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Fetichismo y Mercancía en la obra de Karl Marx

Lic. Eric Bettros


La Mercancía
El autor, en su obra magna, de tres tomos, “El Capital” (Das Kapital), inicia su exposición
con un estudio de la Mercancía. En el mismo la define como un objeto que posee un
valor de uso y un valor de cambio. El primero se refiere a la utilidad del objeto en sí
hasta que se gasta. Marx (Marx: 2009) agrega: “Ningún objeto puede tener valor si no
es útil. Si un objeto es inútil, como se ha gastado inútilmente el trabajo que contiene, no
crea valor”
Por ejemplo, una silla tiene un valor de uso, en tanto sirve para sentarse y reposar. Es
decir, que el valor de uso es de índole cualitativo, ya que es inherente a la cosa, es parte
de esta. Por otro lado, el Valor de Cambio, es aquel que es atribuido por el sistema de
intercambio comercial. Descansa en el hecho de que el objeto a ser intercambiado o
vendido, tiene un valor de uso para aquella persona que lo compra, pero no para el que
la vende. Este Valor es de naturaleza cuantitativa, ya que el objeto pasa a ser parte de
un “stock” de iguales, y es vendido al beneplácito del Dueño.
Ahora bien, ¿Cómo es posible asignarle un valor de cambio a una cosa y a otra, teniendo
estas diferencias sustanciales considerables? Citemos como ejemplo burdo, 1kg de
tomates y 1kg de papas. Ambos son productos comestibles, ambos son vegetales, pero
tienen diferente precio. La razón, dirá nuestro autor, es que el precio se fija conforme al
trabajo puesto e invertido sobre el objeto. Es decir que detrás de cada mercancía, se
esconde una fuerza de trabajo, una explotación obrera, que le dio forma o simplemente
la cosechó. Pero hay distintas cosechas y campos. Entonces es el trabajo, la ocasión y
el capricho capitalista el que fijará los valores a las cosas.
Ya estamos en condiciones de afirmar, junto a Marx, que el Valor de Uso despoja el
factor cualitativo del objeto. No importa que sea el objeto en sí, sus valores, su historia,
sino que importa solo como mercancía, como precio, como cosa. Entonces, definimos a
la Mercancía como aquel objeto que ha sido despojado de su esencia, y se ha vuelto un
artículo más de un stock de un catálogo de compras. Marx afirma (Marx: 2009): “Desde
el punto de vista del valor, las mercancías son cosas puramente sociales y su forma de
valor debe, por lo tanto, revestir una forma de validez social. Y la forma valor no ha
adquirido consistencia sino desde el momento en que se ha unido a un género especial
de mercancías, a un objeto único universalmente aceptado”. Es decir que existen
“ideales” sociales, grandes montañas imaginarias a las cuales hay que igualarse para
ser similares, y tener así un valor social, perdiendo el natural y propio. Es decir, una
verdadera enajenación subjetiva en pos del Otro no castrado.
Estos conceptos iniciales son complejizados a lo largo de la obra. Ya que Marx se
plantea ¿Qué es lo que quiere el capitalista?, ¿Acaso quiere vender, para tener dinero,
es decir, una mera transacción ganancial? No, el capitalista busca vender, para comprar
y volver a vender. No se trata de tener dinero para satisfacer las necesidades o darse
algunos lujos. Se trata de tener dinero e invertirlo constantemente. Esto es el Capital,
un monto que se debe acrecentar con cada transacción e inversión. La movilidad
(inestabilidad) del mismo, le da su carácter, y motiva la ambición de los que lo buscan.
Pensar en la vuelta del sujeto en mercancía solo para usarlo sería aún benéfico, ya que
el capitalismo enajena al mismo, haciendo de él una mercancía, para entrar en un
circuito de compra-venta permanente.
Entonces, la situación de la Mercancía aún se vuelve más compleja, ya que ni siquiera
es válida para satisfacer las necesidades del otro, sino que se vuelve un objeto más. No
es ningún Fin, sino tan solo un medio, como muchos, para el verdadero objetivo que es
aumentar el pozo financiero del capitalista.
El sistema capitalista divide la sociedad en dos grupos: los que tienen dinero, pero
necesitan mano de obra, trabajo, para elaborar mercancías; y los que no tienen dinero,
ni bienes, tan solo sus manos, su trabajo. Entre ambas partes se crea un acuerdo, un
contrato, en donde los primeros comprarán el trabajo de los segundos, a cambio de una
remuneración. O sea que los trabajadores venden, ceden, lo único que tienen: su
trabajo. Pero este es intercambiado por dinero, o sea que a esa mano de obra, se le
pone un precio, y se la adquiere. Este fenómeno es observado por el autor, y afirma que
el trabajo, la fuerza, la esencia del hombre, ha sido cosificado, es decir, vuelto una
mercancía más. El hombre como mercancía, como objeto en donde su subjetividad ha
quedado arrasada, con tal de pertenecer al sistema.
Otro elemento más que debemos citar en esta sección, es lo que Marx llama “El
fetichismo de la mercancía”.
El objeto nos deslumbra, capta nuestra atención y nos hace pensar solo en él. Pero esto
es lo que justamente nos impide ver lo que está detrás del objeto, el fetiche. El objeto,
oculta un misterio, que quizá podría ser la más cruda explotación del campesinado, de
los obreros, que se esmeraron en su producción. Sin embargo, esto queda por detrás
ocultado tras el fetiche.
El objeto, en tanto objeto, es un fetiche. Capta la atención, pero tiene un misterio, algo
que oculta y ensombrece, que es la condición de su producción. Esta condición de
producción es el trabajo esclavo del mismo.
Marx dirá que el mundo de las mercancías es un mundo encantado. Porque está
compuesto de objetos encantadores que nos obligan a comprarlos, porque nos
encantan, nos velan la mirada, de aquello que no queremos mirar.
Ahora bien, si la vida del ser humano se basa en el intercambio de mercancías, esta
deviene mercancía. Somos cosas, todos nos convertimos en “cosa”. Habitamos en ese
mundo, las queremos, trabajamos para comprarlas, las llevamos a nuestra casa, etc.
Nuestro corazón termina volviéndose una mercancía más.

La plusvalía
Otros de los conceptos filosóficos marxistas que nos ayudan a comprender la
devaluación subjetiva contemporánea es la “plusvalía”. Marx la define como ese exceso
de trabajo, ese plus, que el trabajador realiza en sus horas laborales, las cuales brindan
una ganancia al capitalista.
Este concepto, se relaciona a lo que hemos expuesto con anterioridad, es decir, el hecho
de que el trabajo del hombre pasa a ser una mercancía más, despojada de su valor de
uso, y cosificada bajo un valor de cambio, frío y cuantificador.
Ahora bien ¿cuánto vale la fuerza de trabajo?, tanto como sea necesario mantener al
obrero y los medios utilizados. Supongamos que un obrero trabaja una cierta cantidad
de horas. Lo que el utiliza y su trabajo se evalúa en $40 y se le otorga dicha cantidad.
Sin embargo, en sus horas de trabajo produjo más que $40, produjo $70. Ese excedente
de $30 que no se le da al obrero, sino que se lo queda el Capitalista, se llama Plusvalía.
Es ese plus de ganancia que produce el obrero con su trabajo, pero que se lo queda el
capitalista. En palabras de Marx (Marx. 2009): “La producción de plusvalía no es otra
cosa que la producción del valor prolongada más allá de cierto límite. Si la acción del
trabajo dura solo hasta el momento en que el valor de la fuerza de trabajo pagada por
el capital es reemplazado por un valor equivalente, hay simple producción de valor.
Cuando pasa de este límite, hay producción de plusvalía”
Es decir que el arreglo, el contrato elaborado entre el obrero y el capitalista, tiene una
trampa, y es que el capitalista siempre sale ganando. ¿De qué forma? A través de la
expropiación.
El autor dirá que la expropiación, el quitar al otro lo que le pertenece, lo que le es más
propio, es el origen del capitalismo. Según Marx, el Capital se originó mediante el
saqueo de la periferia. Las (ahora) grandes potencias crearon sus capitales saqueando
a las colonias, extrayendo el oro de allí y llevándolo a sus países. Allí crearon las grandes
industrias y vendieron sus mercancías a las mismas. Un sistema perverso, sin lugar a
dudas, pero muy efectivo. Ya que las colonias se creyeron el cuento, y no solamente
aceptaron y compraron, sino que comenzaron a darles materias primas para que este
sistema prosiga. Incluyendo, dentro de estas materias primas, la fuerza de trabajo, el
trabajo socialmente necesario.
Es decir que cada uno de nosotros somos expropiados de nuestra fuerza de trabajo.
Pero no solo esto, sino que somos expropiados a diario de distintas maneras, por
ejemplo, de nuestros gustos, ya que si no nos vestimos como la “moda” lo indica,
pareceremos ridículos o, lo que es peor, estaremos “fuera del sistema”. Debemos comer
lo que se oferta para comer, ya que la misma presión social evita que la disparidad
aparezca. En términos generales, lo que se busca es una homogeneización de la
sociedad, basada en el consumo de aquellos artefactos y productos, que nosotros
mismos hemos elaborado o ayudado en su producción.
El problema se agrava cuando entendemos que nosotros también somos mercancías.
Necesitamos ser atractivos a los ojos de Otro gozador, para ser acogidos, recibidos y
deseados (comprados). Somos expropiados de nuestra esencia, la vendemos al mejor
postor, con tal de estar como el sistema quiere y no quedar fuera de él.

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