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DERECHOS HUMANOS, SEGURIDAD Y LOS NIÑOS,

NIÑAS Y ADOLESCENTES DE AMÉRICA LATINA


ROBERTO GARRETÓN

Ser niño, niña o adolescente en América Latina es difícil.

Significa pertenecer a la región menos equitativa del mundo, donde el 20% de los más
ricos obtienen 60% de la riqueza generada y los 40% más pobres, apenas el 10%.

Significa haber nacido en una región donde en promedio se gasta menos del 20% de
los presupuestos nacionales en salud y educación y más del 35% de las exportaciones
nacionales en servicio de la deuda.

No deben sorprender, entonces, las estadísticas que nos dicen que un niño de cada
diez nace con bajo peso, o llega a adulto sin saber leer o escribir, y que dos ya estén
trabajando a corta edad.

Esa realidad la vemos cada día en los niños de las calles de nuestras principales ciuda-
des, limpiando vidrios, vendiendo chicles, o haciendo gracias.

Ser niño, niña o adolescente en América Latina es hoy peor que antes.

Hasta hace algunos años, el drama era que los discriminábamos, los excluíamos y los
ignorábamos. Les desconocíamos su dignidad esencial.

Hoy los vemos como una amenaza a nuestra seguridad, casi como un enemigo, pa-
sando a ser blanco fácil de discursos y prácticas que erróneamente buscan combatir la
inseguridad pública desconociendo los derechos humanos de los más vulnerables. La
Alta Comisionada para los Derechos Humanos, señora Louise Arbour, ha levantado su
voz y autoridad moral señalando la inconsistencia de esas políticas con las obligacio-
nes asumidas por los Estados en los tratados de derechos humanos que éstos han
asumido y se han obligado a respetar.

Peor aún si el niño es indígena o descendiente de esclavos.

Discurso pronunciado por el Representante para América Latina y el Caribe de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Derechos Humanos, en la VI Conferencia Iberoamericana de Ministras, Ministros y altos responsables de la Niñez
y la Adolescencia, San José de Costa Rica, 18 y 19 de octubre 2004.

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Y peor aún si se les asocia a los polillas, maras, bandas, pandillas, o como se las
quiera llamar.

No se piensa si esos niños, solos o unidos en maras son, en realidad, las víctimas de
la inseguridad.

Es verdad que el tema de la seguridad está hoy en centro de los debates políticos tanto
en lo interno como en lo internacional. Las personas y los pueblos reclaman seguri-
dad. Todos los golpes y dictaduras militares que hemos sufrido los latinoamericanos
se han pretendido justificar en razones de seguridad. Pero nunca vivimos más insegu-
ros que en las dictaduras y sus doctrinas de seguridad nacional, y sus recursos a
medidas de fuerza, algunas revestidas de un simulacro de legalidad formal, otras, sin
concesión alguna a la decencia: los estados de excepción; el recurso a tribunales mili-
tares para juzgar civiles, incluidos niños; servicios llamados de “seguridad”; campos
de concentración conocidos o clandestinos; con total impunidad, etc.

Pero, dramáticamente, también en democracia hay resabios de autoritarismo que nos


hablan de “mano dura”, “tolerancia cero”, “gatillo fácil”, “guerra a las drogas”, “guerra
contra el terrorismo”, y con ellos vienen las propuestas de aumento de presupuestos
policiales y militares; de aumento de penas; de tratamiento judicial de los niños como
si fueran mayores; de rebaja de la edad de la imputabilidad penal; de permitir la deten-
ción de sospechosos sin cargos bajo acusaciones de participar en desórdenes públi-
cos e, incluso, de encarcelarlos por motivos de protección del propio niño. Se suele
demandar la reedición de la pena de muerte. Y no faltan los que justifican la tortura, las
ejecuciones extrajudiciales y las políticas de “limpieza social”. El concepto de “seguri-
dad ciudadana”, legítimo en principio, se invoca para justificar políticas ética y jurídi-
camente insostenibles. Muchas de estas propuestas son flagrantemente contrarias a
los tratados de derechos humanos que los Estados se han soberanamente comprome-
tido a respetar, y a las propias Constituciones nacionales y así lo ha declarado reitera-
damente el Comité de los Derechos del Niño1.

No se trata sólo de propuestas; en nuestra región también hay hechos: detenciones


abusivas y palizas, violaciones sexuales y atentados contra la vida. Centenares de ni-
ños y adolescentes mueren ejecutados extrajudicialmente a manos de agentes policia-
2
les o de “escuadrones de la muerte” o “grupos de auto-defensa” . Iniciativas oficiales
para poner fin a estos asesinatos son ampliamente publicitadas en muchos países,
pero pocos son los responsables que comparecen ante los tribunales. Así lo han esta-
blecido el mismo Comité y la Relatora sobre Ejecuciones extrajudiciales, arbitrarias o
sumarias.

1 Observaciones del Comité de Derechos del Niño para El Salvador (CRC/C/15/Add.232) y las observaciones del Comité de
Derechos Civiles y Políticos para Guatemala (CCPR/CO/72/GTM).
2 Observaciones del Comité de Derechos del Niño para Brasil (CRC/C/15/Add.232) y para Honduras (CRC/C/15/Add.105).

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Ciertamente, las maras y pandillas son causantes de inseguridad. Lo que cabe discutir
si la vía de garantizar la seguridad son los resabios de los autoritarismos.

Naciones Unidas ha elaborado un concepto nuevo de seguridad, la seguridad humana.


En 2003 fue publicado el excelente informe “La Seguridad Humana Ahora”, elaborado
por una Comisión de altísimo nivel nombrada por el Secretario General, y de la que
formó parte la digna hija del país que hoy nos acoge, Sonia Picado. El informe destaca
que “las demandas de seguridad humana involucran una amplia gama de cuestiones
interconectadas. En su labor la Comisión se ha concentrado en cierto número de co-
nexiones diferentes pero interrelacionadas derivadas de los conflictos y la pobreza, en la
protección de las personas durante conflictos violentos y en situaciones posteriores a
los conflictos, en la defensa de las personas que se ven obligadas a desplazarse, en la
superación de inseguridades económicas, en la garantía de la disponibilidad y asequibi-
lidad de la atención médica esencial, en la lucha contra el analfabetismo y contra la
miseria educativa, y en la eliminación de las escuelas que promueven la intolerancia”.

Sergio Vieira de Mello –nuestro asesinado Alto Comisionado para los Derechos Huma-
nos– escribió que “las violaciones graves a los derechos humanos constituyen a me-
nudo el núcleo de la inseguridad interna e internacional”, para luego lamentarse de
nuestra “incapacidad de comprender la amenaza para la seguridad que suponen las
violaciones graves de los derechos humanos y la incapacidad de lograr consensos
prácticos a la hora de actuar contra la amenaza” 3.

No obstante esta nueva conciencia de lo obvio, creo que falta un paso más que dar.
Creo que la solución llegará cuando estudiemos el fenómeno de la inseguridad y adop-
temos las políticas pertinentes con “enfoque o perspectiva” de derechos humanos y
busquemos hacer realidad el derecho humano a la seguridad.

Esto no debiera ser una novedad, si la propia Declaración Universal proclamó “que el
desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de
barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad; y que se ha proclamado, como
la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres
humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la
libertad de creencias” así como consideró “esencial que los derechos humanos sean
protegidos por un régimen de derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al
supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión”.

El derecho humano a la seguridad está consagrado en el artículo 3 de la Declaración


Universal y uno de la Declaración Americana junto a la vida y la libertad; y en los
artículos 9 del Pacto de Derechos Civiles y Políticos y 7 de la Convención Americana,
en ambos casos ligado sólo a la libertad.

3 Revista Sur Internacional de Derechos Humanos, Nº 1, página 175.

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El derecho a la seguridad consiste en la certeza del goce de todos los derechos huma-
nos, y en este sentido es un derecho integrador de todos los demás. Mientras el ciuda-
dano no sienta asegurado sus derechos a no ser discriminado; a no ser torturado; a no
ser encarcelado arbitrariamente, a no ser víctima de delitos; a que va a comer esta
noche, y que sus hijos serán educados gratuitamente, y tendrán atención de salud, va a
buscar esa seguridad recurriendo al delito, con lo que va a comprometer la seguridad
de todos los demás. O va a buscar alivio en la droga. O será impulsado a la rebelión.

El derecho humano a la seguridad pertenece, desde luego, al inocente, cuya integridad


y libertad no pueden vulnerarse por el Estado y que debe tener la conciencia que el
obrar recto no puede significarle vulneración de sus derechos a su integridad; a ser
tratado con el respeto debido a su dignidad; a no sufrir apremios ni torturas; a que se
investiguen y se sancionen las transgresiones a estos derechos y a una justa reparación.

Pertenece al delincuente, que tiene derecho a ser castigado sólo con la pena señalada
en la ley, pero con ninguna otra sanción;

Pertenece a la víctima, que vio su derecho violado por obra de un delincuente y que
exige su derecho a justicia y a una reparación justa, pero no a venganza;

Pertenece al niño, que debe nacer con la certeza de que el Estado del que es parte
cumplirá con sus obligaciones frente a la comunidad internacional y a su propio
pueblo de adoptar todas las medidas hasta el máximo de los recursos de que se
disponga, para lograr progresivamente la plena efectividad de los derechos a la ali-
mentación, educación, vivienda y salud4 , para no verse compelido a recurrir al delito
para vivir. Y que debe contar que todas las políticas públicas considerarán entre sus
objetivos el interés superior del niño, como lo reclama la Convención de los Dere-
chos del Niño; y que –si llega a delinquir– tendrá el derecho humano a la rehabilita-
ción y a la reintegración.

Pertenece a la sociedad que no puede desarrollarse sin la conciencia de todos y de


cada uno de sus miembros que es posible construir un mundo mejor en que todos los
derechos de todos están garantizados.

Pertenece a la mujer, que debe tener la certeza que construye un hogar y se desarrolla
profesionalmente en igualdad de derechos con su pareja.

Pertenece al indígena y al afrodescendiente, que requieren la certeza de un trata-


miento igualitario y en condiciones de dignidad como todo miembro de la familia
humana, etc.

Lo importante es que si la seguridad es un derecho humano, como lo es, es exigible, y


el obligado es el Estado, que debe satisfacerlo por medio de la ley y el respeto de todos

4 Artículo 2 del Pacto Internacional de derechos económicos, sociales y culturales.

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los derechos humanos de todos. No puede garantizarse la seguridad de unos con la


inseguridad de otros.

El niño que a esta hora está naciendo debe ver la luz con la certeza que el Estado
adoptará todas las medidas, hasta el máximo de los recursos de que disponga, para no
alentarlo nunca a convertirse en ofensor del derecho a la seguridad de los demás.

“Mano Dura” sí, pero con la miseria que ahoga a la mayoría de nuestros niños, niñas y
adolescentes.

“Tolerancia Cero” sí, pero contra sus explotadores.

“Gatillo Fácil” también, para las iniciativas y malas prácticas que buscan reducir sus
derechos.

“Guerra contra las drogas” en la que nuestros niños, niñas y adolescentes buscan la
esperanza de seguridad que no somos capaces de darles.

“Lucha contra el terrorismo” de los escuadrones y grupos de autodefensa que busca


su eliminación en nombre de nuestra incapacidad de dar soluciones fundadas en la
justicia y el derecho.

Aliento a las altas autoridades participantes en esta VI Conferencia a enfocar los pro-
blemas de la protección integral de la niñez y la adolescencia iberoamericana con una
perspectiva de derechos humanos, única base sólida y de valor universal.

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