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TERRITORIOS CAMPESINOS:

PRODUCCIÓN, CIRCULACIÓN Y CONSUMO EN LOS VALLES ALTOS

M. Alejandra Korstanje1
RESUMEN:

A partir de la experiencia arqueológica en el Valle del Bolsón (Catamarca) planteamos que


no es posible definir la estructura productiva de una sociedad sin caracterizar también las
condiciones socioeconómicas generales dentro del cual se integran dichos procesos productivos con
otros aspectos de la vida social. La indagación acerca de la territorialidad campesina es, entonces, la
vía de análisis que hemos escogido para observar los sistemas productivos integrados a sus sistemas
económicos complementarios: distribución y consumo.
Desde esta perspectiva presentamos los resultados de prospecciones, excavaciones y análisis
de materiales tanto en espacios productivos y/o residenciales, en espacios simbólicos, como en
aquellos relacionados al tráfico e interacción. Estos ámbitos, analizados conjuntamente, nos
permiten formarnos una imagen históricamente diferenciada de la territorialidad campesina en el
citado valle. El foco está puesto en el Período Formativo y la posibilidad de diferenciar o no
distintos momentos en la estructura productiva campesina dentro del mismo, que a su vez nos
permita indagar sobre eventuales situaciones de desigualdad social. Por ello elegimos una estrategia
de observación de “larga duración”, y tomamos en conjunto todo el período de producción de
alimentos pre-aldeano y aldeano, desde el 900 a.C hasta el siglo X de la era.

Palabras clave: campesinado- valles altos- noroeste argentino – territorios arqueológicos

CAMPESINOS Y TERRITORIOS: ALGUNOS SUPUESTOS GENERALES Y PREMISAS


DE PARTIDA

Esta investigación, que pretende integrar producción, consumo y circulación en un territorio,


se asienta sin embargo en la premisa de que el aspecto más constante a lo largo del tiempo (en el
sentido de la “estructura” braudeliana 1 ) es la producción agraria y, por lo tanto, es a su vez el
componente más sensible para indicar cambios sociales significativos y permanentes a partir de
disfunciones en esa constante estructural. Aunque el consumo de alimentos suele ser el componente
más “visible” desde el punto de vista arqueológico (vr. gr. restos de comida, recipientes para
servirla, fogones donde cocinarla y molinos donde procesarla), la producción es la mejor vía para
explorar la organización del trabajo y los cambios sociales no-coyunturales, debido a su gran
estabilidad como estructura. En ese sentido es que he mos comenzado a indagar el problema de la
organización del trabajo prehispánico, como una dimensión social directa y específicamente
vinculada a la producción, que abriría a una posterior articulación con los aspectos políticos
(Korstanje 2003, 2005). Aun siendo baja la visibilidad arqueológica para el estudio de las
organizaciones sociales -en el sentido “material”-, la búsqueda se sostiene en la premisa de que,
subyacentes al mundo fáctico se encuentran los sistemas de valores, éticos y políticos que derivan
del pasado (Morrison 1995).
Ahora bien, para poder distinguir cambios en las estructuras agrarias, instrumentalmente

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Instituto de Arqueología y Museo, Universidad Nacional de Tucumán - CONICET. E-mail: alek@webmail.unt.edu.ar
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hemos mantenido adrede al Período Formativo en bloque de larga duración (desde el 900 a.C hasta
el siglo X de la era). Pretendemos así observar si los cambios sociales que han sido postulados
desde la arquitectura y la iconografía cerámica para la arqueología del NOA, tienen correlato o no
en las estructuras de producción, que son menos sensibles de ser observados en períodos cortos.
La situación planteada nos persuade a sostener que los sistemas productivos no deben
estudiarse aislados de sus sistemas económicos complementarios: distribución y consumo. Según
Costin (1991), éstos dos últimos nos informan de los contextos sociales y políticos de la
producción (de bienes, pero también de alimentos) del siguiente modo: la naturaleza de la demanda
define la función de los productos y los roles socioeconómicos de la gente que los consume ; el
nivel de la demanda describe el número de ítems en circulación y el número requerido para
satisfacer dicha demanda; y la logística de la distribución identifica el modo en que los productores
adquieren la materia prima y transfieren los productos terminados a los consumidores. Pero estos
conceptos se nos representaban como muy abstractos para la Arqueología, y por lo tanto poco
operativos, si no definíamos antes a qué actores sociales estábamos “entre- vistando”, o sea,
¿quienes son y cómo se organizan aquellos que producen, consumen y distribuyen en un
determinado territorio? Optamos por caracterizar a dichos actores como campesinos andinos,
teniendo en cuenta que buscamos conocer la historicidad 2 de los cambios y la dinámica en las
relaciones sociales y productivas.
En tanto los estudios sobre campesinado en Arqueología no son abundantes (Haber y
Korstanje 2003), adaptamos a los Andes la definición de Chayanov (1985) por ser la más operativa
en términos de cultura material y la más respetada en el mundo de los estudios de campesinado
(Shanin 1984). Este autor, pionero en estudios agrarios y del campesinado, identifica a la familia
campesina como “(...) una familia que no contrata fuerza de trabajo exterior, que tiene una cierta
extensión de tierra disponible, sus propios medios de producción y que a veces se ve obligada a
emplear parte de su fuerza de trabajo en oficios rurales no agrícolas” (Chayanov 1985:44).
Si bien esta definición no emerge como categoría desde la Arqueología, da lugar al planteo
de distintos matices contextuales de acuerdo a la organización política en que se encuentren
insertos los mismos. El campesino seguirá siendo campesino aun en una organización de tipo
feudal, estatal (liberal o socialista), cooperativa, o comunitaria al estilo andino, ya que por ejemplo
dentro de en la organización comunitaria, el “curaca” o responsable entrega a la familia una o
varias parcela s de la tierra que en conjunto poseen, para que la administren como mínimo en forma
anual (además de realizar labores comunitarias). Es una categoría muy flexible desde el punto de
vista histórico e incluye dos posibilidades económicas que teorizamos en los Andes a partir del
registro arqueológico: la de una economía autosuficiente original, y la de una economía
dependiente a medida que el Estado va imponiendo la toma de excedentes de fuerza de trabajo o
en bienes materiales.
En ese sentido, si tomamos el Formativo en su larga duración para observar cambios desde
la producción de alimentos, no encontramos otra categoría mejor que podamos utilizar para centrar
las acciones y entender el discurrir histórico, que no sea la de “campesinado”. Cuando John Berger
dice “Así, el campesino (…); tenía que vencer, en la mitad de su economía dedicada a la
subsistencia, todos los riesgos de la agricultura: malas cosechas, tormentas, sequías, inundaciones,
plagas, accidentes, empobrecimiento del suelo, pestes, y sobre todo, estando en la base, en la
frontera, con una protección mínima, tenía que sobrevivir a las catástrofes sociales, políticas y
naturales: guerras, plagas, fuegos, pillajes, etc.” (Berger 1992:3) ¿A qué campesino se está
refiriendo? Yo puedo leer que se está refiriendo a los campesinos formativos del Valle del Bolsón.
Lo que distingue a la economía campesina es que es una forma especial de organización
familiar o comunitaria sobre la base de la producción agropecuaria, donde el objeto no es la
acumulación de bienes sino la reproducción de las familias vinculadas a sus unidades, al nivel de
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bienestar más alto posible. Aquí la “familia” es la unidad productiva, sea esta extensa, nuclear, o
de otro tipo que pueda incluir gente cercana a la casa pero no pariente. Los vínculos con el mundo
exterior están dados más bien en las redes de intercambio, incluso con parientes lejanos y/o el uso
de las plazas del mercado, mediante las cuales los campesinos obtienen artículos y servicios no
producidos por ellos.
Un caso arqueológico donde se han utilizado estas categorías es en el mundo azteca de
Capilco y Cuexcomate. Smith (2003) muestra como la gente reunida “alrededor del patio” pueden
ser familiares de una o más familias nucleares, más los sirvientes o allegados no relacionados por
parentesco y son ellos los que habitan las casas alrededor del patio y constituyen una unidad
productiva (“cemithualtin” en nahuatl). Estos grupos, a los cuales Smith no duda en llamar
“campesinos” en tanto su sustento principal e identidad social proviene de las labores en la tierra,
se dedican también a la producción de papel hecho con la corteza del amate (artesanía, digamos)
pero a su vez intercambiaban objetos de distinta índole y desde grandes distancias. “La gran
cantidad de estos objetos importados sugiere que los habitantes de Capilco y Cuexcomate podían
producir suficiente comida, textiles, papel, y otros bienes que satisfacían no solo sus necesidades y
las cuotas de tributo, sino que además les permitía entrar al mercado de bienes como participantes
activos” (Smith 2003).
El tema de las relaciones de poder en tales unidades productivas campesinas está ligado
generalmente a la figura patriarcal. El padre es jefe en la literatura campesina. No sabemos si este
rol habrá sido masculino o femenino en el mundo andino del primer milenio, y más
específicamente en el Bolsón, pero sí pensamos que hacia fines de dicho milenio los cambios
políticos generales que sacudieron los Andes Meridionales y centro Sud, se deben haber visto
reflejados en un cambio profundo en las relaciones de poder. Estas mismas estructuras campesinas,
básicamente conservadoras en los aspectos cotidianos, debieron ceder parte del poder patriarcal a
una autoridad de tipo comunitario (el curaca) o bien más amplia aun en el momento de las
confederaciones Calchaquíes. Hasta esta investigación, pensábamos que tal cambio de poder
girando hacia la estructura comunitaria se habría dado en lo que conocemos como Formativo
Medio, asociado a los procesos Aguada, pero no es lo que hemos encontrado a partir de la
evidencia arqueológica productiva estudiada.
Ahora bien, ¿por qué indagamos la estructura económica campesina a través del territorio?
Porque para nosotros el territorio supone un espacio físico y una imagen conceptua l integradora de
los componentes arriba citados. Es parte del paisaje al que pertenecemos, el que habitaron nuestros
padres y abuelos; pero el territorio básicamente es donde se vive, se produce y se circula
libremente.
¿Cómo diferencia mos paisaje de territorio? Por el sentido de pertenencia. De este modo, el
territorio es el espacio específicamente cuidado, manipulado y defendido por una misma comunidad
campesina. Así, lo más prístino, esencial y reconocible de un territorio es por un lado el área
residencial, donde se reproducen la familia y la comunidad; y por otro el área de producción, donde
se reproducen el ganado y los cultivos. Es lo que menos se “comparte” con otras comunidades, que
sí pueden tener en común zonas sacras y zonas de tránsito. Por ello, forman parte de los segmentos
sociales más pequeños (la familia, la comunidad), mientras que el resto del territorio puede ser
compartido con otras unidades sociales (Isla 1992, Haber 2004).
Si bien la literatura sobre qué define específicamente un territorio no es abundante, hay
algunas líneas que podemos explorar para acercarnos al mismo. En los ’70, las dimensiones
económicas de producción, obtención de recursos y consumo sentaron las bases conceptuales para
definir un territorio, sobre todo desde el punto de vista económico (Higgs y Vita Finzi 1972). Más
adelante, desde una perspectiva social, se postula que “(...) Con el campesino aparece un paisaje
social que se caracteriza fundamentalmente por reflejar el efecto del hombre. (...) Pero además, este
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tipo de sociedades necesita realizar una expropiación permanente de los medios de producción y,
esencialmente, de la tierra. Así, el patrón de apropiación de la naturaleza se presenta en forma de
una reclamación efectiva de los derechos sobre la tierra: lo que se reserva ya no son puntos o
líneas, sino superficies y terrenos que definen un espacio cerrado. El paisaje abierto anterior es
sustituido por un paisaje dividido, que refleja la domesticación progresiva de la naturaleza. Como
dice Ingold, en esta situación el paisaje se ha convertido en territorio.” (Criado Boado 1993:27-
28).
Para los Andes Centro Sur, en cambio, el manejo del espacio visto desde las perspectivas
etnohistórica y etnográfica no mostró necesariamente el uso de un continuum espacia l, sino una
suerte de explotación de espacios salpicados en distintas zonas ecológicas, considerados territorios
multiétnicos. Se elaboraron, entonces, modelos de uso del espacio regionales (Murra 1973, Núñez
y Dillehay 1979, Browman 1980) que dieran cuent a de esta situación. En estos dos últimos
modelos, sobre todo, los autores han ampliado su esfera de análisis al intercambio como actividad
económica especifica que es, a su vez, un aspecto material de otras esferas sociales (redes de
información, redes de parentesco, esferas simbólicas, etc.). En los valles del noroeste argentino, el
intercambio, no sólo como estrategia de obtención de recursos, sino principalmente como espacio
de negociación humana y conformación de paisajes sociales, ha sido estudiado por Lazzari (1999a
y 1999b). Al integrar dentro del paisaje la dimensión de intercambio con un rol social protagónico,
donde la gente, pero también los objetos, son activos, se confiere a la territorialidad el ingrediente
que le faltaba en los esquemas anteriores: la generación de capital material, simbólico e identitario.
Ahora la circulación de bienes y sus rutas tienen una dimensión de territorialidad que en general no
ha sido considerada y que nos permitirá, a su vez, reformular instrumentalmente este concepto para
el Formativo.
Mulvany (1998) compara las acepciones coloniales e Inkas con las actuales y llega a la
conclusión de que, según la cosmovisión andina, el territorio no se define por la tierra como
espacio sino como lugar de origen, y por la relación que el curaca mantiene con las personas.
Incluso en la definición de “comunidad” misma, por ejemplo entre los aymara, la idea de
comunidad se construye en torno a las formas específicas de solidaridad, la resolución entre lo
individual y colectivo, los vínculos intraétnicos fuertemente contrapuestos a los externos y la
apropiación del territorio (la geografía pero también el territorio simbólico) (Isla 1992).
Llegados a este punto nos parece importante diferenciar dos situaciones: por un lado, el
ámbito doméstico, controlado o “defendido” del territorio, que involucra los derechos sobre la
tierra (sea en sentido comunal o familiar) o tenencia de la misma. Esto llevaría implícita una
normativa que regule (posibilite y limite) el acceso a dicho recurso por parte del grupo, sector o
clase social (Doro y Trinchero 1992). La infracción de esa norma llevaría a conflictos y
necesidades de defensa. Y, por otro lado, el ámbito de la circulación de bienes y personas en el
espacio delimitado por otras normas (más flexibles?), que si bien no adquiere como locus
características defensivas, sí implica alguna forma de control bajo pautas consuetudinarias que al
infringirse también pueden provocar conflictos sociales.
Finalmente, tener en cuenta la acción e iniciativa campesina como concepto (aquello que
algunos traducen como “agencia”), nos permite una semblanza más completa del pasado que
pretendemos re-construir, en tanto “ (...) la construcción del espacio aparece como una parte
esencial del proceso social de construcción de la realidad realizada por un determinado sistema de
saber y que es, asimismo, compatible con la organización socio-económica y con la definición de
individuo vigente en ese contexto; lo que significa, en definitiva, que el espacio es ante todo un
tema histórico y político” (Criado Boado1993:11). De este modo, si nuestro intento es apropiado,
estaríamos integrando tanto la gente y su historia como al paisaje natural, construido y vivenciado,
como un todo no separable, en los procesos sociales de larga duración.
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TERRITORIOS CAMPESINOS FORMATIVOS EN VALLES DE ALTURA:


UNA MIRADA DESDE EL VALLE DEL BOLSÓN.

Tomamos, como muestra para explorar este tema, una microrregión localizada entre dos
zonas productivas clásicas desde el punto de vista arqueológico: la Puna para ganadería; los Valles
Bajos para agricultura. Intersectando el acceso a estos ambientes diferenciados se encuentran los
Valles Altos, como el valle del Bolsón, ejemplo aquí desarrollado. El mismo se encuentra
localizado en el Departamento Belén, Provincia de Catamarca, Argentina (entre los 26º 52' y 27º
00' de Lat. Sud y los 66º 41' a 66º 49' de Long. Oeste). (Fig.1)
Para definir arqueológicamente territorios campesinos en el Formativo, comenzamos por
reconocer la variabilidad de sitios de instalación humana referentes a la producción de recursos
alimenticios; áreas residenciales permanentes y áreas de pernoctación temporaria o discontinua;
áreas de tránsito y obtención de recursos, y áreas con connotaciones simbólicas.
Un pequeño paréntesis metodológico se hace necesario aquí. Recordemos que si bien
estamos diciendo que instrumentalmente observaremos el territorio a través de sitio s asumidos
como Formativos por su arquitectura y rasgos artefactuales, sabemos que una comunidad andina,
tanto antigua como actual, no define ni habría definido así un territorio, sino a partir de la relación
con los ancestros y con los lazos familiares y comunitarios; al acceso hereditario a los recursos
naturales y simbólicos (que no están formalmente separados sino que en muchos casos son una sola
entidad: por ejemplo, la tierra como recurso y como madre ancestral sagrada); con la historia en
común que tal espacio ha tenido y el sentido de pertenencia de la población. Sin embargo, si bien
ese es el hilo histórico que hilvana un territorio, el resultado empírico observable en la actualidad es
una serie de espacios (que llamamos sitios) que se reconocen como únicos, como el lugar de
pertenencia (en el sentido de “terruño”), y que por lo tanto pueden y deberían tener improntas
emblemáticas que los distingan de otros territorios.
Volviendo entonces ahora a base empírica del Valle del Bolsón, vemos que la mayor
concentración de sitios pertenecientes al Período Formativo se observa en el sector Septentrional y
no así en el resto, donde las características de la topografía prácticamente hacen imposible la
producción de alimentos vegetales, excepto en las terrazas de fondo de valle. En los sectores
Central y Meridional del valle, en cambio, existe un amplio predominio de sitios pertenecientes a
los períodos posteriores, y la mayor disponibilidad de recursos para la recolección, en tanto nos
encontramos en sectores con vegetación de Monte. En este último sector también se hallan algunos
de los sitios tempranos localizados en abrigos rocosos. (Fig. 2)

Los espacios edificados y utilizados como ocupaciones duraderas: Residencialidad y


Producción

Al menos en uno de los sitios Formativos productivos hay también evidencia artefactual del
Período de Desarrollos Regionales, ya sea en sectores contiguos o bien sobre sectores con
ocupación Formativa. ¿Entonces cómo diferenciar los distintos momentos agrícolas y/o ganaderos
si la recurrencia en la ocupación del paisaje es evidente? ¿Es que en algún punto lo productivo es
“emblemático” o identificador de un grupo?? ¿Hay un “habitus” agrícola distinguible? En otras
palabras, ¿Hay un sistema o estilo de producción durable y disponible según las condiciones
sociales y culturales, que hayan llevado a los campesinos del Formativo a optar por un determinado
modo de producir? Y si así fuera, ¿es posible distinguir la materialidad cultural de la que tal forma
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es consecuencia? Consideramos que las diferencias entre un estilo productivo y otro se dan no sólo
en la forma de construir los espacios en el sentido arquitectónico, sino en la capacidad de mano de
obra de sus poblaciones y en la tecnología agrícola y de uso del suelo.

Morro Relincho [SCatBe 2 (6)] está emplazado entre los 3280 -3100 m.s.n.m, sobre la zona de
mayor pendiente de la ladera montañosa (+ 20%) con vegetación altoandina, y colindando con el
barranco que cae varios metros hacia el río, en una abrupta pendiente (ver Fig. 2). Este
emplazamiento, a primera vista no parece muy favorable para el asentamiento humano. En una
segunda mirada, más atenta, se pueden observar sectores con vegetación más “blanda”, producto de
una mayor humedad en el terreno. Allí se han construido dieciséis círculos de piedra, cuyas
dimensiones varían entre 22 y 3,70 m de diámetro. El área total del espacio construido es de 1.3 ha.
Algunos de los círculos grandes se comunican con otro pequeño por medio de un vano. Dos de los
tres círculos pequeños son de pirca simple, con lajas clavadas, mientras que los grandes son de pirca
simple con grandes rocas como cimiento. (Fig. 3)
Para comprender el conjunto artefactual de superficie es importante notar que el sitio está en
el sector más alto del cerro, por lo que el área de proveniencia o captación de este material no puede
provenir de otro lugar que no sea del sitio mismo. La cerámica en superficie es escasa y en su
totalidad responde a tipos pertenecientes a estilos del Formativo. Estos van desde cerámicas
corrugadas (ver Fig. 3 B) que no son corrientes en el resto de los sitios del valle, a cerámicas
claramente tempranas con cuellos restringidos (ver C) y cerámica estilo Río Diablo y otros estilos
tempranos (D) que también aparecen en conjuntos de superficie o de excavación de otros sitios.
El conjunto lítico de superficie es mucho más abundante y presenta mayor variabilidad. La
muestra, proveniente de transectas controladas, está conformada por 271 artefactos líticos,
correspondientes a casi el 75% de la muestra total de artefactos líticos, siendo más representativo
que los materiales de excavación (Somonte 2004). Hay un importante énfasis en el uso de las
materias primas locales 3 . En términos generales, la muestra está fundamentalmente representada
por desechos de talla (más del 80%) y siguen en orden de importancia los instrumentos, los filos
naturales y los núcleos. Entre los instrumentos, se destaca un amplio predominio de muescas de
lascado simple y retocadas, a las que siguen en orden de importancia los cuchillos de filo retocado,
artefactos burilantes y denticulados. El 45% restante se reparte entre raspadores, cuchillo de filo
natural, percutores, limace y fragmentos. Los fragmentos de manos, palas y limace sólo están
presentes en Morro Relincho y no en el sitio residencial vecino que veremos a continuación (La
Mesada).
En líneas generales, la estructura de los datos a nivel superficial es compatible con un sitio
de producción agrícola temprano, pero además a Somonte (2004) le llama la atención que la
muestra lítica de superficie parece haber sido abandonada sin que medie un agotamiento de los
materiales, sino más bien abruptamente.
Se excavaron por decapage 5 de las estructuras circulares (sin incluir aquí los sondeos para
obtención de microfósiles), cuyos resultados sintetizamos en la Tabla 1. El detalle de la información
se encuentra en Somonte (2004), Korstanje (2005) y Korstanje y Cuenya (2006).
Tal como se desprende de este cuadro, en cuanto a material artefactual, la muestra de
excavación no difiere demasiado de la de superficie.
En cuanto al material faunístico, en base al material presente en las Estructuras I y XVI, el
único taxón presente en registro óseo es Camelidae. Representan un 100% del total de huesos
identificados, con un NISP = 120 y número mínimo de individuo, MNI= 8. El morfotipo que se
determinó fue Lama glama (Moya 2006). Cabe señalar que en este, así como en el resto de los
sitios a cielo abierto excavados, no se encontró presencia de macroresto botánico alguno y toda la
identificación vegetal proviene de microrrestos (Korstanje 2005).
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De lo aquí sintetizado no se desprende una funcionalidad específica para los grandes


círculos, pero si a partir del estudio de microfósiles. Hemos podido constatar la presencia de
silicofitolitos de maíz (Zea mays sp.) y probablemente ulluco (Ullucus tuberosum sp.), así como
almidones de que nopodiáceas. Estos indicadores nos alientan a pensar que en las estructuras
grandes se habría realizado un cultivo a secano donde se alternara la siembra de maíz, con quínoa y
tubérculos microtérmicos.
Un problema no resuelto aún es que este sitio -donde toda la evidencia arquitectónica y la
artefactual, tanto de superficie como de excavación, responde a estilos líticos y cerámicos
esperados para el Formativo-, tiene dos fechados radiocarbónicos muy tardíos, aunque congruentes
entre sí: 550±40 años C-14 A.P (UGA # 8358); 270±60 años C-14 A.P (LP #899) y 460 ± 50
años C-14 A.P (UGA #15103) La primera datación es un AMS sobre hueso y los dos últimas C14
sobre carbones volados. No podemos dar una respuesta lógica a esto hasta tanto no se pueda hacer
una datación cruzada sobre carbones en un fogón in situ.

El Alto El Bolsón [SCatBe 3 (3)] se encuentra en una mesada alta, formada por un flujo de detritos,
a los 2950 m.s.n.m., y ubicada entre dos cursos de agua - uno de los cuales es permanente (ver Fig.
2). Si bien hay superposición de ocupaciones, hemos localizado un sector en el ápice que presenta
sólo rasgos Formativos (Fig. 4) (Korstanje 2006). La construcción de las estructuras es de formato
circular y están realizadas con piedras más grandes que en el sitio ub icado pendiente abajo (Yerba
Buena), el cual sigue el patrón ortogonal regular característico del Período Tardío.
La recolección superficial arrojó tiestos toscos, cuya pasta está representada entre los grupos
Formativos del valle, y fragmentos de manufactura más fina que son comparables a los tipos no
decorados de la cerámica del Período Formativo Medio 4 (sensu Núñez Regueiro 1975). Dentro de
los tipos decorados, observamos algunos del estilo Condorhuasi Tricolor (Fig. 4 G) y otros que no
se pueden identificar muy claramente por su pequeño tamaño pero que también corresponden al
Formativo. Al igual que en el caso de Morro Relincho, el área de captación de este material no
puede provenir de otro lugar que del sitio mismo.
Respecto a los conjuntos líticos de superficie, la muestra es ligeramente menor que la de
excavación (171 artefactos líticos), pero, al igual que en el caso anterior, se observa un amplio
predominio de materias primas locales. En relación a las categorías tecnológicas, los instrumentos
conforman casi el 50% de la muestra de superficie (muchos de ellos, de índole agrícola); le siguen
en orden de importancia los desechos y, finalmente, con proporciones similares, los filos naturales
con rastros complementarios y los núcleos (Somonte 2004).
Las excavaciones en sectores residenciales se realizaron por decapaje en área las Estructuras
82 y 83, y en la 208 como ampliación de sondeo. En la Tabla 2 presentamos sintéticamente los
resultados de las mismas, mientras que el detalle de la información se encuentra en Somonte (2004),
Korstanje (2005) y Korstanje y Cuenya (2005). Dentro del núcleo de estructuras contiguas, la 82 es
interpretada como un espacio de actividades domésticas múltiples, entre ellas el procesamiento y
cocción de alimentos, así como actividades artesanales. Somonte coincide en que “La distribución
espacial lítica de los diferentes artefactos, nos lleva a reconocer una relativa importancia de la
Estructura 82, sobre las restantes, en lo que se refiere a la producción lítica, al menos. En base a la
evidencia lítica asociada a esta estructura en particular, podríamos pensar en un momento de plena
actividad en el interior de la misma, mas allá de cual haya sido su función especifica” (2004.:88).
En cambio, en la E 83, que está contigua a la anterior, la abundancia y variedad de microfósiles en
el nivel 50-55 hace pensar que el mismo fue un piso donde se realizaron diversas actividades,
probablemente relacionadas con el procesamiento de alimentos y fibras, en una localización de tipo
“patio”.
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Las dataciones de los niveles de pisos de ocupación en las estructuras residenciales de este
sitio son cronológicamente coherentes con el resto de la evidencia y ambas se superponen en los
1210 ± 40 años C-14 A.P (UGA #9065, AMS en hueso; y UGA #15102, C14 tradicional en hueso).
Con respecto a los sondeos realizados en áreas agrícolas se ha podido constatar (a partir del
análisis múltiple de microfósiles y suelos), la rotación de cultivos entre maíz y papa, y probable
cultivo de quenopodiáceas y cucurbitáceas. También se constató tecnología de mejoramiento de
suelos con fertilización por guano animal (Korstanje y Cuenya 2005).

El sitio La Mesada [SCatBe 2 (5)] está emplazado en la meseta previa al faldeo abrupto del mismo
cerro que Morro Relincho, separado unos 150 m de este sitio. También se ubica al borde del
precipicio que da hacia el Río Bolsón, a una altura media de 3100 m.s.n.m. (ver Fig. 2). Se trata de
ocho estructuras circulares de piedra bien conservadas, comunicadas entre sí por vanos. Existen dos
conjuntos con estructuras contiguas (cada uno con una estructura mayor de 10,9 m y 7,8 m de
diámetro respectivamente, y otras menores de pirca simple a su alrededor) y otros círculos aislados.
El área total construida ocupa 0.08 ha. (Fig. 5).
Por su proximidad, en un principio habíamos considerado que este sitio podría corresponder
a unidades de vivienda en relación con los campos productivos ubicados loma arriba en Morro
Relincho, durante las prospecciones se observó la no correspondencia de los estilos cerámicos de
superficie entre un sitio y otro (aunque todos Formativos).
Hemos excavado parte de la Estructura IV para definir el pasillo y la Estructura V casi
completa (en total se excavaron 13m2 ). La estructura V es una estructura circular pequeña (4 m de
diámetro) que se relaciona con otra mayor de tipo “patio” (la E IV, de 8m de diámetro) por medio
de un pasillo con dos escalones a nivel del piso. El pasillo ahora está tapado pero no se trata de una
modificación cultural posterior sino que es material de derrumbe debido a su forma desordenada. El
muro está construido con grandes bloques verticales cada 30 cm. aprox. y piedras horizontales entre
medio. Por la composición y altura del muro que aún está en pie se piensa que toda la construcción
era de piedra. En los bordes del muro utilizaban lajas planas como aleros (ver foto). No hemos
encontrado vestigios que nos indiquen cómo podría haber estado techado. El piso se distinguió a los
60 cm. de profundidad, a partir de indicadores indirectos (cerámica en posición horizontal y otros
vestigios) y se lo caracterizó como un espacio de cocina por los hallazgos in situ y por el resultado
de los análisis de microfósiles (Würschmidt y Korstanje 1998-99; Babot 2004). Este contexto de
cocina incluye hallazgos como molinos y manos; cerámica quemada; cerámica rojo sobre gris
pintada y pulida y pintada (ver foto); un fogón cavado en el sedimento, con una piedra de apoyo en
el fondo y rodeado por tres piedras levemente inclinadas hacia adentro, a modo de fogón en trípode,
(22 cm. entre cada una en promedio); otra mano de moler con restos de pintura; y una piedra chata
cerca del fogón que podría haber servido de asiento. Inmediatamente después de este piso se
encontró, junto al muro, un pozo sub-circular cavado en el sedimento y rodeado por piedras -como
un depósito- en el interior del cual no se encontró ningún vestigio del tipo macrovestigios botánicos
ni faunísticos.
En esta estructura, como análisis especiales, realizamos sistemáticamente las primeras
muestras de sedimento para el estudio de silicofitolitos. A partir de este análisis de evidencia
independiente se corroboró que las capas 10 y 11 corresponden a un nivel de ocupación doméstico
de tipo cocina (Würschmidt y Korstanje 1998-99). Con respecto a los instrumentos de molienda que
se encontraban sobre la superficie del piso de la cocina, Babot (2004) realizó análisis de residuos
químicos y microbotánicos en un artefacto compuesto por una mano de mortero y mano de molino a
la vez (N28) y una “conana” (N42, en foto). El N28 en el estudio de residuos y microfósiles arroja
la presencia de gránulos de almidón de maíz -pertenecientes al grano, residuos de ceras, ácido
mirístico, hexadecanol, ácido hexadecenoico, ácido palmítico, alcohol cerílico, colesterol y
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escualeno, cuyas fuentes han sido identificadas como animales y vegetales (características que
hacen de ésta una muestra excepcional en lo referente a la composición lipídica). El ácido
hexadecenoico integra la fórmula del aceite de maíz, en tanto que el mirístico se halla tanto en
grasas animales como vegetales. El colesterol es el único esterol identificado Babot en todas sus
muestras arqueológicas (que incluyen distintos ambientes y sitios arqueológicos) y puede indicar la
presencia de piel, huesos y músculos de animales vertebrados. En el mismo sentido interpreta el
escualeno, por lo que interpreta estos indicadores como posibles episodios de molienda de charqui,
actividad que cuenta con registro etnográfico actual. Cabe aclarar que esta mano físicamente no se
hallaba cercana a la conana (o N42), sino que está más cerca de la zona que luego se definió como
el fogón en trípode.
El artefacto N42 muestra presencia de gránulos de almidón y silicofitolitos de Zea mays sp
(grano, brácteas y marlo), almidón de raíz de Ipomoea sp., y de otros tubérculos no identificados y
silicofitolitos de Cucurbitáceas (semilla o corteza del fruto), así como otros no identificados. Este
artefacto que es el que presenta la mayor variedad de especies y de tipos de microfósiles (además
reporta fitolitos de calcio y anillos de celulosa), también da resultados positivos al análisis de
sustancias químicas orgánicas reportadas por Babot como “ceras” de origen vegetal.
Como modalidades de procesamiento de los alimentos, la citada autora identifica para
ambos casos molienda y deshidratación (en tanto los gránulos de almidón están agrietados y tienen
daños en la cruz de extinción y birrefringencia) y tostado (por la presencia de microcarbones)
(Babot 2004).
Sobre el carbón del núcleo del fogón se realizó una datación radiocarbónica que indica que
el abandono del sitio5 se produjo hacia el 1520 ± 90 años C-14 A.P (LP #911, C14 tradicional).

Los espacios utilizados y modificados para ocupaciones discontinuas: Abrigos, Puestos y


Dormideros.

Retornando a nuestras preguntas sobre el territorio, si el paisaje es percibido y vivenciado


por las sociedades como un continuo, ¿por qué los espacios cerrados –en sentido arquitectónico-
han fragmentado el estudio del mismo para los arqueólogos dedicados al estudio de sociedades
productoras de alimentos y sedentarias, al punto de dejar prácticamente invisible o desconocido el
espacio abierto, no construido, pero que forma parte del mismo paisaje aldeano?
Si bien en sentido estricto, los caseríos, aldeas y poblados, como lugares residenciales, sólo
conforman una parte del espacio donde la gente desarrolla sus actividades, los arqueólogos hemos
tendido a tomarlos como unidades de análisis en sí mismos. En parte, como ya dijimos arriba, es
que el espacio construido es el “emblemático”, pero por otro lado, también porque las herramientas
metodológicas que ofrece el estudio de un área abierta, sin “límites” son ciertamente más
obstrusivas que las de un área cerrada, construida, y por lo tanto limitada físicamente.
Examinamos aquí las posibilidades que ofrecen para este estudio los espacios cerrados
(construidos) y abiertos o temporalmente demarcados, y que no se relacionan directamente con la
producción de alimentos ni con la vivienda fija y estable. Partiremos desde el estudio de los sitios
mismos y, en esta oportunidad, de los más clásicos: los abrigos rocosos, aunque entendidos dentro
de un paisaje y territorio percibidos y ocupados como un todo.

Cueva Pintada [SCatBe 4 (1)] es un alero que está emplazado en una quebrada estrecha, dentro de
un intrincado laberinto de quebradas y altos acantilados de areniscas, alejadas del cauce principal
del valle hacia el E (3000 m.s.n.m). Se encuentra en el sector Central del Valle y predomina la
vegetación de transición a Monte (ver Fig. 2). La quebrada misma, por su estrechez y recursos de
10

agua estacionales, no permite ningún tipo de actividad agrícola, sin embargo, constituye un acceso a
campos altos con pasturas aptas para el desarrollo ganadero o bien para la caza. Cueva Pintada es
además interesante por sus posibilidades de refugio temporal de individuos o grupos pequeños (a lo
sumo una familia).
Se trata de un alero de brecha andesítica de color pardo gris de 23 metros de longitud y 3.5
m de ancho (Fig. 6). Hacia el W presenta un sector no protegido, con una serie de representaciones
pictóricas tempranas, y unos 13 m que forman la protección del abrigo propiamente dicho. La
superficie total de reparo es de unos 59 m². Parte de la superficie de sedimentos con potencialidad
arqueológica está perturbado con prácticas de saqueo. En superficie encontramos grandes
fragmentos de cerámica gris incisa y ante pulido con formas, calidades de pasta y decoración
correspondientes a los estilos del Período Formativo conocidos como Ciénaga III y Aguada gris
Inciso, que sin duda han sido exhumados en el huaqueo por lo fresco de su fractura (ver foto).
Excavamos un sector aparentemente no perturbado en el sector K3 (1x1 m). Aunque la
estratigrafía es compleja, a los 14 cm. de prof. encontramos un fogón con abundante carbón donde
había marlos pequeños de maíz. A los 18 cm. de prof. se encontraron dos pozos, uno relleno de
restos vegetales (predominantemente gramíneas, tronquitos y cortezas) y otro relleno con restos de
maíz (Zea mays sp.) y trigo (Tritricum sp.), fibras de camélido (color marrón claro) y restos
faunísticos diversos. Este pozo puede ser interpretado como una ofrenda de algún momento
posterior a la llegada de los españoles. Los distintos pozos encontrados son similares a los
interpretados para uno de los recintos de El Alto El Bolsón (Korstanje 2005) y otras ocupaciones
formativas en Antofagasta de la Sierra (Cohen 2004) y Antofalla (Haber 1999).
Se realizó un fechado sobre carbón proveniente de la última cubeta de fogón, que se
delimitó a los 32 cm. de profundidad. El mismo arrojó una fecha de 1790 ± 80 años C-14 AP, que
es el fechado más temprano que tenemos hasta ahora para el valle (LP #1262). La excavación se
terminó a los 47 cm. de profundidad, con la roca de caja del alero.
La excavación en Cueva Pintada no arrojó aún indicios de actividades de caza. Los
fragmentos óseos recuperados son muy escasos y pequeños para poder arriesgar una clasificación
de los mismos. Tampoco hemos podido hacer analizar aún las fibras de camélido recuperadas, pero
a primera vista, por el color de las mismas, no se descarta que pertenezcan a guanaco o vicuña. No
hay hasta el momento evidencia s de recolección de vegetales alimenticios, ya que faltan en el
registro semillas o vainas de las especies más conocidas. Sí hay, en cambio, evidencias de uso de
cultígenos como residuos de alimentos, o con fines propiciatorios.

Los Viscos [SCatBe 6 (1)] es un alero de grandes dimensiones (34,60 m de largo por 15 m de
ancho, lo que hace unos 380 m² de buen reparo), formado sobre una roca de caja del tipo arenisca
brechosa. Se encuentra en una quebrada estrecha, sobre la vertiente oriental del valle, por donde
baja un curso de agua temporal E-W (2465 m.s.n.m) (ver Fig. 2). En el interior del alero se han
construido al menos unas cinco estructuras de piedra de forma cuadrangular que aún se observan en
superficie (Fig. 7). El sitio presenta huellas de saqueo, pero hay sectores que no han sido alterados.
En superficie hay evidencia de actividad de carnívoros, pero no hay indicios de que esta se pueda
relacionar con el material arqueológico (Mondini 2002).
Las excavaciones arqueológicas comprendieron la limpieza de los perfiles y áreas aledañas a
un viejo pozo de saqueo; ampliación de la excavación en sectores alterados P, Q y R; y una
excavación por decapage en una zona sellada por una capa de guano compacta (sectores L, LL y
M). Las capas 1 y 2 del sector L, LL y M se relacionan con la ocupación de Desarrollos Regionales
tanto a nivel artefactual como por dataciones radiocarbónicas. Se incluirán aquí sólo los resultados
de los componentes Formativos, que son los que tienen incumbencia en este relato. A partir de la
capa 3, que es la capa de guano, podríamos distinguir un hiato entre la ocupación Tardía y la
11

Formativa, constituido por un episodio de corral (la capa es potente, por lo que el encierro de
animales debió haber durado un tiempo prolongado). De todos modos, en algunos sectores hay una
capa 3 (b) de arena fina, que es estéril, que indica un episodio de abandono entre una ocupación y
otra. La capa 4 ha sido separada en dos por la composición de su matrix. Una de ellas contiene gran
cantidad de restos vegetales y faunísticos, asociados con cerámica de estilo Aguada. El fechado
AMS sobre un marlo de maíz en un evento de basural es de 1160 ± 40 años C-14 A.P (UGA
#8362), o sea dentro de los rangos más tardíos para la cerámica Aguada (Gordillo 2004). Los tipos
cerámicos más comunes se pueden englobar dentro de los definidos para el Formativo Medio del
Valle del Hualfín: Aguada Gris Grabado (Fig. 7 A), Aguada Gris Inciso (B), Aguada Negro Inciso
(D), Aguada Policromo (C). Varios de estos fragmentos, remontan además con los de los sectores P,
R y Q. Sobre la capa 5 apoya el entramado de tapial recubierto con barro realizado con tallos e
incluso penachos de Cortaderia sp. entrelazados (foto) Está fechado en 2270±230 años AP, UGA
#7973, AMS sobre tallos. Se conserva sólo la parte inferior y está quemada en su extremo final.
Termina el muro hay una especie de marco de Cardón que hace las veces de indicador de la puerta o
vano del muro. Hacia el interior del espacio que señala el entramado, el sedimento es arcilloso
compacto con episodios de quemazón y algunos pozos que podrían ser moldes de poste inclinados
hacia adentro (foto).
Entre los macro vestigios vegetales y animales encontramos semillas de quínoa
(Chenopodium quinoa) y de amaranto (Amaranthus sp.); cáscara de papa (Solanum sp.) huesos y
fibra o vellones de camélidos (Korstanje 2005), gran cantidad de marlos, semillas y chala de maíz
de diferentes variedades (Zea mays spp.); pedúnculos y cáscara de zapallos 6 (Cucurbita spp.);
semillas de poroto (Phaseolus sp.). El material de recolección es particularmente abundante. Se han
identificado las siguientes especies: semillas y frutos de algarrobo (Prosopis nigra et alba); frutos
de chañar (Geoffrea decorticans), frutos de pasacana (Trichocereus spp.); inflorescencias y hojas de
cortadera (Cortaderia sp.); hojas de junco (Juncus sp.), chaguar (Abromeitiella sp.), suncho
(Baccharis sp.), molle (Schinus spp.) y madera de cardón (Trichocereus spp.), entre otros aún no
identificados (Korstanje y Würschmidt 1999).
Entre las tecnofacturas del sector descrito encontramos calabaza pirograbada; cerámica
decorada; un mango de madera; emplumaduras; calabazas embreadas, cordeles de fibra animal y
vegetal, etc. Los artefactos de molienda de Los Viscos estudiados por Babot (2004) son varios, pero
aquí sólo tomaremos los correspondientes al sector de excavación mencionado. En la capa 4 del
sector L12A analiza un molino plano realizado sobre andesita. En la excavación se lo encontró dado
vuelta (tal como se hace en la actualidad, después de haberlo utilizado). El análisis de residuos
químicos por CG-EM dio ceras y ácido palmítico, de origen vegetal. En el caso de las ceras, es
probable que formen parte de los recubrimientos protectores de frutos y hojas, o bien de semillas
con contenido de aceites. Presenta además microfósiles de almidón de semillas de quenopodiáceas,
procesados por molienda, desaponificación y quizás también tostado. Por otra parte, el análisis de
residuos macroscópicos dio residuos blanco-amarillentos, de partículas angulosas y esponjosas más
cristales en forma de drusas (observadas al microscopio de barrido electrónico o MEB) con
diagnóstico de EDAX como combinación de fósforo (P) y calcio (Ca), o bien sólo calcio (Ca). Esta
combinación es interpretada por Babot como remanentes de la producción de illipta7 para su
consumo inmediato o a corto plazo.

Los espacios sacros o ri tualizados

No es casual ni caprichoso que hayamos seleccionado algunos sitios con representaciones


simbólicas, para estudiar los sistemas productivos. Desde nuestra perspectiva teórica lo ritual no es
central en la reproducción social ni define las relaciones sociales en sí, pero tampoco podemos decir
12

que simplemente “acompaña” los otros procesos sociales. El mundo de las representaciones
simbólicas y su correlato material -principalmente los espacios con representaciones rupestres en
este caso- da cuenta de los procesos sociales y a su vez es parte de ellos. No hay cambio social que
no necesite legitimación simbólica -en tanto y en cuanto los símbolos muchas veces se utilizan para
reglamentar y organizar tanto a las personas como al mundo material-, y a su vez, el sustento
ideológico es el que da forma al contenido del cambio social.
En algunos casos, las representaciones rupestres han sido evaluadas en los Andes Centro Sur
como indicadores de vías de comunicación o de redes de intercambio de bienes y de información
(Núñez 1985, Berenguer 1994). En un trabajo anterior hemos considerado las posibilidades del arte
rupestre como vía de análisis para el reconocimiento de cambios en las relaciones de producción
(Korstanje y Aschero 1998). Bajo esta perspectiva el arte rupestre ayudaría a poder comprender el
contexto simbólico en el que se apoyó el uso del espacio social en general y el sistema productivo
de una sociedad en particular. Para ello importa buscar criterios objetivos e indicadores
independientes de control que permitan relacionar ese contexto simbólico con el mundo material
que le da sustento, y "visibilidad" -arqueológicamente hablando- a las situaciones de cambio
socioeconómico, reconocimiento de conflictos internos o externos por el control de bienes,
territorios y/o prestigio social, de los que tal cambio puede ser causa o efecto.
En tanto la información sobre los sitios que aquí nos incumben, El Overito [SCatBe 3 (1)] y
Cueva Pintada [SCatBe 4 (1)], ya ha sido publicada, y por razones de espacio en este trabajo,
remitimos al lector a la bibliografía (Aschero y Korstanje 1996; Korstanje y Aschero 1998).

Los espacios utilizados: Circulación, Tránsito e Interacción.

La circulación de bienes en el área del Noroeste argentino ha sido puesta de relieve en


numerosos trabajos que enfocaron el tema a partir de la distribución de rasgos estilísticos de la
cerámica y otros objetos muebles. Uno de los primeros trabajos que esboza esta idea, aunque
formulada como “dinámica cultural”, ha sido el de González (1979). En los últimos años también
se ha buscado, como evidencia menos ambigua de intercambio, la identificación de las fuentes de
materias primas para la producción de artefactos líticos y para la construcción de recipientes de
cerámica a través de estud ios físico-químicos específicos , o de circulación de especies vegetales
alóctonas al área donde se las recuperó. Otro planteo del problema, desde las áreas tránsito mismas,
ha sido el que incluyó el recorrido de viejas sendas aún en uso buscando reconocer recursos
naturales, áreas de circulación o caminos y puestos en zonas ecológicas altamente contrastadas.
Específicamente respecto al tráfico con caravaneo de llamas, el punto clave es que en el NOA no se
habían encontrado el tipo de sitios asociados al tráfico caravanero, como por ejemplo, geoglifos que
señalen caminos y sitios de descanso o paskanas en las rutas de tráfico prehispánicas pre- inkas.
Dentro del Valle del Bolsón hemos encontrado y relevado un sitio que propusimos como
caravanero, El Médano [ SCatBe 1(1)] y que hemos presentado ya en otras dos oportunidades
(Korstanje 1996, 1998), por lo que, por razones de espacio, remitimos al lector/a a la citada
bibliografía. Vale remarcar que es un sitio necesario de enhebrar, ya que es el único sitio de tránsito
con estructuras de piedra formales que hemos podido detectar hasta el momento (ver Fig. 2).

CRONOLOGÍA DEL VALLE DEL BOLSÓN: DATACIONES Y CERÁMICA

Hasta el presente se ha n realizado 15 fechados para el valle. Una vez calibradas todas las
fechas podemos distinguir tres momentos en la ocupación:
Un primer momento que abarcaría desde los últimos años a.C. (aproximadamente unos 900
13

años) hasta el 700 de la era. Este momento está representado por la primera ocupación de los aleros
Los Viscos y Cueva Pintada y por el abandono de La Mesada (últimas cenizas del fogón). Un
segundo momento (700-1000 AD.) representado por el momento de basural con abundantes
vegetales en Los Viscos, en una ocupación con cerámica estilo Aguada, previa al uso como corral.
Este momento es contemporáneo con el uso de las estructuras domésticas de tipo Formativo de El
Alto El Bolsón y otros sitios no tratados en esta oportunidad. Y un tercer momento (1000 -1440
AD.) para la última ocupación de Los Viscos, con cerámica e instrumental en hueso y calabaza
tardío ; y posiblemente también para la ocupación de Morro Relincho, si los fechados fueran
correctos, que se extendería aún unos cien años más.
Para este valle, entonces, tomando al primero y al segundo momento como referentes,
hemos considerado al Formativo larga duración entre el 900 a.C. hasta ca. el 900 AD. Este
Formativo está relacionado siempre con sitios con cerámica de los más tempranos estilos
Condorhuasi y Ciénaga en líneas generales. Cabe aclarar que todo nuestro material cerámico de
análisis proviene de contextos domésticos, de producción y circulación y no de contextos fúnebres.
En los sitios hay también –aunque en menor proporción- otros estilos tempranos como Saujil,
Vaquerías, Alpatauca y tipos similares a los de El Alamito (Alumbrera líneas paralelas). En
general, podríamos decir que la cerámica de excavación corresponde a los tipos más tempranos
dentro de la secuencia del Hualfín, excepto el material de huaqueo de Cueva Pintada (Cienaga III),
y la cerámica Aguada de Los Viscos. No hay, a diferencia del Valle del Cajón, Valle de Santa
María y Falda del Aconquija (Tarragó y Scattolin 1997; Scattolin 2004), ningún fragmento que
recuerde a los tipos Candelaria.

DISCUSIÓN

Las características de los asentamientos del Período Formativo muestran un patrón de


ocupación disperso en las terrazas fluviales, arenales de piedemonte y laderas altas de montaña.
Tanto del análisis intra sitio como de la interpretación de las transectas extra sitio realizadas -
registro de baja densidad-, se desprende la idea de que la ocupación del espacio en el Período
Formativo se caracterizó por una concentrada del espacio construido. En otras palabras, las
actividades domésticas se realizaron en los ámbitos diseñados como domésticos, las productivas en
los espacios delimitados como productivos, y así, mostrando una especialización en el diseño del
paisaje centrada en los espacios construidos, cercados, delimitados, ya fuera de modo estable
(viviendas, habitaciones, cocinas, basureros, campos de cultivo, etc.) u ocasionales (puestos,
campamentos, etc.). Aún las ocupaciones dentro de los abrigos rocosos están delimitadas
espacialmente (muro de cañizo, muro de pirca) excepto en el caso de Cueva Pintada que es la que
tiene el fechado más temprano dentro del valle (pero que también, debido al saqueo, sería imposible
de observar).
Veamos ahora algunas consideraciones particulares sobre la especificidad de las formas del
paisaje campesino y la territorialidad formativa.
Decíamos que cada espacio está delimitado con marcas claras, con límites respecto a lo externo.
Pero además, entre cada tipo de espacio funcionalmente adecuado a una actividad, media un espacio
vacío hasta el próximo. En otras palabras, el área residencial está espacialmente separada de la
productiva, aunque compartan una misma localización. Dos sitios que podemos considerar
respondiendo a este ejemplo son el dúo La Mesada / Morro Relincho, por un lado y el sector más
temprano de El Alto El Bolsón, por otro. En ambos casos las áreas productivas agrícolo-ganaderas
están separadas de las residenciales, a pesar de que puedan encontrarse cercanas en la misma unidad
geomorfológica. Esto no es así en otros paisajes culturales Formativos cercanos, donde hay
14

continuidad entre lo uno y lo otro, como por ejemplo en Laguna Blanca (Albeck y Scattolin 1984);
la Falda Occidental del Aconquija (Scattolin y Lazzari 1993) o Yutopián en el Valle del Cajón
(Gero y Scattolin 1994).
Por otro lado, si bien el espacio de producción no tiene en general atributos arquitectónicos
para la defensa, ni es un territorio activamente defendido, sí hay “marcas” para estos territorios que
pueden estar ubicadas en los accesos a las áreas productivas. Como ejemplo de esto podemos
destacar el arte de El Overito, o las posibles “huancas” del sitio Monolitos (Korstanje 2005), o bien
aquellas incorporadas dentro de los mismos territorios de cultivo, como las grandes piedras clavadas
de punta- también al estilo menhires- que encontramos tanto en El Alto El Bolsón como en Morro
Relincho.
En cuanto a la producción en sí misma hemos podido constatar una amplia variabilidad de
técnicas que incluyen cultivos a secano y con riego. No hemos explorado aún qué cultígenos son los
que se han cultivado en las áreas regadas en tanto forman parte de los sectores que considerábamos
post-Formativos en el sitio El Alto El Bolsón, pero suponemos que serían los mismos (aunque
quizás con mayor énfasis en el maíz), y que lo que lleva a la construcción de las acequias es la
necesidad de mejorar la productividad, ampliar espacios y quizás adecuarse a una variación
microclimática que implicase principalmente una crisis hídrica para los cultivos. Pero la presencia
de las acequias sí indica al menos un antes y después en lo que al estilo de construcción y uso del
suelo para la producción se refiere. Aparecen recién entonces los grandes canchones contiguos y
aprovechando la pendiente para el riego. En las áreas de cultivo a secano, que son las que
estudiamos, hay en cambio evidencia de aprovechamiento de las escorrentías naturales, donde los
canchones están aislados o apenas cercanos como tecnología apropiada para la retención de suelos y
de humedad. Es importante recordar que en todo el Valle del Bolsón no hemos encontrado hasta el
presente estructuras agrícolas de tipo andenería, que generalmente son las más tardías y están
asociadas a una red de riego finamente estructurada.
Dentro de las técnicas de fertilización se ha constatado la incorporación de guano en algunos
casos y, aunque no sabemos si con ganado en pié o bien trasportado, es muy importante notar que
hemos observado su asociación al cultivo específico de papa en un caso de rotación o alternancia de
cultivos. Esta situación es coincidente con la información de prácticas de rotación actuales en la
zona del Titicaca en sistemas de agricultura de secano.
Respecto a los cultivos, hemos encontrado evidencia directa de cultivo de maíz y de papa.
Existe también la posibilidad de que otros cultivos fueran ulluco y quínoa, pero la evidencia es más
fácil de confundir por lo que seguiremos analizándola en futuros trabajos. Si bien los indicadores
de Cucurbitáceas son positivos, no hay abundantes silicofitolitos de esta familia como para pensar
que algunas especies fueron cultivadas allí.
Dentro de las especies consumidas en el ámbito doméstico, el espectro se amplía sin dudas
a zapallos, quínoa, probablemente batata (sitio La Mesada, ver Babot 2004), poroto y amaranto (en
Los Viscos), pero no hemos dado con evidencia segura de estos cultígenos en los sitios de
producción excavados. Por sus requerimientos de mayor temperatura lo más probable es que,
excepto la quínoa, éstos fueran cultivados en la zona más cálida del valle o sea, en el sector
Meridional y Central, y probablemente más como parte del huerto familiar en la casa que en
espacios especialmente acondicionados fuera del sector doméstico. Las excavaciones de Los
Viscos mostraron que dentro de un mismo contexto, muy avanzado dentro del Formativo, donde
hay descarte de una amplia variedad de alimentos cultivados y animales domesticados, aún así los
recursos de recolección son muy abundantes e incluso mayores que los anteriores (Korstanje y
Würschmidt 1999).
En cuanto a la tecnología móvil para la labranza, las piezas bifaciales caracterizadas como
azadas por Somonte (2004) y que dicha autora considera similares a las encontradas y
15

caracterizadas como instrumentos agrícolas asociados a los camellones de la cuenca del Titicaca
(Bolivia), dan cuenta de una tecnología apropiada para el cultivo, muy expeditiva y utilizando
mayormente materias primas no locales.
Los estos abrigos rocosos muestran una ritualización de sus espacios, ya sea por el
despliegue de pinturas rupestres (Cueva Pintada), ceremonias de ofrendas con alimentos enterrados
(Cueva Pintada y Los Viscos) o representaciones rupestres grabadas en oquedades casi ocultas y
sepulturas asociadas (Cueva de las Máscaras 8 ). Estas evidencias de rituales o ceremonias sacras en
espacios que a su vez cumplen funciones tan habituales o espontáneas como dormir o refugiarse
temporalmente, nos muestran en realidad el ceremonialismo intrínseco de todas las actividades en la
vida campesina. En la actualidad, tales prácticas pueden realizarse en el camino mientras se
apacientan las ovejas; en cualquier lugar de una simple travesía para visitar un puesto donde se
cultivan las papas; o en puntos especiales donde recurrentemente se realizan ritos durante los viajes
de larga distancia con caravanas (Korstanje 2005). Nuestra idea es que esta ritualización está
presente en cada una de las actividades cotidianas, sólo que su visibilidad es mayor en los abrigos
rocosos por la buena preservación y concentración recurrente de estas prácticas cargadas de
contenido simbólico.
Un caso aparte y distinto lo constituyen los campamentos de caravanas. Son espacios
delimitados; construidos; especializados, pero ¿Formarán parte del territorio campesino? ¿O serán
espacios de uso compartido, algo así como se postuló para ciertos territorios del modelo de control
vertical? (Murra (1973). No será fácil chequearlo desde esta perspectiva, ya que los vestigios que
generalmente están en este tipo de sitios son los desechos de las actividades de los arrieros y no del
cargamento mismo (Nielsen 1996). Como hemos planteado antes, la bibliografía etnográfica
consultada sobre caravanas y las observaciones personales e información de entrevistas con los
pobladores de El Bolsón no muestran una territorialidad marcada sobre los campamentos. Si bien en
la actualidad se observa la libertad con que los arrieros eligen el sitio donde acampar en función de
sus alternativas de ruta, clima, cansancio, etc. (Korstanje 1998), pensamos que no es el control de
estos puestos el que marca el territorio, sino que hay otras situaciones que podrían alumbrar matices
en la definición del mismo. Coincidimos con Berenguer en que “La idea de caravaneros
independientes o autónomos calza bien con situaciones observadas etnográficamente (...) Pero
parece poco probable que este sistema haya regido en tiempos prehispánicos medios a tardíos (...)
La importancia de asegurar el suministro de bienes críticos, el rol dado a los bienes exóticos o de
prestigio como indicadores de rango y la dependencia de la posición de los dirigentes étnicos de su
capacidad para acumular, almacenar y redistribuir bienes importantes, sugieren algún tipo de
control por parte de éstos sobre las rutas de trafico” (Berenguer 1994:29).
Si tomamos en cuenta la distribución de bienes y recursos provenientes de otros ambientes
altamente diferenciados, y sumamos a esto la evidencia material de sitios que puedan dar cuenta
específicamente del tráfico y transporte de esos bienes (como sería el caso de El Médano)
podríamos desde aquí contribuir a modelar criterios de territorialidad que no se basen únicamente
en el componente productivo de los sistemas económicos, ¿pero de qué territorialidad estaríamos
hablando? De la de gran escala, de la que excede el paisaje conocido y defendido e incluye los
paisajes accesibles por las redes de parentesco.
Siguiendo este el hilo de análisis, como ya dijimos, hay numerosos estudios que asocian el
arte rupestre a marcas territoriales, o símbolos de identidad tipo estandartes, o señalizaciones en los
caminos. Sin embargo, esto no implica que no haya algún grado de sacralización de tales espacios.
Es evidente que una apacheta es a la vez una señal en el camino y un lugar ritual, donde se deja una
piedra y se hace un pedido. Y se resignifican según cada época. En las Cumbres Calchaquíes, por
ejemplo, hasta hace poco tiempo se realizaban pequeñas ofrendas en torno a sitios con arte rupestre
antes de ir a cazar guanacos (J. Mercado comunicación personal 2004.)
16

Podríamos decir que en todos los casos observados en el Valle del Bolsón, el arte rupestre
está asociado a espacios más bien cerrados, quebradas de acceso, lugares “hacia donde ir” y no
lugares donde quedarse. Los casos más conspicuos en este sentido son Cueva de Las Máscaras y
Cueva Pintada, o sea: los dos abrigos rocosos con arte que se encuentran emplazados en quebradas
angostas y de fuerte pend iente. El Overito, se encuentra también en un camino “hacia”, pero es un
ámbito más abierto.

CONCLUSIONES:

A los efectos de la caracterización de los territorios campesinos en el Valle del Bolsón, y en


base al desarrollo histórico particular de los Andes Centro Sur, hemos analizado la evidencia
referida a los espacios y registro artefactual y ecofactual de la producción de alimentos y del
consumo de los mismos, e incorporándolos en relación al papel que la distribución de esos bienes
ha jugado dentro del sistema económico en un determinado territorio, para abrir una pequeña
ventana más sobre las relaciones de poder implicadas en la producción.
Hasta donde hemos llegado con nuestras investigaciones, todo parece indicar que durante el
largo Período Formativo que hemos tomado como segmento temporal para esta ocasión, no se
observa desigualdad social alguna en la arqueología de este valle. La imagen del campesinado que
se ha formado en nuestra retina es la imagen de un campesinado dedicado con más énfasis a las
tareas productivas primarias que a otras áreas económicas. Si bien la producción de alimentos se
muestra como un sistema eficiente, complejo, renovable y creativo en sí mismo, la riqueza de este
conocimiento y del trabajo involucrado en él, no se relacio na con evidencias de una supra-
organización por parte de un poder centralizado. El arte rupestre tampoco indica lo contrario y nada
nos indica la existencia de campesinos sometidos u organizándose ante una perspectiva de tener que
defender el territorio.
El decisivo cambio en la concepción del espacio y la defensa del territorio, la jerarquización
social y la concentración del poder, muestra estar claramente marcada recién en el momento que
conocemos como Desarrollos Regionales. No sabemos cuáles podrían haber sido las causas de tal
situación en el valle mismo, pero las representaciones rupestres asociadas a este período tocan
temas relacionados con conflictos y con situaciones de poder. La considerable ampliación de las
zonas de cultivo y la redundancia en la ocupación de algunos espacios muestra una intensificación
en el uso del mismo (Quiroga y Korstanje 2005). Esto, sumado a la aparición de ocupaciones en
localizaciones de asentamiento apartadas de los accesos principales del valle (Quiroga 2002), o en
escondrijos (Cueva de Las Máscaras), y en algunos casos hasta con protección natural para el retiro
y defensa del tipo “pucara”, nos hacen pensar que el momento del conflicto social fue recién a partir
del 1000 d.C. Los fechados tardíos de la cerámica Aguada en Los Viscos (cerámica que se
encuentra también formando parte del registro de superficie del sitio pucara El Duraznito) indican
que posiblemente una situación a nivel regional de transformaciones políticas haya tenido su
repercusión en el valle, pero o bien los conflictos llegaron tarde al valle del Bolsón o quizás solo
llegaron las manifestaciones simbólicas de los conflictos acaecidos en otros valles. Sin embargo,
nos adelantamos a pensar que tampoco ese momento ha sido de gran crisis en este valle
comparando con los otros valles bajos. Más que una enconada defensa del territorio creemos
observar una adaptación a los nuevos tiempos, con profundos cambios en la organización de la
sociedad, pero sin que necesariamente esos cambios hayan sido bruscos, impuestos o conflictivos.
Cuando en cambio intentamos diferenciar el Formativo Inferior del Medio desde el punto
de vista de la producción y la residencialidad, vemos que los espacios con presencia de cerámica
Aguada o arte rupestre asociable, no son diferenciables desde ningún otro aspecto. No hay sectores
17

productivos Aguada, ni tecnología que podamos adscribir como innovadora para ese momento. No
hay caseríos ni aldeas Aguada. Por lo contrario, la presencia de este estilo cerámico aparece hasta
el momento en un abrigo rocoso, formando parte de un basural, y en superficie en las
inmediaciones de un sitio Tardío, tipo pucara.
Entonces, retomando el concepto de territorio como aquel paisaje especialmente manejado,
cuidado y defendido en áreas residenciales y productivas, y el paisaje transitado, venerado y
utilizado, en áreas de intercambio, ritual y abrigo o aprovisionamiento, vemos que para El Bolsón
podríamos definir dos momentos en el territorio arqueológicamente cognoscible. Estos momentos
pueden ser ajustados a la periodificación regional como Formativo y Desarrollos Regionales.
Una tercera forma claramente distinta en la concepción del territorio es la Colonial, que
Quiroga muestra a través de la documentación histórica y arqueológica como una “reorientación
productiva de los valles altos, es decir, de espacios prehispánicos con énfasis en la producción
agrícola se convierten en espacios coloniales ganaderos articulados con redes mercantiles
regionales” (Quiroga 2004:1). Esto implicará que las áreas de vivienda estarán restringidas a
puestos o locaciones unifamiliares o incluso individuales, dentro del valle para los tiempos de la
colonia avanzados.
Como reflexión final es interesante pensar qué ventaja significó abordar la arqueología del
Valle del Bolsón desde la perspectiva del territorio. Consideramos que nos permitió articular partes
desarticuladas y pensar teóricamente aquellos huecos del rompecabezas a donde la información
empírica no nos podía llevar. Así, desde las pequeñas ventanas que nos brinda la materialidad de la
Arqueología, pudimos incorporar conceptos e ideas que permiten pensar en la Historia Social
Prehispánica del campesinado Formativo del Valle del Bolsón, en un sentido similar al marcado
por el materialismo histórico, la escuela de los Annales y las líneas de Historia Social en general.

AGRADECIMIENTOS:
A Latinoamérica, la de rostros y rastros coloridos, la de venas y casas abiertas. A la vida, al
campo, al sol y al Valle del Bolsón.

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NOTAS:
1
El concepto ha sido definido por F. Braudel (1976 [1949]).
2
En el sentido de interpretación de la temporalidad y especialidad de los hechos pasados.
3
Según Somonte (2005) las materias primas locales corresponden a las cuarcitas, cuarzo, metamorfitas y vulcanitas variedades 1, 2
y 5; y las no-locales son las variedades 3 y 4 de vulcanitas, obsidiana 1 y 2 y vidrio volcánico 1.
4
Las razones por las cuales no utilizamos el concepto de “Integración Regional” y otras posteriores están en Korstanje 2005.
5
Se considera que se está fechando el abandono del sitio porque son las últimas cenizas, y porque la estructura cerrada del fogón en
trípode permite quemar troncos grandes, sino sólo “leña falsa” (sensu Marconetto 1999) y algo de leña de raíces o pequeños arbustos
que siempre son recogidos en un tiempo sincrónico al que se queman.
6
En un estudio específico de los macrovestigios de cucurbitáceas Malobertti y Zapatiel reconocen entre los pedúnculos las
variedades C. máxima, y C. pepo o C. moschata, mientras que las semillas pertenecen todas a la especie C. máxima. y los pericarpios
a Lagenaria siceraria y C. moschata (Malobertti y Zapatiel 2003).
7
La “illipta”, con diferentes nombres en los andes (“yisca” en Bolivia) es un aditivo utilizado para mejorar el sabor de la coca en el
masticado de la misma y contribuir a la liberación de sus alcaloides. Se prepara de distintas maneras según la costumbre regional. En
la actualidad también se utiliza bicarbonato de sodio (“bica”) para ese fin.
8
Cueva de las Máscaras no ha sido descripta en este trabajo porque sus representaciones son de estilos Tardíos (ver Aschero 1999 y
Korstanje 2005).

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