cuando me desfaja, se encuentra de lleno con la desnudez de mi torso y los movimientos que este realiza causados por mi respiración acelerada. La excitación que comenzó en el balcón, mientras me besaba de aquella forma, se está apretando a mi ropa interior. Elle admira la hebilla del cinturón y, al tratar de ayudarla, sujeto una de sus manos. Le están temblando los dedos... Me los llevo a la boca para buscar tranquilizarla. Me agacho un poco y sujeto el dobladillo de su vestido; ella, respondiendo a mi acción, levanta las manos sin decir nada. Veo cómo pasa saliva y cómo titubea antes de mirarme de lleno a los ojos. La braga y el sostén que lleva puestos son lo que cualquiera calificaría como lo indicado para levantar el ánimo de un muerto. Sigo sin creer que no se dé cuenta de lo hermosa que es. Mi instinto me dice que la espere, pero el atisbo de desconfianza en su mirada enciende una llamarada en mí. Tras quitarme la camisa por completo y dejarla junto a su vestido, acaricio sus hombros, su clavícula, y luego desciendo hacia sus pechos; me inclino para besarla al tiempo que la libero para acunar su trasero. Ella se pega a mí con más libertad al momento de percibir la erección que ya está exigiéndome prisa. Elle no se amedrenta cuando la levanto un poco, por medio de sus glúteos; esa caricia parece acrecentar el tono rosado de sus mejillas. Continúo besándola hasta que la escucho gemir; la he hecho caminar, girándonos, hacia la puerta; entonces, separándose y entreabriendo los labios, jadeante, siento sus manos arrastrarse por todo mi pecho, hasta que desabotona mi pantalón y, de tajo, introduce su mano derecha dentro. Contengo un respingo cuando rodea mi miembro con sus dedos delgados. Pero, al segundo siguiente, tras ser consciente de cómo deja que mi pantalón se deslice por mis caderas, pongo una mano en contra de la pared, incapaz de resistirme a la tentación de hacerla que se gire para tomarla de la única manera que se me ocurre aquí. Sin embargo, aunque es cierto que me muero por llenarla de mí, me limito a gozar de la presión que le ha ejercido a mi glande; la sensibilidad que le provoca se incrementa al grado de que muerdo uno de sus labios y, tras lamerlo más, vuelvo a besarla quizás con una brutalidad que va en aumento. Ella se retira unos centímetros, mirándome... Yo creo que no puedo estar más excitado ni caliente que en estos momentos, pero entonces le escucho decir—: Estás durito. —¿Durito? —le pregunto, con un hilo de voz; le sujeto la mandíbula con una mano, hago que recargue la cabeza en la puerta y, después de plantarle un beso húmedo, digo—: Me pones como a una roca, Elle. Mírate... —Sujetando su mano en esta ocasión, la hago girarse sobre sí misma y, cuando me refriego con su trasero, noto que pone las manos en la puerta para retener su peso. Acaricio un de sus nalgas, estirando las líneas de tela de la que está hecha la diminuta braga, que deja sus glúteos al descubierto— . Dios... Te amo tanto. Ladeando la cabeza, busco sus mejillas y, usando la otra mano, libero la erección que me palpita con dolor en la entrepierna. Buscando estar cómodo, me bajo el calzoncillo hasta la cadera y masajeo la extensión de mi hinchado amigo hasta que soy consciente de que no voy a tolerarlo por mucho tiempo. Reprimo un jadeo al acercarme a Elle de nuevo y, por debajo de su sostén, le masajeo un pecho... Uso mis dedos para incrementar la rigidez de su pezón... Y ella emite un suspiro cuando la punta de mi pene toca la humedad que ha empezado a correrle por el interior de las nalgas, que le he separado un poco con los dedos. —¿Bee? —me pregunta, al tiempo que yo me clavo en su pared. Noto que me tiemblan los dedos al tratar de encorvarme para hallar el sitio correcto; quiero empezar a escuchar sus jadeos, quiero acabar adentro y saber que está aquí, real y palpable, para mí. Toda para mí. Gruño contra su oído sin liberar su pecho y hago un fuerte envite en su interior; mi miembro se incrusta tan duro en ella que, al escuchar su gemido de sorpresa, espero unos segundos; empiezo a moverme con lentitud, y entonces Elle dice—: Te amo. Lo sabes, ¿verdad? Aprieto su seno en mi palma sin contener la energía que me supone escucharla. Su bonito túnel está tan resbaladizo que no me implica ninguna dificultad el entrar y salir con ansiedad de ella; ha curvado un poco la espalda, lo que hace que quede perfectamente encajado en su centro. Recargo, sin dejar de embestirla cada vez con mayor brusquedad, mi cara en su mejilla. Ella ladea el rostro y emite, en ese instante, un gemido largo y suave. Al mismo tiempo que acaricio con mis dedos todo su abdomen, bajando despacio desde su pecho, encuentro sus labios tiernos, húmedos y sensibilizados, que abro con un dedo y otro, mientras ella se aprieta a mi longitud. Trato de ahogar un jadeo al sentir que, después de realizar círculos en su clítoris, los músculos de su pared se contraen en contra de mi miembro. Las tiras de su braga me calan al entrar así que, saliéndome de golpe, hago que se gire de vuelta a mí. Una expresión ensordecedora, del placer más puro y hermoso, me es devuelta. Elle, sin que yo se lo pida, se quita el tanga y se me queda mirando; estoy seguro de que parezco un demente ahora mismo. Mi interior brama de felicidad al ver que ella se quita el sostén y lo arroja junto a las demás prendas. Caminando hacia mí, se sujeta de mis hombros; la parte trasera de mis rodillas pega con el borde del sofá, así que me dejo caer en él y, a horcajadas, Elle se sienta justo sobre mí. En un inicio, sus movimientos son suaves... —Eres tan fuerte —suspira al tiempo que se inclina sobre mí; aprieto sus glúteos y la obligo a moverse más rápido. Al cabo de un rato, después de perderme en el sabor de sus pezones cuando los muerdo y los acaricio con la lengua, ella está saltando sobre mi entrepierna, cegada por el mismo ímpetu que me sobrecoge cuando la tengo desnuda frente a mí... —¿Te gusta? —me pregunta ella. Con las dos manos, sujeto fuertemente su cintura apenas oírla. —Estás perfecta, y eres tan suave y estrecha, Dios mío —espeto, sudoroso y jadeante. Estoy a punto de lamer uno de sus pezones de nuevo cuando siento se cierra a mi alrededor otra vez. De eso modo, me limito a pegar la frente a sus pechos, donde también hay una pequeña hilera de sudor... Sigue oliendo a rosas, pero ahora también tiene mi olor impregnado en la piel... El estallido que se forma en mi ingle y se mueve por todo mi estómago y a través de cada una de mis terminaciones nerviosas, es recibido por los movimientos acompasados de Elle, que está empalándose en mí lentamente. Echo la cabeza sobre el sofá, me quedo mirándola con aprecio, deseo y amor, y cierro los ojos un momento. Luego la abrazo a mí, consciente de que la noche se me hará demasiado corta para estar con ella. —Así que... —digo, en un susurro; la he mirado de nuevo, pero sigo en su interior—; ¿hacerlo en un privado es una de tus fantasías eróticas? —Algo así —responde, sonriendo y acariciándome el cabello—. Quería probar que podemos enojarnos por tonterías, y luego hacer el amor como si nada hubiera ocurrido. Son pruebas de pareja, supongo. Enarco una ceja, incrédulo ante su confesión. —Te amo mucho, Elle. —Le acaricio el labio inferior con un dedo—. No tenía pensado estar contigo cuando renuncié al resto de las mujeres del mundo. —Bajo la mirada y la pongo sobre su cuello, acariciándolo—. Hace ya un tiempo que mi vida gira en torno a ti. Date cuenta. —Te he dicho que es algo de mi autoestima —dice; me extiende uno de sus pañuelos húmedos (lo sacó de su bolsa), tras bajarse de mí y, negando con la cabeza, repone—: Te amé incluso antes de que tú lo hicieras conmigo y no reunía el valor para confesarlo. Sé que las palabras son arrastradas por el viento, pero, en este caso, quiero que sepas que los celos son causa de mi inseguridad, no de tu comportamiento. Me aterra la idea de pensar que te puedo perder... —Ya me hice el tonto estos meses, ¿de verdad me crees tan idiota como para echarlo a perder otra vez? Mientras me acomodo el pantalón, Elle, todavía desnuda frente a mí, esboza una sonrisa. Se aproxima a mí con sutileza y me mira con asombro, tal vez con introspección. —No te creo idiota. Y sé que no lo vas a echar a perder. Lo que sí sé es que me gustas mucho y que, aunque me dejas dolorida, me encanta que te desquites así. Ha sido perfecto —se sujeta de mis brazos, me planta un beso y entonces se da la vuelta; la observo con cuidado y, sin dejar de ponerse el sostén, me dice—: Quería que hiciéramos esto, juntos, porque sé que tomamos una buena decisión. Solo… —Esboza una sonrisa—. Lidiaré con ello. Arqueo, sorprendido por lo que ha dicho, las dos cejas. Elle se pone la braga delicadamente y, cuando me pide su vestido, noto que tiene una máscara de seguridad en el rostro. —Un plan perfecto —espeto. Ella hace una inspiración, se cruza de brazos (ya con el vestido puesto), y murmura—: Yo tampoco quiero echarlo a perder. Me propuse algo y voy a crearme esa convicción. —¿Sobre qué? —No dejar que mis inseguridades y tu inexpresividad apaguen la llama de lo que tenemos. Parpadeando, mientras ella me ayuda abotonar mi camisa, levanto una mano y acaricio su rostro. —Dime qué quieres oír. —No sé. A lo mejor soy muy sentimental. —Me observa un instante, pero al siguiente, baja la mirada. Yo la abrazo a mí, rodeándola con fuerza. —Me ha encantado estar contigo, mi amor. —Al retirarme, noto su sonrisa y la imito, acunando su rostro en mis manos—. Eres increíble. Tan apasionada que, en cuanto termino, me asusta y me extasía lo que va a pasar la próxima vez. —Es importante para mí saber que te complazco, ¿sabes? Tengo sueños húmedos respecto a ti todo el tiempo; y me gustaría que me hicieras el amor en los lugares más rocambolescos. —Sus manos se posan en mis mejillas. Después de inclinarme y de besarla en repetidas ocasiones, le digo—: En cualquier sitio, ¿eh? —Sí, y tienes que decirme lo que quieres. Suena alentador, aunque hay un dejo de curiosidad en su voz, como si quisiera sopesarme. —Muy bien. Creo que puedo hacer eso. —Claro que sí. Me amas, Brent Dylon. Frunciendo las cejas, estudio sus facciones de ángel y pienso en lo que me ofrece su mirada. Una verdad a la que me até cuando decidí sucumbir la primera vez. Ahora es tarde para retroceder, para esconderme. —Veo que ya no te caben dudas — suspiro su aroma, y ella se abraza a mí. Le obsequio una última mirada antes de besarla otra vez. —En el fondo, siempre lo supe.