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La verdad en ciencia

Por Jorge Wagensberg


Doctor en física, creador de la colección Metatemas de Tusquets y director del Museo de la Ciencia de
Barcelona, Wagensberg es un incansable divulgador científico. ¿Dónde radica la verdad en ciencia, si
sus bases están sujetas siempre a revisión? Este texto ensaya algunas respuestas.
Junio 2002

¿Qué es verdad en ciencia? En ciencia, el concepto de verdad puede aludir tanto a la realidad como al
conocimiento. Son dos sentidos diferentes. El concepto de verdad relativo a la realidad misma tiene
interés en una fase de la investigación: el experimento. Experimentar es conversar con la realidad.
Por ello, cuando experimentamos, observamos, miramos o vemos, lo que nos preocupa es que nuestro
interlocutor sea la realidad de verdad y no cualquier otro substituto de tal realidad. Un caso clásico es la
cuestión del ruido y la información. ¿Cómo separar el uno de la otra? Cuando un aparato de
observación, o nuestros propios sentidos, nos proporcionan datos, la pregunta siempre es: ¿Son de
verdad? ¿No será un artefacto? Otro caso no menos trascendente es separar la realidad de una ilusión
de la realidad. ¿Cómo distinguir la una de la otra? El problema es profundo y afecta directamente a la
percepción humana, un proceso complejísimo que empieza en el mundo físico de los objetos que
emiten señales, continúa por el mundo fisiológico que las capta, sigue en el mundo cerebral que las
interpreta y acaba, si acaba, en un mundo psicológico y cultural que las distorsiona. No en vano
muchos científicos modernos definen la percepción como una alucinación controlada. Un tercer
aspecto de la verdad de la realidad es plenamente cultural. Es, por ejemplo, la verdad asociada a la
realidad que presentan los museos. Muchos de estos centros engañan al visitante con la exposición de
mezclas de piezas de verdad y piezas de mentira. Hoy se pueden hacer copias y reproducciones
indistinguibles y ¿por qué desilusionar al visitante con avisos? ¿Por qué renunciar a una buena copia
del buen original que tiene otro buen museo? El truco es sustituir la realidad, o parte de ella, por
conocimiento, es decir, por representaciones de la realidad (copias, simulaciones, imágenes). Si
acompañamos a un niño por un museo pronto nos daremos cuenta de la trascendencia de este concepto
de verdad, porque su pregunta más frecuente será, con mucho, ésta: "Oye, pero ¿es de verdad o de
mentira?" La verdad de la realidad, entendida como la fidelidad de la realidad para con ella misma, es
un concepto profundo, polémico, pero claro y universal. El concepto de verdad asociado al
conocimiento es otra cosa. Pero debemos arrancar la discusión desde un poco más atrás. ¿Qué es
conocimiento?

El conocimiento es una representación, necesariamente finita, de un pedazo de realidad, presuntamente


infinito. Si, además, el conocimiento se elabora con cierto método, llamado método científico, entonces
el conocimiento se llama ciencia.

Retrocedamos un poco. El conocimiento como representación mental de la realidad, transmisible entre


las diferentes mentes (que pueblan el mundo intentando a su vez adquirir conocimiento), requiere
acordar ciertos conceptos y principios.

Lo primero es la partición del universo. El universo, como el conjunto de todo lo que es, se divide en
dos partes bien desproporcionadas: la mente y el resto del mundo. En la primera gran hipótesis, existe
el sujeto de conocimiento y existe el objeto de conocimiento. Se admite, de paso, una segunda
hipótesis: en la realidad, que acabo de separar de mí, para observar y representar, resulta que existen
otras mentes con las que intercambiar conocimiento. Ya podemos adelantar otra importante propiedad
del conocimiento, según sea la profusión de mentes que pueden participar de él: la universalidad. El
conocimiento se transmite de una mente a otra. Lo que no se puede transmitir no es, por definición,
conocimiento.

Pero dos mentes inmersas en la realidad están separadas por la realidad misma. Esto significa que una
mente, para comunicarse con otra, ha de atravesar la realidad. Es decir, el conocimiento creado por una
mente, como representación de una complejidad presuntamente infinita, se ha de traducir en un trozo
de realidad para que así pueda alcanzar otra mente de destino. Es el caso de una pintura, una escultura,
una ecuación matemática, un poema, un programa de ordenador, un gesto, un objeto... Por ello, un
conocimiento está encuadrado en el espacio y el tiempo. Empieza y acaba. El conocimiento es finito.

Nos acercamos así a la primera cuestión. El conocimiento es una representación de la realidad rigurosa
y necesariamente finita, mientras que la realidad representada es presuntamente infinita. Un elemento
de la realidad, un suceso o un objeto, sólo es idéntico a sí mismo. En efecto, es imposible demostrar
que dos pedazos de realidad son idénticos porque infinita sería la tarea de recorrer todos sus detalles,
matices, partes, estados y variables que lo definen. Es imposible porque nunca se puede estar seguro de
que uno ha terminado de considerar todas esas variables. En cambio, basta la primera diferencia, una
sola, para concluir que dos pedazos de realidad son diferentes. En otras palabras, el conocimiento
siempre es una aproximación finita de una realidad infinita.

La verdad de los lógicos, la verdad de las proposiciones, es un concepto simple y claro porque la
realidad cae lejos. No hay que hacer demasiadas concesiones en su honor. Las proposiciones son
verdaderas o no verdaderas (falsas), como máximo son indecidibles. Si una afirmación es decidible ya
sólo puede ser verdadera o no serlo. A es A es una proposición verdadera, A es no A es una proposición
falsa. Esta verdad es una verdad interior a la construcción mental de la matemática, una verdad en
función de la cual se construye toda la lógica, sí, pero un concepto que agota su significado en sí
mismo.

Basta que la proposición aluda a la realidad de este mundo para que las cosas se compliquen muy
rápidamente. El propio lenguaje cubre el concepto de verdad con una delicada capa de ambigüedad. En
efecto, digamos, y es mucho decir, que el diccionario del idioma con más palabras no llega a cien mil
palabras. Bien, pues resulta que el número de objetos y fenómenos distintos de este mundo son muchos
más, claro. Esto significa que cualquier proposición escrita en el más rico de los idiomas es, si alude a
la realidad de este mundo, forzosamente falsa. Sencillamente, no hay bastantes palabras para decir la
realidad. Ahora la proposición no puede tener sólo dos estados accesibles (verdadero y falso), sino
infinitos valores entre un mínimo (falso) y un máximo (verdadero). Por ejemplo: ¿en qué cabello
exactamente se queda calvo un melenudo cuando le arrancamos los cabellos de uno en uno? Antes de
llegar incluso al conocimiento general de la realidad, el concepto de verdad pierde su carácter absoluto.
La verdad tiene peso, la verdad tiene grados, la verdad tiene matices.

Pero resulta que no todo el conocimiento es conocimiento hablado o escrito con palabras. El
conocimiento es mucho más amplio que una proposición o un conjunto de proposiciones. El
conocimiento puede ser una ley expresada matemáticamente, una clasificación, una descripción, un
dibujo, un libro, una teoría, un sistema de ecuaciones, incluso, ya lo hemos dicho, un poema. ¿Qué es
ahora la verdad de un conocimiento? La verdad es algo mucho más complejo, difuso y trascendente.
Empecemos de nuevo:
Sea la mente, la realidad y el conocimiento. ¿Qué es la verdad? La verdad es una calidad del
conocimiento, la que alude al grado de compatibilidad entre la simplicidad que representa y la
complejidad que es representada. La cuestión fundamental, creo, es que en principio la primera es finita
y la segunda es infinita. En cualquiera de sus sentidos el concepto de verdad está muy emparentado con
el de fidelidad. Y la fidelidad entre la realidad y su conocimiento depende del método con el que se
elabore la representación. En otras palabras, hablar de las diferentes ideas de verdad equivale a
ocuparse de otra cuestión: ¿cuántas clases de conocimiento distintos se pueden elaborar?

Creo que son tres y cada una viene con su verdad bajo el brazo. Son: la verdad en la ciencia, la verdad
en el arte y la verdad revelada. Empecemos por la ciencia. Ciencia es conocimiento elaborado
respetando tres principios. Los tres principios regulan tres importantes aspectos de la relación entre el
sujeto y el objeto de conocimiento, entre la mente y la realidad con la que se encara. Cada principio
sirve, justamente, para caracterizar la verdad en ciencia. Son éstos:

Principio de objetividad: de todas las maneras de observar una realidad, la más objetiva es la que
menos altera la propia observación. De esta manera el sujeto y el objeto se independizan al máximo,
con lo que aumenta la facilidad con que la verdad científica puede transmitirse de una mente a otra. La
verdad científica, en virtud de este principio, tiende a ser universal.

Principio de inteligibilidad: de todas las maneras de representar la realidad con igual mérito, la más
inteligible es la más compacta. Comprensión es compresión. Comprender es reducir. Lo más inteligible
es lo que más realidad representa, lo irreducible. Es lo común entre realidades distintas, es la palabra, la
clasificación, la fórmula... Conocimiento inteligible es, por ejemplo, el que es capaz de reconocer al
autor de todas sus firmas (intersección), no el que reproduce cualquiera de ellas (y sólo ella) con
precisión tan grande como se desee. Toda la mecánica se comprende en función de las leyes de
Newton, pero éstas, como todas las leyes fundamentales, ya no se comprenden en función de nada más
fundamental. La verdad científica es ella misma incomprensible por incompresible, pero sirve para
comprender un mayor o menor trozo de la realidad. La verdad científica, en virtud de este principio,
tiende a ser útil para anticiparse a la incertidumbre, la ilusión de todo ser vivo.

Principio dialéctico: de todas las maneras de representar la realidad, la más dialéctica es la que más se
arriesga a entrar en contradicción con la realidad. La afirmación Mañana lloverá o no lloverá es
absolutamente verdadera, alguna de las dos cosas efectivamente ocurrirá, pero no es una verdad
científica porque no se arriesga a ser desmentida. Una verdad revelada, por ejemplo, se deja confirmar
por la realidad, pero no desmentir. En ciencia, la dialéctica entre teoría (conocimiento) y experiencia
(realidad) genera dos tipos de paradojas: paradojas de contradicción (la experiencia sugiere A y la
teoría no-A) y paradojas de incompletitud (la experiencia sugiere A y la teoría no sugiere ni A ni no-A).
La ciencia, en virtud de este principio, tiende a ser coherente y completa. La verdad científica, en virtud
de este principio, necesariamente cambia. En ciencia la verdad se escribe con doble uve de verdad
vigente. El científico, por oficio, se levanta por la mañana con la idea de poner la verdad vigente a
prueba. La verdad científica, en virtud de este principio, es una verdad con minúscula, provisional,
inacabada... No hay trauma en sustituir una verdad por otra. Ésta es la grandeza de la verdad científica.
La hora de la verdad es su colisión con la realidad. La verdad científica se inclina ante la realidad, no
importa la autoridad ni el prestigio de quien haya enunciado la verdad antigua o la nueva.
El arte o la revelación no tienen por qué respetar el método de la ciencia. La verdad en arte o la verdad
revelada son verdades muy distintas. ¿Cómo es la verdad en arte? El conocimiento en arte es la propia
obra de arte. ¿Qué es una obra de arte? Yo diría que una obra de arte es aquella que participa como
mínimo de un acto artístico, donde acto artístico es toda complejidad infinita emitida por una mente en
forma finita, cuando otra mente declara recibir tal complejidad en su presunta infinitud. Esta emoción
es la hora de la verdad en el arte. Y la verdad en el arte es la verdad de esta declaración. Algunos miles
de años de historia avalan que el arte, definido así, es posible. Sigamos. ¿Qué es un artista? Pues
cualquiera de los dos participantes en un acto artístico. La verdad en arte es algo muy real y muy
concreto y queda claro con la siguiente definición, la de sinceridad en el arte: se da cuando un artista
experimenta el acto artístico consigo mismo. La idea de la universalidad de una verdad en el arte no es
la misma que en la ciencia. Aquí la universalidad se mide por el doble de actos artísticos ocurridos. La
universalidad en el arte es par. En ciencia la verdad es siempre provisional y se dice con la boca
pequeña, sólo se está seguro cuando la contradicción ocurre, cuando la verdad muere. En el arte,
curiosamente, ocurre lo contrario. Nunca se está seguro cuando la verdad no ocurre, pero cuando
ocurre, entonces no hay discusión posible. En la ciencia se está seguro cuando no hay ciencia, pero, ay,
no se está tanto cuando hay ciencia. En el arte se está seguro cuando hay arte, pero, ay, no se está tanto
cuando no hay arte.

Si uno se ha emocionado con Mozart, la verdad ya ha ocurrido, pero poco significa que no haya habido
emoción con Bartok... La intuición es una clase de roce entre la experiencia previa y la incertidumbre
del momento. La grandeza de la ciencia es que puede comprender sin intuir, la grandeza del arte es que
puede intuir sin comprender.
La verdad revelada es, sencillamente, una representación finita presentada como parte inseparable de
una complejidad infinita. La verdad revelada se acepta tal como viene. Una revelación no cambia. Se
puede cambiar, eso sí, de revelación. Es la intuición. Es la creencia, la religión. Nada de la realidad
obliga a cambiar una verdad revelada. Si hay contradicción se echa mano de la interpretación o se
asimila la contradicción sin resolver. La revelación no se obliga a ser coherente.

Creo que ciencia, arte y revelación son tres formas puras de conocimiento y que cada una trata con una
verdad muy diferente. Por su propia definición, yo diría que la verdad científica necesariamente
cambia, que la verdad revelada necesariamente no cambia y que el arte, aunque no necesariamente,
cambia. También hay que apresurarse a decir que, en la práctica, el conocimiento puro no existe. Todo
conocimiento es una mezcla ponderada de las tres formas puras. Todo conocimiento tiene algo de
ciencia, algo de arte y algo de revelación. Es decir: toda verdad de conocimiento es una mezcla impura
de tres formas puras de verdad. Toda verdad tiene su ingrediente científico, artístico y revelado.

En particular, el método científico sirve para tener ideas, pero no sirve para capturar ideas. Las ideas
pueden venir de cualquier otro método no científico. La verdad que alude a la realidad de este mundo
no puede ser absoluta, no puede ser pura. En la historia del arte se encuentran interesantísimas
combinaciones. Hay artistas científicos como Picasso, Borges o Bach y artistas revelados como Van
Gogh, Kafka o Chopin, todos enormes artistas. Pero cuando el conocimiento tiene que ver con la
anticipación o con la convivencia —pienso en un Boeing 747 o en unas elecciones democráticas—,
mejor que el conocimiento impuro, puestos a desviarse, lo haga en la dirección de la verdad científica
más que en cualquiera de las otras dos. No es una paradoja: enfrentarse con la incertidumbre obliga a
manejar una verdad frágil, poco inmune y nada blindada. La verdad científica adora la duda, adora la
disyuntiva, adora la negación y adora la interrogación. ¿O no? ~
Para citar:

Wagensberg, Jorge : “La verdad en la ciencia”. En: Letras Libres (Edición España), N° 9, Junio de
2002. [Consultado en: http://www.letraslibres.com/revista/convivio/la-verdad-en-ciencia, Febrero
2013]

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