Está en la página 1de 86

V~1V

UNiVr.r~t)lU.h¡)¡"ULiItv!'~!vH I
\.lA
V\...
t.
r.; , .•,-,
, It.
r:.: í\ I ...
\
II
I

BIBLIOTECA I
o-]~/;-ó(l..rl
i I C:'
vlgna Iura · ·· ·· ·1.

AL~A
Para Bill Sherzer, en recuerda Jik'WJ~f2líiiS=:~:..:.:..~~:.:~
y de Nueva York, y de nuestras conversaciones
© 1999, Antonio Muñoz Molina sobre Carlota Fainberg.
© De esta edición:
1999, Grupo Santillana de Ediciones, S. A.
Torrelaguna, 60. 28043 Madrid
Teléfono 917449060
Telefax 9174492 24
www.alfaguara.com

• Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S. A.


Beazley 3860. 1437 Buenos Aires
• Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S. A. de C. V.
Avda. Universidad, 767, Col. del Valle,
México, D.F. C. P. 03100
• Disrribuidora y Editora Aguilar, Altea,
Taurus, Alfaguara, S. A.
Calle 80 N° 10-23
Santafé de Bogotá, Colombia

ISBN: 84-204-4161-9
Depósito legal: M. 39.549-1999
Impreso en España - Prinred in Spain
Diseño:
Proyecto de Enric Satué
© Cubierta:
Diseño EnlacE
Primar de la matiere sur la pensée, 1929. Man Ray

Todos los derechos reservados.


Esta publicación no puede ser
reproducida, ni en todo ni en parte,
ni registrada en o transmitida por,
un sistema de recuperación
de información, en ninguna forma
ni por ningún medio. sea mecánico,
foroquímico, electrónico, magnético.
electroóptico, por fotocopia,
o cualquier otro, sin el permiso previo
por escrito de la editorial.
Blind Pew

Lejos del mar y de la hermosa guerra,


Que así el amor lo que ha perdido alaba,
El bucanero ciego fatigaba
Los terrosos caminos de Inglaterra.

Ladrado por los perros de las granjas,


Pifia de los muchachos del poblado,
Dormía un achacoso y agrietado
Sueño en el negro polvo de las zanjas.

Sabía que en remotas playas de oro


Era suyo un recóndito tesoro
y esto aliviaba su contraria suerte;

A ti también, en otras playas de oro,


Te aguarda incorruptible tu tesoro:
La vasta y vaga y necesaria muerte.

JORGE LUIS BORGES, El hacedor


Nota del autor

La historia de Carlota Fainberg la in-


venté en el verano de 1994, cuando Juan Cruz
me sugirió que escribiese para El País un relato
por entregas, con la única condición argumen-
tal de que tuviera algo que ver con La isla del
tesoro, ya que ese año se celebraba el centena-
rio de la publicación de esa hermosa novela.
Los caminos de la ficción siempre son sinuo-
sos: en el relato que escribí entonces intervenía
el recuerdo de un par de visitas a Buenos Aires,
de un semestre como profesor invitado en la
Universidad de Virginia, de un viaje en coche
a través del Estado de Pensilvania, de un sone-
to de Borges sobre un personaje de la novela
de Stevenson, el ciego Pew que nos dio tanto
miedo la primera vez que la leímos. Fainberg
es el apellido de una querida amiga porteña,
Mónica Fainberg, que era jefa de prensa de
Seix Barral cuando yo publiqué allí mis pri-
meras novelas, y que fue una guía tan afectuosa
y experta de mis primeros pasos por ese mun-
do no siempre fácil de transitar para un recién
llegado.
12 13

Inventar una historia es también intuir el sentido musical, creo que se ha hecho más lar-
su longitud y su forma. Nada más terminar Car- go, con ondulaciones y resonancias nuevas. El
lota Fainberg me di cuenta de que los límites del resultado no es un cuento largo, como yo imagi-
relato a los que me había ceñido eran demasiado naba, sino una novela corta, y uso ese término
estrechos para todo lo que hubiera querido con- sabiendo perfectamente a qué me arriesgo. Mu-
tar, para el flujo de palabras e imágenes que los chas novelas que se publican ahora son, técni-
personajes y los lugares por donde transitan camente, novelas cortas, pero sus autores y sus
despertaban en mí. Pero escribir no es sólo po- editores procuran no decido, sabiendo que aquí
nerse delante de un papel o de un ordenador, es lo breve se califica de menor y se considera se-
también esperar, dejar que las cosas vayan sedi- cundario. Si alguien dice abiertamente que ha es-
mentándose en la imaginación, y también en el crito una novela corta enseguida se sospechará
olvido, esperar a que llegue el momento preéiso que no ha tenido capacidad o talento para escri-
para rescatadas. Yo no suelo tardar mucho en es- bir una novela larga. Pero la novela corta es tal
cribir una historia, pero cada vez tardo más en vez la modalidad narrativa en la que mejor res-
ponerme a escribida: entre el momento en que plandece la maestría. Quien lee Otra vuelta de
se me ocurre una idea para un relato y el de su tuerca, La invención de Morel, La muerte en Vene-
escritura pueden pasar muchos años, y ese largo cia, Los adioses, El doctor Jekyll y Mr. Hyde, en-
tiempo de inacción me parece tan decisivo como cuentra a la vez la intensidad y la unidad de
el del trabajo real. tiempo de lectura del cuento y la amplitud inte-
Me hicieron falta cinco años para volver rior de la novela. La razón principal para escribir
a la historia de Carlota Fainberg, que permane- un libro es la misma que para Íeedo: que a uno
cía en suspenso, pero no olvidada, y sin advertir- le guste mucho estar haciendo lo que hace. Lec-
lo yo crecía con otros viajes, otras _experiencias, tor inveterado de novelas cortas, yo he disfruta-
otras conversaciones y lecturas. Empecé por fin do tanto inventando y escribiendo esta Carlota
a reescribida en la primavera de este año, y, para Fainberg que me ha dado algo de pena que se
mi sorpresa, muy pronto se impuso sobre mí co- acabara tan pronto.
mo una invención nueva, que crecía siguiendo
las líneas esbozadas en el relato primitivo. La me- A.M.M.

lodía sigue siendo la misma, pero el tiempo, en


1

-Yo ya no creo que vuelva nunca a Bue-


nos Aires.
El hombre sentado junto a mí dijo estas
palabras con menos tristeza que rnelodramatis-
mo y se quedó callado unos instantes, bebien-
do pensativamente de su Diet Pepsi. Se notaba
que las había pensado muchas veces, que se las
había dicho a sí mismo en voz alta, como cuan-
do uno ha recibido una injuria o un mal modo
y luego se desvela repitiendo y perfeccionando la
respuesta que no supo o no tuvo valor para de-
cir a tiempo. Frente a nosotros, al otro lado del
muro de cristal, la nieve caía tan espesa que no
era posible ver nada, y la luz declinante de las
dos de la tarde era tan neutra y tan ajena a la
hora del día como la de los tubos fluorescentes
que iluminaban las grandes bóvedas del aero- ,
puerto de Pittsburgh.
-Se lo prometí a Mariluz, claro está,
cuando los dos nos sinceramos y no tuve más
remedio que contárselo todo -no me miraba
ahora, tenía los ojos fijos en los torbellinos si-
lenciosos de nieve, y quizás en ese gesto tam-
16 17

bién había una parte de ligera impostura, de re- -T ú haz caso de lo que me dice la ex-
presentación-o Pero tú me comprendes, Clau- periencia, Claudio -yo no me acordaba de su
dio, el verdadero motivo no es ése. Mi mujer no nombre, pero él manejaba ya fluidamente el
es tonta, ella sabe que las ocasiones no paran de mío-o Un español reconoce a otro mucho
presentarse, y que un hombre, por muy buena antes de oído hablar, nada más que viéndole
voluntad que tenga, es difícil, si es hombre, que la pinta. Vas por Nueva York, un ejemplo, por la
pueda controlarse siempre. Es que no quiero es- Quinta Avenida, a la hora de más gentío y más
tropearme el recuerdo, ¿me explico? La magia tráfico, ves en un semáforo a una pareja, de es-
de aquellos días. paldas a ti, los dos con camisas y vaqueros, de
Llevaba varias horas con él y acababa de unos treinta y tantos años, ella con un poco
darme cuenta de que no sabía su nombre. Me de culo, con zapatillas de deporte muy nuevas,
lo había dicho, incluso se había apresurado a con un jersey fino echado por los hombros, o
darme su tarjeta, antes de que nos sentáramos atado a la cintura, y no sé por qué pero lo sabes,
en los taburetes del falso bar inglés en la zona de lo puedes jurar: «Esos dos son españoles». Qué
tránsitos del aeropuerto de Pittsburgh, pero yo le vas a hacer, tenemos esa pinta, ese look, co-
no presté atención, o me olvidé del nombre nada mo dicen ahora.
más oído, y ahora me encontraba en la circuns- Me disgustó que una persona tan vulgar
tancia absurda de estar recibiendo las confesio- se concediera tales prerrogativas sobre lo que él
nes sentimentales o sexuales de un desconocido llamaba mi pinta. Si alguien así, tan cheap, pa-
que me llamaba por mi first name y se compor- ra decido con crudeza, me identificaba tan rá-
taba como si fuéramos amigos de toda la vida. pidamente como compatriota suyo, era que tal
As a matter of fact, como dicen aquí, nos ha- vez yo compartía, sin darme cuenta, una parte
bíamos visto por primera vez hacia las once de su vulgaridad, de su ruda franqueza españo-
a.m., en un puesto de prensa, o más bien él había la. También debo añadir que con los años me
visto sobresalir del bolsillo de mi gabardina un he acostumbrado a lo que al principio me ato-
ejemplar atrasado de El País Internacional, e in- sigaba tanto, a las formalidades y reservas de
mediatamente se había dirigido a mí en espa- la etiqueta académica norteamericana, y que ya
ñol, con la seguridad absoluta, según dijo más me siento incómodo, o más exactamente, ern-
tarde, de que éramos compatriotas. barrassed, ante cualquier despliegue excesivo
18 19

de simpatía, que casi nunca llega sin su contra- Cuando aquel hombre me interpeló, se-
partida de mala educación. ñalando el periódico en papel biblia que sobre-
Hay otra consideración que no debo elu- salía de mi bolsillo, mi primer impulso fue ocul-
dir: en los viajes soy del todo incapaz de relacio- tado, y el segundo fingir que no comprendía
narme con los otros, apenas salgo de casa hacia su idioma, pero estaba claro que era demasiado
el aeropuerto o la estación de ferrocarril, es co- tarde para escabullirse sin indignidad de aque-
mo si me sumergiera en el agua vestido con un lla situación. Muy incómodo, aunque sonriendo,
traje de buzo, y cualquier amenaza de conver- le dije que sí, que era español, y esa coinciden-
sación me incomoda. Pertenezco a lo que los so- cia le hizo calurosamente suponer que habría
ciólogos llaman aquí, con una metáfora no in- otras, y que yo también estaría esperando que
fortunada, el tipo cocoon. Aunque no esté en fuera anunciado el vuelo de United Airlines ha-
mi casa, bien calefactada y forrada de moquetas, cia Miami. Contesté que no, si bien no le dije
por dondequiera que voy me envuelve mi ca- el vuelo que yo esperaba, pero dio igual, por-
pullo cálido de confortable privacy. Abro con que él, ajeno a esas barreras invisibles pero
avaricia cualquiera de los libros o los journals terminantes que ciertos silencios levantan en
que he escogido para el viaje, o recurro, si tengo América, me preguntó cuál era el mío, y yo no
mucho trabajo, a algún paper urgente, a mi pe- tuve en aquel momento la entereza de negade
queño ordenador, mi imprescindible lap top, esa información con una muestra adecuada de
me pongo las gafas de cerca, las que llevan una reserva anglosaxon. El avión que yo debería ha-
oportuna cadenita para evitar su pérdida, guar- ber tomado varias horas antes volaría, si alguna
do las otras en su funda y en el bolsillo interior vez amainaba la tormenta de nieve, a Buenos
de mi chaqueta, y por lo que a mí respecta, aun- Aires, y fue al pronunciar ese nombre cuando
que me encuentre en un aeropuerto populoso, sin yo saberlo estuve perdido del todo. Resultó
igualmente podía estar en mi despacho del de- que mi compatriota conocía esa ciudad, dijo,
partamento, en una de esas tardes de final de se- «como la palma de su mano», palma que ahora
mestre en que ya apenas quedan estudiantes y decididamente me tendió, más bien volcada ha-
reina en las aulas, en los patios alfombrados de cia abajo, en una especie de dinámica horizon-
césped y en los corredores, un silencio de verdad tal que anunciaba un apretón de vehemencia te-
claustral. mible y del todo innecesaria, según tenían por
--
20 21

costumbre hace años los ejecutivos y los jefes risas, hasta ese momento tan francas, que uno
de ventas españoles. recibía.)
Previendo horas de calma y de lectura, Aún no había aceptado la posibilidad
yo me había resignado sin dificultad al contra- de que el mal tiempo me obligara a cancelar
tiempo del blizzard, que según los mapas de un viaje tan deseado, y de tanta relevancia pro-
los meteorólogos y las amenazantes imágenes fesional para mí, en aquellos momentos de-
transmitidas vía satélite borraba bajo una lenta cisivos, pero tortuosos, de mi carrera acadé-
espiral todo el nordeste de los Estados Unidos. mica. Pero esa madrugada, antes de llegar al
Ya nevaba muy fuerte cuando viajé a Pittsburgh, aeropuerto.ilos weather forecast de la radio ya
siendo aún noche cerrada, en un tren rápido, se mostraban, como de costumbre en este país,
confortable y casi vacío desde la estación de infalibles. Empezó a nevar, tal como estaba anun-
Humbert, Pensilvania, que está muy cerca (al ciado, a las siete en punto de la mañana. En los
menos en términos norteamericanos) del Hum- primeros tiempos de mi vida en América yo
bert College, donde yo he venido labrándome desdeñaba la exactitud de esas predicciones con
en los últimos años una posición decorosa, aun- la típica incredulidad española, lo cual más de
que todavía insegura, como associate professor. una vez estuvo a punto de costarme un disgus-
Podía haber pedido a un compañero del depar- to, porque con un temporal de nieve a escala
tamento o a un estudiante que me diera un ride americana no caben frívolas improvisaciones
hasta la estación: preferí llevar mi coche y de- españolas. El asombro y el pavor ante la escala
jarlo en el estacionamiento subterráneo próxi- del espacio y el poderío temible de la natura-
mo a ella, evitando así la circunstancia siempre leza son la primera lección que aprende el eu-
algo unpleasant de pedir un favor. (En Amé- ropeo recién llegado a un continente tan des-
rica hay una frontera muy precisa, pero tam- comunal.
bién invisible para el no iniciado, entre los favo- Ahora estaba seguro de que el blizzard
res que pueden pedirse y los que no, y un paso iba a ser de los que hacen época. En el mo-
inoportuno al otro lado de ella puede traer con- mento del check in me palpitaba ligeramente
sigo desagradables consecuencias, un enturbiar- el corazón. Me daba cuenta de que no podría
se repentino de la superficie tan afable de las soportar que me anularan el viaje, que mi ima-
cosas, un matiz elusivo en las miradas y las son- ginación no aceptaba la expectativa del regreso
22 23

a la estación acogedora, pero depresiva, de Hum- Me constaba que en la conferencia de


bert, al estacionamiento (qué horror que en Es- Buenos Aires mi paper sobre el soneto Blind
paña se haya generalizado la palabra «parking»), Pew, uno, para mi gusto, de los más excelsos de
al olor de la calefacción de mi coche, a los patios Borges, era esperado no sin cierto suspense.
vacíos y cubiertos de nieve del Humbert Colle- A una indudable satisfacción profesional, mi
ge, a mi casita de Humbert Lane, en la que al- instinto latino superponía la avidez, sólo a me-
gunas veces me encierro, el viernes a medio- dias reconocida, por encontrarme en una ciudad
día, terminada la última clase de la semana, con con calles y aceras en las que la gente caminara,
la certeza absoluta de que no hablaré con nadie por bares y cafés llenos de ruido de vasos y de
hasta el lunes siguiente. Qué ancho se vuelve el conversaciones (aunque también, infortunada-
tiempo entonces, acogedor y a la vez abismal, mente, de humo de tabaco). Ya imaginaba un
tan ligeramente opresivo como la calefacción, tibio otoño austral que resarciera o al menos me
como el perfecto aislamiento de las casas contra consolara del despiadado invierno de Pensilva-
el frío exterior, contra la oscuridad de esas no- nia, que no sólo había batido todos los récords
ches en las que no se ve a nadie en toda la longi- del siglo en cuanto a su crudeza, sino que tam-
tud de Humbert Lane. Las únicas huellas de bién amenazaba con sobrepasados en su dura-
presencia humana son los faros de algún coche ción. No soy hombre al que le venga grande la
que pasa, ni siquiera el ruido del motor, porque soledad ni que se deje abatir por la monotonía
el hermetismo de los cristales y los ajustes de las invernal del Humbert College, que otros han
ventanas lo borra. encontrado insoportable. Pero aquel spring se-
La amable chica del des k, sin embargo, mester (aunque aquí la palabra sp~ing es sobre
me ofreció una sólida esperanza: según las úl- todo un involuntario sarcasmo) se me hizo el
timas observaciones la tormenta cedería en al- más largo de mi ya prolongada experiencia en
gún momento de las próximas horas, antes de América, así que cuando recibí la carta, con
arreciar de verdad, lo cual iba a permitir el des- membrete de la Universidad Nacional San Mar-
pegue de un cierto número de aviones, entre los tín, en la que se me confirmaba la invitación a
cuales, me aseguró la chica con una sonrisa no la Conference sobre Borges, no exagero si digo,
por profesional menos alentadora, se encontraba con oportuno casticismo, que vi el cielo abier-
sin la menor duda el mío. to. Rápidamente puse bajo asedio benévolo,
24 25

aunque insistente, a Morini, el chairman del gurio para mi porvenir. En Buenos Aires, ade-
departamento, hasta conseguir un go ahead, no más, estaría en las fechas de mi visita, por una fe-
por oficioso menos significativo para mí: en fe- liz casualidad, mi amigo y colega Mario Said, al
chas cercanas se dirimía mi ascenso a la condi- que llevaba sin ver ya varios años, desde que por
ción soñada de full professor, y cualquier méri- falta de paciencia o exceso de nostalgia volvió
to que pudiera añadir a mi currículum cobraba a la Argentina abandonando en Estados Unidos
una importancia, nunca mejor dicho, decisiva. una carrera académica tal vez menos brillante
Morini, que tiene la ventaja de ser lati- de lo que su talento habría podido augurar.
noamericano, logró con su inveterada destre- En la vida los grandes cataclismos de fe-
za administrativa que el departamento me cos- licidad o de desgracia son mucho menos fre-
teara el fare del viaje (del hotel y la estancia se cuentes de lo que sugieren las novelas y el cine.
ocupaba la parte bonaerense). Me despidió ca- Según mi experiencia (tampoco demasiado am-
lurosamente en su despacho, con un afecto que plia, me apresuro a matizar), cuentan mucho
auguraba las mejores perspectivas para mí, pe- más en la biografía de cualquiera esos pequeños
ro no se privó de lanzar me una de sus pullas, disappointments que malogran las ocasiones de
que a lo largo de los años yo ya me he acos- satisfacción no demasiado espectaculares, pero
tumbrado a no tomarle en consideración: sí muy modestas, y por lo tanto muy sólidas,
-Espero que al llegar al Cono Sur no que suelen presentársenos a casi todos nosotros.
se despierte tu sangre de conquistador espa- En el aeropuerto de Pittsburgh, cuando me vi
ñol, y te entren ganas de ultimar a algunos in- más o menos arrastrado por u~ compatriota
dios. inoportuno a tomar un café, «o algo más», se-
Cosas de Morini. Otro descubrimiento gún él dijo, en un sospechoso oak bar donde ya
del español en América es que ha de cargar re- estaban instalados, o apalancados, como se dice
signadamente sobre sus hombros con todo el ahora en España, dos gordos tristes y ostensible-
peso intacto de la Leyenda Negra. Pero lo im- mente redneck bebiendo cerveza, me di cuenta
portante para mí era que iba a leer mi paper en de todo lo que había esperado disfrutar de la
Buenos Aires, y que el apretón de manos, inu- lectura y de la simple expectativa del viaje en las
sualmente warm, con que Morini se despidió horas que faltaban para que saliera mi vuelo,
de mí podía ser interpretado como un buen au- y de la desconsideración con que aquel hom-
26

bre me había arrebatado una parte del tiempo


que me pertenecía, y que ya no iba nunca a ser- II
me devuelto.
Furioso en secreto, expoliado de unas
horas irrepetibles de mi vida, acepté que me in-
vitara a algo, no a una cerveza, desde luego,
sino a un prudente milk shake. Moví la cabeza Frente a aquel ventanal contra el que
afirmativamente mientras él me hablaba y son- golpeaba con violencia silenciosa la nieve agi-
reí mirándolo sin fijeza y sin atenderlo, aunque tada por el.viento, la palabra Buenos Aires pa-
indinándome hacia él, de esa manera en que to- recía nombrar desoladoramente una ciudad im-
dos sonreímos y decimos que sí con la cabeza posible, un lugar lejano del invierno adonde
en los parties. Así que, aunque acepté su tarjeta yo no llegaría nunca. Mientras mi compatriota
y la leí antes de guardada y oí su nombre cuan- inoportuno seguía hablándome yo dejaba de
do me apretó con tanta fuerza la mano, no lle- escuchado para mirar de soslayo el monitor
gué a enterarme de cómo se llamaba, o me en- donde tal vez de un momento a otro se anun-
teré y se me olvidó, o ni siquiera eso, las sílabas ciaría la cancelación de mi vuelo. Indiferente a
del nombre que sonaron en mi oído no llega- mi absentmindedness, terminó su Diet Pepsi,
ron a alcanzar esa zona de la corteza cerebral se tapó la boca para ocultar un eructo discreto,
donde se interpretan (descodifican más bien) aunque no imperceptible, y se ofreció a traer
las percepciones auditivas. Yo creo que sólo em- dos nuevas bebidas. (Del ficticio oak bar nos
pecé a hacerle algo de caso o me lo tomé más habían desalojado una hora antes, en virtud de
en serio un poco después, cuando se quedó una de esas normativas minuciosas y del todo
callado frente al ventanal donde arreciaba la arbitrarias que aplica el Estado de Pensilvania
ventisca y dijo algo que sin él saberlo sugería a la venta y consumo de alcohol.) Yo quise dad e
una curiosa intertextuality con mi soneto de los dos quarters correspondientes a mi Pepsi,
Borges: pero él, con un españolismo que visto a distan-
-Pero da igual que yo no vuelva a Bue- cia ya me parece algo disgusting, se empeñó en
nos Aires, es como si hubiera un tesoro espe- invitarme por tercera vez. He perdido la cos-
rándome siempre. tumbre de las invitaciones tan efusivas como
r

28 29

desordenadas que suelen hacerse en España, Mareelo M Abengoa


y me pone nervioso, casi me desconcierta tanto Strategieal Advisor
como a un americano, no estar seguro de cuán- Worldwide Resorts
do o en qué medida debo corresponder. ¿No es
mejor el práctico hábito anglosajón de divi- Llega a extremos enternecedores la fas-
dir una cuenta a partes iguales, suprimiendo cinación de los empresarios y ejecutivos espa-
así el peligro de quedar en deuda, o de pagar ñoles por el idioma inglés, habida cuenta ade-
en exceso? Pero para aquel hombre tales incer- más de que la mayor parte de ellos manifiestan
tidumbres serían cuando menos exóticas: él lo una incapacidad congénita para hablarlo con un
hacía todo con una desenvoltura asombrosa, mínimo decoro, con un acento que no resulte
se movía por el aeropuerto y se acomodaba en bochornoso escuchar.
los asientos de plástico como si fuera el dueño El del señor Abengoa era, desde lue-
absoluto del espacio, y no tenía reparo alguno go, decididamente helpless, pero él compen-
en chocarse o en rozarse con alguien, murmu- saba esa deficiencia con su desenvoltura envi-
rando perdón o excuse me en un inglés impo- diable, de la que yo aún carezco, después de
sible, sin darse cuenta de la mirada de recelo todos estos años de vida en América y prácti-
o de hostilidad que le dirigía la otra persona, ca cotidiana del inglés. Todavía me da miedo
como si estuviera en la barra de uno de esos ba- cuando he de usar una palabra de pronuncia-
res de tapas y raciones que según creo hay to- ción difícil, y tengo observado que el desá-
davía en Madrid, y en los que la gente choca y nimo o la melancolía afectan sev;eramente a
suda y se atropella con una promiscuidad fí- mi dominio del idioma. Contra todo pronós-
sica tan desenvuelta como los gritos que dan tico, Abengoa se hacía entender, y no sólo en
para charlar entre sí o reclamar la atención de un bar o en un counter de venta de billetes,
los camareros. sino incluso, según me contaba con toda na-
Mientras se alejaba hacia la máquina ex- turalidad, y con una falta notable de vana-
pendedora de soft drinks yo aproveché para mi- gloria, en difíciles reuniones de negocios, lo
rar furtivamente su nombre en la tarjeta que mismo en Europa que en Estados Unidos, y
me había dado: últimamente también en algunos países asiá-
ticos, Tailandia o Indonesia, por donde la fir-
30 31

ma en la que trabajaba había empezado a ex- que los latinoamericanos, aun siendo tan celo-
pandirse. sos de su identidad y sus raíces indígenas, nos
-Los españoles estamos comiéndonos el llevan mucha ventaja en la soltura de su cos-
mundo, Claudio, y no nos damos cuenta, siem- mopolitismo. Morini, en el party que hubo
pre con nuestro complejo de inferioridad, pidien- después de la charla multitudinaria del insigne
do perdón por donde vamos, en vez de tirar para semiólogo y (en mi opinión) dudoso novelista,
adelante y cerrar con doble llave el sepulcro de le hablaba de tú a tú diciéndole, con la copa
don Quijote. en la mano, «Caro Umberto». Yo apenas me
Tuve la tentación profesoral de corregir- atreví a acercarrne y a murmurar con voz áspe-
lo, explicándole que el sepulcro que había que ra, «Congratulations, Mr. Eco», huyendo ense-
cerrar con doble llave, según el rancio dictamen guida hacia otra esquina del party, entre otras
de Joaquín Costa, no era el de don Quijote, cosas porque Morini, sin duda por su nervio-
sino el del Cid, pero casi me conmovió aquel sismo inevitable de anfitrión, no se acordó de
nuevo ejercicio de intertextualidad involunta- presentarme, y casi abarcaba él solo con su pro-
ria, aquella mezcla, si se me disculpa la pedan- pia presencia todo el espacio disponible en tor-
tería, de recio noventayochismo y de freudian no al maestro.
slip, ejemplo magnífico tal vez de lo que Um- -Tu Pepsi-Cola, Claudio -dijo Aben-
berto Eco, durante la lecture memorable que goa, tendiéndome la lata helada y rechazando
nos dio en el Humbert Hall, llamó la fertilitd de nuevo, con un ademán muy español de ofen-
del!' errore. A partir de entonces, by the way, sa, las monedas que yo había vuelto a ofrecerle.
y usando quizás las prerrogativas de su cargo, Se sentó a mi lado, frente al muro de cristal, y
Morini, al hablar del ilustre profesor italiano, se chasqueó la lengua con un sonido de disgusto
refería siempre a él como «Umberto»: Umber- después del primer trago-o Hay que ver, lo
to le había mandado un e-mail muy afectuoso, que daría yo ahora mismo por una buena caña
Umberto le iba a escribir el prólogo a la tra- de Mahou, con mucha espuma, en la cervece-
ducción italiana de su último libro, el deán le ría Santa Bárbara de Madrid, por ejemplo, con
había pedido a él, Morini, que en su calidad de unas almendras fritas bien saladas, con un pla-
amigo de Umberto le pidiera que aceptase un to de berberechos ... Eso, y una tía, las dos co-
puesto de visiting professor. Qué duda cabe de sas mejores de la vida, el paraíso terrenal.
r¡¡

32 33

Mi locuaz compatriota había empezado ñía española, cuyas oficinas centrales están en
poco a poco a interesarme, pero no por sus de- Alicante (o en Alacant, según me he informado
vaneos sexuales, sino por los textuales, y por el que es más correcto decir), lo cual no es obs-
modo en que yo, como un lector, podía de- táculo para que posea una nutrida y compe-
construir su discurso, no desde la autoridad titiva red de hoteles «de alto standing» en va-
que él le imprimía (¿se ha reparado lo suficien- rios continentes. En cuanto a la denominación
te en los paralelismos y las equivalencias entre enigmática de su cargo dentro de la compañía,
authorship y authority?) sino desde mis pro- Strategical Advisor, Abengoa me la aclaró ape-
pias estrategias interpretativas, determinadas a lando con el mayor desparpajo a una nueva en-
su vez por el hic et nunc de nuestro encuentro, crucijada textual:
y -para decirlo descaradamente, descarnada- -Yo soy el buscador de los tesoros es-
mente- por mis intereses. No existe narración condidos, como si dijéramos.
inocente, ni lectura inocente, así que el texto En la última década, me explicó, no sin
es a la vez la batalla y el botín, o, para usar la una fatigosa abundancia de vacuos tecnicismos
equivalencia valientemente sugerida por Da- empresariales, la compañía había llevado a ca-
niella Marshall Norris, todo semantic field es bo una expansión sólida y gradual fuera de
en realidad un battlefield, incluso, se me ocu- España, «a nivel de los dos lados del océano», se-
rre a mí (tendría que apuntar esta idea para leccionando hoteles más o menos en crisis, an-
un posible desarrollo), un oilfield en el que la ticuados o mal gestionados, adquiriéndolos con
prospección petrolífera sólo tiene éxito verda- toda clase de precauciones financieras y apli-
dero cuando llega a las capas más profundas. cándoles inmediatamente planes rigurosos de
Aun careciendo del menor atisbo de for- rehabilitación y viabilidad, de downsizing y up-
mación lingüística, Abengoa se daba cuenta de lifting, para usar el vocabulario, en ocasiones
que toda lectura es, como mínimo, una segun- sorprendente, del propio Abengoa. En todo es-
da o tercera lectura, y que el signo verbal no es to, su strategical advisory consistía en una tarea
menos arbitrario o simbólico que una incisión a medias de espionaje y de análisis financiero,
paleolítica en el colmillo de un mamut. Me ex- de exploración aventurera y contabilidad. Era
plicó que Worldwide Resorts, la empresa para él quien viajaba por las capitales del mundo
la que trabajaba, era, en realidad, una compa- buscando hoteles que se ajustaran a los intere-
34 35
ses de Worldwide Resorts, o estudiando otros hombro derecho y una hechura que le subra-
cuyos propietarios los hubieran puesto ya en yaba la curva de una barriga notoria pero tam-
venta, pero que no habrían aceptado con faci- bién fornida, la barriga de un hombre a la vez
lidad la inspección exhaustiva de un posible activo y familiar, tentado por el fitness pero tam-
comprador demasiado reticente. bién por la paella, y más aficionado a las cañas
-y así me paso la vida, Claudio -me de cerveza y a los berberechos que a los com-
dijo, poniéndome embarazosamente, aunque plejos vitamínicos o al providencial Prozac. Te-
por un solo instante, una mano en la rodilla, en nía el pelo entreverado de gris y se peinaba con
un ademán de confianza o camaradería propi- una raya anticuada. Lucía, en la claridad neutra
ciado tal vez por la tormenta de nieve, certifi- y lívida del aeropuerto, un bronceado de pura
cado por nuestra condición de españoles-, de salud casi rural, sin la menor sospecha de arti-
hotel en hotel, como si dijéramos, de ciudad ficio. (No como Morini, dicho sea de paso, que
en ciudad. Cansa, no te creas. Más de una vez se aplica en la cara un tanning torrefacto no in-
me da la tentación de arrepentirme por no ha- digno de Julio Iglesias, o de un magnate pana-
berme quedado de asesor fiscal, que es lo que meño del narcotráfico, y que tiene el pelo tan
yo era antes, haciéndole a la gente las declara- sospechosamente negro y abundante que unas
ciones de la renta y viéndoles la mala cara que veces da la impresión de que se lo tiñe y otras
ponen cuando se les dice lo que tienen que pa- de que lleva peluquín, incluso de que se tiñe el
gar. Aunque también te digo la verdad, a mí lo peluquín.)
que más me gusta es ver mundo y conocer gente A mí cualquier viaje me deja desguaza-
nueva. do, y no soy capaz de encarar sin desaliento las
Me había llamado la atención, entre tan- complicaciones más comunes de la vida prácti-
tas desvaídas figuras como pululaban por el ca, tan llevaderas, sin embargo, en los Estados
aeropuerto, incoloras bajo la luz artificial, agria- Unidos. No habría necesitado escuchar lo que
mente flacas o de una blanda e ilimitada gor- Abengoa me estaba contando para darme cuen-
dura, la solidez física de Abengoa, la rotundi- ta de que tenía una constitución inmune a la
dad española de su figura. No era alto, sino más fatiga, un frame of mind tan robusto que ni los
bien stocky, y su cuello parecía más corto debi- compromisos incesantes ni el jet-lag de los via-
do a un jersey de lana con dos botones en el jes transatlánticos lo aturdían. Pertenecía a ese
36 37

tipo de personas enérgicas y prácticas que a mí lar a Santiago de Chile. Gran país, tremendo
me han amedrentado a lo largo de toda mi vi- dinamismo. ¿Sabes cómo les gusta llamarse a los
da, desde que en la infancia conocí a la prime- chilenos? Los jaguares del Pacífico ...
ra de ellas, mi tío Guillermo, que hablaba muy Tan sólo de oído me mareaba un poco,
alto y lo hacía todo muy rápido, que regentaba casi me rozaba el golpe de viento de la agita-
un negocio de ferretería, fumaba y conducía co- ción de sus viajes, como el trajín de los artefac-
ches con la misma acelerada brusquedad, dán- tos incomprensibles de la ferretería de mi tío
dome siempre la sensación de que yo era muy Guillermo. Llegaba a una ciudad, me dijo, y
torpe y muy lento, y además nada listo. Cada desde el instante en que el taxi se detenía ante
vez que encuentro una persona así noto el mis- la puerta del hotel él ya estaba observándolo
mo principio como de encogimiento que cuan- todo, especialmente aquello que un viajero no
do mi tío Guillermo llegaba a casa hablando adiestrado, no profesional, nunca percibiría, los
muy alto y empujando la puerta como para ga- signos, en definitiva, los onion layers del signi-
nar tiempo antes de que yo se la abriera. Siem- ficado, término este que a mí me da un poco
pre me acerco con miedo a los empleados de las de reparo traducir por «las capas de cebolla», los
ferreterías y de los talleres de automóviles. Me más obvios y los menos perceptibles, el grado
bastan unos segundos para reconocer ese mo- de conservación del edificio y la limpieza de los
delo siempre idéntico de hombre hábil, decidi- puños del botones uniformado que le llevaba
do, veloz, y cuando uno de ellos me habla muy la maleta a la habitación, la calidad de los de-
alto o se agita amenazadoramente cerca de mí sayunos, la topografía de los alrededores, todo,
con la energía de sus tareas y de sus destrezas hasta el olor y el ruido del aire un poco antes
pienso, igual que al ver a Marcelo M. Aben- de que saliera el agua de los grifos.
goa: «Otra vez el tío Guillermo». Aquel hombre tan basto, tan franco, tan
-Lo que es la vida moderna, Claudio, adicto a la carcajada y al apretón de manos, po-
la revolución del transporte, como yo digo día también volverse, me dijo, no sin cierto
-hablaba sin darse cuenta de que por unos orgullo, un consumado espía. Con cualquier
instantes yo no lo había escuchado-o Ayer es- pretexto o sin ser visto se colaba en todas las de-
tuve comiendo con unos clientes en Francfort. pendencias, aun en las de acceso más restringi-
y pasado mañana, desde Miami, tengo que vo- do, probaba todos los servicios, todos los platos
38 39

del menú, se instalaba durante horas en un si- sobre el input y el output y el cashflow que para
llón del vestíbulo con un periódico abierto y es- mí habrían sido sin duda tan incomprensibles
tudiaba el tipo de clientes que recibía el hotel como los escritos teóricos de José Lezama Li-
y el grado de corrección o de kindness con que ma, por poner un ejemplo que espero no sea
eran tratados. «Me gusta cómo se les llama aquí, interpretado como antilatinoamericano. Pero pa-
Claudio, en América, no clientes ni huéspedes, ra saber si un hotel estaba hundido para siem-
sino guests, ¿se pronuncia así? Invitados. Estos pre o si tenía algún porvenir, me dijo, le bastaba
tíos sí que saben.» Se fijaba en todo, lo escucha- entrar en el vestíbulo y oler el aire los primeros
ba, lo olía todo. Tardaba un par de semanas en segundos, o mirar el color y el grado de desgas-
considerar que poseía toda la información nece- te de la moqueta, o el estado de las uñas o de los
saria para un dictamen certero, si bien esa nada lacrimales de un recepcionista.
española afición por la accuracy que descubrí -Así que cuando empujé la puerta del
en él se equilibraba, me explicó, con un olfato Town Hall de Buenos Aires y respiré en el ves-
profesional instantáneo, comparable al del enó- tíbulo comprendí que aquel sitio estaba com-
logo que sólo a través del aroma o del color de pletamente acabado, Claudio, hundido, en el
un vino ya predice sin vacilación su calidad, o al fondo, encallado, igual que un transatlántico,
crítico impresionista de la vieja escuela que de- como si dijéramos, tipo Titanic. Hasta me en-
terminaba la «belleza» -entre comillas, desde traron ganas de dar media vuelta y largarme de
luego- de un texto, o incluso su «valor» -¡CO- allí en el mismo taxi en el que había llegado,
millas urgentes otra vez!- literario nada más porque también me di cuenta, por e! olor y por
que leyendo al azar unas pocas frases. los uniformes grises de los empleados, de que
Desde que le vi y empecé a escuchado aquella ruina no había ya modo de ponerla a
yo había creído dilucidar en Abengoa todos los flote, aunque ocupaba una manzana entera en
síntomas del autodidacta, del self-made-man. el mismo centro de Buenos Aires, a tres pasos
No sin sorpresa, y sin que él le diera a esa in- de la plaza de Mayo. Imagínate lo que valdría el
formación demasiada importancia, me enteré solar, incluso en esos tiempos, te hablo del 89,
de que poseía una licenciatura en Económicas cuando la hiperinflación, que parecía cada ma-
y diversos másters en hostelería y gestión. Era ñana que el país entero iba a irse al carajo. Los
capaz de leer balances e informes financieros dependientes de las tiendas no daban abas-
40 41

to a cambiar las etiquetas con los precios. Se iba celo, este sitio es una ruina y lo seguirá siendo
la luz porque no había dinero para comprar re- para quien lo compre, por muy barato que le
puestos y arreglar las averías de las centrales eléc- salga».
tricas, las aceras parecía que las hubieran bom- Mientras hablaba, Abengoa permanecía
bardeado, todas con socavones enormes, tapados atento a todo, a la gente que pasaba, a los que
de cualquier manera con tablas, parabas un taxi se sentaban cerca de nosotros, a la nieve en los
y si abrías la puerta con demasiada fuerza po- ventanales, a las mujeres especialmente, pu-
días quedarte con ella en la mano, de lo viejos de observar, y al mismo tiempo tenía un aire de
que estaban todos. Para los extranjeros, claro, concentración meditabunda, que daba de pron-
aquello era la gloria. En tres días un dólar podía to a su cara una expresión fugaz de severidad,
valer el doble. Por cuatro dólares podía uno co- sobre todo cuando se refería a asuntos de su
mer como un príncipe en el mejor restaurante negocio: he meant business, como dicen aquí,
de la ciudad o llevarse al hotel a una periqui- y en cuanto llegaba ese momento comprendí
ta de lujo ... Los aviones de vuelta volaban a Ma- que podía fácilmente intimidar, no ya a mí, que
drid con todas las turistas forradas en abrigos al fin y al cabo me asusto de cualquiera que me
de pieles. Por cierto, que Mariluz todavía tiene haga un gesto hostil o autoritario, sino a indi-
el que le compré entonces, por ver si se ablan- viduos curtidos en las guerras sin cuartel del
daba y me perdonaba. Había informes de que mundo financiero, aún más temible, me ima-
en medio de aquel desastre el propietario del gino, que nuestras pequeñas intrigas y zancadi-
Town Hall estaba ahogado financieramente y lo llas académicas.
pondría en venta muy pronto. De manera que Con una vigorosa gesticulación a la que
tomé un avión y me planté en Buenos Aires, yo ya no estoy acostumbrado, Abengoa extendió
las cosas las hago como las pienso, ya te digo, los dos brazos hacia arriba como para abarcar
me bajé del taxi, le pagué al taxista con un pu- algo inmenso, explicándome la enormidad del
ñado de esos billetes que tenían entonces, los hotel Town Hall de Buenos Aires: tenía quin-
australes, que valían menos que un puñado de ce pisos en su cuerpo central, pero lo flanquea-
pipas, entré en el hall, o en el lobby, como le di- ban torreones y terrazas de diversas alturas, co-
cen en inglés, y pensé, nada más llenarme los mo en los rascacielos antiguos de Nueva York,
pulmones de aquel aire que olía a viejo: «Mar- a los que se parecía mucho en su arquitectura
42 43

y en su colosalismo. Había sido muy moderno -Si de algo entiendo yo, Claudio, es de
cincuenta o sesenta años atrás, en la edad de hoteles y de mujeres. Pero desengáñate, la ex-
oro del Waldorf Astoria y del Rockefeller Cen- periencia me dice que no hay hotel como la ca-
ter, en un Buenos Aires que parecía destinado sa de uno, y en lo que respecta a las mujeres,
a una pujanza tan sin límites como la de las después de haber probado algunas (no tantas
grandes metrópolis de Norteamérica. Cuando como camas de hotel, no vayas a creerte), me
Abengoa entró en él, el Town Hall era ya co- quedo con la mía. Seguro que me comprendes,
mo un museo arqueológico de la hostelería tú tienes mucha cara de casado. Ojo, no digo'
del siglo xx, con vigilantes de uniforme gris que lo estés: digo que tienes cara de casado, eso
que, por falta de personal, hacían de recepcio- es también como un sello, como el que lleva-
nistas, de camareros y de botones, incluso de mos los españoles en el extranjero.
ascensoristas, porque aquél era uno de los po-
cos hoteles del mundo que aún no había abo-
lido los ascensores manuales. Un muchacho
mustio, con granos en el cuello, dotado de un
gorro cilíndrico con barbuquejo y de una pa-
ciencia o una resignación de otro siglo, aten-
día a los timbrazos que sonaban en cada piso
y manejaba con la mirada vacía palancas con
mangos de cobre y de latón dorado y puertas
metálicas plegables que daban una extraordi-
naria sensación de precariedad al viajero acos-
tumbrado a la solvencia de los ascensores au-
tomáticos.
Su mujer iba a reunirse con él unos días
más tarde: Abengoa pensó que a ella el hotel le
gustaría. A las mujeres, me dijo, les gusta ir a
sitios que parezcan de época, les hacen sentirse
distinguidas y románticas:
III

Lo recuerdo viniendo hacia mí con un


refresco en cada mano, sonriendo mucho, como
si propusiera un doble brindis, con su jersey
marrón que le estaba un poco demasiado justo
y que seguramente le habría tejido su mujer y
un opulento abrigo echado sobre los hombros, .
de una manera que me pareció más bien old
fashioned, como se lo ponía mi padre cuando
yo era pequeño, al arreglarse cada tarde para ir
al café. El abrigo sobre los hombros me parecía
entonces tan distinguido, tan masculino, como
la brillantina en el pelo echado hacia atrás y el
cigarrillo que mi padre se ponía en los labios
nada más salir a la calle, con inconsciencia sui-
cida, ajeno a la sombra negra del cáncer que ya
habría empezado a oscurecerle los pulmones.
Abengoa estaría, calculé, en sus late for-
ties, y su corpulencia ágil, su estatura chata, su
pelo peinado con raya, contrastaban con la apa-
riencia de las personas que iban y venían por el
aeropuerto tan llamativamente como la lana de
su jersey, el paño y el corte europeo de su abri-
go y el cuero de sus zapatos se distinguían de
46 47

las r-shirts y de las desaliñadas prendas y zapa- Aires, aquel hombre no iba a dejar de importu-
tillas deportivas que llevaba todo el mundo. Me narme con sus confidencias, con sus exageracio-
tendió mi Diet Pepsi y al sentarse a mi lado se- nes y sus manías españolas, con su impávido
ñaló con la suya, todavía sin abrir, en dirección sexismo. En los monitores de vídeo se alterna-
al ventanal donde ya casi empezaba a anoche- ban los mapas meteorológicos de la costa Es-
cer, sin que nuestros vuelos fueran anunciados te y las columnas de los horarios y destinos de
ni cancelados, sin que hubiera el menor sín- vuelos junto a los que parpadeaban signos
toma de que en un tiempo aceptable se termi- de delayed o cancelled. El mío, por fortuna, aún
nase aquella espera eterna en la irrealidad cre- era de los primeros, aún me estaba permitido
ciente del aeropuerto de Pittsburgh: empujada un cierto grado de esperanza. En un televisor
por el viento, la nieve, en la luz cada vez más el anchor de un programa de la CNN hablaba
escasa, cobraba una fosforescencia sucia. ya de la tormenta de nieve llamándola Bliz-
-Hay que ver -me dijo, entornando zard '94, como si fuera un acontecimiento de-
los ojos, no sé si adormecida o soñadoramente portivo o uno de esos megahits del grandioso
(una irritante deficiencia del español es que usa show biz norteamericano.
la palabra sueño para dos cosas tan distintas co- Muera, en las pistas borradas por la nie-
mo sleep y dream)-. Parece mentira, si te paras ve y la niebla, el viento alcanzaba temperaturas
a pensarlo. Nosotros aquí perdidos en una tor- polares, pero el interior de la terminal de trán-
menta de nieve, y en Miami, ahora mismo, to- sitos, con el suelo forrado de moquetas color
das esas chiquitas rubias bañándose en topless... burdeos, estaba tan insanamente overheated que
-Esto no es España -le dije, no sé si Abengoa y yo acabamos por quitarnos los abri-
para ilustrado o para desengañado de esa idea gos y las chaquetas, yal poco él tuvo que sacar-
tan española, nacida sin duda de las películas, se también su recio jersey de lana, hecho para
de que en Estados Unidos reina una gran liber- climas más humanos, pero para calefacciones
tad de costumbres-o Si una mujer se quita menos tórridas. Con una inconsecuencia muy
aquí la parte de arriba del bikini la llevan presa norteamericana, una chica gorda, con panta-
por escándalo público. lón de chándal y t-shirt de manga corta, lamía
Tuve un instante de abatimiento inven- un ice cream casi tan montañoso como ella apo-
cible: nunca iba a salir mi avión hacia Buenos yándose en el muro de cristal, de espaldas al
48 49

panorama ártico de la snowstorm. Abengoa la ping en la mantequería de la esquina, o que las


miró con cara de pena. Miraba exactamente a chicas acudan a la junior high school maqui-
todas las mujeres, sin que se le pasara ninguna, lladas como gheisas, con corpiño, o top, según
calibrándolas de arriba abajo en fracciones de creo que llaman a esa prenda innegablemente
segundo, en parpadeos más rápidos que los turbadora, con los tiernos ombligos al aire, tras-
de una Polaroid. pasados por un anillo ... Por lo demás, oír ha-
-Para mujeres las de Buenos Aires, blar de mujeres en términos físicos era algo que
Claudio, ya las verás cuando llegues. Inolvida- me sonaba igual de antiguo que el abrigo echa-
bles. Espectaculares. Matrícula de Honor. He re- do por los hombros de mi padre, o que aque-
corrido medio mundo, y puedo decirte que llos cigarrillos negros sin filtro que ya entonces
la calidad de la pierna femenina en el Río de la habían empezado a matado sin que él lo sospe-
Plata es insuperable. Ojo, también en la otra chara.
orilla, la banda oriental, como dicen ellos, en Mientras escuchaba a Abengoa, yo mi-
Montevideo. En Montevideo destacan, por así raba instintivamente a mi alrededor, por mie-
decido, las morenas con el pelo liso, lo tienen do a que aquella conversación fuera sorpren-
tan negro que les brilla como crin de caballo. dida, como si estuviera en el departamento y
En Buenos Aires lo mejor son las rubias, teñi- alguna faculty de feminismo agresivo ronda-
das o no, da lo mismo, las rubias y las pelirrojas, ra en busca de una oportunidad de acusarme
Claudio, de parar la circulación. Porque además de verbal harrassment o de male chauvinismo
está cómo se visten, las minifaldas ajustadas que Pero él, Abengoa, estaba claro qU,e vivía en
se ponen, los tacones altos. ¿Te has dado cuen- otro mundo, no sé si más feliz, pero sí menos
ta de que en todas las horas que llevamos sen- sobresaltado. Su ignorancia de las tremendas
tados aquí no ha pasado ni una sola mujer con gender wars me pareció, contra mi voluntad,
tacones? tan envidiable como su deserivoltura de na-
No me había dado cuenta, claro. Uno rrador inocente, o naif para ser más exactos,
se va haciendo poco a poco a la vida de aquí, y aunque ya sé que tal noción es en sí misma
cuando vuelve a España ya encuentra algo up- tan discutible, tan, lo diré claro, sospechosa,
setting que las mujeres se pinten los labios y se como la de autor, o la de (italics, por supues-
pongan tacones y minifalda para hacer el shop- to) obra.
50 51

-Las mujeres y los hoteles -dijo, como parecido al Waldorf Astoria, con un letrero
recapitulando, bebiendo tan pensativamente co- vertical en la fachada que imitaba el del Radio
mo si probara un sorbo de vino, y esa declara- City Music Hall. Entonces no me paré a pen-
ción fue el principio de su confidencia, o de su sar en la rareza de que Abengoa siguiera llevan-
relato, si he de aplicar le mot juste, pues hasta do en la cartera un calendario tan pasado. Era
entonces, cabría decir, se había limitado a enun- una foto nocturna, pero los colores del letrero
ciar lo que llama Derrida su aparato pretex- luminoso y del cielo azul marino, así como la
tual-. Ésa es mi vida, Claudio, con sus luces y luz que procedía del lobby y brillaba en algu-
sus sombras, no te lo niego. A causa de una mu- nas ventanas, tenían esa crudeza de las postales
jer y de un hotel no puedo volver a Buenos turísticas españolas de los años sesenta: justo
Aires ... cuando el bigote fino de mi padre era aún ne-
Era de esas personas que buscan siem- gro y él salía a la calle con el abrigo por encima
pre corroboraciones materiales o documenta- de los hombros y un cigarrillo recién encendi-
les a lo que están diciendo: si hablan de su mu- do en un lado de la boca, en esos tiempos en
jer y de sus hijos, nos muestran la foto que que las estrellas de cine todavía fumaban y las
llevan en la cartera; si aseguran que un poema compañías tabaqueras guardaban el secreto del
o una música los emocionan, se remangan casi cáncer de pulmón. Qué raro, pensé, mientras
temiblemente la camisa para que veamos có- Abengoa no dejaba de hablarme, que este hom-
mo se les eriza el vello nada más que al men- bre no mucho mayor que yo me esté haciendo
cionar esa emoción arrolladora; si nos cuentan recordar a mi padre.
que pertenecen a un club de aviación, o de pesca -No te niego que desde fuera el edificio
submarina, producen inmediatamente del in- impresiona -estaba diciendo Abengoa cuando
terior de un bolsillo la tarjeta que lo certifica. volví de mí mismo, del breve sueño pasajero en
Abengoa, al hablarme del hotel Town Hall (eesos el que aparecía mi padre, joven todavía e into-
argentinos, siempre con la manía de ponerle cado por la muerte, con su pelo negro y ondu-
nombres ingleses a rodo»), rebuscó en una bien lado, con la sonrisa que tenía al volver a casa,
surtida cartera hasta encontrar un pequeño ca- cuando se quitaba el abrigo de los hombros, pero
lendario de algunos años atrás que tenía en el no el cigarro de la boca, y sacaba del bolsillo,
reverso la foto en color de un edificio vagamente como regalo para mí, un cucurucho de papellle-
52 53
no de cacahuetes recién tostados, o de castañas Juan Goytisolo que yo mismo analicé en un pa-
asadas, si era el tiempo-o El hall, las lámpa- per titulado Homo/hiper/hetero/textualidad, al
ras, incluso los ascensores, si me apuras, a pesar que hizo una mención muy breve, pero halaga-
de aquellos manubrios, tenían clase, como dice dora, el profesor Paul Julian Smith en uno de
Mariluz, que en cuanto vio aquellas maderas sus trabajos más recientes? (Imagino el disgus-
y aquellas alfombras se quedó encantada, co- to que se llevaría Morini cuando leyó mi nom-
mo romántica que es. Todo lo antiguo le gus- bre en un artículo de la indiscutible primera fi-
ta, no puede remediado, las civilizaciones, el an- gura de los Hispanic Studies.)
tiguo Egipto, todo lo exótico, el Oriente, los -Perdona, Claudio, que no me acuer-
Califas, la China milenaria. Cada vez que la do de lo que estaba contándote -por instinto
llevo a la Alhambra y entra en el Patio de los Abengoa regresaba a la narración lineal-o Con
Leones se echa a llorar, se queda en éxtasis, dice tantos aeropuertos y cambios de horario no tie-
que en una encarnación anterior ella debió de ne uno la cabeza en su sitio.
ser una sultana o una princesa mora. Recuérda- -El hotel de Buenos Aires -dije, algo
me que te enseñe después la foto que nos hici- nervioso, impaciente-o Tu llegada.
mos los dos vestidos de moros en la Alhambra, -Pues lo que te digo -había guardado
una de esas fotos que parecen antiguas ... el calendario y la cartera y se cruzaba de brazos
Temí que buscase de nuevo en la car- para resumir confortablemente su narración-o
tera, que me enseñara la previsible sucesión de Un desastre. No quiero contarte en qué estado
sus snapshots de familia. También, debo con- se encontraban las habitaciones, sobre todo en
fesado, me impacientaba aquella divagación los pisos más altos, en el piso quince, que fue a
tan poco pertinente al hilo principal de su his- donde me mandaron, al extremo de un ala, co-
toria. ¿Me estaba convirtiendo, a esas alturas mo si el hotel estuviera lleno, aunque yo ya me
de mi vida profesional, en un receptor pasivo y había dado cuenta de que no podían tener más
acrítico, en eso que Cortázar llamó, certera, pero de cuatro o cinco habitaciones ocupadas. ¡Cua-
infortunadamente, «un lector hembra»? ¿Esta- tro o cinco, Claudio, de un total de novecientas!
ba Abengoa, sin saberlo, ejerciendo la digression Los muebles de desecho, el espejo del armario
como transgression, como ruptura del discurso roto, la mesa de noche quemada de colillas, y
narrativo canónico, al modo de ciertos textos de también la colcha, claro, y la moqueta, tan ras-
54 55

pada que en algunos sitios se veía la tarima de en volver, así que si un negocio no disponía de
madera, y la televisión de aquellas en blanco y su propio generador iba a la ruina, se pudría la
negro con la pantalla abombada. Del cuarto de comida en los frigoríficas, se quedaba la gente
baño ni te cuento, de una falta de profesionali- atrapada en los ascensores o tenía que subir a pie
dad vergonzosa, de juzgado de guardia, la ven- diez o quince pisos ...
tana que no cerraba bien, la ducha de"aquellas No era sólo el hotel Town Hall, me con-
que antes llamábamos de alcachofa, toda oxi- tó, era Buenos Aires entera desmoronándose,
dada, una pastilla de jabón a medio gastar, el pa- cayéndose a pedazos, las aceras reventadas, ta-
pel higiénico negruzco y áspero, como el que padas con tablones, los cables ilegales del telé-
tenían en los hoteles soviéticos, que te lijaba el fono o de la electricidad que se quemaban de
culo, con perdón, te lo digo por experiencia, de noche y caían ardiendo a la calle, las tiendas
cuando estuvimos Mariluz y yo en un viaje or- de lujo de la calle Florida o del barrio de la Re-
ganizado por la ruta del Doctor Zhivago. La coleta iluminadas por bujías o velas o lámparas
habitación, un verdadero mausoleo, y la cama de keroseno en los atardeceres, el ruido monó-
un ataúd, con el somier flojo, que se hundía ha- tono de los generadores de electricidad oyén-
cia el centro, y la ropa de cama una mortaja, dose en todas partes, la gente yendo de un lado
pero todo, eso sí, de gran lujo, la cama queen a otro desesperada o alucinada, contando bille-
size, la bañera doble, el lavabo de mármol, los tes usados en medio de la calle o en los autobu-
muebles con terminaciones de marfil y alumi- ses que se caían de viejos, haciendo colas ante
nio. Un lujo, por lo menos, de hace sesenta años, las puertas de los bancos para desprenderse de
y sin que hubieran tocado ni arreglado nada la irrisoria moneda nacional y comprar dólares.
desde entonces, las puertas que no ajustaban, -Yo me había citado con Mariluz en
las sillas cojas, la cisterna del retrete gorgotean- Buenos Aires, por aquello de conformada un
do día y noche, la televisión con rayas, que ha- poco por tantos viajes en que la dejaba sola, ya
bía que darle un golpe para que se quedara sabes, una segunda luna de miel. Además, a ella
quieta la imagen, y además sólo podía verse tres le gustan mucho los tangos, todo lo que sea tí-
o cuatro horas al día, por las restricciones eléc- pico, lo auténtico, como dice ella, nada de imi-
tricas de entonces. Ésa era otra, los cortes de taciones, se muere por la samba brasileña, y por
energía. Se iba la luz de pronto y tardaba horas el fado portugués, pero el tango es que la vuel-
56 57

ve loca. Viajar a Buenos Aires y escuchar tan- dónde, justo cuando yo salía de mi habitación
gos en El Viejo Almacén era el sueño de su vi- vi que se abría una puerta en el otro extremo
da, lo más grande, no sé, como para un japonés del pasillo. Pero en vez de a una criada vieja, una
escuchar el concierto de Aranjuez en Aranjuez. mucama, como dicen ellos, o uno de esos hués-
Esto era un miércoles, y ella iba a llegar el viernes, pedes con cara de momia que hay en los hote-
pero cuando vi el aspecto que tenía el hotel es- les antiguos, ¿sabes a quién vi aparecer?
tuve a punto de llamada para que cancelara el Dije que no con impaciencia, ya pueril-
billete. Y la llamé, ahora que me acuerdo, pero mente atrapado en el relato: en su manejo de
el teléfono no funcionaba, la gente robaba en- las pausas Abengoa mostraba un perfecto con-
tonces los cables del teléfono para vender el co- trol de los devices narrativos.
bre. Tampoco podía llamar al room service, en -A una tía de caerse de espaldas --dijo,
caso de que lo hubiera, así que decidí salir a triunfal, tras unos segundos muy calculados de
tomar algo antes de que se me hiciera más tarde, silencio-o A la mujer más guapa que he visto
y también para no quedarme dormido a des- en mi vida.
horas, es lo peor que puedes hacer cuando vue-
las tan lejos y se te trastorna el reloj biológico,
como yo digo. Actividad, Claudio, es el único
remedio, lo peor es quedarse tirado en la cama
y ponerse triste mirando la televisión, que tam-
bién era de pena. Imagínate, eran tan pobres
que en los concursos el premio máximo podía
ser una cafetera, o una batidora. Guardé mis co-
sas en el armario, me di una ducha en aquel
cuarto de baño repugnante, intenté llamar de
nuevo a Mariluz o a recepción y seguía sin haber
línea, puse la tele y no había empezado todavía
la programación, ya te digo que sólo funciona-
ba cuatro horas, de seis a diez de la noche. Así
que nada, había que tirarse a la calle. Y mira por
IV

Abengoa era un yacimiento inagotable


de sexismos verbales, un arcaico depósito sedi-
mentario del idioma español (y de las implíci-
tas ideologías patriarcales de dominación) con
el que yo me había topado por azar en el aero-
puerto de Pittsburgh, aislado no se sabía para
cuánto tiempo por uno de los blizzards más tre-
mendos del siglo, según repetían con victorio-
so entusiasmo los weather men (y women) de la
televisión. Me veía a mí mismo como enfren-
tado a un case study, como un antropólogo
que encuentra de repente a uno de los últimos
miembros de una tribu al filo de la extinción.
¿Cuántos años habían pasado desde la.última
vez que yo oí hablar de (quote) «una tía de
caerse de espaldas» (unquote)? ¿Diría también
Abengoa que aquella mujer a la que vio en el
pasillo del Town Hall estaba como un camión
o como un tren, o que (comillas, por favor) «te-
nía un polvazo»?
Dijo que lucía una gran melena rubia,
un traje de chaqueta oscuro, ancho en los hom-
bros y muy ceñido a las caderas, unos tacones
60 61

que la hacían parecer más alta, «aunque sin la que uno estuviera oliéndoles la piel debajo de
menor necesidad», unos ojos rasgados, verdes, la ropa».
felinos (el adjetivo es suyo), espléndidamente ma- Pensó en el hueco de las escaleras y en
quillados, que se fijaron enseguida en él al mis- el del ascensor, en los quince pisos de profun-
mo tiempo que su boca grande y carnal le son- didad que podrían abrirse ante él si daba un
reía sin reserva ninguna, la típica sonrisa de la mal paso. En la oscuridad notaba de golpe todo
mujer porteña, me anunció, como quien le an- el derrumbamiento físico de las catorce horas
ticipa las maravillas de un país al viajero que se de vuelo transatlántico. Entonces volvió la luz
dispone a visitarlo por primera vez. y se encontró paralizado y absurdo en medio del
-Pero no la vi más que unos segundos pasillo, y ya no vio ni rastro de la mujer que [o
-prosiguió, right to the point, ajeno a toda in- había mirado tan prometedoramente unos se-
certidumbre, a todo sobresalto teórico-o Por- gundos atrás. Sí vio a una criada de uniforme
que vino un apagón y yo no tenía mechero ni que cruzó al fondo, de una habitación a otra,
cerillas. Justo un poco antes me había quitado con una aspiradora en la mano, moviéndose co-
del tabaco, el cuatro de abril, ahora ha hecho mo furtivamente, volviendo un segundo la ca-
cinco años. beza hacia él y haciendo luego como que no le
Dio unos pasos en la total oscuridad y rá- había visto, quizás por temor a que le pidiera
pidamente se sintió perdido. Su acendrado mie- algo. Durante un segundo le pareció que atis-
do al ridículo -otro rasgo arqueológico de es- baba en el aire un olor a madreselva. Pensó dis-
pañolidad- le impedía pedir auxilio, llamar a traídamente que el ruido que le había llegado
la mujer para que le ayudara a orientarse. No unos segundos antes no podía ser el de la aspi-
escuchó pasos, ni el sonido de ninguna puerta, radora. ¿Cómo iba a serlo, si no había corrien-
pero le pareció que sonaba muy cerca el motor te eléctrica? Pero de nuevo Abengoa se aventu-
de una aspiradora. También olió un aroma fuer- raba a un twist narrativo:
te de colonia o perfume, tal vez de madreselva, -Claudio, por cierto, ¿tú estás casado?
que lo excitó mucho, me dijo, ya que una de -dijo de pronto.
sus flaquezas eran esos olores refinados de las -Lo estuve -creo que no pude evitar
mujeres, «que las envuelven», añadió, ya emo- un gesto de desagrado o de melancolía al res-
cionado, «y al oler el aire cerca de ellas parece ponderle. ¿Pensaba que el impudor con que se
62 63

refería a su propia vida le autorizaba a enterar- Era muy improbable que aquel hombre
se de la mía? Iba a decide, casi contra mi vo- hubiera leído Les Confessions de Rousseau: y sin
luntad, que estaba divorciado de una mujer nor- embargo había heredado su influjo, casi hacía
teamericana, y que me quedaba el triste alivio paráfrasis de sus peores excesos de exhibicio-
de no haber tenido hijos que siguieran atándo- nismo. Abengoa, como Rousseau, parecía inca-
me a ella a pesar de la ruptura y la distancia, pero paz de callarse nada, no por simpatía hacia mí,
Abengoa ya estaba en otra cosa, en lo suyo, ni por necesidad de confiarse a alguien, sino
apenas habría oído mi respuesta. nada más que por hablar, por la pura urgencia
-Pues entonces comprenderás lo que española de conversar con quien sea, o de pe-
voy a decirte. Los hombres, Claudio, no tene- gar la hebra, como dice siempre mi colega C. W
mos arreglo. Yo no sé éstos de aquí, pero lo que Waynne, de Lincoln, Nebraska, que es un ena-
es a nosotros, los latinos, los españoles, no hay morado de Delibes, hasta tal punto que en in-
quien nos corrija. Como yo digo, la jodienda vierno lleva boina, y no gorro de nieve, y está
no tiene enmienda. Unos minutos antes yo es- teniendo problemas en su departamento, radi-
taba sintiéndome solo en la habitación del ho- calmente non smoking, por su afición a fumar
tel y pensando en las ganas que tenía de que picadura.
llegara Mariluz. Ya sabes: Buenos Aires, el tan- -Las cosas como son, Claudio, yo me
go, la segunda luna de miel y tal. Y que conste conozco: si estoy en casa, en España, no hay
que yo a Mariluz la idolatro, Claudio, veinti- ningún peligro, me encuentro en la gloria con
dós años casados y ni un solo día me he arre- Mariluz, y con mis dos hijas, que son e,Stupen-
pentido ni he tenido la tentación de dejada das, la mayor hace Filología Inglesa y la peque-
por otra. Bueno, pues vi a la rubia en la puerta ña empieza el curso que viene Empresariales.
de aquella habitación y me olvidé completa- Pero cuando salgo al extranjero, cuando me veo
mente de Mariluz. Peor todavía, Claudio, para solo en un hotel, en otro país, no tengo reme-
que no digas que te oculto nada, me puse a cal- dio, incluso antes, nada más llegar a la terminal
cular el tiempo que me faltaba para intentar internacional de Barajas ya se me están yendo
beneficiarme a la rubia antes de que Mariluz lle- los ojos, ¿no te pasa a ti? Ese bullicio, todas esas
gara a Buenos Aires, menos de cuarenta y ocho mujeres, de todas las razas, tan misteriosas, em-
horas después. pujando sus carritos de equipajes, llamando por
64 65

teléfono cualquiera sabe adónde. Si se me cruza chica que pasaba, y que sin duda no merecería
una que me gusta no paro hasta tirarle los te- su interés: una rubia mustia, con anchas gafas
jas, y nunca me doy por vencido antes de pre- de miope, con coleta, en bermudas, con snea-
sentar batalla, que es lo que les pasa a tantos kers de colores reflectantes. Qué raro no haber
hombres, que se rinden sin luchar, como yo di- notado hasta entonces lo que a él le desazona-
go, sobre todo ahora, que hay tantos como afe- ba tanto, que no hubiera mujeres bien vestidas
minados, como debilitados, con esos pendientes en el aeropuerto, que no se escucharan entre
y esas coletas que se dejan. ¿Has leído eso que tantos pasos cansados y bovinos el redoble de
dice un informe científico, que cada vez pro- unos zapatos de tacón ...
ducen menos espermatozoides? Yo subo al avión Hacía un rato que era noche cerrada
y ya voy pensando si me tocará en el asiento de y ya no soplaba el viento. La nieve caía muy
al lado una de esas rubias estupendas que he tupida, suave, vertical, porosa, y a la luz de los
visto esperando en la cola, o fumando en la ca- grandes reflectores se distinguían algunos avio-
fetería, pasan cerca de mí y abro bien la nariz nes inmóviles en las pistas de aterrizaje. Tenía
para oler mejor esas colonias extranjeras que se hambre, y le ofrecí a Abengoa uno de los who-
ponen, y si me roza una en el pasillo del avión, le wheat sandwiches que me había preparado
o al entrar o al salir del lavabo, en esos vuelos en casa antes del viaje, a fin de evitar los pre-
que duran toda la noche, me da como un ins- cios delictivos que cargan en los snack bars de los
tinto de irme detrás de ella, como siguen los aeropuertos, así como las muy dudosas cuali-
perros el rastro de las hembras, aunque esté fea dades nutritivas de los alimentos que expen-
la comparación. ¿No te pasa lo mismo cuando den. Comió con agradecimiento y voracidad,
sales al extranjero? aunque no sin manifestar su añoranza por la,
«Yo es que vivo en el extranjero», pensa- según él, incomparable comida española, por
ba haberle dicho, pero en ese momento Aben- la dieta mediterránea. Yo creo que la euforia del
goa había dejado de hacerme caso, tal vez su- lunch -modesto, pero sustancioso- le ani-
mergido en un paréntesis de contratiempo y maba a continuar más enérgicamente su rela-
actividad frustrada que lo apartaba de su na- to. Si en ese momento hubieran anunciado la
rración, y hasta de mi presencia. Miró el reloj, salida de su vuelo o del mío estoy seguro de que
se removió en el asiento, miró de soslayo a una se habría sentido disappointed. ¿Pero no me
66 67
habría ocurrido lo mismo a mí? ¿No es el rela- pensamiento a los viajeros n ovatos-. Le in-
to, y sobre todo el relato oral, un territorio formo al señor de que en sesenta años esta ma-
cómplice? quinaria sólo ha fallado una vez.
-Podía haber esperado a encontrárrne- Por aprensión, Abengoa no quiso pre-
la abajo, en el bar o en el hall, pero para ganar guntar cuándo, ni con qué consecuencias. En el
tiempo, ya sabes que yo lo tenía muy justo, me lobby vio con cierta sorpresa que había dos o
armé de valor y llamé a su puerta, sin preocu- tres recién llegados con bolsas y maletas re-
parme siquiera de inventar un pretexto. Pero no llenando impresos en el desk de recepción. La
me contestó nadie, y además no se veía luz, burocracia en ~Argentina es terrible, me dijo,
ni se oía nada dentro de la habitación, así que siempre proclive a las informaciones pedagógi-
pensé que a lo mejor había llamado a una puer- cas, mucho peor que en España, para que nos
ta que no era. Rondé un rato por el pasillo, pero quejemos tanto: hasta para salir del país le ha-
no vi ni oí nada, y además la misma criada vieja cen a uno rellenar papeles y papeles, y poner se-
de antes, la mucama, andaba por allí con su as- llos, y pagar tasas. En aquel momento, en el
piradora y sus trapos de limpieza, sin limpiar lobby del hotel Town Hall, la inquietud erótica
nada, desde luego, pero mirándome raro, como que se le despertaba en el extranjero llegaba a
si supiera lo que yo estaba buscando. Llamé al borrarle su preciado instinto profesional: sólo
ascensor para bajar al hall. Tardó una eternidad tenía ojos para buscar a la mujer a la que había
en subir, y cuando el ascensorista abrió y volvió visto un instante en el pasillo del piso quince.
a cerrar la cortina metálica y empezó a manejar Examinó el bar, que era inmenso y es-
aquellos botones y manubrios tan antiguos, la taba en penumbra, y tenía anchas columnas
caja se movía de una manera muy brusca, como blancas cuyos capiteles dorados se perdían en
desplomándose y parándose luego, y todo cru- las oscuridades del techo y arañas tremendas,
jía y gruñía, ya sabes, como esos armatostes an- aunque cubiertas de polvo y sin duda inservi-
tiguos, y yo pensaba, estoy a quince pisos de al- bles, que él sentía gravitar sobre su cabeza como
tura, verás como haya un corte de luz o este tío si estuvieran a punto de caérsele encima. Todo
tan pálido se equivoque de palanca. eran reliquias de viejas grandezas decaídas, dijo
-No se preocupe -le dijo el aseen- Abengoa, «estilo inglés, que es lo que les gusta
sorista, acostumbrado sin duda a adivinarles el a los argentinos»: había hondos sillones de cuero
68 69

deslucidos o desollados, estanterías con libros después de un parpadeo, aquella figura que ha-
que no tenían pinta de haber sido abiertas en bía imaginado ver con tanta exactitud, el pelo
medio siglo, mesas bajas sobre las cuales podía rubio y el rojo de los labios tentadoramente re-
encontrarse un ejemplar de La Nación o The saltados por la luz artificial, incluso el hilo ver-
Times sujeto por un bastidor de madera, «ya tical de humo de un cigarrillo, no era más que
sabes, como en los clubs ingleses». una sombra, y ni siquiera de una presencia hu-
En la barra, un barman con smoking rojo mana, sino tal vez de uno de los brazos de las
agitaba una coctelera. Inclinó exageradamente arañas del techo, un espejismo de su propio ce-
la cabeza lamida de gomina cuando Abengoa rebro y de sus-ojos fatigados.
pasó cerca de él, dedicándole una sonrisa cuyo La soledad entonces lo desalentó, cosa
servilismo quedaba malogrado por la notoria muy poco habitual en él, que atribuía tales aba-
ausencia de un diente. timientos a los desarreglos horarios y alimenti-
Del bar se pasaba al comedor por un cios, al mero efecto del jet-lag. Habría debido
arco de proporciones catedralicias. Había, cal- quedarse a cenar en el hotel, para investigar la
culó con ojo experto, unas doscientas mesas, y calidad de la comida y del servicio, pero imagi-
todas ellas tenían puesto un mantel y un servi- naba de antemano que ambos serían espanto-
cio perfectamente ordenado para la cena, con sos, y aunque no era nada tímido lo arredraba
cubiertos de plata ligeramente amarilla y cris- un poco sentarse a solas en aquel comedor tan
talería exquisita, pero no se veía el menor rastro inmenso, tan abrumado por la proximidad de 1""

de camareros ni de comensales. Vio fugazmen- la ruina.


te, o creyó que veía, a alguien sentado muy al Decidió que saldría a cenar algo: lo de-
fondo, medio oculto por una columna. Su ins- sanimó el aspecto de la ciudad solitaria y a os-
tinto de cazador, de skirt chaser para decirlo curas. «Parecía que todo el mundo se había
con más exactitud, se sobresaltó durante unos marchado, Claudio, que habían dado al país
segundos, los que tardó en darse cuenta de que por imposible. En la plaza de Mayo, ni siquie-
aquella figura inmóvil, iluminada por la luz de ra en las ventanas de la Casa Rosada había luz.
la mesa en la que apoyaba los codos, no era la Como si hubieran dicho, apaga y vámonos.»
mujer a la que había visto en el corredor. En La única luz de toda la plaza era una lla-
realidad, descubrió fijándose con más cuidado, ma que ardía, dijo Abengoa, en uno de esos
70 71

braseros de bronce que se ven en las películas de calle muy ancha y algo mejor iluminada, aun-
romanos, junto al muro de un edificio con co- que no mucho, con tal aire de desolación que
lumnas «de templo clásico», precisó, no sin vol- se sorprendió al comprobar que era la famosa
ver a informarme de la pasión de su mujer por avenida de Mayo. Se sentía estafado, humilla-
todo lo que tuviera que ver con la Antigüedad. do: con la desilusión regresaba el abatimiento.
La llama, agitada por el viento, difundía una En una pequeña trattoria tomó una pizza y me-
claridad rojiza e inestable sobre la acera: esta vez dia frasca de vino. El tinto italiano, ácido y li-
Abengoa sí vio con exacta nitidez a la mujer del gero, lo reanimó, y terminó la cena con una
hotel, con el mismo traje de chaqueta, la mele- copita de grappa. La misteriosa mujer rubia,
na ahora pelirroja por el brillo del fuego. Sin según él mismo la denominó, seguía siendo el
que lo detuvieran consideraciones de decoro o centro de sus prioridades.
cansancio se lanzó a cruzar entre los jardines de -Tú no me vas a comprender, Clau-
la plaza, de pronto animoso y lúcido, despeja- dio, porque a ti se te ve, no te lo tomes a mal,
do, sin rastro de jet-lag, sintiendo que su deseo que eres un poco triste, como todos los artistas.
1
crecía con una oleada cálida de certidumbre: la Pero es que a mí la tristeza no me dura, aunque 11 :

mujer estaba sola en Buenos Aires, tan sola co- algunas veces me empeñe, es como un amigo
mo él, había salido a cenar y al vede a él había mío que se empeña en coger el hábito de fu-
resuelto, con la desenvoltura admirable de las mar y no lo consigue, fíjate qué tío más raro,
extranjeras, que irían juntos a un restaurante, enciende un pitillo y al principio le gusta, me
ahorrándose el oprobio que pesa siempre sobre dice, pero luego se aburre enseguida, se com-
los comensales solitarios. «Imagínate, Claudio, pra un paquete y lo pone en la guantera del co-
me puse a cien cuando vi que me reconocía, che a ver si se aficiona a fumar conduciendo,
que me hacía un saludo con la mano.» pero se le olvida que lo lleva. Yo comprendo que
Pero el saludo no debió de ser de bien- si me durara más la tristeza tendría más vida
venida, sino de adiós: cuando Abengoa llegó al interior, por ejemplo, aquella noche en Buenos
otro lado la mujer ya no estaba parada junto a Aires, pero fue tomarme la pizza tan rica, tan fi-
las columnas de aquel edificio, que resultó ser la na y tan bien tostada, y beberme el vino y luego
catedral. Buscó en las zonas oscuras del atrio, la grappa, y me puse tan contento, y fíjate si
siguió caminando por la acera en dirección a una somos tramposos los hombres que en un mo-
72

mento pensaba que cuando llegara Mariluz iba


a llevada a aquella trattoria y al momento si- v
guiente ya estaba dándole vueltas a cómo po-
dría montar guardia cerca de la habitación de
la rubia sin llamar la atención ...

No le hizo falta ninguna estrategia. De


regreso al hotel, nada más abrirse la puerta del
ascensor en el piso decimoquinto, vio a la mu-
jer parada justo enfrente, como si al oír que as-
cendía el lento mecanismo se hubiera puesto a
esperar su llegada, igual que quien espera la lle-
gada de un tren. Abengoa tuvo la impresión de
que la mujer miraba no hacia él, sino hacia la
ruidosa puerta plegable, y que en su cara había
una expresión de angustia, que cambió instan-
táneamente cuando los ojos de los dos se en-
contraron.
Estaba inclinada, una rodilla más alta
que la otra, tratando de ajustar en el pie izquier-
do un zapato negro de tacón, que Abengoa en-
contró sumamente sofisticado, como los que
llevaban las mujeres en las películas de antes.
Modelado por la media oscura y traslúcida, el
pie descalzo de la mujer tenía una forma ex-
quisita. La mucama vieja (a estas alturas del re-
lato Abengoa había pasado a llamada «la vie-
ja de los cojones») limpiaba en el otro extremo
del pasillo el marco dorado de un espejo, lo
74 75

cual le permitía espiar sagazmente sin volver la de la mujer, los labios entreabiertos y rojos, la
cabeza. melena rubia, el olor a madreselva, le empuja-
-Se me torció el taco -dijo ella: tenía ban, según su expresión literal, a tirar p'alante:
una voz porteña un poco ronca, pero espléndi- pero se acobardó, inesperadamente, se achan-
da, tan envolvente (me pregunto de dónde ha- tó, para usar de nuevo sus palabras, temía de
bía sacado Abengoaese adjetivo, que desde ese pronto que aquella fuera demasiada mujer pa-
momento empezó a usar con cierta profusión), ra él, se sentía tan amedrentado como un chico
como el perfume de madreselva, que tan cerca de quince años, qué vergüenza, qué golpe bajo
de ella cobraba una intensidad de tentación-o para su self esteem, seguía lamentando cinco
Según caminaba casi me caí. años después.
-¿Se ha hecho usted daño? -Abengoa Se despidió de ella, le deseó buenas no-
imitaba al contarme la escena el tono inusual- ches, se volvió cuando ya estaba llegando a la
mente polite que había empleado con ella-o puerta de su habitación y enrojeció al ver que
Si me lo permite, le ayudo. ella también se volvía con la llave en la mano,
-Estaba por pedírselo. invitándolo una vez más sin palabras o burlán-
Comprendió enseguida, me dijo, no sin dose de su indecisión. Volvió a decir buenas
jactancia, que la torcedura era un pretexto: la noches, inclinó tontamente la cabeza, con un
mujer rubia se incorporó apoyando todo su envaramiento de español asustado por el ex-
peso en él, y le apretó la muñeca, casi la palma tranjero, que se convirtió en mortificación cuan-
de la mano, mientras se aseguraba de que po- do reparó en el sonido de la aspiradora y vio de
día caminar con firmeza. Echó a un lado la gran soslayo que la criada impertinente lo miraba
melena para sonreírle dándole las gracias. Esta- con sarcasmo o con lástima y le hacía una se-
ba tan cerca de él que sin la menor dificultad, ña con la mano, como urgiéndole a que entrara
con sólo aproximarse un poco, habrían podido en su habitación, a que no hiciera más el tonto.
abrazarse. Se tiró en la cama, irritado consigo mis-
«No me vas a creer, pero en el fondo yo mo, cayó en la cuenta de que aún no había ha-
soy un gran tímido»: Abengoa subrayó esa de- blado por teléfono con su mujer, que estaría ya
claración melancólica, aunque improbable, con muy nerviosa por la proximidad del viaje, ha-
un movimiento pesaroso de cabeza. La mirada ciendo maletas, buscando el pasaporte y el bi-
76 77
llere, asegurándose de que no olvidaba el tran- Con vehemencia, con temerosa picardía,
silium imprescindible para dormir en la lar- Mariluz puso un tono íntimo de voz para de-
guísima travesía nocturna. Después de calcular cide que le echaba de menos en la cama tan
no sin dificultad la hora que sería en España, lla- grande, le preguntó cómo era la cama en la que
mó a Mariluz (cuando me hablaba de ella usaba él estaba ahora mismo acostado. A seis mil ki-
siempre su nombre de pila, como si también lómetros de distancia, dijo Abengoa, la voz de
yo la conociera). Su voz sonaba a la vez cercana su mujer le despertaba inopinadamente un dis-
y confusa, distorsionada por el estado de desastre creto arousal.
de las líneas telefónicas argentinas. Estaba como Unos golpes sonaron entonces en la puer-
loca, me dijo Abengoa, y al decido se le puso ta: separados entre sí, como sigilosos, y Aben-
una ancha sonrisa no sé si de ternura o de in- goa al mismo tiempo se sintió adúlteramente
dulgencia que sólo le rondaba por la cara cuan- incitado y tuvo miedo de que Mariluz pudiera
do se refería a su mujer. Estaba tan ilusionada oídos y descubriera lo que significaban, aunque
con el viaje y con el reencuentro de los dos que en la misma fracción de segundo comprendió,
a él le hizo casi sentirse un canalla, «yeso que ya con una anticipación de desengaño, que quien
sabes que yo no soy un sentimental»: cualquiera llamaba a su puerta también podría ser un ca-
que le estuviera escuchando habría dicho que marero, o la mucama vieja. «Pero yo sabía que
Abengoa y yo llevábamos toda la vida cono- era ella, Claudio, lo sabía al oír esos golpes igual
ciéndonos, y como el tiempo de espera en los que si hubiera olido el perfume de madreselva,
aeropuertos se vuelve tan raro enseguida, yo ya hasta me parecía que ya lo estaba oliendo a tra-
no sabía desde cuándo estaba escuchándole, y vés de la puerta.»
se me confundían no sólo las horas, sino tam- No preguntó quién llamaba, tan sólo
bién los espacios, la terminal del aeropuerto de miró hacia la puerta apretando en la palma de
Pittsburgh y el hotel Town Hall de Buenos Ai- su mano la parte del teléfono próxima a su bo-
res, yel cansancio que me apretaba en las sienes ca, mientras que por el auricular seguía escu-
y en la nuca por culpa de la larga espera, del ru- chando la voz de pronto cotidiana y un poco
mor de la gente y de los acondicionadores de desacreditada de su mujer. Pero no tuvo que
aire, me parecía el mismo que había agobiado inventar un pretexto para colgar de inmediato.
aquella vez a Abengoa a causa del jet-lag. Mariluz, con su prudencia habitual, dijo que
78 79

una llamada desde tan lejos costaría mucho di- En el espejo turbio de polvo que la mu-
nero, y más desde un hotel, que muy pronto se cama había fingido limpiar un poco antes mien-
hablarían en persona. «Dirne una cosa boni- tras le espiaba, Abengoa «se pasó revista», se
ta, anda», le pidió al despedirse, y él, ya incor- dio un toque en la corbata, en la raya del pelo,
porado, impaciente por colgar y abrir la puerta, le sacó pecho y, por usar sus mismas palabras, se
dijo «pues que te quiero, chata», con distrac- tiró de cabeza a la aventura. Conforme se acer-
ción, hasta algo irritado en su desasosiego mas- caba a la puerta entornada la luz que procedía
culino. de ella se le antojaba más vívida, y la música se
Pero cuando abrió ya no había nadie: ha- iba volviendo"más precisa: inevitablemente,
bía tardado mucho en responder, pensó, mez- lo que Abengoa escuchaba o recordaba haber
quinamente resentido contra Mariluz, querien- escuchado era un bolero, género musical c,?n
do imaginar ahora, para aliviar la decepción, el que me confieso nada acquainted, pero del
que quien había llamado podía ser un camare- que no ignoro las connotaciones, las cultura-
ro, tal vez el obsequioso ascensorista, o la vieja les y sexuales, gracias a los valiosos estudios de
impertinente y sucia de la aspiradora. En el co- Iris M. Zavala.
rredor, a pesar de las arañas decrépitas y de los -En todos los días de mi vida no se me
grandes espejos, tan sólo había un poco de luz olvidará aquel bolero, Claudio, se me eriza el
mustia, que parecía tan usada y gastada como vello al acordarme -de nuevo hizo ademán de
los dibujos de la alfombra o el tejido amarillento remangarse para constatar el celebrado efecto
de los cortinajes. Se dio cuenta de que oía una físico de su emoción-o Caminemos. ¿Tú no lo
música al mismo tiempo que reparó en la raya conoces?
de luz oblicua que procedía de una puerta en- Iba a decide que desdichadamente mis
tornada, la misma que había visto abrir a la mu- conocimientos de la música popular latinoa-
jer de la melena teñida de rubio y los labios pin- mericana no llegan más allá de los cantos rei-
tados de rojo. vindicativos de Quilapayún, Inti Ilimani et allii,
-Lo vi claro, Claudio -dijo, cortan- que escuchaba con frecuencia, aunque sin mu-
do el aire con la mano derecha extendida como cha atención, en los años ya tan lejanos de mi
para indicarme una inflexible línea recta-o vida universitaria en Madrid. Pero una vez enun-
Esta vez sí que no iba a arrugarme. ciado el score musical de su relato, Abengoa se
80 81

adentraba en los preparativos del clímax sin de- tió sus palabras daba la impresión de que eran
tenerse a observar el efecto de sus astucias na- más bien el título de uno de aquellos boleros.
rrativas (¿es inocente o casual el hecho, ya seña- No hablaron nada más, fueron el uno hacia el
lado por Lacan, de que la misma palabra aluda otro como deslizándose sin sonido de pasos so-
a la culminación del juego sexual y el juego tex- bre la moqueta tiñosa, yal abrazarse ella apretó
tual, a la encrucijada de texto y sexo en la que contra él sus caderas hasta hincarle casi doloro-
ambos se subvierten, ya convertidos en text y samente los huesos anchos de la pelvis, mo-
sex, para usar el pun revelador formulado casi viéndose onduladamente, rozándole sin incer-
en su lecho de muerte por el eximio Paul de tidumbres de preámbulo, sin el menor residuo
Man?). de pudor. Aquí debo repetir, no sin ernbarrass-
Empujó la puerta, la fue cerrando sin ment, las palabras textuales de Abengoa: «Res-
volverse, se recostó contra ella mirando a la mu- tregándoseme toda».
jer que estaba al otro lado de la cama inmensa y Es obvio que no me ahorró a continua-
decrépita de aquella habitación que resultó ser ción ningún detalle sobre su performance, que
la suite nupcial, también ella recostada, echada aun pareciéndole a él inusitados y hasta triun-
perezosamente contra el alféizar de la ventana, fales seguían muy estrechamente las secuencias !U
desde la cual Abengoa vio luego, sin prestar narrativas de esas adult movies que ahora es-
mucha atención, un paisaje apocalíptico de ras- tán empezando a estudiarse incluso en algunos
cacielos con todas las luces apagadas, iluminados circunspectos departamentos de español como
durante fracciones de segundo por los relámpa- muestras de la retórica del exceso,que subya-
gos de una tormenta que se abatió poco des- ce al discurso pornográfico. Igual que en ellas,
pués sobre la ciudad con una lluvia furiosa de Abengoa se extendió imperturbablemente en
trópico. Al fondo de la habitación el disco de bo- pormenores sobre la insaciabilidad de la mujer
leros giraba en uno de esos tocadiscos antiguos y lo inagotable de su propia potencia, relatan-
que estaban como empotrados en un mueble, me do con particular detalle, aunque sin poner én-
explicó Abengoa, siempre atento al detalle cir- fasis en la excepcionalidad de sus atributos vi-
cunstancial. riles, ciertas prácticas sexuales no vinculadas a
«Tardabas tanto»: eso fue lo que le dijo la genitalidad reproductiva, sino a variantes de
la mujer, y por el modo en que Abengoa repi- analidad y oralidad cuya significación transgre-
82

sora no ofrece ninguna duda desde los estudios


pioneros y esclarecedores de Michel Foucault, VI
estudios que todos citamos tantas veces en nues-
tros papers, aunque yo confieso, para mi ver-
güenza (y si se supiera, también para mi ruina),
que jamás he terminado de leer ninguno de
ellos, y que cuanto más empeño pongo en des- En cualquier parte, me dijo, en cual-
cifrarlos menos los entiendo, lo cual sin duda quier ciudad, veía a mujeres que se parecían
es una prueba de mis tristes limitaciones inte- confusa o exactamente a Carlota Fainberg, que
lectuales. durante segundos, o décimas, eran ella, la pro-
Llegando al clímax de su relato, Aben- mesa súbita de un re encuentro imposible con
goa se olvidaba de todo, hasta de que dicho relato ella. La veía de espaldas, la melena rubia so-
presuponía un destinatario, es decir, yo. Cuan- bre los hombros, caminando con sensuali-
do me dijo que él y la mujer escucharon truenos dad enérgica sobre sus tacones tan altos, muy
y golpes de lluvia y vieron fogonazos de relám- por delante de él, en el corredor de algún ae-
pagos durante toda la noche, y que se quedaron ropuerto, algunas veces dirigiéndose hacia una
dormidos después del amanecer, Abengoa tenía puerta de embarque que no era la suya y hacia
en la cara una sonrisa casi obscena de satisfac- la que Abengoa tenía la poderosa tentación
ción, que me hizo pensar en la discutida, aun- de seguirla, aun sabiendo que podía perder
:11
que tentadora tesis de Andrea Billington sobre su avión, aun sabiendo que aquella mujer no
una posible textual ejaculation. podía ser Carlota Fainberg. Apresuraba el pa-
'11
-Por la mañana nos dimos cuenta de so para verla más de cerca, para llegar a su al-
k1
11

que ni siquiera nos habíamos dicho nuestros tura y descubrir el enigma de la cara tapada
nombres -dijo Abengoa con orgullo, con va- por el pelo, con el corazón latiéndole muy fuer-
nagloria íntima-o Se llama Carlota. Se llama te en el pecho, casi oliendo en el aire aséptico
Carlota Fainberg y no voy a verla nunca más y cerrado de las terminales aquel olor nunca
en mi vida. olvidado a madreselva y aquella voz porteña,
rota y carnal, que le había dicho, «Tardabas
tanto».
J_I
84 85

Sabía que en realidad era imposible, que desvergüenza y un abandono de sí mismo qui-
no podía darse el azar de que se cruzara con zás superiores, pensaba a veces con algo de re-
ella en el aeropuerto de Francfort o en el de Ja- mordimiento, a las que ella le mostraba: siempre,
karta o en el lobby del hotel Hyatt de Shan- en el fondo, desde que la vio por primera vez
ghai, por mencionar tres sitios en los que había hasta aquel momento final en que apareció en la
creído o deseado veda. Con un tenso rencor, puerta de la habitación donde él estaba con Ma-
con rabia abatida, incluso con cierta compa- riluz (<<Quéapuro, Claudio, el peor momento de
sión de sí misma, ella le había dicho «Yo nun- mi vida»}, Carlota Fainberg le había amedrenta-
ca salgo de aquí, nunca voy a ninguna parte». do, como las mujeres ya adultas que le gustaban
A lo largo de los cinco años que llevaba tanto cuando aún era un muchacho, y como las
sin veda y sin poder olvidada la imaginaba mu- que a mí me amedrentan todavía, dicho sea de
chas veces encerrada en el piso quince del hotel paso. En cada uno de los instantes de excitación y
Town Hall como en una de esas torres medie- de gozo que había conocido con ella había exis-
vales o góticas de las películas de donde los ca- tido el agobio y el miedo de no estar a la altura
balleros rescataban a unas damas cautivas. La de sus devoradoras exigencias, de su voluptuosa
ciudad, Buenos Aires, desertada y cayéndose en tiranía. Era, siguió pensando siempre Abengoa,
pedazos, azotada en las noches sin luz por tor- aunque jamás lo habría confesado, demasiada
mentas tropicales que arrojaban sus tremendas mujer para él, para su romo, aunque sólido for-
descargas eléctricas sobre los pararrayos de ras- mato español, demasiado alta, demasiado grande,
cacielos deshabitados, había ido haciéndose más demasiado ancha de caderas y muslos, demasiado
borrosa en su recuerdo y sin embargo se le apa- rubia, demasiado porteña, con sus expresiones
recía con una extraña exactitud en algunos sue- políglotas y sus pulseras y collares que no se qui-
ños, convertida en un telón de fondo, en el pai- taba nunca y que emitían un ruido metálico co-
saje que había visto desde la ventana del piso mo de campanas chinas cuando el gran cuerpo
decimoquinto el día entero y las dos noches que de ella recibía los golpes enconados y rítmicos de
pasó encerrado en la habitación de Carlota Fain- su embestida masculina, de su hombría española
berg, la suite nupcial barroca y decrépita en la y adúltera de cuarentón en celo perpetuo.
que de algún modo él, Abengoa, se había des- Le habían gustado tantas mujeres, todas
posado con ella, se le había entregado con una las mujeres, pero ahora, aunque las siguiera mi-
86 87

randa y deseando, en realidad ninguna llegaba tiempo que aún les queda para seguir gozando
a gustarle, ni de lejos, tanto como ella, de mo- de la plenitud física de la vida ...
do que aquel adulterio había tenido la ventaja Buscar ese modelo de mujer que era
para su matrimonio de haberle vuelto mucho una anticipación y un recuerdo de Carlota Fain-
más casto, y desde luego más fiel. Ninguna mu- berg se había convertido en un hábito de su
jer que no fuera Carlota Fainberg o que no se mirada desde el instante mismo en que llega-
le pareciera mucho llegaba a tentarle de ver- ba a un aeropuerto, se bajaba del taxi guar-
dad. Ya apenas tenía esperanza de encontrarse dando meticulosamente el recibo de cara a su
con ella alguna vez, pero la seguía buscando en cuenta de gastos, avanzaba a paso de carga ha-
el deseo que le inspiraban cierto tipo de muje- cia las puertas de cristales que se abrían ante él
res, y nada más que ellas: rubias, aunque teñi- dejándole respirar el aire artificial de las termi-
das, de una edad en torno a los cuarenta años, nales, que no se parece en nada al de la vida real,
a los cuarenta y tantos, nada de jovencitas, des- porque es un aire siempre mucho más frío o
cartaba con un aire de experto, de entendido' más caliente, como esterilizado o filtrado, un
que rechaza los placeres obvios para otros, na- aire que da enseguida mareo, que une su efecto
da de gigantas de la alta costura con las piernas con el de la iluminación blanca y el brillo de
las superficies de plástico para hacerle perder a 11I
largas y flacas y las tetas y los labios hinchados
de silicona: mujeres ya hechas, decía, cuajadas, uno el sentido de la realidad, para deshacerle
maduras en el sentido que tiene la palabra cuan- su anclaje cotidiano en el espacio y en el tiem-
do se aplica a la fruta, blancas de carnes, con esa po. Está luego el zumbido que se percibe aun-
blancura de las mujeres a las que no les sien- que no se escucha, el de los ventiladores, el de
ta bien el sol, con un punto de carnosidad sin los acondicionadores, la vibración de las esca-
abandono, que dé a las manos y a la boca del leras mecánicas o de los paneles deslizantes, las
amante un gozo de abundancia; mujeres firmes, voces de los avisos, las de los televisores que
ya trabajadas por la vida, conscientes de las cuelgan ahora sobre los asientos forrados de te-
ventajas que la cosmética y la moda otorgan a jido sintético de todas las salas de espera de los
la belleza, diestras en las sofisticaciones delicio- aeropuertos de América: maquetas, linóleos, pa-
sas del lápiz de labios, de la lencería, del esmal- redes y suelos de plástico, siempre brillantes, tan
te de uñas, del calzado, conscientes del valor del bruñidos como esas frutas opulentas y falsas que
88 89

venden en los supermercados, llamadas urgen- gordos y gordas que se han empantanado más
tes a pasajeros atrasados, trepidaciones de mo- allá de los límites de la gordura humana, don-
tores de aviones que despegan o aterrizan, y sobre de a un paso de una tienda de pañuelos de seda
todo tantas caras, tantos desconocidos, todos exclusivos o de la ropa o las joyas más caras de
singulares y de algún modo idénticos, cada uno la Tierra crepita una fritanga de grasas inmun-
con la particularidad exasperante de su vida y das en un puesto a todo color de perritos ca-
sus circunstancias y su cara y su manera de lientes o de hamburguesas en el que también
andar y todos prácticamente iguales en la uni- los empleados llevan uniformes a todo color y
formidad del vestuario, la horrenda ropa de- etiquetas en las-solapas con sus nombres de pila,
portiva, las camisetas que ciñen protuberan- o peor aún, con sus diminutivos, porque los
cias pectorales monstruosas y los pantalones de americanos creen como en un artículo de fe en
chándal que tiemblan bajo la presión de culos la simpatía inmediata, en el toque personal de
anchos como mesas, las gorras de visera con un llamar Mandy o Phil a un expendedor de co-
broche de plástico en la nuca, las caras gordas, mida rápida que gana literalmente una mierda
las caras hinchadas, con una mezcla de infanti- después de pasarse trabajando diez o doce horas
lismo rosado y de torpe decrepitud, o de decre- y que además se ve en la obligación humillante
pitud rosada e infantilismo torpe, porque hay de llevar una camisa de colores o de rayas y una
niños de carnes infladas que arrastran los pies gorra ridícula, tal vez decorada con monigotes
como viejos y ancianas que se visten de rosa y de dibujos animados.
naranja y se embadurnan la cara de polvos ro- Y allí, entre aquella gente, en medio de
sados y se tiñen el pelo de color platino. En esos aquellas voces agudas y nasales que se repe-
aeropuertos, que se van volviendo más irreales tían amplificadas en los avisos de la megafonía,
y espectrales según pasan las horas y se acentúa bajo aquellas luces que parecían irradiar de la
el cansancio, uno se encuentra perdido en un misma blancura de las paredes y de la neutra- 111:

mundo que parece ignorar el término medio, lidad estéril del aire, Marcelo Abengoa estaba
donde el aire acondicionado sopla como vien- sentado como en una mesa de la acera en un ca-
to polar y la calefacción alcanza temperaturas fé español, como lo habría estado mi padre ha- 11
11

de horno, donde se cruzan atletas bronceados ce tantos años, perfectamente calzado y vestido,
y mujeres con piernas nervudas de ciclista con sin la menor concesión a la comodidad desga-
90 91

nada de la ropa deportiva, sin fingir una edad había mirado por encima, con notoria condes-
más joven que la suya ni un origen más cos- cendencia, ahora estaba empezando, inconfesa-
mopolita, con su jersey de lana verdadera y sus blemente, a sentirme intimidado por él, a notar
pantalones de algodón, con sus zapatos negros en mí mismo el apocamiento ante la autoridad
y sus calcetines de hilo, con su opulencia sólida o la energía de otros, que ha sido una de las
de buena alimentación y demoradas sobreme- sensaciones más constantes de mi vida: lo mis-
sas, imperturbable, inmodificable a pesar de los mo sentía en el instituto hacia algunos profe-
viajes transcontinentales y de la trepidación sores, y en el ejército hacia cabos y suboficiales,
políglota de los negocios, tan indiferente al jet- y en mi familia hacia mi tío Guillermo, y en la
lag como a las coacciones sutiles que impone en autoescuela hacia el monitor que me enseñaba
todo la vida norteamericana, ya las que yo suelo a conducir, y en mi trabajo, en Humbert Co-
tan medrosamente acomodarme, con el mis- llege, hacia Morini, que al igual que todos los
mo miedo al qué dirán que si viviera en una demás en esta larga serie que aquí sólo he esbo-
provincia española de los años cuarenta. Mira- zado, parece saber acerca de todo mucho más
ba en torno suyo con los brazos cruzados, con que yo, y tener más astucia y reflejos, y más do-
aprobadora ironía, con gestos instantáneos de tes de mando, y más facilidad para los idiomas.
cálculo en los que valoraba el precio del traje o Me había acostumbrado a aquel gesto
del reloj de alguien que pasaba cerca de noso- suyo de entornar los ojos y quedarse un poco
tros con la misma pericia con que estudiaba las ausente aunque no dejara de hablar: ahora ima-
piernas o el talle de una mujer o vislumbraba ginaba que no estaría sólo recordando a Carlota
durante unas décimas de segundo el interior Fainberg, sino también viéndola, porque hasta
de un escote. . sus arrebatos de romanticismo debían de tener
Pensé, no sin alarma, que también a mí una sustancia práctica, un fondo tangible, sin
me habría juzgado en el primer vistazo, habría la menor neblina de desmemoria o de melan-
calibrado la cuantía de mi cuenta corriente y colía. «Corno si hubiera un tesoro esperándo-
de mis ingresos personales, mi relevancia so- me y fuera mío aunque yo no vuelva nunca
cial, y yo, que al principio, unas horas antes, si para recogerlo», me había dicho, aunque no sé
esas palabras sirven para orientarse en el tiem- si con estas palabras literales: no un tesoro con-
po enrarecido de la espera en el aeropuerto, le jetural o soñado, sino algo que habían visto sus
92

ojos y disfrutado sus manos, una mujer que no


se parecía a ninguna de las que había conocido VII
hasta entonces y a la que no podría parecerse
ninguna de las que encontrara después, aun-
que perteneciesen con más o menos vaguedad
a ese modelo tan querido, el que de vez en cuan-
do lo inquietaba en los aeropuertos y en las te- Se despertó y no tenía idea de dónde
rrazas de los cafés o en las tiendas de lujo de las podía estar, en qué parte del mundo, en qué
ciudades extranjeras. Incluso allí mismo, en aquel ciudad de qué "continente, en qué hotel. Eso le
erial para los aficionados a la belleza femenina, pasaba con alguna frecuencia, por culpa de la
el aeropuerto de Pittsburgh, un rato antes de sucesión incesante de viajes y del estilo idénti-
encontrarse conmigo, me dijo que había visto co de las habitaciones de los hoteles donde se
a una posible Carlota Fainberg, y que la había despertaba, y por la maraña de horarios diver-
estado siguiendo durante unos minutos, hasta sos en la que se desenvolvía, pero el estupor no
que la perdió de golpe, no porque desaparecie- solía durarle más tiempo del preciso para des-
ra, sino porque al ver la cara que había esta- pertarse del todo. Esta vez, sin embargo, abrió
do ocultando la hermosa y teñida melena ru- los ojos y los paseó largamente por la habita-
bia le ocurrió lo que tantas otras veces, que se ción grande y desconocida sin adquirir siquie-
extinguió el hechizo, y el espejismo de Carlota ra un indicio mínimo, una sospecha de reco-
Fainberg se convirtió en una mujer vulgar, de- nocimiento, no ya del lugar donde .estaba, sino
jándolo defraudado, pero no sumido en el desa- de quién era él mismo, de a qué hora se corres-
liento, en parte porque él, Abengoa, tendía a pondía la tenue luz nublada que entraba por
no desalentarse nunca, en parte también porque unos grandes cortinajes entreabiertos que él no
la visión pasajera de la mujer rubia le había recordaba haber visto nunca antes, rosa pálido
re avivado la memoria de su amor bonaerense, o color salmón, con un estilo más bien apaste-
de las dos noches y el día entero de sigilosa pe- lado y deplorable que le hizo pensar en un ho-
numbra que había pasado en la suite nupcial tel para recién casados junto a las cataratas del
del hotel Town Hall. Niágara. ¿No estaría, conjeturó sobresaltada-
mente, en las cataratas del Niágara?
94 95

Ni siquiera su estado físico -pero eso lo la mesa de noche la foto en blanco y negro de
pensó más tarde- era el habitual en sus desper- unos novios sonrientes, él de chaqué y pelo en-
tares: invariablemente él se despertaba ya per- gominado, ella rubia y con una sonrisa ancha
fectamente despejado y descansado, impaciente como una carcajada: por un momento cobró
por saltar de la cama, por «pegarse un duchazo», fuerza, me dijo, con su debilidad por los giros
según decía, y apenas había terminado de afei- de sonido técnico, «la hipótesis Niágara». Pare-
tarse ya estaba llamando por teléfono para pedir cía que la foto hubiera sido tomada mucho
el desayuno o para concertar alguna cita de ne- tiempo atrás, pero la cara de la mujer tuvo la
gocios. Sin duda la languidez de aquel despertar virtud de desperrarle por fin la memoria de
era otro de los síntomas que le impedían reco- la noche inmediata: con un estremecimiento
nocerse, cumplir satisfactoriamente esa primera debilitador de placer físico reconoció en la mu-
tarea de todas las mañanas que consiste en re- jer de la foto a Carlota Fainberg, y al recono-
cordar quiénes somos. cerla también le vino a la memoria su nombre
Un segundo factor de extrañeza fue des- y cada uno de los pormenores de una noche
cubrir que estaba desnudo: aún no sabía quién que le parecía como sucedida fuera del espacio
era, pero sí que probablemente nunca en su vi- y del tiempo. En ese alud de conciencia reco-
da había dormido sin calzoncillos, y desde luego brada le llegó también, muy al final, su propio
casi nunca sin pijama. La desnudez sin duda nombre, su viaje a Buenos Aires, la decadencia
tenía que ver con aquella especie de debilita- yel enigma del hotel Town Hall, en cuya suite
miento físico que le impedía levantarse, y que. nupcial, recapacitó con orgullo, aunque no sin
tenía mucho de abandono sensual a los placeres alarma, se había acostado con la mujer del re-
matinales del duermevela y la pereza, place- cepcionista jefe: ya despierto, la inteligencia
res que él, el Abengoa consciente que aún tar- práctica de Abengoa funcionaba a su velocidad
daría en tomar posesión de su organismo y de de siempre, y en un segundo había comparado
su persona física y mental un tiempo lento y di- la cara masculina de la foto con la del indivi-
fícil de medir en segundos o minutos, ni siquie- duo pálido y hosco que le había atendido la ma-
ra había imaginado hasta entonces. ñana anterior en el mostrador de recepción.
Se volvió de lado, encogiendo las rodi- Retrospectivamente comprendía su cara de vi-
llas como para dormirse de nuevo, y vio sobre nagre, su lividez hepática: tan mayor para ese
96 97

puesto mediocre y para esa mujer espectacular, mano que volvía enérgicamente la foto nupcial
tan acabado profesionalmente. de cara a la pared-o Por lo menos podrían te-
Ahora notaba también el olor que lo en- nerle un respeto a ese pedazo de pan.
volvía casi con la misma densidad que las sába- La voz no era porteña: era tan española
nas, un olor mezclado de perfume de madresel- como los modales de la mujer que había en-
va y de cuerpos que habían sudado y segregado trado en la habitación trayendo una bandeja,
mucho. Hombre activo, le inquietó no saber la la criada o mucama que rondaba siempre por
hora y comprobar que también había dormido los corredores del piso decimoquinto. Con una
sin su inseparable Rolex. Empezó a incorporar- mano terminante y artrítica volvió hacia la pa-
se, a ver si lo encontraba sobre la mesa de no- red la foto de la mesa de noche: con la otra, un
che, pero el esfuerzo de pronto le pareció enor- poco temblorosa, le ofreció a Abengoa un zumo
me, le faltaron las ganas, le volvía el sueño, se de naranja en una copa de cristal de bohemia
dijo ya medio adormilado que se quedaría en la ligeramente mellada en el filo, sin servilismo,
cama unos pocos minutos más, que tenía dere- incluso sin la menor educación, con evidente
cho a un poco de descanso después de tantos desprecio, en el que sin embargo él alcanzó a dis-
viajes, después de una noche tan sexualmente tinguir una parte de lástima.
heroica como la que acababa de pasar. Antes de -Tome, que falta le hace. Venga, béba-
¡II
dormirse, al recostarse de lado en la almohada, selo todo.
donde había manchas de carmín y era más fuerte Mientras Abengoa bebía, incorporado 11

el olor a madreselva, vio un instante la cara del a medias en la cama, la mujer lo miraba como 1\11

novio en la foto de la mesa de noche, y pensó ansiosamente, como una enfermera que no se
con lástima, con un poco de remordimiento, fía de que un paciente vaya a tomarse su medi-
que debería de estar enfermo, porque la foto no cina. «Mira que si me está envenenando», pen-
podía ser de muchos años atrás, y sin embargo, só él, ya habituado a la inverosimilitud.
al vedo en la recepción, el hombre le había pa- -Levántese y váyase -la mujer le re-
recido un viejo, tenía ya todo el pelo blanco. cogió el vaso y con la misma urgente brusque-
-Qué vergüenza -apenas había cerra- dad fue echando su ropa encima de la cama-o
do los ojos, una voz áspera lo sobresaltó, y con Antes de que sea tarde y la cosa ya no tenga re-
ella una sombra que se movía muy cerca, una medio .

••......
98 99

-¿Se ha enterado el marido? -Aben- cortinajes de color salmón que olían a polvo
1

goa consideró necesario apelar a la solidaridad y le flojeaban las piernas, tenía mareo y algo de c'~n
'1

entre españoles, se vio huyendo ridículamente fiebre, aunque tal vez era sólo el bochorno del 1I

desnudo por el pasillo, protegido tan sólo por día nublado. Sentía una mezcla muy rara de feli-
el ovillo de su ropa sobre la entrepierna. cidad y abatimiento, de desasosiego y lasitud.
-Pobre hombre -la criada miraba aho- La ciudad, desde aquella altura, le parecía idén-
ra otra foto del matrimonio, colgada en la pa- tica a cualquier metrópolis de cualquier sitio
red, enmarcada, mucho más grande que la de del mundo, rascacielos y puentes de hormigón
la mesa de noche-o Sabiéndolo todo y sin en- y extensiones industriales y portuarias que iban
terarse de nada. Ni muerta y enterrada y po- a perderse en una sucia lejanía marítima, de
drida lo dejará nunca en paz. un gris semejante al del cielo nublado.
Salió sin mirar a Abengoa y sin decir -Te lo confieso, Claudio, yo no tengo
nada más. Él apartó desganadamente las sába- tanta sensibilidad -me dijo, interrumpiendo
nas, queriendo reunir fuerzas para levantarse, y su relato, apartando los ojos del ventanal en el
al verse desnudo descubrió que tenía señales de que le había parecido estar viendo no las pistas
mordiscos y manchas rosadas y violetas alrede- del aeropuerto de Pittsburgh, sino aquel pano-
dor de todo el vientre, en los lados interiores rama de Buenos Aires-. Pero es que todo esto
de los muslos. Se puso los calzoncillos y los cal- que te cuento que se me pasaba por la cabeza
cetines y se sintió mucho más seguro, con más es como si se le hubiera ocurrido a otro. Fíjate,
empuje para afrontar el número alarmante de casi me pega más que se te ocurriera a ti.
tareas que le iba presentando su mala concien- No sé si esto lo dijo con algo de admira-
cia: enterarse de la hora y calcular la que sería ción o sólo con ese paternalismo un poco des-
en España, lo primero de todo, apartar las cor- deñoso que yo había ido notando en él según
tinas para que entrara el sol, irse a su habita- pasaban las horas, a medida que su perspicacia
ción, darse una ducha. empresarial iba reuniendo datos para evaluar
Pero el reloj estaba parado, y según la mi posición en el mundo yel volumen aproxi-
luz gris que vio al asomarse a la ventana igual mado de mis ganancias, así como mis perspec-
podían ser las nueve de la mañana que las siete tivas de progreso. Como narrador era de una
o las ocho de la tarde. Estaba de pie junto a los versatilidad desconcertante: en unos segundos,
100 101

en unas pocas frases, pasaba de un conato de propia de un hotel al borde de la ruina, y por lo
romanticismo a una observación salaz o direc- tanto vulnerable a una ofensiva financiera de
tamente grosera, de una confidencia sexual a Worldwide Resorts. Se sentía sólidamente satis-
una elipsis violenta, un poco al modo de las tan fecho de su aventura nocturna, pero consciente
celebradas de Goddard en A bout de souffle, pe- de la doble imprudencia, profesional y conyu-
lícula esta que yo en realidad no he visto, pero gal, que había cometido. Aquella mujer, Carlo-
que me veo obligado a citar mucho en los últi- ta Fainberg, si lo pensaba más fríamente, daba
mos tiempos. Incapaz de mantener la distancia indicios de estar algo perturbada, y Mariluz, en
necesaria hacia sus materiales y sus tricks narra- su venturosa inocencia de ama de casa espa-
tivos, yo le seguía embobado por donde él que- ñola (<<Telo juro, Claudio, con cuarenta y ocho
ría llevarme, como las ratas y los niños seguían años y tiene cosas de niña»), no era nada tonta,
el sonido de la flauta del proverbial Pied Piper, y cualquier descuido podía ponerla en la pista
o el flautista de Hamelín, como le llamaban en de un descubrimiento embarazoso. De hecho,
los cuentos españoles de hace tantos años. muy pronto estaría en camino, quizás ya tenía
Ahora, por ejemplo, me daba cuenta preparadas las maletas, impaciente como era, y
de que se estaba aproximando a un momento de se disponía a tomar un taxi hacia Barajas, en la
tensión, quizás insatisfecho consigo mismo por adelantada tarde española de aquel día en el que
las digresiones acerca del tiempo atmosférico o Abengoa no acababa aún de situarse tempo-
del color del cielo en Buenos Aires. Saltándose ralmente.
o resumiendo detalles intermedios, a los que por De nuevo activo, incontenible. de ener-
lo demás era muy aficionado (la recogida de su gía empresarial, para ganar tiempo se hizo el
ropa, la inspección del pasillo antes de salir de nudo de la corbata delante del espejo a la vez que
la suite, el regreso a su habitación, donde la ca- intentaba una conferencia internacional, sin
ma intacta fue un nuevo recordatorio del desor- conseguir ni lo uno ni lo otro, pues tenía los
den en que había quedado la otra), Abengoa dedos inusualmente torpes, hasta un poco tem-
pasó a describirse en un estado físico y de áni- blorosos, y el desastre de las comunicaciones
mo plenamente restablecido, sobre todo después bonaerenses convertía el teléfono, con inusita-
de una ducha y de un desayuno abundante, aun- da frecuencia, en un aparato tan obsoleto como
que servido con la desganada negligencia tan el viejo ascensor, y mucho más inútil. Consi-

1-
"11

102 103

guió al menos contactar con recepción -el cedido esa noche a Abengoa, aprovechaba para
verbo contactar le gustaba mucho a Abengoa-, fumar sin sosiego, para poner de nuevo un dis-
aunque no le pareció que su enérgica protesta co de boleros, para hablarle de una carrera tea-
lograra despabilar del todo a la soñolienta voz tral que al parecer había sido gloriosa, pero
porteña que se escuchaba al otro lado. Pensó que había terminado prematuramente, quizás
de pronto que quien le hablaba podía ser el ma- por culpa de su matrimonio, aunque de estos
rido de Carlota Fainberg: tras un instante de detalles Abengoa no se enteró muy bien, en
embarrassment se animó a dirigirse a él con un parte porque, como todas las personas prácti-
sarcasmo despectivo, propio de quien se había cas, no solía poner oído a lo que no le interesa-
pasado la noche entera poniéndole los cuernos ba, y en parte también porque a pesar de sus
con una mujer cuyas exigencias sexuales jamás esfuerzos de vez en cuando lo rendía el sueño,
podrían ser saciadas por aquel rancio carcamal con gran irritación de su amante infatigable,
argentmo. que le reñía afectando mohínes repentinos de
Profesional hasta la médula, para decir- mujer desatendida, o lo sacudía hincándole en-
lo con sus orgullosas palabras, decidió que por tre el pelo sus uñas largas y rojas, o empleaba
el bien de los intereses de Worldwide Resorts y para despertarlo de nuevo las artes más sutiles
de su propia estabilidad conyugal no le conve- y vampíricas de la estimulación, poniéndolo
1 nía prolongar su tórrido romance con Carlota enseguida «a punto», como decía él, no sin va-
Fainberg. Era una mujer demasiado fantástica, nagloria, llevándole a alcanzar estertores su-
pensaba ahora, peligrosísima en su apasiona- premos de dulzura y debilitamiento, «como si
miento, tan potencialmente escandalosa como ya no pudiera más, Claudio, como si fuera a
los gritos que daba en el momento del orgasmo, morirrne», decía, moviendo la cabeza, y salía
que era muy largo y tenía una cosa entre hala- del ensimismamiento del recuerdo y me mira-
gadora y alarmante de éxtasis felino. Hablaba ba como preguntándose si yo, en mi limitada
muy alto y se reía a grandes carcajadas, sin re- experiencia, podría comprender lo que me es-
catarse nunca, sin pensar que podían escuchar- taba contando.
la y reconocer su voz al otro lado de la puerta o Pero no podía dejarse llevar, decidió de-
de los muros tan delgados de las habitaciones. lante del espejo algo escarchado de su deplora-
En los intermedios de reposo que le había con- ble habitación, ya con el nudo de la corbata
104 105

hecho, «en perfecto estado de revista, como nos sonaron sobre la madera bruñida del suelo del
decían en la mili», con su traje impecable de pasillo. Se quedó quieto, todavía delante del es-
ejecutivo internacional, dispuesto a llevar a cabo pejo, seguro de que los pasos se le acercaban,
una de aquellas inspecciones exhaustivas de las de que un segundo después Carlota Fainberg
dependencias hoteleras que le habían hecho a la llamaría a su puerta. Tuvo un atisbo de fastidio
vez célebre y temido en el oficio. Lo ocurrido masculino: ahora prefería estar solo, nada im-
con Carlota Fainberg había sido «muy bonito, portunaba más a un hombre que las enfadosas
una rioche inolvidable», pero sólo eso, una no- solicitudes de esas mujeres muy sentimentales
che, «el sueño de una noche», dijo Abengoa, con que atribuyen -toda clase de significados a una
inesperada intertsexualidad shakespeareana. Ha- simple y saludable aventura sexual, y que ense-
ría su trabajo, y cuando llegara Mariluz la pasea- guida están preguntándole a uno qué piensa, y
ría por Buenos Aires, le compraría un abrigo de contándole con una especie de urgencia con-
pieles, la llevaría a cenar a La Cabaña y a escu- fesional la vida entera, sus historias prolijas de
char tangos a El Viejo Almacén, aprovechando maridos y amantes, y uno mientras tanto ha
que la ruina del país multiplicaba fantástica- de esforzarse en mantener abiertos los ojos, yen
mente, casi a cada hora, el valor de los dólares. poner cara de interés, aunque en el fondo de
¿y no aconsejaba precisamente esa coyuntura sil alma lo que está deseando de verdad es que-
económica una acción rápida y decidida so- darse solo y tranquilo en la cama, durmiendo a
bre aquel dinosaurio hotelero del Town Hall, pierna suelta ... Tendría que decirle que estaba
«un take over con dos cojones», para decirlo, no muy ocupado: incluso, con toda la. crudeza de
sin sonrojo, con las palabras literales del propio la verdad, debería informarle de la próxima lle-
Abengoa? gada de su mujer.
De esas cavilaciones tan severas lo dis- Pero los pasos no se acercaban. Estaban
trajo un ruido quejumbroso y complicado, pe- alejándose, y los borró del todo el golpe de una
ro ya familiar, y hasta excitante, porque lo aso- puerta al cerrarse. Lo que ahora se oía era la as-
ciaba a la presencia de Carlota: el ascensor que piradora de la alcahueta vieja, la chismosa mu-
subía despacio y se detenía frente a su habitación. cama española. Abengoa, después de acumular
Oyó el gruñido metálico de la puerta plegable, fastidio por la anticipación de la llegada de Car-
y a continuación unos pasos lentos y firmes re- lota Fainberg, se sentía dolido y defraudado,

.1
L
106 107

casi afrentado por el hecho de que ella ni si- día, y ella llevaba el mismo traje de chaqueta
quiera se hubiese parado un segundo delante y el mismo peinado, y al dar un paso hacia él le
de su puerta. Pero la estrategia más rentable con dijo las mismas palabras: «Tardabas tanto».
las mujeres, me explicó, es la de hacerse el duro:
él iría a ocuparse tranquilamente de sus obliga-
ciones, bajaría al restaurante del hotel para al-
morzar (o cenar, todavía no estaba seguro), ha-
ría sus averiguaciones, se daría un paseo por la
avenida de Mayo, que se parece tanto a la Gran
Vía de Madrid.
Era preferible que ella, Carlota, supiera
que no lo tenía seguro, que no era la clase de
hombre que va como un perro dócil detrás
de una mujer. Salió enérgicamente de la habi-
tación, no sin llevar consigo su cuaderno de no-
tas con el lápiz de oro, regalo de Mariluz, y su
pequeña cámara fotográfica, que le era muy útil
a la hora de ilustrar sus informes, y que tam-
bién se apresuró a mostrarme, por ese afán do-
cumental al que ya me he referido. Salió de la
habitación, pero no llegó ni a pulsar el timbre
de llamada del ascensor.
111
-Fue la música, Claudio, el bolero, el
mismo de la otra vez. Y qué quieres que te di-
ga, no somos de piedra ...
Cuando empujó la puerta de la suite
nupcial, Carlota estaba esperándolo como en
una repetición exacta de la noche anterior. Las
cortinas echadas no dejaban entrar la luz del , "\
VIII

Se despertó de golpe al final de aquella


noche idéntica con la sensación de que la había
soñado y con la angustia súbita de que no iba a
llegar al aeropuerto a tiempo de recoger a Ma-
riluz. Dormido a medias soñaba que salía a la
calle y no encontraba taxi, que viajaba en uno
camino de Ezeiza y se veía atrapado en un atas-
co o extraviado a la media luz del amanecer
por suburbios sin límite. Ya estaba en el aero-
puerto, ya oía con alivio el anuncio de la llega-
da del vuelo de Iberia desde España: entonces
su bienestar quedaba trastornado cuando, sin
despertarse del todo, emergía del sueño lo sufi-
ciente para darse cuenta de que ni siquiera se
había levantado de la cama, y de que el cuerpo
sudorosamente abrazado al suyo era el de una
mujer grande y desconocida, en la que tardaba
un instante en reconocer a Carlota Fainberg.
El cansancio, la angustia, enredaban el
sueño y el recuerdo. La noche anterior había
pensado que el encuentro prodigioso que es-
taba sucediéndole era irreal y era también irre-
petible: pero todo se repitió, casi punto por
110 111

punto, desde los boleros en el tocadiscos anti- necimiento, el peso abrumador del sueño en los
cuado hasta las carcajadas y los gritos de Car- párpados, en el cuerpo entero, arañado y dolido,
lota, y también el ruido de la tormenta y la ebrio, rebosado de cansancio y de gozo. Me di-
furiosa lluvia contra los cristales, y los cigarri- rigió una de sus miradas de exacta evaluación
llos ávidamente fumados por ella, echada en el y me dijo, creo que con cierta sorna:
respaldo, contando las mismas historias sobre -Pero qué voy a contarte yo a ti de es-
triunfos teatrales con la misma convicción y la tas cosas, Claudio, si tú habrás vivido en direc-
misma amargura que si él no las hubiera escu- to la revolución sexual en todas esas universi-
chado ya, desnuda y grande, resplandeciendo dades americanas, la contracultura, como dice
de sudor, el pelo rubio sobre la cara y las cejas Mariluz.
negras, tan oscuras como el vello púbico. Ha- Sonreí tontamente, asentí con la cabe-
bía vuelto a tener los mismos accesos de silen- za, aunque mirando al suelo, acordándome de
cio y de miedo, cuando se llevaba el dedo índi- que en la época de la contracultura yo estaba
ce a los labios hinchados como si hubiera oído interno en un horrible colegio salesiano, don-
que se acercaba alguien, y lo único que él escu- de sólo tuve acceso a la muy modesta revo-
chaba era el ruido del ascensor. lución sexual del onanismo contaminado de
No le preguntó qué había hecho en su culpa, de miedo no sólo a ir al infierno, sino
ausencia ni le dijo dónde había estado ella. Re- también a quedarme paralítico o raquítico,
pitió las mismas miradas de desafío y de asom- según nos advertían los buenos padres encar-
bro, le explicó los matices del vocabulario eróti- gados de nuestra educación. ¿Por: qué me inti-
co porteño que él ya había aprendido la noche midaba tanto ese compatriota rudo y provin-
anterior, volvió a usar caricias y sugerencias ciano que no sabía pronunciar correctamente
idénticas, le mordió con la misma dosis de de- ni la palabra más fácil en inglés y a quien dentro
seo y de furia exactamente en los lugares don- de muy poco tiempo, unas horas como máxi-
de él ya tenía la huella de sus dientes, de la suc- mo, dejaría de ver para siempre? Más aún: ¿por
ción de sus labios. Y él volvió a vivir lo que qué, en el fondo, le daba tanto crédito a lo que
creyó que nunca se repetiría, el orgulloso pode- me contaba, a aquella suma de los lugares co-
río viril, la dulzura y la vanidad de la conquis- munes más tristes del palurdo donjuanismo es-
ta, la extenuación y la delicia al filo del desva- pañol?
112 113

De tanto hablar dijo que se le había misma cara de astucia y de burla que si me hu-
quedado la boca seca, y que iría a comprar un biera leído el pensamiento. Unos segundos des-
paquete de chicles al newstand más próximo, pués yo ya estaba de nuevo atrapado en su rela-
que era, me di cuenta como de una coinciden- to y no me era posible la huida:
cia en un sueño, el mismo en el que nos ha- -En resumen, Claudio, que me des-
bíamos encontrado, ya no sabía cuánto tiempo perté de milagro cuando no faltaban ni dos ho-
atrás, yo con mi edición de El País Internacional ras para la llegada del vuelo de Madrid y no me
asomando del bolsillo de mi raincoat, él, ahora quedaban ya fuerzas ni para levantarme de la
advertí retrospectivamente ese detalle, con una cama y darle al grifo de la ducha. Me miré en
lujosa revista de automovilismo o de motoci- el espejo y estaba muy pálido, con la barba cre-
clismo ... Lo vi desaparecer tras un expositor de cida, con toda esta parte del cuello morada de
best-sellers, y entonces se me ocurrió la idea, a mordiscos. Qué mujer, Carlota Fainberg, qué
la vez perentoria y absurda, de aprovechar ese vampira, me sentía como si me hubiera chu-
momento para marcharme de allí, para salir a pado la vida, pero no te creas que se rendía, ni
toda prisa, subiéndome quizás a uno de aque- siquiera entonces, fue detrás de mí hacia el cuar-
llos remolques eléctricos que cruzaban veloz to de baño y empezó a restregárseme, no que-
y silenciosamente de unas terminales a otras, ría que me metiera en la ducha. Me puse serio,
transportando equipajes y pasajeros ancianos o la aparté de mí, le dije que aunque no llevaba
impedidos: estábamos en la de tránsitos, pero alianza estaba casado, que mi mujer iba a llegar
yo debía ir a la internacional, y Abengoa a la de esa misma mañana, y que aunque fuera dolo-
domestic flights, así que no me costaría nada roso para los dos yo no pensaba poner en peli-
perderlo de vista para siempre, no se le ocurri- gro mi matrimonio. Eso le dije, Claudio, con
ría ir a buscarme. Apreté el handle del maletín esas palabras, más que nada por ver si se lleva-
de mi computer, dispuesto a levantarme, no- ba un corte y no me hacía perder más tiempo.
tando el entumecimiento de las horas de espera, Entonces se puso arrogante, levantó la barbilla
incapaz de imaginar el ridículo de que Aben- y me di más cuenta todavía de lo alta que era,
goa me sorprendiera en el arranque de la hui- allí desnuda, en aquel cuarto de baño, mirán-
da. Apareció por fin, masticando sonoramente dome un poco desde arriba, eso que iba descal-
el chicle, me ofreció uno sonriéndome con la za. Me dijo que qué me había creído yo, un ga-
114 115

llito español, eso me dijo, gallito, con esa elle cansada y demacrada, lógico, no está acostum-
que hacen los argentinos, que ella también es- brada a esos viajes, pero tan cariñosa como siem-
taba casada, y que tampoco iba a romper su pre, la pobre, tan romántica cuando me vio y
matrimonio. Se echó a -reír cuando dijo eso, lo se echó en mis brazos, con el gesto que ponen
repitió, romper su matrimonio, y de la carcajada las mujeres en esas películas que le gustan a ella,
le temblaban las tetas, qué me había pensado de gente que se encuentra en Venecia o que
yo, por un asunto cualquiera, por un calentón vuelve a verse después de muchos años. Me da
de una o dos noches ... Eso me dolió, Claudio, vergüenza confesártelo, porque Mariluz, para
me hirió muy hondo, me sentí traicionado. Pero mí, es más que la compañera de mi vida, no es
no tenía tiempo que perder, aún me faltaba una amiga, es mi amigo, como le digo yo, mi
ducharme y ponerme ropa limpia y tomar algo cómplice en todo: bueno, pues cuando la vi apa-
para que no me temblaran las piernas, y encon- recer entre los pasajeros la encontré más lle-
trar un taxi que no se cayera hecho pedazos ca- nita y más baja de lo que yo recordaba, y aun-
mino del aeropuerto. que no quería compararla con Carlota Fainberg
-y ella, ¿qué hizo? tampoco podía evitarlo, claro. Ya verás que las
-¿Carlota? -en la rapidez del relato mujeres argentinas tienen otro garbo, como
Abengoa se había olvidado de ella, como quien más mundo, será por la mezcla de razas, o por-
deja algo en la habitación del hotel al marchar- que se psicoanalizan todas, o por esos nombres
se a toda prisa-o Se quedó en la cama, fuman- y apellidos que les ponen. Me reconocerás que
do, con las cortinas echadas, mirándome con no es lo mismo llamarse Mariluz .Padilla Soto I
cara de burla mientras me vestía, como si me que llamarse Carlota, Carlota Fainberg. J
dijera: «Anda, ve corriendo a reunirte con tu Cuando llegaron de vuelta al hotel te-
mujercita». Parecía que además de con los ojos mió encontrarse con Carlota out of the blue y
me miraba con los pezones tan grandes que te- no tener los reflejos suficientes para que su mu-
nía, como fresas, Claudio, y casi del mismo jer no empezara a sospechar: también le aterra-
color ... Y salí echando hostias, menos mal que ba la posibilidad de que Carlota, en el fondo
encontré taxi rápido y que el avión de Madrid una histérica, le armara un escándalo. Como
aterrizó con una hora de retraso y me dio tiem- todo culpable, sentía un deseo compulsivo de
po a recuperarme un poco. Mariluz llegó muy agradar y se imaginaba rodeado de potenciales
116 117

delatores. La mirada que les dirigió el viejo re- ran las sacudidas ni los crujidos de la maquina-
cepcionista a Mariluz y a él cuando entraban ria, emocionada, decía que era como uno de
en el lobby fue, dijo Abengoa, glacial: el indi- esos ascensores de las películas antiguas, yefec-
viduo levantó los ojos húmedos por encima de tivamente lo era, para qué vamos a engañar-
las gafas caídas sobre la punta de la nariz agui- nos, de la época de las películas mudas, me pa-
leña y cruzó un gesto o una señal alarmante con rece a mí. Suspiraba, me miraba con cara de
el ascensorista, quien le hizo una reverencia felicidad, como si con la emoción se le hubiera
exagerada a Mariluz, no sin al mismo tiempo quitado el cansancio, estaba tan contenta que
mirar a Abengoa como ofreciéndole su com- en el taxi, cuando llegamos a la avenida Nueve
plicidad, el valor de su silencio. de Julio, había empezado a tararear Mi Buenos
-Yo no sé si todo eran imaginaciones Aires querido. Lo mismo le pasó una vez que la
mías, el caso es que Mariluz no parecía encon- llevé a ver uno de esos templos de la India, con
trar nada sospechoso. El hotel le encantó, como tantas estatuas de monos y elefantes, que daba
te puedes imaginar, ya te he dicho que es una mareo nada más mirarlas, cincuenta grados a
1-1
romántica, la pobre, de una sensibilidad tremen- la sombra y ella tan fresca, saltando entre aque-
da, basta que una cosa sea un poco antigua pa- llas ruinas llenas de maleza que estarían infes-
ra que a ella le entusiasme. Figúrate que está tadas de toda clase de bichos, de cobras, de
empeñada en que la lleve a Viena a ver en di- serpientes de cascabel, ella encantada, con un
recto el concierto ese de año nuevo, menuda sombrero de paja y encima un pañuelo blanco
castaña, ella vestida de largo, y yo de frac, el sue- que se ataba debajo de la barbilla, como en esa
ño de su vida, los dos llevando el ritmo con las serie que dieron en televisión sobre los ingleses
palmas mientras la orquesta toca valses. Pero en la India, no se perdió un capítulo, la tía, los
yo no bajaba la guardia, y me asusté cuando nos tiene todos grabados en vídeo. Yo le sonreía
montamos en el ascensor con todas sus maletas y a cada piso que iba subiendo el ascensor me
y aquel desaprensivo empezó a manejar los bo- asustaba más, mita que si al abrirse la puerta
tones y las manivelas. Yo creo que hasta me aparecía Carlota, y me decía algo inconvenien-
11
guiñó un ojo, imagínate, lo mismo me estaba te, o yo me ponía colorado, menuda es Ma- 1

pidiendo que comprara su silencio. Y mientras riluz para captar esas cosas. Llegamos al piso 1

tanto, Mariluz encantada, sin que le importa- quince y a mí se me paró el corazón al mismo 11
I I

:.
11
"\
i
118 119

tiempo que el ascensorista paraba aquella ma- ción. Yo le iba avisando a Mariluz de que no es-
quinaria, mirándome muy fijo, el tío, como que- perara una suite de lujo, pero ella no hacía caso,
riendo decirme que conocía mi secreto, que se había colgado de mi brazo y me apoyaba la
podía chantajearme, cualquiera se fía de esos cabeza en el hombro, cantando muy bajito El
sudamericanos. Abrió el ascensor, nos dejó pasar día que me quieras, y yo le dije, mientras el as-
delante de él, y en el pasillo no había nadie más censorista abría la puerta,. que lo que le hacía
que la mucama de las narices, arrastrando una falta ahora era darse una ducha muy caliente,
aspiradora que era más vieja todavía que ella. tomarse un tranquilizante y dormir. Ya sabes
Yo ya creía que íbamos a llegar a la habitación con qué rapidez inventa uno planes en esas si-
sin problemas, y entonces ... tuaciones: yo la dejaba dormida, iba a la habita-
-Apareció Carlota. ción de Carlota, le pedía por favor que no me
-En efecto. Detrás de una columna. persiguiera, le explicaba que lo nuestro había si-
Con su traje de chaqueta y sus tacones, perfec- do muy bonito, pero que no podía durar, y que
ta, con los labios pintados, con la melenaza ru- en el fondo era mejor así, conservar el recuerdo
bia, muy pálida, mirando con cara de pánico, como un tesoro, etcétera. Pero no contaba con
pero no nos miraba ni a mí ni a Mariluz, sino un imprevisto. Como digo yo siempre, el hom-
hacia la puerta del ascensor. En ese momen- bre propone, Dios dispone y la mujer descom-
to, tal como yo había temido, me puse rojo, pone ...
como si tuviera quince años, fíjate, se me eriza Abengoa tenía la intrigante virtud de
el pelo nada más acordarme. Menos mal que el despertarme recuerdos impresentables: esta vez,
ascensorista, que también hacía de botones, es- con su horrible refrán, me acordé de esos stic-
taba atareado con las maletas de Mariluz y no se kers que se llevaban antes en las ventanillas tra-
dio cuenta de nada. Carlota, todavía detrás de seras de los coches españoles, con slogans tan
la columna, me miraba ahora como queriendo esclarecidos como «Zoi ezpañó, cazi ná», «Sue-
decirme algo muy urgente, ya sin la arrogan- gra a bordo», o «No me toque el pito, que me
cia de antes, con una cara que daba un poco de irrito», letreros que a veces se repetían en cier- 11I
I
lástima. Pero yo pasé a su lado sin mirada siquie- tos platillos de cerámica colgados sobre las
ra. Me parecía que el pasillo era esta vez mucho chimeneas, o sobre las barras de los bares: «La
más largo, que no llegábamos nunca a la habita- mujer española, cocina y escayola», «Hoy no se
120 121

fía, mañana sí». Pero yo, lo confieso en los tér- desnuda. Mira si soy canalla, que me fijé en lo
minos formulados por Chapman, ya tenía cortas que tiene las piernas. Imagínate, Clau-
mucho más interés en la story de Abengoa que dio, qué compromiso, después de la noche que
en su discourse, lo cual, en un profesor univer- acababa de pasar con Carlota, que me tembla-
sitario, no deja de ser un poco childish: atrapa- ban todavía las rodillas, ¿iba a ser yo capaz de
do en una fugaz suspension of disbelief, yo ab- cumplirle a mi mujer? ¿A ti qué te parece?
dicaba de todos mis escrúpulos narratológicos Dejó pasar unos segundos de silencio
y quería simplemente saber lo que pasaba a con- y yo no dije nada, sin duda puse cara de tonto,
tinuación. de bobo espectador. en una pausa de la intriga.
-Con lo que yo no contaba, Claudio, -Pues le cumplí -se echó hacia atrás
para serte sincero, era con la libido de mi seño- en el respaldo del asiento, cruzó los brazos, apre-
ra, que si ya en el taxi se me arrimaba tanto y tando el chicle entre los dientes, pero enseguida
parecía tan soñolienta no era por el cansancio volvió a incorporarse-o O casi... -nuevo si-
del vuelo transoceánico, sino porque al verme, lencio-. Me vine abajo al final, tú ya me en-
según me dijo después, se había puesto muy tiendes, pero no fue del todo culpa mía, porque
caliente, cosa que jamás me diría en nuestro a pesar del estrés, y de lo dolorido que estaba,
domicilio conyugal. Pero en un hotel, y en un yo iba respondiendo con toda dignidad a las ca-
hotel de época, en Buenos Aires, ya tantos mi- ricias ardientes de Mariluz, que estaba, te lo ase-
les de kilómetros de Madrid, ese romanticismo guro, desconocida, con unas ganas de agradar,
suyo se le convirtió en unas ganas inconteni- como dicen los taurinos, muy superiores, a las
bles de hacer el acto, que es como le gusta de- de nuestras noches en casa. Se había puesto en-
cirlo a ella. Cuando yo salí del cuarto de baño cima de mí, cosa que en ella no es nada habi-
diciéndole todo servicial que ya le tenía pre- tual, y nos estábamos acercando, por así decir-
parada la ducha y el valium, descubrí, no te lo lo, al desenlace. ¿Y sabes lo que pasó?
pierdas, que había entornado las cortinas, y que Entendí que debía negar con la cabeza:
se había quitado los zapatos y las medias yes- él me miró unos instantes sin decir nada para
taba tendida encima de la colcha, con las ma- prolongar el suspense.
nos detrás de la cabeza, como La maja vestida, -Desde donde yo estaba, volviendo a un
claro que a punto de convertirse en La maja lado la cabeza, podía ver la puerta de la habita-
122 123

ción. Y vi que se abría poco a poco, mientras fuerte en ese momento, tan fuerte que tembló
Mariluz, encima de mí, subía y bajaba tem- hasta la cama. Ya no la vi nunca más.
blando toda y respirando muy fuerte, con los -¿Se marchó del hotel?
ojos cerrados, y en la puerta apareció Carlota, -Nos marchamos nosotros -Abengoa
con un cigarrillo en la mano, me acuerdo muy miró su reloj y se frotó las manos, con el gesto
bien, y se nos quedó mirando a los dos, prime- de quien ha cumplido una tarea, luego alzó los
ro a Mariluz, que le daba la espalda, y luego a ojos hacia el monitor donde ya se anunciaba,
mí, a los ojos, yo no sé si con cara de curiosi- desde unos minutos antes, la salida del vuelo
dad, o de pena, o de burla, como comparando hacia Miami. El blizzard amainaba, tampoco
el cuerpo de mi mujer con el suyo, aunque tam- faltaría mucho para que señalaran la partida de
poco podíamos vernos muy bien, porque en la mi avión: qué raro, ahora, pensar que de ver-
habitación había muy poca claridad. Y claro, dad estaba a punto de ir a Buenos Aires-. Esa
pasó lo que pasó. Mariluz al principio insistía misma tarde tuvimos que cambiarnos a un
y se esforzaba como si aquello pudiera arreglar- hotel mucho mejor y más moderno, te lo reco-
se, pero luego se quedó quieta, todavía encima miendo, el Libertador, en Córdoba y Maipú.
de mí, se limpió el sudor de la cara y me pre- Gajes del oficio. Al rato de irse Carlota llama-
guntó si me pasaba algo, y luego me dijo que ron con muchos golpes a la puerta y era el re-
no tenía importancia, que no me preocupara, lo cepcionista jefe, el tipo del pelo blanco y las
normal que se dice en estos casos, aunque eso a gafas al que yo le había puesto aquella gran
mí, tengo que decírtelo, no me ha ocurrido casi cornamenta. Fuera de sí, al tío, hecho una fiera,
nunca. Vamos, sin casi, no me ha ocurrido nun- le temblaba la barbilla. Pero lo que había des-
ca, salvo aquella vez ... cubierto, menos mal, no era mi aventura con
-¿ y Carlota? -me atreví a interrumpir- su mujer, sino que yo trabajaba para Worldwide
le: Abengoa hablaba otra vez como si se hubie- Resorts. Me dijo a gritos, sin el menor respeto
ra olvidado de ella, de su presencia en el relato. a Mariluz, que yo era un infiltrado, un espía, y
-Movió un poco la mano, como di- que como a todos los espías, iban a expulsarme
ciéndome adiós, y un segundo después volví a sin honor, y que nos fuéramos inmediatamen-
mirar hacia la puerta y ya no estaba. Debió de te de allí, que el hotel no estaba en venta, que
tomar el ascensor, porque lo oí arrancar muy si nos creíamos los gallegos de mierda que po-
124

díamos comprar el país. Yo me conozco, Clau-


dio: si Mariluz no me sujeta le parto la ~ara. IX
y además, esa tarde, en el otro hotel, ella en-
contró mi ropa sucia con manchas de carmín y
con olor a madreselva y a tabaco, y se coló en
la ducha como un policía cuando yo estaba des-
prevenido y me pilló los mordiscos, pero mejor Nada se aleja más rápido en el recuerdo
no te sigo contando, me costó semanas, meses, que los primeros episodios de un viaje. Llegué
conseguir que me perdonara, y todavía no sé si a Buenos Aires y el tiempo eterno de mi espera
ha vuelto a confiar en mí. en el aeropuerto de Pittsburgh se disolvió en na-
\II~I
No oculto que me decepcionó el final da, y los rigores del blizzard y del invierno en
tan apresurado de la historia, o más bien su Pensilvania se me olvidaron como el sueño de
falta algo desaliñada de final. ¿Carecía Aben- una mala noche cuando me vi caminando por
goa de lo que Frank Kermode ha llamado «the aquellos lugares cuyos nombres bastaban para \-
sense of an ending», o se inclinaba, sin saberlo, volvérmelos memorables, porque si no los ha-
por esa predilección hacia los finales abiertos bía visto nunca hasta entonces me eran fami-
que se inculca ahora en los writing workshops liares y queridos a través de los relatos y de la.
de las universidades? Media hora más tarde fue biografía de Borges: vi la plaza Constitución, y
anunciado por los altavoces el boarding para el enseguida me acordé de la muerte de Beatriz
vuelo a Miami. Como a mí aún me sobraba Viterbo con la misma pesadumbre que si esa mu-
mucho tiempo, acompañé a Abengoa hasta la jer hubiera existido, como si se me hubiera muer-
gate que le correspondía, y me sorprendió des- to a mí y no a otro hombre, el Borges horno-
cubrir que notaba cierta congoja al despedirme diegético de ese relato incomparable, El Aleph.
de él. Viviendo en América hay veces en las que Al encontrar la calle México me estremeció pen-
uno se siente, por sorpresa, horriblemente so- sar que ese anciano ciego iría muchas veces por
lo. En el último momento, estrechándome lar- ella camino de la Biblioteca Nacional, donde
gamente la mano, Abengoa me dijo: vivía rodeado de libros que ya no le era posible
-Claudio, ahora mismo te cambiaría leer. Por esa ciudad había deambulado Borges
ese billete tuyo a Buenos Aires. envuelto en sombras amarillas: no me parecía
1 111
I

126 127
posible que llevara muerto ya ocho años, que versidad americana donde había sido rechaza-
yo no pudiera encontrármelo al doblar una es- do hacía ya varios años, como si el tiempo no
quina, rozando las paredes con una mano tem- le aliviara las heridas.
blorosa, despeinado y muy viejo, con aquellos -Mirá, hermano, por fin me libré de
ojos tan raros y fijos que tenía, imaginando re- aquella vaina gringa -Mario Said tiene los ojos
latos o versos o acordándose de las mujeres que grandes y muy negros, muy brillantes, un poco
nunca llegaban a quererlo. húmedos, con la misma negrura del pelo riza-
Me doy cuenta de que no estoy acos- do, y la boca carnosa de árabe se le tuerce hacia
tumbrado a que me reciba nadie al final de un abajo en un gesto como de pena meditabunda, 11

viaje. Pero en Buenos Aires, en el aeropuerto como de añoranza sin consuelo de algo-. Aho- 1"

de Ezeiza, me estaba esperando cuando llegué ra no gano un mango, pero no tengo que bajar-
mi viejo amigo Mario Said, que tiene una as- me los pantalones delante de ningún cabrón de
I
cendencia tucumana y siria, y que después de chairman, como aquel que tuve hace mil años en
largos años en la vida académica norteamerica- Lexington, Kentucky, Morini, se llamaba, una
na -incluyendo unos semesters no muy afor- serpiente auténtica, hermano, no más dándome
tunados en Hurnberr College, donde hicimos jabón, prometiéndome el tenure, y de pronto
una amistad inusualmente cálida para aquellos un día me pareció como que dejaba de verme,
climas a veces tan ingratos-, volvió a la Ar- y dejaron de verme todos los del departamento, y
gentina, y ahora enseña, no sin cierta melancolía, cuando se juntaron para evaluarme me tiraron
en la universidad de su provincia, quejándose sin compasión al tacho de la basura ... ,
aún de las intrigas de los Spanish departments, -¿Morini? -sentí una opresión en el
dolido todavía porque le negaron lo que yo pecho, no me atreví a apartar los ojos de la ea-
ahora estaba a punto de conseguir, el full pro- rretera-. ¿Amadeo Morini, uno muy alto, con
fessorship, el tenure, la plaza fija, como yo le mucho pelo, con bigote, con un moreno de lám-
había traducido a Marcelo Abengoa cuando me para?
preguntó, con embarazosa insistencia, por mi -Y, el mismo. ¿Lo conocés?
situación profesional. Conduciendo desde el -Ahora es mi chairman.
aeropuerto hacia la ciudad, Mario reanudó en- -La pucha, hermano, la jodiste -el
seguida sus quejas antiguas sobre la remota uni- gesto de la boca de mi amigo Mario Said se

•••••••••••••••••• ~dh ¡
\1

128 129

convirtió en un rictus trágico: yo apenas me fi- a Mario Said se le puso en la cara una gran son-
jaba ya en el paisaje liso y suavemente verde, en risa, enseguida velada por el brillo de los ojos
los primeros edificios de las afueras de Buenos bajo los carnosos párpados entornados-o Te
Aires, no muy distintos, por 10 demás, de los de la encontrás por la calle y no la conocés, herma-
Pittsburgh, con la diferencia de que en Pitts- no, algunos me ven con ella del brazo y me
burgh prácticamente sólo hay afueras-o En toman por un lolitero. ¿Sabés lo malo? Que
cuanto le das la espalda te clava un puñal. Si quiere que nos vayamos de vuelta a los Esta-
querés un consejo, no le digas que sos amigo dos Unidos. Allá en Tucumán no hace otra
mío, no se 10 digas nunca. cosa que sentarse delante de la televisión a ver
-Ya se 10 he dicho. CNN y Cartoon Network y las películas de
-¿ Y le has dicho también que ibas a TNT. Hay que joderse en esta vida, la pucha.
verme en Buenos Aires? Cuando yo era pequeño, en Tucumán, los niños
-Como que me pidió que te diera re- de la calle me llamaban el Turco. Me fui hu-
cuerdos, y te traigo una separata suya dedicada ... yendo a España cuando vino el Proceso y allá
Atento al tráfico, Mario Said movía la me llamaban algunos sudaca, o moro, si no me
cabeza rizada y aguileña con una pesadumbre escuchaban hablar. Emigré a los Estados Uni-
bíblica, muy inclinado encima del volante, co- dos, nació mi hija y la llamaron la India. ¿Y sa-
mo un conductor novato. Para no perder del to- bés cómo la llaman ahora las niñas en la escue-
do el sosiego y los nervios procuré cambiar de la? La gringa, la gringuita. Vos por lo menos sos
conversación, y le pregunté cómo le iba de vuel- de un solo sitio ...
ta en su país, cómo estaba su hija, a la que yo re- Hacía un otoño suave, con largas tardes
cordaba como una niña seria y callada, de pelo doradas en las que más de una vez, y contra mi
y tez tan morenos como los de su padre, con costumbre, eludí mis obligaciones académicas
quien vivía, los dos solos en un apartamento pe- para pasearme sin descanso, sin hacer nada,
queño de Humbert Heights, después de un di- sólo disfrutando de la sensación perdida de ir
vorcio muy difícil. Me había parecido una niña por ahí llevado por la curiosidad y la indolen-
triste, irritada por dentro, aislada entre adultos. cia, de mirar escaparates, parques, edificios, li-
-Ya tiene trece años, la Mandy, ya brerías, mujeres. Mario me llevó a cenar a un
no consiente que la llame Morochita -ahora sitio italiano, inmenso y populoso, que se lla- 11 1

1
11II1 m

130 131
maba Los teatros de Buenos Aires, en el que quedarse: siempre me decía que en los años del
uno sentía, como una corriente eléctrica, esa exilio Madrid le suavizaba las nostalgias de vol-
agitada vitalidad que le aturde al llegar a Nue- ver, y que caminando por Lavapiés o La Lati-
va York, sobre todo si se llega desde el letargo na, sobre todo de noche, tenía la sensación de
silencioso de Humbert, Pensilvania. Nos em- que estaba en San Telmo. Nos despedimos con
borrachamos sin darnos mucha cuenta, exalta- un abrazo antiguo, largo y apretado, tan lento
dos por la alegría tan inusual de estar juntos y como todos los gestos de Mario Said, que ha-
sabernos amigos, charlando y caminando hasta blaba, comía y bebía muy despacio, como ex-
muy tarde por calles luminosas y llenas de gente, tasiado y a la vez ausente, que partía el pan con
de cafés, de carteles luminosos de teatros. No las dos manos anchas y morenas tan ritualmente
saber orientarme en aquella inmensidad era casi como lo habrían hecho sus antepasados merca-
una liberación: me guiaba mi amigo, me iba deres o beduinos. Cuando ya había arrancado
mostrando lugares que se me olvidaban ense- el coche lo detuvo un momento y asomó la ca-
guida, me acompañó en un taxi hasta mi hotel beza como para decirme algo que hubiese ol-
y al llegar allí aún nos quedaban ganas de seguir vidado:
hablando y bebiendo, y tomamos un par de gin -y vos, ¿no te volvés a España?
tonics en el bar, todo ya un poco borroso, el bar Me encogí de hombros y no le dije na-
del hotel y Buenos Aires y la cara de Mario da, y le hice adiós con la mano hasta que desa-
Said, el recuerdo de Humbert College y las con- pareció en el siguiente cruce.
fusas perspectivas de mi carrera académica. Había pensado asistir esa mañana a la
Mario Said se marchó a Tucumán a la conference, pero me dio pereza y me puse a ca-
mañana siguiente de mi llegada. Nos despedi- minar sin propósito, diciéndome que ya me
mos con una gran resaca y con una nostalgia incorporaría después del lunch break, a tiempo
anticipada por las oonversaciones, las camina- de escuchar la ponencia de un profesor Shelter,
tas y las copas que habíamos compartido, y que o Seltzer, que según creo trabajaba en Brooklyn
nos prometimos reanudar al cabo de no dema- College, y que iba a hablar de la influencia de
siado tiempo, tal vez allí mismo, en Buenos Ai- Borges en la más reciente novela española, cam-
res, o en Madrid, que a Mario le gustaba tanto, po este que no es el mío, pero por el que quizás
y donde seguía pensando que tal vez debió me conviniera empezar a interesarme.
\1
132 133

Paseando ociosamente por Buenos Ai- ricanos. Consulté la lista de precios y aunque
res le di la razón al ya borroso Abengoa, a quien éstos no eran disparatados estaban muy por en-
había tenido tan cerca durante unas pocas ho- cima de la mezquindad de mi cuenta de gastos
ras de mi vida y a quien seguramente no volve- (en ese aspecto, Morini, el chairman, puede ser
ría a ver más: su ojo clínico, como él mismo tan abusivamente tightfisted como un dómine
habría dicho, resultó muy acertado. Me gus- Cabra).
taba ver a esas mujeres bellas y enérgicas taco- Iba a alejarme de allí, no sin desconsue-
neando por las calles, entrando y saliendo de las lo, diciéndome a mí mismo que una de las más
tiendas exclusivas de la Recoleta, que, para mi insalubres costumbres gastronómicas de Espa-
sorpresa, no resultaban menos espectaculares ña es la de los almuerzos abundantes, pero mis
que las de Madison Avenue. pasos no obedecieron a mi voluntad, y mien-
Me sentía raro, exaltado. Hacía cosas que tras yo me dictaba la orden de continuar el pa-
no estoy acostumbrado a hacer. Paseando ese seo y tomar un sándwich rápido en algún pues-
mediodía por la calle Córdoba vi un restauran- to callejero, otra parte de mí, la que había sido
te que tenía en la puerta una gran vaca disecada, hechizada y drogada por el olor de la carne, en-
una vaca monumental, saludable, con esa ex- tró decididamente en el restaurante, que era muy
presión de felicidad budista que tienen las va- grande y estaba muy animado, se dejó guiar ha-
cas en el campo. Tras el cristal del escaparate se cia una mesa por un obsequioso camarero de
veía una parrilla sobre un fuego de carbones cara y ademanes italianos, que desplegó ante
que relucían como las gemas de un tesoro, y mí una carta forrada en piel auténtica de vaca,
encima de ella se tostaban trozos rojos y bri- en piel entera, quiero decir, con un pelo rubio
llantes de carne, cuartos enteros de animal, como y suave como el de la vaca disecada del escapa-
en un banquete homérico. Del interior venía rate. No ignoro que la carne roja es una mina
un aroma incomparable de carne a la parrilla y de colesterol y de otras sustancias nocivas, y
grasa quemada, un humo suculento de gula, hace tiempo que perdí la costumbre de tomar
de bárbaro colesterol, que despertó en mí deseos vino con el almuerzo, pero aquel día me atreví
sepultados hacía mucho tiempo, desde antes de a tomarme uno de esos steaks maravillosos a
que adoptara los austeros (y también desabridos, los que llaman, algo misleadingly para un espa-
a qué ocultado) hábitos alimenticios norteame- ñol, bifes de chorizo, así como una jarrita ente-
134 135

ra de vino italiano, áspero y delicioso, servido bía supuesto, una infusión de poleo o similar,
oportunamente, cada vez que quedaba media- sino una copa diminuta de grappa siciliana, des-
da mi copa, por el atento camarero que me ha- tilada, según él, en el pueblecito de sus antepasa-
bía guiado hasta la mesa, hacia el que acabé dos. Justo al probarla me acordé de que Aben-
sintiendo una simpatía desbordada, una grati- goa había terminado con un copa de grappa su
tud rayana en la emoción. No tenía esa amabi- primera cena en Buenos Aires.
lidad demasiado rápida de los waiters ameri- Casi con lágrimas en los ojos (lágrimas
canos, que lo marean a uno con su solicitud de agradecimiento y de digestión, como las de
excesiva, de un dinamismo gimnástico, llenando- los cocodrilos), me despedí del camarero estre-
le vasos de agua helada, sin que uno los pida, chándole la mano y prometiéndole que volve-
preguntándole si everything is OK y al mismo ría, y que si viajaba alguna vez a Sicilia visitaría
tiempo mirando a otro lado, importunándole aquella aldea cuyo nombre, repetido por él y
para saber si quiere pedir otra cerveza, casi ha- leído por mí en la botella de grappa, ya se me
ciéndole pedir más cosas a achuchones. Este había olvidado. Le dejé, creo yo, una propina
camarero porteño no me agobiaba, pero estaba principesca, y crucé el gran salón del restau-
siempre atento a mí, evitándome esa situación rante hacia la salida procurando avanzar en
deplorable de quien come a solas en un restau- línea recta entre las mesas y no tambalearme.
rantey alza la mano para pedir algo y nadie le Había pensado asistir a la sesión de la
hace caso. Cuando vio que había terminado el tarde de la conference, cuyo momento estelar
inolvidable bife de chorizo me animó a probar iba a ser la keynote speech impartida nada me-
como postre el flan con dulce de leche de la nos que por la célebre Ann Gadea Simpson Ma-
casa, que me tomé entero, a pesar de su consis- riátegui, de Palo Alto, California, que exhibe
tencia y del peso y la hinchazón de mi estómago, los apellidos de sus exmaridos como si fueran los
tan poco acostumbrado a tales festines. Nada trofeos de un guerrero jíbaro, y a la que lla-
mejor para culminar la comida que un café y man, no sin razón, la Terminator del New Les-
un digestivo, aconsejó: me hizo olvidar ese lí- bian Criticismo Su último libro, que me prestó
quido infame al que llaman coffee en América Morini, aconsejándome vivamente que lo leye-
sirviéndome un café muy negro y aromático, y ra (spara que veas por dónde van los tiros, co-
el digestivo que me trajo no era, como yo ha- mo dicen ustedes en la madre patria, siempre
136 137
tan belicosos»), se titulaba (Under) writing the sido invitado empezó a convertirse en un sen-
female body: SorJuana Inés de la CruzlFrida Kha- timiento de incomodidad, hasta de un poco de
lo/Madonna» y venía gozando en los Spanish fastidio, como si yo no tuviera mucho que ha-
departments de un prestigio (a mi parecer, des- cer allí ni en realidad me uniera nada con la ma-
de luego) un tanto overrated, pero inatacable. yor parte de las personas con las que me cruzaba,
De pronto, en todos los parties, en los almuer- aunque exteriormente era idéntico a casi todas
zos del Faculty'Club, ése era el libro que todo ellas, distinguiéndome apenas por el nombre
el mundo acababa de leer, y que yo trataba de que llevaba en el badge plastificado de la solapa.
disimular que aún no había leído. No me enteraba de una gran parte de las cosas
Tenía tanto sueño que me desplomé en que escuchaba, aunque entendiera perfectamen-
un taxi y casi me quedé dormido en el trayecto te las palabras españolas o inglesas en que se
hacia el hotel. Me eché en la cama, calculando decía, y estuviera ya muy habituado a casi to-
que tendría tiempo para una catnap de veinte das ellas. Después de asistir a tantas conferen-
minutos o media hora antes de irme a la lectu- ces y seminars, aquélla fue la primera vez que
re de Simpson Mariátegui, que se titulaba, por me di cuenta de algo muy curioso: todos los
cierto, según leí en el programa, From Aleph to scholars, aun hablando idiomas diversos y vi-
Anus: Faces (and feces) in' Borges. An attempt at niendo de varios continentes, repetíamos siem-
Postcolonial Anal/ysis. Sentí placenteramente pre el mismo gesto durante la lectura de nues-
cómo me iba deslizando hacia el sueño, bien tros papers, e incluso después, en las charlas de
ahíto de comida, de vino tinto, de café, de grap- pasillo o en los comedores: cada vez ,que que-
pa, en un estado de beatitud física que me hizo ríamos indicar que citábamos algo, que lo en-
acordarme de la cara colorada y la barriga prie- trecomillábamos para ponerlo en duda, exten-
ta de mi fugaz amigo Marcelo Abengoa, acor- díamos los brazos a los costados para dibujar
darme o soñar con él, que me contaba algo, en el aire, con los dedos índice y corazón de ca-
aunque yo no distinguía bien sus palabras, da mano, el signo de las comillas, como si las
había comido y bebido demasiado ... puntas de los dedos rascaran o aletearan breve-
No me desperté a tiempo de ir esa tar- mente en el vacío.
de a la conference, pero a la mañana siguiente, Mi paper sobre narratividad e intertex-
cuando acudí por fin a ella, la ilusión de haber tualidad en el soneto Blind Pew, además, no me
138 139

tocó leerlo en la sesión plenaria, tal como esta- da, con el pelo color de paja sin brillo, con las
ba scheduled. Por culpa de una confusión, de mejillas un poco abruptas de acné. La veía mo-
un malentendido achacable a la falta de seriedad ver la cabeza aprobadoramente hacia lo que yo
(tan latina) de los organizadores, fui desplaza- decía, tomar notas, empecé a sentir hacia ella
do a un aula marginal y a una hora imposible, una mezcla muy rara de lástima y de gratitud.
las ocho y media de la mañana del último día. Tras un tiempo eterno terminé mi exposición,
Mi nombre atrajo una exigua audience de cua- sonreí, con la sonrisa tonta y rígida del miedo,
tro personas, pero cuando me situé delante del me quité las gafas, agradecí una o dos palma-
lectern y me puse las gafas para empezar a leer das anémicas, producto de la temerosa efusión
noté que había entrado un quinto espectador. de la señorita de la primera fila.
Se me atragantó el primer carraspeo de corte- Al principio me pareció que escaparía
sía: quien había entrado era, para mi sorpresa y a salvo. Pero el silencio de Simpson Mariátegui
mi infortunio, Ann Gadea Simpson Mariátegui, era ese instante de inmovilidad en que la fiera
a quien reconocí por sus fotos, porque nunca, entona sus músculos para saltar sobre la presa
hasta aquel día desdichado, la había visto in merme.
me flesh. ¿Cómo era posible que ella, la diva de la Alzó la mano, se puso en pie, mordien-
Conference, hubiera madrugado para moles- do la punta de un bolígrafo, punta que luego
tarse en asistir a la lecture de un casi don nadie? volvió hacia mí en un gesto no muy distinto
Pero yo soy muy torpe o muy perezoso para sos- del de apuntar una pistola. Me aplastó. Me hu-
pechar, y en aquel momento no se me ocurrió milló. Me sumió en el ridículo. Me negó el de-
hacerme con demasiado ahínco esa pregunta. recho a hablar de Borges, dada mi condición
Leí, muy nervioso, con la boca seca, sin de no latinoamericano. Me acusó de alimentar
atreverme a desplazar la mano hasta el vaso de la leyenda de Borges, ese escritor elitista y eu-
agua y a llevármelo a los labios, porque temía ropeo que dio la espalda a las genuinas culturas
que se me notara mucho el temblor, que se me indígenas latinoamericanas. Me recordó, citán-
derramara el agua. A Simpson Mariátegui no dose con desenvoltura a sí misma, su celebra-
me atrevía a mirarla: de vez en cuando buscaba da ecuación Europe=Eul rape. A esas alturas la
la mirada de una chica joven sentada en la pri- chica de los granos, mi oyente fervorosa, bajaba
mera fila, bastante fea, con gafas grandes, páli- la cabeza cuando yo buscaba un poco de ayuda
140

en sus ojos, como si yo le diera tanta pena que


no pudiese mirarme, o como si quisiera ocul- x
tar ante la iracunda Terminator cualquier ras-
tro de simpatía hacia mí.
Ya en jarras, Simpson Mariátegui se
preguntó hasta cuándo iba a ser tolerada la fas-
cinación europea, heterosexual y masculina por Uno o dos días después, e! sábado de
los mitos de! expolio colonial, pues no otra co- aquella semana de raro otoño austral que pasé
sa, según ella, era La isla del tesoro, uno de cu- en Buenos Aires, en una mañana fresca, con
yos personajes, e! mendigo ciego que se llama una promesa de lluvia en e! aire, me encontré
Pew, protagoniza e! poema de Borges que yo paseando al azar por una plaza que resultó ser
había intentado analizar, y que tantas veces me la de Mayo, yal doblar una esquina vi de pronto
he repetido a mí mismo de memoria, sin que ante mí e! letrero vertical y e! tamaño ingente
deje nunca de emocionarme de una manera del hotel Town Hall. Como tantas veces, mien-
honda y misteriosa, de hacerme una compañía tras andaba solo por la calle había ido murmu-
siempre leal incluso en los episodios más mez- rando versos de Borges, primero el poema a
quinos de la soledad o e! infortunio: Espinoza (Las translúcidas manos del judío/la-
bran en la penumbra los cristales...), después El
Lejos del mar y de la hermosa guerra, Golem, que me sé entero a pesar de su longi-
Que así el amor lo que ha perdido alaba, tud, por fin, de nuevo, mi querido Blind Pew, e!
El bucanero ciegofatigaba soneto gracias al cual, de algún modo, yo había
Los terrosos caminos de Inglaterra ... viajado a Buenos Aires, el que había hecho caer
sobre mí e! furibundo anatema de Ann Gadea
Simpson Mariátegui.

Sabía que en remotas playas de oro


Era suyo un recóndito tesoro
Yesto aliviaba su contraria suerte ...
142 143
Si pensaba en la humillación a que me Ya estaba delante de la puerta giratoria
había sometido aquella mujer que no me había del Town Hall, y sin meditación ni propósito,
visto nunca y a la que yo no le había hecho na- sin incertidumbre, con una ligera sensación de
da (mi paper no lo escuchó casi nadie, pero los . ser guiado o atraído, me vi empujándola, yen-
exabruptos de Ann Gadea contra mí fueron el seguida fui como envuelto o abducted por ella,
gossip de todo el simposium), si me acordaba en su lento torbellino, y me encontré, en menos
del modo en que me había mirado, golpeando de un segundo, en otro mundo que no tenía
el bolígrafo contra su notebook y agitando li- nada que ver con el que había dejado en la acera,
geramente la cadenilla de las gafas, con un so- en la vereda: como dicen los argentinos, con
nido no muy distinto al cascabeleo de una rat- una palabra tan bella: estaba en el lobby de un
tlesnake, aún me picaba la cara como si fuera a hotel Art Déco, una versión disminuida y de-
ponerme colorado, la cara y el pelo, y tenía que crépita del Waldorf Astoria, un lugar donde no
rascarme, en medio de Buenos Aires, y me po- es que el tiempo se hubiera detenido, como sue-
nía 'a murmurar entre dientes palabras que de len decir en las novelas, sino donde se habían
ser oídas acarrearían mi expulsión inmediata detenido las cosas, porque el tiempo sí que ha-
de Humbert College. bía pasado muy cruelmente por ellas, enveje-
Había llamado a Borges dead white ma- ciéndolas sin rastro de nobleza, más allá del efec-
le trash, la tía, y a mí me había acusado más o to de la negligencia humana, hasta un punto
menos de complicidad hereditaria, en mi con- espectral como de ruina geológica.
dición imperdonable de español, con las cárceles En el aeropuerto de Pittsburgh había
de la Inquisición, con el genocidio de las pobla- imaginado este lugar a través de la voz de Mar-
ciones indígenas, con las aberraciones sexuales celo Abengoa. Ahora lo reconocía como si ya
cometidas por Hernán Cortés con Malinche, su hubiera estado en él, porque la descripción que
amante Native American. Pero si de todos mo- había escuchado era de una perfecta accuracy:
dos iba a ir hablando solo por la calle, mejor me los empleados lentos, con uniforme gris de lar-
ponía a recitar versos de Borges. gas botonaduras hasta el cuello y gorrito circu-
lar, la alfombra barroca y densa, pero con calvas
A ti también, en otrasplayas de oro, ignominiosas, las columnas de mármol de una
Te aguarda incorruptible tu tesoro... altura y una solidez de templo egipcio, el salón
144 145
de amplitud inmensa en medio del cual pendía cia monótona, al mismo tiempo que la ciudad
una araña tan grande como la copa invertida revivía y se recobraba de los peores estragos de la
de un árbol. (Algo más que tienen en común crisis, yal parecer también del pánico a los mi-
Buenos Aires y Nueva York es la escala ingente litares, según me había dicho Mario Said, que
de algunos espacios interiores, tan ajena a las tenía tantos motivos para seguir temiéndoles.
mezquinas estrechuras europeas.) Entré en el salón: los ventanales que da-
Me fijé, sin embargo, en que el recep- ban a la calle eran tan altos como vidrieras
cionista no era el hombre de pelo blanco y ga- góticas, pero los cortinajes, que parecían por su
fas del que me había hablado Abengoa. No era espesor los del escenario de un teatro de ópera,
viejo, pero tampoco era joven, no tenía casi pelo, estaban casi echados, de modo que apenas
pero tampoco se hubiera podido decir que es- entraba la claridad de la mañana, y la única
taba calvo. Anotaba algo en un libro ciclópeo iluminación eran algunas lámparas encendidas
de registro cuando pasé junto a él, y no levantó junto a sillones orejeros como de club inglés,
los ojos. El ascensorista sí que era con toda se- con tapicerías muy rozadas, pero que conser-
guridad el que Abengoa conoció: tenía el pelo vaban todavía un noble olor a cuero. Sobre las
brillante y planchado hacia atrás, con ese aplas- mesas bajas había anchos periódicos de tipogra-
tamiento excesivo que tiene el pelo de ciertos fía anticuada, sujetos con bastidores de madera:
borrachos que se peinan mucho, aunque no se La Nación, el Times de Londres, exactamente
laven la cabeza. Necesitaba con la misma ur- como había dicho Abengoa. Me imaginé que
gencia un afeitado y un uniforme limpio, y no en otro tiempo los leerían solemnes patricios
se había molestado en abrocharse los botones porteños, partidarios de las costumbres britá-
superiores de su chaquetilla de ascensorista de nicas y de los golpes militares, del five o' clock
1940. tea y la picana, según el macabro dictamen de
Me extrañó que nadie me interpelara. mi amigo Mario, que en el año setenta y seis se
Supongo que la inminencia de la ruina absolu- salvó de milagro de que lo desaparecieran en
ta los había sumido a todos en un estupor de una de aquellas cárceles secretas a las que lla-
indiferencia y desgana. En los cuatro años trans- maban, con precisión siniestra, chupaderos, y
curridos desde el viaje de Abengoa todo pare- tardó quince años en volver: «Hay que joder-
cía haberse ido degradando con una persisten- se», me decía en sus trances de más pesadum-
~

146 147

bre en Humbert College, «los patriotas me de- lugar que me había recordado Abengoa, la cer-
. . .
vecería Santa Bárbara de Madrid. Me emocioné
Fron SInpatna».
Sin darme mucha cuenta, esa mañana bochornosamente al repetirme una de sus vul-
yo me había ido deslizando hacia un estado de garidades: «Es que España tira mucho». Para
ánimo así de sombrío. Me sentía solo en aquel reunir fuerzas, antes de enfrentarme de nuevo
extremo del mundo, en una ciudad de diez mi- a la intemperie de la calle, me dirigí a la barra
llones de habitantes en la que no conocía a que se vislumbraba al fondo del salón y esperé
nadie. Me dolían los pies, había pasado mala a que apareciera algún camarero. Tardó en lle-
noche, porque los viajes y los hoteles me tras- gar, abrochándose una chaquetilla roja que olía
tornan fácilmente el sueño, seguía teniendo en a transpiración rancia, como las prendas que se
carne viva la herida abierta en mi dignidad por ponen los actores en el teatro: se ve que el per-
aquella mujer a la que ahora procuraba aplicar- sonal había sido severamente downsized, como
le los adjetivos que hubiera escogido para ella habría dicho Abengoa, porque era el ascenso-
el despiadado Abengoa. ¡Yyo no me había de- rista el que atendía el bar.
fendido, no había contestado nada, ni una pa- Iba a pedir una Diet Pepsi, pero tuve uno
labra, me había quedado balbuciendo detrás del de esos arrebatos raros que me daban en Bue-
lectern, la había visto salir del aula con una arro- nos Aires y ordené un double scotch, yo que
gancia como de matador (o matadora), con las apenas bebo, y además 10 pedí straight, sin agua
caderas echadas hacia delante, mirando de me- ni hielo. En los Estados Unidos me he acos-
dio lado al tendido, a los cuatro oyentes pusilá- tumbrado a pagar la bebida en cuanto me la
nimes o despistados que se encargarían luego sirven. Pero este camarero no aceptó el billete
de difundir mi ridículo, ya los que lo único que que yo le ofrecía. Ni que decir tiene que la ra-
les faltó fue sacar los pañuelos para pedir una ción de whisky era mucho más generosa que
oreja, o dos orejas, las mías! en América, donde se 10 vierten a uno sobre el
Inopinadamente me veía aquejado, en hielo del vaso con la misma mezquindad que si
el hotel Town Hall, de un deseo inaplazable de fuera un raro producto farmacéutico.
caminar y respirar en una calle de mi país, de to- " -Invitación de la casa -dijo-o Tuvo
marme una ración de gambas o de berberechos suerte el señor. Si llega a venir mañana nos en-
y una caña de espuma blanca y densa en aquel cuentra cerrados.
~

149
148
tografías de los transatlánticos antiguos. Todas
-¿Es que van a restaurar el hotel?
las mesas tenían manteles blancos y vajillas y cu-
-pensé que tal vez Abengoa y Worldwide Re-
biertos preparados como para un gran almuer-
sorts habían logrado su propósito.
zo inminente, pero la falta de luz -el come-
-Qué más quisiéramos nosotros -el
dor sólo estaba alumbrado por la muy escasa
camarero, con una desenvoltura que me pare-
que le llegaba del salón- provocaba un efecto
ció astonishing, se había servido otro whisky,
aún más generoso que el mío, y encendía un ci- lóbrego de concavidad y de ausencia.
Pero tampoco aquí estaba yo completa-
garrillo-. Lo cierran. Lo derriban. El señor de-
mente solo: al acostumbrarse mi pupila a la pe-
be de ser distraído: ¿no vio el cartelón de fierro
numbra vi una mujer sentada en una mesa,
sobre la fachada? Al final el patrón se rindió. Se
muy al fondo, pero esa presencia humana, más
lo comieron los bancos. No pudo resistir más y
que habitar el espacio o mitigar su desolación,
el corazón se le partió. Tres días hace que le di-
la subrayaba, como una figura muy pequeña al
mos sepultura, en la bóveda de sus viejos, en la
pie de una columna en un templo en ruina.
Chacarita. Mire qué broma, el país entero para
Junto a la mujer, sobre la mesa en la que estaba
arriba, saliendo de la crisis, y nosotros para aba-
acodada, como aguardando a un camarero que
jo, tirados en la vereda, como quien dice. El
viniera a servida, había una lámpara encen-
Town Hall, que era un tótem porteño.
dida, uno de esos candelabros con cera falsa y
El camarero apuró su scotch de un tra-
llama de cristal. Era rubia, y al aproximarme
go y se sirvió otro, con el cigarrillo en la boca,
un poco más a ella le calculé un?s cuarenta
esparciendo ceniza sobre la barra y las solapas
años. Era rubia y tenía el pelo turbulento y ri-
de la chaquetilla, con los ojos guiñados, porque
zado y los labios pintados de rojo y llevaba una
le molestaba el humo, con un aspecto general
chaqueta de hombros anchos y cuadrados con
de carelessness más bien encanallada. Junto al
un escote que descubría la piel muy blanca del
bar estaba el gran arco de acceso al comedor.
cuello. Parecía que estaba queriendo llamar mi
Pensé que ese lugar dentro de muy poco ya no
atención: tal vez me confundía de lejos con el
existiría y con la copa en la mano me interné
camarero que no llegaba. Tenía un cigarrillo
en aquel espacio que tenía una vastedad y una
apagado en la mano, seguramente iba a pedir-
penumbra de catedral abandonada. Se parecía
a esos comedores en lujo que se ven en las fo- me fuego.
150 151

No la había visto nunca, pero la recono- Llegué al bar y me di cuenta de algo que
cí en un instante. Aquella manera tan directa absurdamente no había advertido hasta enton-
de mirarme a los ojos mientras señalaba el ci- ces: el camarero ascensoristaestaba blind drunk,
garrillo apagado era una invitación equívoca tanto que la bofetada de alcohol me llegó des-
que yo no había visto en la mirada de ninguna de bien lejos, y cuando quería apoyar el codo
mujer, igual que hasta entonces no había olido en la barra le fallaba el equilibrio y casi se le
aquel perfume tan fuerte de madreselva. desplomaba la cabeza sobre ella. Tenía los ojos
Avancé entre las mesas hacia ella, sin bloodshot, inyectados en sangre, como se dice
saber qué haría ni qué iba a decirle. Me falta- en España, y se rascaba sin ceremonia el cuello
ba el aire, tenía que respirar más hondo. «Car- de la chaquetilla inmunda y el mentón oscure-
lota», dije, pero apenas me salía la voz, como cido de barba. Se había servido otro scotch y
cuando iba por la calle diciéndome versos de fumaba mascando el filtro del cigarrillo. Con
Borges, «Carlota Fainberg». Pero otra voz mu- un gesto muy desagradable de camaradería agitó
cho más fuerte que la mía se superpuso a ella la botella para que yo le acercara mi copa. Le
y la borró, quebrando el instante en que yo faltaba un diente más que durante la visita de
me acercaba a Carlota Fainberg como si fue- Abengoa. Miré de soslayo a la mesa donde ha-
ra arrojada contra el suelo una ampolla de bía estado Carlota Fainberg, la única ilumina-
cristal. da del comedor. Me pareció que aún flotaba en
-Señor, eh, señor, vuelva, adónde va, el aire el humo de su cigarrillo, abandonado
no se puede entrar ahí. en el cenicero: pero no podía ser, yo la había
Miré hacia atrás y el camarero estaba visto con el cigarrillo apagado en la mano, tal
haciéndome un ademán de urgencia desde el vez pidiéndome fuego, con un gesto que se ha-
arco de entrada del salón. Soy muy manso con brá perdido muy pronto, imagino, cuando ya
cualquiera que muestre una autoridad rotunda no queden mujeres atractivas que fumen y pi-
hacia mí: aturdido, volví la cara hacia la mesa dan fuego a los desconocidos. Hubiera querido
donde había visto a Carlota Fainberg, pero ya ir a buscada, pero no me atrevía. Soy de esos
no estaba, aunque la luz seguía encendida, co- hombres pusilánimes que viven intimidados
mo si el vozarrón del camarero también la hu- por el personal subalterno. Escuché muy fuerte
biera asustado. el ruido de una aspiradora: una mujer encor-
------------------~y

152 : 153

vada y muy vieja la manejaba entre los butaco- velorio. Porque de entonces acá se torcieron las
nes del salón. cosas y el Town Hall no volvió a ser ni sombra.
-Perdone el señor que lo llamara tan Pero si me pone el señor esa cara de pena no le
fuerte -en la voz del camarero no había el sigo contando. ¿Tomará otro trago, otra copi-
menor tono de disculpa-o Pero es que todas ta, como dicen ustedes en España? Lindo país
las dependencias del hotel, salvo las de servi- el suyo. Mis viejos vinieron de allá, mi papá de
cio, están selladas por orden judicial. Se lo lle- La Rioja, mi mamá de la provincia de Lugo,
varán todo, todos los muebles, las alfombras, dígame si no puedo presumir de background.
todos los recuerdos del patrón y de la señora El camarero llenó las dos copas: las lle-
Carlota. nó tanto que al chocar la suya con la mía en un
-¿Quién? -lo pregunté como si no hu- incongruente toast (¿por La Rioja, por Lugo, por
biera escuchado bien ese nombre, que me ha- España, por los good old times del hotel Town
bía estremecido. Hall?), las dos se derramaron un poco.
-La señora Carlota, la esposa del pa- -Supongo que la viuda, la señora Car-
trón, el señor Isaac Fainberg. El Fangio de la lota, se hará cargo de todo -dije, y el camare-
hostelería rioplatense, lo llamaban ... ro me miró primero con desconcierto, y luego
-Creo que llegué a conocerlo, hace años con un gesto de burla, chasqueando los labios
-improvisé, con un ligero pálpito de impos- brillantes de alcohol.
tura, de una curiosidad que iba pareciéndose al -¿Pero de qué viuda me habla el señor,
miedo-o ¿Puede recordarme cómo era? si fue el patrón quien se quedó viudo de la se-
-Y, cómo no, se ve que al señor lo im- ñora Carlota? Ya me parecía raro que usted lo
presionó el personaje. Alto, con su pelo blan- hubiera conocido.
co, con sus lentes que le hacían tan serio. En -No hará mucho tiempo de eso ...
cuanto apretaron los malos tiempos al señor -¿Pues no le dije recién que habían pasa-
Fainberg no le importó cambiarse el saco de do cuatro lustros, veinte años, según mi cuenta?
patrón por el uniforme de recepcionista. ¿Quie- Pensé, con un sentimiento retardado de
re creer que fuera de nosotros muy poca gente fraude, que Abengoa me había mentido, pero
sabía que él era el dueño? Yo lo miraba y pen- no alcanzaba a comprender por qué, ni en qué
saba: al patrón van cuatro lustros que le dura el materiales de la realidad se había basado su in-
"'""'IIIf'

154 155

necesaria ficción: pensé que mi imaginación terrogativa, con un cierto descaro, acercándo-
había inventado a la mujer rubia sentada junto me mucho sus ojos guiñados, como si no me
a la mesa, con el cigarrillo en la mano, invitán- viera bien. Su cofia y su delantal pertenecían,
dome a acercarme a ella, como en cualquiera como la aspiradora, a los años de gloria del ho-
de esas películas que habían alimentado los em- tel. Estaba prácticamente encima de nosotros,
bustes de Abengoa. Pero el camarero estaba ha- espiándonos sin molestarse ya en fingir que
blándome, y yo, tan perdido en mis fantasma- limpiaba, pero el camarero siguió hablándome
gorías, no le prestaba atención. como si ella no existiera.
- .... Eso fue lo que acabó con el pa- -Pero las grandes historias de amor nun-
trón, y poco después con el hoteL Vino en todos ca acaban bien, ¿no es cierto? Acá confluyen el
los diarios, noticia de primera página. Antes de Eros y el T ánatos. En cinco años todo termi-
casarse con el patrón y abandonar su carrera, la nó. Yo aún no trabajaba en el hotel, pero me lo
señora Carlota había sido una de, las estrellas contaron.
más rutilantes de la calle Corrientes, no sé si la -¿Se mató en el ascensor? -especulé,
conoce, el Broadway de Buenos Aires. Aún me con una vehemencia en gran medida alcohóli-
acuerdo de ver cuando pibe su cara en las mar- ca-. Hubo algún fallo, y cayó desde uno de
quesinas de los teatros, rodeada de luces. Pero los pisos altos ...
se enamoró del patrón y lo dejó todo por él, -Desde el piso quince -el camarero
amour fou a primera vista. Linda historia de me' miraba ahora con extrañeza, como recelan-
amor, ¿no le parece? do algo o arrepintiéndose de su propia locua-
Sin darme cuenta yo había acabado mi cidad-. Pero qué quiere que le cuente, si el
copa. Una parte de racionalidad y prudencia señor parece que ya lo sabe todo. La señora
extraviada dentro de mí me advertía con es- Carlota acababa de salir de sus aposentos, que
panto que aún no había llegado ellunchtime y estaban donde después se ubicó la suite nup-
yo estaba ya borracho. Malignamente el cama- cial. No encontró al ascensorista de servicio, o
rero me sirvió más alcohol, que yo no rechacé. quiso manejar el aparato ella sola, y créame, se
El ruido de la aspiradora estaba mucho más cer- lo dice un profesional, ésa no es una tarea tan
ca, a mi espalda. Se interrumpió de golpe y me fácil como el público piensa. No le exagero si
volví. La criada me miró con una expresión in- le digo que yo a ese aparato le tomé cariño, a pesar
156 157

de su leyenda, no es uno de esos ascensores au- sepa -dijo, severamente en pie, vestida de ne-
tomáticos de ahora, tan impersonales, le doy mi gro, como una aldeana española-o El señor
palabra de que es como un Stradivarius. Me da Fainberg se volvió loco por ella, pero a Carlota
congoja pensar que va a perderse. El último as- él no le importaba nada. Yo la conocía bien:
censor manual de Buenos Aires. Como dijo un fui su asistenta en el teatro, y cuando se casó
diario de entonces, fue el ataúd de la señora con Fainberg me trajo con ella. Al poco tiem-
Carlota. po se aburrió y empezó a decir que por culpa
de aquel hombre había tenido que renunciar a
«El patrón la mató. Él trucó el mecanis- su carrera. Mentira, se lo digo yo. La carrera de
mo para que Carlota rnuriera.» Carlota estaba ya terminada, y por eso aceptó
casarse con él, para asegurarse una posición.
El camarero y yo tardamos un instan te y durante los cinco años que vivió después no
en darnos cuenta de dónde venía la voz y a paró de engañarlo. De mí no se ocultaba: có-
quién pertenecía, una voz tan indiferente co- mo iba a ocultarse, si yo la había visto en sus
mo esas que leen los partes informativos en la comienzos. Pero cada vez era peor, se ofrecía a
radio. Al principio la mujer soportó en silencio los clientes, como una puta debajo de un farol.
nuestras dos miradas. Era pequeña, un poco Se iba a una habitación con cualquiera de ellos
encorvada, una de esas mujeres de otros tiem- y el patrón andaba por los pasillos buscándo-
pos que llegaban a la vejez con la columna ver- la, y me sacudía a mí para que le dijera dónde
tebral torcida y las rodillas destrozadas por el estaba. Algunas veces la llegó a sorprender con
trabajo doméstico. Cuando volvió a hablar, con un amante y entró en la habitación para expul-
el duro acento de España apenas matizado por sarlo a patadas, imagine la vergüenza para un
inflexiones argentinas, sólo me miraba a mí, hotel de esta categoría, el escándalo. Yo andaba
pero no había fijeza en sus pupilas demasiado siempre cerca, por si ella me necesitaba, pero
miopes. ¿Habría sido ella quien le contó la his- no vaya a creerse que me trataba a mí mejor
toria a Abengoa, quien le dio la idea para el que a su marido. Tenía la cabeza llena de hu-
prolijo embuste que él me contó a mí? mo, creía que todavía era una gran actriz de
-Ahora que está muerto el patrón y que Buenos Aires, y el público ya la había olvida-
el hotel lo van a derribar ya no importa que se do. Una mañana la vi salir de la habitación de
~ 1

158 159

un gringo con el que había pasado toda la no- si yo le hablara en un idioma desconocido-o
che, en el piso quince, dando un escándalo. Des- Usted la veía en el piso quince, y la ha visto hace
de mi cuartillo había estado yo oyendo las ri- un rato en el comedor, ¿verdad? Siempre cer-
sas de los dos, los golpes en la pared, el ruido ca de ella, como entonces, por si necesita al-
de la cama, los gritos de ella, y además los del go. La ha visto haciéndome un guiño, pidiendo
gringo, que eran como los de los vaqueros en las fuego, como lo haría con los clientes cuando es-
películas del Oeste, cuando se suben a un toro taba viva, fingiendo que se le había torcido un
o a un caballo salvaje, los muy idiotas. Cuando tacón.
Carlota salió, el ascensor estaba abierto justo -Tiene que irse de aquí -la mujer
en aquella planta, y no había ascensorista, mire inesperadamente volvió a conectar la aspirado-
qué casualidad, si no faltaba nunca. A ella le ra, yal inclinarse para limpiar con ella en algún
gustaba manejarlo sola. La vi entrar en el as- punto de la extensión ilimitada de la alfombra
censor y un minuto después ya estaba muerta fue otra vez una criada vieja y menuda, trivial y
y destrozada. algo patética, una emigrante sin fortuna, sin el
La mujer dejó de hablar, pero no de mi- menor misterio-. Tiene que marcharse ense-
rarme. Tuve un escalofrío al descubrir que me guida. Usted es muy joven para pensar tanto en
había quedado solo con ella. Recordé con va- los muertos.
guedad que mientras la escuchaba sonó un tim-
bre y el camarero se marchó, quitándose la cha-
quetilla roja. Yodejé mi vaso vacío sobre la barra
e intenté algún gesto que aliviara la rígida situa-
ción, encogerme de hombros o sonreír. Pero yo
no había inventado a la mujer rubia, a pesar del
alcohol y de la falta de luz, yo la había visto,
había llegado a sentir su perfume de madreselva,
casi lo percibía ahora mismo, rozándome como
una insinuación, como una presencia de algo.
-Usted la ha seguido viendo todos es-
tos años -dije, pero la mujer me miraba como
.....••...
.--

XI

Siempre llega un momento, más tarde


o más temprano, en que la soledad más satisfe-
cha y autosuficiente se convierte en un estado
de quejumbrosa humillación, y en el que uno
añora miserablemente los cuidados de una es-
posa, de una madre abnegada. El lunes yo tenía
que haber volado de regreso a Pittsburgh. El
domingo empecé a notar un picor muy desa-
gradable en la garganta, y se me repitieron va-
rias veces los accesos sucesivos de calor que
habían empezado la mañana infausta de mi
lecture, y que yo consideraba derivaciones psi-
cosomáticas del berrinche provocado por la
innombrable Terminator. Recordé, con apren-
sión un paseo imprudente por la Costanera, un
mediodía de sol casi de verano y rachas de viento
atlántico que me enfriaban el sudor. Asomado
a las aguas del río de la Plata me había acorda-
do de Borges.

yfue por este río de sueñera y de barro


Que vinieron las naves afundarme la patria.
162 163

Dormí esa tarde una siesta extenuada rínticamente por culpa de la fiebre que seguía
e inquieta y cuando me desperté tenía fiebre, y subiéndome, y que cuando remitía era para de-
cada vez que tragaba saliva parecía que se me jarme tirado en la cama de aquella habitación a
iba a desgarrar la garganta. Siempre llevo en cada momento más hostil como un despojo de
I •
los viajes un frasco de Tylenol: tomé dos pasti- mi mismo.
llas que me aliviaron un poco, y procuré beber Llamé también a Morini, y por miedo
mucha agua, a sorbos, por el dolor de la gar- a que creyera que mi enfermedad era un pre-
ganta. Apenas fue de noche me dormí con la texto para alargar el viaje exageré innecesaria-
somnolencia engañosa de la fiebre. Aún tenía mente mi estado y puse un poco más ronca la
esperanzas de encontrarme mejor por la maña- voz: que no me preocupara, me dijo, que la salud
na, o al menos de estar en condiciones de ir al era lo primero, que él lo tenía todo bajo con-
aeropuerto y tomar el avión. Pedí que me des- trol, para eso estaban los amigos.
pertaran a las siete. A las cuatro y media estaba El miércoles me encontré por fin en
despierto, con la cara ardiendo, con la lengua condiciones de viajar. Recuerdo como una pe-
áspera, con la garganta hinchada, en un estado sadilla los trámites del check in en Ezeiza, las
físico y moral deplorable que sólo puede com- colas populosas delante de los desks, el espacio
prender quien haya pasado a solas una noche exiguo del asiento en clase turista donde pasé
de fiebre en la habitación de un hotel. doce horas en las que me venía en oleadas el
A las siete acepté el hecho de que no es- presentimiento de la fiebre, el pánico de que me
taba en condiciones de emprender el viaje. De- volviera a subir en aquel avión agobiante, con-
lirando de fiebre tuve que verme envuelto en virtiéndome de nuevo en eso que es uno cuan-
tortuosas gestiones telefónicas, primero para do está solo y se pone enfermo en un país ex-
cancelar mi billete e intentar que me hicieran tranjero: un paria.
una reserva en el vuelo del día siguiente sin pa- En los diez días de mi ausencia la nieve
gar una penalización exorbitante, luego para había desaparecido de los paisajes boscosos de
que la dirección del hotel me permitiera que- Pensilvania, y con ella cualquier rastro del in-
darme una noche más, lo cual trajo consigo vierno que dejé atrás al marcharme. En las pra-
malentendidos y dificultades y dilaciones que deras de Humbert College, en el gran espacio
se volvían más lentos y se enredaban más labe- abierto de Humbert Commons, el césped res-
164 165

plan decía al sol con un verde fuerte y luininb'-. le gustaba dejar mensajes importantes en ese
so, y todo el aire estaba perfumado de savia, del aparato sin alma. Tuve la tentación de llamado a
olor a la hierba que iban cortando con su ronro- su casa: pero jamás me habría atrevido a esa ho-
neo monótono los lawn mowers. Los estadouni- ra, las diez y media de la noche. En Pensilvania
denses se toman tan fanáticamente en serio las llamar por teléfono después de las diez es casi tan
promesas del buen tiempo como las del ameri- pecado (y casi tan delito) como ponerse a beber
can way of life: bajo los grandes chestnuts del alcohol una mañana de domingo en el aparca-
campus, en los que habían estallado casi al mis- miento de una iglesia.
mo tiempo los brotes de hojas nuevas y los ra- Dormí bien, a pesar de todo, porque
cimos de flores rosadas, las estudiantes, apenas había pasado en vela las tres noches anteriores,
había empezado a apretar el sol, se tendían en la y porque me tomé dos somníferos. Nada es más
hierba ya vestidas del todo de verano, en shorts, beneficioso para mi equilibrio personal que una
en camiseta, descalzas, manchas de piel muy buena noche de sueño. A pesar de la inquietud
blanca sobre el verde intenso de la pradera revi- conduje con buen ánimo las veinte millas de
vida en unos días tras seis meses de invierno. Humbert Drive que me separaban del trabajo,
No oculto que me latía incontroladamen- y al dejar estacionado mi coche saludé con un
te el corazón cuando empujé la puerta enorme y Hi lo más optimista que pude a las ancianas
pesada que da paso al Humbert Hall, donde es- secretarias del Spanish Department, que habían
tán las aulas y las oficinas del departamento. La salido del edificio para fumarse un pitillo. Sue-
noche anterior, cuando llegué a casa, desguaza- len ser muy amables conmigo" pero esa tarde
do por el viaje, puse el contestador automático me contestaron muy distraídamente, y una de
por ver si había dejado algún mensaje Morini: ellas, la jefa de administración, miró para otro
esa tarde, mientras yo sobrevolaba en un 747 el lado, como si no me hubiera visto.
golfo de México, se habría decidido mi ascenso Pero habrá que ir al grano, por usar la
a full professorship. Pero en la answering ma- expresión que repetía Marcelo M. Abengoa. En-
chine no había ningún recado, ni de Morini ni tré en el despacho de Morini, que estaba ha-
de nadie, y ese silencio ya me pareció un mal blando por teléfono y me sonrió y me tendió
augurio. Me consolé como pude recordando al- la mano pidiéndome por gestos que me sen-
go que me había dicho Morini una vez, que no tara, y que después de tenerme veinte minutos
166 167

esperando a que terminara una conversación -Yo soy tu amigo, Claudio, desde el
a todas luces banal, o cuando menos susceptible principio aposté por ti, tú eras mi candidato.
de ser abreviada, me dijo sin mayores preámbu- Pero no te oculto que al surgir la candidatura
los que sentía tener que ser él quien me diera la de S.M. (ella prefiere que se la llame con esas
noticia, y que el departamento había desesti- iniciales, como sabes), tú no tenías a ghost of a
mado mi ascenso, decidiéndose por otro can- chance, estabas perdido, y no sabes cómo me
didato más suitable. cuesta decirte esto, qué malas noches he pasa-
Hasta ese momento yo no había sabido do. No es sólo su currículum, sus publicaciones,
que hubiera otro aspirante al mismo puesto que el número de mentions que tiene en trabajos
todo el mundo, durante los últimos meses, me de otros, en los journals más respetados. Com-
había asegurado que sería para mí. Pude mante- prende que es una mujer, y que es lesbiana. Más
ner la dignidad porque estaba sentado: si la no- del diez por ciento de este país es gay y lesbian,
ticia me pilla en pie es probable que las piernas Claudio. ¿Y cuántos profesores de este depar-
no me hubieran sostenido. Con un hilo de voz tamento tenían hasta ahora esa sexual orien-
pregunté quién era el otro candidato: tation?
-Candidata. Creo que os conocisteis en Me encogí de hombros: habría debido
Buenos Aires -Morini se miró las puntas de sujetarme a los brazos del sillón, porque Mori-
las uñas, perfectamente polished-. Ann Gadea ni amplió la sonrisa y dijo:
Simpson Mariátegui. -Sólo yo.
Al decir ese nombre (esa lista amenaza- -¿Tú? -casi me levanté de la sorpre-
dora de nombres, más bien, como si en vez de sa, de la incredulidad: ¿Morini gay? ¿Morini,
una mujer mi victoriosa adversaria fuese todo que en los años anteriores a las severas prohibi-
un pelotón de terrninators), Morini levantó los ciones del sexual intercourse entre profesores y
ojos para estudiar el efecto que provocaba en estudiantes había sido un seductor implacable
mí. Me imaginé impasible, digno, despectivo, de las alumnas más jóvenes, fascinadas por su
orgulloso, golpeado, pero no vencido, apreté los tez morena, su bigote y su melena negra, su le-
dientes y respiré hondo y suave intentando no yenda romántica y muy nebulosa de ex guerri-
echarme a llorar, a llorar embarracado, como llero urbano o payador perseguido (leyenda más
decían antes las madres españolas. bien dudosa, pero muy cultivada por él mismo)?
168 169

-Bueno, no exactamente gay -por un dos straight, el viejo machismo español no se


momento pareció que tenía miedo de que yo rinde.
le echase en cara todas sus aventuras con muje- -Pero si publiqué hace nada un artícu-
res-o No seas narrowminded, Claudio. Yo me lo sobre Juan Goytisolo, y acuérdate que me
definiría como bisexual. citó elogiosamente Paul Julian Smith.
-Pues ni eso te lo había notado yo, qué -¡Cómo no iba a salir de nuevo Paul
quieres que te diga. Julian Smith y su célebre cita! -Morini, me-
-¿Y crees que no me sentía intimidado lodramáticamente, alzaba los brazos como in-
ante una persona como tú, tan macho español, vocando al cielo-. No es por herir tu vanidad,
tan blatantly heterosexual, y te ruego que no te Claudio, pero en rigueur no fue exactamente
sientas ofendido? Ha sido muy duro, todos estos una cita, fue más bien una mención de pasada,
años de sufrir en silencio, de temer que alguien ni siquiera una footnote.
como tú advirtiera mi diferencia. Pero por fin Me espantó aquel signo de mezquin-
me he atrevido a lanzarme out of the closet, dad: el tipo se había molestado en comprobar
a mostrarme como soy de verdad. que entre los cientos de notas con letra dimi-
Iba a decirle que yo no le había notado nuta al final del artículo de Paul julian Smith
ningún cambio, pero preferí encerrarme, por no estaba mi nombre, detalle que por cierto yo
usar su propio vocabulario, en el closet de mi tampoco había dejado de advertir.
propiO rencor. -Pero tú también has escrito sobre
-y no pongas esa cara de self piry, . Cervantes, Morini -acerté desmayadamente
Claudio, por favor, no te aproveches de nues- a objetar.
tra amistad para hacer que me sienta culpable -Por supuesto, pero desde un approach
-puede que yo tuviera cara de self pity, pe- innovador, teniendo en cuenta a Lacan y a
ro Morini no mostraba en la suya ni un ras- Kristeva, y sobre todo la Queer Theory, el cut-
go de piedad, ni de compasión-o Reconóce- ting edge de la crítica, atreviéndome, arries-
lo, no te has renovado mucho últimamente. gándome un poco, Claudio, off the beaten
¿Sobre quién das cursos, qué papers escribes? track, acuérdate de mi estudio sobre drag queen
Siempre la vieja guardia, los viejos varones epistemology y cross dressing en la segunda
europeos muertos, y desde luego, eso sí, to- parte del Quijote ... Pero ustedes los españoles
.-,.--

170 171

no pueden soportar que su gran héroe fuese en comprendiendo que yo mismo estaba labrán-
realidad completamente queer, que lo manda- dome la perdición: Morini ponía cara de estar
sen a la cárcel no por un delito fiscal, sino en un a punto de mesarse los cabellos, o entregar-
episodio típicamente español de gay bashing, de me a esa Inquisición a la que me suponía tan
persecución al homosexual, al judío, al disiden- próximo.
te, al maricón, como dicen ustedes, que menuda -«Una chica negra, bastante gorda»
palabra, ya casi equivale a una lapidación. -Morini imitaba mi acento español, aunque
Morini empezó a ordenar unos papeles bajando la voz, y mirando un instante de soslayo
sobre su amplia mesa de chairman, se quedó la puerta del despacho, que estaba cerrada-o
como estudiando una carta o un formulario, ¿Quieres buscarme la ruina, Claudio, hablando
algo de mucha importancia, parecía, lo fue de- de esa manera delante de mí? ¡Y luego te que-
jando caer poco a poco mientras levantaba la jas de que te acusen de white supremacist! Esta
cabeza, todavía sin mirarme, y se subía las ga- chica african-american, sobre cuyo aspecto
fas. Pensé: «Ahora viene lo peor». físico no hay necesidad de hacer ninguna ob-
-Hay otros problemas, Claudio -di- servación ofensiva y/o discriminatoria, vino a
jo, ya muy serio-o Soy tu amigo y no quiero quejárseme porque le habías marcado su últi-
ocultártelo. mo paper con una C.
Tragué saliva y con un gesto lo animé -Por lo menos la aprobé, ¿no? No sabe
a continuar el suplicio. nada de nada. No interviene en las clases, ni si-
-Sospechas de racismo. De cierto race quiera habla con los demás estudiantes. Se que-
bias, al menos. da dormida masticando.
-Pero eso es una calumnia -balbucí, -La aprobaste, Claudio, qué palabra.
como un acusado sin defensa, sintiéndome Ustedes los españoles siempre aprobando y de-
ya definitivamente perdido--. Tú me conoces saprobando a la gente, siempre con el espíritu
desde hace años, Morini, sabes que yo jamás, de gran inquisidor. ¿Estás seguro de que la race
ni de palabra ni de obra ... y el gender de esa chica no te inclinaron, aun
-Esa estudiante tuya, Ayesha algo... de manera subconsciente, a darle esa mark tan
-¿Una chica negra, bastante gorda? baja? Soy tu amigo, Claudio, a mí me puedes
-nada más decir esas palabras me arrepentí, abrir el corazón.
172 173
-Por Dios, Morini, los dos mejores es- rato después, y entonces las secretarias, que es-
tudiantes que tengo son chicas, una de ellas tán siempre al acecho, me sonrieron con per-
african-american, y la otra china, perdona, chi- fecta falsedad y me desearon angelicalmente a
nese-amencan. good day, no sin la complacencia de ver humi-
Casi sonreí, creyendo que me había llado a alguien que ocupa una posición supe-
apuntado una mínima victoria, pero Morini no rior. Encerrado en mi oficina, le escribí a Mo-
parecía nada convencido, ni siquiera dio la im- rini, después de deliberaciones dolorosas y de
presión de haber escuchado mis últimas pala- borradores sucesivamente más audaces, una Iet-
bras. De nuevo tomó de la mesa un papel, un ter of resignation, en la que más o menos venía
formulario o el cuadernillo de un journal, y suje- a decide que escupía sobre la limosna académi-
tándolo entre las dos manos levantó despacio la ca y laboral que me había ofrecido.
cabeza y empezó a hablar antes de mirarme. Me Releí la carta, la doblé, la guardé en un
sentía como si estuviera a punto de ser enviado sobre con el membrete del departamento, ima-
a un campo de reeducación norvietnamita. giné con anticipado orgullo una travesía del
-Me ha sido muy difícil, Claudio, pero desierto académico tan ardua como la de mi
soy tu amigo y la amistad yo la pongo por enci- amigo Mario Said. Al salir de la oficina, camino
ma de todo. No te oculto que tu situación en del despacho de Morini, me puse la carta en el
Humbert College no es envidiable. Te he de- bolsillo.
fendido mucho, pero eso no basta, también tie- Todavía la tengo allí, dos semanas más
nes tú que poner de tu parte. Tendrías que dar tarde. Me digo que este retraso no ~s una cuestión
algún signo, enrolarte en algún taller de race sen- de cobardía, sino de prudencia. ¿Voy a volver a
sitiviry, citar a otros autores, iYauroras!, en tus España, a estas alturas de mi vida, voy a empezar
cursos. Ann Gadea, te adelanto, es una mujer otra vez de cero en cualquier otra parte, ahora
magnánima. Me ha dicho que te valora mucho, que tengo casi pagado el mortgage de mi casita,
que espera colaborar contigo en el día a día del y que según parece, Morini y Ann Gadea quie-
departamento ... ren contar conmigo y valoran mucho mi posible
Justo entonces yo tendría que haberme aportación en la nueva etapa del departamento?
levantado y haber salido del despacho de Mo- A finales de mayo, cuando termine el
rini dando un portazo, pero no lo hice. Salí un spring semester, he decidido que viajaré a Ma-
174

drid. Entre unas cosas y otras ya hace tres años


Este libro
que no voy a España. Tendré que mirar en mis se terminó de imprimir
papeles a ver si no he perdido la tarjeta de Mar- en los Talleres Gráficos
de Unigraf, S. L.
celo Abengoa. Me gustaría decirle que el hotel Mósroles, Madrid (España)
en el mes de noviembre de 1999
Town Hall de Buenos Aires ya habrá sido derri-
bado, y que sólo en nosotros dos, en nuestro re-
cuerdo o nuestra imaginación, sigue habitando
todavía Carlota Fainberg.

También podría gustarte