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DE LA
FÍSICA
Atravesando fronteras
POR
WERNER HEISENBERG
Aquí, en este rincón del mundo, en la costa del mar Egeo, los
filósofos Leucipo y Demócrito meditaron sobre la estructura de la materia, y
allá un poco más abajo, en la plaza del mercado, tras la que se desvanece en
estos momentos el crepúsculo, Sócrates dialogó sobre las dificultades
fundamentales de nuestro medio de expresarnos; también ahí enseñó Platón
que la idea, la imagen, es propiamente la estructura básica que se esconde
tras los fenómenos. Las cuestiones que por primera vez en la historia hace
ahora más de dos milenios y medio se discutieron en este país han ocupado
desde entonces y casi sin interrupción el pensamiento humano; han sido
abordadas una y otra vez en el decurso de la historia y pronto, a lo largo de
la evolución que fueron experimentando, abrieron nuevas perspectivas a los
viejos caminos del pensamiento.
Si hoy me atrevo a examinar de nuevo algunos de los antiguos
problemas, como el de la estructura de la materia y el concepto de ley
natural, se debe al cambio radical que en nuestro tiempo y como
consecuencia del desarrollo de la física atómica han sufrido nuestros
conceptos de la naturaleza y de la estructura de la materia. No creo que sea
exagerado afirmar que algunos de los problemas de los tiempos antiguos
han hallado su solución clara y definitiva en los tiempos modernos.
Hablaremos, pues, de esas respuestas recientes y tal vez definitivas que dan
la solución a preguntas que se plantearon en este mismo lugar hace varios
siglos.
Pero existe, además, un segundo motivo para hacer de
trocarse en hielo o puede hacer brotar flores del seno de la tierra. Pero las
partes más pequeñas de agua, que tal vez son idénticas en el hielo, en el
vapor y en la flor, bien podrían ser esa última sencillez que buscamos.
Probablemente su comportamiento podría definirse por medio de leyes
sencillas, y en tal caso podrían formularse estas leyes.
De esta forma, al dirigir la atención primordialmente a la materia,
a la causa material de todas las cosas, el concepto de «partes mínimas de la
materia» se manifiesta como consecuencia natural de la tendencia a la
simplicidad.
Este concepto de partes mínimas de la materia, cuya legalidad es
necesariamente fácil de comprender, nos lleva de modo inmediato a las
dificultades que surgen del concepto de infinito. Un trozo de materia puede
partirse en trozos, éstos a su vez pueden dividirse en trozos más pequeños
todavía y así sucesivamente; pero nos resulta difícil imaginar que la
divisibilidad pueda seguir dándose indefinidamente. Por otra parte, tampoco
podemos imaginar que, en principio, no puedan seguirse partiendo más y
más los trozos. Siempre nos será posible al menos pensar conceptualmente
partes cada vez más pequeñas y podemos concebir que puede ocurrir en
pequeñas proporciones lo mismo que ocurre en proporciones normales. Pero
nuestra imaginación nos inducirá evidentemente a error si pretendemos
imaginarnos el proceso de esta continua divisibilidad. Los filósofos griegos
tuvieron conciencia clara de esto; la «hipótesis atómica», es decir, la idea de
las partículas mínimas indivisibles, puede considerarse como un primer
paso natural para afrontar la dificultad.
Los fundadores de la atomística, Leucipo y Demócrito, intentaron
allanar el camino mediante la suposición de que el átomo es eterno e
indestructible y, además, lo único existente. Todo lo demás existe, pura y
simplemente, porque está formado por átomos. La antítesis entre el «ser» y
el «no ser» de la filosofía de Parménides se amplifica aquí hasta llegar a la
antítesis entre «lo lleno» y «lo vacío». El ser no es ya «lo uno»; puede
repetirse sin cesar hasta el infinito. El ser es indestructible y, por lo mismo,
también el átomo es indestructible. Lo vacío, el espacio vacío entre los
átomos, hace posible
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no por los objetos materiales, como los átomos de Demócrito, sino por la
forma que determina a los objetos materiales. Las ideas son más
fundamentales que los objetos. Y como las últimas partículas de la materia
deben ser los objetos, en los que se transparente la simplicidad del mundo y
con los cuales nos acercamos al «Uno» de la «Unidad» del mundo, las ideas
tienen que poder describirse matemáticamente, son pura y simplemente
formas matemáticas. La expresión «Dios es matemático», que en esta forma
pertenece a una época posterior de la filosofía, hunde sus raíces en este
lugar de la filosofía platónica.
No resulta fácil apreciar en todo su valor la importancia de este
paso en el pensamiento filosófico. En realidad, debe considerársele como el
comienzo decisivo de las ciencias matemáticas de la naturaleza, y por lo
mismo a él cabe adjudicar la responsabilidad de las aplicaciones técnicas
que posteriormente han transformado la imagen total del mundo. Con este
paso se precisó también por primera vez el significado exacto del verbo
«entender», pues entre todas las formas posibles de comprensión la forma
que las matemáticas utilizan fue la elegida como expresión del
conocimiento «verdadero». Esto quiere decir que cada lengua, cada arte,
cada poesía nos proporciona de determinada manera comprensión e
inteligencia. Pero que solamente la aplicación de un lenguaje preciso, lógico
y concluso, un lenguaje que puede formalizarse hasta el punto de permitir
demostraciones convincentes, puede llevarnos al conocimiento verdadero.
Se aprecia aún hoy cuán fuerte fue la impresión que causó a los filósofos
griegos el poder de convicción de los argumentos lógicos y matemáticos.
Evidentemente, se sintieron abrumados ante esa fuerza. Aunque tal vez
capitularon demasiado pronto.
quedaba por aclarar por qué motivo tales partículas elementales no podían
ser divididas ulteriormente. Hasta entonces siempre había sido posible
escindir una y otra vez aquellas partículas que durante mucho tiempo
habíamos considerado como indivisibles, con tal de que, para su escisión, se
aplicaran fuerzas suficientemente grandes. Por ello existía la tendencia a
creer que todo era cuestión de aumentar la energía en el choque de las
partículas, y de ese modo se conseguiría llegar a escindir también los
neutrones y protones. Ello significaría probablemente que nunca se llegaría
realmente al final, que no existen unidades últimas de la materia. Pero antes
de exponer la solución actual del problema debo mencionar la segunda
dificultad.
Esta segunda dificultad se refiere a la cuestión de si las últimas
unidades de la materia son objetos físicos en el sentido corriente de la
palabra, si existen de la misma manera que existen las piedras o las flores.
La teoría cuántica con su evolución desde hace ahora unos cuarenta años ha
provocado en este punto una situación totalmente nueva. Las leyes de la
teoría cuántica, formuladas matemáticamente, demuestran claramente que
nuestros conceptos intuitivos ordinarios no pueden utilizarse de forma
inequívoca en relación, con las partículas elementales. Todas las palabras o
definiciones que empleamos para describir los objetos físicos ordinarios,
como, por ejemplo, situación, velocidad, color, tamaño, etc., se tornan
imprecisas y problemáticas cuando intentamos aplicarlas a las partículas
elementales. No puedo detenerme a explicar los pormenores de esta
cuestión, tan discutida en los últimos decenios. Pero es de gran importancia
aclarar que, si bien no podemos describir exactamente con el lenguaje
ordinario el comportamiento de las partículas elementales, puede, en
cambio, el lenguaje matemático servir perfectamente y reflejar con claridad
la realidad referida.
Los últimos progresos realizados en la física de las partículas
elementales han dado una solución para el primero de los problemas
citados, el logogrifo de la divisibilidad indefinida de la materia, Tras la
segunda guerra mundial se construyeron en varios países grandes
aceleradores para provocar
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