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Jacques Derrida

La hospitalidad
(fragmento)

Antes de detenerme hoy, me limitaré a dos anticipaciones, dos protocolos que nos
guiarán en nuestros desarrollos o digresiones siguientes.
De entrada, la distinción antinómica entre la hospitalidad incondicional y el
derecho a la hospitalidad, lejos de paralizarnos o de paralizar la exigencia o el deseo de
hospitalidad, nos pide determinar lo que yo llamaría en lenguaje kantiano esquemas
intermediarios entre una ley incondicional o un deseo absoluto de hospitalidad por una
parte, y por otra, un derecho, una política, una ética incondicionales. ¿Cómo, otorgando
legalidad, si lo puedo decir, a la hospitalidad incondicional, dar lugar a un derecho
determinado, a una política y a una ética determinadas, concretas, que impliquen una
historia, unas evoluciones, unas revoluciones efectivas, y respondan a los requerimientos
nuevos de situaciones históricas inéditas, respondan con ello efectivamente, cambiando
las leyes, pensando de otra manera la ciudadanía, la democracia, el derecho
internacional, etc., interviniendo pues efectivamente, concretamente en la condición, la
condicionalidad de la hospitalidad en nombre de la incondicionalidad, 1 aún si está
incondicionalidad pura parece inaccesible, e inaccesible no solamente como una idea
regulativa, una idea en sentido kantiano e infinitamente alejada, siempre
inadecuadamente aproximada, más inaccesible por las razones estructurales y las
contradicciones inertes que hemos analizado?
Mi segunda anticipación tomará la forma de un exergo y de una referencia para
las próximas sesiones. Todos los ejemplos que hemos tomado hasta aquí, con
Benveniste, Sófocles, Platon, Klosowski, etc. ponían en evidencia la predominacia del
modelo a la vez familiar, paternal, marital, falogocéntrico en la estructura del derecho a
la hospitalidad y de la relación con el extranjero, como huésped [hôte] o como enemigo.

1 Luego de la sesión Jacques Derrida añade: “Se deben encontrar esquemas entre lo incondicional y lo condicional”.
Es el déspota familiar, el padre, el esposo, el patrón, el marido y señor de los océanos,
quien hace y representa las leyes de la hospitalidad, quien se pliega a ellas para plegar a
ellas a los otros en esta violencia del poder de hospitalidad, en esta violencia de la
ipseidad que analizamos desde hace algunas semanas. Yo he dicho también, en un
momento dado, que el problema de la hospitalidad era coextensivo al problema ético, de
entrada al problema del ethos en tanto que estancia, habitación, casa, hogar, familia,
morada. Se debe examinar ahora las situaciones en las que no solamente la hospitalidad
es coextensiva a la ética sino en las que podría parecer que ciertas situaciones , como se
ha podido decir, colocan la ley de la hospitalidad por encima de la moral o de una cierta
“ética”. Es con el fin de comenzar a examinar esta cuestión difícil que evocaré la historia
bien conocida de Loth y de sus hijas. Veremos que esta historia no es extraña a la
tradición del ejemplo que cita Kant en De un pretendido derecho de mentir por
humanidad, luego san Agustín en sus libros sobre la mentira (¿se deben entregar sus
huéspedes a los verdugos o mentirles para salvar estos huéspedes de los cuales uno se
siente responsable?). Ustedes conocen la historia, yo la recuerdo brevemente. Es en el
Génesis (XIX, 1 ss.) el momento en el que Loth parece colocar las leyes de la
“uno y subsiguientes”
hospitalidad por encima de todo, en particular de los lazos éticos que lo ligan a los suyos
y de entrada a sus hijas, puesto que cuando los hombres de Sodoma que recibe en su
casa le piden ver a sus invitados, los invitados que Loth alberga, los hombres que
vinieron con él esa noche, cuando los hombres de Sodoma solicitan ver a esos hombres
para “penetrarlos”, dice una tradición (Chouraqui), para “conocerlos” dice púdicamente
otra, la de Dhorme en la Pléiade, Loth, que es él mismo un extranjero (gér) llegado para
residir (gür) con los Sodomitas, Loth, para proteger a todo precio a los invitados que
alberga, ofrece a los hombres de Sodoma sus dos hijas vírgenes, las cuales no han sido
“penetradas” por hombres. Leeré rápidamente algunas líneas de las dos traducciones
(Lee las dos traducciones (Dhorme y Chouraqui, Génese, XIX, 1, sq) S.)
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