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FAMILIA Y ADICCIONES
CURSO: FAMILIA Y ADICCIONES
Familia y adicciones
ÍNDICE DE CONTENIDOS
Bienvenido/a al curso Familia y Adicciones. Este curso pretende ser una guía básica para
entender qué es la adicción y cuál es el papel de la familia en la prevención. Nuestra intención
no es darle demasiada información, sino tratar una serie de cuestiones sobre las cuales
reflexionar y debatir en casa. Asimismo, este manual cuenta con una serie de recursos y
estrategias para padres y madres, que esperamos le sean útiles para abordar en familia y de
un modo cercano el tema de las adicciones.
Le animamos a participar activamente en el Foro General del curso, ya que esto le permitirá
charlar con otras madres y padres sobre los contenidos del mismo, así como intercambiar
impresiones y experiencias. Le recordamos, además, que cuenta con la herramienta Tutorías,
que puede utilizar siempre que necesite aclarar sus dudas con los tutores del curso.
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CURSO: FAMILIA Y ADICCIONES
INTRODUCCIÓN:
No obstante, para comprender este fenómeno, necesitamos un modelo que aborde las
características de la adicción y la causa que se esconde detrás de la misma. En este
sentido, es necesaria una educación completa que pasa por educar a los jóvenes desde casa.
Es preciso que los padres y madres se interesen, no sólo por las conductas de riesgo
asociadas a posibles consumos, como las relaciones sexuales sin protección, la conducción o
la violencia, sino que a su vez transmitan de forma optimista una educación en valores,
enfatizando la responsabilidad personal, la tolerancia y la toma de decisiones.
Sabemos que las drogas son sustancias poderosas que pueden tener consecuencias dañinas.
Son muchos los jóvenes que han probado una droga ilegal o legal como el tabaco y el alcohol.
Estos datos son insoportables. Pero debemos ser conscientes de lo que realmente nos están
diciendo.
Estos datos nos están informando de los jóvenes que usan drogas, no de los jóvenes que
abusan de ellas. Los adolescentes usan drogas como parte de su conducta exploratoria. Solo
un pequeño número las utilizan para manejar problemas que no pueden abordar. La cuestión
más importante es por qué algunos jóvenes pasan de usar drogas, a abusar ellas.
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Un joven con factores de riesgo no esta destinado a ser un abusador de drogas; simplemente
está en mayor riesgo. Estos adolescentes pueden construir sus fortalezas para prevenir que
los factores negativos dominen sus vidas. La mayoría de los adolescentes que usan drogas no
se convierten en abusadores de drogas
Esto no significa que los padres no deban discutir acerca de los peligros del uso de drogas con
sus hijos, ayudándoles a desarrollar habilidades de autoconfianza y toma de decisiones. Al
contrario, es necesario que lo hagan. Como también lo es que sean conscientes de la
realidad en todas sus vertientes, sólo así podremos ayudar a nuestros jóvenes a elegir un
camino saludable, que les conduzca a una vida plena y feliz.
Desde Familias en Red, y para reforzar la tarea educativa que ya realizan las familias,
queremos aportar información sobre el fenómeno de las adicciones y sus consecuencias, y dar
las herramientas necesarias para abordar el tema desde casa. Con la finalidad de prevenir el
desarrollo de conductas adictivas, reducir los riesgos asociados y facilitar una evolución no
problemática en los periodos de transición de la vida de los niños, invitamos a todos aquellos
padres y madres, preocupados como nosotros por este fenómeno, a que desde su entorno
familiar aborden el tema sin miedo y con franqueza.
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Cada vez son más las personas que se están dando cuenta de que los mecanismos adictivos
van más allá del abuso de drogas. En la actualidad, existe una epidemia de muchos tipos de
conductas adictivas, y no solamente de drogodependencia.
Lo más llamativo y cada vez más típico de los casos de adicción, es que está desapareciendo
el estereotipo del adicto. El adicto siempre ha sido un sujeto extraño a nosotros, un pobre
infeliz, un marginado o alguien que sufre una enfermedad mental. En general, el adicto no era
yo, ni mis hermanos, ni mi padre o mi madre, ni mi pareja, ni ninguno de mis hijos.
Existen numerosas historias de adicción que, aún siendo distintas unas de las otras, comparten
una característica fundamental: el impulso a repetir una conducta reiteradamente y a pesar de
las consecuencias negativas, como si la persona estuviera respondiendo a un mandato interior
y no a una elección.
Este término puede aplicarse con precisión a casi cualquier conducta que cumpla este criterio,
lo que implicaría un nuevo modo de concebir las adicciones. Es decir, la adicción tanto a
sustancias, como al juego, a la comida, al sexo, a las compras, a internet, al trabajo o a ciertas
relaciones, no serían fenómenos desvinculados entre sí. De este modo, la causa original de la
adicción no estaría en la sustancia o la actividad en sí misma como en nosotros mismos.
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Las adicciones consideradas “menos graves” (al trabajo, a la comida, al sexo, al juego, a las
compras, a internet y hasta al ejercicio físico) son aparentemente inofensivas. Sin embargo,
éstas pueden hacer sufrir a las personas que las padecen porque su droga es socialmente
admitida. Por ello, encuentran pocos motivos para buscar ayuda.
Veamos, a continuación, algunos de los riesgos asociados a las adicciones ocultas que pueden
encerrar algunas conductas socialmente aceptadas:
La adicción a las relaciones sexuales está relacionada con una búsqueda eterna de
alivio, distracción, consuelo e incluso sensación de poder, efectos que poco tienen que ver con
el sexo en sí.
Las personas que desarrollan una adicción a internet, suelen percibirse a sí mismas
como insuficientes, tienen miedo a la desaprobación y, en ocasiones, tratan de recuperarse de
una adicción anterior. Muchos netadictos afirman tener una personalidad fuertemente adictiva y
haber abusado anteriormente de alcohol, medicamentos, tabaco o comida. Tienden a ocultar o
transformar su identidad a través de la red porque se sienten solas e inseguras en la vida real,
lo que les lleva a volcar sus sentimientos, deseos o secretos más profundos en este medio,
generando una sensación de falsa intimidad. Las tendencias indican que las personas con
mayor riesgo a crear esta pseudo-identidad son aquellas que presentan niveles muy bajos de
autoestima.
La adicción al deporte se diferencia del ejercicio sano en que lo que gratifica a quien lo
practica es el proceso de esforzarse (por lograr mejores tiempos, llegar más lejos o saltar más
alto). Lo mismo ocurre en la adicción al trabajo. De este modo, el acto de superación se
convierte en un desahogo momentáneo, después del cual aparece rápidamente una meta
siguiente que alcanzar. Quien es adicto al ejercicio físico nunca tiene bastante, probablemente
porque no siente que él o ella sea bastante.
En definitiva, existen adicciones maquilladas por “el visto bueno de la sociedad” y que pueden
ocultarse detrás de comportamientos o estilos de vida fuertemente premiados por el entorno,
pero que igualmente producen sufrimiento a quien las padece. Además, es habitual que las
personas que sufren una adicción de este tipo, consideren que su adicción es “menos grave”
que el resto de las adicciones (dependencia a sustancias, por ejemplo) y crean que una
“solución rápida” y un poco de fuerza de voluntad bastarán para superarla.
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Puesto que hemos crecido en una sociedad donde las soluciones rápidas parecen resolver
nuestros problemas, no es de extrañar que utilicemos el mismo modo de pensar para superar
una adicción. Sin embargo, lo que distingue una conducta adictiva es que para ponerla
bajo control, la voluntad no es suficiente. La mera fuerza de voluntad para abandonar una
adicción sólo reduce los síntomas, no produce un cambio duradero.
Recurrir exclusivamente a la fuerza de voluntad para interrumpir una adicción es lo que los
expertos denominan un "cambio de primer orden". No da buen resultado porque la "solución"
proviene de la misma actitud que ha creado el problema, siendo por tanto una “solución
adictiva”. Cuando una persona ha perdido el control sobre algo que perturba su estado de
ánimo, un intento de controlarlo no puede constituir una solución duradera. Sólo renunciando a
las soluciones adictivas, iniciaríamos el camino hacia la recuperación. Por tanto, es importante
saber de antemano que la recuperación no gira exclusivamente en torno a la privación y al
auto-control.
Por otra parte, la existencia de estilos de vida poco saludables puede favorecer el problema de
las adicciones. El uso de sustancias potencialmente adictivas, como el tabaco o el alcohol,
también es aceptado y promovido en nuestra sociedad. Consideramos natural encontrar más
bares que teatros cuando salimos de casa o que la publicidad publicite el consumo de bebidas
alcohólicas. Nos resulta casi imposible concebir un espacio de diversión en el que el alcohol no
esté presente o un ritmo de trabajo sin estimulantes o cigarrillos.
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En general, el escenario donde se produce el encuentro entre las personas y las sustancias
potencialmente adictivas, a menudo está condicionado por la valoración social de las drogas.
La sociedad envuelve en símbolos los objetos. Por ejemplo, la necesidad universal de
alimentarse está envuelta en códigos: utilizamos utensilios (platos, servilletas, cubiertos...),
comemos sentados a la mesa, etc. Del mismo modo, el uso de las drogas está envuelto en
significados. Los códigos que más se han estudiado quizás sean los que asocian el alcohol con
la diversión, el tabaco con el prestigio, el cannabis con el vanguardismo de los jóvenes y la
cocaína con el éxito económico. Son símbolos del imaginario social que responden a una parte
de la sociedad, pero no a la sociedad global ni a la realidad de las adicciones.
Para envolver de nuevos significados el uso de las drogas, necesitamos aprender a observar la
sociedad de un modo más real, discriminando el contenido de la información que cada día
bombardea nuestros hogares. De este modo, comprobaremos que existe la diversión sin
alcohol, el prestigio sin nicotina y el éxito económico sin estimulantes. Por tanto, es
fundamental no fomentar una visión idealista que favorezca el consumo, sino transmitir en casa
una concepción de vida realista que exalte aquellos valores y actitudes que protegen a
nuestros hijos e hijas frente al riesgo de las adicciones.
A nivel individual, la insatisfacción personal puede ser un factor de riesgo de las adicciones.
Quien más, quien menos, todos y todas hemos crecido en un medio social que nos hace
vulnerables a sufrir una dependencia. Pero podemos ser más o menos propensos a
desarrollarla en función de cómo seamos en nuestro interior. En el caso de la adolescencia,
algunas situaciones pueden generar dificultades en la socialización, como, por ejemplo, el
fracaso escolar, la sobreprotección familiar, una convivencia negativa o el abandono. Esto
podría provocar que un adolescente no integrado adecuadamente busque adaptarse a su
entorno mediante el uso de drogas. Asimismo, una publicidad que crea una idea de éxito
social inalcanzable, un trabajo que es fuente constante de tensiones o una ciudad
despersonalizada donde nadie nos reconoce, son fuentes de insatisfacción que pueden minar
nuestro sentido de alegría y pertenencia, generando un malestar inconcreto y abstracto que
quizás motive la búsqueda de alivio a través de una conducta adictiva.
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En este sentido, algunas personas pueden ser más vulnerables que otras a las adicciones en
función de sus características de personalidad. La personalidad adictiva existe a lo largo de
una línea continua y la mayoría de nosotros nos situamos en algún punto esta línea. Poseer o
no determinadas características, son diferencias que llevan a algunas personas sí y a otras no
a consumir con más facilidad.
De este modo, hay quien recurre a una sustancia, actividad o relación para:
crear una imagen “ideal” de sí mismo (alguien introvertido que busca desinhibirse
haciendo uso del alcohol)
“solucionar” sus problemas (quien recurre a las relaciones de pareja para aliviar su
intolerancia a la soledad)
responder a situaciones de angustia (el que fuma sin parar en situaciones de tensión)
Del mismo modo que algunas personas tienen comportamientos adictivos porque imitan a sus
modelos, porque su grupo de referencia también lo hace o porque la publicidad consumista les
invita a hacerlo, hay quienes desarrollan una adicción porque tienen especiales dificultades
para enfrentarse a situaciones de tensión o conflicto. Normalmente, son personas con una baja
autoestima, sentimientos de inseguridad e inferioridad, baja tolerancia a las frustraciones y
demasiada impaciencia e impulsividad.
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El bienestar conlleva aprender a enfrentarse a los problemas con confianza, sabiendo que
tenemos la capacidad suficiente para encararlos de manera responsable, hábil y creativa.
Implica encontrar una gratificación más real en la vida: una sensación de significado, de
pertenencia y alegría. Una convivencia saludable no sólo comporta aspectos puramente físicos
o sociales, como una alimentación más sana o un ocio más creativo. Incluye un ajuste de
permisividad frente a las conductas de riesgo como las adicciones. No se trata de perseguir,
controlar o castigar, sino de considerar las normas como límites reguladores del bienestar de
las personas.
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Son padres exigentes, pero cálidos. Saben que es preciso poner límites, pero no por ello
dejan de expresar con claridad el cariño por los hijos. Están abiertos a la comunicación y al
diálogo, sin olvidar que su responsabilidad les exige ser firmes en cosas importantes.
Distinguen muy bien entre los negociable y lo innegociable, y combinan democracia y firmeza a
la hora de resolver las cosas.
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Diversas investigaciones han relacionado el estilo educativo de los padres y madres con
las actitudes juveniles frente a las adicciones. Se ha demostrado que los estilos educativos
caracterizados por un elevado castigo físico y demasiada permisividad se relacionan con
el consumo de alcohol. Los adolescentes más descuidados o despreocupados, negligentes,
con poco autocontrol y con padres inestables a la hora de aplicar la disciplina y que, además,
utilizan el castigo físico, suelen consumir más alcohol que los adolescentes organizados,
trabajadores y motivados, que perciben que sus padres aplican las normas de forma estable
sin recurrir al castigo físico. Asimismo, los jóvenes educados según unos principios
morales y éticos tienen menos riegos de “engancharse” a las drogas, al alcohol o a la
promiscuidad sexual manifestando, al mismo tiempo menos violencia en sus relaciones y un
menor número de pensamientos y conductas suicidas.
Cuando las normas se razonan y se negocian, y los hijos e hijas cuentan con el apoyo
de sus progenitores para cumplirlas, éstas se interiorizan con más facilidad. Esto favorece el
desarrollo de la responsabilidad y del control interno, máximas garantías de un comportamiento
social adecuado. Las familias con hijos e hijas adolescentes no consumidores se caracterizan
por tener un entorno educativo donde el hijo reconoce claramente los límites y sabe de
antemano las reacciones de sus padres y madres cuando incumplen una norma.
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Además de la importancia del modelo, es fundamental que los hijos e hijas le den valor a
las consecuencias de las conductas que aprenden en casa. La predisposición a comportarse
de un modo u otro será mayor si las consecuencias merecen la pena. Y disminuirá si éstas son
poco gratificantes o tienen efectos negativos. De esta forma, percibir que una droga va a
producir desinhibición o va a favorecer las relaciones sociales, consecuencias que los hijos e
hijas pueden observar en casa, es un potente reclamo para que se consuma.
Es importante que los adultos ayuden a los menores para que desarrollen una
actitud crítica frente a las adicciones. Ser críticos significa preguntarse si lo que dice otra
persona es verdadero o justo. El derecho a la libertad de opinión protege a las personas de
pensar y de creer lo que cada uno estime conveniente, pero eso no quiere decir que el
contenido de las opiniones sea siempre respetable. A veces, pueden ser falsas, calumniadoras
o peligrosas. No es respetable la opinión de quien dice que las mujeres son inferiores a los
hombres, que es necesario beber alcohol para divertirse o que la extrema delgadez es un
requisito de belleza. Hay que respetar a la persona que lo dice, porque es un ser humano, pero
no su opinión. El pensamiento crítico es una herramienta de gran valor en la prevención de las
conductas de riesgo de nuestros hijos, y es importante que aprendan a ejercerlo en casa.
Ser padres implica un trabajo, un tiempo y un cúmulo de energía para educar a nuestros
hijos e hijas como personas responsables y maduras. En este sentido, los valores que las
familias transmiten durante su labor educativa van a jugar un papel muy importante en la
prevención de conductas problemáticas. Los valores orientan nuestra forma de ser y de
comportarnos, nos ayudan a elegir nuestras metas y proporcionan un sentido a nuestra vida.
Son guías que nos informan si vamos por buen camino, es decir, si estamos viviendo de
acuerdo a nuestros ideales, y nos ayudan a distinguir entre lo “adecuado” y lo “inadecuado”.
Siendo la familia el principal agente de socialización, la familia va a transmitir las normas y
valores correspondientes a su entorno. Con el paso del tiempo las relaciones entre padres e
hijos atraviesan sucesivas fases. En la adolescencia se inicia el proceso de diferenciación y
autonomía, y la influencia de los progenitores disminuirá porque otros modelos cobrarán
significado: amigos, iguales y modelos transmitidos por los medios de comunicación. Surgen
ciertas discrepancias y los padres pueden tener la sensación de pérdida de influencia, pero en
realidad, el alejamiento y rechazo de sus hijos a los valores que les han inculcado suele ser
momentáneo.
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Las familias con hijos no adictivos suelen darle mayor importancia al espíritu de
sacrificio y al consumo moderado de bienes superfluos. Los adolescentes nacidos en la
sociedad de consumo demandan a sus padres los medios que les permiten ejercer el
consumismo. Los padres con un posicionamiento contrario a la corriente consumista, inculcan
en sus hijos e hijas el esfuerzo por conseguir aquello que quieren. Son conscientes de que
para lograr el bienestar en esta sociedad, además de una formación adecuada, es preciso
tener capacidad de adaptación y entrega. Saben que la corriente consumista tienta
emocionalmente a sus hijos a conseguir una serie de objetos artificiales e innecesarios y que
este sinsentido genera una cadena de insatisfacciones. Asimismo, saben que un consumo
moderado, aunque también pueda significar el deseo de acumular cosas, frena el afán de un
consumo indiscriminado.
Las siguientes imágenes muestran, por un lado, los valores que padres y madres
consideran importantes; y por otro, la importancia que tienen en la vida de los jóvenes diversos
aspectos:
Jóvenes
Porcentaje de jóvenes
Padres y madres que los consideran muy
Conceptos
importantes
sacrificio
consumismo moderado Salud 82
tolerancia Familia 80
responsabilidad
Amigos y conocidos 63
honradez
trabajo El trabajo 60
solidaridad
Ganar dinero 55
buenos modales
independencia Llevar una vida moral y digna 52
superación Tiempo libre y ocio 49
fe religiosa
Tener una vida sexual
obediencia 49
ahorro satisfactoria
Estudios y formación 44
Política 7
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El proyecto de crear una sociedad justa que permita a las personas alcanzar la felicidad
y vivir con dignidad es común a todos. Para desarrollarnos como personas y convivir con
los demás en una sociedad justa y feliz, son imprescindibles los valores éticos, pero es
necesario concretarlos en una actitud o acción. Alguien que considera que la solidaridad es
un valor, estará atento a las necesidades de los demás, ayudará a una persona que acaba de
tropezar o colaborará con una causa solidaria. Y además, tendrá sentimientos como la gratitud,
el optimismo y la generosidad para la realización de este proyecto.
Si queremos que nuestras hijas e hijos aprendan a vivir felices consigo mismos y
con los demás, es fundamental que eduquemos su inteligencia emocional. La inteligencia
emocional sirve para comprender los propios sentimientos y regularlos. Además, nos ayuda a
establecer buenas relaciones con los demás y a motivarnos nosotros mismos. Cuando
nuestros actos, deseos o aspiraciones se enfrentan con la realidad, surgen sentimientos
agradables o desagradables. Ambos tienen una función positiva porque nos dan información
sobre cómo nos van las cosas. Si nos van bien, sentimos alegría. Si nos van mal o son
peligrosas, sentimos tristeza o miedo. Lo importante es saber si un sentimiento es bueno o
malo. Son buenos sentimientos los que facilitan la convivencia, el entendimiento, la
colaboración y el modo adecuado de resolver conflictos. Son malos los que impiden las
relaciones, provocan peleas o rompen la comunicación. Por ejemplo, vengarnos de quien nos
ha ofendido puede ser un sentimiento agradable, pero no es un buen sentimiento. En cambio,
el remordimiento, aún siendo un sentimiento desagradable, es bueno si nos anima a pedir
disculpas cuando ofendemos a alguien.
Las familias que funcionan bien son una fuente de seguridad, de apoyo afectivo y de
satisfacción para todos sus miembros. Dentro de la familia, entre padres, hijos y hermanos, se
establecen lazos afectivos muy fuertes. Lo ideal para que los hijos se desarrollen
emocionalmente de forma adecuada es que en el seno familiar se forme un apego
seguro. En el apego seguro, los padres son sensibles a las necesidades de los hijos y los hijos
sienten que sus padres les quieren incondicionalmente. Acuden a ellos con seguridad cuando
están angustiados y se caracterizan por ser positivos y estar bien integrados. Las personas con
un apego seguro tienden a ser más cálidas, estables y suelen establecer relaciones íntimas
satisfactorias.
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A continuación, veremos qué pautas pueden adoptar los padres y madres para educar a sus
hijos e hijas en valores, utilizando un estilo educativo responsable y democrático. Asimismo,
orientaremos a las familias sobre cómo abordar desde casa el riesgo de consumo de
sustancias, a través de la comunicación con sus hijos e hijas.
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Uno de los objetivos de este manual, es destacar la importancia tanto de los factores
protectores de conductas adictivas, como de los factores “alarma” que suponen un riesgo frente
al desarrollo de adicciones. Como hemos visto, la educación en valores y el uso de un estilo
educativo caracterizado por la demostración de afecto y la existencia de una normas claras de
organización, son factores que protegen a nuestros hijos e hijas de las adicciones. A
continuación, veremos más detalladamente qué significa este “quehacer” educativo, y cómo
podemos aplicarlo. Además, queremos proporcionar elementos de reflexión para que padres y
madres traten con sus hijos e hijas el tema de las adicciones de un modo accesible y cercano.
Pretendemos de este modo potenciar la idea de riesgo asociada al abuso de sustancias,
ofrecer recursos a los progenitores y destacar el papel crucial y eficaz de la familia en la
prevención de las adicciones.
1. ¿Cuáles son los periodos de transición en la vida de mi hijo/a en la que los riesgos
de padecer una adicción son mayores?
Para los padres, los hijos siempre son pequeños. Descubrimos, casi con sorpresa, que
su mundo ha cambiado: miran las cosas de otra manera, se relacionan de otra forma… La
tranquilidad que caracteriza el final de la infancia da paso a un periodo de continuos cambios:
la adolescencia.
Aunque, quizás, esta sea la transición más “conflictiva” en la vida de nuestros hijos,
algunos expertos consideran que los periodos claves de riesgo frente a las adicciones
aparecen durante las transiciones mayores de la vida: cuando va a la escuela por primera vez,
cuando entra en la adolescencia y cuando son adultos jóvenes y se encuentran solos por
primera vez porque abandonan el hogar para ir a estudiar o trabajar.
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En la infancia prevenir es sinónimo de proteger, evitar que nuestros hijos sufran ningún riesgo.
3. ¿Qué quieren los adolescentes y qué podemos hacer los padres y madres?
El adolescente
1. Reclama libertad para tomar sus propias decisiones. Ya no es ningún niño, pero tampoco es
exactamente un adulto. “Quiero salir con mis amigos esta noche. ¿Me das dinero?”
2. Es muy permeable a las influencias que recibe de su entorno, a las modas y a las presiones
comerciales, de consumo. “Esto sí es guay.”
3. Se rebela contra los adultos, lleva la contraria y transgrede las normas en un acto de
afirmación. “Déjame hacer mi vida.”
5. Se identifica con sus amigos, con los que forma un grupo de afinidad e intereses comunes.
“Todos mis colegas lo hacen.”
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1. Podemos ayudar a nuestros hijos a ganar libertad y autonomía para que sean responsables
de sus decisiones, que sepan qué quieren vivir y qué deben evitar.
3. Estar dispuestos a discutir, negociar y pactar. Sin perder de vista que sin respeto por las
normas no puede existir responsabilidad ni libertad.
4. Fomentar las actitudes reflexivas y prudentes. Desde una lógica adolescente, las
sensaciones y los placeres son inmediatos; los daños lejanos e improbables.
5. Respetar a los amigos de nuestros hijos, pero al mismo tiempo combatir las actitudes que
les impiden ser ellos mismos. Sentirse queridos y seguros ayuda a nuestros hijos a
encontrar el equilibrio.
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Afecto Comunicación
Límites Tiempo
Afecto. No sólo es necesario sentir afecto por los hijos e hijas, también hay que
demostrarlo. Es frecuente encontrar padres que no saben manejar el afecto o a los que,
incluso, les resulta difícil hablar de ello. El afecto se puede demostrar de diferentes maneras:
expresando aceptación hacia los hijos, diciéndoles que les queremos (comunicación verbal),
acercándonos a ellos para darles un abrazo (comunicación no verbal), compartiendo una
actividad... Eso sí, sin caer en excesos ni en expresiones poco creíbles. La expresión del afecto
debe ser acorde con la forma de ser de cada uno.
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Hacérselo saber a los hijos e hijas. Predicar con el ejemplo es una forma clara para
que los hijos e hijas interioricen aquello que se espera de ellos. Utilizar ejemplos, decírselo con
palabras o usar ideas es otra forma de transmitir normas. Lo importante es que los hijos sepan
claramente lo que básicamente pueden o no hacer.
En la educación emocional, tanto a padres como a hijos, les interesan los siguientes
cinco aspectos:
A pesar de que la educación de los hijos e hijas es algo muy complejo y que el mundo
de la Inteligencia Emocional también lo es, vamos a intentar dar algunas pistas orientativas de
cómo manejar nuestras emociones.
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Tomemos conciencia
En general, preguntar a otra persona “¿cómo estás?” se utiliza más como una fórmula
de cortesía que como una pregunta genuina. Normalmente respondemos “bien, ¿y tú?”, a lo
que la otra persona suele contestar algo parecido. ¿Qué pasa cuando nos lo preguntamos a
nosotros mismos? “¿cómo estás?”?, ¿somos sinceros o también respondemos a una pregunta
de cortesía? ¿nos engañamos diciéndonos que estamos bien cuando, en realidad, nos
perturba algo? Responder a esta pregunta de forma sincera nos obliga a describir nuestros
sentimientos de una forma concreta.
Muchos niños con problemas de conducta tienen problemas a la hora de nombrar sus
sentimientos. Enseñemos a nuestros hijos e hijas las diferencias entre enfadado y
furioso, irritado y triste, orgulloso y satisfecho, etc. Si somos capaces de reconocer
nuestros sentimientos, mayores posibilidades tendremos de gestionarlos adecuadamente, de
modo que logremos expresar y demostrar nuestros sentimientos y emociones de forma
equilibrada, siendo sinceros con nosotros mismos y con los demás.
Hay un experimento clásico en Psicología que se realizó durante los años sesenta y que
consistía en ofrecerle a niños de cuatro años una golosina de forma inmediata o dos si
esperaba un rato. Cuando, años más tarde, se les hizo un seguimiento a estos niños, los que
habían esperado por las dos golosinas habían obtenido mejores resultados académicos y de
conducta que los que no habían podido esperar. Este experimento es un ejemplo de la
necesidad de enseñar a nuestros hijos a controlar sus impulsos, es decir, de desarrollar su
autocontrol y ser capaces de esperar y esforzarse por lograr una recompensa.
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Tener objetivos en la vida se relaciona con tener esperanzas y vivir con optimismo. Las
personas optimistas hacen planes en su vida, y ese optimismo se refleja en nuestro estado de
ánimo, en nuestros pensamientos y en nuestra salud física. Pensar en nuestros objetivos
hace que lo que hacemos se ajuste más a ellos, por lo que será más sencillo conseguirlos.
Además, es positivo que hagamos un seguimiento de aquello que intentamos lograr, revisando
los intentos y sus resultados, así como en aquello que podemos hacer para mejorarlo.
Enseñemos a pensar a nuestros hijos e hijas de esa manera, haciendo que se planteen
objetivos y los medios que tendrán que usar para lograrlos. Cuando no consigan sus objetivos,
tratemos de transformar los fracasos en oportunidades para aprender algo nuevo que nos
servirá en el futuro, para aprender a “ver” las alternativas restantes, para aprender sobre
nosotros mismos. Y cuando los consiga, elogiemos su éxito, reconozcamos a nuestro hijo y
animémoslo a que continúe con su aprendizaje y reflexione sobre ello.
Para lograrlo, debemos escuchar y entender adecuadamente las palabras de quien nos
habla y saber interpretar las señales no verbales (gestos, miradas, tonos de voz, etc.) que
emiten. Este tipo de aprendizaje se desarrolla mejor si vivimos distintos tipos de experiencias
en distintos entornos y con distintas personas. Para enseñar a nuestros hijos e hijas a
comprender los sentimientos de los demás, podemos utilizar situaciones en las que tengan un
papel importante las emociones para preguntarles “¿qué crees que sintió esa persona?”, “¿por
qué crees eso?”, “¿qué crees que pensará la otra persona?”, etc. Este tipo de ejercicios hará
que su hijo o hija aprenda, poco a poco, cuáles son las reacciones emocionales de distintas
personas en diversas situaciones y cómo esas emociones se manifiestan externamente.
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3 BIBLIOGRAFÍA
Vielva, I., P. Vargas, L. y Abeijón, J.A. (2001) Las familias y sus adolescentes ante las drogas :
el funcionamiento de la familia con hijos adolescentes (consumidores y no consumidores de
drogas) de comportamiento no problemático : avances en drogodependencias. Bilbao:
Universidad de Deusto.
Washton A. M., Boundy, D. (2005) Querer no es poder. Cómo comprender y superar las
adicciones. Paidos Iberica.
Carrasco Giménez, T. J., M.L. Adame (2001) Habilidades para la vida. Editorial: Madrid:
Paraninfo.
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