Está en la página 1de 4

CAPÍTULO 6

El autor del libro nos presenta a Pablo introduciendo la idea de que donde el pecado
abunda, sobreabunda la gracia (Ro. 5:20). Ahora él se pregunta si alguno pudiera tomar
esta verdad para implicar que no importa si un cristiano vive una vida de pecado, debido
a que Dios siempre vencerá al gran pecado con una gracia aún mayor.

Aunque la gracia de Dios ha venido al mundo para traer reconciliación y justicia, todavía
existen poderes espirituales malvados en el trabajo que se oponen al poder de la gracia de
Dios que da vida (Ro 6:14). Con frecuencia, Pablo personifica estas fuerzas espirituales
malvadas llamándolas “pecado” (Ro 6:2), “carne” (Ro 7:5), “muerte” (Ro 6:9) o “este
mundo” (Ro 12:2).

Ahora nos planteamos la pregunta si Dios ama a los pecadores, entonces, ¿Por qué
preocuparse del pecado? Si Dios da gracia a los pecadores, entonces, ¿por qué no pecar
más para recibir más gracia? Algunas personas creen que pueden pecar libremente y que
el trabajo de Dios es perdonar. Para Pablo, la idea de que alguien pueda continuar en
pecado para que la gracia pueda abundar es inconcebible.

Pablo establece un principio importante. Cuando nacemos de nuevo, cuando hemos


creído en Jesús para nuestra salvación, nuestra relación con el pecado cambia.
Hemos muerto al pecado. Por lo tanto, si hemos muerto al pecado, entonces no
debemos vivir aún en él. Simplemente no es adecuado el vivir aún en algo a lo que
hemos muerto.

Los cristianos han muerto al pecado, y ya no deben de vivir en él. Antes estábamos
muertos en pecado (Efesios 2:1); ahora estamos muertos al pecado.

Pablo está tratando con conceptos fundamentales los cuales cada cristiano debe de
saber. Cuando una persona es bautizada en agua, ellos son sumergidos o cubiertos con
agua. Cuando ellos son bautizados con el Espíritu Santo (Hechos 1:5). Pablo se refiere al
ser bautizados o sumergidos en Cristo Jesús.

Pero el punto de Pablo es claro: algo dramático y que cambia la vida pasó en la vida del
creyente. Tú no puedes morir y levantarte sin cambiar tu vida. El creyente tiene (aunque
espiritual) una muerte y resurrección real con Cristo Jesús.

Pablo nos ha convencido de que una vida usual de pecado no es compatible con aquel
cuya vida es transformada por la gracia. ¿Pero que sobre un pecado ocasional aquí y allá?
Si estamos bajo la gracia, no la ley. Como creyentes, tenemos un cambio de propietario.
El cristiano debe de pelear en contra aún del pecado ocasional, porque debemos de
trabajar por y bajo nuestro nuevo Amo. No es apropiado para nosotros el trabajar para
nuestro antiguo amo.

De esta manera podremos deducir con seguridad que nuestra salud procede enteramente
de la gracia de Dios y de su pura liberalidad. Porque de otro modo hubiera podido decir
que la paga de la justicia es la vida eterna, para lograr el encuentro de los dos miembros
opuestos de esta frase sin añadir más. Pero tenía en cuenta que obtenemos el don de Dios,
de dónde lo obtenemos y no de nuestros méritos y que, además, este don no está solo,
sino que comprende dos partes: La reconciliación con Dios, al ser revestidos con la
justicia de su Hijo, y la virtud del Espíritu Santo, por la que somos regenerados para
santidad. Por eso añade; en Jesucristo, para que dejemos a un lado nuestra opinión sobre
nuestra dignidad personal.

CAPITULO 7

Pablo como sabía que sus lectores, en especial los judíos, tendrían muchas preguntas
acerca de cómo se relaciona la ley con su fe en Cristo, Pablo se propone explicar esa
relación. En una explicación detallada de lo que significa no estar bajo la ley, sino bajo la
gracia (6:14, 15), Pablo enseña que: 1) la ley ya no puede condenar a un creyente (7:1–
6), 2) convence de pecado tanto a incrédulos como a creyentes (7:7–13), 3) no puede
liberar a un creyente del pecado (7:14–25).

En el capítulo 7, Pablo sigue haciendo hincapié en que la vida en Cristo nos libera de lo
que “nos ataba” de la ley (Ro 7:6). En consecuencia, la ley misma no es el problema de
la existencia humana, porque “la ley es santa, y el mandamiento es santo, justo y bueno”
(Ro 7:12). En cambio, Pablo concluye que el problema es el poder que se opone a Dios,
el cual llama “pecado”, que reside en los seres humanos (Ro 7:13). El pecado se ha
aprovechado de los mandamientos de la ley usándolos como herramientas para engañar a
las personas (Ro 7:11), evitando que sean capaces de obedecer la ley como Dios lo planeó
(Ro 7:14, 17, 23).

El poder del pecado no causa simplemente que tomemos malas decisiones o que hagamos
cosas que no deberíamos hacer. Más bien, es como si un poder malvado invadiera el
territorio espiritual de cada persona y tomara el control, “vendido a la esclavitud del
pecado”, como lo plantea Pablo (Ro 7:14). Bajo esta esclavitud del pecado, somos
incapaces de hacer lo bueno que se exige en los mandamientos y que conocemos en
nuestro corazón (Ro 7:15–20). Esto ocurre a pesar de nuestras buenas intenciones de
hacer lo que Dios desea (Ro 7:15–16, 22).

En otras palabras, ¡conocer lo que es bueno no es suficiente para vencer el poder del
pecado que nos ha invadido! “Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no
quiero, eso practico” (Ro 7:19). Solo podemos ser rescatados de este apuro gracias a la
intervención de otra fuerza espiritual más poderosa, el Espíritu Santo.

ROMANOS 8

El apóstol Pablo después de haber hablado del combate que los creyentes sostienen
continuamente contra su carne, vuelve el Apóstol a consolarles muy necesariamente
diciéndoles, que, aunque el pecado los tenga sitiados todavía, están, sin embargo, fuera
del poder de la muerte y libres de toda maldición porque ya no viven según la carne sino
según el Espíritu.

Aunque los creyentes son libres de la ley, andar en novedad de vida se basa en una
estructura moral firme (de ahí, “la ley del Espíritu”, Ro 8:2). Pablo le llama a esta
estructura moral “vivir conforme al Espíritu” o poner la mente en el Espíritu (Ro 8:5).
Ambos términos se refieren al proceso de razonamiento moral que nos guía mientras
caminamos en novedad de vida.

Las palabras vida y muerte son la clave. Pablo entiende el “pecado”, la “muerte” y la
“carne” como fuerzas espirituales en el mundo, que llevan a las personas a actuar de
formas contrarias a la voluntad de Dios y que producen caos, desespero, conflicto y
destrucción en sus vidas y en sus comunidades. En contraste, vivir conforme al Espíritu
significa hacer todo lo que traiga vida en vez de muerte. “Porque la mente puesta en la
carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz” (Ro 8:6). Poner la
mente en el Espíritu significa buscar lo que puede traer más vida a cada situación.

Traer vida, en vez de cumplir la ley, es la guía moral de aquellos que están siendo salvos
por la gracia de Dios. Somos libres de actuar conforme al Espíritu en vez de esclavizarnos
a la ley, porque “no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús” (Ro 8:1).
Pablo contrasta la vida en el Espíritu con la vida bajo la ley judía. Pablo dice que los
creyentes han recibido un “espíritu de adopción” como hijos de Dios, en vez de “un
espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor” (Ro 8:15). Todos los que son de
Cristo (Ro 8:9–10) ahora son hijos adoptados de Dios. En cambio, los que están bajo la
ley viven en esclavitud del poder del pecado y también viven con temor, posiblemente a
las amenazas de castigo que tiene la ley por la desobediencia. Los creyentes son libres de
este temor, ya que “no hay ahora condenación para los que están en Cristo Jesús”
(Ro 8:1). Cuando vivimos fielmente en Cristo, no enfrentamos las amenazas del castigo
de la ley, incluso cuando hacemos algo malo en nuestra vida y trabajo cotidianos. Las
dificultades y fracasos aún pueden perjudicar nuestro trabajo, pero la respuesta de Dios
no es condenación sino redención. Dios traerá algo que vale la pena a partir de nuestro
trabajo fiel, sin importar lo mal que parezca en el presente.

Pablo dice que Dios está por nosotros habiendo dado a Su propio Hijo por “todos
nosotros” (Ro 8:31–32). Nada se puede interponer entre nosotros y el amor de Dios que
es en Cristo Jesús nuestro Señor (Ro 8:35–39). “Ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni
los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni
cosa alguna en toda la creación podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado
en Cristo Jesús nuestro Señor.” (Ro 8:38–39).

También podría gustarte