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Cartagena
Hecho por: Pablo Alandete Costa
Una amplia discusión se ha liderado desde la ciencia política respecto a los estudios del
concepto de capital social. Tres autores principales en el discernimiento y explicación del
concepto son Putnam, Lin y Coleman, quienes difieren en sus interpretaciones del concepto
al menos mínimamente, pero enriquecen el debate. Explicados por Stolle (2007), según
Coleman, el capital social hace referencia a “aspectos de la estructura social que proveen
recursos a actores para satisfacer sus intereses”; para Putnam “redes, normas de reciprocidad
y confianza para un mutuo beneficio colectivo”; y, por último, según Lin “inversión en
relaciones sociales con un ingreso (beneficio) en el mercado”. Para analizar, posteriormente,
la situación de crisis institucional en Cartagena y su relación con el capital social, se tomará
el concepto de Putnam, gracias al énfasis que le da al capital social para explicar la acción
colectiva, que en gran medida puede explicar por sí misma un factor catalizador de la crisis
en distintos contextos.
Según Putnam (1993), lo que derivó posteriormente en los niveles más altos de desarrollo
económico e institucional, en el norte de Italia, en comparación con el sur, provino de normas
de reciprocidad y redes de compromiso cívico, en sociedades cooperativas, de apoyo mutuo,
que era algo que se podía evidenciar incluso en grupos literarios y equipos de fútbol. Esto, a
grandes rasgos, es lo que se podría definir como capital social.
Así, entonces, situando el análisis sobre el caso concreto de Cartagena, bajo el presupuesto
de que la creación de capital social y mejoramiento de las redes dentro de estructuras sociales
de forma horizontal, pueden ser el catalizador de una mejora del performance institucional,
sería interesante analizar la factibilidad de este hecho. Según la Tercera Medición del Capital
Social en Colombia BARCAS (2011):
Uno de los principales problemas para la acumulación y formación del capital social en Cartagena
como en el resto del país es la atomización, es decir, el grado de exclusión y aislamiento en espacios de
interacción social. Como indicadores de atomización se consideraron la proporción de personas que
percibieron que nadie los puede ayudar (21% de Cartagena vs. 11% nacional), que nunca se reúne con
los vecinos (27% de Cartagena vs. 30% nacional), que nunca se reúne con los compañeros del trabajo
(17% de Cartagena vs. 25.6% nacional), que no pertenecen a ninguna organización voluntaria (34%
Cartagena de vs. 30% nacional), que tienen cero eslabonamiento (63% en Cartagena igual que a nivel
nacional) o que están vinculados al trabajo formal (27% de Cartagena vs 22% nacional)
Este es uno de los claros reflejos de la deficiencia existente en cuanto a capital social en
Cartagena, que de ser comparado con niveles nacionales e internacionales, queda muy
rezagado. No obstante, existen excepciones clave dentro del estudio del capital social, como
la confianza interpersonal y la percepción de la corrupción, que, comparada con la de otras
ciudades a nivel nacional, en ambos componentes era mayor en Cartagena (Hurtado, García y
Copete, 2011), pero que se mantiene insignificante en comparación con países avanzados en
cuanto a capital social.
Más allá de esto, está claro que, de alguna manera, la inversión en capital social habría de
poder ayudar a superar las condiciones graves por las cuales pasan las instituciones en
Cartagena. En últimas, el favorecimiento de la inclusión de los individuos dentro de
organizaciones de acción colectiva horizontales para alcanzar beneficios mutuos promueve
una de las formas de democracia teorizadas por, entre otros, Jürgen Habermas (2005), que es
la democracia deliberativa, que llevaría consigo como obligación la mejora de la acción
comunicativa de los individuos cartageneros, para el ejercicio de la política. Esto nos lleva a
la interpretación de la superación de problemas estructurales como algo menester para la
creación de capital social. El desarrollo económico y la superación de condiciones de
supervivencia están fuertemente correlacionadas con el avance de una sociedad más
preocupada por valores de self-expression y un incremento de la confianza interpersonal
(Inglehart). Parece que el análisis entrase dentro de un círculo vicioso. Problemas
estructurales económicos, educativos, pedagógicos, en parte por culpa del desempeño
institucional y la corrupción, que en últimas perpetúan las condiciones para que todo siga
igual, pero cuando de ofrecer salidas se trata, no puede haber un camino del todo sencillo.
Es posible articular lo planteado con una polémica generada en los días recientes por una
frase mencionada por la alcadesa encargada actualmente de la ciudad, Yolanda Wong, quien
afirmó que la pobreza está en la mente de las personas. Ante esto, sería interesante hacer
referencia al caso del Plan de Alimentación Escolar, que durante el gobierno de Manuel
Vicente Duque, y tantos otros antes, se convirtió en un nido de corrupción. En una ciudad
donde los recursos para la alimentación de jóvenes en el ambiente escolar, con fines de
mejorar las condiciones de su ambiente educativo para el desarrollo pleno de sus capacidades
cognitivas, la alcaldesa encargada comenta libremente que la pobreza es un estado mental,
ante la interpretación del caso de estos jóvenes, que a duras penas han de ser capaces de
entender los contenidos de sus clases sin la, posiblemente, única de sus comidas en el día.
Aquí se genera un choque entre los problemas estructurales a ser resueltos, entre ellos la
calidad de la educación para la creación de conciencias democráticas en las personas, y su
interés por inmiscuirse en la vida de redes en estructuras sociales horizontales, y la mejora de
la situación de vida de los habitantes orientada a que cambien el enfoque de su cosmovisión
al no necesitar dedicar tanto tiempo a la dilucidación de su supervivencia, como a, estando
bien alimentados y con buenas condiciones de vida, dedicar mayor espacio a su
autoexpresión, para la generación del capital social que permita mutar a formas de gobierno
orientadas por valores democráticos reales, y un performance institucional efectivo, que
genere un ciclo de retroalimentación positiva para la prosperidad en la ciudad de Cartagena,
lo cual hoy parece alejarse en los horizontes de la utopía.
En general, y para dar claridad de alguna posición dentro de las diversas y relacionadas
discusiones planteadas en este ensayo, es necesario afirmar que se interpreta la situación de
Cartagena como una atrapada dentro de un círculo vicioso que, en los esfuerzos por mejorar
la condición actual, requerirá de la articulación entre empresas privadas, agencia pública,
academia y ciudadanía, para no sólo cambiar para bien el aspecto del comportamiento de los
ciudadanos, sino también apuntar a la mejora de las instituciones, al menos en su base, para
no cometer el error, en la primera fase de examen de la viabilidad de políticas públicas a
realizarse, de no salir nunca de la discusión de si se debe mejorar una cosa o la otra para que
todo pueda cambiar. Un valor agregado a estas salidas es, sin dudas, el enfoque que pueda
dársele a apuntar a la creación de capital social, que hasta ahora, en ningún mandato en
Cartagena, ha estado presente.
Es por lo anterior mencionado que se puede ubicar a la sociedad cartagenera dentro de las
famosas tipologías de cultura política propuestas por Almond y Verba (1963), entre las cuáles
se encuentran la cultura política participante, de súbditos y parroquial, así como la
súbdito-participante, súbdito-parroquial y parroquial-participante. La cultura política
cartagenera, ya contextualizada dentro de una explicación situacional ofrecida en este trabajo
de la condición de sus individuos, su capital social, sus retos y posibles salidas, puede
ubicarse como una cultura política súbdito-parroquial, a medio camino del rechazo de unos
objetos de un sistema de valores tradicional y el reconocimiento de un gobierno y unas
relaciones de poder, pero donde los individuos se asumen como súbditos y no como
participantes de estas relaciones. La relación entre el crecimiento del capital social y la
evolución hacia una cultura política participante, que proporcione soluciones a fenómenos de
corrupción como el clientelismo, es directamente proporcional, y también podría
argumentarse que produce efectos positivos en cuanto a la consolidación del concepto de
ciudadanía y la apropiación por parte de los individuos de esta condición fundamental para
sus vidas.
Referencias bibliográficas
-Acemoglu, D., & Robinson, J. (2014). Por qué fracasan los países. [Barcelona]: Deusto.
-Almond, G., & Verba, S. (1963). The civic culture. Estados Unidos: Libros de Bolsillo de la Carreta.
-Habermas, J. (2005). Tres modelos de democracia. Sobre el concepto de democracia deliberativa. Polis, (10).
-Hurtado, D., García, D., & Copete, A. (2012). Tercera Medición del Capital Social en Colombia BARCAS
2011: Informe de Resultados: medición de capital social en Cartagena. Bogotá D.C.
-Inglehart, R., & Baker, W. (2000). Modernization, Cultural Change, and the Persistence of Traditional Values.
American Sociological Review, 65(1), 19. doi: 10.2307/2657288
-Robison, L. J., Siles, M., & Schmid, A. (2003). El capital social y la reducción de la pobreza: hacia un
paradigma maduro. Capital social y reducción de la pobreza en América Latina y el Caribe: en busca de un
nuevo paradigma, 51-114.
-Zúñiga Herazo, Luis; Valencia López, Harold. Ciudadanía y democracia en Cartagena: entre la exclusión social
y el clientelismo político Reflexión Política, vol. 18, núm. 36, julio-diciembre, 2016, pp. 144-157