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Las Abejitas Juguetonas

En un panal había tres abejitas, que por primera vez iban a buscar néctar de las
flores del campo. La reina de las abejas le dio un cántaro vacío a cada una y les
ordenó traerlos bien llenos al caer la tarde. Las abejitas partieron volando a
cumplir su tarea. La abeja mayor empezó inmediatamente. La del medio, se
dedicó a escuchar las historias que le contaban las flores y los insectos. La más
pequeña juntó muestras de todos los colores que encontraba en las florecillas. Sin
que se dieran cuenta, de lo entretenidas que estaban, llegó la hora de volver al
panal. En la entrada las esperaba la reina y su corte.
La abejita mayor entregó su cántaro lleno y fue felicitada por todas las abejas.
Luego le tocó a la del medio. Cuando mostró su cántaro con solo la mitad con
néctar, la reina le dijo enojada: “¿Eso es todo lo que traes?” “No”, dijo la
abejita. “Además tengo muchas noticias y chismes que me contaron las flores y
los insectos.” Y así entretuvo a la reina y al panal por mucho tiempo. Las abejas
también la felicitaron.
Al final le tocó a la más pequeña. La reina le preguntó: “¿Y tú, cuánto néctar
traes?”, la chiquita dijo: “Yo, traigo un tercio del cántaro con néctar y muchos
colores, para que todas nos pintemos y nos veamos muy lindas...” las abejas se
pintaron e hicieron una fiesta.
Ese día aprendieron que todos los talentos
Son bienvenidos en el panal.
EL Pingüino Diferente
Los pingüinos son mundialmente conocidos por lo elegantes que son. Siempre
visten de etiqueta y su andar es estirado y pomposo.
Un día estando Oscar, el pingüino, mojando sus patitas en el helado mar, notó que
flotando llegaba hasta él una hermosa caja. Rápidamente Oscar la abrió y
maravillado observó su contenido. No podía creer lo que sus ojos de pingüino
veían... ¡la caja contenía muchos frascos llenos de alucinantes colores! Y Oscar
aprovechó la ocasión. Pintó su elegante frac de fuertes azules y amarillos, su
pechera blanca terminó siendo anaranjada con puntos verdes. Se dibujó una
corbata celeste y lila y sus pies los pintó rojos con rayas moradas. Oscar
resplandecía, porque el sol había salido a iluminar tanto colorido, en la siempre
blanca, nevada y helada antártica.
Entonces Oscar empezó su triunfal paseo. Los demás pingüinos quedaron
asombrados. Reían. Saltaban. Silbaban. Aplaudían. Ese día fue el gran día de
Oscar. Por fin, aunque fuera por poco tiempo, era diferente. Y la diferencia, lo hizo
feliz.
Entonces, Oscar cambió su nombre, ahora se llama Arcoíris, porque, aunque
volvió a vestir de etiqueta, lleva todos los colores en su corazón.
Los Conejitos de Colores

Había una mamá coneja que tenía muchos conejitos. Todos eran muy blancos, y
también, como todos los niños, eran muy juguetones y un poquito locos. Así que
siempre estaban jugando por el campo.
Pero, un día, todo el paisaje apareció también blanco. ¡Había nevado!
Cuando la mamá coneja fue a buscar a sus pequeños, no los podía encontrar,
porque como eran blancos, se confundían con la nieve. Entonces fue a buscar
pinturas y pintó a sus conejitos de todos los colores. ¡Ahora sí podía verlos,
fácilmente, jugando en la nieve blanca!
Todo anduvo bien, hasta que un día, al mirar al campo, no pudo encontrar
nuevamente, a sus conejitos queridos. ¡Había llegado la primavera con todo su
esplendoroso colorido!
Llamó a sus niños y uno a uno los lavó y los volvió a su color natural, el blanco.
Ahora los podía observar tranquilamente como corrían por el florido campo.
Estaba muy feliz. Pero, un día, pasado el tiempo... ¡volvió a nevar!...y este cuento
vuelve a comenzar.
La Ranita de la Voz Linda
En un charco, a orillas de un río, vivía un grupo de ranas. Se lo pasaban todo el día
croando y croando. ¡Croooc! ¡Croooc!...
Aquel día era muy especial porque las ranitas pequeñas cantarían por primera vez.
Una a una fueron cantando: ¡Crooc! ¡Crooc!. Hasta que saltó al escenario, que era
una piedra en medio del agua, una ranita, que en vez del famoso ¡Crooc! ¡Crooc!,
¡cantó una hermosa melodía, con una bellísima voz de soprano!.
Todos quedaron paralizados. Simplemente no lo podían creer. ¡Una rana que sí
cantaba bien!. La novedad corrió por todo el valle y llegó a oídos, de un
representante de artistas, que se apresuró a ir a buscar a la ranita cantora. La llevó a
los más grandes escenarios del mundo y grabó muchos discos. Todos la admiraban y
querían tomarse fotos con ella.
Sin embargo, la ranita no era feliz. Ella quería volver a su charco, con su familia y
sus amigos. Pero era esclava de su voz y de su fama. No podía volver.
Hasta que, en medio de un recital, en un reino muy lejano, la ranita cantora cambió
su dulce canto, por el canto natural de las ranas, el ronco ¡Crooc! ¡Crooc!... El
público la empezó a pifiar y las pifias eran música para la pequeña, porque se dió
cuenta que ahora podría volver a su charco añorado.
Ahora la ranita sí es feliz. Y cantando ¡Crooc! ¡Crooc! ¡Crooc!, pero con su familia,
sus amigos y su charco.
Puntito El Elefante Amarillito

Como todos saben, los elefantes son grandes y de color gris. Hasta que nació
Puntito, el elefante enanito y amarillito... Como era diferente, los demás hacían
bromas y se reían de Puntito. Los elefantes grandes y grises se jactaban de su
fuerza y de los grandes pesos que eran capaces de mover. Puntito solo podía
llevar ramitas, hojas secas, pasto y granitos de maíz, en su pequeña trompa
amarilla.
Un día, un gran árbol cayó sobre el jefe de los elefantes, dejándolo atrapado.
Todos los fuertes elefantes corrieron a salvar a su jefe. Pero por más fuerza que
hacían, no podían levantar el árbol. Todos transpiraban y jadeaban tratando de
levantar aquel tremendo peso.
Pero no podían.
Hasta que de pronto, un relámpago amarillo llamado Puntito, saltó sobre el
tronco y con gran sorpresa para ellos, vieron que el árbol se levantó y el jefe
quedó libre. La fuerza de todos no pudo levantar el árbol porque faltaba un
poquito más... justamente la poquita fuerza del pequeño elefantito.
Y así fue que los grandes elefantes comprendieron que todos eran útiles, incluso
Puntito... el amarillito.
Copito
Los perros, como todos saben, mueven la cola cuando se sienten
contentos o cuando ven a su amo o se encuentran con otros perros.
Pero Copito, un lindo perrito blanco, no lo hacía y todos se
preguntaban por qué Copito no movía su cola blanca.
Tuvo que pasar mucho tiempo para que alguien se diera cuenta de
lo que pasaba.
¡Copito no movía su cola porque Copito sabía sonreir!
¡Sí! ¡Copito sabía reir como tú!
Era cosa de mirar su hociquito para ver como sus blancos dientes
brillaban de contento.
Ya sabes, si un perro no mueve su cola, sonríele.
Las dos gotitas
Aquel día llovía fuerte. Y en esa lluvia iban dos gotitas que eran muy amigas.
Mientras caían, iban conversando y preguntándose qué pasaría con ellas al llegar
a tierra. En eso estaban cuando el viento las separó.
Una gotita cayó en un lindo arroyuelo y feliz, se alejó cantando y gozando la
vida, en aquel húmedo y musical tobogán.
La otra gotita fue a dar a un desierto seco y feo. Ella pensó que su destino había
sido muy triste e inútil.
Pero mientras rodaba por la seca tierra del desierto, se encontró con una olvidada
y sedienta semillita.
La gotita se dejó beber por la semilla, e hizo posible que, en el medio del
desierto, naciera una hermosa flor.
La flor dió a beber de su néctar a las abejas. Las abejas hicieron, con el néctar,
una dulce y sabrosa miel. La miel endulzó la vida de mucha gente.
La gotita supo entonces que no importa donde vivas, lo que importa es lo que
hagas con tu vida.
El Viaje
Los patos silvestres que vivían en aquel estanque, notaron que el invierno se
acercaba. Tal vez porque los días eran más cortos o porque el aire estaba un poco
más frío. Había llegado el momento de buscar climas más cálidos. Y un buen día
echaron a volar iniciando un largo viaje siguiendo al sol.
Todos... menos uno.
Era un pato pequeño y débil que no había crecido tan rápido como los demás.
Los otros eran fuertes, con hermosas y poderosas alas para volar grandes
distancias.El patito miró con angustia, cómo la gran bandada se elevó rumbo al
norte, dejándolo solo en aquella tierra que empezaba a ser fría y que anunciaba el
crudo invierno. Agachó la cabeza y una lágrima rodó por su carita.
Pero en eso sintió un lejano graznido, luego otro y otro más. Levantó la cabeza y
a lo lejos distinguió un punto negro que crecía y crecía. ¡Era la bandada que
regresaba!
- “Hemos venido por tí, pequeño” le dijo el guía.
- “Te esperaremos el tiempo que sea necesario, para que crezcas, y puedas hacer
el viaje con nosotros. Eres uno de los nuestros y tus hermanos no te van a dejar
aquí solo”.
Y por la cara del patito ahora caían muchas lágrimas de felicidad. Pasaron dos
semanas, justo las que el pequeño necesitaba para poder volar, y emprendió junto
a sus hermanos, el largo viaje en busca del sol y de su calor.
El Osito Goloso
Había una vez un osito que se moría de ganas de comer miel,
pero las abejas lo picaban cuando se acercaba al panal.
Entonces pensó en hacer mejor las cosas y fue al valle, cortó
un gran ramillete de flores y se lo llevó a las abejitas.
Las abejas se conmovieron y le regalaron un frasco lleno de
dorada, dulce y pegajosa miel.
El osito quedó muy feliz con su miel, pero mucho más por
tener tantas nuevas y buenas amigas.
El rio

Allá en lo alto de la montaña cubierta por la nieve que se derrite, nace un


pequeño hilito de agua.
Serpenteando entre las rocas y la tierra dura, el agua helada se desliza tratando
por todos los medios de sobrevivir y llegar al hermoso valle que se distingue
lejano. A medida que baja, se le van uniendo más hilos de agua, que como él,
quieren llegar al valle. Y así va creciendo. Y creciendo.
Más abajo ya es un arroyo que con alegría y fuerza juvenil serpentea y canta
mientras baja entre las quebradas. Y así va creciendo. En cuanto llega al valle se
junta con otros arroyuelos. Y con la ayuda de estos nuevos amigos va creciendo y
bañando los campos de trigo. Ya es un río. Y creciendo.
Más adelante en unos cañones profundos se va uniendo a otros ríos, serio y
responsable. Trabajador. Nutre de vida los campos aledaños y calma la sed de los
animales que se acercan a su orilla.
El viaje continúa y ya es un gran caudal que tranquilo y reposado se desliza
suavemente para que los botes de los pescadores que lo navegan no se hundan.
Ya puede ver, a lo lejos, su final. El agua prometida, el mar.
Y en ese lugar el río muere para ser parte del océano que lo acoge después de tan
largo y feliz viaje.
EL Tren que quería volar

Había un tren, muy grande y pesado, que pasaba todo el tiempo pensando en
volar. Los otros trenes le decían que era imposible, que solo los pájaros y los
aviones volaban. Entonces el tren decía ¡Quiero ser un pájaro! ¡Quiero ser un
avión!, pero seguía siendo un pesado tren de carga que quería volar.
Hasta que un día, hubo una gran tormenta, la cual destruyó un puente que unía
dos cerros, justo cuando se acercaba el tren que quería volar. Frente a él se
encontraba el vacío. El maquinista aplicó el freno y saltó a tierra para salvar su
vida. En ese momento, el tren que quería volar vió su oportunidad. Desconectó
los frenos con un fuerte sacudón y aceleró directo al vacío. Y entonces voló,
voló, voló...
Y era tan fuerte su deseo de volar, que se mantuvo en el aire a pesar de su cuerpo
de hierro. Y sintió que era un pájaro. Y sintió que era un avión.
Se mantuvo en el aire mientras las nubes, que habían bajado a ver la hazaña,
pasaban sonriendo a su lado. Llegó volando al otro lado del barranco y las ruedas
tomaron su camino de metal. Desde ese día, el tren que quería volar fue
completamente feliz y se olvidó de ser un pájaro o un avión.
Entendió que lo suyo era ser un tren de carga y sonreía cuando alguien decía que
para un tren era imposible volar.
Raúl El Ciempiés

Verano. El sol pega fuerte sobre el campo verde y florido. Entre la numerosa maleza
vive una gran comunidad de cienpiés, aquellas extrañas orugas que se caracterizan
por la gran cantidad de patitas que poseen. Estos cienpiés son muy amistosos y se
reúnen en grupos para salir a caminar, a bailar, a bañarse en los charcos, a comer
hojitas y todas aquellas cosas entretenidas que hacen los cienpiés cuando están
felices.
Pero había uno llamado Raúl al cual nadie invitaba y que pasaba todo el tiempo solo
y si quería entretenerse tenía que inventar sus propios juegos. Juegos solitarios,
juegos aburridos. La soledad lo había transformado en un cienpiés tímido y no se
atrevía a preguntar el por qué no lo invitaban. Él se miraba en las pozas de agua y se
comparaba con los otros y no encontraba ninguna diferencia entre él y los demás. Lo
único raro que había notado era que todos los cienpiés que pasaban a su lado hacían
extrañas muecas con su nariz. Hasta que un día se armó de valor y preguntó al
primero que pasó a su lado el por qué todos lo evitaban. La respuesta lo dejó helado.

-Es que no te lavas los pies y los tienes muy hediondos, y como son cien... ¡puf,
puf!
Raúl se puso rojo de vergüenza (él es verde) y salió corriendo como loco al primer
charco que encontró y se puso a la difícil tarea de lavar bien sus numerosos pies.
Desde ese momento Raúl lava sus patitas todos los días y ya no le da flojera hacerlo
porque la recompensa fue muy buena, ahora tiene cientos de amigos para jugar,
caminar, bailar y ser feliz.
Caracolillo Gustavillo

Gustavillo era un caracolillo que vivía feliz en el fondo del mar; se mecía al ritmo
de las corrientes marinas, reposaba en la arena, buscando algún rayo de sol y de
vez en cuando daba sus paseos.
Un día un cangrejo le vio y le dijo:
- ¿Puedo vivir contigo?
Gustavillo se lo pensó dos veces y al final decidió ser, como un antepasado suyo
un cangrejo ermitaño.
Empezaron a vivir juntos el cangrejo dentro del caracol y al poco comenzaron los
problemas: el cangrejo se metía las pinzas en la nariz, hacía ruidos cuando comía,
no ayudaba en la limpieza...
Una mañana Gustavillo le dijo al cangrejo todo lo que no se debía hacer, con
paciencia, explicándole que:
- Hurgarse en la nariz, es de mala educación y además puede hacer daño
- Se mastica siempre con la boca cerrada
- Hay siempre que colaborar en la limpieza y orden de dónde se vive
El cangrejo se quedó callado, salió de la casa y se perdió durante varios días.
Cuando volvió habló con Gustavillo y entre los dos juntitos hicieron una lista de las
cosas que, para estar juntos, debían hacer para que todo funcionara bien.
A partir de ese momento se acoplaron a convivir juntos y fueron muy, muy felices,
el cangrejo, daba a Gustavillo largos paseos y el caracolillo arropaba al cangrejo
cuando había marea.
Mariposa Bella
Cuenta la historia que un día de primavera todos los animalitos del bosque se
preparaban para una gran fiesta. Todos estaban invitados y querían ponerse muy
lindos; pero Bella la mariposa se creía muy superior a sus amiguitos. Decía que no
iba a ir al baile porque no tendría alguien con quien estar y que estuviera a su
altura, o que fuera tan hermosa como ella, y tan inteligente.
Todos los animalitos se prepararon, con adornos de flores, ramitas, sombreritos y
muchos colores. Tanta dedicación se debía a que en el baile encontrarían pareja
para formar sus hogares y familias.

Bella, la mariposa, decía que no se iba a poner nada porque ya era muy linda.
Cuando llegó el momento todos fueron al baile y Bella para no quedarse sola
también se fue. El gran salón estaba decorado con hermosas luces, guirnaldas y
un gran espejo que era el centro de la fiesta. Todos bailaban contentos y se
divertían.
Bella encontró a un ser precioso pero que no hablaba, no pensaba, solo sonreía si
ella lo hacía, y le saludaba cuando ella también lo hacía. Los animalitos
comenzaron a reírse de Bella, pero ella no les hizo caso y siguió encantada con
esa persona fascinante. Fueron pasando las horas y todos encontraron pareja y se
iban a sus casas muy contentos.
Y cuando ya no había nadie en el salón, Bella desesperada se dio cuenta de que
el ser fascinante que había estado con ella toda la noche, era su propio reflejo en
el gran espejo del salón. Bella llorando se dio cuenta que había estado toda la
noche con un ser frío y sin vida, que era muy hermoso pero que no le podía
brindar nada, y ya se había quedado sola.
Moraleja: ¡No seas como la mariposa bella, que por tanto quererse se quedó solo
con ella! Más vale mira a tu alrededor y disfruta de todo con mucha pasión.
Shiva una Perrita con Suerte
Me llamo Shiva, soy una perrita color canela. Soy muy inteligente porque voy a la
escuela. Cuando era muy chiquita me separaron de mi mamá. Estaba muy
enferma y no me podía cuidar. Sola anduve por la calle, entre la gente y nadie me
podía ayudar. Pasé frío, hambre, sueño y miedo en tanto andar.
Un día de mucha lluvia torrencial, me escondí del mundo, y mis ojos lloraron entre
los truenos y sólo le pedía a la vida una familia que cuidara de mí y me quisiera
tanto como yo las querría si la tuviera conmigo. Tiritaba de frío y me puse enferma.
Empecé a perder mi pelo y me picaba todo el cuerpo.
Cuento corto sobre una perrita
Al salir de mi cobijo la gente me miraba y salía huyendo. Pude ver mi imagen en
un escaparate y la verdad daba miedo: flaca por el hambre, sucia, mojada y con
poco pelo. Esta historia que parece triste no lo es, porque después de tanto vagar,
sufrir y llorar, con una familia dulce me crucé, y ellos en mis padres se
convirtieron, a pesar de no ser perritos como yo.
En la actualidad soy una perra mimada, de pelo sedoso y con una cola como un
plumero llena de pelos. Soy tan feliz como una perdiz al ser un integrante de esta
familia de humanos, tanto que a veces hasta me olvido de ladrar, pero no me
importa porque con caricias y besos me sé comunicar.
He viajado mucho, cruzado el océano en avión, he ido a la montaña, perseguido
patitos en el lago para jugar, palomas en la plaza para asustar, he corrido en
valles entre ovejas, he ido a la playa y nadado con las olas en el mar. Mi momento
preferido es salir a pasear al parque y revolcarme en el césped.
He conocido mucha gente, he hecho amigos perritos en cada sitio que hemos
visitado y nunca me faltó cobijo, mimos, un techo calentito, comida, risas, juegos,
amor y seguridad. No importa cuán duro haya sido un momento de mi vida, lo
importante es que hoy conozco la felicidad, la vida me supo escuchar y una familia
me regaló y yo como no soy tonta lo supe valorar, y con alegría disfrutar.
Júpiter y los defectos
Esta historia ocurrió hace mucho tiempo cuando el dios Júpiter envió un mensaje a
todos los animales del mundo a reunirse con el objetivo de que le pidieran que
corrigieran sus defectos.
El primer animal citado fue el mono y a este le pregunto que si estaba de acuerdo
con su cuerpo
– ¿Tengo algún motivo para no estar de acuerdo con él? Mi cuerpo es igual que el
de otro animal, esto no lo puede decir el oso pues su cuerpo parece estar a medio
hacer.
Después llegó el oso y todo el mundo pensó que empezaría a quejarse. En vez de
quejarse este comenzó a resaltar las cualidades de su figura y diciéndole
posteriormente que el elefante podría estar mejor si cola fuera más largo y si sus
orejas fueran más pequeñas su cuerpo luciría mucho más bello.
Debido a como se estaba desarrollando la reunión era de esperar que el elefante
se comenzara a quejar de alguien más; y así lo hizo pues empezó hablar de la
ballena, la hormiga y del resto de los presentes.
Esta reunión se desarrolló de un modo inusual y Júpiter al ver que todos lo que
hacían era relevar los defectos de los demás suspendió la reunión y les dijo que
se marcharan. El gran Dios se quedó pensando un rato y después de un gran
análisis arribó a una gran conclusión, y es que de todos los animales el hombre es
el peor. A este le dieron unas alforjas con el objetivo de echar delante los defectos
de los otros y olvidar los propios.
Moraleja: Primero trata de corregir tus propios defectos y después destaca las
faltas de los demás.
La hormiga y la paloma
En un caluroso día de verano, una hormiga estaba buscando agua. Después de
caminar por un tiempo, ella se acercó al río. Para beber el agua, trepó a una
pequeña roca. Mientras trataba de beber agua, resbaló y cayó al río.
Había una paloma sentada en la rama de un árbol que vio a la hormiga caer al río.
La paloma rápidamente arrancó una hoja y la arrojó al río cerca de la hormiga
luchadora. La hormiga se movió hacia la hoja y trepó a ella. Pronto, la hoja se
desplazó a tierra seca, y la hormiga saltó. Ella miró hacia el árbol y le dio las
gracias a la paloma.
Más tarde, el mismo día, un cazador de pájaros cercano estaba a punto de arrojar
su red sobre la paloma con la esperanza de atraparla. Una hormiga lo vio y adivinó
lo que estaba a punto de hacer. La paloma estaba descansando y no tenía idea de
la red. Una hormiga lo mordió rápidamente en el pie. Sintiendo el dolor, el cazador
de pájaros dejó caer su red y dejó escapar un ligero grito. La paloma lo notó y
rápidamente se fue volando.

Moraleja: si haces el bien, el bien vendrá a ti. Una buena acción merece otra.
El huevo de oro
Érase una vez, vivía un comerciante de telas en una aldea con su esposa y dos
hijos. Estaban de hecho bastante acomodados. Tenían una hermosa gallina que
ponía un huevo todos los días. No era un huevo ordinario, sino un huevo de oro.
Pero el hombre no estaba satisfecho con lo que solía obtener a diario. Era una
especie de persona codiciosa.
El hombre quería obtener todos los huevos de oro de su gallina de una sola vez.
Entonces, un día pensó mucho y finalmente hizo clic en un plan. Decidió matar a
la gallina y juntar todos los huevos.
Entonces, al día siguiente, cuando la gallina puso un huevo de oro, el hombre lo
agarró, tomó un cuchillo afilado, le cortó el cuello y le abrió el cuerpo. No había
nada más que sangre por todos lados y ningún rastro de ningún huevo en
absoluto. Estaba muy afligido porque ahora no obtendría ni un solo huevo.
Su vida transcurría sin problemas con un huevo por día, pero ahora, él mismo hizo
su vida miserable. El resultado de su codicia fue que comenzó a ser cada vez más
pobre cada día y finalmente se volvió un mendigo. Qué malvado y qué tonto era.

Moraleja: el que desea más, pierde todo. Uno debe permanecer satisfecho con lo
que uno obtiene.
El zorro y las uvas
Una tarde, un zorro caminaba por el bosque y vio un racimo de uvas colgando de
una rama alta.
“Justo lo que necesito para saciar mi sed”, pensó.
Retrocediendo unos pasos, el zorro saltó y se le erró a las uvas colgantes. De
nuevo, el zorro retrocedió unos pasos e intentó alcanzarlos, pero aún falló.
Finalmente, dándose por vencido, el zorro levantó la nariz y dijo: “De todos modos,
son amargas”, y procedió a alejarse.
Moraleja: es fácil despreciar lo que no puedes tener. Nada es fácil sin un trabajo
duro. Entonces, trabaja duro y alcanza tus metas.
El conejo y el cerdo
Había una vez en un colegio un conejo muy presumido que todos los días llevaba
sus zapatitos muy limpios, relucientes, brillantes.
En su misma clase también estaba el cerdito Peny, que tenía mucha envidia al
conejo por sus zapatos.
Pero el cerdito al vivir en una charca de barro sabía que nunca conseguiría tener
unos zapatos como los de su amigo conejo.
Todos los días limpiaba y limpiaba, pero nada seguían igual de sucios.
Un día jugando en el recreo tenía que hacer una carrera para ver quién era el más
veloz. El cerdito asustado, no sabía qué hacer, ya que sus zapatillas no eran como
las de su amigo.
El día de la carrera, el cerdito Peny no se lo pensó, y salió corriendo a la par que
el conejo.
Mientras corría, solo pensaba en ser el ganador y no rendirse nunca, tal y como le
decía su madre.
Al llegar a la meta, todos se quedaron asombrados por la rapidez del cerdito Peny,
no entendían como podía haberle ganado al conejo y sus supe zapatillas.
Moraleja: da igual el zapato que lleves, el esfuerzo por conseguir una meta que te
propongas no está en los zapatos sino en ti. Debes ser feliz con lo que tienes,
sentirte a gusto contigo mismo y confiar en ti.
El asno, el perro y el lobo
Caminaban muy despacio y agotados por el sol un asno, con su carga de pan, y
su amo seguido por su perro. Es así que llegaron a una pradera verde donde el
amo cansado y agotado por la caminata realizada, echó a dormir bajo la sombra
de un árbol.
El asno se fue a comer algo de pasto que había en la pradera cuando de pronto el
perro, que también estaba muy cansado y hambriento, le dijo:
– Estimado asno, yo también tengo hambre, ¿Me darías un poco de pan que hay
en la cesta que llevas encima por favor?
A lo que el asno le respondió:
– Mejor ¿Por qué no esperas un rato más hasta que despierte el Amo y te dé el
mismo de comer?
El perro, al escuchar la respuesta del asno, se dirigió a otro lado de la pradera. Es
entonces que, mientras que el asno seguía comiendo su pasto, apareció un
hambriento lobo que se abalanzó de inmediato sobre el asno para devorarlo.
Sorprendido, gritó ayuda al perro:
– ¡Socorro! ¡Sálvame amigo perro!
El perro, respondió:
-Mejor, ¿Por qué no esperas un poco más hasta que despierte el amo y te salve?
Moraleja: hay que ofrecer nuestra ayuda a los demás siempre y cuando la
necesiten si no queremos que nos pase lo mismo que al asno. Hay que educar a
nuestros hijos para que sean personas solidarias y compartan con el resto de sus
iguales.
Las ranas y el pantano seco
Vivían dos ranas en un bello pantano, pero llegó el verano y se secó, por tanto la
abandonaron para buscar otro con agua. Hallaron en su camino un profundo pozo
repleto de agua, y al verlo, dijo una rana a la otra:
– Amiga, bajemos las dos a este pozo.
– Pero, y si también se secara el agua de este pozo, – repuso la compañera -,
¿Cómo crees que subiremos entonces?
Moraleja: Antes de emprender cualquier acción, analiza primero las
consecuencias de ella. Ante un problema, debemos buscar otras alternativas y
reflexionar sobre cuál es la opción buena antes de tomar una decisión de manera
impulsiva que no sea la adecuada.
El perro y el reflejo
Había una vez un perro, que estaba cruzando un lago. Al hacerlo, llevaba una
presa bastante grande en su boca. Mientras lo cruzaba, se vio a si mismo en el
reflejo del agua. Creyendo que era otro perro y viendo el enorme trozo de carne
que llevaba, se lanzó a arrebatársela.
Decepcionado quedó cuando, por buscar quitarle la presa al reflejo, perdió la que
el ya tenía. Y peor aún, no pudo obtener la que deseaba.
Moraleja: no hay que envidiar a los demás y debemos ser felices con lo que
somos y con lo que tenemos, ya que como dice el dicho «la avaricia rompe el
saco». Tenemos que conformarnos con lo que tenemos, y no pedir o exigir más a
nuestros padres, sino queremos que nos pase lo que al perro.
El zorro, el oso y el león

Habiendo encontrado un león y un oso a un cervatillo, se retaron en combate a ver


cuál de los dos se quedaba con la presa.
Un zorro que por allí pasaba, viéndolos extenuados por la lucha y con el cervatillo
en medio, se apoderó de este y corrió pasando tranquilamente entre ellos.
Y tanto el oso como el león, agotados y sin fuerzas para levantarse, murmuraron:
-¡Desdichados nosotros! ¡tanto esfuerzo y tanta lucha hicimos para que todo
quedara para el zorro!
Moraleja: por ser egoístas y no querer compartir, podemos perderlo todo.
El viento y el sol
Una vez, el viento y el sol tuvieron una discusión
-Yo soy el más fuerte, cuando yo paso, los árboles se mueven; hasta puedo
derribarlos si quiero- dijo el viento.
-El más fuerte aquí soy yo, yo no derribo árboles, pero puedo hacerlos crecer- Le
respondió el sol.
-Voy a demostrarte que soy el más fuerte ¿ves a ese hombre con chaqueta? Se la
voy a quitar con mi soplido- dijo el viento.
Así, el viento sopló con todas sus fuerzas, pero mientras más fuerte soplaba, más
fuerte el hombre se aferraba a su chaqueta, y el viento se cansó de soplar.
Entonces fue el turno del sol, y este, lanzando todos sus rayos hacia el hombre,
hizo que se quitara la chaqueta de tanto calor.
-Bien, tú ganas, pero debes admitir que yo hice mucho más ruido- dijo el viento al
final.
Moraleja: cada persona tiene sus propias capacidades y a menudo vale más la
maña que la fuerza.
Colegio Católico Privado

San José La Máquina

Libro de Lectura:
Cuentos y fábulas

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