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34 HISTORIA DE LA EDUCACIÓN EN LA ÉPOCA COLONIAL

en el desierto, y cuestiones doctrinales, como el juicio final. Los diá-


logos ensalzaban el ejercicio de las virtudes y advertían sobre la ame-
naza del infierno, que se cernía sobre quienes rechazaban el sacramento
del bautismo o desdeñaban el del matrimonio. Entre 1533 y 1600 se
hicieron representaciones de 20 obras distintas, por lo menos, de autor
anónimo y tema religioso. La influencia prehispánica predominaba
en la escenografía, con árboles, plantas y animales vivos, trasladados
a las plazas y calles en que se celebraban las representaciones. 35 El ca-
rácter didáctico de los textos utilizados es evidente, y su oportunidad
parece indiscutible; incluso en los argumentos más populares de la tra-
dición cristiana europea, se introducen modificaciones aplicables a los
problemas de la conversión y de la adopción de normas de comporta-
miento ajenas a las concepciones prehispánicas. El auto del juicio fi-
nal es un excelente ejemplo de este objetivo moralizador aplicado al
problema del rechazo del matrimonio por parte de los recién bau-
tizados. 36

LA EDUCACIÓN DE NOBLES Y PLEBEYOS

El éxito indudable de los primeros esfuerzos evangelizadores se debió


en gran parte a la habilidad de los regulares para adoptar recursos de
la educación mesoamericana, no sólo los cantos y bailes, los libros
pintados y el teatro, sino también la instrucción en el recinto del con-
vento, como antes en los templos; la disciplina rigurosa, con castigos
severos; la formación selectiva, según la posición social de la familia
de los niños, y el empleo de ancianos de ambos sexos como encarga-
dos de recorrer las casas del vecindario y recoger a los niños y niñas
que debían de asistir a la catequesis en el atrio del convento.
En oposición a esto se encontraba el afán de lograr una ruptura
con la tradición, para lo cual exigían el aislamiento de los niños reco-
gidos en los internados, que no podían ver a sus familias durante al-
gún tiempo. Y como algo esencialmente distinto de lo que imperó en
el pasado, los colegiales de los conventos debían abandonar todo res-

35 Gracias a las investigaciones de Joaquín García Icazbalceta, proseguidas por


varios investigadores de nuestro siglo, se conocen varias obras del teatro de evangeli-
zación, tanto en lengua náhuatl como en castellano. Los franciscanos fueron los más
apegados a este tipo de actividades; también se conoce una obra en zapoteco, repre-
sentada en los conventos de la orden de predicadores, y varios años después, otras
de los jesuitas. (Rojas Garcidueñas, 1935, 1972 y 1976; Pazos, 1951, y Horcasitas, 1974.)
36 Éste, como otros temas del teatro de evangelización, han sido minuciosamen-
te estudiados por Othón Arróniz (1979).

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ESTABLECIMIENTO DEL SISTEMA COLONIAL 35

peto o temor hacia sus padres y hacia los ancianos de su comunidad,


para cumplir su función de espías y denunciantes de viejos ritos y
creencias.
Tan pronto como se organizó la catequesis en los conventos, se
estableció la separación en grupos, por sexos, edades y condición so-
cial. Hombres y mujeres adultos estaban sometidos a un régimen de
trabajo que rara vez les permitía disponer de algunas horas libres al
día; por eso su instrucción tenía que realizarse exclusivamente los do-
mingos, inmediatamente antes o después de la misa, y distribuidos se-
paradamente en los ángulos del atrio. En cambio los niños, carentes
de otras obligaciones, tenían la de asistir diariamente al convento, donde
dirigidos por algún fraile recibían la enseñanza de la doctrina. Por ne-
cesidad se impuso el sistema "mutuo", ya que los más diestros ser-
vían de maestros de sus compañeros. Las niñas hijas de principales
se mezclaban con las m~cehuales y formaban ruedas o corrillos en los
que las más instruidas, cualquiera que fuese su condición, tenían cier-
ta autoridad sobre las demás.
De este modo, las necesidades de la catequesis impusieron un pe-
culiar modelo de arquitectura conventual, con amplio atrio, peque-
ñas capillas "posas" en los ángulos, piezas complementarias para servir
de dormitorio, refectorio y escuela de los internos, y capilla abierta,
en la que se celebraba el culto, accesible a todos los catecúmenos. Existe
un hermoso grabado del franciscano Diego Valadés, en su obra Rhe-
torica Christiana, que ilustra la práctica de la instrucción popular en
los conventos. 37
Los pequeños varones se clasificaban en dos categorías, según la
posición social de sus familias. Los macehualtin, cuyos padres eran
trabajadores en tierras de comunidad o al servicio de los españoles,
aprendían los fundamentos de la doctrina cristiana y pronto queda-
ban disponibles para incorporarse a las tareas productivas. En cam-
bio, los pipiltin tenían como destino previsible el de ser autoridades
de sus respectivas comunidades, por lo que se consideró necesario que
recibiesen más instrucción. Para ellos se construyeron unas piezas ane-
xas a los conventos, en el lado norte, a las que los cronistas llamaron
"aposentos" y que se destinaron a salones de clase; en muchos casos
hubo también dormitorios y refectorio, porque los niños quedaban
como internos durante algún tiempo. A veces sus propios padres les

37 La Rhetorica Christiana es hoy en día un libro de muy difícil consulta. Desde


hace algún tiempo se prepara una traducción bilingüe, con la primera traducción cas-
tellana completa del original latino. Sus grabados se han reproducido en algunas oca-
siones; pueden apreciarse en la obra de Palomera (1962).

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llevaban diariamente la comida, mientras que en algunos casos depen-


dían de los frailes, quienes de todos modos recibían su sustento de la
misma comunidad. 38 Evidentemente, esta forzosa separación debió
disgustar mucho a los padres, sobre todo en los primeros tiempos, cuan-
do aún existía la esperanza de que los invasores se retirasen para que
retornaran los viejos dioses y señores. Para eludir el compromiso hubo
padres que escondieron a sus hijos y los sustituyeron por esclavos o
criados de su casa, lo que contribuyó al ascenso posterior de aquellos
macehuales y al descrédito de la nobleza. En otros casos los frailes
acogieron a "hijos de labradores y gente baxa", sabiendo que lo eran
e incurriendo por ello en las severas críticas de los superiores religio-
sos, quienes advertían que "no se debe permitir que los hijos de los
populares entren en las escuelas ni aprendan letras, sino sólo los hijos
de los principales". 39
La separación de los hijos de los nobles de los "del común" res-
pondía al principio teórico de la preservación del orden social y al cri-
terio práctico de que cada quien debía aprender aquello que fuese a
hacer en el futuro. La relación franciscana de 1570 lo expresa cla-
ramente:

no enseñan indiferentemente a los niños hijos de los indios, sino con mu-
cha diferencia, porque a los hijos de los principales, que entre ellos eran
y son como caballeros y personas nobles, procuran de recogerlos en es-
cuelas que para esto tienen hechas, adonde aprenden a leer y escribir y
las demás cosas que abajo se dirán, con que se habilitan para el regimiento
de sus pueblos y para el servicio de las iglesias, en lo cual no conviene
que sean instruidos los hijos de los labradores y gente plebeya. 40

Carlos 1 llegó a proponer que se enviasen a España algunos jóve-


nes principales para que fuesen educados en colegios y monasterios
y sirviesen de ejemplo a los demás a su regreso. 41 Este plan no pros-
peró, pues los pocos indígenas que cruzaron el Atlántico ya no regre-
saron a su tierra, o si lo hicieron, fue para instalarse en ciudades espa-

38 En las obras de los primeros cronistas abunda la información sobre régimen


de enseñanza y distintos niveles de instrucción. Entre otros: Mendieta (1980, p. 217);
Motolinía (1969, p. 224); Gante, en una carta de 1532 (Cartas de Indias, 1980, vol.
1, p. 52); Códice Oroz, editado por Chauvet en 1947 (p. 128); González Dávila (1959,
p. 42), y entre los modernos investigadores Ricard (1986, passim) y Kobayashi (1974).
39 Códice franciscano (1941, p. 57).
40 Códice franciscano (1941, p. 55).
41 Real cédula dada por Carlos 1, en Granada, el 9 de noviembre de 1526. (Puga,
1945, vol.!, p. 37.)

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ñolas, asimilados a la sociedad criolla. Pero la idea de la educación


por el ejemplo fue uno de los fundamentos de la especial dedicación
a la educación de los nobles y se aplicó al régimen de internado, en
convivencia con los religiosos. Los frailes se convertían en modelo de
austeridad, desprendimiento y penitencia, y "por esto se azotaban de-
lante de ellos, oraban, lloraban, se ponían en cruz y vivían pobre y
desarrapadamente". 42 ~
Cuando los jóvenes internos habían aprendido el catecismo, pa-
saban al estudio de la lectura y la escritura en su propia lengua, el canto
litúrgico y la memorización de las frases latinas imprescindibles para
actuar como auxiliares en las ceremonias litúrgicas. No se estableció
la enseñanza sistemática del castellano, pero siempre hubo algunos que
lo aprendieron espontáneamente, con el trato continuo de la vida con-
ventual; así aumentaron sus habilidades, como eficaces ayudantes dé-
sus maestros.
Muy pronto se comprobó la utilidad de emplear a los niños como
catequistas; ellos hacían gala de elocuencia en la predicación de los
sermones que llevaban preparados y eran capaces de identificar vesti-
gios de culto idolátrico y de localizar los escondites de los ídolos. En
esto aliviaban una de las grandes preocupaciones de los clérigos novo-
hispanos.
La similitud de algunas creencias prehispánicas y cristianas, las
prácticas de autosacrificio, las peregrinaciones y los rituales de purifi-
cación, fueron al mismo tiempo elementos que facilitaron la acepta-
ción de la nueva fe y motivo de confusión para evangelizadores y evan-
gelizados. Mal podía tacharse de infidelfdad a los pueblos
mesoamericanos, que manifestaban tan hondo apego a sus nuevas
creencias, pero difícilmente podían discernirse, en el siglo XVI como
mucho tiempo después, los componentes cristianos y los de origen pre-
hispánico en la religiosidad popular. Los frailes encontraron explica-
ción a este problema por la presencia del demonio, que de tal modo
tenía embaucados a pueblos enteros. Entre los indios no faltaban quie-
nes pensaban lo mismo que Sahagún puso en labios de los viejos
sacerdotes, en diálogo con los 12 franciscanos de la primera hora:
¿Acaso aquí, delante de vosotros
debemos destruir la antigua regla de vida?
¿la que en mucho tuvieron
nuestros abuelos, nuestras abuelas,
la que mucho ponderaron,

42 Torquemada (1975-1983, vol. v, p. 57).

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la que mantuvieron con admiración


los señores, los gobernantes? 43
Pensaban los religiosos que las creencias arraigadas en los adul-
tos tardarían en desaparecer, pero que los niños criados en los con-
ventos podrían fácilmente amoldar su vida a las nuevas normas. Por
eso se multiplicaron las escuelas y por eso se fundaron internados para
doncellas hijas de principales, escuelas de oficios artesanales y el pri-
mer y único colegio de estudios superiores para indígenas, con el nombre
de Santa Cruz, en el barrio de Santiago de Tlatelolco.

Los LÍMITES DE LA EVANGELIZACIÓN

El conquistador don Hernando Cortés, ufano con su hazaña, quiso


conocer cuanto antes la extensión real del territorio sobre el que po-
día extender su dominio. Para ello envió, y aun encabezó él mismo,
expediciones de exploración y conquista. Las primeras audiencias y
los virreyes prosiguieron la empresa; pronto se dominó gran parte de
Mesoamérica y se establecieron enclaves en el norte. Aunque queda-
ron grupos aislados marginados, y nunca sometidos, antes de termi-
nar el siglo de la conquista se pudo considerar afianzado el control
del antiguo tlatocáyotl mexica, incluso hasta el istmo y aun extendido
hasta las llanuras de Yucatán. Cuanto más se ampliaba el territorio,
mejor se comprendía la magnitud de la tarea que aguardaba a los frailes
como maestros y pacificadores.
Los religiosos multiplicaban sus esfuezos, caminaban incansable-
mente, predicaban, administraban el bautismo y buscaban lugares pro-
picios para el asentamiento de nuevos conventos. El celo por la con-
versión de los infieles se mezclaba con el orgullo personal, cifrado en
el éxito de la predicación y, no pocas veces, con el interés material
de lograr un curato populoso y productivo, ya fuese para beneficio
personal o para mayor lustre de la orden a la que pertenecieran. Hubo
regulares enriquecidos que pidieron la secularización para poder go-
zar de sus bienes, y clérigos que llevaban la cuenta de los bautismos
administrados, como mérito personal acreditable ante las autorida-
des civiles y eclesiásticas. 44

Coloquios (1986, p. 139).


43
Algunos clérigos se esforzaban por administrar bautismos "más con intención
44
e propósito de impetrar officios e mercedes e obispados e otras dignidades que no para
perseverar en la enseñanza de los nuevamente baptizados". (Fernández de Oviedo,
1851-1855, vol. IV, p. 59.)

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