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De los 147 casos activos registrados en el último Reporte de Conflictos Sociales de la Defensoría
del Pueblo resalta estos días el caso del proyecto minero Las Bambas, el cual se constituye hoy por
hoy una suerte de “garantía” de ingreso fiscal para el Estado, vale decir de “crecimiento
económico” o por lo menos de “estabilidad macro económica”, para la próxima gestión. Pero este
conflicto tuvo ya un lamentable saldo de seis fallecidos en setiembre del año pasado, y estos
últimos meses los problemas han vuelto a recrudecer, habiéndose instalado una mesa de diálogo
permanente.
Una parte medular del reclamo de las comunidades tiene que ver con la modificación de los
estudios y planes de impacto ambiental (EIA) que generará el proyecto, cambios que se hicieron
sin informar ni consultar a la población local. Si bien el rótulo de comunidades indígenas fue
sustituido por el comunidades campesinas a partir del gobierno del Velasco Alvarado, alegando
que el uso de dicha palabra era discriminatorio, las comunidades campesinas del área de
influencia del proyecto Las Bambas se reivindican como pueblos originarios o comunidades
indígenas desde siempre, ya que antes de ser formalmente comunidades campesinas, en la
memoria de los comuneros está muy presente que fueron “ayllus”, siendo así pueden acogerse al
convenio 169 de la OIT, referente a la consulta previa.
Por ello han surgido, diversos frentes de defensa de intereses, organizaciones sociales de base,
colectivos de jóvenes, que reivindican esta pertenencia a naciones originarias generando y
recreando un discurso identitario local de reivindicación indígena. Este discurso empieza por
establecer la existencia y continuidad en el tiempo de esa “nación”, cultural e históricamente
distinta de las otras tantas que conforman nuestro país, que se reconoce como un Estado
plurinacional.
“entró por una hermosa provincia llamada Yanahuara (…) que el primer pueblo que hay por
aquella banda, que se dice Piti, salió con todos sus moradores, hombres y mujeres y niños, con
gran fiesta y regocijo, con grandes cantares y aclamaciones al Inca, y lo recibieron por señor y le
dieron la obediencia y vasallaje. El inca los recibió con mucho aplauso y les dio muchas dádivas de
ropas y otras cosas que en su corte se usaban traer. Los del pueblo de Piti enviaron mensajeros a
los demás pueblos de su comarca, que son de la misma nación Yanahuara, avisándoles de la
venida del Inca y cómo lo habían recibido por rey señor, a cuyo ejemplo vinieron los demás
curacas, y con mucha fiesta hicieron lo mismo que los de Piti”.
Y en el Capítulo XIII del mismo libro, titulado “Envía el Inca a conquistar los quechuas. Ellos se
reducen de su grado”, nos cuenta que:
“El Inca general [Auqui Titu] y sus maeses de campo entraron en una provincia llamada
Cotapampa; hallaron al señor de ella acompañado de un pariente suyo, señor de otra provincia
llamada Cotanera”, quienes le dijeron: “si no vinieras tan presto a reducirnos al servicio del Inca,
estábamos determinados a ir el año venidero al Cuzco a entregarnos al Rey y suplicarle mandara
admitirnos debajo de su Imperio, porque la fama de las hazañas y maravillas destos hijos del Sol,
hechas en paz y en guerra, nos tienen tan aficionados y deseosos de servirles y ser sus vasallos que
cada día se nos hacía un año. También lo deseábamos por vernos libres de las tiranías y crueldades
que las naciones Chanca y Hancohuallu y otras, sus comarcanas, nos hacen, de muchos años atrás,
desde el tiempo de nuestros abuelos y antecesores…”