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(♥)

Lizbeth Azconia

Debajo no llevo camiseta, de manera que,


cuando me desfaja, se encuentra de lleno
con la desnudez de mi torso y los
movimientos que este realiza causados
por mi respiración acelerada. La
excitación que comenzó en el balcón,
mientras me besaba de aquella forma, se
está apretando a mi ropa interior. Elle
admira la hebilla del cinturón y, al tratar
de ayudarla, sujeto una de sus manos.
Le están temblando los dedos... Me los
llevo a la boca para buscar
tranquilizarla.
Me agacho un poco y sujeto el dobladillo
de su vestido; ella, respondiendo a mi
acción, levanta las manos sin decir nada.
Veo cómo pasa saliva y cómo titubea
antes de mirarme de lleno a los ojos. La
braga y el sostén que lleva puestos son lo
que cualquiera calificaría como lo
indicado para levantar el ánimo de un
muerto. Sigo sin creer que no se dé
cuenta de lo hermosa que es.
Mi instinto me dice que la espere, pero el
atisbo de desconfianza en su mirada
enciende una llamarada en mí. Tras
quitarme la camisa por completo y
dejarla junto a su vestido, acaricio sus
hombros, su clavícula, y luego desciendo
hacia sus pechos; me inclino para besarla
al tiempo que la libero para acunar su
trasero. Ella se pega a mí con más
libertad al momento de percibir la
erección que ya está exigiéndome prisa.
Elle no se amedrenta cuando la levanto
un poco, por medio de sus glúteos; esa
caricia parece acrecentar el tono rosado
de sus mejillas. Continúo besándola hasta
que la escucho gemir; la he hecho
caminar, girándonos, hacia la puerta;
entonces, separándose y entreabriendo
los labios, jadeante, siento sus manos
arrastrarse por todo mi pecho, hasta que
desabotona mi pantalón y, de tajo,
introduce su mano derecha dentro.
Contengo un respingo cuando rodea mi
miembro con sus dedos delgados. Pero,
al segundo siguiente, tras ser consciente
de cómo deja que mi pantalón se deslice
por mis caderas, pongo una mano en
contra de la pared, incapaz de resistirme
a la tentación de hacerla que se gire para
tomarla de la única manera que se me
ocurre aquí.
Sin embargo, aunque es cierto que me
muero por llenarla de mí, me limito a
gozar de la presión que le ha ejercido a
mi glande; la sensibilidad que le provoca
se incrementa al grado de que muerdo
uno de sus labios y, tras lamerlo más,
vuelvo a besarla quizás con una
brutalidad que va en aumento.
Ella se retira unos centímetros,
mirándome...
Yo creo que no puedo estar más excitado
ni caliente que en estos momentos, pero
entonces le escucho decir—: Estás
durito.
—¿Durito? —le pregunto, con un hilo de
voz; le sujeto la mandíbula con una
mano, hago que recargue la cabeza en la
puerta y, después de plantarle un beso
húmedo, digo—: Me pones como a una
roca, Elle. Mírate... —Sujetando su mano
en esta ocasión, la hago girarse sobre sí
misma y, cuando me refriego con su
trasero, noto que pone las manos en la
puerta para retener su peso. Acaricio un
de sus nalgas, estirando las líneas de tela
de la que está hecha la diminuta braga,
que deja sus glúteos al descubierto—
. Dios... Te amo tanto.
Ladeando la cabeza, busco sus mejillas y,
usando la otra mano, libero la erección
que me palpita con dolor en la
entrepierna. Buscando estar cómodo, me
bajo el calzoncillo hasta la cadera y
masajeo la extensión de mi hinchado
amigo hasta que soy consciente de que
no voy a tolerarlo por mucho tiempo.
Reprimo un jadeo al acercarme a Elle de
nuevo y, por debajo de su sostén, le
masajeo un pecho... Uso mis dedos para
incrementar la rigidez de su pezón... Y
ella emite un suspiro cuando la punta de
mi pene toca la humedad que ha
empezado a correrle por el interior de las
nalgas, que le he separado un poco con
los dedos.
—¿Bee? —me pregunta, al tiempo que yo
me clavo en su pared. Noto que me
tiemblan los dedos al tratar de
encorvarme para hallar el sitio correcto;
quiero empezar a escuchar sus jadeos,
quiero acabar adentro y saber que está
aquí, real y palpable, para mí. Toda para
mí. Gruño contra su oído sin liberar su
pecho y hago un fuerte envite en su
interior; mi miembro se incrusta tan
duro en ella que, al escuchar su gemido
de sorpresa, espero unos segundos;
empiezo a moverme con lentitud, y
entonces Elle dice—: Te amo. Lo sabes,
¿verdad?
Aprieto su seno en mi palma sin contener
la energía que me supone escucharla. Su
bonito túnel está tan resbaladizo que no
me implica ninguna dificultad el entrar y
salir con ansiedad de ella; ha curvado un
poco la espalda, lo que hace que quede
perfectamente encajado en su centro.
Recargo, sin dejar de embestirla cada vez
con mayor brusquedad, mi cara en su
mejilla. Ella ladea el rostro y emite, en
ese instante, un gemido largo y suave.
Al mismo tiempo que acaricio con mis
dedos todo su abdomen, bajando
despacio desde su pecho, encuentro sus
labios tiernos, húmedos y sensibilizados,
que abro con un dedo y otro, mientras
ella se aprieta a mi longitud. Trato de
ahogar un jadeo al sentir que, después de
realizar círculos en su clítoris, los
músculos de su pared se contraen en
contra de mi miembro.
Las tiras de su braga me calan al entrar
así que, saliéndome de golpe, hago que se
gire de vuelta a mí. Una expresión
ensordecedora, del placer más puro y
hermoso, me es devuelta. Elle, sin que yo
se lo pida, se quita el tanga y se me queda
mirando; estoy seguro de que parezco un
demente ahora mismo. Mi interior brama
de felicidad al ver que ella se quita el
sostén y lo arroja junto a las demás
prendas.
Caminando hacia mí, se sujeta de mis
hombros; la parte trasera de mis rodillas
pega con el borde del sofá, así que me
dejo caer en él y, a horcajadas, Elle se
sienta justo sobre mí. En un inicio, sus
movimientos son suaves...
—Eres tan fuerte —suspira al tiempo
que se inclina sobre mí; aprieto sus
glúteos y la obligo a moverse más
rápido.
Al cabo de un rato, después de perderme
en el sabor de sus pezones cuando los
muerdo y los acaricio con la lengua, ella
está saltando sobre mi entrepierna,
cegada por el mismo ímpetu que me
sobrecoge cuando la tengo desnuda
frente a mí...
—¿Te gusta? —me pregunta ella.
Con las dos manos, sujeto fuertemente su
cintura apenas oírla.
—Estás perfecta, y eres tan suave y
estrecha, Dios mío —espeto, sudoroso y
jadeante.
Estoy a punto de lamer uno de sus
pezones de nuevo cuando siento se
cierra a mi alrededor otra vez. De eso
modo, me limito a pegar la frente a sus
pechos, donde también hay una pequeña
hilera de sudor...
Sigue oliendo a rosas, pero ahora
también tiene mi olor impregnado en la
piel...
El estallido que se forma en mi ingle y se
mueve por todo mi estómago y a través
de cada una de mis terminaciones
nerviosas, es recibido por los
movimientos acompasados de Elle, que
está empalándose en mí lentamente.
Echo la cabeza sobre el sofá, me quedo
mirándola con aprecio, deseo y amor, y
cierro los ojos un momento.
Luego la abrazo a mí, consciente de que
la noche se me hará demasiado corta
para estar con ella.
—Así que... —digo, en un susurro; la he
mirado de nuevo, pero sigo en su
interior—; ¿hacerlo en un privado es una
de tus fantasías eróticas?
—Algo así —responde, sonriendo y
acariciándome el cabello—. Quería
probar que podemos enojarnos por
tonterías, y luego hacer el amor como si
nada hubiera ocurrido. Son pruebas de
pareja, supongo.
Enarco una ceja, incrédulo ante su
confesión.
—Te amo mucho, Elle. —Le acaricio el
labio inferior con un dedo—. No tenía
pensado estar contigo cuando renuncié
al resto de las mujeres del mundo. —Bajo
la mirada y la pongo sobre su cuello,
acariciándolo—. Hace ya un tiempo que
mi vida gira en torno a ti. Date cuenta.
—Te he dicho que es algo de mi
autoestima —dice; me extiende uno de
sus pañuelos húmedos (lo sacó de su
bolsa), tras bajarse de mí y, negando con
la cabeza, repone—: Te amé incluso
antes de que tú lo hicieras conmigo y no
reunía el valor para confesarlo. Sé que las
palabras son arrastradas por el viento,
pero, en este caso, quiero que sepas que
los celos son causa de mi inseguridad, no
de tu comportamiento. Me aterra la idea
de pensar que te puedo perder...
—Ya me hice el tonto estos meses, ¿de
verdad me crees tan idiota como para
echarlo a perder otra vez?
Mientras me acomodo el pantalón, Elle,
todavía desnuda frente a mí, esboza una
sonrisa. Se aproxima a mí con sutileza y
me mira con asombro, tal vez con
introspección.
—No te creo idiota. Y sé que no lo vas a
echar a perder. Lo que sí sé es que me
gustas mucho y que, aunque me dejas
dolorida, me encanta que te desquites
así. Ha sido perfecto —se sujeta de mis
brazos, me planta un beso y entonces se
da la vuelta; la observo con cuidado y, sin
dejar de ponerse el sostén, me dice—:
Quería que hiciéramos esto, juntos,
porque sé que tomamos una buena
decisión. Solo… —Esboza una sonrisa—.
Lidiaré con ello.
Arqueo, sorprendido por lo que ha dicho,
las dos cejas. Elle se pone la braga
delicadamente y, cuando me pide su
vestido, noto que tiene una máscara de
seguridad en el rostro.
—Un plan perfecto —espeto.
Ella hace una inspiración, se cruza de
brazos (ya con el vestido puesto), y
murmura—: Yo tampoco quiero echarlo
a perder. Me propuse algo y voy a
crearme esa convicción.
—¿Sobre qué?
—No dejar que mis inseguridades y tu
inexpresividad apaguen la llama de lo
que tenemos.
Parpadeando, mientras ella me ayuda
abotonar mi camisa, levanto una mano y
acaricio su rostro.
—Dime qué quieres oír.
—No sé. A lo mejor soy muy sentimental.
—Me observa un instante, pero al
siguiente, baja la mirada.
Yo la abrazo a mí, rodeándola con fuerza.
—Me ha encantado estar contigo, mi
amor. —Al retirarme, noto su sonrisa y la
imito, acunando su rostro en mis
manos—. Eres increíble. Tan apasionada
que, en cuanto termino, me asusta y me
extasía lo que va a pasar la próxima vez.
—Es importante para mí saber que te
complazco, ¿sabes? Tengo sueños
húmedos respecto a ti todo el tiempo; y
me gustaría que me hicieras el amor en
los lugares más rocambolescos. —Sus
manos se posan en mis mejillas.
Después de inclinarme y de besarla en
repetidas ocasiones, le digo—: En
cualquier sitio, ¿eh?
—Sí, y tienes que decirme lo que
quieres.
Suena alentador, aunque hay un dejo de
curiosidad en su voz, como si quisiera
sopesarme.
—Muy bien. Creo que puedo hacer eso.
—Claro que sí. Me amas, Brent Dylon.
Frunciendo las cejas, estudio sus
facciones de ángel y pienso en lo que me
ofrece su mirada. Una verdad a la que me
até cuando decidí sucumbir la primera
vez. Ahora es tarde para retroceder, para
esconderme.
—Veo que ya no te caben dudas —
suspiro su aroma, y ella se abraza a mí.
Le obsequio una última mirada antes de
besarla otra vez.
—En el fondo, siempre lo supe.

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