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Era una vez como el cuentista que fue, mi papá, me refirió esta historia que te contaré.

Exclamó
Reja la cuentera al público que la rodeaba en la plaza.
Cuando estaba pequeña, en el patio de mi casa había una alberca donde se almacenaba el
agua de lluvia para regar las plantas. Con mis hermanos observábamos como los sapos que
allí vivían nacían y se volvían grandes. Para nosotros era un misterio por qué cantaban
después de llover.
Cuando le preguntamos a mi papá por eso, él nos contó una leyenda mexicana sobre los sapos
y la lluvia. Comentó la cuentera.
Imagínate que, un día los hombres les pidieron a los animales que trajeran la lluvia, para salvar
sus cultivos de maíz, que estaban muriendo por la sequía. Como la lluvia estaba en el cielo con
los dioses, eligieron a un pájaro para que volara y la trajera.
El pájaro la encontró en una alta montaña y como la lluvia no sabía cuál era el sitio donde
estaba el maizal, lo siguió, pero las plumas del ave se empaparon y se cayó. La lluvia como
desconocía el camino se devolvió.
Como pasaba el tiempo y no llegaban el pájaro ni la lluvia, eligieron a una segunda ave que
volando rápidamente encontró a la lluvia y se ofreció a acompañarla hasta el maizal, pero
sucedió lo mismo, las plumas empapadas hicieron que el pájaro cayera y nuevamente la lluvia
se detuvo. Señaló la cuentera.
Los sapos, al ver la preocupación de los hombres por la falta de lluvia, aceptaron a ayudarlos
cuando se los ofrecieron. Muchos de los animales se burlaron, pues los sapos eran pequeños y
no sabían volar. Pero como ellos eran organizados y sabían trabajar en equipo, se repartieron
las tareas.
El sapo cachetón, salió a buscar la lluvia y cuando la encontró le dijo que él la acompañaría al
maizal. La lluvia confundida le preguntó que como lo iba a seguir si el no volaba, pero el sapo
le contestó que brincaría alto y cantaría para guiarla. Mencionó la cuentera.
El sapo cachetón y el aguacero iniciaron el viaje. En un momento la lluvia perdió de vista al sapo
cachetón, pero escuchó su canto. La lluvia desconocía que quien croaba, que es como se le dice
al canto de los sapos y las ranas, para marcarle el camino era otro, el del sapo patón.
Y siguiendo el croar en el siguiente cerro, el del sapo enano, fue en dirección al maizal. En la
última loma escuchó el canto del sapo bocón y así el agua pudo llegar al sembrado, salvando la
cosecha. Dijo la cuentera.
Y como supondrás los hombres quedaron agradecidos con los sapos y desde ese día cuando
llueve los sapos cantan, para recordarnos que nos ayudaran cuando los necesitemos. Bueno… y
como siempre que mi papá nos relataba una historia, cuando la finalizaba, sonriendo nos decía:
cuento verdadero, cuento inventado, cuenta el tuyo que el mío se ha acabado. Concluyó Reja la
cuentera mientras se preparaba para iniciar otro relato.

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