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Más allá de nuestras limitaciones,

cada uno tiene el potencial para ser grandioso en Torá.


Es nuestro derecho de nacimiento.

‫פרשת תרומה‬
Parashat Trumá:
La corona de la Torá__________________________
Rabí Iojanán dijo: Hay tres coronas [que adornaban los utensilios del Beit HaMikdash]: la
corona del Altar de Oro (el Mizbéaj Hazahav), la corona del Arca (el Arón) y la corona de
la Mesa (el Shulján). La corona del Altar: la mereció y la tomó Aharón (Rashi: representa
la corona del sacerdocio, que le fue otorgado a Aharón y a sus descendientes). La corona
de la Mesa: la mereció y la tomó David (Rashi: la abundancia de la mesa y la opulencia
majestuosa representan la corona del reinado, que le fue entregada al Rey David). Pero la
corona del Arca (Rashi: que representa la corona de la Torá) continúa en reposo. Todo el
que quiera tomarla, puede venir y hacerlo. Y para que no pienses que es inferior a las
otras coronas, la Torá declara: “A través de mí reinaran los reyes” (Mishlei 8:15).
(Talmud, Ioma 72b).

La corona del Arca representa el Kéter Torá, la corona de la Torá. El Talmud dice que
esta corona está al alcance de cada uno de nosotros. ¿Cómo la conseguimos? ¿Realmente
está al alcance de todos, incluso si no fuimos bendecidos con la inteligencia, la diligencia y
la paciencia requeridas para convertirnos en un talmid jajam?
El Rambam menciona estas tres coronas que fueron otorgadas al pueblo judío, y
escribe en referencia al Kéter Torá: “La corona de la Torá está ahí, esperando, lista para
cada judío, como está escrito: ‘La Torá que Moshé nos ordenó es la herencia de la
Congregación de Iaakov’ (Devarim 33:4). Todo el que la quiera, puede venir y tomarla”
(Hiljot Talmud Torá 3:1).
El Rambam utiliza tres palabras para describir el Kéter Torá: “ahí”, “esperando” y
“lista”. Ninguna palabra del Rambam es adicional, cada término viene a enseñarnos algo.
“Ahí” significa que la Torá está a tu alcance, esperándote. No hay obstáculos para
llegar a ella y no necesitas luchar contra nada ni nadie para obtenerla.
“Esperando” significa que la Torá no se va a ir a ningún lado. No está huyendo, pero
tampoco vendrá a ti. Se quedará allí hasta que vayas por ella.
“Lista” significa que la Torá está hecha a medida y está lista para ti. Te calza como
un guante, no hace falta ningún ajuste ni cambio. Es tu herencia, te corresponde por
derecho, y tu propiedad sobre ella es tan válida como la de cualquier otro judío.
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El Rambam nos enseña


que la Torá es alcanzable,
asequible y que está hecha a medida para ti. El Rambam nos enseña
que la Torá es alcanzable, asequible y que está hecha a medida para ti. No hay nada que
nos impida obtenerla. Pero hay una advertencia; a continuación, dice: “Todo el que la quiera
puede venir y tomarla”. La clave para obtener la Corona de la Torá es realmente quererla.
La Torá debe ser tu único objetivo, tu deseo ardiente, y debes perseguirla con pasión, con
cada partícula de tu ser. Si la quieres así, se te garantiza que la obtendrás sin importar tu
inteligencia ni tu capacidad.
La grandeza en Torá depende casi exclusivamente de nuestros esfuerzos. Si nos
esforzamos lo suficiente, el entendimiento resultante es un regalo de Hashem. Como dice
el Talmud: “Si alguien te dice ‘me esforcé y no encontré’, no le creas… si alguien te dice
‘me esforcé y encontré’, entonces puedes creerle. Esto se refiere al entendimiento de las
palabras de Torá” (Meguilá 6b). Dios nos promete que todo el que se esfuerce sinceramente
para entender la Torá, tiene garantizado “encontrarla”.
El uso de la palabra “encontrar” es interesante, porque “encontrar algo” no es un
resultado directo de los propios esfuerzos. Más bien implica tropezarse con algo que aparece
en medio de la nada. Esta es una descripción apta del estudio, dado que nuestros logros en
Torá, así como otros logros espirituales, son un regalo de Hashem. Dios nos lo da, pero
nuestro esfuerzo es el medio a través del cual nos ganamos esa bendición.
Si carecemos de entendimiento en Torá, no es porque Hashem no quiera dárnoslo.
Es porque no hicimos el esfuerzo correcto para conseguirlo.
Sí, adquirir Torá puede ser un proceso lento, pero si continuamos comprometidos, se
nos garantiza el éxito. Cada gota de esfuerzo marca una diferencia. La Torá eventualmente
nos cambiará, incluso si en el camino no vemos el impacto del proceso.

El improbable gadol hador: Rabí Eliézer ben Hircanus

Hasta el estudiante menos dotado de una Ieshivá puede llegar a alturas


sorprendentes, como lo ilustra la historia de Rabí Eliézer ben Hircanus (Pirkei de-Rabí Eliézer
1).
Eliézer, el hijo de Hircanus, era un granjero ignorante que trabajaba para su padre.
Un día, mientras araba en la montaña, se detuvo y comenzó a llorar.
El padre de Rabí Eliézer, Hircanus, uno de los talmidei jajamim de su generación, le
preguntó a su hijo:
—¿Por qué lloras? Si hace demasiado calor en la montaña, te enviaré al llano.
Eliézer ben Hircanus comenzó a arar en el llano, pero muy pronto comenzó a llorar
también allí.
—Hijo mío, ¿por qué lloras? —preguntó Hircanus.
—Quiero estudiar Torá.
—¿Estudiar Torá? Vamos, hijo, ¡Ya tienes 28 años! Es hora de que te cases y
comiences una familia. Tus hijos pueden es tudiar Torá.
Pero Eliézer ben Hircanus no dejó de llorar. Lloró hasta que Eliahu Hanaví vino a él y
le preguntó:
—Eliézer, ¿por qué lloras?
—Quiero estudiar Torá.
—Muy bien —le respondió Eliahu—. Ve a Jerusalem y busca a Rabí Iojanán ben Zakai.
Eliézer fue a donde estaba Rabí Iojanán ben Zakai y lloró ante él.
—¿Por qué lloras? —le preguntó Rabí Iojanán ben Zakai.
—Quiero estudiar Torá.
—¿Acaso no te enseñó tu padre Kriat Shemá, Birkat Hamazón y Tefilá?
—No.
—Entonces ven y te enseñaré.
Y así, Rabí Iojanán ben Zakai, el gadol hador, le enseñó a Eliézer Kriat Shemá, Birkat
Hamazón y Tefilá. Luego le dijo:
—Muy bien, Eliézer. Lo hemos logrado, es hora de que regreses a casa.
Al escuchar esas palabras, Rabí Eliézer ben Hircanus volvió a llorar.
—¿Por qué lloras? —le preguntó Rabí Iojanán ben Zakai.
—Quiero estudiar Torá. —Bueno, te enseñaré más Torá.
Mientras tanto, como su hijo se había negado a trabajar en el campo, Hircanus lo
desheredó.
Rabí Iojanán ben Zakai le enseñó a Eliézer más Torá: un poco de Jumash y Mishná.
Después de esto, Rabí Iojanán le dijo:
—Eliézer, es tiempo de que vuelvas.
—¡Quiero estudiar Torá! —Lloró Eliézer
Y así continuó, hasta que un día, cuando Rabí Eliézer ben Hircanus estudiaba sentado
al fondo del beit midrash, entró inesperadamente su padre, Hircanus. Rabí Iojanán ben
Zakai le dijo a Rabí Eliézer que fuera al frente y recitara en voz alta su Torá. Rabí Eliézer se
paró y enseñó Torá que no había sido oída desde la entrega de la Torá.
Cuando Rabí Eliézer terminó, Hircanus estaba sumamente orgulloso. Él le dijo:
—Eliézer, al principio quise darles toda mi propiedad a mis otros hijos y no a ti, ¡pero
ahora voy a darte todo lo que tengo sólo a ti!
—Padre —contestó Rabí Eliézer—, si quisiera oro y plata, me hubiera quedado arando
el campo. Lo único que quiero es Torá.
Rabí Eliézer ben Hircanus eventualmente llegó a ser el gadol hador, y también el
rabino de Rabí Akiva.
Esta es una historia muy fuerte que despierta muchas preguntas:
1. ¿Cómo es posible que Hircanus, un talmid jajam, no le enseñara a su hijo lo más
básico de la Torá? Hasta el judío más simple le enseña a su hijo Kriat Shemá, Birkat
Hamazón y Tefilá. Más aún, Hircanus era multimillonario. ¡Podría haber contratado a los
mejores maestros del mundo para que le enseñaran a su hijo!
2. ¿Por qué Eliézer ben Hircanus lloró? Era una persona adulta. ¡Podía hablar y decir
lo que quería!
3. Hircanus era muy rico, ¿por qué le importaba tanto si su hijo trabajaba o si no lo
hacía?
4. ¿Por qué Hircanus envió a su hijo a realizar el tedioso trabajo de arar? Podría haber
contratado cien obreros para arar y dejar que su hijo realizara un trabajo más honorable,
como el de capataz.
5. ¿Por qué Eliahu Hanaví le dijo a Rabí Eliézer ben Hircanus que fuera al gadol hador,
Rabí Iojanán ben Zakai, ¿para aprender Kriat Shemá? ¡Cualquier lechero o talmid en el beit
midrash le hubiese podido enseñar eso! ¡Esto es como enviar a un reciente báal teshuvá a
aprender el álef bet con el Rav Aharón Leib Shteinman, shlita!
6. Una vez que Eliézer llegó a Rabí Iojanán ben Zakai, ¿por qué lloró? ¡Podía hablar!
7. Rabí Iojanán ben Zakai oyó a un hombre de 28 años decir: “Quiero estudiar Torá”.
¿Por qué asumió que aún no había aprendido Kriat Shemá?
8. ¿Por qué no entendió Rabí Iojanán ben Zakai la razón por la que Rabí Eliézer lloró
cuando le dijo que volviera a su casa después de enseñarle Kriat Shemá? ¡Por supuesto que
lloraría! ¡Lo único que había aprendido era Kriat Shemá, Birkat Hamazón y Tefilá!
Hay una sola respuesta que responde a todas esas dificultades: Rabí Eliézer ben
Hircanus era extremadamente tonto.
Obviamente que Hircanus había contratado un maestro para su hijo. Él tenía Irat
Shamaim. Seguramente contrató al mejor maestro que había.
Pero ni el mejor melamed logró que el Kriat Shemá entrara en esa cabeza dura de
Rabí Eliézer ben Hircanus. ¿Qué se suponía que debía hacer un padre con un hijo tan tonto?
¿Hacerlo capataz? Obviamente que no. Debía ponerlo a trabajar en el campo, para que, al
menos, hiciera algo productivo.
Rabí Eliézer lloró. ¡Él quería aprender! Pero su padre “Hijo, lo hemos intentado todo.
Olvídalo”. La única opción que quedaba era ir al gadol hador. Sólo alguien con semejante
genio tenía posibilidades de llegar a enseñarle algo a Eliézer. Por eso Eliahu Hanaví le dijo
que fuera a Rabí Iojanán ben Zakai.
Entonces Rabí Iojanán ben Zakai se esforzó para enseñarle a Eliézer, y logró lo que
nadie había logrado: le enseñó Kriat Shemá, Birkat Hamazón y Tefilá.
Excelente, has entendido lo básico. ¡Ahora vuelve a casa! Pero Eliézer lloró pidiendo
más, y Rabí Iojanán ben Zakai decidió darle una oportunidad. Como ya había funcionado
antes, quizás podría enseñarle más. Ese estudiante, considerado el más improbable para
tener éxito, llegó a convertirse en Rabí Eliézer ben Hircanus, el líder de su generación,
demostrando que hasta el más lento de los lentos puede convertirse en el gadol hador.
¿Cuál fue el secreto de su éxito? Él quería tanto estudiar Torá que estuvo dispuesto
a llorar por ella.
Más allá de nuestras limitaciones, cada uno tiene el potencial para ser grandioso en
Torá. Es nuestro derecho de nacimiento. Nuestro preciado legado esperando que lo
tomemos, lo único que debemos hacer es realmente quererlo.
Al igual que el poder sublime del incienso para alcanzar alturas
espirituales, el camino de la humildad nos permite
conectarnos con el anhelo del alma de obtener el máximo significado.

‫פרשת תרומה‬
Parashat Trumá:
La corona de la Torá__________________________________
La parashá Tetzavé termina con el relato de la construcción del Altar de Oro, el
mizbéaj hazahav, sobre el cual se encendía cada mañana y cada noche el incienso o ketoret.
La ubicación de esta sección llama la atención. Hubiera sido más adecuado que estuviera
cuatro capítulos antes, en la parashá Trumá, donde se explican los detalles de todoslos
otros utensilios del Tabernáculo. ¿Por qué la Torá deja el
mizbéaj hazahav para el final de la siguiente parashá?
El encendido del incienso representa el más alto nivel de servicio a Hashem, es el
pináculo que sólo puede tener lugar cuando todo lo demás está en su lugar.4 La Torá alude
al elevado estatus del incienso al describir al Altar de Oro como “kódesh hakodashim hu
leHashem —santísimo es para Hashem” (Shemot 30:10), mientras que el Altar de Cobre
sólo es aludido como “kódesh hakodashim — santísimo es” (20:37).
El elevado estatus del incienso se ve aumentado por el hecho de que el sentido
principal involucrado en la quema del incienso es el olfato. El Talmud dice: “Rav Zutra bar
Tovia dijo en nombre de Rav: ¿de dónde se aprende que recitamos una bendición por una
fragancia? Porque está escrito: ‘Que toda alma alabe a Dios’. ¿Qué es algo que el alma
disfruta y el cuerpo no? Debes decir que es el placer del olfato” (Brajot 43b). El olfato es el
sentido del alma.
El Maharshá explica que el olfato es más espiritual que los otros sentidos porque
Hashem le insufló un alma a la humanidad a través de la nariz de Adam. Como está escrito:
“Insufló en su nariz hálito de vida, y el hombre se volvió un ser viviente” (Bereshit 2:7).

Destruir el ego

Respecto al mizbéaj hazahav encontramos una halajá única: a diferencia de los otros
servicios del Beit HaMikdash, el incienso se puede ofrecer incluso si el altar fue desarraigado
de su lugar (Ver Rambam, Hiljot temidim umusafim 3:2 y Zevajim 59a). Por lo tanto, incluso
sin el Altar, uno todavía puede quemar incienso en su lugar. En un nivel simbólico, todavía
se puede acceder al poder del incienso al aplicar este sacrificio a nuestras vidas diarias.
El incienso, esa sublime ofrenda espiritual, representa la trascendencia de las
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4 El Abarbanel afirma que quemar el incienso era el más espiritual y sagrado de todos los
servicios que se llevaban a cabo en el Templo.
limitaciones físicas y del sentido de identidad. Quemar el incienso es el sacrificio supremo,
porque representa renunciar a la parte más importante pero menos tangible de uno mismo:
el sentimiento de auto-importancia. Simboliza trascender la visión subjetiva de lo que es
importante y canalizar ese impulso para cumplir la voluntad de Dios. Emana del
reconocimiento de que lo único significativo en la vida se alcanza al sacrificar los intereses
personales para convertirse en un vehículo para expresar la voluntad eterna de Dios. Todo
lo demás es trivial y pasajero. Así como el incienso se mezcla con el aire que lo rodea, tú
también puedes volverte uno con Dios al trascender tu sensación artificial de sentido e
importancia y aceptar el significado y propósito de Hashem.

La manera de lograrlo

¿Cómo se llega a este nivel sublime? A través de la humildad.


La mayoría de las personas tienen un entendimiento erróneo de la humildad. Para
ilustrarlo, imagina que entra a tu casa una persona que es el parangón de la humildad.
¿Cómo la imaginas? Dócil, ligeramente encorvada, retraída, alguien que se esconde en el
fondo del cuarto, demasiado tímida como para hablar con otro. Sin embargo, ¿quién fue la
persona más humilde de todas? La Torá nos dice: “Moshé fue extremadamente humilde,
más que cualquier otra persona sobre la tierra” (Bamidbar 12:3). ¿Puedes imaginar a Moshé
Rabeinu entrando a tu casa? ¡Toda la casa temblaría! Él fue el líder más poderoso y
carismático de la historia judía, y al mismo tiempo el paradigma de la humildad. Claramente,
nuestro concepto de humildad es erróneo.
Humildad no significa denigrar tus fortalezas y renegar de tu grandeza interior.
Significa reconocer que tus fortalezas y tu grandeza interior son un regalo de Hashem. Una
persona arrogante cree que lo único que importa es ella y que todo es gracias a ella. Por lo
tanto debe esforzarse mucho para mantener la fachada de tener “todo bajo control”,
mientras que en su interior la consume la duda y la inseguridad.
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Una persona arrogante debe esforzarse mucho
para mantener la fachada de tener
“todo bajo control”, mientras que en su interior
la consume la duda y la inseguridad. _________ En contraste, la persona humilde
entiende que Dios es lo único que importa y que todo proviene de Él. Esta persona se eleva
por encima de las preocupaciones nimias y no le importa obtener la aprobación de los
demás. Sólo le importa aprovechar los regalos que Hashem le dio para resolver los
problemas del mundo y hacer una diferencia real en la vida de las personas. En realidad, la
humildad genera carisma, porque al anular tu ego te apegas a Dios y te conviertes en un
conducto para Sus recursos ilimitados. Ningún problema es inmanejable si Dios está de tu
lado.

Eres un alma, no un cuerpo


El Jovot HaLevavot enseña que la esencia de la humildad es vivir con la consciencia
de que eres un alma, no un cuerpo. El iétzer hará, la inclinación al mal, nos hace caer al
lograr que nos identifiquemos con nuestro lado físico, animal, que es una caldera de deseos
ardientes y egocéntricos. Cuando vivimos con la consciencia de que somos un alma elevada
que anhela significado y conexión con Hashem, obtenemos la claridad para efectuar las
elecciones correctas que crean una vida profundamente satisfactoria.
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La esencia de la humildad es vivir
con la consciencia de que eres un
alma, no un cuerpo…_______________ La batalla de la vida es la batalla por la
cordura. Cuando seguimos los dictados del cuerpo nos dañamos y creamos una existencia
vacía, de degradación y vergüenza. Cuando vivimos como un alma, accedemos a la fuerza
del sentido y el placer genuino. Cada día, identifícate con el alma, no con el cuerpo,
recordando que tu cuerpo es una masa de huesos, carne y piel que algún día será enterrada
y se desintegrará hasta desaparecer; mientras que tu alma es pura y emana de la Fuente
Infinita de existencia. El alma anhela constantemente volver a su fuente eterna. Todo el
dolor y la irritación que siente tu cuerpo, todas las sensaciones y los placeres físicos que
vive, son efímeros y temporales. Tu alma es eterna y el crecimiento espiritual que logre en
este mundo durará para siempre.
Al igual que el poder sublime del incienso para alcanzar alturas espirituales, el camino
de la humildad nos permite conectarnos con el anhelo del alma de obtener el máximo
significado.

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