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Xavier Izko
El propósito central de nuestro estudio es hacer una reflexión crítica, a la luz de la
literatura antropológica y de la propia experiencia de campo, sobre la situación actual de las
comunidades indígeno-campesinas de los Andes bolivianos. Nos centraremos sobre todo en
las llamadas "comunidades originarias" o de ayllus, que formalmente no pasaron por el
régimen de hacienda y que aún predominan en muchas zonas campesinas bolivianas (ver
mapa).
Nuestro enfoque está lejos de cualquier esquema que entienda el cambio cultural
como un "continuum" de estadios sucesivos que van de lo "tradicional" a lo "moderno".
Las limitaciones de este dualismo reductor y ahistórico han sido puestas de
manifiesto certeramente por Rivera Barrios (1982: 72-76) Y Rivera Cusicanqui (1981: 84-85)
en referencia a la situación boliviana. Concebidos como elementos distintos, pero a la vez
inseparables, resultado de un proceso histórico común (Rivera Barrios: 74), la persistencia y el
cambio se inscriben en un contexto más amplio que remite en última instancia a la totalidad
cultural definida a partir de una serie de "escalas" sociales interactuantes que van desde el
núcleo doméstico y la familia extensa a la comunidad y de la comunidad a la sociedad mayor,
con la que se relacionan diversamente.
No. 1, Julio 1986 59
Estudios y Debates
embargo, de que allí donde la reproducción de cada núcleo doméstico y de cada familia no
depende ya de alguna manera de la instancia propiamente comunitaria, la comunidad corre el
riesgo de disolverse. a no ser que se convierta en un mero "flatus vocis", vaciada de todo
contenido.
Hubiera sido útil, dada la complejidad y, a la vez. la especificidad relativa de los
componentes esenciales de la realidad comunitaria, considerar separadamente cada uno de
ellos: la estructura económica, la organización socio-política, la dimensión mágico-religiosa.
En una investigación que venimos realizando durante los últimos años analizamos todos esos
niveles. Por razones de tiempo y espacio, sin embargo, nos concentraremos aquí en el análisis
de la estructura socio-económica de las comunidades andinas, aunque haremos también
algunas referencias a la organización política y a la dimensión mágico-religiosa, entretejidas
con algunas consideraciones sobre ideología y simbolismo (2).
El área de los Andes bolivianos donde se localizan las comunidades originarias (ver
mapa), concentra en sus dos grandes eco-sistemas (el de puna y el de valle) una enorme
variedad de microclimas que cobijan, a su vez, una amplia gama de especies y variedades
vegetales (3).
En el contexto de esta gran diversidad de microclimas y de especies vegetales, el
modelo del "control vertical de un máximo de niveles ecológicos" diseñado por Murra (1972;
1975; 1978) constituye todavía un ideal y. a veces, también una práctica diversamente
adaptada a las circunstancias cambiantes por las que las sociedades andinas han atravesado.
En áreas como el Norte de Potosí, diversos ayllus locales continúan manteniendo el
control directo de los recursos de puna y valle (cf. Harris 1978a, 1982a, 1985; Platt 1982a;
Godoy 1983a y b). Algunos de los grupos étnicos más numerosos (Macha, Pukwata, Chayanta,
Sakaka), que pueden llegar a contar con 25 mil miembros o más, se extienden de manera
continua entre la puna y el valle (cf. Harris 1985: 312 y ss.)(4). Otros grupos, aunque
discontinuos territorialmente. se distribuyen también entre ambos ecosistemas: el núcleo más
consistente en la puna y diversas "islas" o enclaves territoriales en el valle, a manera de
"archipiélago". En uno y otro caso, sin embargo, no todos los miembros del grupo tienen
acceso directo a los recursos de puna y valle, ni existen campesinos que controlen toda la gama
de microclimas existentes. siendo frecuente que muchas unidades domésticas posean una serie
de parcelas distribuidas entre niveles ecológicos discontinuos, separadas a veces por más de un
centenar de kilómetros o por varios días de camino (Platt 1982a: 34-35).
Muchos grupos étnicos. en cambio, han ido extraviando a lo largo del tiempo su
original "base de recursos múltiples" (Thomas 1972), particularmente las tierras de valle.
Algunos las han perdido en épocas recientes, como los Sikuya de la puna en el Norte de Potosí
(lzko 1986a) o los Sakaka en relación a las zonas más bajas de su antiguo territorio (lzko
1986b). En el primer caso, los Sikuyas del valle, interrumpidos sus vínculos con el ayllu de
puna a raíz de la Reforma Agraria, han reconstituido el modelo de control vertical dentro del
ecosistema de valle.
Otros grupos étnicos perdieron mucho antes, por motivos diversos, el acceso a los
recursos del valle. Confederaciones étnicas como los Qaranqa o los Killaka/Asanaqi del
Altiplano de Oruro tenían acceso directo a la costa del Pacífico (Qaranqa), a los "yungas"
productores de coca de Pocona/Cochabamba y al maíz y ají de Tomina/Sucre (Qaranqa) y de
los valles norteposinos (Espinosa Soriano 1981; Riviére 1982: 19 y ss.; cf. Harris 1985).
Todavía a principios de siglo controlaban tierras en los valles de Sucre. A partir de 1890, sin
embargo, las Mesas revisitadoras comenzaron a distribuir títulos individuales a los comunarios
para que pudieran enajenar sus tierras, conforme a las leyes de Exvinculación (1874), que
perseguían la disolución del régimen comunitario (cf. Platt 1982b). Así, los ayllus de Oruro y
de otras áreas limítrofes (Yampara de Chuquisaca, Tinquipaya de Potosí) fueron perdiendo el
acceso a sus tierras de valle a través de mecanismos diversos: "interés" de la oligarquía
sucrense por los valles más feraces para convertirlos en lugar de recreo. presión de la
decadente minería de la plata que buscaba reinvertir en la tierra, enajenación obligada de
tierras para la cancelación de deudas, venta "voluntaria" de las tierras remanentes por ser
insuficientes para garantizar la subsistencia, etc. En algunos casos se llegó a la disolución de
todo el grupo étnico, privado de sus tierras más fértiles, y en otros los ex comunarios pasaron a
ser colonos de sus antiguas tierras de ayllu, convertidas en hacienda (Langer 1984: 90 y ss.,
101-103, 108). Algunas unidades domésticas de Killakas y Pampa Aullagas (Oruro), sin
embargo, parecen conservar todavía tierras en los valles de Sucre (Riviere 1982).
De cualquier manera, el ideal andino de controlar un máximo de pisos ecológicos ha
pervivido, adaptado a las características del microespacio. Presto n (1973: I 17 Y ss.) ha
llamado la atención, por ejemplo, sobre la existencia de microclimas en el aparentemente
uniforme altiplano orureño, llegando a distinguir hasta ocho microniveles en algunas
comunidades de la región, como sucede en Escara. Riviere (1982: 241) afirma que el patrón
ocupacional del espacio en los ayllus de Sabaya (Oruro) prevé, allí donde es posible. que todas
las estancias posean un sector de pampa y otro de ladera. Un modelo semejante es sugerido
también por Molina Rivero (s/f) a propósito de los ayllus de Pampa Aullagas (Oruro). Albó
(1972: 802). por su parte, confirma también la existencia de un patrón similar en relación a la
mayor parte de las comunidades y neo-comunidades de Jesús de Machaka, que poseen
enclaves o, con mayor frecuencia, terrenos de forma transversal alargada en los dos
microniveles eco lógicos de la zona (laderas de cerro/pampa).
estancias de los ayllus Kanasa y, sobre todo, Qullana (Sabaya) tienen acceso a pastos naturales
irrigados y semi-pantanosos (bofedales), lo que permite una cría extensiva de camélidos. A
medida que se desciende hacia el sur. sin embargo, las praderas de t'ula y paja brava se vuelven
predominantes, alternando con arenales y pampas saladas que hacen difícil o imposible la cría
de ganado (Riviere 1982: 275; 1983a: 57-58). En otras circunstancias, como sucede en Pampa
Aullagas, la extrema aridez de las tierras de pastoreo de una determinada estancia obliga a
algunas familias a recurrir coyunturalmente al préstamo de pastizales; otras no utilizan los
pastizales comunales por carecer de rebaños (Molina Rivero s/f).
Además de la propiedad de un número mayor o menor de animales, la densidad
poblacional de cada segmento es también un elemento importante que distorsiona y hace
altamente diferencial el acceso a la tierra. El factor demográfico va unido a veces a otros
factores relacionados con la discriminación interétnica, aun dentro de la común etnicidad
andina.
Por otra parte, en algunas sociedades básicamente agrarias, como Irpa Chico o el
ayllu Sakha (Sakaka), la escasez de tierras individuales, debido a la presión demográfica y al
deterioro del suelo, se ha traducido en el fraccionamiento progresivo y la asignación individual
de las tierras comunales. teóricamente "sobrantes". aunque utilizadas de hecho hasta entonces
como campos de pastoreo comunal. En el caso de Irpa Chico, sin embargo. los mejores
pastizales eran ya de propiedad individual (Carter y Mamani 1982: 25). al contrario del ayllu
Sakha, donde la distribución de los pastos comunales ha causado problemas a la ganadería
(Mamani 1978: 89).
Existe, además, una segunda categoría de tierras, denominadas aynuqas (La Paz) o
mantas (Oruro, Norte de Potosí, Cochabamba), sobre las que pesa una instancia colectiva,
aunque son usufructuadas individualmente por cada unidad productiva, que suele poseer en
cada aynuqa o manta una o varias parcelas llamadas qallpa (6).
La propiedad de las aynuqas o mantas es todavía colectiva en muchos lugares,
aunque otras veces cada campesino posee título de propiedad individual para el conjunto de
sus qallpa (Preston 1974; cf. Harris 1982: 74). De todas maneras, la comunidad decide, por
razones "técnicas", cuándo sembrar (con qué producto a veces), qué ciclo de rotación se debe
establecer en cada manta o aynuqa, conforme a la secuencia cultivo-pastoreo-barbecho, y qué
período mínimo de descanso debe tener cada manta, de acuerdo a su localización y a la calidad
de la tierra.
El número y la calidad de las mantas suele variar de una estancia a otra; pero en
algunos ayllus, el Jukumani (Norte de Potosí), por ejemplo, todas las estancias tienen acceso al
mismo número de mantas (siete), aunque el tamaño de las mantas parece aumentar con la
altura, en relación probable con la menor calidad de las tierras; y en cada una de las siete
mantas existe una qallpa comunitaria, para uso exclusivo de las principales autoridades
conservadas en propiedad colectiva y repartidas por períodos de tres o cuatro años entre todos
los miembros de la comunidad. Cuando la tierra está en barbecho, vuelve a convertirse en
propiedad comunal. Sin embargo, como consecuencia de un lento proceso de "modernización"
y contactos permanentes con las ciudades, la mentalidad del campesino de la zona está
transformándose, y el reparto definitivo y la apropiación individual de la tierra tienden a
prevalecer frente a la redistribución periódica y el control colectivo, como sucede en las
comunidades del Altiplano Norte (Presto n 1973: 116,126).
Desde otro punto de vista, el usufructo o propiedad individual de las qallpas atenúa el
control comunitario sobre el ciclo productivo de cada manta, aun allí donde existen prácticas
de redistribución. Además de la decisión sobre el destino final de los productos, que está en
buena medida en manos de cada unidad productiva, suele existir un margen para la iniciativa
individual. Cada jefe de familia puede decidir, por ejemplo, qué especie cultivar (siempre que
pueda cultivarse más de una), dónde hacer pastar el rebaño o, en algunos lugares, cuándo
conviene dejar descansar algunas parcelas por un período más prolongado de tiempo. En este
sentido, las diferencias existentes entre campesinos que necesitan acortar los períodos de
descanso, debido a una mayor presión demográfica y a un nivel más precario de tenencia, y los
campesinos que tienden más bien a prolongarlos porque poseen más tierras y una presión
demográfica menor, plantean el problema de la creciente disfuncionalidad de las mantas
respecto a la situación actual, ya que, aunque permiten racionalizar todavía la utilización de la
tierra, fueron diseñadas inicialmente en el contexto de una sociedad "redistributiva".
Existe, finalmente, una tercera categoría de tierras, denominadas sayañas, tasa
qallpas, uyus o "platos", según los lugares, asignadas en posesión individual a cada unidad
productiva. Se trata en realidad de pequeñas parcelas, distribuidas tenencialmente en todos los
microclimas, que forman en conjunto una sola unidad en términos de contribución fiscal,
como sucede con el conjunto de qallpas de cada aynuqa o manta. Su importancia difiere, sin
embargo, de un lugar a otro. Así, las sayañas de Irpa Chico y las tasas del ayllu Macha (Norte
de Potosí) constituyen la base de la subsistencia y de la división de la tierra, aunque con
algunas diferencias entre ambos contextos (Carter y Mamani 1982: 27; Platt 1982a). Los uyus
de algunos ayllus de Oruro y de los Laymi (Norte de Potosí) poseen, en cambio, una
significación menor para la economía comunitaria, tendiendo a prevalecer el sistema de
mantas (Preston 1974: 276; Harris 1982: 75). Lo mismo sucede con las tasa qallpa de los
Jukumani (Godoy 1983a) y con los "platos" de algunas comunidades del ayllu Sakaka
(Mamani 1978: 89). Finalmente, en otros ayllus (Kirkyawi, Cochabamba; algunos ayllus de
Oruro) no existen parcelas individuales, sino mantas, como recordábamos más arriba (7).
La distribución y el usufructo individual de las qallpas (aynuqas o mantas) y de las
sayañas están mediados por la adscripción a una u otra categoría tributaria, que legitima al
mismo tiempo el acceso a la tierra. La evolución de las categorías tributarias, además de ser
compleja y alternan te, nos es todavía parcialmente desconocida. aunque la tasa personal para
todos los hombres entre los 18 y los 60 años ("Tributarios") se convirtió poco a poco en tasa
"agrícola", vinculada a la unidad productiva. y acabó por ser asociada a los derechos sobre la
tierra, como recuerda Rasnake (1982: 87). Las últimas reasignaciones de tierras ("Revisitas"),
practicadas durante el siglo pasado con la finalidad de revisar y confirmar los derechos del
campesino sobre la tierra, nos hablan de la existencia de tres categorías fundamentales:
"originarios". "agregados" y "forasteros", subdivididos a su vez en "forasteros con tierras"
(equiparados normalmente a los "agregados") y "forasteros sin tierras", más conocidos en
algunos lugares como kantu runas (quechua) o witu jaqi (aymara), lit. "hombres del margen"
(cf. Platt 1982a: 38; 1982b: 36 y ss.).
En el momento presente, sin embargo, la categorización varía de un lugar a otro. Así,
en los ayllus de Turco (Oruro) asistimos a un curioso proceso histórico de "igualación"
categoría!, que se consuma durante las primeras décadas del presente siglo con el ascenso
global de los grupos Urus, secularmente discriminados por aymaras y criollos, a la categoría de
"originarios", como un mecanismo de defensa frente al rechazo social (antes pagaban una
cantidad menor como indios "inferiores") (Pauwels 1983: 270-273; cf. Wachtel 1976: l 143).
En los ayllus de Sabaya existe también una única categoría' tributaria ("contribuyentes"), como
sucede en general en muchas otras áreas de Oruro (Rivière 1982: 268). En el ayllu Yura
(Potosí), las tres categorías tradicionales han desaparecido, pero han dado lugar a cuatro nue-
vas categorías (iskay chunkapi, chunkapi, tercio y medio tercio), más adecuadas a las
alternancias del acceso a la tierra. de manera que es posible ascender o descender de un año a
otro en la escala categorial, de acuerdo al incremento o disminución del nivel de tenencia
(Rasnake 1982: 89 y ss.).
En el arte de Potosí y en Cochabamba (ayllu Kirkyawi) puede reconocerse todavía, en
cambio, la existencia de las tres categorías tradicionales (cf. Platt 1982a: 36-43; Godoy
1983c). La primera, correspondiente a los "originarios" (urjinas), es la más privilegiada y
agrupa a campesinos supuestamente descendientes de los primeros tasados en la época de la
colonia, que recibieron confirmación de sus títulos después de haber cumplido sus obliga-
ciones con el ayllu y con el Estado. También otros campesinos, sin embargo, podían
inscribirse en la categoría de originario, previo consentimiento de los demás originarios y tras
haber cancelado la cuota correspondiente. En ayllus como el Macha solían tener acceso a
tierras de puna y de valle (Platt 1982a: 37).
En una segunda categoría se inscriben los "agregados" al ayllu para cultivar sus
tierras vacantes y ayudarle a cumplir sus obligaciones con el Estado. Hoy en día, sin embargo,
muchos agregados son simplemente descendientes de los originarios (Izko 1986b).
Los dos grupos, originarios y agregados, son conocidos conjuntamente como
"taseros" (los que cancelan la "tasa"), en relación a su acceso directo al usufructo de la tierra, y
en algunos lugares han sido olvidadas las diferencias en cuanto a su origen, pudiendo un
individuo poseer a la vez un título de originario y otro de agregado (Godoy 1983c: 11; Harris
1982: 74). En este sentido, ninguna de las dos categorías puede ser considerada ley de manera
rígida y absoluta; constituyen más bien estadios en el ciclo de desarrollo del grupo patrilocal,
como afirma Platt (1982a: 67, nota 36) en referencia a los originarios.
En un tercer grupo figuran los witu jaqi- o kantu runas, también llamados puchu
runas ("sobrantes"; ayllu Qhäna) o "entrantes" (Sakaka). Es la categoría más precaria, y
quienes están adscritos a ella no cancelan la tasa de la tributación ni poseen, correlativamente,
derechos directos sobre la tierra, sino solamente el usufructo de los márgenes de las parcelas de
originarios o agregados, en calidad de "préstamo", debiendo a cambio un par de días de trabajo
al año (Harris 1978a: 56) o un día durante cada etapa del ciclo agrícola, además de colaborar en
otros servicios (fiestas, acarrero de agua y leña, etc.). Un kantu runa no puede tener varios
"taseros" a la vez, y cuando la tenencia de la tierra de un tasero aumenta, otros kantu runas
pueden solicitar acceso a ella; pero un tasero no puede expulsar a su kantu runa de la tierra
que usufructúa ni obligarle a realizar tareas distintas de las acostumbradas, aunque pueden
surgir tensiones que obliguen al kantu runa a abandonar la tasa de su originario o agregado y
buscarse otra nueva (Godoy 1983c: 1415). En la actualidad, muchos campesinos se consideran
a sí mismos kantu runas, y es cada vez más frecuente que los hijos de un originario o agregado
cultiven los márgenes de las tierras de su propio padre (8).
La cancelación de la "tasa", que designa a la vez el monto de la tributación y el objeto
mismo de tributación, la tierra, tiene la función de reafirmar el derecho del tasero a la tierra,
garantizando a la vez, indirectamente, el acceso del kantu runa. Su valor, sin embargo, es
puramente simbólico en la actualidad, dada su escasa cuantía (en el siglo pasado equivalía a
una pareja de bueyes; Harris 1978: 54), si bien se anuncian planes tendentes a elevar el monto
de la tributación a 12 y 8 millones (6 y 4 dólares, aproximadamente) para los originarios y
agregados, respectivamente.
Los vínculos de parentesco están estrechamente relacionados con el acceso a la tierra
y, más en general, a los recursos naturales. Platt (1982a: 41), por ejemplo, afirma que un
campesino en precaria situación de tenencia posee un derecho residual a la tierra usufructuada
por los descendientes del antepasado común; pero son sobre todo las estrategias matrimoniales
las que permiten regular y, a la vez, crear nuevas posibilidades de acceso a los recursos
naturales.
En términos generales, el tabú del incesto y la regla de la exogamia que lo acompaña,
se traducen, combinados con la herencia patrilineal de la tierra, en la "expulsión" de las
mujeres hacia otros grupos patrilocales, donde se casarán virilocalmente. En ausencia de
herederos masculinos, sin embargo, las mujeres constituyen "un buen partido", y el
matrimonio será normalmente uroxilocal (Platt 1982a: 42), aunque sólo "ceteris paribus"; es
decir, si el marido no posee a su vez mayores recursos que la mujer. En contextos como el
ayllu Qhäna (ayllu menor Chiru, de economía agro-pastoril), la igualdad o la
complementariedad de recursos (tierra/ganado) entre el hombre y la mujer llevan, por ejemplo,
a un tipo de residencia duolocal (Izko s/f; 1986a). En uno y otro caso parece un hecho, no
obstante, la tendencia a la complementación económica entre núcleos domésticos que poseen
tierras en niveles ecológicos distintos (puna/valles) o, más en general recursos de naturaleza
diversa, aunque dicha tendencia sólo se realiza plenamente en algunos casos: el 25 % de los
núcleos domésticos del entorno minero del Norte de Potosí poseían tierras en puna y valle
(Platt 1982a: 43). Por otra parte, la asignación exclusiva o mayoritaria del recurso tierra (el
más importante) a los hijos varones hace que las estrategias matrimoniales no puedan
programarse exclusivamente en función de la complementación de patrimonios distintos,
aunque tiende a realizarse en economías agro-pastoriles y en comunidades donde existe una
asignación creciente de tierras a las hijas mujeres. Cuando la mujer no recibe tierra como
herencia, se valora también la cantidad de otros bienes a los que ha tenido acceso; una
campesina con algunos recursos tenderá también a buscar un campesino que posea bienes
suficientes (lzko s/f; 1986a).
Las modalidades concretas de acceso a otros recursos naturales distintos de la tierra
(pastos y ganado, sobre todo en sociedades pastoriles, agua y sal) nos son todavía, en este
contexto, parcialmente desconocidas y carecemos de datos suficientemente precisos y
comparables.
Hemos hecho ya referencia a algunas modalidades básicas de acceso a los pastizales,
individuales y comunes, en relación a la agricultura y en función de la calidad y localización de
los terrenos. Ignoramos, sin embargo, la precisa racionalidad "técnica" y social que regula la
distribución y utilización de cada diferente tipo de pasto, desde los naturales (t'ula, ichu,
qawchi, ch'iki, liwi-liwi, cebadilla, bofedal, etc.) hasta los cultivados (cebada-berza, avena,
alfalfa, vicia, etc.). Sabemos, no obstante, que la tenencia de ganado, posibilitada por la
herencia a través de modelos bilaterales, está estrechamente ligada a los pastizales disponibles.
El acceso a uno u otro tipo de pastizal, en otras palabras, condiciona poderosamente el número
y la calidad de los rebaños y, consiguientemente, los procesos de diferenciación
socio-económica, particularmente en sociedades pastoriles, como hemos señalado anterior-
mente (cf. Rivière 1982, 1983; Pauwels 1983). La posesión de un número mayor o menor de
animales implica, a su vez, un uso también diferencial de los pastos comunales (cf. Caro y
Palacios 1980 l.
En general, la función del ganado no es tanto la de constituir una fuente de
alimentación en términos de carne para la unidad familiar, cuanto la de proveer una serie de
productos (leche, lana, queso, cueros, guano, etc.) útiles a la economía doméstica, pero sobre
todo solicitados en el mercado. Constituye, en este sentido, una inversión permanente y una
costa de haber perdido gran parte de su antigua identidad. a medida que el lago Coipasa fue
retirándose y sus territorios acuáticos iniciales se secaron, fueron asumiendo gradualmente la
agricultura (quinua) y la ganadería (chanchos, ovinos y camélidos) para compensar la pérdida
de su anterior ecosistema, obligados además por las pesadas cargas tributarias a producir más
de lo necesario para su subsistencia, aunque mantuvieron de diversas maneras la caza, la pesca
y la recolección. La práctica de irrigar los terrenos, concretamente, parece remontarse al siglo
XVII: ya en 1667 los Chipayas manifiestan utilizar el agua del río Lauca "para regar las
pampas", aunque no con la finalidad de desalinizar las tierras para cultivar la quinua, sino para
que se criaran en ellas peces y raíces comestibles; es decir, en función de una economía basada
todavía en la pesca y la recolección. Convertidos por necesidad en "hombres de tierra firme",
no por eso han olvidado su antigua "cultura de agua", sino que la han adaptado
admirablemente a las nuevas circunstancias, conservando al mismo tiempo su identidad
diferencial, aunque Wachtel (1981: 199) augure la progresiva conversión de los Chipaya en
"campesinos" relativamente indiferenciados de los demás campesinos (cf. Pauwels 1983: 277,
nota 2;283, 341 Y ss. ).
Las normas existentes sobre transferencia de recursos, por otra parte, están
estrechamente ligadas al acceso a los mismos y son un buen indicador de la mayor o menor
vigencia de lo comunitario.
Desde un punto de vista jurídico, como reconoce la Ley de Reforma Agraria de 1953,
"las comunidades originarias son propietarias privadas de las tierras que poseen en conjunto",
sancionando al mismo tiempo la práctica de que cada familia posea en "propiedad privada
familiar" las asignaciones hechas por las Revisitas o reconocidas por la costumbre (Tit. II, cap.
XI, arto 57) (cf. Urquidi 1982: 129-30;Platt 1982b: 148 y ss.). En los hechos, la mayoría de los
ayllus conservan todavía un control suficiente, en términos de propiedad comunitaria, sobre el
acceso a los recursos, en principio inalienables sin el consentimiento de la comunidad, aun
donde las posesiones familiares han sido ya asignadas en propiedad privada por el Consejo
Nacional de Reforma Agraria. En muchas ocasiones, los campesinos perciben su situación
jurídica de forma diversa y siguen considerándose, como en el pasado, usufructuarios de
terrenos que creen todavía de propiedad estatal.
De todas maneras, la comunidad sigue poseyendo un control radical sobre la tierra,
particularmente vivo en el Norte de Potosí. Dicho control puede manifestarse bajo la forma de
expulsión del ayllu y confiscación de las tierras, cuando un campesino se niega a desempeñar
el cargo de jilakata, obligatorio para todos los que tienen acceso directo a la tierra (cf. Albó
1982: 25).
En otros lugares, dichas prácticas están más atenuadas o han desaparecido. En los
ayllus de Turco, por ejemplo, la Brigada Móvil del Consejo Nacional de Reforma Agraria, con
la intención de fijar los límites de los diferentes ayllus en relación a sus habitantes, cometió el
error de considerar como únicos propietarios a los habitantes locales. Se elaboraron los planos
de cada parcialidad y se confeccionó la lista de los propietarios de cada una de ellas; pero no se
tuvo en cuenta la disposición espacial de los diferentes ayllus en relación al acceso a los
diversos microclimas, traducido a veces en la fragmentación territorial de un mismo ayllu. Así,
en lugar de reconocer a todos los miembros de un determinado ayllu o segmento de ayllu como
propietarios conjuntos de todo el territorio común, se registró solamente a los habitantes
locales como propietarios del segmento correspondiente, adjudicándose a veces pequeños
territorios a solamente un par de comunarios. Esta medida, aunque no provocó la
desintegración del ayllu, facilitó una mayor "cantonización" y una segmentación interna, que
es invocada a veces para no prestar servicios comunales a cambio de la posesión del terreno
(Pauwels 1982: 406407).
Por lo que se refiere a las modalidades más usuales de transferencia de recursos, la
herencia se ha convertido con el tiempo en el mecanismo "tradicional" por excelencia,
particularmente en relación a la tierra, desaparecida o solamente residual su redistribución
periódica. En el acceso a la tierra rigen todavía, como señalábamos antes, los modelos
patrilineales y la asignación de tierras a los hijos varones, aunque el nivel de tenencia de las
hijas mujeres tiende a homologarse crecientemente al de los hombres en muchos lugares. En
los animales y en los demás bienes tienden a prevalecer, en cambio, modelos bilaterales. La
mayor o menor vigencia de uno u otro modelo condiciona, sin embargo, el tipo de estrategias
matrimoniales y la dinamización de uno u otro mecanismo de circulación de productos o de
acceso a recursos económicos complementarios, aunque carecemos de estudios que evalúen de
manera suficiente este conjunto de factores, teniendo en cuenta sobre todo el progresivo
deterioro y fragmentación de la tierra y la creciente importancia de otros recursos
no-tradicionales. La manera usual como un campesino de ayllu accede a los recursos de otro
ayllu o comunidad distinto del suyo, por otra parte, es a través del matrimonio exógamo con
una campesina dotada de tierras. Ello sucede también en ex haciendas localizadas en zona de
ayllus (cf. Izko 1986a).
En este breve recorrido a través de las diversas modalidades de acceso a los recursos
naturales puede intuirse ya la actuación de una instancia comunitaria que garantiza y regula,
bajo ciertas condiciones, su utilización. Hemos podido intuir también, sin embargo, la
existencia de espacios no controlados por la comunidad, donde la interacción de diversos
factores (lo individual y lo colectivo, lo intracomunitario y lo extracomunitario, los recursos
tradicionales y los no tradicionales) replantea la pregunta acerca de la función y los límites de
lo comunitario. Retomemos, pues, el hilo conductor de la comunidad e intentemos analizar de
manera más precisa su dinámica y su funcionamiento.
familia y el grupo patrilocal con otros grupos situados fuera de su entorno más inmediato (cf.
Goetz 1971: 6-9; Godelier 1978: 55, 136,244).
Como hemos postulado en referencia al Norte de Potosí, la noción de territorio,
necesaria en nuestro caso para la constitución del espacio político "aylluno", habría surgido en
relación al crecimiento del grupo patrilocal, paralelo a la ampliación del número de alianzas
con otros grupos patrilocales, y a la consiguiente necesidad de delimitar el espacio compartido,
asegurando el común acceso a pastos y cultivos, instituyendo un sistema de autoridad
supra-familiar y organizando la defensa del territorio frente a las intrusiones de un real o
potencial enemigo. La dimensión ritual, articulada parcialmente sobre la existencia de
antepasados míticos comunes, localizados "líticamente" en el territorio, y otros signos de
identidad compartidos (lengua y vestido en particular) refuerzan ulteriormente la cohesión del
grupo. Poco a poco, el territorio va extendiéndose acumulativamente y van generándose las
primeras divisiones del espacio político (Izko s/f; cf. Bouysse-Cassagne 1978, 1980; Rasnake
s/f; Platt s/f a y b).
La organización actual de los grandes ayllus refleja, en todo caso, la constitución del
espacio político a partir del espacio económico y del sistema de parentesco. La unidad inicial
de organización del espacio, la comunidad de tipo aldea o "cabildo", como es designada en el
Norte de Potosí, presupone la conjunción de varios grupos patrilocales con sus tierras. A
veces, sin embargo, no existe una nucleación en forma de pequeña aldea, sino una serie de
"ranchos" o "estancias" dispersas, que corresponden, sin embargo, a uno o varios grupos
patrilocales y son homologables a pequeñas comunidades de tipo aldea en el caso de Oruro. En
la base de cada grupo patrilocal encontramos, a su vez, un número variable de unidades
domésticas.
El cabildo o la estancia no viven aislados en su territorio más inmediato, sino que
mantienen lazos diversos con otras estancias o cabildos situados en los alrededores e incluso
en zonas ecológicas complementarias. En este sentido, la inserción de cada cabildo o estancia
en el microespacio señala al mismo tiempo su incorporación a la totalidad del territorio
poblado por un mismo grupo étnico. Existen, sin embargo, algunas estructuras mediadoras de
esta inserción. Platt (1978) sugiere, por ejemplo, el nombre de ayllu menor, en referencia al
ayllu Macha Norte de Potosí), para nombrar la agrupación de un número variable de cabildos o
ayllus mínimos, en una terminología que intenta aclimatar la ya elaborada por Evans Pritchard
a propósito de los segmentos de linaje de los Nuer (1940). Un conjunto variable de ayllus
menores conforma, a su vez, un ayllu mayor o mitad (saya): aransaya o alaxsaya (mitad de
arriba) y urinsaya o másaya (mitad de abajo). Ambas mitades conforman, finalmente, el ayllu
máximo, o la totalidad del grupo étnico (11).
De cualquier manera, las actividades propiamente económicas se concentran en los
niveles iniciales de la organización del espacio (núcleo doméstico y grupo patrilocal, estancia
o cabildo, ayllu menor en ocasiones); pero ni las mitades ni el ayllu máximo, así como el ayllu
menor o su equivalente a menudo, poseen funciones económicas específicas (Izko s/f; Riviere
1983a: 45; Rasnake 1982: 62). En otras palabras, el espacio propiamente político se va
instaurando progresivamente a partir del segmento mínimo de linaje (ayllu mínimo), a medida
que el grupo local exógamo crece y amplía el número de alianzas, haciendo explícitas todas
sus virtualidades sólo en relación a la totalidad. A nivel de ayllu mayor (mitad), e incluso a
nivel de ayllu menor, las funciones económicas en relación al parentesco ya han sido
prácticamente agotadas por los niveles anteriores, contenidos por otra parte en el nuevo nivel
organizativo. De esta manera, los segmentos mayor y máximo (también el menor, cuando no
se identifica con el mínimo) representan los niveles propiamente políticos de la organización
del espacio. El ayllu máximo (también las mitades en algunos casos) posee a la vez, sin
embargo, una función similar a la de los primeros niveles en relación al parentesco. referido en
este caso a la totalidad "parental" del grupo étnico, normalmente endógamo, en cuanto
contrapuesto a otros grupos étnicos. En este sentido, el ayllu máximo tiene también una
función político-económica eminente, que es la de organizar la defensa del propio territorio
frente a otros grupos étnicos vecinos, particularmente evidente en el caso nortepotosino.
De esta manera, aunque cada campesino de ayllu pertenece a varios círculos
concéntricos comunitarios (Albó 1985: 53), son los primeros niveles los que organizan de
manera directa la utilización de los recursos. En algunos de los grupos étnicos más numerosos,
es la totalidad interactuante del grupo, sin embargo, la que garantiza el funcionamiento de cada
uno de los círculos más pequeños, particularmente en caso de conflictos territoriales con otros
ayllus o grupos étnicos. En el Altiplano Norte y en muchos lugares de Oruro, esta tarea ha sido
transferida en parte al sindicato campesino (Albó 1985: 96). En definitiva, la función de la
comunidad así descrita es la defensa colectiva del acceso "individual" a los recursos
económicos tradicionales, asegurando la reproducción del mínimo de condiciones para la
producción agropecuaria (cf. Platt 1982a: 44). Los límites que antes considerábamos a
propósito del acceso a los recursos se reflejan también, no obstante, en las demás dimensiones
de la dinámica comunitaria.
valores de uso producidos directamente por las dos partes; entonces las medidas de
equivalencia se derivan de las cualidades concretas de lo que se intercambia (un poncho u
objetos de alfarería por el ch'uñu o grano que cabe dentro de ellos) (ib.: 76-77). Lo mismo
sucede en algunas comunidades alfareras del ayllu Kirkyawi (alturas de Cochabamba). Esta
vez, los campesinos viajan hasta los valles bajos llevando en sus animales de carga tres clases
de barro, obtenido uno de ellos a un día de camino de la comunidad. Una vez en el domicilio de
uno de sus clientes fabrican el recipiente solicitado por el consumidor, recibiendo en pago el
maíz que cabe dentro de él, parte del cual podrá ser cambiado en el lugar de origen por ch'uñu
o por una llama joven (notas de campo; cf. Izko 1986b). En ambos casos, como tiende a
suceder también en otros ayllus nortepotosinos. particularmente en los más alejados de las
minas (Qhana y Sakaka), resulta imposible comprar con dinero productos del ayllu en las
comunidades o incluso en las ferias de los pueblos locales, debido en parte a la vigencia de va-
lores de uso, combinada con los elevados índices de inflación de la economía boliviana.
En general, la "economía étnica" tiende todavía a prescindir del dinero como forma
de equivalencia dentro del grupo étnico en referencia a los sistemas tradicionales de
intercambio; suele recurrirse, en cambio, a equivalencias monetarias allí donde la
autosuficiencia del grupo ha quedado interrumpida, de cara a la obtención de productos u
objetos inasequibles en la comunidad o en las ferias locales. También en la economía étnica se
ha aclimatado sectorialmente, sin embargo, el uso del dinero como medio de circulación de
mercancías, aunque desde otro punto de vista constituye a la vez una utilización en función de
los intereses del grupo étnico. Así debe ser interpretada la adquisición, por parte de los Laymi
del suni (puna), del maíz de los Laymi de likina (valle): la conveniencia de llevar dinero en
vez de productos a causa de la distancia y de la restringida circulación de moneda en los
lejanos valles, se une a una suerte de "liberalización" interna controlada del uso del dinero, a
fin de evitar que los Laymi residentes en el extremo del valle sigan desarticulando sus
relaciones con la puna para conseguirlo en otros lugares (Harris 1982: 78-79, 81-84).
Por lo que se refiere a los índices de producción, consumo, venta, disponemos sólo
de algunos datos en perspectiva local. Así, en el entorno rural de los centros mineros
nortepotosinos los mayores niveles no sólo de producción y consumo, sino también de venta
(contra la idea corriente de una mayor autosuficiencia en cuanto al acceso al mercado), se
concentran en aquellas unidades productivas que cultivan tierras en puna y valle
simultáneamente. Ello es particularmente evidente en el caso de campesinos con acceso a
tierras de valles que producen maíz (el índice mayor de riqueza), aunque el recurso al trabajo
extra-familiar pagado en especies permite a los que no cultivan maíz acceder a un consumo
semejante al de los que lo producen. Los productores de maíz (el 42 % de la muestra)
introducen en el mercado un 18% del total producido, mientras que más de la mitad (53 %) de
las unidades domésticas encuestadas, la mayoría no productoras de maíz, declararon no vender
nada de su producción (Platt 1982a: 29, 58-61). El dinero obtenido con la venta de los
productos suele ser destinado a bienes de consumo y, en lugares como Ravelo, a la compra de
insumos no producidos por la economía doméstica (ib.: 67, nota 34); el mercado asume,
entonces, una función reproductiva en relación a la unidad de producción, aunque en otros
casos (el 53 % que declara no vender nada) la economía campesina no parece depender del
mercado para su reproducción. Conviene tener en cuenta, sin embargo, que la escasez de tierra
o la falta de animales pueden obligar al campesino a incrementar el ritmo de la migración
estacional a los centros mineros o a las plantaciones de azúcar de Santa Cruz, en los meses de
inactividad agrícola, para asegurar el acceso a una serie de artículos no producidos por la
unidad doméstica, aumentando el grado de subordinación al mercado. El 51.6 % de las
unidades domésticas expulsaban fuerza de trabajo estacional, con un promedio de tres meses
de ausencia. En conjunto, la situación del entorno rural minero no se adecúa tanto a la
existencia de un "ejército de reserva" de mano de obra, cuyas dimensiones serían resultado
exclusivo de las fluctuaciones de la demanda, cuanto a una suerte de "estructura de suplencia"
afianzada en la vigencia de los mecanismos locales de distribución y acceso a la tierra, que se
traduce en una utilización coyuntural, por parte del mercado de trabajo, del "desempleo
estacional" del campesino (Platt 1982a: 46) (13).
Los niveles de consumo y venta, por otra parte, guardan una cierta proporción con los
de producción, como sucede en otros ayllus nortepotosinos; es decir, a mayor capacidad
productiva, mayor capacidad de consumo y de venta. La cantidad producida es de 135 arrobas
promedio en los principales rubros productivos (papa, oca, maíz, trigo, cebada): 195 en
Payrumani (comunidad de ex hacienda perteneciente en tiempos a un ayllu originario), 112 en
Jatun Jila (ayllu Qhana) y 99 en Sikuya (comunidad originaria desvinculada de su ayllu de
puna). La cantidad consumida representa el 68.2% del total producido, mientras que las ventas
cubren solamente el 13.4% (21.2 % en Payrumani, 4.3 % en Jatun Jila y 3.8% en Sikuya). El
18.4% restante es destinado a semilla y, en menor grado, al trueque o a la cancelación de
deudas en especies (14.5% en Payrumani 21.5% en Jatun Jila y 23.8% en Sikuya). Por lo que
se refiere a los animales, la diferencia entre unidades domésticas y comunidades no es tan
acentuada. Los bajos niveles de consumo (tres animales promedio al año) y de venta (0.6) se
explican teniendo en cuenta que la mayoría de ellos son utilizados para abonar las parcelas. A
nivel agrícola, las diferencias se explican en gran medida debido a la privilegiada situación de
Payrumani. Localizada en el límite superior del ecosistema de valle, en una fértil hoyada que
concentra una relativa variedad de microclimas, la tenencia de la tierra corresponde
prácticamente al patrón de cultivo bizonal (puna-valle), lo que permite obtener mayores
niveles de producción (14). El mayor porcentaje dedicado a la venta se debe en parte a una
mayor disponibilidad de excedentes, combinada con un más fácil acceso a canales de
comercialización. La menor cantidad destinada a semilla o trueque se explica. a su vez, por la
mayor cantidad de semilla mejorada utilizada, unida al menor intercambio existente en razón
del acceso directo de la mayoría de los campesinos a una diversidad de microclimas, lo que
posibilita un mayor nivel de autosuficiencia.
Los índices de migración estacional son más atenuados que en otros lugares del Norte
de Potosí: sólo un 19.5 % de las unidades domésticas expulsaban fuerza de trabajo, con un
promedio de 1.8 meses de ausencia. El porcentaje de unidades expulsoras de migrantes
definitivos (11 %) se acercaba más al del contorno espacial de los centros mineros. De ellos, el
9.8 % adujo como motivo la escasez de tierras; pero debemos tener en cuenta que el porcentaje
más numeroso de quienes abandonan el núcleo doméstico por causa de la escasez de tierras
permanece en el ámbito rural. En general, el aislamiento de la zona, la posibilidad de concertar
alianzas matrimoniales adecuadas o de acudir a un pariente con tierras y el recurso a
determinadas prestaciones de trabajo en el contexto de la reciprocidad (ver más abajo),
contribuyen a mantener el porcentaje de migrantes en bajos niveles de frecuencia.
En este contexto, la venta de excedentes agrícolas de mano de obra estacional o
definitiva no cumple tanto la función de reproducir la economía campesina, cuanto la de suplir
carencias específicas. En el caso de Payntmani, el destino parcial del dinero a la compra de
semilla mejorada e insumos agrícolas, parece implicar una mayor dependencia del mercado en
términos de reproducción de la economía campesina; pero no debe olvidarse que dicha
reproducción es, en todo caso, parcial, ya que la mayor parte de la economía campesina
"funciona" al margen del mercado capitalista, incluyendo la ingente utilización de semilla
nativa y abono natural y que la relación con el mercado y la consiguiente dependencia no
deben ser consideradas irreversibles: una de las características de la economía campesina es
precisamente su capacidad para desarticular su relación con el mercado capitalista en co-
yunturas de crisis, intensificándola en situaciones favorables, en una suerte de ida y vuelta del
mercado a la economía doméstica, que funciona como una suerte de "economía de repliegue".
Disponemos, además, de algunos datos globales para otras zonas de ayllus, aunque
incluyen también a comunidades de ex hacienda. Así, en el Altiplano Norte el 43 % de la
producción de papa en familias con tres personas o menos es destinado al autoconsumo; el
porcentaje aumenta, en cambio, a un 64% en familias con más de nueve personas. En general,
la mitad de la producción total del campesino del Altiplano Norte está destinada al auto-
consumo. La proporción aumenta a un 70% si se añade la cantidad reservada para semilla; es
decir, alrededor del 30% de la producción global es comercializada a través de la venta o
cambiada mediante el trueque con otros productos (Urioste 1977: 17. 176-177). El predominio
del autoconsumo es afirmado también por Albó (1972) para las comunidades de Jesús de
Machaka. Conviene tener en cuenta, sin embargo, que los altos niveles de autoconsumo
adquieren una significación distinta si son debidos a una involución de la producción agrícola,
destinada básicamente al consumo familiar, y al incremento paralelo de las actividades no
agrarias, que permiten obtener el dinero suficiente para cubrir las necesidades domésticas y
reproducir incluso a veces la' economía agraria. como sucede en otros lugares de los Andes (cf.
Dandler s/f).
En este sentido, no es infrecuente en el Altiplano arte encontrar familias que
mantienen el acceso a la tierra, pero obtienen la mayor parte de sus ingresos de actividades no
agrarias, como el comercio y la pequeña intermediación, el contrabando (sobre todo en áreas
fronterizas), las artesanías y otras actividades "en propio", aunque en el caso de las artesanías,
fácilmente convertibles en dinero, los precios que pagan los intermediarios tienden a ser
menores que los costos de producción.
La circulación de bienes y dinero tiene, en cambio, características diversas en una
sociedad de pastores, donde los productos agrícolas suelen ser destinados íntegramente al
autoconsumo, mientras que los derivados del ganado (camélidos y ovinos) vinculan
estrechamente la economía doméstica con el mercado. En Pampa Aullagas (Oruro). por
ejemplo, los productos ganaderos son orientados hacia el mercado regional; el dinero
procedente de la venta, combinado con el obtenido a través de la migración estacional a Santa
Cruz y centros urbanos o mineros, será destinado a la compra de diversos productos
manufacturados y, sobre todo, de la sal, el principal medio de intercambio interecológico de
cara a la complementación de la dieta familiar.
En otros lugares de Oruro, como los ayllus de Sabaya, más cercanos a la frontera con
Chile, la venta de un rebaño o el comercio de la sal pueden proporcionar un capital de partida
para insertarse en los circuitos comerciales, particularmente el contrabando, aun manteniendo
el acceso a la tierra (normalmente abandonada) y, sobre todo. a los rebaños, convertidos en una
suerte de capital de reserva. De esta manera, es posible acumular dinero suficiente para
comprar uno o varios camiones (en Sabaya, con menos de 2,000 habitantes, hay más de 140) y
una casa con una tienda en Oruro o La Paz (Rivière 1983a: 58).
A menudo, sin embargo, la circulación de los objetos no puede ser entendida sin una
consideración paralela de la circulación del trabajo, que cumple también a veces la función de
asegurar la circulación de los productos.
Las relaciones de trabajo pueden revestir múltiples modalidades y desempeñar muy
diversas funciones. Carter y Albó (s/f. y Albó (1985: 1424,31-38) distinguen entre
"instituciones de trabajo colectivo". cuyo sujeto y beneficiario a la vez es el conjunto de la
comunidad, e "instituciones de reciprocidad". caracterizadas por una circularidad restringida al
ámbito interfamiliar o interindividual.
Entre las primeras, son nombradas la jayma, faena o phayna (trabajo colectivo por
antonomasia), el chuqu (trabajo colectivo en favor de un individuo), la umaraqa (trabajo
colectivo agrícola rotativo), la achuqalla (techado de la casa), la wayka, etc. Entre las
segundas, figuran la yanapa (ayuda omnímoda sin reciprocidad estricta), el ayni (intercambio
de trabajo o bienes con reciprocidad estricta), la mink'a (trabajo pagado en especies), el chari
(préstamo), la sataqa (intercambio de tierra por semilla y/o trabajo), el chiki o qhatichi
(préstamo de parcela a cambio de ayuda), el waki (intercambio de tierra y semilla), la
manqharuña (intercambio/ayuda entre pastores: el más pobre da una cría muerta al más rico a
cambio de una viva), el turki o trueque, la kala (trueque de parcelas), etc. Desigualmente
presentes en el mundo comunitario, Albó considera, sin embargo, que la variedad y riqueza de
las instituciones de reciprocidad es sólo "un pálido reflejo" de la sociedad aymara precolonial.
Harris (1982: 84-88), por su parte, insiste más en el tipo de prestación. y distingue
entre "trabajo sin directo retorno" (yanapa, chuqu, construcción de una casa, preparación de
una fiesta, etc.) y "trabajo con directo retorno" (ayni y mink'a). Fuera de la yanapa, llayni, la
mink'a y el chuqu o sus equivalentes, ninguna de las restantes figuras nombradas más, arriba
ha sido contextualizada suficientemente en el conjunto de coordenadas que configuran la
estructura socio-económica de la comunidad campesina. Nos referiremos, pues, brevemente a
las primeras.
La yanapa (lit. "ayuda") suele practicarse entre parientes próximos o entre
campesinos vinculados por lazos de parentesco ritual (compadres, padrinos y ahijados). Entre
los Laymi suele revestir la forma de préstamo de animales (bueyes, asnos, mulas) o de niños en
edad de colaborar en el pastoreo del rebaño (Harris 1982: 85). Pero, aunque el momento y el
tipo de ayuda son a veces imprevisibles, se supone y espera siempre una disposición similar
para la ayuda. En la yanapa existe, en este sentido, una suerte de "reciprocidad estructural" no
programada. En otras palabras, si no implica un "retorno directo" de la ayuda (Harris), es en el
fondo porque se da tan por supuesta que ni siquiera exige una reciprocidad estricta (Albó 1985:
32).
El ayni es una prestación recíproca de trabajo, productos o bienes en general entre dos
personas o unidades productivas. El ayni-prestación de trabajo es practicado durante el ciclo
anual en relación a las actividades agropecuarias, mientras que las demás modalidades son
usuales en los momentos más importantes del ciclo vital (matrimonio y funerales, por ejemplo)
o con ocasión de una fiesta. La devolución de la prestación no es siempre, sin embargo,
necesariamente personal; un pariente u otra persona deudora del deudor puede asumir a veces
la devolución del ayni, que puede realizarse también bajo una modalidad distinta, cuya
equivalencia es convenida previamente (Izko 1986a; cf. Harris 1982: 87,95, nota 23). El
ayni-prestación de trabajo agrícola no es, en cambio, una práctica muy extendida en diversos
lugares de Oruro, en relación a la insuficiencia del recurso tierra, y al escaso interés en acelerar
la ejecución de las actividades agrícolas. En algunas comunidades suele recurrirse, más bien, a
mano de obra asalariada (Prestan 1973: 121, 123). Tampoco parece existir el ayni en el ayllu
Totora (Potosí), aunque existen otras figuras de reciprocidad parcialmente semejantes, como el
makipura (Karen Naase. com. personal).
en función del acceso desigual a los recursos. A menudo destruyen o refuncionalizan, sin
embargo, elementos importantes de la antigua racionalidad. En diversos ayllus nortepotosinos,
al contrario, la diferenciación socio-económica se debe más bien a causas endógenas.
En los casos de Oruro y del Altiplano Norte a que nos referíamos más arriba, el
proceso de diferenciación campesina ha asumido a veces, por otra parte, las connotaciones de
un proceso de descampesinización. Muchas otras veces, sin embargo, la descampesinización
se produce a causa de la descomposición de la economía campesina, que obliga a migrar a la
ciudad o "recampcsiniza" al migrante en caso de asentamiento en zonas de colonización. A
pesar de todo, prevalece todavía la tendencia a diversificar la economía mediante el recurso
paralelo a actividades no-agrarias, generándose procesos de descampesinización relativa. En
este sentido, la alternancia de actividades agrarias y no agrarias, combinadas con formas de
pequeña intermediación y migraciones estaciona les, y la reversibilidad de las migraciones
"definitivas", junto con el mantenimiento de lazos de diversa naturaleza con el lugar de origen,
configuran una situación difícilmente definible en términos teóricos (cf. Albó y Greaves 1981.
1982). Sólo la perspectiva diacrónica (visualización del ciclo reproductivo de una familia a
través de una o dos generaciones) permitiría apreciar correctamente las tendencias de la
economía campesina.
De todos modos, el contacto con la ciudad puede revertir de diversas maneras sobre la
comunidad campesina. La inestabilidad laboral, la competencia y el oportunismo, el rechazo
por parte de la cultura urbana, tienden a desarticular a menudo la identidad indo-campesina. La
movilidad social urbana impone muchas veces el dejar de ser "indio" o campesino para poder
ascender en la escala social y lleva implícita frecuentemente la destrucción o la
refuncionalización de la comunidad campesina. Las redes de reciprocidad tienden también a
articularse en el sistema urbano, pero como un mecanismo de sobrevivencia en una sociedad
hostil, participando de su sistema de valores. Los contenidos y la actuación de las
reciprocidades no están normados ni dirigidos por la común cultura del grupo, que imponía
límites y asignaba a la reciprocidad una circularidad macrocomunitaria, restringida ahora a
grupos de individuos o familias extensas segmentadas y separadas unas de otras, confrontadas
incluso en la común hostilidad urbana (Izko 1985). Los procesos urbanos tienden también a
proyectarse a veces sobre los rurales, disolviendo determinadas formas de la racionalidad
tradicional (cf. Lavaud 1984).
Otras veces, en cambio, el contexto urbano posibilita más bien la afirmación de la
propia identidad, al cabo de una primera etapa de disolución cultural a veces, y permite la
recreación de algunos parámetros de la cultura rural en clave "indianista", generando nuevos
canales de comunicación entre el campo y la ciudad y exigiendo la afirmación de nuevas
formas de participación y representación colectivas (cf. Rivera Cusicanqui 1984). Empezamos
a conocer el indianismo desde el lado de la "ideología" y de la proyección de lo urbano sobre lo
capital lo "permita", por la lógica comunitaria. Otras veces, el mercado capitalista ha ido
penetrando de manera progresiva las lógicas preexistentes, refuncionalizándolas en diversos
grados y de diversas maneras. La disolución parcial del anterior modelo comunitario puede dar
paso, por otra parte, a nuevas formas de articulación de intereses todavía comunes; para
persistir, aunque de forma diversa, la comunidad se adapta y asume el cambio. La articulación
de 'las nuevas estrategias económicas sobre las antiguas puede originar también, sin embargo,
realidades y percepciones contrapuestas de lo comunitario, traducidas en una apropiación
ideológica de instancias sólo formalmente compartidas; en este caso, la comunidad puede
convertirse en un conglomerado de lógicas contrapuestas que coexisten en el mismo espacio,
pero que definen a la vez dos visiones y dos experiencias inconciliables de lo comunitario. El
cambio puede ser a veces traumático para la comunidad, sobre todo cuando es un solo sector el
que detenta su monopolio; y, a la inversa, la persistencia puede impedir en ocasiones la
evolución creativa de la comunidad y obligar a un sector a buscar nuevas alternativas.
En definitiva, el cambio y la persistencia pueden ser sucesivamente redefinidos en
función de la evolución concreta de cada realidad comunitaria. Su dinámica hace incluso que
no sean a menudo sino dos caras de la misma moneda, acuñada en el intento de la comunidad
de seguir articulando la coexistencia de lógicas diversas en su seno, transferido esta vez a la
dialéctica entre una lógica nueva, que busca coexistir o que se superpone y desplaza a la lógica
preexistente, y una lógica antigua que posee también su propia dinámica y que no siempre
acepta la dinámica del cambio, pero que pugna también a veces por adecuarse a las nuevas
circunstancias.
NOTAS
( 1) La percepción actual de la realidad comunitaria comienza a estar ya un poco lejos de lo que
Adams (1962: 409) llamaba hace ya algunos años "el mito de la comunidad": una agrupación
natural de individuos y familias que comparten el mismo territorio y cuya unidad reside en el
sistema de relaciones sociales reconducibles a lo precolombino. La comunidad recubre a
menudo realidades heterogéneas, llegando a ser definida a veces no como un lugar o un grupo
de gente que viven juntos, sino como una institución de tenencia de la tierra (en referencia a las
comunidades agrícolas) que regula el acceso de los individuos a los recursos económicos
tradicionales, independientemente de su lugar de residencia (Lehmann 1982: 22).
( 2) El objetivo de este artículo ha condicionado el que construyamos nuestro análisis a partir de los
estudios de caso existentes, con su riqueza y sus limitaciones, los únicos que permiten acceder
a las características de la comunidad andina en su concreción. Las investigaciones temáticas
que no poseían un anclaje preciso en la geografía comunitaria, además de algunos estudios
teóricos o sistemáticos, han sido utilizados como contextualización de los anteriores. Aunque
elaborado en una perspectiva básicamente sincrónica, el enfoque de nuestro análisis (la
persistencia y el cambio) ha obligado a introducir además referencias puntuales a la historia de
las comunidades andinas. Finalmente, el análisis irá acompañado por una indicación de los
puntos más conflictivos y de los vacíos, geográficos o funcionales, que limitan o distorsionan la
visión de la realidad comunitaria.
( 3) Por debajo de la línea de las nieves, a 4,500 m. aproximadamente, se sitúa el límite superior de
la vegetación, compuesta casi exclusivamente de ichu (paja brava), que delimita una zona
distinta de la puna (la eqhatera, como es denominada en algunos lugares).hábil solamente para
el pastoreo de camélidos.
En el ecosistema de puna, también llamado suni (4,200 - 3,500 m. circa), las altas praderas,
irrigadas a veces ("bofedales"), donde pastan rebaños de llamas y alpacas, alternan con los
desiertos de arena, la puna salada, la puna seca o xerofítica, que alberga matorrales de t'ula
(Lepidophillum Quadrangulare) y la puna normal o húmeda (Troll 1966; 1980: 19 y ss.;
Prestan 1973: 115 y ss.). La agricultura comienza con las variedades más resistentes a la sequía,
las heladas y los cambios bruscos de temperatura: la quinua (Chenopodium quinoa), algunas
variedades de papa, particularmente la variedad amarga (luk'i), válida solamente para ch'uñu
(papa deshidratada), y algo de cebada, además de otros tubérculos (oca, isaña), en las partes
menos expuestas a las heladas.
Entre la puna y el valle se localiza una zona intermedia llamada taypirana o chawpirana, más
protegida y feraz que la puna, donde germinan, además de los tubérculos andinos, cereales
(cebada, algo de trigo), maíz enano, habas y árboles frutales. Por debajo del límite inferior de
crecimiento de la t'ula comienza el ecosistema de valle (kishwa, likina), en realidad un sinfín
de valles innumerables que se extienden desde los 3,500 hasta los 2,000 metros
aproximadamente, en el área controlada por las comunidades originarias. A las fajas de páramo
y a las formaciones mesofíticas de arbustos y leñosas (Polylepi) va sucediendo la vegetación
característica de las áreas montaña bajas subtropicales, acompañada por nuevas especies y
variedades agrícolas, hasta llegar a los valles irrigados y calientes que producen maíz, ají,
hortalizas, fruta, caña de azúcar y, en el pasado, algodón.
( 4) Por lo que se refiere a los Chayanta, la afirmación de continuidad territorial es válida si
consideramos el conjunto del grupo étnico, más cercano al concepto de microconfederación;
pero no lo es si consideramos cada uno de sus seis ayllus, particularmente Laymis y
Chayantakas, que funcionan de hecho como unidades autónomas (cf. Harris l 978b:
1110-1112).
( 5) La Reforma Agraria ignoró este esquema tradicional de acceso a la tierra. En el Altiplano
Norte, por ejemplo, se otorgaron títulos solamente a campesinos cuyas parcelas estuvieran
localizadas en una misma área (predios integrados). Los nuevos propietarios, sin embargo,
volvieron a redistribuir los terrenos conforme a los antiguos patrones andinos (Urioste 1977).
El ante-proyecto de Ley de Reforma Agraria (1984) incurría en el mismo error de perspectiva.
( 6) El sistema de aynuqas ha sido descrito por Carter (1967) en referencia a lrpa Chico (Altiplano
Norte). Albó (1972), Godoy (l983b), Prestan (1974) y Wachtel (1976) han descrito un sistema
semejante para la cuenca del Titicaca, el Norte de Potosí, el Altiplano Central y los
Uru-Chipaya del departamento de Oruro, respectivamente, con modalidades muy peculiares en
el último caso.
( 7) Deben ser incluidos también en la categoría de "posesión individual" los pastos individuales o
semi-individuales de algunas comunidades de Oruro (Prestan 1973: 117; 1974), aunque en
muchos otros casos la posesión individual de zonas de pastoreo debe ser relacionada con la
segunda fase del ciclo de rotación de las mantas, después de haber sido sembradas durante uno
o más años.
( 8) El caso extremo de la precariedad del campesino sin tierras está representado tal vez por los
utawawas (lit. "niños de la casa"), que describen Carter y Mamani (1982: 36, 39) en referencia
a la comunidad de Irpa Chico. Apenas pueden subsistir trabajando como "sirvientes sin sueldo"
para otros comunarios propietarios de tierras, y las tareas que deben realizar sobrepasan en
mucho las obligaciones de los kantu runas nortepotosinos. La precariedad de su situación
llega a tal extremo, que a muchos de ellos les está negada incluso la posibilidad de casarse y
constituir una familia. Una precariedad semejante, aunque de raíces diversas, obligó en el
pasado a algunos sub-grupos uru, como los Coro, los Chillagua o Capillus y los Huacalluma,
originalmente cazadores, pescadores y recolectores, a ponerse al servicio de los aymaras en
calidad de yana ("siervos") y de utawawas, ante la insuficiencia de los terrenos que les habían
sido asignados para garantizar su subsistencia. Objeto de disputa y de rechazo,
alternativamente, por parte de aymaras y criollos, unos acabaron por "integrarse", otros
migraron definitivamente a Chile o se fusionaron con su b-grupos uru del lago Titicaca y hay
algunos que sobreviven todavía, discriminados y menospreciados, complementando su escasa
producción agrícola con la caza de la vicuña -como antaño- y con el tejido (Pauwels 1983:
270-73).
( 9) No pretendemos analizar aquí la organización política de los ayllus andinobolivianos, sino
contextualizar tan sólo las actividades económicas en el conjunto de coordenadas
socio-organizativas en las que se inscriben.
( 10) La dinámica segmentaria de los ayllus andinos prevé, como en otros lugares, procesos de fisión
y de fusión, como ha sucedido en Sabaya (Rivière 1982: 121-22) y entre los Chipaya (Wachtel
1974: 64-65). En todo caso, la estructura política de los ayllus andinos no es de naturaleza
estática, cristalizada de una vez por todas, sino que evoluciona y cambia.
( 11) Este esquema es aplicable a otros ayllus nortepotosinos, e incluso del Centro de Potosí (Yura) y
de Cochabamba (Kirkyawi), aunque con algunas excepciones. Así, en el ayllu Jukumani la
división en mitades o sayas se aplica a cada uno de sus cuatro ayllus menores, estando ausente
el nivel de ayllu mayor (Godoy 1983c: 6). En algunos casos (ayllu Qhäna, algunos ayllus
menores de Macha), el ayllu mínimo o cabildo y el ayllu menor tienden a coincidir, mientras
que en otros (Qhäna, Laymi, Yura, Kirkyawi) está ausente o prácticamente disuelto el nivel de
mitad (Aransaya/Urinsaya). En Sakaka, cada ayllu menor está dividido en "cuerpos" (mayor o
menor), evocando en parte la estructura somática de los ayllus de Jesús de Machaka, aunque
algunos ayl1us conservan un solo "cuerpo" o varios "cuerpos mayores", mientras que otros (el
ayllu Chaykina) mantienen una división dua1 en mitades (Aransaya/Urinsaya). En los ayllus de
Oruro, el equivalente del ayllu máximo se identifica con la "comunidad", referida a una ex
reducción y su territorio circundante, que preside la dinámica organizativa del ayllu. No existen
tampoco ayl1us menores, cuyo equivalente aproximado es la estancia, como sucede en algunos
ayl1us nortepotosinos. En Chipaya, mitades y ayllus son equivalentes, y en otras zonas de
Oruro han desaparecido las mitades (cf. Ayma 1977). En San Andrés de Machaka, cada
parcialidad (arriba/abajo-derecha/izquierda) se divide en comunidades o ayllus y cada
comunidad, en estancias (Albó 1972: 78). En otras "comunidades residuales" del Altiplano
Norte, perdida hace tiempo su identidad macroterritorial, ha desaparecido una organización
semejante, incluidas las autoridades étnicas, y las nuevas racionalidades han substituido o
incorporado a las antiguas (Carter y Mamani 1982: 272; cf. Barnes 1970: 61; Buechler y
Buechler 1971: 51 y ss.; Albó 1985: 81-88).
( 12) Diversos informes señalan que durante las últimas décadas asistimos a una suerte de "despegue
productivo" en algunos rubros de la economía agraria, debido aparentemente a cambios en las
técnicas de producción y a la incorporación de nuevas tierras al cultivo, combinado con el
crecimiento poblacional, aunque la capacidad productiva de la economía agraria diste mucho
de haber sido potenciada suficientemente. El incremento de los niveles de autoconsumo y, a la
vez, de venta de excedentes ha sido normalmente proporcional al incremento productivo,
aunque en diversos lugares el deterioro y fragmentación de la tierra, combinados con la
expansión de las actividades no-agrarias, se han traducido en una involución de la venta
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