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“Como polvo en el viento”, Leonardo Padura

De cómo irse es quedarse un poco

La primera imagen que se prende de nuestra mente extraída de este fresco sobre
el tema de la diáspora cubana es la de una inadvertida foto de grupo. En ella,
como en una reminiscencia de la Última Cena, doce protagonistas –alguno más,
alguno menos– posan en el marco de un caserón de La Habana mientras celebran
una fiesta de cumpleaños, días previos a que sus vidas cambien para siempre.
Cursa el año de 1990, cuando ventean ya los aires del llamado “período especial”,
durante el cual la isla sobrellevará la peor crisis económica de su historia. Es una
fotografía cuya importancia el autor, Leonardo Padura, refrendará más adelante en
la novela al compararla con otra similar, tomada dos años después. Entre una y
otra las vidas de estos doce apóstoles de la cubanidad se dispersarán en el
espacio como “polvo en el viento”.

Este extenso desahogo de Padura –un escritor que ha vivido el proceso con
obstinada presencia– supone su interpretación definitiva del gran tema nacional, el
de la diáspora, del que ha podido sustraerse no sin poco esfuerzo durante todos
estos años como creador literario, aunque se trate de un rasgo esencial, como él
mismo reconoce, de la idiosincrasia cubana. Y es que la suya es una voz que
navega sobre el mar de inevitables sensaciones contradictorias que supone
pertenecer a un pueblo traspasado por la política en un entorno “tan lejos de dios y
tan cerca de Estados Unidos”. Y lo hace tras dedicar los dos últimos años de su
vida a la escritura de una historia que intenta soportar una opinión cardinal: todas
las razones para salir de Cuba son válidas y todas las razones para quedarse
también lo son.

Por allí van los pasos de la trama, entonces, un cruce de destinos en el que cada
personaje enfrenta las consecuencias de esta decisión trascendental, que se les
impone tanto por circunstancias políticas como por razones individuales: el suicidio
de uno de los miembros del grupo, o del “Clan”, como ellos desmañadamente se
reconocen.

La historia, que puede definirse como una suerte de epopeya íntima, abarca 25
años, y en ella se alterna el relato particular de cada personaje, articulado por una
voz en tercera persona que les comprende desde su respectiva realidad. Este
esfuerzo narrativo, que va y viene sobre el eje temporal, exige del autor un trabajo
de filigrana para entrelazar el recorrido de unos personajes que se desbandan en
onda expansiva pero que recurrentemente vuelven a cruzar sus órbitas. Desde
Estados Unidos, pero también desde España, Francia, Argentina, México o desde
La Habana misma, no dejamos de seguirles la pista para verificar que mientras
más distantes se ubican en el plano geográfico más cerca se encuentran de su
historia común.

Por ello nos dice tanto aquella fotografía grupal, suspendida sobre el lector como
un holograma descolorido, y que a través de un fundido cinematográfico va
agregando los rostros de amigos y familiares, condicionados por circunstancias
que se repiten y nos repiten: “¿Por qué todas aquellas personas, que habían
vivido de modo natural en una cercanía afectiva, aferrados a su mundo y
pertenencia, empeñados durante años en una superación personal y profesional a
la que en su país habían tenido acceso, decidían luego continuar sus vidas en un
exilio en el cual, así lo presumía ella, así lo había sentido Fabio, nunca volverían a
ser lo que habían sido y nunca llegarían a ser otra cosa que trasplantados con
muchas de sus raíces expuestas? ¿O llegarían a ser otra cosa, cualquier otra cosa
que no fuera extranjeros, refugiados, irregulares, exiliados, apátridas?”.

“Como polvo en el viento” es una novela que nos deja un regusto acre en la boca
pero que se disfruta con intenso sometimiento. Su relevancia se ceba ya en el
vigor de un periplo amplio en tiempo y espacio. Su metáfora existencial cubre el
envite: el mundo es apenas una isla perdida en nuestra mente.

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