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FIGUEREDO
ALVARO FIGUEREDO
POESIA
M M M éM a mMM M m gÉ@
P m m * MMm -m ^ J»*& #9 # * # « t - **#«#**
A lvaro Figueredo es, sin d u d a , uno de los mayores
poetas uruguayos, aunque su obra, tod avía poco d i
fundida, no ha alcan zado aún el a m plio reconocimiento
(o, m ejor, su con ocim ien to) que se le d e b e . Esta, es
casa difusión tiene, en parte, explicación en la actitud
del po eta m ism o, que, contrariam ente a lo que es ha
bitual en el Uruguay, vivió siem pre obsedido por el
ac to cread o r, que es lo sustantivo, y no po r la am bición
p u b lic ita ria , que es lo accesorio- T a n es asi, que, a
pesar de que su produ cción en verso y prosa es m u y
vasí'a, sólo publicó dos libros de poem a s, separados el
uno del otro po r un período d e veinte años. El prim ero
de ellos, D esvío de la estrella ( 1 9 3 6 ) , puso de manifiesto
que había allí un poeta, pero no to d a vía el poeta de
personalidad inconfundible que con plen itu d se evi
dencia en el segundo, M u n d o a la vez (1 9 5 6 ) y en
muchos otros poem as que, aun cu an do no fueron leu-
nidos en libro, hicieron sentir, a quienes los conocieron,
la espléndida presencia de una v o z hum ana y poética
de, a la vez, apasionada y lúcida a u ten ticida d.
L a selección de sus poem as que ahora se pu blica,
es alto testimonio de esa voz poética y h u m a n a . N o es
ésta la hora del análisis crítico que, sin lugar a dudas, se
tendrá que ir haciendo, cada vez mas a cen d rad am en te,
a todo lo largo y lo ancho de este m u n d o poético que
apresa la aventura h um an a, transferida en clave esté
tica, d e su creador. M a s aunque no es el lugar, aquí, del
análisis crítico, es preciso, sí, y a m od o d e una lápida
apertura, an otar algunas breves observaciones.
El m u n d o poético de A lvaro Figueredo, y pienso
que es necesario subrayarlo com o cualidad fundam ental
si se le quiere co m pren d er en su totalidad de significa
ción, es, a la vez, unitario y rico en inflexiones. L a uni
d a d está d a d a p o r el apasionado sentimiento de lo
terrestre que late en el corazón lírico del poeta y que
perm an en tem en te signa cada uno de sus versos. Es
un corazón siem pre estremecido p o r los contenidos de
su entrañable contorno, .tanto p o r las vigorosas savias
del m u n d o inm ediato que lo rodea com o por los ecos
de un pasado histórico que, con fuerte sentimiento
comunitario, siente incorporado a su propia vid a . Pero
com o to d o auténtico po eta lírico, A lvaro Figueredo
transfunde su propio sentir a ese m u n d o externo ( para
él tan existente, y en el cual siem pre se asienta y del
que nunca se fu g a ) y lo recrea poéticam ente, ciñiéndolo,
en ocasiones con luces y sombras de misterio, porque sabe
ver lo que la realidad tiene de estribaciones m ágicas. Este
sentimiento1 de lo terrestre, que es un entrañarse en
la v id a y en su propia vida, confiere u nidad a su obra
po ética p ero se manifiesta, com o qu eda dicho, 'a través
de una rica d iversidad de inflexiones. L a poesía de
A lvaro F igueredo va desde lo hisl'órico-regional, donde
lo lírico y lo narrativo se concilian, hasta el desgarrado
subjetivism o de sus poem as “ adictos al o rd en y el de
lirio ” , en los que, buscando las más hondas y oscuras
raíces de su propio ser, im pone a su poesía tonalidades
próxim as al surrealismo. En algunos de sus poem as
(léase, p o r ejem plo, la espléndida E x altac ió n de B a r
to lo m é H id a lg o J , m ach adianam en te c a n ta y c u e n ta ; en
otros ( léase C ae u n a h o ja ete rn a , de M u n d o a la v ez ),
el canto y el cuento parecen trizarse para expresar fiel
m en te lo que se halla en los límites de lo expresable.
*
6
Im posible term inar sin decir algunas palabras sobre
la excepcional tensión form al de esta poesía. T a n to en
sus poem as d e entonación populan com o en los que buscan
su acento en la distorsión de los ritmos tradicionales,
es visible La lúcida conciencia de lo verbal, que arqui
tectura sin desm ayos el ritm o de cada verso y la es
tructura total del p o e m a . C a d a palabra encuentra su
ubicación precisa, cada a djetivo cualifica con nitidez a
su sustantivo. Se siente que la inspiración creadora,
que no decae, está sin em bargo, siempre regida por
una alerta conciencia estética. T o d o gran poeta, afir
m aba Federico G arcía Lorca, lo es p o r la gracia de
Dios o del D em on io, pero, ta m b ié n , p o r tener clara
conciencia de lo que es un p o e m a . Y tal es la poesía
de A lva ro Figueredo, de la que el lector po drá hacer
u n prim er acercam iento a través de esta selección,
realizada p o r la viuda del poeta, A m a lia de Figueredo,
cuya ten az devoción ha hecho posible que comience a
divulgarse, com o es necesario que lo sea, la obra del
poeta de M u n d o a la vez.
7
MIS OTROS
ROMANCE A ABEL M ARTIN
11
2
12
El m ar estaba dorm ido
soñando un miércoles m uerto
pero yo estaba soñando
durm iendo un miércoles ciego.
Ya nadie sabe quién soy
y en cuanto soy, sólo veo
un m ar que m ira sin ver
las hojas de un m ar eterno.
Si yo no fuera quién soy
pensara que era un espejo.
1948
13
SEÑ AL EN LA N IE B L A
1938
14
1. - NIÑO Y RELOJ DE ARENA
15
(— ¿C uál es el m ar, Polícrates?)
Vacío
cristal. El tiem po al m ar. ¡Q ué instante de oro
la arena y yo, su sinsabor y el mío!
1944
16
2. - NIÑO Y RACIMO DE UVAS
(U M B R A L . —■ La ca lle d e m i casa co n
d u cía a las viñas d e m i abuelo. A q u el
verano, en h on d os cu évan os d e m im bre, se
am on ton ab an los p rietos racim os en sazón.
U n negro viejo , todo vio leta d e uvas y de
vin o, m e o fren d ó el racim o m ás denso de
la v en d im ia con estas m ascujadas palabras:
“G om e d e él q u e te dará el am or. G óm elo
y las m uch ach as irán por tí” . B ajo algún
árbol, caviloso, m e d i el hartazgo d e aq u e
llas uvas m ágicas. A aq u ellas u vas las reen
con tré m il veces, en paisajes sin viñas
ni J acin to, — q u e éste era el n om bre del
n egro— , en paisajes q u e no debo contar.
Q u e can to y lloro a v eces ¡cu án tas veces!)
17
(— ¿C uál es la tierra, Ulises?)
Vid oscura,
racim o e te rn o : a m o r. . . ¿E n qué verano
me acribilló tu m unición m adura?
1944
18
3. - NIÑOS Y LUCES AUSTRALES
(A q u el a n o c h e c e r m i r a b a yo h a c ia el sur,
có m o se d e s m o r o n a b a el h o riz o n te en sú b itas
cenizas. V i d a n z a r, tr a s el seto h a b it u a l, no
sé q u é luces m á g ic a s, lin dísim as. M e p a re c i ó
y a en to n ce s, u n excesivo lu jo del aza r, q u e
t a n e fím e ro e s p ectá cu lo estuviese d e s tin a d o
a m is o jo s solos. Pensé, c o n je t u r é , q u e , d e
golpe, y c o m o u n t r u e n o fino iba a b r o t a r
d e sd e el v il lo rrio re c ié n a d o r m i l a d o , u n
grito e n o rm e , p a r e c i d o al cielo o al c a m p o .
N a d i e re s p o n d ió . E n to n c e s p r e t e n d í g r i ta r
yo, con el jú b i lo de la voz d e todos, y el
g rito , t a n g r a n d e , se m e e v a p o ró d is ti n ta
m e n t e c o m o tr a n s f o r m á n d o m e el pecho , un
d u lc e p e c h o d e h o j a d e p a lm a . M e h a n
d a d o e x p licac io n es d esd e e n to n c e s a h oy :
— e je rc icio d e tiro d e a l g u n a e s c u a d r a — ,
q u é sé yo c u á n ta s cosas. P e ro no, a q u e llo no
f u e eso. E r a o t r a cosa. A ca so este s o n e to . . .
. . Su esqueleto
19
D ebí g ritar lo que ahora clamo. Ram o,
bengala al m ar, efímero desierto
del ser sin nom bre, en que m e encuentro y amo.
1944
20
A L V A R O N U P C IA L
21
SI, P E R O N O .
22
N O C T U R N O D E L M IE R C O L E S
1948
23
V E R G Ü E N Z A D E M O R IR
1954
24
N A R C IS O E N L U T A D O
26
FABULA Y PAISAJE
FA BU LA D E L T O R O
29
FA BU LA D E S E T IE M B R E
1950
30
FABU LA D E L D E L F IN
31
CA BA LLO EN V IL O
1950
32
CABALLO J U N T O AL M A R
El valle y su llanura
voy a cantar, oh m adre azul y blanca,
el m onte y su espesura,
el río y su barranca,
la sierra y su em brujada salam anca.
34
Voy a can tar el coro
que en trin ad o ra cáted ra levanta
el vasto om bú sonoro,
y el aire que m e encanta
cuando un zorzal m e incluye en su garganta.
Falaz banderillero
del im portuno huésped, lo desvía
de su lom ada, el tero,
y el cielo azul estría
con su puón y acústica ironía.
35
D erram a, oh cielo, entero,
sobre m i pecho el cántaro del día,
desde el albor prim ero
de R ocha a la agonía
de una b an d ad a hacia M artín García.
1945
36
EL E G IA D E A B R IL
41
L a fragua azul de febrero
bisiestas flechas batía,
y el m ar se quedó sin sal
— lim ón que se vuelve lim a— :
todos sus filos mellados,
todas sus ascuas dormidas.
— Si verdes puertas soñáis,
catad esta agua, Ju a n Díaz.
— M ás os valiera, a estribor,
ver cómo danzan las indias.
— M erm ad la lengua, D on Juan,
si malos sueños la hostigan,
que no m ujeres se ven
aunque varones se m iran:
los altos pómulos, duros
como ballestas antiguas.
Con plum as llevan la frente
y la cintura ceñidas,
y tallan m uertes de piedra
con minuciosas aristas.
— R em ad, remeros, rem ad,
rem ad, la m arin ería;
m irad, en la tierra firme,
árboles rojos y ariscas
m uchachas con tres azules
rayas en cada m e jilla . . .
42
Atolondradas gaviotas
añicos de cielo hacían,
embravecía el instante
su resolana de avispas
y hollaban médanos de oro
las botas de la Conquista.
—Malhaya, dura centella.
—Malhaya, piedra mezquina
que ya quisiera cegarme
el manantial de la vida.
—Ay, compañero Alarcón,
ay, compañero Marquina,
que ya olvidándome están
las cuatro puertas del día.
La muerte viene por mí
con un mascarón de oliva,
y nada tengo que darle
si no la flor de mi herida,
que hasta esta flecha que sueño
más de la muerte es que mía.
Pero si la mar bebiera
mi rastro azul de amatista,
madre de tres islas verdes,
al pie del aire, la haría.
Ay, si me mira la mar
no moriré sin semilla. . .
Pero la mar se extraviaba,
pero la mar no la oía.
—Tronad, lombardas, tronad,
que muerto está Don Juan Díaz,
entre la arena y el trébol
su soledad repartida.
Francisco Torres m iraba
la m ariposa del día,
como un testam ento azul
con negras alas de tinta.
— M alhaya la D ulce M ar.
— M alhaya su am arga orilla.
De plum as quedó, y de pólvora,
la verde costa mestiza,
y un rem olino enlutado
hinchó las velas latinas.
44
E X A L T A C IO N D E B A R T O L O M E H ID A L G O
I. — EL V IL L O R R IO
45
II. — LOS AÑOS MOZOS
46
III. — EL SISTEMA
48
V. — LA VICTORIA DEL CIELO
1952
49
IV. — AL COMPAS DEL CIELITO
48
V. — LA VICTORIA DEL CIELO
1952
49
ROM ANCE DE
LA BA TA LLA D E LAS P IE D R A S
50
Cejijunto se pasea
por la sala a paso largo.
Dicele el ceño su cólera,
ni inquietud dícela el paso.
Si su sombra no se ve
recorrer el muro Manco,
es que oficiales en füa
le remiran a ambos lados.
Cuando d Virrey se repone,
así prorrumpen sus labios,
así al Capitán Pesadas
ordena con gestos agrios:
—Traerfíde codo con codo,
que yo el Virrey, os lo mando;
masones de allende el río
gauchos de aquende, hanlc dado
ínfulas que mal le avienen
a tan grande perdulario.
Como Virrey que lo soy,
como Elfo que me llamo,
juicio abriránle estos muros
como a perro sanguinario.
En el pueblo de Las Piedras
habéis de cerrarle el paso;
tres leguas de aquestas losas
no habrán de pisar sus tacos;
si es que sus botas traidoras
el suelo montevideano
vuelven a pisar, lo sea
como reo y por jungarlo.
51
Id ya, C ap itán Posadas
y en nom bre del Rey Fernando
como a blandengue sin ley
entregádm elo aherrojado.
Y así Posadas responde,
m ano al pecho, tono airado:
— V uestra orden voy cum pliendo
p ara prez y desagravio
de aquesta noble ciudad
de San Felipe y Santiago
por d a r de lealtad ejemplo,
y gusto a mi propio brazo.
52
mas san gauchos los jinetes
y ¡guay!, k> que puede un gaucho.
Tres días con sus tres noches
han sudado los caballos,
desde Pando a Canciones,
de Canelones a Pando,
que de entrambas puntas bajan
como dos ríos hermanos,
—en impaciencia parejos
sí es que aún no en lid apareados—,
gente que Manuel Francisco
soliviantó en estos pagos,
y gente que en el oeste
se afari con Joaé Gervasio.
Si d temporal diera tregua
otro gallo habría cantado,
mas desde el 12 de noche
al 16 despuntado
un solo paño de lluvia
se estuvo deshilacliando.
De acá va Manuel Francisco
con trescientos voluntarios.
Hasta más de los encuentros
las bestias resuman barro,
que chiripá de merino,
d délo ha estado negreando,
y por no mostrarle tan
agorero le agenciaron
cribos de plata, la lluvia,
cordones de oro, d relámpago.
53
El 16 la escam pada
les abrió cancha y m archaron.
El godo por im pedirlo
hasta el Sauce ha destacado
una patru lla que, al fin,
llega sin poder lograrlo;
pero ya que llega al Sauce,
pero ya que allí ha llegado
sobre la estancia del padre
de A rtigas en tran a saco
y hacia el sur arreando van
los m il vacunos robados:
que si no mil reses gordas
sí que son m il odios flacos. . .
L a tard e del 17
los A rtigas se encontraron.
El Canelón Chico puede
decir lo que yo m e callo,
que azules lenguas le sobran
p a ra avivar el relato.
Lo que sí agrego, seguro
de no e rrar ni por un palmo,
es que esa gloriosa víspera,
es que esa noche de mayo,
h ab laro n m ás que las bocas
las brasas de los cigarros. . .
55
A las 9, exactam ente,
del 18 de mayo
salió don A ntonio Pérez
a cum plir artero encargo.
El español por seguirle,
abandona un altozano,
así su v entaja toda
sin querer ha m al usado.
A sus capitanes llam a
A rtigas p ara inform arlos
de su plan y distribuir
las alas de su comando.
La izquierda da a Valdenegro,
el ala diestra a su herm ano.
A las 11, oíd, las 11,
a b atallar h a n entrado.
A las 11 se movieron
los ejércitos contrarios.
A las 11, oíd, las 11,
setos de p ita añoraron
m ás que sus lanzas fallidas
su bohordo atalayado,
su nostalgia de altas flores
con que ver el espectáculo.
Seis horas se com batió
sin d a r ni tom ar descanso;
tacuaras tintas en sangre
el alto cielo tocaron.
¡ Q ué torres de negra p ó lv o ra!
¡Q ué torres de cuervos altos!
Por el fondo de la muerte
diez cañones preguntaron ;
negra respuesta le dan
remolinos de caballos.
Bajo un ombú de humo negro
cien hombres se están helando,
los ojos llenos de sol
y anochecido el costado.
Un horizonte de pólvora
a Posadas va cercando;
las patas de cien caballos
siente detrás de los párpados.
Bandera de parlamento
Posadas ha levantado.
A las cinco de la tarde
&e rindieron los hispanos.
57
y senda de m uerte va
con la pólvora regando
hasta el centro de la plaza
donde por fin se h a parado.
Luego que enciende una m echa
la alza con la diestra mano.
El enemigo le h a visto
el enemigo ha tem blado,
que tam añas actitudes
se cum plen a corto plazo.
Ya la guardia se ha rendido
ya sus arm as h a entregado.
C larín azul, azulísimo,
h a salido a publicarlo.
Do
R O M A N C E D E LA D E C L A R A T O R IA
D E LA IN D E P E N D E N C IA
59
M anuel Calleros firm adas,
con la circular ad ju n ta
que explica bien a las claras
cómo h an de elegirse los
diputados de la patria.
La lluvia pone al caballo
nerviosas crines de plata.
La villa de la Florida,
villa de Florida Blanca,
—la Iglesia y a tiro de honda
el puñadito de casas— ,
en un altozano está
un arroyo a cada banda.
Bien lo sabe el G eneral
que a un galope de ella acam pa
con mil patriotas resueltos
a entreverarse en batalla.
L a V illa de la Florida,
villa de Florida Blanca,
tres lustros de vida tiene
(aunque su historia es más larga)
que el año 9 el Cabildo
hizo donación por acta,
(previo dictam en del síndico
que asuntos del Fisco tra ta )
de la estancia del Pintado
p ara que fuera fundada
y un canon anual le fijan,
— de cuatro reales por cu ad ra—
los cabildantes en prosa
m uy sentenciosa y galana.
60
M as ya no recauda el canon
el M ayordom o de E spaña:
porque don Pedro I
del Brasil es el que m anda,
y L eror es quien gobierna
esta cisplatina Banda.
Y Lavalleja es el jefe
de la fuerza m encionada,
que a galope va a la Villa
porque en la V illa lo aguardan.
Del cuartel a la Florida
hay una legua. C abalga
entre talas y laureles,
el General, sin más guardia
que el pelotón de lanceros
del chaparrón a su zaga.
— Dése prisa, General,
que a la p atria lleva en ancas
y el paso de los Dragones
está con seis cuartas de agua.
Santa Rosa, m ayorala
de tem porales chasquea
látigos largos de plata.
El G eneral Lavalleja
costea, — las riendas altas— ,
el Santa Lucía Chico
entre laureles y talas.
— Dése prisa G eneral
que a la p atria lleva en ancas.
Y el general más defiende
esa im agen de su alm a
61
porque el fango no le alcance
el entredós de la enagua.
— Dese prisa G eneral
que es gran día el de m añana
y los cuervos del Im perio
no están m etidos en jaula,
que un bando dictó Lecor
poniendo precio a su fam a,
diz que mil quinientos pesos
por su cabeza ofertara.
Así le h abla al G eneral
la voz de la sudestada,
y él se sonríe con una
sonrisa incrédula y ancha;
que a tal bando no le teme,
ni la tin ta de él le m ancha,
que con la m uerte ya tiene
más de una polca bailada.
Veraces crónicas cuentan
a fe que no le en tran bala
ni chuza, y es la verdad
pues hay como atestiguarlo.
¿C uántos caballos le hirieron
y m ataro n que él m ontaba?
U n indio perdió la cuenta
que hasta diez no m ás contaba.
¿Y cuándo en el año 13
de V igodet se burlaba
haciendo escarcear el pingo
del godo en las propias barbas,
ahí nomás como quien dice
mismo al pie de la muralla?
Poned atención y oíd
de qué modo se burlaba:
cuando a tiro de pistola
y más cerca de ella estaba
con la mano abierta, así
en la boca se golpeaba.
— Dése prisa, General. . .
Ya va entrando por un abra;
ya el zaino sufre la orden
en los ijares clavada;
ya resoplando atropella
el cristal de la picada;
ya el recio cauce vadea
con las estriberas altas:
ya va a galope tendido
entre el verdor de las chacras;
ya entra por la calle real;
ya va doblando la plaza;
ya, al costado de la Iglesia,
el General descabalga,
con un pañuelo secándose
la mucha agua de la cara.
Chisguetes de barro chirle
le recaman la casaca
con muy dignos entorchados
que así le ofrece la patria.
El cura de la parroquia
{ñensa, con imagen sacra,
que nunca el barro tuviera
63
virtud tan inm aculada
desde que Dios le infundiera
vida a m ateria tan baja.
Ya a recibirle h an salido
muchos patricios y dam as.
D oña B ernardina, esposa
de Rivera, así le hab la:
— C om padre, si usted quisiera
esa ropa se m udara.
Y el general le contesta
de esta guisa: m uchas gracias
señora; eso lo harem os
después que tengam os patria,
y a paso de héroe penetra
al interior de la sala
donde están deliberando
varones de prez hidalga.
Se hace un silencio abierto
en abanico, que guardan
manos que buscan su m ano
y cervices inclinadas
y algún suspiro de plum as
sobre la cuartilla blanca,
que hasta el goterón del patio
enm udeció en la tinaja.
El general Lavalleja
con palab ra esperanzada
hace un exam en prolijo
de las fuerzas de la p atria
y sobre la mesa deja
la espada desenvainada
64
para que sea la ley
quien se la vuelva a la vaina.
Desconocidos caballos
se ven desde la ventana.
f-a< bestias girando en torno
del firme palenque, atadas,
bajo un trigal de lloviznas
van, con forastera estampa,
moliendo en fácil tahona
líquidos granos de plata.
El ojo dd General
los va palmeando en el anca.
A todas les oscurece
d pdo la lluvia tanta:
las tordillas están moras,
las bayas están tostadas,
éstas, y estas otras
como la noche cerrada.
¡Qué agosto más llovedor!
¡Un diluvio! Si escampara...
igual que un pucho, el crepúsculo
pura ceniza, se apaga
y la noche va colgando
una por una las trancas
poniendo en todas las bocas
la palabra esperanzada:
— Hasta mañana!
¡Qué fé
al decir —¡ Hasta mañana!
El veinticinco nació
azul de la cruz en anca,
día de feliz m em oria
inm ortal desde las barras.
G ente forastera llega
en carruajes y volantas;
por no perder la función
traen el lucero de cuarta.
Sobre la villa flam ea
una emoción de tres franjas.
Los diputados están
instalados desde el alba;
bajo un techo de totora
peinada con m ucha m aña
catorce sillas ocupan
de la sala toda el área
que m ide ni un dedo más,
cuatro y m edia por seis varas.
El acta de Independencia
los diputados redactan.
D on Ju a n Francisco L arrobla
dicta con p alab ra tard a
lo que se escribe con plum a
prolijam ente cortada.
Escribe Felipe Alvarez
con dignidad caligráfica.
Así se entienden:
— ‘Dos puntos”
— “ E stá” .
“ P D eclara
írritos, nulos, disueltos
66
y de ningún v a lo r .. . ”
Pausa.
U n callado am or azul,
blanco y rojo los em barga
que la luz del patrio día
resplandece en la ventana
y la m itad de las negras
vestiduras les destaca.
¡Q ue D on Felipe! L a plum a
levanta p a ra adm irarla
v al fin recobra la hebra
/
68
ROMANCE DEL CANDIL DESVELADO
M
“— Por la señal de la santa
cruz.. cuando el trueno imagina,
con vellón de m edianoche,
alm ohadas de pesadilla.”
70
Ay, el candil, el candil,
charquito de sangre fría,
m ostrando la en trañ a por
donde se le fue la vida.
¡ Con un corazón tan blando,
ay, y con tam añ a herida!
Eo la de la posta
los changadores disputan
valijas de hule caliente
y escotes de hembras esdrújulas.
73
Y cuando el poste esquinero
queda sin som bra ninguna
y se derram a en la calle
la forastera balum ba;
y el gallo del truco enarca
sus cuarenta y siete plumas,
San Isidro L ab rad o r
sueña propinas de lluvia.
74
Cesa el tiempo sobre la áurea
moneda que el trompo adula:
—Shi ti mi lleg’a ladíá,
ti viá mand'á a la cafúa. . .
75
En la sartén cantan, anchas,
las tortas fritas, su holgura.
Y hacia el sur, el cerro canta
la canción de P an de Azúcar,
como un tam boril de piedra
que no se le acaba nunca.
76
ROMANCE PARA
ACOMPAÑAR A UN DIFUNTO
78
(Algunos k llaman muerte,
otros le llamamos miedo,
que soñar siempre será
morirse entre pastos muertos.)
V como estaba acostado,
metió en d gatillo d dedo
dd pie y preguntó a la muerte
la paz de los chacareros.
Lo encontraron, casi tibio
charoo de sangre y silencio...
80
(¿Olvidáronle? El más viejo
se fue a trenzar un bozal.)
Todo el pago se abrió en tomo
de una altiva voz feudal:
14—Que k> traigan, vivo o muerto,
si un es un bagual,
un hombre es un hombre y siempre
d hombre es quien puede más.*’
82
y se las tiró a las patas
del recuerdo del bagual:
“— El que quiera bolear som braj
con som braj laj boleará” .
1953
38
EL AIRE ACA
Yo
d orgulloso d pecador yo ahora cuándo
yo d excesivo
d orgulloso yo
la distraída bestia acá en secreto
rila sin tino ah pero siempre
este raantd la madre aquella y la
esquina aquí
y d libro y el caballo
todo se va d orgullo
d gran hipódromo amarillo
d gran círculo, d gran
lo corre y vuelve y no
ya es otra cosa
arrepentida silba no es la misma
la herrería la puerta el hasta luego
son otras herrerías otras puertas
dirigiendo su voz es esa espiga
que me limpia la boca
ah y todo basta lo más pequeño y esta
fm iw y esta jarra de memoria
y luego
esta otra vez mi calle
y cuándo y qué la esquina y ¿cuándo? y
TEORIA DEL SUICIDA
1954
90
LA CASA E N LLA M A S
91
DE “ M I NDO A LA VEZ”
LA MADRE
95
LA MANZANA Y LA FLECHA
A ALVARO TELL
O h mis hijos
ahora y en la hora
del silbo y de la fru ta
acusadm e
la flecha la m anzana
su doble tentación
al m ediodía
a m edia noche
A m alia en su balcón
en sus jardines
A lvaro paseándose
oh mis hijos
buscándola ciñiéndola
acusadm e
mis muslos y m i padre
y mi abuelo y las bodas por la tierra
cayendo en mí con ham bre
o en la hora
de disparar a la m anzana al tiem po
m uriendo mi heredad hiriendo al tiem po
así naciste tú cuando el verano
y tú cuando dorm ía y te pensaba
oh mis hijos mis padres los amores.
96
CELEBRACION DE LA NIÑA
A S IL V IA
Entonces ap artad la
no es todavía el m undo
su distraído cuerpo
y tú qué le darías
m ejor es respirarla
tan sin olor m ejor es sostenerla
m edirla
ves ahora
la catedral ta n alta y ella apenas
la niña va a crecer
m irando todo
entonces a p artad la
esta que oscuram ente va creciendo
o ya m enguando
o dando
a luz su propia sombra
la breve niña ahora dirigiéndom e
textualm ente explicándom e la h arina
como quién como quién
cam ina sobre el borde
estoy tan blanco
y tan crüel porque tam bién así
no puedo verla cuando
ella prom ueve el m undo a su alto sitio.
‘>7
TEORIA DE LA MASCARA
98
OH NECESARIA Y ULTIMA
99
CA E U N A H O JA E T E R N A
Alguna vez
al centro sin aviso
cae una hoja eterna
tan to nos tu rb a que es
necesario elegir
unos traen la causa otros la culpa
porque el prójim o llora porque hace
llorar porque lo eterno tiene vez
si no sería un azote ta n oscuro
ah la hoja hela ahí sobre el amigo
m uerto sobre su cara
preguntando si Dios cam bió de sueño
rueda de culpa en causa
de soledad en soledad revierte
su forro su textura
el revólver las 9 el pasadizo
de la m ina los hom bres de los hornos
la p lan ta siderúrgica el transporte
la arm ería el salón del sindicato
ah pero ya no es ya
cae otra hoja
verde con haz y envés am arillenta
que eternam ente cae
como un astuto otoño sobre el m undo
100
NATURALEZA
102
POEMAS POSTERIORES
A “MUNDO A LA VEZ”
EXTASIS Y PECADO
Es David.
(No soy yo)
El rey despójase
de orgullo y vestiduras. D anza el salmo.
L a ofendida M ichál tras la m irilla.
Jerusalem am ándolo.
Es David.
Sus rodillas estatuyen
la cerem onia, el delirante rango.
Si no fuera D avid ¿quién lo vería?
(Acaso yo) 1930.
U n bandoneón reptando hacia la esquina
del Puerto. El b ar sacrilego.
¡ Q ué ta n g o !
1963
105
HORA DE SER Y DAR
1957
106
MEMORIA DE MI CALLE
195G
A L S U R ¿ O AL EST E? SO L O
H ay días en que el d ía . . .
C om pletam ente solo,
olvido el sur, el m undo
que Dios está pensando.
O lvido el sur, olvido
la descuidada suerte
del alm a apenas m ía
que Dios está pensando.
C om pletam ente solo,
al sur, al sur, comiéndome,
bebiéndom e, silbándome,
allí donde algún perro
(que Dios está pensando)
errando con el nom bre
cam biado, al sur ¿o al este?
C om pletam ente solo
si Dios m e está pensando.
108
SU D ESTA D A
1956
109
LA HEREDAD
l ‘J 63
110
EL PO ETA ; LOS POETAS
SE R E N A T A D E O T O Ñ O A E S T H E R
“M as es m ía el alba de oro”
R ubén D arío.
U n día supe tres espadas
la de olvidar, la de creer
y la de mieles afiladas.
Sobre ella fundo mis m oradas.
De todo esto sabe Esther.
113
Estrella, rosa, espada, río,
m ar, 2 de ju n io .. . Vuelvo a ver
la cara azul del desvarío
sobre este lento caserío
donde me voy m uriendo, Esther.
1945
114
JULIO HERRERA Y REISSIG
1944
115
FA BU LA D E D E L M IR A
116
Liba tu muslo en flor la avispa dura,
roza un sediento sátiro tu espalda,
sorben urgentes toros tu cintura,
Eros adiestra un cisne entre tu falda,
y atizas tú el adusto m ediodía
hasta vencer la salam andra fría.
1953
117
CANTO A BARTOLOME HIDALGO
118
Diga su incauta miel la pasionaria
disciplinada y rica,
junto al om bu trascendental cjue abdica
su fronda planetaria.
ll'>
FA N T A S IA P O R EL
REGRESO DE PEER GYNT
120
C A N C IO N PA R A A M A L IA
U na palom a m orada.
Sí.
Con tal que no diga n ad a
de los ojos que te di.
121
FLECHAS
LA FLECHA ORIGINAL
125
LA FLECHA INNUMERABLE
194 7
126
LA FLECHA ARDIENTE
127
TRAYECTORIA BIOGRAFICA
129
E n 1956, p u b lica su segundo libro de poesía: “M u n d o a
la vez”, y en 1964 es d esign ad o m iem bro correspondiente
de la A cad em ia d e L etras d el U ru gu ay.
E scribió num erosos ensayos y estudios de literatura uru
guaya: “S en tid o y trayectoria del p en sam ien to arielista de R o d ó ” ;
“Lo fáu stico en la narrativa d e Francisco E sp in óla” ; “V ia je a la
poesía d e R ob erto y Sara de Ib áñ ez” ; “M aría E ugenia V a z Ferrei-
ra y la soled a d ” ; “V e cin d a d d e E sther d e C áceres”, etc. D e li
teratura española y am ericana: “V id a y obra d e C ervan tes” ;
“E l m undo h u m an o y p lástico d e Los trabajos d e Persiles y
Segism u n d a” ; “C óm o am an los p oetas” ; “V isión d e M artí” ;
“M aría” , la n o v ela q u e hizo llorar d el C auca a l P la ta ” ; etc.
com p letán d ose con algu n os ensayos au tobiográficos: “D estin o
y desatino d e un g a llito V e r d e ” ; “ S en tid o d el cam po en m i
vida y en m i p o esía ” ; “La soled ad del poeta en la tierra”, etc.
F a llece en su casa d e Pan de A zúcar, en la tard ecita del
m iércoles 19 d e enero d e 1966. U n a estela de piedra colocada
en la plaza d e su pueblo p erp etú a su m em oria.
130
INDICE
M IS O T R O S
F A B U L A Y P A IS A JE
H IS T O R IC O R E G IO N A L
U M B R A L A “M U N D O A LA V E Z ”
D E L L IB R O “M U N D O A L A V E Z ” 1956
L a m adre ................................................................................................ 95
L a m anzana y la f l e c h a ................................................................... 96
C eleb ración d e la niña ................................................................. 97
T eo ría de la m á sca ra ........................................................................ 98
O h necesaria y ú ltim a ...................................................................... 99
C ae una hoja eterna .......................................................................... 100
N aturaleza ................................................................................................ 101
D esn ud o ..................................................................................................... 102
Pág.
P O E M A S P O S T E R IO R E S A “M U N D O A L A V E Z ”
FLECHAS