas como ecos
en las paredes.
—Después del parto nos mudamos— comenté acariciando sus cabellos
cuando volvió a acomodarse en el sofá.
Atesoró su cuerpo a mi mano recorrer parte de sus mejillas cerrando los
ojos para soñar despierta con los sucesos que inevitablemente surcarían en
matices multicolor nuestra nueva rutina.
—Te amo— la escuché aferrada a la mitad de mi cuerpo parado a su lado.
De inmediato, me puse al frente y de rodillas para verla a los ojos verdes
cristalinos por el conato de emociones y las descollantes sensaciones
confesando en primera instancia mi sueño por vivir juntos hasta volvernos
dos ancianos que se nutren en recuerdos.
— ¿Te das cuenta que el destino nos unió y el amor nos fusionó? — me
dijo estirando los brazos para alcanzar mi cuerpo capaz de caber en su
regazo enamorado en el centro.
Afirmé a su interrogante dentro de sus abrazos. Ella siguió contándome lo
siguiente que ocurriría.
—En estos días le comento a tu suegra que me iré a vivir con mi novio.
¿Qué crees que diga? Yo pienso que se pondrá tan feliz que incluso querrá
llorar; pero la detendré, porque dos mujeres dramáticas y sensibles son
demasiado— dijo teniéndome en su regazo.
—Asegúrale que iremos a visitarla de vez en cuando. Digamos, cada
cumpleaños— le dije con una breve risa que compartió con ligereza.
—Nunca imaginé que esto ocurriría. ¿Sabes? No puedo dejar de mencionar
lo feliz que me siento, es como si al fin, toda la alegría del mundo se
conjugara en mí, en nosotros, en los tres y pudiéramos amasar una fortuna
en amor capaz de durarnos la eternidad— dijo inspirada y emocionada.
—Bien lo dijiste, amor. Nos merecemos esta etapa, construimos este
horizonte y aunque el destino nos puso en marcha, somos artesanos de esta
felicidad— respondí junto a otro beso en los labios.
—En casa estarán felices por no verme más— añadí como broma al
alejarnos.
—Tu mami querrá que vuelvas cada sábado y tus amigotes te extrañarán en
la terraza de la casa; porque aquí nadie más que familia entrará— hizo
mención.
—Yo no creo extrañar a nadie, con ustedes dos, estoy más que completo—
le dije con un beso en la pancita.
—Iremos cada domingo a tu casa y también a la mía. Podríamos preparar
parrilla, ver películas o series en familia; conversar sobre los distintos
asuntos que transcurren en el día a día, abrir una botella de vino o pasear en
conjunto. No nos imagino alejándonos de la familia, son parte voluntaria de
nosotros y le debemos más de lo que creemos— recopiló reflexiva por la
sensibilidad abrazando sus sentidos.
—Es apacible cuando las familias coloraban en sintonía por las causas que
las unen, ¿no crees, amor? — le dije con la cabeza en alto como quien
piensa.
—Eres un hombre extraordinario, corazón. En mi casa, te adoran y en la
tuya, te aman; el público lector te quiere y yo vivo encandilada por ti— me
dijo esbozando una majestuosa sonrisa.
—Es lo que siempre quise— le dije en tímida voz al ser acorralado por sus
brazos.
Y lo tengo ferviente en el día a día de una rutina que atesoro vivir, acabé
con una voz tan suave que pudo confundirse con los latidos en su pecho o
las palpitaciones de Circe dentro de su cuna.
—Corazón, dime algo— dijo y congeniamos en miradas. ¿Cómo se te
ocurrió sorprendernos con tan divino detalle, por así decirlo? Yo creí que…
quizá podríamos vivir en tu casa o la mía, ajustar cuentas e intentar
alcanzar el techo propio dentro de uno o dos años. Pero esto… Abrió los
brazos queriendo circundar el sitio y viéndome de nuevo comentó: Es
perfecto, al ser nuestro hogar.
—Lo compré con el resto del dinero que recibí por la película y unos
ahorros que tenía en el banco para evitar endeudarnos hasta viejitos— dije
sonriente.
Era un departamento o recorrer el mundo en soledad, añadí con algo de
gracia.
Pero… Te conocí y me di cuenta que anhelo una familia. Mi sueño es
construir este hogar a tu lado.
Aquí, debajo de este pecho con próximas arañas, en estas paredes blancas
con futuros ecos de risa, quiero que comencemos nuestra vida familiar,
acabé con mi mejor sonrisa.
—Es increíble. Realmente, es maravilloso todo lo que puedes hacer por
nosotras. Por eso y más, te amamos como lo hacemos y lo seguiremos
cosechando siempre— me dijo entre lágrimas y en un abrazo poderoso.
—Yo me voy a encargar del decorado. Pintaremos el cuarto de Circe,
colocaremos alfombras persas, cortinas automáticas, algunos cuadros
surrealistas, una pequeña biblioteca y demás. Todo déjamelo a mí, yo me
encargo de hacer de este apartamento nuestro hogar— acotó con
exuberante entusiasmo nuevamente articulando las manos para señalar el
ambiente.
—Soy feliz, amor. ¡Tan feliz que podría bailar! O cantar. Tal vez, gritar.
Enloquecer de alegría o simplemente darte un abrazo— dijo llena de
emoción queriendo pararse para encajar de nuevo en un abrazo con giros
leves sobre el eje emulando a una danza sin música que nuestros pasos
inventaron y los besos detuvieron dentro de un lugar que forjaremos como
nuestro.
—También soy muy feliz a tu lado, Mariana— le dije tras el beso y
posamos las cabezas juntas para que las vistas se confundan y las manos
converjan sobre el sitio que alberga a la princesa del recinto.
—Y Circe es tan feliz como nosotros— añadió con nuestras manos
surcando su piel cuya atención del resto de sentidos pareció quedarse
inmortal en su perfecta anatomía.
Habíamos consolidado el sueño. El hogar y la familia, la luz y el arcoíris, el
amor y sus matices, el horizonte y el destino, la pasión y la escritura, las
risas y las caricias, el universo podía caber dentro de la casa y allá afuera el
mundo seguiría en pie mientras que nosotros estaríamos bailando en alegría
en una ruleta de a tres con sonrisas que emanan el amor más puro y
sensato.
El resto de la semana visitamos tiendas de decoración, yo iba como
acompañante porque la conocedora en temas era Mariana, cuyos gustos
coincidían con los míos o a veces me sorprendían para bien porque mi
mente literaria no abarcaba sus genuinas nociones en interiores tan
fantásticas que impresionaban a mis sentidos.
Ella sabía dónde comprar, qué elegir de acuerdo al ambiente, la calidez y la
familia, en pro de un bienestar que los colores te llegan a generar, no en un
afán por querer imitar a alguna amiga o vecina, sino por darle un estilo
único al hogar, con cuadros surrealistas que tanto nos encantan y aunque no
cuestan millones se asemejan en mucho a los originales.
Una docena de marcos para fotografías de nosotros que irán a un pasadizo
profundo el cual llamó ‘Teatro de recuerdos’ en donde, según decía,
posarían nuestros mejores momentos acomodados por fecha para así tener
una simpática escala de tiempo de nuestras vivencias. La idea me pareció
magnífica porque adoro las líneas de tiempo de la historia universal y
atesoro cada uno de nuestros momentos inmortalizados en imágenes que
inspirarán a relatos cada vez que deambule por la casa.
Sugirió pintar el cuarto de la niña de un tono neutro para que poco a poco
ella le fuera dando forma de acuerdo a sus gustos y aficiones. La idea era
no acaparar, sino darle espacio y libertades para que pudiera ser ella misma
a medida que fuera avanzando en vivencias, edades y emociones al son de
su propio descubrimiento.
Cuando hablaba de decoración en interiores con solvencia y elocuencia
recorriendo los establecimientos que escogió para las compras pensaba en
lo genial que era como profesional y madre usando sus habilidades para
crear cosas maravillosas como la decoración en la sala, el cuarto de la bebé
y nuestra entrañable habitación haciéndolas lucir, -por ahora, en la mente-
como sitios netamente nuestros qué conjunto a lo que haríamos y
sentiríamos dentro, podrían acaparar a las emociones del cosmos en cuatro
paredes.
Un escritorio compacto, un vinilo, mesa de noche y lámpara, el resto lo irá
colocando según sus pasatiempos, decía nombrando los caracteres
indispensables para el cuarto de Circe mientras caminábamos y elegía con
dedo y mirada, sonrisa y emoción en abrazos recreando en su cabeza y en
consiguiente la mía el dibujo del sitio nombrado.
Mientras tanto, como aun es una bebé, añadió en una risa breve, vamos a
poner una cuna preciosa con juegos giratorios, amplia para su comodidad y
una cámara escondida en un oso de peluche que nos indique en todo
momento su compostura al tiempo que estamos haciendo nuestras
actividades, sugirió andando por los aparcados de la tienda para recién
nacidos con entusiasmo, fascinación por los detalles, exploración en la
aventura de ser primeros padres y proyecciones en beneficio de una familia
que compartirá un sano hogar.
Nos asomamos al sitio de cunas y escogimos un color blanco llamada
‘Dreams of baby’. Yo no tenía idea de que las cunas tuvieran nombre.
Venía con cambiador instalado y una serie de detalles bonitos y cuidadosos
que la muchacha encargada explicaba con detenimiento hablando sobre el
confort de la cama, rígida y sólida, las barras y sus justos centímetros más
el resto de características que la consolidaban como una cuna exacta para
una princesa.
La llevamos, aseguró Mariana después de la explicación y volviendo a
colgarse de mi cuello en un abrazo repleto de emoción.
Al carrito la agregamos una tonelada de juguetes didácticos de colores y
con figuras animadas del momento, una bacinica con cara de unicornio,
varios biberones, un coche muy chévere y seguro color negro para las
salidas, muchísimas y hasta creo que demasiadas prendas y una figura de
Goku que se coló.
Al final tuvimos que recorrer el centro comercial cada uno con un carrito
porque Mariana, enamorada de la idea de verla muy pronto, no quería
olvidar ningún detalle. Estaba entusiasta, alegre y emocionada, me
contagiaba su optimismo y su sonrisa que accedía a todo lo que decía,
incluyendo el delantal de Batman para que papi cocine alguna vez.
Al menos eso último le resultó sensual.
Casi llegando a la salida recordó que faltaba una almohada para lactancia.
Había adquirido un cojín, una manta que combinaba perfecto y también
quería la almohada. Dijo haberla visto de reojo en un stand; pero ya no
deseaba seguir caminando.
Fui y se la traje en cuestión de minutos encontrándola sentada y disfrutando
de un sabroso helado que provocó haciendo inevitable que comprara uno el
doble más grande ante su risa.
—Tuvimos suerte de comprar un auto grande— le dije cuando llegamos al
estacionamiento. Ella respondió diciendo que éramos tan compatibles que
coincidíamos hasta en lo más mínimo por la proyección a futuro que
tenemos.
Pañales a por montones, toallas, baberos y demás, acapararon la guantera
trasera. El resto de cosas fueron en los asientos.
Los empleados de la tienda donde adquirimos los productos que no cabían
en la camioneta aseguraron que los mismos llegarían pasados dos a tres
días a nuestro querido apartamento sin comisión por envío.
Mariana y Circe a mi lado, abrochadas al cinturón de seguridad, música de
fondo para cantar y tararear y todos felices rumbo a la casa para descansar
antes de, inevitablemente, asistir a un restaurante por una sabrosa pizza con
piña como nuevo y último antojo para el padre y sin el condimento especial
para la madre que anhelaba la americana con harta aceituna verde como sus
ojos.Había olvidado por completo la Feria del libro en Lima, mi editor me
lo hizo saber en un correo. Allí estuve durante la tarde firmando ejemplares
e impartiendo ideas literarias. Mariana no pudo asistir por sentirse muy
agotada debido a que gran parte de la semana estuvo ordenando sus cosas
en maletas ignorando el yoga; pero sin faltar al trabajo a pesar que más de
una vez le sugerí que se tomara su tiempo porque podría hacerlo de a poco;
sin embargo, ella es una mujer a quien le gusta estar activa.
Un par de días más tarde me llamaron diciendo que ya podía mudarme, la
noticia cayó como anillo al dedo porque ese trajín de ir hasta su casa o ella
venir a la mía resultaba cada vez más tedioso y la concesionaria del edificio
al fin resolvió darnos el visto bueno para la inminente mudanza.
Esa misma tarde la recogí, detuve el auto y abrí la maletera ante su
asombro.
— ¿Puedo entrar y subir a tu habitación para recoger tus maletas? — Le
dije con seriedad.
— ¿Es en serio?, ¿Ya resolvieron el tema de la documentación? — Dijo
asombrada.
— ¡Ya podemos mudarnos! — Le dije abriendo los brazos con una sonrisa.
En otra ocasión hubiera dado un salto espectacular y yo empleado un giro
volviendo hélices a sus piernas; sin embargo, a pesar de la lentitud de su
andar y lo preciosa que se ve con el abdomen gigante pudimos abrazarnos
como cómplices de un hecho increíble.
Llevamos lo almacenado de su habitación incluyendo las compras que
realizamos y durante una tarde nos dedicamos a colocar las cosas donde
debían ir. Por suerte el auto era grande y tenía espacio suficiente hasta para
subir el colchón, sus materiales de trabajo y unos cuantos portafolios con
diseños.
Mariana indicaba el lugar y yo lo dirigía hacia allá como quien atiende a las
peticiones de una sabia en el diseño de interiores recostada sobre el mueble
con la barriga grande, los cabellos lindos y la sonrisa amplia.
Llegada la noche pudimos acomodar en excelente proporción los artículos
de nuestro hogar.
Nos sentamos en el suelo, ella sobre un cojín sumamente cómodo y yo
sobre una revista de vestidos de novia que una amiga le regaló.
—Mañana mismo nos encargamos de traer lo demás. Compramos unas
mesas, artículos para la habitación, el baño y llenamos la refrigeradora con
todo menos licor— me dijo con seriedad y la vista evidente con un gesto de
reojo.
—Sí, porque los tragos irán al bar que también vamos a adquirir— le
respondí con la lengua afuera en burla. Ella asintió con una sonrisa y me
acerqué para darle un beso.
—Pasemos la noche aquí— propuso tiernamente.
—Pero... Olvidamos la tele y los libros— le dije timorato.
—Nos tenemos a nosotros, los temas salen hasta por los poros— me dijo
sonriendo.
—Está bien, quedémonos— le dije y se recostó en mis piernas boca arriba.
Después tiré el colchón en medio de la sala y nos echamos para descansar
intercambiando anécdotas de cómo nos conocimos, acerca de cómo nos
enamoramos, los aspectos que nos gustaron y las veces que nos peleamos
llegando a la conclusión de ser exactos el uno con el otro como dos partes
de una misma manzana. O, un universo.
Los amores no necesitan ser perfectos, sino vivir equilibrados en constante
aceptación de las mitades y con la misión de mejorar con el paso del
tiempo. Amar se vuelve un ejercicio rutinario y fácil con luces de afecto en
detalles, con momentos grandiosos que irán a marcos clavados en un
pasadizo, conociéndose al máximo tras cada día e involucrándose
mutuamente en sus labores y pasiones sumando y apoyando cada idea
fantasiosa que termina en gloriosa.
Dos mitades distintas que se amoldan con sencillez para volverse una
enamorándose cada noche como la primera vez que se dijeron te amo con
la mirada fija y las manos juntas. El amor es aprender el uno del otro
teniéndose en la tempestad y la diversión, las pasiones y las tragedias, en
los distintos matices que los caminos ofrezcan.
Mariana y yo éramos un gran equipo, nunca lo supimos tan bien hasta que
decidimos tener a Circe y nos enamorados de la idea de ser una familia.
Éramos capaces de cualquier cosa porque nos amábamos con la verdad. El
amor es una ecuación constante cuyo resultado siempre es uno.
Nosotros éramos ese universo.
Por la tarde del día siguiente realizamos las últimas compras. Un camión
condujo hasta el departamento y los empleados nos ayudaron a instalar la
cama, mesa, tele, libros y demás. Enseguida, apareció el otro transporte
trayendo lo adquirido dos a tres días antes con el resto de artículos para el
cuarto de Circe.
La refrigeradora estaba repleta de comida y bebida de acuerdo al gusto de
ambos, los cuadros en su lugar, las fotografías impresas en un baúl a la
espera de ser puestas en la pared, los servicios higiénicos relucientes, las
camas listas y ordenadas, una tele gigante en la habitación y otra en la sala
frente al mueble, una biblioteca con colecciones de libros, un mini bar con
mis tragos
favoritos para los invitados o el relajo mientras escribo, acordamos no
fumar y los domingos podríamos invitar a las familias a cenar.
Una vez instalado hasta el mínimo detalle elemental, abrí una cerveza y me
tiré en el mueble. Mariana estaba a mi lado con un vaso de té, la abracé y
con el índice izquierdo le mostré el alrededor diciendo: Tenemos un hogar
casi completo, lo único que falta es la llegada de la princesa.
— ¿Sabes? Aún nos falta algo— hizo mención. Se levantó del mueble a
paso parsimonioso y colocó la fotografía de la ecografía en el centro del
pasadizo donde caerían el resto de imágenes.
—La primera de cientos— dijo dando un giro para ver su sonrisa.
Ahora sí, solo nos queda esperar, añadió con la mano en el vientre
indiferente al impacto espontáneo del flash de mi cámara retratando su
imagen perfecta cerca a otra imagen perfecta en un recuerdo imborrable.
Mis amigos de antaño, los camaradas con quienes me divertí durante la
época universitaria y algo más, hasta que resolvieron adelantarse al
casamiento, organizaron una parrillada en un club campestre a una hora y
media de Lima, a la cual únicamente asistirían hombres para embriagarnos
hasta las últimas consecuencias, contar una infinita cantidad de anécdotas
de tiempos mozos o de locura como los llaman y comer la especialidad de
quienes tuvieron que adaptarse a la cocina por obligación.
El solo hombres no me pareció tan buena idea como el resto del argumento,
por eso sugerí que también fueran las novias o esposas en sus respectivos
casos; pero dijeron que necesitaban un alto en sus vidas. Una noche
exclusiva para ellos en donde podrían divertirse a cabalidad y luego volver
a sus casas por la tarde para reencontrarse con la familia. Entonces la idea
me terminó por parecer sensata y divertida. Además, podría tomarlo como
una noche de despedida de soltero, ya que seguramente con el nacimiento
de Circe y las revistas de vestidos que encontré tiradas en el mueble estaría
en los tiempos de descuento mi etapa de escritor sin compromiso para
involucrarme en un no tan inmediato; pero sí inevitable matrimonio. Lo
cual, extrañamente, me resultaba tan aventurero como sublime.
Es como cuando sientes que es la etapa ideal para una decisión de tal
magnitud porque hallaste a la mujer correcta en el tiempo adecuado.
Le dije a Mariana que saldría el viernes por la noche y volvería el domingo,
ella no quiso quedarse sola en el apartamento y comentó que se quedaría en
casa de su madre para compartir los días con ella ya que la siguiente
semana empezaríamos una rutina de mil emociones hasta el fin de los días.
Cuando le conté acerca de la idea de solo hombres soltó una carcajada
añadiendo lo siguiente: Parece que a tus amigos les urge una escapada.
—Bueno, dejando la broma, se lo merecen. La idea del club me parece
estupenda, seguramente la dio una de sus esposas para que no ensucien la
sala— dijo con el mismo humor.
—Pensé lo mismo, mi cielo; aunque yo no necesito de escapadas, porque
estar contigo es fantástico. Sin embargo, quiero acompañarlos un rato ya
que no los veo desde el último ciclo de la universidad— le dije con cierto
ánimo.
—Espero que la pasen chévere y así como organizan escapadas de
hombres, también acuerden una salida en familia. Podríamos ir a un club
con piscina para niños y habitaciones grandes para divertirnos durante un
par de días. Claro que esas vacaciones las tendríamos después que nazca la
bebé— comentó airosa.
—Claro que sí. Lo voy a proponer y seguramente iremos acordando con el
paso de las semanas— respondí con el entusiasmo el alto.
Se acercó para darme un beso de despedida y llevar mi mano hacia su
vientre. Todo al mismo tiempo. El amor triplicado en una imagen.
Recogí mi morral y lo puse en el auto. El plan era dejarla en casa de su
madre y dirigirme hacia allá; pero había pasado la noche anterior meditando
sobre el casamiento y el hecho que podría ser increíble para ambos
comprometernos en matrimonio poco después que Circe viera la luz y ella
seguramente fiel a su estilo tuviera un breve paso por el gimnasio y las
dietas.
Así que se me ocurrió, en el instante en el que estábamos dentro del auto a
las afueras del hogar, sin tener un anillo ni un argumento altamente sublime
y romántico que empiece con una ligera reseña acerca de cómo nos
conocimos y creando en versos una línea de tiempo de cómo me fui
enamorando de ella dando a conocer sus encantos, facetas, pasatiempos y
demás, que, obviamente me fascinan al punto de sentir este poderoso y
honesto amor, la sujeté de la mano mirándola a los ojos y riendo porque
ambos siempre estamos sonriendo para hacerle una pregunta sincera, ¿Qué
te parece si nos casamos después del primer año de Circe?
Sonrió, vio nuestras manos juntas, también el abdomen que daba pálpitos y
respondió con dóciles palabras: Es una gran idea, amor de mi vida.
Creí que nunca lo dirías, estoy sorprendida, porque durante largo tiempo
pensé que nunca llegaríamos a casarnos, no por mí, sino por ti, quien a
pesar de ser muy romántico no tenías esa fantasía y yo empezaba a dejar de
respetar esa idea para iniciar un proyecto de convencimiento hasta llevarte
al altar.
Sonreímos.
—Me adelanté— le dije rozando sus mejillas. Asintió con la cabeza
mostrando una bella sonrisa.
—Circe, tu papi se quiere casar conmigo— le habló con ternura.
—Y quiero que lo hagamos cuando nazca para que salga en las fotos— le
dije.
—Fotos que van a decorar nuestro pasadizo de ensueño—respondió
acercando su mano a la mía.
Nos besamos tiernamente y compartimos una sonrisa.
—Dime algo, ¿Cómo se te ocurrió? — quiso saber intrigada en dulzura.
—Pues… Acaricié su vientre dándole una mirada, la elevé para ver el
esmeralda en sus ojos y dije: Te amo, eres la madre de mi hija, el amor de
mi vida, una mujer increíble, inteligente y divertida. Nos comportamos
como un equipo en toda circunstancia y siento que no hay excusas para no
aventurarme al casamiento contigo porque creo en lo profundo de mi
corazón que nos tendremos en esta y en las otras vidas que existan porque
no habrá nadie que sea como tú.
Mariana soltó lágrimas que acompañaron a su risa y sonrisa y nos
abrazamos muy fuerte como símbolo de un amor en constante expansión.
—Te amo demasiado, amor de mi vida. Cuando la princesa vea la luz nos
casaremos con la promesa del juntos por siempre— dijo emocionada.
Arribamos a su casa escuchando las canciones que formaron parte de la
historia y nos despedimos en un abrazo caluroso quedando en vernos
dentro de poco para continuar impartiendo amor y compartiendo reseñas de
una historia preciosa e inigualable que engendramos a cada instante.
No podía aparecer en el lugar con las manos vacías, paré en una licorería y
compré dos botellas de ron y un par de cajetillas de cigarro. Uno de ellos
tendría en el bolsillo el vacilón de cuando teníamos dieciocho y las
experiencias se irían multiplicando mientras la noche fuera avanzando.
Verlos después de tiempo fue descomunal, nos abrazamos como si
hubieran pasado décadas a pesar de hablarnos por chat y rápidamente nos
sentamos en redondéela para beber, charlar, brindar y asar las carnes de
rato en rato.
Olvidamos el trabajo, nadie era ingeniero o abogado, psicólogo o profesor,
éramos simplemente los amigos que esperan ansiosos el fin de semana para
meterse unos tragos en alguna discoteca de estreno o las acostumbradas y
disfrutan en júbilo hasta ver al amanecer creando historias de toda índole
que con los años fueron a inspirar al único escritor del grupo.
Cada dos horas le escribía a Mariana y respondía de acuerdo a lo que iba
haciendo. Me contó que estaba buscando que ver en la televisión y
comiendo palomitas de maíz junto a su mamá, después dejó de contestar y
supuse que la serie o película estaría interesante.
Alrededor de las cuatro o cinco de la mañana, cuando muchos amigos se
hallaban durmiendo en las sillas o en el piso ignorando el par de
habitaciones que rentaron para descansar, me recosté en un mueble para
verificar mi celular. No tenía mensajes ni llamadas de Mariana cuya última
conexión había sido hace dos horas.
Dos valientes todavía bebían conversando borrachos acerca de sus temas
sentimentales, no quise intervenir porque mis asuntos amorosos andaban
floreciendo, por eso decidí cerrar los ojos un rato.
Una llamada me levantó. La luz del alba hirió mis ojos, saqué el celular sin
poder mirar el número y hablé con un intento de voz sobria.
—Hola, dígame.
—Mariana sufrió un accidente— dijo la voz desesperada que oí en pausa.
Durante años viví con un miedo profundo que nunca pude apagar.
Temía recibir la visita inesperada de una persona que me informe sobre una
tragedia y llore en mis brazos; también me aterraba inconscientemente el
hecho de coger el celular y aceptar una llamada desconocida cuya voz
entrecortada cuente que algo ha ocurrido sin que yo pueda evitarlo.
— ¿Qué carajos dices? — Fue lo primero que dije levantándome de la silla
tan veloz como pude dirigiéndome hacia el auto tras rebuscar las llaves en
el bolsillo.
—Quiso ir por agua y tropezó cayéndose por las escaleras— dijo la voz
llorosa.
Maldije un y cien veces arrancándome los cabellos en una rabieta colérica
y llena de angustia con agitación en el corazón.
Subí al auto de inmediato.
— ¿Dónde está? Dime, ¿Dónde carajos están? — Empecé a gritar.
—Su mamá la acaba de llevar a emergencias, me dijeron que te llame. Yo
soy la vecina— dijo con notable angustia.
— ¿Hace cuánto pasó?, ¿En qué clínica están? — Pregunté al tiempo que
arrancaba el vehículo saliendo del club y acelerando en la avenida con la
destreza de un hombre desesperado.
—No lo sé, no lo sé, estoy tan nerviosa que no lo recuerdo. Llame a su
madre, por favor— dijo la mujer junto a sollozos.
Colgué y llamé a su mamá con el auto a velocidad.
— ¿Qué pasó, señora?, ¿Dónde están? ¡Estoy yendo para Lima! — le dije
preocupado y angustiado.
—Lo siento, fue mi culpa. ¡Me dormí! Y la dejé sola en su habitación.
Quiso ir por agua y se tropezó— contó con desazón y melancolía.
Maldije consecutivamente golpeando el timón con brutalidad.
—Estamos en la clínica Santa Lucía. Ella está dormida, se dio un fuerte
golpe en la cabeza; pero nos preocupa la bebé— dijo como si estuviera a
punto de llorar.
—Dígame que no le ocurrió algo malo a mi princesa— dije con las
lágrimas recorriendo las mejillas.
—Dios la cuida, tengo fe que en un ratito nos darán una respuesta
positiva— dijo en sollozos; aunque queriendo entrar en calma.
—Me llama ni bien sepa algo. Estaré llegando en menos de una hora— le
dije imperativo y colgué.
Recé entre lágrimas pidiéndole al de arriba que la bebé se encuentre sana,
que Mariana solo tenga un golpe y cuando me acerque reconozca mi rostro
y nos demos un abrazo que ratifique nuestros sueños de amor.
Oré como nunca lo hice añorando un leve accidente que nos preocupara un
poco y todo vuelva a la normalidad al atardecer. Me sentí arrepentido por
asistir a la fiesta, quise retroceder el tiempo para negarme a la invitación,
sentí prudente quedarme en casa a su lado o atravesar la noche juntos en
nuestra habitación. Tantos supuestos aglomeraron mi cabeza mientras
avanzaba a velocidad con los sentidos en alerta, confesiones interiores,
oraciones solemnes y lágrimas de intranquilidad, desasosiego y angustia
capaz de ahogarme.
Adentrándome a la ciudad recibí otra llamada. Contesté de inmediato con
la vista en la calzada añorando la cercanía de la clínica donde alguna vez
nos dieron los resultados que abrieron la compuerta al cielo.
Era su madre llorando, no podía hablar por tanto llanto, sus palabras se oían
entrecortadas y le pedí calma para que pudiera entenderla.
—Mariana está bien... pero perdió al bebé— dijo en una frase que se repitió
varios segundos en los vagones del alma y el corazón derritiendo cada una
de sus partículas.
Dicen que las tragedias se repiten aquí o en otras vidas, que a veces un
hombre no logra resistir tanta angustia y dolor y en una rabieta con coraje y
frustración interna propone un acto en contra de sí mismo para acabar con
tanta miseria.
Aceleré después de tirar el celular y darle golpes al timón, pegué un grito
capaz de destruir las estrellas y con las manos sujetas al volante con odio
hacia el mundo y el destino recorrí la avenida a cientos de kilómetros
perdiendo el control e impactando contra un poste de luz.
Debí morir en ese accidente.
Los médicos dijeron que la bolsa de aire me mantuvo con vida porque de lo
contrario me hubiera partido la cabeza.
Tuve heridas mínimas y algunas contusiones que una semana en cama y las
pastillas solucionaron por completo.
Visité a Mariana en otro pasillo de la misma clínica en una trágica ironía.
El choque ocurrió a cinco minutos de llegar, según un comentario que oí.
Había salido prácticamente ileso, salvo por el dolor de cabeza y las heridas
mencionadas en las piernas sin tener los huesos rotos como una especie de
trágica fortuna, la cual no sentía ni asimilaba, mucho menos al momento en
que vi a Mariana desde una ventana cerca a la puerta de su habitación
ubicándola rendida sobre la cama con la cabeza a un lado en dirección a la
luna desde donde la veía con el brazo izquierdo conectado al suero que
goteaba, envuelta en sábanas blancas hasta la altura del cuello,
seminconsciente, con los ojos paulatinamente cerrados y abiertos, inmóvil,
con rasguños en las mejillas y los cabellos desorbitados; divagando, creí, en
situaciones y supuestos dentro de su mente; preciosa, sin dudarlo, divina,
como siempre; pero muerta a pesar que la máquina cerca todavía señalaba
flujo positivo en su corazón.
—No quiere recibir a nadie— oí a una robusta enfermera cuando quise
abrir la puerta para entrar e intentar reanimarla en un beso.
—Soy su esposo— le dije imperativo con una mirada gélida.
Vio un apunte en un grueso portafolio y respondió: Aquí dice que no es
casada. Lo siento, no puede pasar.
—Bueno, soy su pareja. Íbamos a casarnos dentro de unos días o meses, no
recuerdo bien— le dije con un movimiento rápido de cabeza.
Pidió mi nombre y se lo di tras una pausa.
—Sí, es correcto, usted es su novio; pero que aun así, no quiere verlo. Ni a
usted ni a la señora Gloria— dijo con seriedad elevando la mandíbula
prominente.
— Igualmente me gustaría ingresar— le pedí estirando la mano para coger
el pomo que parecía estar congelado.
— ¡No, señor! No puedo permitirle el paso— inquirió sacando mi mano de
la puerta.
— ¡Debo entrar! Necesito sacarle de ese estado— prácticamente grité.
—Le acabo de decir que no puede entrar. Además, usted no debería estar
aquí, sino en cama por lo mal que se encuentra— sugirió con molestia en
una vista de arriba hacia abajo.
— ¿Ya le dieron el alta? Voy a llamar a mi compañera para que lo
derive— dijo interponiendo el cuerpo en la puerta.
Otra enfermera apareció. Era alta y delgada. Mucho más dócil que la
primera.
—Vámonos, señor— me dijo entrelazando su brazo al mío.
Ella estará bien dentro de poco y seguro querrá saber de usted, añadió
llevándome a paso lento.
No quise alejarme. Quería entrar y verla despertar. Acariciar sus mejillas.
Curarla con besos. Decirle que la amo y que lo siento. Hablarle de algo que
la anime o simplemente estar a su lado.
— ¡Mariana! ¡Mariana! Lo siento mucho, mi amor. No sé qué es lo que
pasó, lo lamento tanto— le dije entre lágrimas arrodillándome cerca a la
puerta tras zafar de los brazos de la enfermera frustrado en estériles
intentos por querer entrar.
Las enfermeras se ayudaron para levantarme del piso y dirigieron a la
habitación de donde salí.
— ¡Estoy harto de esta vida del carajo! Cansado de tanta tragedia, ¿Por qué
me salvaron? ¡No debió funcionar esa maldita bolsa de aire! — Grité con
odio y coraje al punto que tuvieron que sedarme para que entre las
enfermas y otro médico me trasladaran a la cama con los ojos ligeramente
cerrados cayendo finalmente en un inevitable letargo.
Desperté al día siguiente, mis padres y un médico estaban en frente,
conversaban; pero no los escuchaba. Me vieron abrir los ojos y se
acercaron.
Mi madre lloraba, frotaba mis mejillas y la frente como quien intenta
apaciguar tanta tristeza escondiendo la suya. Mi padre cogió la mano y
preguntó cómo estaba. Asentí lentamente sin pronunciar palabras.
El doctor diagnosticó el alta y sugirió una terapia con el psicólogo por el
escándalo de ayer y el impacto post traumático que podría tener
provocando en cualquier momento de la rutina un nuevo acto desenfrenado
o planeado por hacerme daño o quitarme la vida.
Nunca asistí a la terapia. Volví al departamento junto a mis padres y les
pedí que me dejaran solo. No quisieron. Les aseguré que no cometería
ninguna otra estupidez y se marcharon diciendo que llamara ante cualquier
eventualidad.
De noche, me asomé al balcón con un vaso de ron, me sentía desecho y
vacío, cansino y frustrado, me puse a llorar atravesándose en mí como
flechazo salvador la idea de tirarme.
No lo hice porque quizá entre las estrellas alguien susurró el impedimento.
Pasé la noche en vela regado en un rincón del balcón. Oí el celular y lo cogí
sabiendo que era la señora Gloria. Me dijo que iría por Mariana a pesar que
las dos primeras veces no quiso verla; pero ya tocaba el alta y quería que
fuera con ella.
Temprano nos dirigimos a la clínica. Mariana se veía demacrada, con ojos
morados de tanto llorar, un collarín y una muleta porque su tobillo se había
torcido ocasionando la trágica caída de aquella enorme y antigua escalera.
Su abdomen no era el mismo, estaba plano, inerte y fulminado, me mató
verla así; pero la ayudé a caminar haciendo que use mi hombro como
soporte.
No hablaba. Solo reaccionaba a la ayuda con la mirada perdida y los
cabellos ocultando su rostro.
Llegamos al departamento. La noche anterior con pensamientos suicidas y
lleno de alcohol estuve guardando todo lo referente a Circe dentro de su
habitación, la cual cerré con llave para que nadie pudiera tener acceso.
Recostamos a Mariana sobre la cama y salimos para dejarla descansar.
—Ha sido una tragedia horrible— me dijo su madre en un abrazo.
—Yo no sé cómo es que sucedió; pero siento que toda es mi culpa. Dios
quiera que ella me perdone— añadió entre lágrimas.
—Usted estaba durmiendo. Ella fue por agua y ocurrió sin que nadie
tuviera culpa. Solo… Dios y el destino fueron los causantes— le dije
viéndola a los ojos compartiendo su dolor en lágrimas.
—Mariana está desecha. Tomará tiempo su recuperación, tenemos que
estar más juntos que nunca para salir adelante— me dijo con nostalgia y
seriedad.
—Estaremos siempre para ella— le dije de la misma manera.
Nos dimos un abrazo en señal de despedida y antes de que se fuera, me
dijo:
¿Y tú, cómo estás? Dicen que… el choque no fue un accidente.
—Lo único que importa es hacer todo lo posible por volver a ver a Mariana
sonreír; entonces el mundo también sonreirá— expuse sereno.
Esa noche me quedé en el mueble cambiando canales sin la intención de
detenerme en uno. Fui al balcón y encendí un cigarrillo, miré las estrellas
en busca de una respuesta, le pregunté al de arriba de quien tanto hablan
como salvador, ¿Por qué tanta desgracia vino a caer en mi vida? Y no tuve
respuesta, ni siquiera una señal. Su inexistencia era cierta, no lo ves hasta
que la atrocidad aparece y no hay quien te salve. No hay quien te respalde.
No hay quien consuele. A veces, y simplemente, te carcome la melancolía.
Oí un grito de horror y corrí desesperado hacia la habitación, abrí la puerta
y vi a Mariana inclinada sobre la cama llorando al instante en que entré
diciendo con voz solloza y desgarradora, ¿Por qué me han robado a mi
niña? Las manos en su vientre vacío como si ángeles de la muerte la
hubieran raptado mientras dormía.
La abracé y sus manos se clavaron en mi espalda junto a un llanto grotesco
que jamás podría detener y mis lágrimas mudas se confundieron con las
suyas como dos torrentes de los ríos de un infierno instalado en nuestra
casa.
No hubo palabra que calmara tanto dolor, tampoco abrazos capaces de
apaciguar tanta angustia, ni siquiera un antídoto celestial que
milagrosamente nos devuelva a un día antes de la tragedia para soñar con
que podemos evitarla.
—Quiero enterrarla— dijo entre tanto llanto. Quiero… que descanse en
paz, añadió con la voz destruida como si las palabras que tanto alguna vez
amé sirvieran como acido ante mi rostro que escucha y volvía a llorar sin
gritar, agotada del griterío, derrotada en mi regazo maltrecho, de barro, a
punto de desquebrajarse y perdido como el sonido de su sollozo
adentrándose en los laberintos que conducen al alma oscureciéndola de a
poco.
Quiero que siga durmiendo como cuando la vimos en sombras, acotó oculta
en mis brazos, melancólica y sacando fuerzas para aclarar las ideas. La
abracé más que fuerte para que el dolor se ahogara, le dije sin palabras
tanto de lo que sentía y otro tanto de lo que lamentaba y seguramente me
oyó en silencio porque nos separamos y a la vista conjunta en húmedos
ojos nos dijimos sin voz que ambos habíamos sido los culpables.
El abrazo duró la noche, una larga, atroz y lenta; Mariana cayó dormida en
mi regajo y la dejé caer en la cama para continuar divisando la nada en el
balcón, embriagado y solitario, meditando y añorando que el mundo vuelva
a ser como alguna vez lo soñamos.
Las gestiones se realizaron deprisa. Por la tarde del día siguiente, la
enterramos en el mismo cementerio donde se encuentran el Señor Raúl, su
padre, y Daniela.
Es curiosa la forma como los cuerpos que jamás coincidieron en mirada y
habla se funden en alma en alguna plataforma desconocida.
Solo fuimos los dos.
Ella no pudo pronunciar palabras, era llanto y dolor. Angustia y rabia.
Yo dije unas líneas que escribí la noche anterior después de que Mariana
pudo conciliar el sueño con sus manos en el vientre como si la hubiera
encontrado en ese espacio maravilloso.
Tal vez fue esa la razón de su repentina sonrisa mientras todavía dormía a
pesar del alba y mi estado etílico acomodándome a su lado.
‘Circe... Lamento que no hayamos podido coincidir. Quizá, nuestras luces
no se mezclaron en este presente y los senderos se desvanecieron poco
antes de tu llegada; pero estoy seguro que nunca te olvidaremos a pesar que
no tengamos ningún recuerdo tangible, pues nos hiciste vivir una etapa
increíble en donde tu madre y yo nos enamoramos más que nunca.
Quiero que sepas que tengo tu nombre tatuado en mis costillas con una
frase que define tu ser para mí, también decir que… Fuiste la razón de mi
felicidad y el propósito real de mi vida. Lamento que nos hayamos perdido,
a veces la vida nos sorprende con tragedias y solo nos queda ser fuertes
para salir adelante e intentar, tal vez con el tiempo, volver a crearte, con el
mismo nombre y rostro, anhelar esos pacitos de porcelana sobre la planicie
de la sala e imaginar el sonido de tu voz diciéndonos Papá o Mamá...
Aunque ahora queda entender que formas parte de una galaxia lejana, una
que lleva tu nombre, porque dicen que las princesas que fallecen antes de
ver la luz se vuelven galaxias en lo profundo del infinito y será allí donde te
vea cada vez que eleve la mirada y observe tu nombre convertido en
constelación.
Te amaremos por siempre’.
Me quebré al hablar, iba a caer, ponerme de rodillas y dejar que las
lágrimas inunden el aposento de la princesa; pero me contuve por Mariana
envuelta en una túnica, llorosa y dolida, con lentes negros tal cual su
atuendo, apretando mi mano muy fuerte tras cada palabra, queriendo soltar
los versos en su corazón que fueron hondando más allá de su sentir,
callados por la angustia, frenados por el ácido en la garganta y
manifestados únicamente en lágrimas.
Salimos del lugar a paso lento y sin hablar; de la mano, ella recostada en mi
hombro y yo viendo el camino sin ánimos de nada a pesar de tener el afán
necesario por querer avanzar sin tener que olvidar; aunque el sendero de la
completa melancolía recién estuviera iniciando como un martirio
establecido en un hogar convertido en caverna.
***
Fin