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Helenista (en griego, Hellenistes; procedente de hellenizein, hablar o crear griego),

término aplicado a una persona que no era de sangre griega, pero adoptaba la lengua y
la cultura griegas. Dicha expresión se usó frecuentemente para referirse a la gente que
adoptó el helenismo después de la conquista de Asia Menor por Alejandro Magno hacia
el 330 a.C. Un elemento importante en la difusión de la cultura helenística fue el
desarrollo de un dialecto común griego llamado koiné. El pueblo judío, por ejemplo,
que vivía en Egipto, Cirenaica (ahora parte de Libia) y Siria, entró en contacto con el
pensamiento y la literatura griegos, y finalmente llegó a usar el griego como lengua
materna, utilizándolo incluso en la sinagoga. Entre los palestinos, las influencias
helenísticas fueron muy notables, en especial durante el reinado del rey Seléucida
Antíoco IV. Cuando intentó imponer la adoración de los dioses griegos, los judíos se
rebelaron y, dirigidos por Judas Macabeo, iniciaron el establecimiento de un estado
judío independiente, relativamente libre del helenismo. En los Hechos de los Apóstoles
6,1 y 11,20, el apóstol Pablo compara a los helenistas (griegos) con los hebreos, judíos
que resistieron las influencias helenísticas.
Periodo helenístico (siglos IV-I a.C.), periodo transcurrido desde la conquista del
Imperio de Persia por Alejandro Magno hasta el establecimiento de la supremacía
romana, en el cual la cultura y el saber griegos eran preeminentes en el Mediterráneo y
en Asia Menor. Se llama helenístico (del griego, Hellas, ‘Grecia’) para distinguirlo de la
cultura helénica de la Grecia clásica.

El mundo helenístico estuvo dominado por tres grandes dinastías fundadas por los
sucesores de Alejandro: la dinastía Tolemaica en Egipto, la dinastía de los Seléucidas en
Asia occidental y la dinastía Antigónida en Macedonia. La elite urbana de estos reinos
hablaba griego koiné (común), que se convirtió en la nueva lengua internacional, y su
religión, arte y literatura eran una mezcla cosmopolita del griego y elementos locales.
Se fundaron muchas ciudades nuevas, la más importante de ellas fue Alejandría
(Egipto). Bajo dominio de los Tolomeos, quienes usaron su riqueza para atraer poetas,
eruditos, artistas y científicos, Alejandría se convirtió en un gran centro económico,
cultural y religioso. Se fomentó sistemáticamente el saber en nuevas instituciones, como
la famosa Biblioteca de Alejandría, donde se estudiaba filología, gramática, prosodia,
lexicografía y crítica literaria. La poesía también estuvo marcada por un acercamiento
erudito, y generalmente siguió los modelos clásicos. Se hicieron muchos avances en
ciencias como la medicina empírica, la astronomía y las matemáticas; era la época de
Euclides, Apolonio de Perga, Eratóstenes, Aristarco de Samos, Hiparco de Nicea, Herón
de Alejandría y Arquímedes. Los principios fundamentales del pensamiento helenístico
no pasaron a ser seriamente puestos en tela de juicio hasta el siglo XVI. Las principales
escuelas filosóficas del periodo fueron el estoicismo y el epicureísmo. Los estoicos
enseñaron que se debe vivir de acuerdo con la naturaleza, la cual es la razón (logos) que
penetra en todas las cosas. El sabio que sigue este consejo logrará la apatheia, esto es, se
librará del sufrimiento. Los epicúreos mantenían que todas las cosas están compuestas
por átomos y el vacío, y que es preferible una vida simple a la riqueza y la fama. Su
meta era la ataraxia o tranquilidad.

La religión del periodo helenístico combinó los dioses griegos con las deidades
orientales, un proceso conocido como sincretismo o mezcla de religiones. La Biblia fue
traducida al griego en Alejandría y la lengua del Nuevo Testamento era la koiné.

Con la decadencia de las monarquías helenísticas en los siglos II y I a.C., los romanos
extendieron gradualmente su control sobre Grecia y Oriente Próximo. La civilización
romana que siguió fue, en gran medida, la continuación de la cultura helenística.

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