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BONDAD Y FE
Galatas 5:22–23
Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.
En contraste a las obras de la carne está el fruto del Espíritu. Las obras de la carne
son hechas con los esfuerzos propios de una persona, bien sea salva o no salva.
El fruto del Espíritu, por otro lado, es producido por el propio Espíritu de Dios y solo
en las vidas de aquellos que le pertenecen mediante la fe en Jesucristo.
La conducta espiritual de andar en el Espíritu (v. 16) tiene el efecto negativo de hacer
que el creyente elimine de su vida las obras habituales y continuas de la carne, y el
efecto positivo de llevar el fruto bueno que es producido por el Espíritu.
El primer contraste entre las obras de la carne y el fruto del Espíritu es que los
productos de la carne son plurales , mientras que el producto del Espíritu es singular.
Aunque Pablo no menciona aquí esta verdad, también existe un contraste evidente
entre los grados en que se producen las obras y el fruto.
Es posible que una persona practique solo uno o dos, o quizás la mitad de los pecados
que Pablo menciona aquí, pero sería imposible que esa persona los practique todos por
igual de forma habitual y activa. El fruto del Espíritu, por otra parte, siempre es
producido de manera completa en cada creyente, sin importar cuán tenue sea la
evidencia de sus diversas manifestaciones en el individuo.
La Biblia tiene mucho que decir acerca del fruto, ya que se menciona unas ciento seis
veces en el Antiguo Testamento y setenta veces en el Nuevo. Aun bajo el pacto de la
ley, un creyente producía buen fruto solo por el poder de Dios y no el suyo propio.
“De mí será hallado tu fruto”, dijo el Señor al antiguo pueblo de Israel (Os. 14:8).
En el Nuevo Testamento se habla acerca de cosas como alabar al Señor (He. 13:15),
ganar almas para Cristo (1 Co.16:15)
y hacer obras piadosas en general (Col. 1:10), en términos de un fruto espiritual
producido por Dios a través de los creyentes.
El fruto de la acción siempre debe proceder del fruto de la actitud, y esa es la clase de
fruto que constituye el enfoque de Pablo en Gálatas 5:22–23.
Si tales actitudes caracterizan la vida de un creyente, será inevitable la manifestación
del fruto activo de buenas obras.
El Espíritu nunca deja de producir algún fruto en la vida de un creyente, pero el
Señor desea que sus discípulos lleven “mucho fruto” (Jn. 15:8). Así como una
persona no redimida que solo posee su propia naturaleza caída y pecaminosa
manifiesta de forma inevitable esa naturaleza a través de “las obras de la carne”
(v. 19), un creyente en Jesucristo, el cual posee una naturaleza nueva y redimida,
manifestará esa naturaleza de forma inevitable en el fruto del Espíritu.
No obstante, siempre es posible que el creyente lleve y manifieste más fruto si es
receptivo al Espíritu.
La provisión de fruto por parte del Espíritu puede compararse a un horticultor
que sube por una escalera para recolectar los frutos del árbol y los tira desde arriba
en una canasta que el ayudante sostiene abajo.
Sin importar cuánto fruto sea recolectado y tirado desde arriba, el ayudante no lo
recibirá si no se coloca debajo de la escalera con la canasta lista para recibir.
El fruto del Espíritu es el indicador externo de la salvación. La condición de un
creyente como hijo de Dios y ciudadano de su reino (cp. v. 21) se manifiesta por el
fruto que el Espíritu produce en su vida. “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se
recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos
frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni
el árbol malo dar frutos buenos” (Mt. 7:16–18).
En los versículos 22 y 23 Pablo hace una lista de nueve características representativas
del fruto piadoso que el Espíritu Santo produce en la vida de un creyente. Aunque se
han hecho numerosos intentos de categorización de estas nueve virtudes en diferentes
grupos, la mayoría de esos esquemas parecen artificiales e irrelevantes.