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HORACIO QUIROGA: LOS DESTERRADOS

y
Para Quiroga, ese año de 1926 fue consagratorio:
le publicaron un H o m e n a je con colaboraciones de
Lynch, Capdevila, Fernández Moreno, Luis Franco
y otros, y la misma editorial, la ya legendaria “Babel”,
sacó también Los desterrad os. Hay relación entre las
dos publicaciones; el homenaje viene como a cele­
brar su obra más m adura y perfecta, la recopilación
de cuentos más equilibrada y orgánica, no solo por la
calidad'con qué está realizado cada uno sino por la
trabazón que existe entre todos. El libro mostró a un
gran maestro, dueño de sus recursos expresivos, y fue
sentido como la culminación de un proceso literario
de un dramatismo sin igual. Los hechos posteriores
demostrarían que, en efecto, Los desterrad os es un
punto de llegada, la prueba de lo más que Quiroga
pudo dar.
Es claro que cuando se habla de consagración se es
forzosamente ambiguo. Hay quien puede creer que
significa lluvia de flores, contratos espléndidos, reco­
nocimientos por la calle, tranquilidad económica. Pa­
ra Quiroga, un hombre tan triste como casi toda la
tristeza entera del país, esa consagración fue, tal vez,
una oportunidad para sentir otra vez el calor de la
amistad y una verificación exterior de que todo el
sufrimiento y la soledad, en cuyo ejercicio era un ex­
perto, no habían sido vanos, sino que se trascendían,

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... W ? ' -iT ' " r-vriSr'T-''


podían movilizar zonas espirituales en los otros, mu­
chos o pocos. No se asombró, como supusimos que
podía haberle pasado a Güiraldes, porque toda ju_
vida como escritor está proyectada hacia lo que Los
d ester ra d o s quiere ser, ya sea como forma de expre­
sión, 'y a como sentido de la vida. L a culminación,
el redondeamiento eran lógicos y necesarios y se los
podía esperar a partir de los C u en to s d e am or, d e lo-
cu ra y d e m u e r te (1917), p’éro lo ilógico e inne­
cesario era el cierre del"ciclo, la clausura de una línea
en permanente afirmación desde sus remotos y con­
fusos comienzos.
Durante^ ese, año, Quiroga vivió en Buenos Aires,
donde permaneció cinco añ o sX n te s, y despues/hjiBía_
hecho la experiencia de Misiones, lo cual le daba ese
aire legendario y misterioso, que ei~cle lo suyo lo más
conocido. En efecto, su nombre está tan ligado al de
la tierra virgen que para muchos puede resultar ex­
traño decir que vivió largo tiempo en la Capital y,
además, que había sido un poeta modernista de la
primera hora. El hombre rudo, de la gran barba ce­
rrada, el silencioso y poco amigo de gestos, el hombre
que había convivido con alimañas y hombres peligro­
sos, en su momento había vivido la pequeña historia
literaria y se había hecho conocer por sus versos
exquisitos y situaciones alucinadas, se había encerra­
do en un “Consistorio del Gay Saber” y había vivido
la bohemia como si la palabra fuera el principio y el
fin de todo destino humano o, más precisamente, del
suyo. \
En efecto, Quiroga formó parte de las huestes que
siguieron a Lugones (antes había estado Rubén Da-
río) y participo de todas las audacias con que el

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movimiento modernista quiso asombrar a la provin­
ciana Buenos Aires y a la no menos suburbana Mon­
tevideo. Ouiroga fue., un extremista: desde joven-
cito escribía sobre jarrones, cuerpos de mujer, sobre
drogas devastadoras y alucinaciones. Se había des­
lumbrado con Lugones (lo glosaba) y con Poe (lo
im itaba). Era vehemente y violento: la literatura
constituía para él una manera de defenderse de la
hostilidad burguesa, cuyas apelaciones al buen sen­
tido" afrentaban su necesidad de conmover la tierra
con sus versos. Al mismo tiempo hacía ciclismo en
su pueblo, Salto, a orillas del Uruguay.
No era un gran poeta ni un buen prosista, pero
gustaba del modo que puede gustar en un ambiente
reducido un jovencito de buena fam ilia que prome­
te y que no es malo, pese a sus desplantes. Como mo­
dernistas, Lugones, Larreta, Herrera y Reissig lo ha­
brían hecho desaparecer fatalmente. Por suerte, fue
dejando el modernismo gracias a dos circunstancias:
la primera, literaria; la segunda, vital. Gomo casi
todos sus hermanos de escuela admiraba a grandes
escritores un tanto indiscriminadamente; hoy eso re­
sulta extraño: ¿cómo se puede poner en un mismo
plano a Leconte de L ’Isle y a Zola? Poco a poco,
los—naturalistas predominaron en él, especialmente
(^Maüpássapi), cuyo rigor en el cuento le ,sirvió como
ejemplo y modelo y constituyó la influencia más be­
néfica que recibió (llegó a glosar algún cuento deT
francés: el conocido La ga llin a d ego lla d a es una va­
riante de Los id io ta s). El naturalismo le abrió el ca­
mino y pudo sacarse de encima todo ese verbalismo
con lo cual se acercó a la realidad. Pero la otra cir­
cunstancia es fundamental y confiere a su obra una

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tensión trágica porque proviene de la tensión trágica
que de pronto se instaura en su vida. Para muchos,
esta circunstancia es como un signo: una larga serie
de suicidios, en la que se instala el suyo propio v.
con posterioridad a su muerte, el de sus dos hijos.
El hecho es que a partir de la muerte de su amigo
Ferrando (provocada accidentalmente por él) se em­
pieza a notar un cambio que va a modificar su lite­
ratura. Adquiere una especie de seriedad, un tono
que contrasta con la juvenil manera de quemar su
tiempo y eso coincide con el descubrimiento que hace
de Misiones en setiembre de 1903. O sea que aban­
dono del modernismo, muerte de su amigo y Misiones
son los hechos sobre los que se va dibujando una per­
sonalidad de escritor verdadero, un escritor que de lo
único que va a ocuparse será de una temática esen­
cial, despojada de todo ornamento y de lo accesorio
que lastraba su producción anterior. Y, por añadi­
dura, que va a encontrar su inflexión más entraña­
ble y propia, libre de toda influencia.
A partir de los C u en to s d e a m o r, d e locu ra y d e
m u e r t e (cuya publicación fue auspiciada por M anuel
Gálvez), Quiroga es reconocido como cuentista hábil,
capaz de desarrollar cualquier tema y de hacerlo in­
teresante. Es indiscutible en ese libro su capacidad
de observación psicológica, el trazo simple y profundo
con que define situaciones, la economía, narrativa. Hay
algo "de clásico en la concisión nerviosa con que
relata, que no ahoga, por otra“parte, la transmisión
de una experiencia directa de la realidad. Pero los
cuentos sobre Misiones no son mayoría en ese volu­
men. En los posteriores lo irán siendo: poco a poco
no escribirá sino de tipos y situaciones vividas, lo cual

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le permitirá dar a sus relatos una dimensión v
antes carecían. Poco a poco, los c.uento.s sor. ,
vez de mayor acción y, paradójicamente, adquia.
hondura filosófica y un perfil histórico-social q\x
sirve para comprender un momento en la vida déV
país. Es decir también un hombre y su inserción en
un país a medio hacer, palpitante de aventura, que­
brado por contradicciones y por las explosiones del
esfuerzo de muchos hombres por darle forma.
/Es en Misiones donde Quiroga se encuentra con
una oportunidad de dar sentido a su vida y, córrela-'
tivamente, donde va comprendiendo el sentido de la
vida de los otros. Y Misiones le brinda el espectáculo1
de una zona de frontera que es como un espeio de- .
formante '5e lo c h ip ; el fiáis pxofiaafc y r i o, l o que
l ogra de sí mismo. C ampo en el que se puede ejer­
citar el pionerismo, donde todo puede descubrirse,
pero donde todo debe previamente afrontarse. Zona
de una aventura total en la que lo menos que puede
extrañarse es la intensidad y dojide el riesgo más
previsible es la frustración, el andamiento definitivo,
el olvido, la muerte.
Todo esto es Los d esterra d os, un testimonio artístico
y vital que se incorpora a nuestra incipiente literatura,
contribuyendo a darle forma con tanta eficacia como
lo hicieron en su momento Sarmiento con F acundo o
Hernández con M artín Fierro. Testimonio de esa
evolución que va de un suponerse dueño del mundo
hasta saberse un desterrado; de la frivoldiad, a_la so­
briedad y el ascetismo. Aquí concentra los tipos ¡ que
conoció y que representan ese cruce que es toda zona
derfrbñtéra-y por añadidura,■/marginal.? Aquí se en­
c u e r a n “individuos que quisieron modificar una na-
tensión trágica porque proviene de la tensión trágica
que de pronto se instaura en su vida. Para muchos,
esta circunstancia es como un signo: una larga serie
de suicidios, en J a que se instala el suyo propio v.
con posterioridad a su muerte, el de sus dos hijos.
El hecho es que a partir de la muerte de su amigo
Ferrando (provocada accidentalmente por él) se em­
pieza a notar un cambio que va a modificar su lite­
ratura. Adquiere una especie de seriedad, un tono
que contrasta con la juvenil manera de quemar su
tiempo y eso coincide con el descubrimiento que hace
de Misiones en setiembre de 1903. O sea que aban­
dono del modernismo, muerte de su amigo y Misiones
son los hechos sobre los que se va dibujando una per­
sonalidad de escritor verdadero, un escritor que de lo
único que va a ocuparse será de una temática esen­
cial, despojada de todo ornamento^ % de lo accesorio
que lastraba su producción anterior. Y, por añadi­
dura, que va a encontrar su inflexión más entraña­
ble y propia, libre de toda influencia.
A partir ele los C u en to s d e am or, d e locu ra y d e
m u e r t e (cuya publicación fue auspiciada por M anuel
\ Gálvez), Quiroga es reconocido como cuentista hábil,
V capaz de desarrollar cualquier tema y de hacerlo in*
teresante. Es indiscutible en ese libro su capacidad
de observación psicológica, el trazo simple y profundo
con que define situaciones, \a economía, narrativa. Hay
algo" "de clásico en la concisión nerviosa con que
relata, que no ahoga, por otra parte, la transmisión
de una experiencia directa de la realidad. Pero los
cuentos sobre Misiones no son mayoría en ese volu­
men. En los posteriores lo irán siendo: poco a poco
no escribirá sino de tipos y situaciones vividas, lo cual

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le permitirá dar a sus relatos una dimensión v.
antes carecían. Poco a poco los cucnto.s son .
vez de mayor acción y, paradójicamente, adquik
hondura filosófica y un perfil histórico-social qvs,
sirve para comprender un momento en la vida déV
país. Es decir también un hombre y su inserción en
un país a medio hacer, palpitante de aventura, que­
brado por contradicciones y por las explosiones del
esfuerzo de muchos hombres por darle forma.
/Es en Misiones donde Quiroga se encuentra con
una oportunidad de dar sentido a su vida y, córrela--"
tivamente, donde va comprendiendo el sentido de la;
vida de los otros. Y Misiones le brinda el <ggpectáculfi<.
de una zona de frontera que es como un espejo d e -..
formar;"' de lo cu.- rl pa.í° prnponr* v lo que
l ogra de sí mismo. C ampo en el que se puede ejer­
citar el pionerismo, donde todo puede descubrirse,
pero donde todo debe previamente afrontarse. Zona
de una aventura total en la que lo menos que puede
extrañarse es la intensidad y donde el riesgo más
previsible es la frustración, el andamiento definitivo,
el olvido, la muerte.
Todo esto es Los d ester ra d o s, un testimonio artístico
y vital que se incorpora a nuestra incipiente literatura,
contribuyendo a darle forma con tanta eficacia como
lo hicieron en su momento Sarmiento con F acundo o
Hernández con M artín Fierro. Testimonio de esa
evolución que va de un suponerse dueño del mundo
hasta saberse un desterrado; de la frivoldiad. a_ la so­
briedad y el ascetismo. Aquí concentra los tipos i que
conoció y que representan ese cruce que es todá zona
de(frbñ tera-y por añadidura marginal.? Aquí se en­
cuentran "individuos que quisieron modificar una na-

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£uraleza rica pero implacable y que en el intento se


Convirtieron en ex hombres, en resaca acumulada en
esa lejana orilla del mundo. Son los que sucumbieron
a ese esfuerzo por integrar históricamente Misiones al
país, el tributo humano a un desarrollo económico
cuyas pautas corren secretamente por el mundo de
acabados que Quiroga describe magistralmente. Y él
es uno de ellos■en lá proyección literaria; no juzga
a ios ex hombres, no trata pedantescamente de expli­
carlos, los muestra como si cada uno fuera una re­
flexión de cada lector, como si cada lector dispuesto a
emprender una aventura vital, para la que está dota­
do, contuviera un principio de desgaste, algo que lo
puede convertir en un dipsómano desesperado, en un
maniático o en un perdido vagabundo que ansia tan
solo ver un poco de la tierra en la que nació antes
de morir.
Y justamente, esa lím pida persuasión quiroguiana,
ese hacer entrar á cada uno en la sustancia signifi­
cativa ele sus cuentos, implica un paso muy adelante
en la maduración de una literatura,, joven. Es. e l.
paso que va de uri realismo ingenuo, útil para una
merá transmisión, a un realismo con proyección sim­
bólica. Es decir, los realistas primitivos mostraban
una historia desde afuera para conmover al lector y
hacerlo adherir a sus puntos de vista, generalmente
condenatorios; Quiroga no se propone hacer un es­
tudio sobre Misiones ni lograr definiciones exteriores
del lector, condenas que lo separan de la realidad;
Quiroga quiere hacerle ver que tras esa víbora, tras ese
buey, tras ese peón perdido, cada uno es víbora, buey,
peón perdido, quiere hacer ver que todos participa­
mos de la experiencia del vivir y ninguno está a salvo

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y
de sus contingencias. Esa sensación no es explicitada
por Quiroga corno programa, surge de la escritura
misma, nutre las situaciones reduce a ese servicio a
la palabra.
Después de ese libro hay una involución en Quiro-
ga. U na resistencia, a. p.sñ-ihir^ una wpprif de riesr.orÑ
cierto vital. .Le escribe cartas a Martínez Estrada en
el período que va desde su regreso a Misiones l'1932'l
hasta su vuelta definitiva a Buenos Aires (1936).
donde morirá. Allí se justifica por su escasa acti'
vidad y en más de una oportunidad se declara ac&
bado. Esas cartas dan la impresión de un hombn
agobiado, descreído de la vida y de la literatura. Er
1935 publica (permite que se publique) M ás allá. L:
parábola se cierra. Lo que está dicho en Los deste
n a d o s es lo único válido, lo universal. Y la lecciói
se cierne también sobre una literatura que no podr;
desentenderse de lo que fue Quiroga; su rnensaj
total está contenido cabalmente en . Los desterrado-1
que con El j u g u e t e rabioso proyectan 1926 hacia ui
futuro de seriedad, de realismo y de autenticidad.

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