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3. PROPUESTAS DE SOLUCIÓN
En el desarrollo del pensamiento presocrático, Parménides ocupa un lugar central, hasta el
punto de que hay un antes y un después de él, como vamos a ver. Pero antes debemos advertir
que las fuentes documentales de los presocráticos son pocas y poco fiables, pues lo que nos ha
llegado de ellos es (i) poco y (ii) a través de intermediarios.
(i) Escribieron libros, pero no nos ha llegado ninguno entero, sino solo fragmentos y en algunos
casos solo palabras e incluso nada, y (ii) ninguno de los escritos que conservamos es de su puño
y letra, sino que son o citas (presuntamente) literales o comentarios sobre sus ideas y sus vidas.
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1. El mundo es puro cambio, demanera que en la Physis no existen “cosas” en el sentido de
cuerpos consistentes, sino que solo hay procesos, actividad. Esto lo expresó con dos frases
célebres: «Panta rhei», “todo fluye”, nada permanece; y «No nos bañamos dos veces en el mismo
río» (pues, entretanto, ha cambiado el agua ¡y nosotros mismos!).
2. El arjé o principio constitutivo de todo es la lucha de contrarios (Día Vs Noche, Guerra Vs
Paz), representada con la metáfora del fuego. Quizás en respuesta a alguna crítica –que señalaba
cosas que parecen permanentes, como esta botella de la que estoy bebiendo agua–, Heráclito
añadía que todo lo “permanente” es apariencia que surge de que se equilibran fuerzas
contrarias, algo parecido a lo que ocurre con nuestro cuerpo –diría yo–: parece que permanece el
mismo a lo largo del tiempo, pero sólo porque se le agrega tanto nuevo cuanto viejo va muriendo
a nivel celular.
En conformidad con ello, Heráclito sostuvo las siguientes dos tesis epistemológicas –acerca del
conocimiento–:
1. El mundo no es susceptible de conocimiento
verdadero (necesario y permanente) –porque no hay nada
necesario y permanente, y se entiende que el auténtico
conocimiento es necesario y permanente–.
2. Son los sentidos la fuente de conocimiento que nos
muestra dichos cambios.
Pero esto no significa que Heráclito considerase que no se
puede conocer nada. Encontró la solución en el concepto
de LOGOS, término griego que puede traducirse por “razón”, “palabra”, “discurso”. Para
Heráclito dicho logos es el orden que subyace por debajo de los múltiples cambios que muestran
los sentidos.
Es cierto que todo cambia, pero esto no ocurre de forma caótica, sino que responde a una lógica,
a un orden que subyace y que podemos captar a través de la inteligencia. El conocimiento consiste
precisamente en conocerla ley interna que rige la Naturaleza. Este logos nos dice que la realidad
es contradictoria y armónica al mismo tiempo. Los contrarios y opuestos se exigen unos a otros.
Así su frase “la guerra es el padre de todas las cosas”.
Se considera a Heráclito el precursor de la dialéctica, es decir, de la concepción de la realidad a
través de este dinamismo que lleva de un contrario a otro encerrando una regularidad. Así lo
reconocieron filósofos posteriores con Hegel y Nietzsche.
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El número diez es la quintaesencia del misticismo pitagórico. Los pitagóricos lo representaban
mediante 10 puntos dispuestos bajo la forma de un triángulo equilátero. A este anagrama,
representación visual y geométrica del hecho de que 10=1+2+3+4, le llamaron la Tetractys de la
Década.
En la COSMOLOGÍA PITÁGORICA la veneración hacia el número diez tiene una implicación
transcendental en su doctrina acerca de la configuración del universo, al ser la inspiradora del
primer sistema astronómico no geocéntrico. Según Aristóteles (Metafísica, 986a):
«[...] Como creen [los pitagóricos] que la década es perfecta y que abarca la naturaleza entera de los
números, afirman que también los cuerpos que se mueven en torno de los cielos son diez, pero al ser
nueve solamente los visibles, se inventan, por esta razón, el décimo, la anti-tierra, [...].»
La doctrina pitagórica de la Armonía de las Esferas es la quintaesencia de la belleza en la
explicación pitagórica del Cosmos divino armonizado de forma fascinante por la concordancia
de las proporciones aritméticas y musicales, que extrapoladas al universo entero determinarían
que los cuerpos celestes debían emitir en sus movimientos unos tonos musicales armoniosos cuya
combinación producía una maravillosa melodía permanente: «La Música de las Esferas»
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3.4. Parménides y “los suyos” (515 a.C. aprox.)
Parménides fue el pensador más importante de la escuela de Elea. De familia aristocrática.
Discípulo de Anaxímenes e influido por el pitagorismo, profundizará en su herencia en la línea de
una mayor racionalización de su filosofía.
La influencia de Parménides no sólo fue importante en los pluralistas posteriores sino también en
Sócrates, Platón y Aristóteles. Parménides se erige en el defensor del racionalismo extremo.
Y convierte la cosmología en ontología (con su estudio del Ser) y epistemología, con su distinción
del conocimiento sensible y el racional. Partiendo del estudio exclusivo de la razón, deduce todas
las características de la realidad que se puede saber y pensar (el Ser). El resultado es el mayor
ataque que jamás se haya hecho contra los sentidos y el mundo físico que estos nos muestran.
Sostuvo sus ideas en un poema del que nos han llegado unos ciento cincuenta versos agrupados
en un proemio o introducción y dos partes: la Vía de la Verdad y la Vía de la Opinión. El proemio
y la primera parte se conservan casi enteros. Está escrito como una alegoría que muestra la
revelación de una diosa.
En la Vía de la verdad, la diosa plantea a Parménides una dualidad: existen dos vías o caminos
para intentar llegar a la verdad y obtener el conocimiento. La vía de la opinión, impracticable ya
que los sentidos sólo nos muestran apariencias, y que sólo lleva a contradicciones. La Vía de la
Verdad es la que parte del principio ontológico según el cual: «Lo que es, es, y lo que no es, no
es», que viene a decir que (a) solo el ser es posible, y (b) el no-ser es imposible, o sea, que: a)
el ser (estático y único) es lo único que existe y b) el no-ser (nada) no existe y es imposible, por
impensable. Como consecuencia de ello, el cambio y la pluralidad no existen, porque implican
no ser.
Su razonamiento es: como el cambio consiste en el paso del no-ser al ser, o del ser al no-ser, y
como el no-ser no existe –ni puede existir–, el cambio es imposible. Igualmente, como la
pluralidad (o multiplicidad) consiste en distintos seres entre los que hay un vacío, que es un no-
ser, y como el no-ser no existe –ni puede existir, la pluralidad (o multiplicidad) es imposible. En
resumen, por tanto, los rasgos del ser son: que es estático o inmutable
y que es único o completamente lleno, en el sentido de que es un solo
vasto bloque, que no está constituido por partes. Esto significa que…
En definitiva, Parménides afirma la identidad entre ser y pensar. El no ser no se puede pensar y
sólo lo que es puede ser pensado, así que ser y pensamiento vienen a ser lo mismo. Así llega
Parménides a una tautología, al principio de identidad: lo que es, es; y lo que no es, no es.
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3.5. ¿Y después de Parménides?
La filosofía posterior a Parménides es un intento de
responder al reto que plantea la aporía eleática. Los
filósofos de este periodo logran conciliar (i) el
principio ontológico de Parménides, que exige la
razón, con (ii) la existencia del cambio y la pluralidad
del mundo que nos muestran los sentidos, pero para
ello necesitan mantener el pluralismo: el arjé
consiste en varios tipos de realidades, y no en una
(monismo), como decían los milesios o Heráclito, ni
en dos (dualismo), como defendía Pitágoras. Y
además debe existir algún principio o fuerza que
actúe sobre ese arjé plural haciendo posibles los
cambios.
Empédocles defiende, dando por evidente el razonamiento de Parménides según el cual ninguna
realidad nueva puede originarse, que el arjé son los cuatro elementos o raíces: tierra, aire, agua y
fuego, y que existen dos fuerzas cósmicas originarias: el amor, que es fuerza de atracción, que
une, y la discordia, que es fuerza de repulsión, que separa. El cosmos es resultado de la acción
de las fuerzas cósmicas sobre los cuatro elementos. De esta manera, las cosas y los cambios que
observamos en el mundo son meras combinaciones de los cuatro elementos, que no implican un
paso del no ser al ser, y viceversa. Así, por ejemplo, no existe la muerte entendida como un “ir
hacia la nada” y por tanto, pasar del ser al no ser, porque es imposible, como decía Parménides.
Pero sí existe la muerteentendida como separación de los elementos, que no conlleva paso del
ser al no ser: los cuatro elementos que conforman el organismo siguen siendo –siempre igual–,
pero ahora dejan de estar juntos o en la misma proporción.
Para Empédocles la realidad es esférica y en el interior encontramos los cuatro elementos a partir
de cuya mezcla se van a formar todos los seres. Esa esfera estaría unida por el Amor, y poco a
poco, al intervenir el Odio, se van separando, formando la pluralidad que conocemos.
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«Todo está en todo»
En todos y cada uno de los seres se encuentran todas las semillas que hay, solo que, dependiendo del tipo de
ser del que se trate, predominan unas semillas u otras. Así, por ejemplo, en los seres humanos se encuentran
semillas de estrella, de alga, de rojo, de río, y de todos los seres del universo, pero predominan las de ser humano.
«Ninguna cosa nace ni muere, sino que a partir de cosas que son se produce un proceso de composición y de
división; así, para hablar correctamente habría que llamar “componerse” al nacer, y “dividirse” al morir.»
En efecto, como todos los presocráticos, Anaxágoras se preguntaba cómo es posible, por
ejemplo, que la hierba se convierta en carne (es decir, en la vaca que se la come). Si es verdad
que nada da lo que no tiene, la hierba sólo puede ser carne porque en ella hay “semillas de carne”.
Un objeto puede llegar a ser otro cuando predominen las semillas del segundo.
Anaxágoras postuló un “principio del movimiento” que diera impulso inicial a la esfera inmóvil
de la que parte todo (en común con Parménides) y le llamó NOUS (Inteligencia ordenadora)
como causa que imprime movimiento a esa masa inerte de semillas.
Platón y Aristóteles reconocerán la gran aportación de esta afirmación. Sin embargo, ambos
autores reprochan a Anaxágoras que no utilice más en su explicación del cosmos esa fuerza
motriz.
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En consonancia con lo anterior, los atomistas defendieron un modelo mecanicista de la
naturaleza: el universo no sigue un plan ni tiene finalidad alguna (establecida por alguna
inteligencia divina), sino que solo hay materia y movimiento. Este cosmos como cualquier otro
surge por azar, por el puro choque mecánico sin ningún fin ni objetivo que estuviera
predeterminado.
Esta doctrina será ampliamente compartida en la Edad Moderna (Descartes), y se le añadirá
que la naturaleza es como una máquina en su estructura y su funcionamiento.
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