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FRUTOS PARA VIDA ETERNA

En el mundo espiritual existen dos clases de árboles que dan fruto, el árbol del fruto bueno y el árbol
del fruto malo. La Palabra de Dios nos enseña que el hombre bueno saca de su corazón lo bueno y el
hombre malo saca de su corazón lo malo. Porque de lo que está lleno el corazón de eso hablamos
(Lucas 6:43-45).

Esta es una de las grandes enseñanzas de la escritura que siempre debemos tener en cuenta para
profundizar en su estudio. Como cristianos debemos dar frutos del Espíritu Santo, pues nos ayudará en
nuestra vida cristiana y la santificación.

Los frutos del Espíritu nos ayudan en nuestros problemas, a tener relaciones saludables con los
demás, con nuestra familia, nuestros hermanos en la congregación y nuestras amistades.

A través del Espíritu de Dios podemos producir estos frutos espirituales, pero es nuestra
responsabilidad permitir que el Espíritu produzca estos frutos, por tal razón, es necesario también
instruirse en las escrituras para dejarse guiar por el Espíritu Santo.

La relevancia de llevar frutos implica ciertos aspectos a tener en cuenta conforme a las escrituras. Uno
de ellos es que Jesucristo fue claro al decir: "...por sus frutos los conoceréis" (Mateo 7:20), siendo
este un método para identificar falsos profetas y maestros; además, pone en manifiesto la realidad de
la persona, lo que hay en su corazón.
"La sabiduría que es de lo alto es primeramente pura... y de buenos frutos" (Santiago 3:17). En este
versículo podemos notar como los frutos del Espíritu tienen gran influencia en la sabiduría de lo alto.
Solamente una atmósfera con los frutos espirituales pueden garantizar sabiduría de lo alto.

Salomón escribió que "El fruto del justo es árbol de vida; y el que gana almas es sabio" (Proverbios
11:30). El árbol da frutos según su especie y así debe ser la vida del cristiano. Todo árbol debe
reproducirse mediante su fruto y semilla. La semilla está dentro del fruto de tal forma que como dijo
alguien "otros observan e ingieren nuestra cristiandad y se reproduce en ellos a través del nuevo
nacimiento".
Podríamos imaginarnos que el fruto del Espíritu sería como un árbol nuevo que ha sido plantado en el
momento de nuestra conversión. El fruto de este árbol es producido por el Espíritu Santo que
mora en nosotros y tiene, por decirlo así, nueve sabores: amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.

La carne, en cambio, es como la hierba, o monte. Crece sola, está allí, ahoga la buena planta y roba
los nutrientes para que no crezca como queremos. La hierba tenemos que arrancarla de raíz. Sabemos
que si nos descuidamos va a regresar, siempre estará latente la hierba para crecer. Nos damos cuenta
también, que es mucho más fácil arrancar la hierba cuando apenas está saliendo que cuando ya se ha
hecho grande y fuerte. “no satisfagáis los deseos de la carne” (Colosenses 3:5; Gálatas 5:16).

El Espíritu que mora en nosotros

Gálatas nos dice sobre el fruto del Espíritu. Cuando estábamos sin Cristo no había vida en nosotros,
sino que “estábamos muertos en nuestros delitos y pecados”. Es por el Espíritu que tenemos vida y,
por lo tanto, la capacidad nos ha sido dada de agradar y glorificar a Dios por el Espíritu que está en
nosotros.

Además de enseñarnos sobre el fruto del Espíritu, el capítulo 5 nos va a decir varias cosas sobre el
Espíritu que queremos mencionar:
Andar en el Espíritu y ser guiados por el Espíritu

Estos dos verbos tienen mucha relación entre sí. El Espíritu Santo marca el camino por el que
debemos andar, y como hijos de Dios en obediencia debemos andar por ese camino. No está de
nuestra parte cuestionar el camino del Espíritu para establecer el que a nosotros nos parece mejor
vivir.

El propósito del Espíritu siempre será que andemos conforme a la voluntad de Dios . Él nos ayudará a
conocer su voluntad a través de su Palabra. Por lo que debe haber la disposición nuestra a rendir
nuestra voluntad y dejar que sea Él quien tome el control.

El Fruto del Espíritu

En primer lugar, hacemos énfasis que no son ‘los frutos’ sino ‘el fruto’ del Espíritu. No es plural sino
singular, ya que hay una unidad en todas estas características mencionadas las cuales el Espíritu
Santo está produciendo en nosotros con el fin de que nos parezcamos más a Cristo.

Veamos un poco más sobre estas características:

Amor

Este es el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. Hemos conocido el amor
porque Dios nos amó primero y, ahora, podemos reflejar ese amor a otros. El Señor Jesucristo dijo a
sus discípulos: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he
amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34). ¿Qué tiene de nuevo este mandamiento?
Ya se había dicho antiguamente que: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Lo diferente ahora es que
Cristo no nos está diciendo que amemos como a nosotros mismos, sino que amemos como Cristo nos
ha amado. Sin duda que el amor de Cristo es muy superior incluso al amor que nos tenemos a
nosotros mismos.

Debe ser un amor incondicional y sacrificial. Como lo enseña 1 Juan 3:16 “En esto hemos conocido
el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas
por los hermanos”.

Gozo

El gozo es “Es un profundo contentamiento y deleite en los caminos de Dios, y su posesión nos
capacita para aceptar diferentes formas de pruebas en la vida”.

Es debido a que somos hijos de Dios, y por medio de nuestra relación con El que podemos tener gozo
a pesar de las circunstancias que nos rodean. “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo:
¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4)

Paz

Esto tiene que ver con la paz de Dios que hay en nosotros. Viene dada a través de un descanso pleno
en el control de Dios sobre todas las cosas. Dios es el ‘Dios de paz’, Aquel que es la fuente de esta
tranquilidad y quien sostiene todas las cosas.

El creyente experimenta la paz cuando reconoce a Dios como Soberano y Todopoderoso, le entrega su
vida y el control de las circunstancias. Vive libre de temores, miedos, pensamientos de angustia,
porque como dice la Biblia, sólo Jehová nos hace vivir confiados (Salmos 4:8, Isaías 9:6-7, Romanos
14:19, Filipenses 4:6-7).
Paciencia

La paciencia en este caso tiene que ver más con el soportar o refrenarse ante una provocación. Esta
provocación puede venir dada de parte de otra persona o también por medio de circunstancias que, de
no ser por la ayuda del Espíritu, podría conducir a una reacción carnal de parte nuestra. El antónimo
sería el enojo y la venganza.

Hacer caso omiso a los agravios y mantener la calma. El entendido guarda silencio, pero el necio crea
contienda (Éxodo 34:6, Proverbios 14:29, Proverbios 15:18, 1 Tesalonicenses 5:14, Santiago 5:8-9).

Benignidad

Es la amabilidad que debemos mostrar por otros, sintiendo compasión hacia nuestro prójimo. Era una
característica que vemos constantemente en el Señor Jesucristo en su trato con otras personas.

Siempre preparados para servir a los demás y hacerlos sentir bienvenidos y agradados. Actitud
apacible y agradable mostrando siempre respeto. Nuestra buena conducta avergonzará a los
murmuradores y los que quieran sembrar cizaña (1 Pedro 3:15-16, Colosenses 3:11-12, 2 Timoteo
2:24).

Bondad

Está relacionado con lo que es bueno y agradable delante de Dios. Dios es bueno, y nuestras acciones
deben ser realizadas para la gloria de Dios y con el fin de obtener su aprobación. Recordemos que “al
que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4:17).

Fe

Nuestra tendencia es dudar de Dios, por lo que esta fe puede tener que ver con una plena confianza en
la Palabra y las promesas de Dios hacia nosotros. Otros opinan que esta palabra tiene que ver con
nuestra fidelidad a Dios o la confianza que podemos tener en otros o que otros pueden tener en
nosotros. Implica firmeza en la relación con Dios, lealtad hacia los amigos e integridad en el
cumplimiento de las responsabilidades asumidas. Convicción de que Dios interviene y obra a nuestro
favor. (Hebreos 11:1, Hechos 26:18, Isaías 11:5, Hebreos 3:6, Mateo 23:23)

Mansedumbre

Esto es lo contrario a la arrogancia. Está asociado a la humildad, como lo dijo el Señor: “aprended de
mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11:28). Se nos dice también que “Moisés era
muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra” (Números 12:3). En medio de
la crítica Moisés mostró un espíritu humilde y sumiso, dejando que fuera Dios quien interviniera a favor
de él.

Templanza

Normalmente es definido como el ‘autocontrol’. Es claro que si algo está bajo el control de mi propia
fuerza no tiene ninguna garantía, por lo que la templanza debe reflejar que estamos bajo el control del
Espíritu Santo. Pero esto implica que es nuestra responsabilidad la de otorgarle a él el control.

El gran anhelo del apóstol Pablo para los Gálatas era: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir
dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”. En Cristo todas estas características
se manifestaban al 100% y en perfecta unidad y armonía, por lo que Pablo nos enseña: “Sed
imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11:1).
Conclusión
Permanezcamos en Dios en el pámpano en la vid que lleva mucho fruto, y como el árbol plantado junto
a corrientes de aguas, si deseamos dar fruto, que nuestro alimento sea la oración, la lectura de la
Palabra de Dios y hacer la voluntad de Dios (Juan 15:4-5) (Salmos 1:1-3).

Seamos lumbreras en el mundo, no permitamos que el mundo apague nuestro fruto del Espíritu
(Efesios 5:8-11) y hagamos raíces profundas para Cristo, llenando nuestras canastas de fruto para su
gloria (Jeremías 17:7-8).

Un cristiano con el Espíritu Santo tiene la oportunidad de ser un testigo viviente de la existencia y
sabiduría de Dios. Para las personas es claramente evidente cuando el fruto del Espíritu está en
nosotros. Puede que se burlen de nuestra ingenuidad por confiar pacientemente en Dios durante una
prueba o nos elogien por nuestra generosidad y amabilidad, pero lo notan. O puede que se rían de
nosotros cuando controlamos nuestros impulsos carnales o se sorprendan al ver que somos capaces
de encontrar paz en medio de la tragedia, pero lo notan.

El fruto del Espíritu demuestra que el camino, enseñanzas y Espíritu de Dios son beneficiosos para el
ser humano —demuestra que Dios sabía lo que hacía cuando inspiró las Escrituras. Además, le
muestra a los demás cuán comprometidos estamos con Dios y lo decididos que estamos a dar
testimonio de Él.

Más importante aún, demuestra que existe un camino diferente al que el mundo entero sigue por el
engaño de Satanás (Apocalipsis 12:9; 2 Corintios 4:3-4). Nos enfoca en el futuro Reino de Dios y nos
quita la forma de pensar carnal que busca la satisfacción inmediata, que ha causado tanto dolor,
desdicha y destrucción.

Tener el fruto del Espíritu no es quedarse sentado y esperar a que venga el Reino de Dios. Se trata de
esforzarnos por vivir según su camino ahora, en cada pensamiento y acción. Cuando lo hacemos, la
paz y la confianza que resultan de estos nuevos ideales y actitudes demuestran por qué es tan
necesario que el Reino de Dios sea establecido en la Tierra.

¿Por qué necesitamos crecer en el fruto del Espíritu?


Un cristiano verdadero —una nueva creación con la mente de Cristo dentro de sí— debe crecer en el
fruto del Espíritu continuamente. Esto no sólo afecta a quienes nos rodean, también nos afecta a
nosotros mismos.

En 1 Tesalonicenses 5:19 Dios nos ordena: “No apaguéis al Espíritu”, lo cual implica que siempre
debemos estar en contacto con Él y pedirle más de su Espíritu. Nuestro deber como cristianos es
obedecer a Dios y esforzarnos por ser cada vez más como Él. Descuidar el fruto del Espíritu Santo es
muy peligroso para nuestra vida espiritual, pues el Espíritu es la garantía y “arras” de la vida eterna (2
Corintios 1:21-22; Efesios 1:13-14).

¿Qué sucedería si poco a poco la evidencia de que tenemos el Espíritu Santo comenzara a
desaparecer debido a nuestra apatía, dificultades de la vida, amargura o soberbia?

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