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Significa pertenecer a la región menos equitativa del mundo, donde el 20% de los más
ricos obtienen 60% de la riqueza generada y los 40% más pobres, apenas el 10%.
Significa haber nacido en una región donde en promedio se gasta menos del 20% de
los presupuestos nacionales en salud y educación y más del 35% de las exportaciones
nacionales en servicio de la deuda.
No deben sorprender, entonces, las estadísticas que nos dicen que un niño de cada
diez nace con bajo peso, o llega a adulto sin saber leer o escribir, y que dos ya estén
trabajando a corta edad.
Esa realidad la vemos cada día en los niños de las calles de nuestras principales ciuda-
des, limpiando vidrios, vendiendo chicles, o haciendo gracias.
Ser niño, niña o adolescente en América Latina es hoy peor que antes.
Hasta hace algunos años, el drama era que los discriminábamos, los excluíamos y los
ignorábamos. Les desconocíamos su dignidad esencial.
Hoy los vemos como una amenaza a nuestra seguridad, casi como un enemigo, pa-
sando a ser blanco fácil de discursos y prácticas que erróneamente buscan combatir la
inseguridad pública desconociendo los derechos humanos de los más vulnerables. La
Alta Comisionada para los Derechos Humanos, señora Louise Arbour, ha levantado su
voz y autoridad moral señalando la inconsistencia de esas políticas con las obligacio-
nes asumidas por los Estados en los tratados de derechos humanos que éstos han
asumido y se han obligado a respetar.
Discurso pronunciado por el Representante para América Latina y el Caribe de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos, en la VI Conferencia Iberoamericana de Ministras, Ministros y altos responsables de la Niñez
y la Adolescencia, San José de Costa Rica, 18 y 19 de octubre 2004.
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Y peor aún si se les asocia a los polillas, maras, bandas, pandillas, o como se las
quiera llamar.
No se piensa si esos niños, solos o unidos en maras son, en realidad, las víctimas de
la inseguridad.
Es verdad que el tema de la seguridad está hoy en centro de los debates políticos tanto
en lo interno como en lo internacional. Las personas y los pueblos reclaman seguri-
dad. Todos los golpes y dictaduras militares que hemos sufrido los latinoamericanos
se han pretendido justificar en razones de seguridad. Pero nunca vivimos más insegu-
ros que en las dictaduras y sus doctrinas de seguridad nacional, y sus recursos a
medidas de fuerza, algunas revestidas de un simulacro de legalidad formal, otras, sin
concesión alguna a la decencia: los estados de excepción; el recurso a tribunales mili-
tares para juzgar civiles, incluidos niños; servicios llamados de “seguridad”; campos
de concentración conocidos o clandestinos; con total impunidad, etc.
1 Observaciones del Comité de Derechos del Niño para El Salvador (CRC/C/15/Add.232) y las observaciones del Comité de
Derechos Civiles y Políticos para Guatemala (CCPR/CO/72/GTM).
2 Observaciones del Comité de Derechos del Niño para Brasil (CRC/C/15/Add.232) y para Honduras (CRC/C/15/Add.105).
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Ciertamente, las maras y pandillas son causantes de inseguridad. Lo que cabe discutir
si la vía de garantizar la seguridad son los resabios de los autoritarismos.
Sergio Vieira de Mello –nuestro asesinado Alto Comisionado para los Derechos Huma-
nos– escribió que “las violaciones graves a los derechos humanos constituyen a me-
nudo el núcleo de la inseguridad interna e internacional”, para luego lamentarse de
nuestra “incapacidad de comprender la amenaza para la seguridad que suponen las
violaciones graves de los derechos humanos y la incapacidad de lograr consensos
prácticos a la hora de actuar contra la amenaza” 3.
No obstante esta nueva conciencia de lo obvio, creo que falta un paso más que dar.
Creo que la solución llegará cuando estudiemos el fenómeno de la inseguridad y adop-
temos las políticas pertinentes con “enfoque o perspectiva” de derechos humanos y
busquemos hacer realidad el derecho humano a la seguridad.
Esto no debiera ser una novedad, si la propia Declaración Universal proclamó “que el
desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de
barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad; y que se ha proclamado, como
la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres
humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la
libertad de creencias” así como consideró “esencial que los derechos humanos sean
protegidos por un régimen de derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al
supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.
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El derecho a la seguridad consiste en la certeza del goce de todos los derechos huma-
nos, y en este sentido es un derecho integrador de todos los demás. Mientras el ciuda-
dano no sienta asegurado sus derechos a no ser discriminado; a no ser torturado; a no
ser encarcelado arbitrariamente, a no ser víctima de delitos; a que va a comer esta
noche, y que sus hijos serán educados gratuitamente, y tendrán atención de salud, va a
buscar esa seguridad recurriendo al delito, con lo que va a comprometer la seguridad
de todos los demás. O va a buscar alivio en la droga. O será impulsado a la rebelión.
Pertenece al delincuente, que tiene derecho a ser castigado sólo con la pena señalada
en la ley, pero con ninguna otra sanción;
Pertenece a la víctima, que vio su derecho violado por obra de un delincuente y que
exige su derecho a justicia y a una reparación justa, pero no a venganza;
Pertenece al niño, que debe nacer con la certeza de que el Estado del que es parte
cumplirá con sus obligaciones frente a la comunidad internacional y a su propio
pueblo de adoptar todas las medidas hasta el máximo de los recursos de que se
disponga, para lograr progresivamente la plena efectividad de los derechos a la ali-
mentación, educación, vivienda y salud4 , para no verse compelido a recurrir al delito
para vivir. Y que debe contar que todas las políticas públicas considerarán entre sus
objetivos el interés superior del niño, como lo reclama la Convención de los Dere-
chos del Niño; y que –si llega a delinquir– tendrá el derecho humano a la rehabilita-
ción y a la reintegración.
Pertenece a la mujer, que debe tener la certeza que construye un hogar y se desarrolla
profesionalmente en igualdad de derechos con su pareja.
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El niño que a esta hora está naciendo debe ver la luz con la certeza que el Estado
adoptará todas las medidas, hasta el máximo de los recursos de que disponga, para no
alentarlo nunca a convertirse en ofensor del derecho a la seguridad de los demás.
“Mano Dura” sí, pero con la miseria que ahoga a la mayoría de nuestros niños, niñas y
adolescentes.
“Gatillo Fácil” también, para las iniciativas y malas prácticas que buscan reducir sus
derechos.
“Guerra contra las drogas” en la que nuestros niños, niñas y adolescentes buscan la
esperanza de seguridad que no somos capaces de darles.
Aliento a las altas autoridades participantes en esta VI Conferencia a enfocar los pro-
blemas de la protección integral de la niñez y la adolescencia iberoamericana con una
perspectiva de derechos humanos, única base sólida y de valor universal.
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