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INTRODUCCIÓN

“¿Indios en Santa Cruz? ¿Pero dónde están?”

El otro, el mismo

En conversaciones de la vida cotidiana, entre las que se incluyen situaciones

casuales así como entrevistas formales con miembros de la burocracia estatal, me he

encontrado a menudo con la pregunta “¿Quedan todavía indios en Santa Cruz?”.

Recientemente, en una conversación telefónica con una persona que había sido designada

para planificar en el nivel provincial políticas nacionales vinculadas a los pueblos

originarios me dijo explícitamente: “Para nosotros los que cuentan son los tehuelche,

porque los mapuche no son de acá”. Aclaré que, al menos desde que hay archivos —

desde fines del siglo XIX—, hay constancia de la presencia mapuche. En su siguiente

intervención mencionó un programa nacional para escuelas rurales intentando dar cuenta

de que estaba al tanto de políticas federales, a lo cual expliqué que estos fondos sólo son

aplicables a la comunidad Camusu Aike (y potencialmente a Laguna Sirven/ Villa

Picardo), y que la mayoría de las comunidades son rurales-urbanas y urbanas, es decir,

viven en las ciudades y pueblos. “Están entre nosotros” aclaré sarcásticamente.

Desconcertada preguntó con cierto enfado: “¿Pero en qué pueblos? ¿En qué ciudades?”.

“En todos”, respondí. “Acá, en Río Gallegos, en Puerto Santa Cruz, en Caleta Olivia, en

Tres Lagos, en Gregores, en Jaramillo, en Calafate, en todos... De hecho, la mayoría de

los miembros de Camusu Aike están radicados acá”. Ya impaciente preguntó: “¿Pero

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dónde están?”. Planteé entonces que una de las falencias de las políticas públicas ha sido

no haber propiciado un contexto favorable para que aquellos que reconocen ancestros

indígenas puedan hacerse la pregunta “¿Quién soy?”. Es decir, que tengan la posibilidad

de elegir o no identificarse públicamente con sus padres y/o abuelos ya que, debido a

prejuicios negativos del entorno, muchas personas sólo lo hacen en el espacio íntimo,

familiar. Remarqué que muchos indígenas (tanto de zonas rurales como urbanas)

desconocen que tienen derechos particulares y, sintetizando, argumenté que una de las

tareas del estado debería consistir en actualizar las publicaciones escolares vigentes ya

que han sido elaboradas desde la historiografía nacionalista, una historiografía que

ensalza las glorias militares, apropia a los tehuelche como “indios argentinos”, excluye a

los mapuche como “indios chilenos” y supone que los primeros “se extinguieron”. El

propósito de este trabajo consiste en analizar los procesos que han llevado a los

santacruceños a razonamientos como el expuesto, sus consecuencias en las políticas

estatales y las estrategias indígenas en la lucha por su reconocimiento como pueblos

preexistentes con autonomía y agentividad en el presente.

El sentido común de ambos lados de la frontera chileno-argentina en la Patagonia

austral considera que los tehuelche “se extinguieron”. En la provincia de Santa Cruz, en

particular, se ha generalizado la idea de que “no hay indios”: mientras que se supone que

éstos han sido víctimas de un destino inevitable, los mapuche son considerados

ilegítimos, resultado de una migración reciente procedente desde otras provincias o desde

Chile, subsumidos en la categoría peyorativa “chilote”, gentilicio estigmatizado en

distintas latitudes de la Patagonia (Kropff 2002, Rodríguez 2002, 2004a, Trpin 2004,

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Vidal 1999), en tanto que los otros pueblos indígenas son completamente invisibilizados.

Desde el siglo XVI en adelante, la Patagonia se ha vuelto una fuente inagotable de

historias “fantásticas”, muchas de cuales se basaron en ficciones literarias e hicieron

comparaciones con ellas recreando a su vez nuevas narrativas. Ingresados a la historia

europea como “Patagones” o “gigantes” a través de los ojos, la pluma y el esquema

cognitivo del cronista de la expedición de Magallanes en la primera circunnavegación del

globo, fueron reclasificados en el siglo XVIII como “tehuelches”. Viajeros de distinta

índole ensancharon la imagen de lo conocido y, simultáneamente, contribuyeron a la

generación de leyendas sobre la “tierra del fin del mundo”, “tierra maldita”, tal como la

calificó Darwin en el siglo XIX, poblada por cazadores de guanacos de estatura elevada y

contextura fuerte, vestidos con pieles y refugiados en toldos. En la segunda mitad del

siglo XIX fueron apropiados como “indios argentinos” por las narrativas de los

expedicionarios naturalistas-militares quienes, a partir de la acumulación de sus cráneos,

formaron las “colecciones” de los primeros museos. El argumento central de este trabajo

es que, luego de haber sido enclavados en “reservas” a comienzos del siglo XX,

“desaparecen” como “indios puros” bajo taxonomías raciales, instrumentos de medición,

experimentos, registros y cámaras fotográficas portadas por arqueólogos, etnólogos,

lingüistas y psiquiatras. Es decir, la “extinción” ha sido ante todo discursiva. Desaparecen

porque las personas reales dejaron de ajustarse a un estereotipo de “pureza” construido

durante cuatro siglos, cristalizado y legitimado por dispositivos científicos en el siglo

XX. Reapropiados como “patrimonio” desde un “nosotros provincial” luego de agotar la

búsqueda del “último tehuelche” son “homenajeados” entre lamentos por historiadores

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locales, folkloristas y políticas patrimonializadoras que reinscriben en lápidas prejuicios

acumulados durante años.

A partir de un corpus conformado por crónicas de viajeros, documentos de archivo,

informes científicos, experiencias de vida y narrativas orales que tuvieron lugar entre el

2007 y el 2009, examinaré los procesos de invisibilización-visibilización de los pueblos

originarios en Santa Cruz tomando como eje un caso paradigmático: el pasaje de Camusu

Aike desde “reserva” vigilada a “comunidad” autónoma. Los sentidos de membresía que

parecían haberse adormecido luego de la provincialización se fueron recreando

recientemente en una serie de reuniones vinculadas a tramitar la personería jurídica,

requisito necesario para enfrentar un juicio contra una empresa explotadora de

hidrocarburos denunciada por destrucción del cementerio y contaminación ambiental, en

un territorio que sólo cuenta con el 10% de la superficie considerada en el decreto de

creación. La revitalización de asambleas y la internalización de los derechos indígenas,

motivaron interrogantes que vinculan pasado y presente: redefinieron conceptos,

posicionamientos, roles, estrategias y proyectos colectivos. Frente a la profecía

autorrealizada de la desaparición, la autoadscripción como “pueblo tehuelche” y la

presentación en términos de comunidad “abierta” (rural-urbana) irrumpieron en la escena

santacruceña excediendo los marcos de lo pensable: desafiaron la dicotomía rural/

urbano, rechazaron el término “reserva”, privilegiaron la memoria oral para la

demarcación de su territorio incluyendo una superficie más allá de los límites

establecidos por el estado en 1898, reacentuaron la categoría “descendiente” e hicieron

escuchar su voz en el espacio público.

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Dispositivos de invisibilización y visibilización

Hacia mediados del siglo XIX, los estados argentino y chileno recientemente

independizados de España manifiestan mayor interés por la región patagónica, en

contraste con los siglos previos en los que las esporádicas excursiones no se internaban

más allá de la costa1. En 1843 Chile funda la ciudad de Punta Arenas, en cuyo puerto

anclaban hacia fines del siglo XIX alrededor de 1.000 barcos al año, volviéndose el centro

de una región económica relativamente autárquica respecto de Buenos Aires y Santiago de

Chile, basada en la explotación de la ganadería ovina extensiva y en el comercio sin

intermediarios con los mercados de Londres y Liverpool. Su auge decae a partir de 1914

debido a la disminución del tránsito marítimo provocada por la inauguración del canal de

Panamá, el descenso del precio de la lana y la pérdida de mercados internacionales.

Las inquietudes acerca de la soberanía territorial motivaron al gobierno argentino a

instalar, dieciséis años después de la fundación de Punta Arenas, una Delegación Marítima

en la Isla Pavón bajo la supervisión de Luis Piedra Buena quien, al igual que los

comerciantes de dicha ciudad, trocaba con los indígenas yerba, harina, azúcar y aguardiente

por plumas de avestruz y pieles de guanaco que eran colocadas en el mercado europeo. La

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Hasta ese momento, todos los intentos poblacionales al sur del paralelo 46˚(límite actual entre Santa Cruz
y Chubut) fracasaron. En 1581, Sarmiento de Gamboa (1950) es enviado desde España con 2.500 hombres y
23 naves para fundar nuevas colonias en el Estrecho de Magallanes. Se funda una en la que 400 hombres y 30
mujeres fueron abandonados sin recibir posterior ayuda. En 1780, Antonio de Viedma se establece en la zona
del actual puerto San Julián, lugar aconsejado por el cacique Julián Gordo, luego de un primer asentamiento
fallido en Puerto Deseado. Hasta el momento en que se crea la Gobernación de Santa Cruz (1884), las únicas
instalaciones que había en la Patagonia eran Valdivia (1552, en la actual X Región Chilena), Carmen de
Patagones (1779, en la actual provincia de Río Negro), Punta Arenas (fundada en 1843 como Fuerte Bulnes
cerca del emplazamiento de la actual ciudad, XII Región), Isla Pavón (1859, en la actual provincia de Santa
Cruz), Cañadón Misioneros (1862, 1873, idem), la Colonia galesa (1865, en la actual provincia de Chubut) y las
Islas Malvinas/ Falklands Islands (1767, reclamadas por Francia, Gran Bretaña, España y, luego de su
independencia, por Argentina).

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expansión del capitalismo no sólo los incluye como proveedores de materias primas, sino

también en sus narrativas. Los viajeros imperiales sentaron las bases del evolucionismo, la

inevitabilidad del progreso, la civilización y las clasificaciones raciales. Desde la década de

1870 científicos funcionarios y funcionales al estado (naturalistas avocados a tareas

diversas tales como topografía, geografía, geología, antropología) exploraron la

Patagonia con la misión de elaborar cartografías que permitieran reclamar soberanía ante

Chile, identificar recursos naturales a ser explotados, relevar sitios para el asentamiento

de colonos y dilucidar actitudes potenciales de los indígenas. A los estereotipos y

taxonomías macroétnicas suman en el contexto previo a las campañas militares una

clasificación bipolar sustentada en la ideología nacionalista: el tehuelche “buen salvaje” es

apropiado como “indio argentino”. Denominadas en su conjunto “Conquista del

Desierto” (1879-1885), éstas dejaron sin efecto tratados firmados entre el estado y los

indígenas en los años previos y permitieron al General Julio Roca ganar la presidencia. El

objetivo era vaciar la Patagonia e instalar europeos. La afluencia masiva de inmigrantes

transoceánicos (1870-1920), promovida por la Constitución Nacional (1853, Art. 25),

suponía que éstos impondrían entre las masas bárbaras el orden y el progreso

modificando a su vez la composición biológica de la población. La representación de la

región pampeana y patagónica como “desierto” de personas se instala antes de las

campañas militares de exterminio. Simultáneamente al vaciamiento discursivo del

territorio y a su apropiación simbólica mediante representaciones cartográficas emergen

los enunciados de la “extinción inevitable”, destino de las “razas inferiores” por efecto de

la civilización.

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La invisibilización de los tehuelche en Santa Cruz se cristaliza con la publicación

de Los tehuelches: Una raza que desaparece (Ramón Lista 1894), nutrida con modelos

basados en taxonomías raciales en los años ‘40 se consolida luego del cambio de estatus

desde Territorio Nacional (1884) a provincia (1957) y, hacia comienzos de la década de

1980, la “extinción” ya se da por concluida2. Debido a la hegemonía de un régimen de

subjetividad en el que sólo es posible ser indígena en las zonas rurales y en el pasado,

aquellos que se trasladaron a los centros urbanos simplemente dejaron de “ser” (con

excepción de los que hablaban la lengua), pasando a conformar una masa de marginales

indiferenciados. La decisión de migrar no puede ser considerada independientemente de

los condicionamientos estructurales que la motivaron y/ o forzaron, entre los cuales el

proyecto asimilador de la década del ’60 y la consecuente enajenación de tierras fueron

centrales. Los procesos de invisibilización conjugaron una serie de dispositivos (o

“aparatos”), definidos por Michel Foucault (2002 [1969]) como conjunto de prácticas

heterogéneas, discursivas y no discursivas, (instituciones, disposiciones arquitectónicas,

regulaciones, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, presupuestos

morales o filosóficos, etc.) que resultan de una vigilancia intensa controlada por

diferentes “mecanismos” (de regulación, diferenciación, represión, consenso, disciplina y

territorialización). Los dispositivos involucrados incluyen entonces: (a) discursos

científicos sustentados sobre presupuestos raciales que orientaron el registro (físico,

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En 1878, el presidente Nicolás Avellaneda crea la Gobernación de la Patagonia (ley 954) ordenando al
comodoro Luis Py ocupar Santa Cruz; la ley de Organización de los Territorios Nacionales (1532/84)
fragmentó dicha unidad en cuatro jurisdicciones: Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz. La
provincialización fue propuesta en la Ley 14.408/54 durante la presidencia de Perón. Debido al golpe de
estado de 1955, ésta quedó paralizada hasta 1957, momento en que la autotitulada “Revolución
Libertadora” decide convocar a elecciones para una Asamblea Constituyente en un marco de proscripción
del peronismo.

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lingüístico, visual, censal, etc.) de los considerados “indios puros”, (b) discursos

nacionalistas plasmados en la teoría de la araucanización (la cual, omitiendo la

preexistencia étnica y cultural de los indígenas a los estados nacionales, considera a los

mapuche como “indios chilenos”), (c) inspecciones y resoluciones de los entes

reguladores de tierras fiscales (Dirección Nacional de Tierras y Colonias y Consejo

Agrario Provincial, CAP) cuyas representaciones sobre los “verdaderos indígenas”

legitimaron la privatización de las “reservas”, (d) estelionato, delito que jugó un rol

central en el proceso de enajenación de los lotes adjudicados en venta, (e) normativas

jurídicas (leyes, decretos, resoluciones) nacionales y provinciales que propusieron la

“asimilación-civilización” de los indígenas rurales a través de su traslado a los centros

urbanos (particularmente una ley de 1961), y (f) reclusiones en instituciones (orfanatos,

comisarías, cárceles).

En este proceso general de invisibilización, la visibilidad quedó circunscripta a las

“reservas” a través de los registros de inspección, único espacio disponible para la

manifestación de la “agonía tehuelche”. En el caso de Camusu Aike, desde su creación y

hasta la hegemonía de los proyectos neoliberales en la década del ’90, hubo una

preponderancia de los “dispositivos disciplinarios” (Foucault 1996 [1975]) que

atravesaron la democracia transicional y la creación del Instituto Nacional de Asuntos

Indígenas (INAI, 1985). Estos mecanismos de control se caracterizan por instancias de

“normación”: individualizan a los sujetos interpelándolos diferencialmente, los localizan

en lugares temporales dentro de un sistema de relaciones que los distribuye, los hace

circular y los coloca en un campo de vigilancia garantizando su sujeción. Bajo la mirada

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de la gobernación, los patronatos y la iglesia, tales dispositivos posibilitaron el

sometimiento político y conversión de los indígenas en mano de obra barata.

La segunda instancia de visibilización remite a los procesos de comunalización

recientes. En el marco de “dispositivos de seguridad” —de una “normalización” que

“deja hacer” contabilizando y administrando comunidades y pueblos indígenas

distribuidos en un rango de variaciones tolerables sobre la base de un punto óptimo

(Foucault 2006)— la visibilización ya no pasa por la Dirección General de Tierras y las

“reservas”, sino por el INAI y las “comunidades”. Éstas son incentivadas (tácitamente

obligadas) a tramitar personerías jurídicas (inscribirse en el Registro Nacional de

Comunidades Indígenas, ReNaCI) y los pueblos a elegir representantes para el Consejo

de Participación Indígena (CPI, ver Cap.3). Si bien esta instancia fue impulsada por los

activistas, dado que la representación es por pueblo y por provincia opera con las reglas

del ordenamiento jurídico estatal naturalizando jurisdicciones provinciales y

territorializando las luchas indígenas. Los dispositivos no se reemplazan entre sí, sino que

operan en yuxtaposición. Las puniciones enmarcadas en “dispositivos jurídicos legales”

no se aplicaron tanto sobre “reservas” y “comunidades” sino sobre individuos

generalmente desmarcados como indígenas, cuyas conductas fueron consideradas

desviaciones sancionadas por el código penal o civil3.

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En los “dispositivos jurídicos legales”, sostiene Foucault (2006) la ley determina lo prohibido y, por lo
tanto, lo indeterminado resulta ser lo permitido. Lo que constituye y define a los “dispositivos
disciplinarios”, en cambio, es la reglamentación de toda la actividad humana (no ya lo que no se debe
hacer, sino lo que se debe hacer). De este modo, todo aquello que no es explícitamente prescripto, al ser
indeterminado, deviene prohibido. Mientras que los dispositivos disciplinarios se basan en la “normación”
estableciendo límites y fronteras, los “dispositivos de seguridad” lo hacen en la “normalización”; en lugar
de prescribir e impedir, “dejan hacer”, intentando captar el punto donde las cosas van a producirse.
Foucault sintetiza entonces: “la ley prohíbe, la disciplina prescribe y la seguridad, sin prohibir ni prescribir,

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La agencia indígena, rastreable en expedientes burocráticos a partir de una lectura a

contrapelo y en la memoria oral, se manifiesta en el nuevo milenio amparada por el

paraguas de derechos internacionales. No sólo ha cambiado el escenario, sino también los

roles, la iluminación de sectores que habían estado en sombra, la estructura de los

guiones, los personajes de reparto, los atuendos, la confianza en sí mismos por parte de

actores sociales indígenas. Al participar en performances que involucran también a otros

actores sociales (académicos, funcionarios, etc.), hacen oír su voz desde posiciones

firmes. Este contexto ha habilitado autoadscripciones individuales en el espacio público

(“indio”, “paisano”, tehuelche, mapuche, mapuche-tehuelche, “descendientes, y

“entreverado”) así como la toma de conciencia de trayectorias personales y colectivas.

Por otro lado, a partir de la intensificación de redes y alianzas algunas comunidades

formaron grupos de pertenencia de mayor alcance (organizaciones de segundo grado), en

otros momentos en cambio las cuestionaron y enfatizaron en las comunidades

particulares.

Estilos performativos de la matriz de diversidad santacruceña

La ideología del “crisol de razas” favoreció en Argentina la percepción de un país

conformado por una población homogénea, en la que los “otros internos” fueron

subsumidos bajo la categoría “blancos”; una autoimagen europeizada fundada en el mito

y aunque eventualmente se dé algunos instrumentos vinculados con la interdicción y la prescripción, tiene


la función esencial de responder a una realidad de tal manera que la respuesta la anule: la anule, la limite, la
frene o la regule” (69). Los dispositivos disciplinarios, concluye, son “centrípetos” ya que encierran,
concentran, segmentan; los de seguridad, en contraste, debido a que tienen una tendencia a ampliarse
mediante la integración continua de nuevos elementos, son “centrífugos”.

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