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Escuela y Bibliotecas
Escuela y Bibliotecas
Objetivos
● Reflexionar sobre las implicancias personales, sociales y pedagógicas de la lectura como
derecho.
● Repasar algunos de los fundamentos y acuerdos básicos sobre lectura.
● Considerar el valor de la literatura para formar más y mejores lectores desde la escuela y la
biblioteca.
● Valorar la lectura en voz alta en su doble dimensión de práctica y estrategia altamente
recomendable para crear comunidades de lectores y fortalecerlas.
Contenidos
Implicancias de la concepción de la lectura como derecho. Acuerdos básicos sobre la lectura.
La lectura literaria y en voz alta como práctica central y transversal en la construcción y afianzamiento
de comunidades educativas lectoras. La escuela y la biblioteca como espacios multiplicadores de
experiencias de lectura.
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son muchas las voces que actualmente plantean la necesidad de reconocer la lectura como un
derecho de todas las personas.
Desde hace décadas existe una amplia bibliografía al respecto. Diversos especialistas, a partir
de distintos enfoques teóricos (E. Ferreiro, A. Cândido, F. Garrido, M. Giardinelli, S. Castrillón, M.
Petit, J. Fércola, E. Poniatowska, J. Mata, entre otros) destacan la relevancia pedagógica y social de
la lectura, al resaltar que las habilidades derivadas de su práctica intensiva son esenciales para el
desarrollo de las personas.
Como nunca antes en la historia de la humanidad, las prácticas de leer y escribir son
consideradas imperativas. Y al instaurarse como una necesidad vital (aunque todavía gran parte de
la población no las perciba como tales) se constituyen en derecho. De ello deriva la urgencia de contar
en nuestros sistemas educativos con políticas públicas de fomento y del libro y la lectura, que
posibiliten que ese derecho sea reconocido y ejercido libremente, de modo especial por aquellos
niños y jóvenes que provienen de sectores sociales más postergados.
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Admitir la lectura como derecho implica reconocer, como punto de partida que, al acceder al
derecho a la educación se debe estar garantizando la alfabetización plena. También significa (y obliga
a garantizar) que todos puedan tener acceso a adecuados y diversificados materiales de lectura, de
calidad literaria, obtenidos por sus propios recursos o proporcionados por el Estado. Por esto mismo,
las políticas de lectura deben diseñarse y ejecutarse para garantizar a los estudiantes y a sus familias
procesos sostenidos de mediación lectora, que les permitan descubrir el valor y el sentido social de
la lectura; además de garantizar que los libros (en todos sus géneros, formatos y soportes:
tradicionales, electrónicos y digitales) estén disponibles en la mayoría de escuelas y bibliotecas y sean
asequibles especialmente para los sectores marginales de la población, abarcando incluso a lectores
y lectoras de idiomas minoritarios y pueblos indígenas.
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Como hemos visto es ineludible para el Estado, que tiene la obligación de velar por la mejora
de los ciudadanos, proporcionar a todos el acceso a la educación y, con ello, a la alfabetización y a la
lectura. La consecuencia lógica, tal como claramente lo planteó Daniel Pennac (1993) en su célebre
ensayo Como una novela, es que el derecho a leer viene aparejado con el derecho a no leer. Pero
estos derechos los ejerce el individuo, en plena libertad, luego de que el Estado le ha dado la
alternativa de cumplir con su deber al garantizar, para las grandes mayorías, el derecho a la
lectura. En resumen, queda claro que para un individuo un derecho no puede ser, al mismo tiempo,
un deber, de modo que el derecho a la lectura no consiste, para un ciudadano, en la obligación de
leer, sino en la garantía de que, si así lo desea, puede usufructuar y disfrutar plenamente del acceso
a la cultura escrita y de su uso irrestricto.
Para cerrar este apartado y como invitación a seguir profundizando el intercambio entre pares
en nuestras instituciones educativas, vamos a compartir las posturas al respecto de dos reconocidas
personalidades del mundo del libro y la lectura. En primer lugar, la del periodista y escritor chaqueño
Mempo Giardinelli (2017), quien en su libro Volver a leer. Propuestas para ser una nación de lectores,
sostiene (el subrayado es nuestro):
El derecho a leer debería ser –algún día, en alguna reforma– incorporado como un
derecho constitucional. Porque leer es inherente a los ciudadanos de una democracia. […]
El derecho constitucional a leer se basa en que la lectura es condición básica para que una
persona se eduque y pueda continuar, toda su vida si es su deseo, su propio proceso de
aprendizaje […] Todo lo cual fortalece su propia identidad y la identidad de la nación
entera. Además, todos los derechos constitucionales […] están vinculados a la lectura de
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manera esencial, basal e irrenunciable. De manera que, así, la lectura deviene derecho
político fundamental […] Vista de esta manera, la lectura como derecho trasciende la
perspectiva que se le da habitualmente al considerársela como un inclusivo “problema
pedagógico”.
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En esta línea se orienta la pedagogía de la lectura cuando reconoce el rol primordial que
tienen los maestros, profesores y bibliotecarios frente a la tarea de formar lectores o alentar su
desarrollo. Estos deben estar preparados para tomar decisiones de modo constante acerca de qué,
cómo, cuándo y por qué leer y dar de leer. En esta y en las próximas clases se abordarán diferentes
aspectos relacionados con estas cuestiones centrales.
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año próximo, a nuestros jardines de infantes, escuelas primarias y secundarias e institutos de
formación docentes de todo el territorio nacional, de mano del Plan Nacional de Lecturas.
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El desafío de formar lectores (persistentes, creativos y críticos) nos exhorta a replantearnos en
términos personales y profesionales muchas de nuestras acciones, ideas o representaciones
epistemológicas, por lo menos:
- las historias y trayectorias lectoras propias;
- el tipo de vínculo que mantenemos con la lectura y con la literatura;
- la asiduidad y la finalidad de los encuentros con los libros;
- la disposición y la disponibilidad de materiales;
- las prácticas pedagógicas que desarrollamos para fomentar la lectura desde nuestro rol
directivo, docente o bibliotecario;
- las concepciones –conscientes o no– desde las que nos posicionamos para desarrollar esas
prácticas;
- el imaginario que conservamos de lo que es –o no es– un buen lector;
- el hecho de concebir la lectura como un derecho o como una práctica escolar opcional.
En ese orden, desde hace más de cinco décadas, la pedagogía de la lectura se sigue
construyendo a partir de un interesante debate teórico para (de)mostrar y (re)valorizar la autonomía
e independencia de la práctica lectora emparentada con la naturaleza estética y libertaria de la
literatura. En este marco, lectura y literatura no solo son realidades compatibles, sino expresiones
casi sinónimas. La lectura, tal como afirman numerosos y reconocidos especialistas e investigadores
en la materia, no sirve para nada útil, si por ello entendemos lograr beneficios de aprovechamiento
rápido. Porque, a todas luces, las ventajas y utilidades de la lectura literaria o no son de otro orden.
Lejos de servir a la solución de problemas fácticos (sean estos de índole pedagógica, didáctica,
intelectual o cultural), la lectura debe ser entendida y encarada como una práctica social voluntaria
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y deseosa, vital y solidaria, que puede propender al desarrollo y al mejoramiento de la condición
humana, pero a largo y sostenido aliento. La lectura nos ayuda a ser.
Las escuelas y bibliotecas están llamadas a recuperar lo que Ángela Pradelli (2013) llama el
“sentido libertario” de la lectura, generando proyectos lectores que sean sustentables institucional,
pedagógica, material y temporalmente. Proyectos de lectura, como plantea Beatriz Actis (2005),
pensados y diseñados para construir y afianzar esas instituciones educativas emblemáticas como
comunidades de lectores y lectoras, inclusivas, creativas y crecientes, que se sostengan en el tiempo,
sorteando la cultura del evento a la que es tan propensa la tradición escolar.
Democratizar la lectura implica leer y de dar de leer mucha, buena y variada literatura. Leer
por el simple placer de leer; leer no solo para aprender o para aprender a leer sino para querer leer;
leer con otro/s y para otro/s, asumiendo que la lectura compartida es un acto hondamente humano,
social y solidario. Leer con especial énfasis literatura, porque es en ella donde mejor irradia y se
regenera la lengua cuando se la comparte y socializa.
Ahora bien, ese “placer de la lectura” no se obtiene fácilmente, como bien nos aclaró Graciela
Montes (1999) en una de sus obras emblemáticas, La frontera indómita. Cuando decimos que
“leemos por el mero placer de leer” no estamos promoviendo una práctica inocua, ligera y
automática. No se trata de “leer y no hacer nada más”. La lectura en sí –y la lectura literaria en
especial– es una de las más complejas, movilizantes y desafiantes prácticas corporales y psíquicas.
Por esto nuestras escuelas y bibliotecas deben ser espacios donde se lea (mucho) y se escriba
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(mucho). Donde se lea, se comparta y se converse sobre lo leído (Chambers, 2007), se recomienden
libros, se organicen ferias, se invite escritores, se visiten bibliotecas y librerías, donde se habiliten
todas las prácticas lectoras posibles para todos los posibles lectores que en ella circulan y que –como
dice Privat (2001)– ningún niño o joven se sienta sapo de otro pozo en esas situaciones.
Si tomamos en cuenta los interesantes aportes que provienen de corrientes teóricas que re-
valorizan el rol del lector, como la Estética de la Recepción, podemos afirmar que la lectura de un
libro es un activo y cooperativo proceso de interacción en el que un determinado autor crea un
universo con palabras y al que el lector corresponde (o no) con su tamiz de experiencias del mundo,
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sus percepciones, sus gustos, sus motivaciones, sus frustraciones y su bagaje de lecturas previas
(Jaus, 1975).
En esa línea, también Umberto Eco (1979) define al texto como “un constructo teórico
perezoso que requiere, necesariamente, de la cooperación del lector”. El desafío de todo
docente/mediador es, entonces, persuadir a los estudiantes para que deseen “cooperar” con los
textos que leen. Cooperar (co-operar, operar con el texto literario leído) significa no solo buscar
comprenderlo, sino también internalizarlo, activarlo, conectarlo con los saberes previos, con las
emociones y las experiencias vitales de cada lector. Significa actualizarlo, animarlo, enriquecerlo; en
síntesis, integrarlo a la propia vida. Ahora bien, ¿cómo creamos o alentamos, desde el sistema
educativo, a esos lectores dispuestos y predispuestos a colaborar con los textos que compartimos,
manteniendo una actitud activa, crítica y creativa dentro y fuera de nuestras aulas?
La lectura es, además, una destreza que requiere ejercicio voluntario y sostenido y un arte
que se apre(he)nde ejerciéndolo, ejercitándolo, compartiéndolo y que requiere de experiencias
sistemáticas, progresivas, motivadoras, contextualizadas, diversificadas, mediadas por personas
entendidas y convencidas del valor estético y del poder de transformación que tienen las palabras.
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La escuela y la biblioteca como espacios multiplicadores de experiencias
de lecturas
La escritora Graciela Montes ya nos advertía en La Gran Ocasión (2007) que, necesariamente,
todo lector (con su lugar, su historia, su cúmulo o ausencia de experiencias) se va construyendo poco
a poco, sin prisa pero sin pausa, si se dan ciertas condiciones (el subrayado es nuestro). La historia
del lector, nos recuerda otras veces, se confunde con su vida. Y también aclara que esa trayectoria
progresiva no está exenta de vacilaciones y riesgos permanentes, pero que, en su trayecto como
lector incipiente, si es acompañado y estimulado, con el tiempo, irá consolidándose en una nueva y
deseable posición de lector avezado. La escuela y la biblioteca deberían ser, en este sentido, espacios
generadores de una multiplicidad de ocasiones para que las experiencias de lectura sucedan (o
puedan suceder) entre sus potenciales lectores.
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Podríamos preguntarnos entonces cuáles son las condiciones –simbólicas, materiales y
didácticas– y los requisitos pedagógicos básicos que deberíamos asegurar –en clave de mediación
personal e institucional– para que ese lector en formación (así sea un niño que atraviesa el jardín
maternal o la escuela primaria, o un joven que cursa el nivel secundario, incluso el superior) vaya
construyéndose como lector activo y se posicione en su rol de tal. A grandes rasgos, podríamos decir
que se requieren básicamente cuatro componentes esenciales:
1. Un docente lector (que no tiene que ser necesariamente de Lengua, sino de cualquiera de las
disciplinas escolares) formado y convencido de la necesidad de enriquecer a la formación
lectora de sus estudiantes. Porque el saber leer es importante, pero el querer leer también lo
es. Por lo tanto, el estímulo de la lectura es –o debe ser entendido como– un objetivo
educativo crucial y transversal, del que ningún docente se puede desentender.
2. Una institución lectora que brinde tiempos didácticos y espacios institucionales para que la
lectura efectivamente ocurra todos los días. Aquí es importante señalar la necesidad de la
escuela de lograr una efectiva y dinámica relación y articulación entre las aulas, donde se
enseña y promueve la lectura, y la biblioteca, que asesora y provee un fondo variado y
actualizado de materiales de lectura literaria (Lage, 2005).
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3. Un corpus de obras literarias (conformado por obras clásicas y contemporáneas, de la
literatura universal y de la literatura para niños y jóvenes) seleccionadas por adultos
mediadores cercanos a esos lectores y conocedores de la propia literatura, para ubicar para
ellos los mejores textos, que ameriten ser compartidos y disfrutados porque fueron
concienzudamente escogidos siguiendo estrictos criterios de calidad estética y literaria,
variedad de formatos textuales, diversidad de géneros, de temas, de autores y de
procedencias, tanto geográficas como temporales.
En esta clase abordaremos una de las más relevantes, que es la práctica asidua, diaria,
acompañada, situada y contextualizada de la lectura en voz alta.
Llegado este punto, es importante indicar que, cuando nos referimos a leer en voz alta,
aludimos a la práctica que realiza el adulto mediador, una práctica que no debiera abandonarse
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nunca. Es importante extenderla a muchos momentos de la vida escolar y a las bibliotecas. Escuchar
historias y poemas será siempre una práctica que invitará a compartir lecturas con otros, para ir
armando colectividades de lectores.
Este aspecto es crucial para entender la validez de una estrategia que ha sido recuperada y
valorizada por muchos de los más reconocidos especialistas del mundo en temas de lectura.
Repasemos, por ejemplo, lo que plantea al respecto el escritor y ensayista venezolano José G.
González Márquez (2016), quien advierte (el subrayado es nuestro)
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Actividades
Material de lectura
Silvia Castrillón, Criticar un río es construir un puente. Conferencia inaugural del 22º Foro
Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura, en Resistencia, Chaco, Argentina y Agosto de
2017, publicado por la Fundación Mempo Giardinelli. Se adjunta.
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